Marichuloco era una vieja de Pasaje que fue acusada de bruja y encarcelada, según Lope de Isasti. Dos muchachos, de diez y once años, declararon contra ella. El primero contó que la anciana lo llevó al campo del cabrón de la Sierra, lugar cercano, convenciéndole con halagos y dándole nueces; lo presentó ante el diablo, en figura de cabrón, y lo besó debajo de la cola. Marichuloco hablño algo en secreto con su amo y después volvió a llevar al pequeño a casa. Desde ese momento, la anciana iba a por el niño todas las noches, se lo llevaba de la cama en camisa y lo ponía con otros infantes a cuidar el rebaño de los sapos; así lo tenía hasta el alba. Posteriormente, lo volvía a dejar en su cama, sin que nadie se diera cuenta.

Relatos muy similares se pueden encontrar en las dos relaciones del Auto de Fe de Logroño de 1610. También es posible rastrear la pervivencia de esta clase de historias en las colecciones de leyendas del norte de España, muchas de ellas recogidas por José Dueso.

El muchacho protagonista de los dos relatos anteriores sufrió un castigo por parte de su padre, cuando este descubrió que había estado en el aquelarre. También le dio reliquias y remedios proporcionados por los frailes, pero el niño se vio realmente libre de aquel mal cuando Marichuloco falleció al poco tiempo. Aun así, contaba el pequeño que el diablo estaba siempre cerca de él, para saber lo que contaba y, por ello, se hallaba atemorizado por si el Maligno decidía castigarlo.

De este relato lo que se desprende es el miedo que debían de pasar todos los infantes implicados de un modo u otro en brotes o casos de brujería, dado lo sugestionables que podían ser los más pequeños y la facilidad que tenían para creer lo que oían y el discurso que ellos mismos construían o que otros les construían.

Otro niño discípulo forzoso de la bruja Marichuloco, de entre diez u once años, fue a declarar y, nada más comenzó a hablar, los vómitos y una terrible angustia le hicieron desmayar. Una vez vuelto en sí, declaró que Marichuloco lo condujo una noche a una sierra cercana y lo puso ante un perro grande a quien ella adoró, se lo presentó y después lo devolvió a su casa. Otras noches volvió a llevarlo a un lugar llamado Cocolot, cosa que a él le desagradaba mucho. Quedó libre de dicha carga cuando Marichuloco fue expulsada de aquellas tierras, aunque el chico andaba siempre descolorido y triste.

En caso de que esta anécdota tenga, efectivamente, una base real, vemos cómo el cuerpo somatiza la angustia de un pobre niño que se encuentra inmerso en un proceso de acusación, no sabemos por qué rencillas vecinales. Igual que en el registro anterior, la sugestión jugaría un papel fundamental y el temor se apoderaría de estos muchachos, de los cuales se dice que se resienten incluso físicamente.