Sprenger, Jacobo; Institoris, Enrique (Kraemer).
Malleus Maleficarum (El martillo de las brujas, para golpear a las brujas y sus herejías con poderosa maza).
Género
Tratado teológico reprobatorio.
Año edición / composición / representación
1486 (composición), 1487 (edición).
Lugar / Librero / Editor
Alemania, s.e.
Personaje Mágico
Bruja (o quizás hechicera)
Descripción
En el cap. IV de la cuestión II de la Parte II, se trae a colación un ejemplo de los que habitualmente contaban los hermanos de la orden militar de San Juan de Jerusalén en Rodas. En concreto, se expone una historia que sucedió en la ciudad de Salamis, donde llegó un barco de mercancías y los pasajeros pudieron bajar durante unas horas.
Un joven dedició dar un paseo por la ciudad y comprar huevos, y así llegó a una casa y preguntó a una mujer que allí había si podía venderle huevos. Ella se los dio y le propuso que volviera allí si perdía el barco, viéndolo tan robusto y bien proporcionado. El muchacho se tomó los huevos mientras esperaba para volver a embarcar, pero cuando quiso subir lo echaron de allí a patadas, llamándolo "burro". Tras ingerir los huevos, se había transformado en un burro, así que se hubo de quedar en tierra. Todos los tomaban por un animal, aunque él poseía el entendimiento de un hombre; eso sí, no podía comunicarse ni explicarle su caso a nadie. Así que se vio en la necesidad de volver a casa de la malvada fémina que lo había transformado, y allí estuvo sirviendo durante tres años; hasta que un día, pasando por la puerta de una iglesia en la que se estaba celebrando un misa, se comportó de un modo que a unos vecinos que por allí caminaban les resultó extraño y sorprendente. A instancia de estos, la justicia prendió a la mujer, que confesó su culpa y consintió devolver su forma al joven. Él pudo regresar a su patria y ella, finalmente, recibió su castigo.
Observaciones
Este caso nos recuerda irremediablemente a "El asno de oro", de Apuleyo, pues ejemplos muy similares circularon durante mucho tiempo, acerca de mujeres que eran capaces de transformar en animales a los muchachos, y este hecho solía ir unido a la atracción que estas mágicas sentían por los hombres más jóvenes. Cuando se cansaban de ellos o querían vengarse, utilizaban la estrategia de la metamorfosis.
Llama también la atención el hecho de que esta clase de mujeres, que, además, habitan en ciudades, y no en aldeas, no pueden considerarse brujas, sino más bien hechiceras.
Una bruja era bien la mujer que nacía con poderes extraordinario que utilizaba para practicar el mal, o desde una perspectiva canónico-teológica, la mujer que cierra un pacto con el diablo y pertenece, desde ese momento, a una secta, desde la cual ejecuta todos los males que están en su mano. Desde luego, esta última vía anula la pertenencia de la protagonista de la historia a la brujería. Si optamos por la primera vía, sería posible aceptar esta clasificación.