Lucrecia desea recuperar el amor de Teodoro, que está enamorado de otra mujer, Narcisa. Para ello acude a una hechicera-alcahueta, que apenas se describe, se hace hincapié más bien en la situación de la consulta y en los remedios que va proponiendo la mágica. La mayor parte de los hechizos que ofrece esta especialista en casos de amores son para olvidar al amante, mas Lucrecia los rechaza, así como también rehúsa todo aquello que pueda perjudicar la salud de Teodoro. Ella desea que se fuerce la voluntad del muchacho, inocuamente, para que vuelva a quererla. Pero para conseguir tal efecto, la hechicera le demanda un ingrediente muy difícil de conseguir, las cenizas de un amante muerto de Lucrecia. Ella duda, pero no deja de intentarlo y cuando arranca el corazón al cadáver, este despierta de su sueño eterno y prorrumpe en quejas, cosa que que da una lección a la joven, que se dedicará, en adelante, a una vida ejemplar y religiosa.
Apenas se perfila a la hechicera, pues al autor le interesa la magia como puente hacia lo sobrenatural y como representación de una realidad que él critica duramente en esta novela: recurrir a hechiceras para solucionar casos de amor intentando forzar la voluntad y poniendo en peligro tanto al objeto del hechizo como al cliente.