Un niño de catorce años declaró que una muchacha navarra que tenían en casa, a la cual despidieron por las sospechas que suscitaba, le dio un día unas manzanas y, tras comerlas, se presentó la joven por la noche en su aposento y lo obligó a irse con ella; lo llevó a cuestas por los aires a un campo lejano, en el que mucha gente bailaba y había un cabrón negro muy grande al que la muchacha besó. Le presentó al niño y el demonio le ordenó que lo pusiera junto a los otros pequeños, guardando los sapos. Otras noches lo conducía con otros compañeros a un huerto y les enseñaban a bailar y les prometían cargos mayores cuando pasaran cuatro años; después de su baile salía el cabrón y también danzaba y todos gritaban de regocijo. Tenía tal ser cinco cuernos en la cabeza y en medio una vela de pez encendida. Cada vez que la chica lo buscaba, él no podía resistirse. La joven fue denunciada ante las autoridades y se descubrió también que en casa del chico todas sus hermanas estaban enfermas o tullidas, por maleficio, por lo que recurrieron a ir al Santo Crucifijo de Lezo. Al niño se le dieron agnus Dei y reliquias, con esperanza de que quedara remediado.

Este relato, también protagonizado por un adolescente, está mucho más salpicado de detalles que otras narraciones. Se resalta el hecho de que los niños se dedicaban a cuidar el rebaño de sapos, tal y como sucedía en el caso de Zugarramurdi, recogido en dos relaciones de sucesos en las que se puede ver este hecho, ambas recogidas en esta base de datos, ambas de 1611; una editada por Juan de Mongastón en Logroño y la otra por Juan Bautista Varesio en Burgos.