En el relato 42 de esta colección de cuentos, parece que hallamos a una hechicera al estilo celestinesco, a la que se nomina simplemente como comadre. Sin embargo, pronto vemos que poco de mágica tiene esta fémina, aunque mucho de astuta.
Entrega a una señora, muy boquirrota, un remedio para que su marido no le pegue: una redoma de agua que destierra las pendencias. Solo debe ponerse la mujer un poco de ella en la boca, hasta que se le pase el enojo al marido.
Pronto vemos que la virtud no está en el agua de la redoma, sino en el hecho de que la protagonista, al tener la boca llena de agua durante la discusión con su esposo, permanece callada, y no altera los ánimos del susodicho. Así consigue zafarse de los potenciales palos.
Se trata, pues, de una falsa adscripción hechiceril, que se ve avalada por el cierre del texto, aunque tal catalogación parece válida hasta que llegamos al desenlace.