La tía Casca es una supuesta vieja bruja con la que el autor de las cartas no ha tenido la ocasión de toparse, pero se acerca a la figura de esta mujer tan temida en la zona a través del testimonio de un pastor con el que se encuentra.
El pastor aconsejo al narrador qué camino debe tomar para llegar al pueblo de Trasmoz, ya que ha de evitar pasar por donde se despeñó la tía Casca.
La descripción física que se facilita de esta anciana la acerca al estereotipo brujeril que funciona desde el siglo XV, pues su fealdad, su vejez, los cabellos revueltos que le dan un aspecto descuidado y marginal, la nariz aguileña, la barbilla prominente, la mirada maligna, ni pueden más que apuntar a las mismísimas brujas de Goya.
Los vecinos del pueblo, dadas las desgracias que acaecían en la aldea, deciden ajusticiar a quien creen responsable de todos los males, porque desciende de una casta de féminas entregadas al diablo; de ahí que se tomen la justicia por su mano, y puesto que las autoridades no intervienen, son los propios vecinos los que terminan con la vida de la anciana.
Sin embargo, según el pastor, la bruja sigue vagando en espíritu por aquellos parajes, y hay que intentar evitarla a toda costa.
El autor se muestra escéptico con las confesiones de aldeano, como no podría ser de otro modo, pero no puede evitar sentirse fascinado por el relato. Y, por un momento, el paisaje, toda la naturaleza que lo rodea, crea un ambiente muy propicio para dar crédito a esa clase de leyendas.