Descripción
En la Ribera, en Navarra, una mujer embaraza se levanta por las mañanas con marcas de mordiscos en el pecho y en el cuello. Ella piensa que su marido, debido a la abstinencia sexual a que lo tiene sometido a causa del embarazo, por las noches aprovecha para desfogarse con ella, pero pronto descubre que no es él, pues en alguna ocasión en que su esposo está fuera de viaje ella sigue padeciendo dichos bocados nocturnos.
Por ello, termina confesando el problema a su cónyuge que, finalmente, alertado por una situación que se prolonga de ese modo, decide esconderse en un armario y desde allí observa a una figura vestida de negro, encapuchada, que se inclina sobre el cuerpo de la durmiente. Él sale justo a tiempo de propinar al visitante un golpe en la cara, y pronto la criatura escapa por el resquicio de debajo de la puerta de la cámara.
El hombre está convencido de que se podrá descubrir la identidad de tal figura porque el culpable amanecerá desdentado por el impacto recibido en el rostro. Pronto descubrirá que es su propia madre, es decir, la suegra de la embarazada, quien dice haberse roto los dientes al caer de la cama esa noche. Así que la suegra de la protagonista del relato no puede ser más que una bruja que mordía a la mujer para sorber su sangre y, así, su energía vital.
Observaciones
En narraciones como estas se presenta uno de los hábitos más idiosincrásicos de la bruja tradicional: el vampirismo. Se puede observar también de este modo cuánto tienen en común la bruja y el vampiro, que comparten un mismo origen mítico, pero incluso puede considerarse a la bruja como uno de los antecedentes del vampiro, puesto que la creencia en este último eclosiona sobre todo a partir del siglo XVIII, justo después de que se extinguiera la caza de brujas a finales del siglo XVII.
Este relato se recoge también en "Leyendas navarra de brujas".