Este dramaturgo lo presenta desde el inicio como poseedor del archiconocido Clavicula Salomonis, cuyos rituales Liébana no duda en ejecutar. También desde un primer momento están presentes las menciones al valimiento o la privanza como un deseo de poder que podrían poseer en común todos los nigromantes, y que apunta a la figura del Conde Duque.
Liébana es prendido por la justicia porque es descubierto en sus hechicerías y no hay modo de justificar la presencia de todos los materiales encontrados en su alcoba. En la segunda escena, el protagonista conversa con su hermano, cura, que lo acusa de embelecos y vemos, así, que el personaje conserva también aquí su carácter de embaucador (tal y como sucedió con al auténtico Jerónimo de Liébana, del siglo XVII), pues se ha hecho pasar por sacerdote en múltiples ocasiones y ha afirmado que podría encontrar tesoros que nunca han aparecido, pero no se puede dudar de sus verdaderos intentos por practicar una magia auténtica de carácter culto. Pero su vertiente pícara no desparece y cuando se ve en peligro de ir a parar a las galeras es cuando declara que se han confeccionado unos hechizos para dominar a Felipe IV; de hecho, él asistió en estas prácticas al máximo involucrado, el doctor Guñibay, un mago francés, que hicieron venir a España el Marqués de Valenzuela, principalmente, junto con Marcos de Figueroa, Juan Bautista Quijada, el licenciado Gabriel García y Pedro Bautista. El hechizo se preparó cuatro años atrás (1627) y entraría en vigor al año siguiente del momento de la acción. En ese momento, el rey mudará sus pasiones e incluso podría enfermar. Después Liébana cuenta punto por punto cómo tuvo lugar todo el ritual mágico en cuestión.
En la tercera escena, comparece el Conde Duque de Olivares, quien se refiere a Liébana como un vulgar delincuente que solo intenta escapar de su condena a galeras distrayendo la atención, mas se queda su declaración para leerla, pues en materia de Su Majestad toda precaución es poca, y más hablando de hechizos, una práctica considerada habitual y, sobre todo, factible en el siglo XVII. Pronto llegará este caso a oídos del mismo rey, que no está dispuesto a tolerar los abusos de cuatro hechicerillos de tres al cuarto, aunque el que más en peligro parezca sea el de Guzmán, así que propone a Olivares que busque a un mágico más poderoso para poder neutralizar los encantamientos ya perpetrados.
Ante la gravedad de los hechos, Olivares se reúne con Liébana y este usa todas sus artes de persuasión para conseguir el favor del valido, pues le hace ver que de nada le servirá en galeras y mucho podrá asistirle si le deja libertad para conducir a la justicia contra quienes intentan derrocar al privado. Además, se convertirá en el hechicero que se encargará de contrarrestar el hechizo.
El resto del texto se centra en la búsqueda, por parte de Liébana, del cofrecillo, que nunca es hallado. De este modo se demuestran los embelecos de Jerónimo, quien será finalmente juzgado y condenado a cuatrocientos azotes y prisión perpetua.
Nos hallamos ante un falso nigromante, un embaucador, como queda probado con su intento de entretener a la justicia, aunque no se debe descartar que, al comienzo de la pieza, Liébana sí aparece realizando algún tipo de ritual extraído del Libro de Salomón, por lo que su inclinación hacia las mágicas artes es evidente.
De este texto interesa, sobre todo, su vertiente histórica, y la conexión de Liébana con una conspiración política que afectaba a Olivares y al mismísimo monarca, Felipe IV.