El ímpetu del viento
Madrid, Apóstrofe, 2004
Luis Núñez Ladevéze es licenciado en Ciencias de la Información y tiene dos doctorados en Derecho y en Filosofía y Letras. Es catedrático de la Universidad Complutense y actualmente catedrático de la Universidad CEU San Pablo donde ejerce como director del Instituto de Estudios de la Democracia. Ha trabajado como periodista en diversos medios madrileños, tanto en televisión como en prensa. Ha sido Director del Servicio de Investigación de RTVE, fundador y primer Jefe de Opinión de Nuevo Diario y Diario 16, editorialista del diario ABC, consejero ejecutivo del diario Ya, donde dirigió la sección editorial y de colaboraciones. Fue colaborador de las páginas de crítica literaria de los diarios El Alcázar, Informaciones y El País. Recientemente ha sido elegido por el Congreso de los Diputados como Consejero del Consejo de Coordinación Universitaria y es también director de la revista Doxa.
El ímpetu del viento (2004)
A mediados del siglo XV, Lisboa es una ciudad en expansión donde la pujanza económica y el espíritu aventurero conviven con nuevos conflictos entre los diferentes estamentos sociales. Este mundo de cambios es el que abandonará el misterioso abad Dionisio, no sin antes dejar escrita una carta para el conde Huberto: presintiendo que su discípulo Alejandro querrá abandonar la abadía donde ambos vivieron, Dionisio le pide al conde que se haga cargo del joven, que de continuar con sus estudios podría proporcionarle alguna sorpresa. Así es como Alejandro entrará a la casa del conde Huberto y la condesa Fiorina, donde ejercerá como bibliotecario y preceptor de sus hijos y conocerá los placeres de las fiestas nobiliarias, pero también los entresijos de una Lisboa llena de desigualdades: los nuevos habitantes del extrarradio se dirigen al conde para conseguir que la nobleza y el clero los eximan de pagar impuestos por las tierras que ocupan, y el conde Huberto sabe que la ciudad sólo podrá prosperar en paz si realiza determinadas concesiones, pero el marqués de Sandoval y el duque de Braganza se oponen a perder sus privilegios. Alejandro continuará desentrañando los legajos e instrumentos que el abad le confío en herencia, llegando a la conclusión de que su maestro descubrió el modo de construir una embarcación nueva que, gracias al ímpetu del viento pudiera surcar el mar tenebroso hasta la Atlántida descrita por Platón. Fascinado por el proyecto, el armador Güiraldes iniciará la construcción de dicha embarcación, mientras que Huberto viajará hasta Sagres para interesar al infante Enrique en sus planes. Sin embargo, el Navegante, convaleciente por una enfermedad, nunca llegará a escuchar la proposición del conde, y a la vuelta de Sagres, los acontecimientos se precipitarán: Sandoval, apoyado desde la sombra por el duque de Braganza, se pasea por el extrarradio exigiendo con violencia los tributos a los colonos, y llegará a asesinar a una mujer. Fray Cruz confundirá al marqués con el conde y correrá la voz de que Huberto es el asesino. Cansados de sus prédicas, la nobleza decidirá ajusticiar al franciscano, sin esperar que, ante la pira, se produzca una insurrección popular. Las masas enfebrecidas asesinarán a la guardia del marqués y del duque, incendiarán la abadía y se dirigirán hacia las propiedades del conde para quemarlas. Conscientes del peligro que corren, el conde y los suyos se dirigirán hasta la costa para huir con la nueva embarcación construida por Güiraldes, y dejarán atrás toda su vida para embarcarse en las suposiciones del abad. Suposiciones confirmadas cuando tras una penosa travesía vislumbren a lo lejos la Altántida.
Novela histórica
Lisboa en la segunda mitad del siglo VX Luchas estamentales Navegación (aparejos, cartas náuticas, etc.) Corte de Enrique el Navegante Descubrimiento de América-Atlántida Poesía italiana-Cortes de poesía (se incluyen poemas) Atlas Catalán de Cresques (223)
http://elmundolibro.elmundo.es/elmundolibro/2004/10/15/narrativa_espanyol/1097858998.html http://www.articlearchives.com/europe/european-union-portugal/150266-1.html http://www.elcultural.es/version_papel/LETRAS/11224/El_impetu_del_viento http://www.elmundo.es/encuentros/invitados/2004/10/1271/
Joven portugués que dejó el negocio de carpintería paterno para viajar hasta Lisboa, donde prosperó como armador y carpintero náutico. Atraído por el mar tenebroso, Güiraldes siempre soñó con llegar uno de esos nuevos barcos llamados carabelas. Representará frente al conde los intereses de los habitantes del extrarradio, y el propio Huberto, durante la travesía marina, lo dejará al mando de la expedición.
Abad benedictino. Dionisio estudió filosofía en Padua y en París antes de impartir teología en la universidad de las dos ciudades, y se rodeó de figuras como Toscanelli o Silvio eneas. Versado en geografía, astronomía y cosmografía, rechazó la púrpura cardenalicia para continuar sus investigaciones en Lisboa, donde se convirtió en un ser querido y misterioso, convencido de haber hallado la Atlántida platónica.
Huérfano italiano que fue recogido y educado por el abad Dionisio. Alejandro es un joven despierto y un excelente discípulo que seguirá las investigaciones y los estudios del abad, a quien acompañó durante los últimos años. Alejandro ejercerá como preceptor y bibliotecario en la casa del conde, al sentir que su futuro no está en la abadía, y cada vez ansiará más penetrar en la mente privilegiada del que fue su mentor.
Conde lusitano. Huberto es un hombre de mundo, inquieto y cultivado que participó en algunas empresas del infante Enrique. El conde, unido al abad por una tácita amistad, siempre fue un protector de la filosofía y las nuevas artes, por lo que tomará a bien dar cobijo a Alejandro. El conde es consciente de que los tiempos han cambiado, y que sólo un pacto con los artesanos puede calmar la tesa situación.
Esposa de Huberto. Fiorina es una mujer sensual y perturbadora que ha querido hacer de su palacio una imitación de las fiestas cortesanas italianas. Fiorina es capaz de convertirse en la directora en la sobra de las grandes veladas lusitanas, siempre acompañada de su esposo, a quien siempre ha amado. La relación idílica que Huberto mantenga con Angélica llenará de zozobras a Fiorina, pero sabrá reponerse.
Marqués lusitano tornadizo y beligerante. Enríquez es un peón en manos del duque de Braganza, con quien intenta mantener buenas relaciones, por lo que se opondrá a las ideas de Huberto para calmar los conflictos estamentales. Libertino y pendenciero, el marqués intentará forzar a la condesa, y más tarde luchará a muerte con Huberto, que acabará con su existencia llena de excesos.
Marino, filósofo y cartógrafo que respalda y participa en las campañas de Enrique el Navegante. Aunque Diego Hitlodeo no comparte las ideas del abad sobre el interés que pueda suponer un viaje marítimo hacia occidente, se ofrecerá para comentar en Sagres los planes del conde Huberto y los suyos, e incluso para participar en la expedición. Sin embargo, las precipitadas circunstancias lo impedirán.
Personaje altivo, inteligente y artero que goza del respaldo real. El duque es un hombre imponente que desconcierta a aquellos que tratan con él y que gusta de las intrigas cortesanas siempre en su beneficio. Durante el conflicto con los habitantes del extrarradio, querrá utilizar al marqués de Sandoval y al conde Huberto para quedar al margen y sólo mediar con mano de hierro para imponer su criterio.
Mercader judío de origen flamenco. Nicholas se instaló en Lisboa motivado por la pujanza económica de la ciudad y los buenos negocios, y cederá el capital para la construcción de la nueva embarcación. Se trata de un hombre inquieto, amante de las buenas empresas y aventuras aunque supongan un riesgo notable, y a pesar de su perpetua ironía es un banquero decidido.
La ahijada del infante Enrique es presentada como una dama de belleza sublime y con dotes notables para la poesía y la música. A pesar de que corren todo tipo de rumores sobre ella, angélica es una mujer atípica y rebelde que, llevada por su sensibilidad, aspira a gozar una vida libre e intensa. Se sentirá atraída por el conde Huberto precisamente porque estima su fidelidad hacia la condesa Fiorina.
Harapiento franciscano que anima a los habitantes del extrarradio para que se subleven contra la Iglesia de los ricos y los privilegios de los nobles. Sus prédicas, a veces demagógicas y a veces irrisorias, suponen sin embargo un peligro para la estabilidad y los intereses de los poderosos, y tras la muerte accidental de un soldado, será condenado a la hoguera, donde salvará la vida momentáneamente.
Piloto onubense con el que el conde Huberto regresará desde Sagres a Lisboa. A pesar del secretismo con que el infante Enrique llevó sus misiones y las reservas mostradas por trabajar con castellanos, Alonso participó en varias de las empresas del Navegante. Atraído por las palabras del conde Huberto, se sumará a la expedición y se convertirá en el piloto de la nave más marinera jamás construida.
Hijo del conde Huberto y la condesa Fiorina. Duarte es un joven despierto que, impelido por su padre y por las enseñanzas de Alejandro, demostrará un gran interés por el mundo de la navegación. Durante la aventura, Duarte se convertirá en todo un hombre, al ver su estable y confortable mundo quebrado por los acontecimientos políticos y a su madre en manos del marqués.
Única hija de Juan Güiraldes. Inés, huérfana de madre desde su nacimiento, es una hermosa y bondadosa joven que supone el único tesoro del constructor de barcos. Desde sus primeros encuentros con Alejandro, la joven se sentirá atraída por el bibliotecario, y partirá con él hacia la Atlántida. Durante el trayecto, será forzada por uno marinero de la tripulación, pero también durante la travesía se casará con el bibliotecario.
Fraile lego de descomunales dimensiones que ejerce como cocinero en la abadía. Fray Joaquín, de origen humilde y luces escasas, admira profundamente a fray Cruz, por quien será investido de órdenes mayores. Durante el acto en el que el franciscano vaya a ser ajusticiado, fray Joaquín desencadenará el motín popular, agrediendo salvajemente a los guardias hasta que acaben con su vida.
Se describe el interés del infante portugués por expandir los dominios portugueses en las costas africanas y por firmar una alianza con el Preste Juan para combatir a los musulmanes. El infante, afincado en Sagres, recibirá la visita del Huberto, que pretende interesarlo en el proyecto de la nueva embarcación que construyen, pero, enfermo, no podrá prestar atención a los planes del conde.
-Florentino. Cartógrafo, médico, matemático y hombre de mundo. Con él discutí sobre la posibilidad de singlar el océano hacia occidente para llegar a las Indias por una nueva ruta. Él no lo consideraba improbable y se basaba, para ello, en ciertas correcciones que hacía de los cálculos de Ptolomeo, pues a su juicio tenía razón Marino de Tiro. Tal vez sepáis que Ptolomeo aseguraba que Marino se había equivocado en lo referente a la dimensión de la ecumene, que el consideraba de 180 grados, mientras el sirio la estimaba de 230 grados...En fin, si los marinos han descubierto Madera, las Afortunadas, la isla de las Flores y otras islas, no es descartable que puedan encontrarse más al oeste otras tierras hasta ahora desconocidas (23) Era el 13 de noviembre de 1460 cuando la Atlántida llegaba a un destino que los libros no habían señalado. En Sagres fallecía el infante don Enrique, el más grande de los navegantes que no peregrinó, el más alto de los que forjaron la leyenda de aquella ínclita generación exaltada por el genio más ínclito de los poetas. Entonces, solo entonces, el Infante supo, en ese instante de lucidez que la Providencia permite a los hombres verdaderamente grandes al atravesar el breve umbral que separa la vida de la muerte, que un marino español, qué importaba su origen, había gritado ese día encaramado en lo alto de un mástil cuya cofa había sido arrancada por las aguas, ¡Atlántida nostra, Atlántida nostra!. Nadie vio ni oyó entonces aquella sobra del navegante tuerto que se aproximaba, conducido por un anciano abad, para susurrar al Infante al oído: «...Ahora juzga, Infante si hubo en el mundo / gente que a estos caminos se atreviesen...». Quienes se hallaban a su alrededor atendiendo a su agonía preguntaron, “qué dice?”, y alguien, tal vez su incondicional Diego, contestó a quien interpelaba, “me pareció oírle decir Atlántida, incógnita terra nostra”. Ninguno pudo saber que el Infante había visto, en aquel breve tránsito que comunica lo terreno con lo celeste, que, conducidos por un marino español, acompañados de un comerciante judío de Flandes y un marinero sin nombre, un grupo de lusitanos orientados por un joven estudioso, capitaneados por un armador que un día bajó de la Alta Beira a conocer los mares tenebrosos, alentados por un conde que había descubierto ante su esposa que “no hay gloria menos consciente que la del linaje”, e iluminados por la estrafalaria imaginación de los soñadores de aventuras sublimes, habían alcanzado por fin, extenuados, arrastrados por la inconsciente incontinencia del océano, la playa de una tierra florida y fecunda. La incógnita Atlántida nostra (604-05) No sé por dónde vas, porque no veo si existes para mí, y estás al lado; ni sé qué desear, desesperado por no pertenecerte en mi deseo. Lusitano, sentimental y feo, -no sé de qué te has enamorado. por tierra, navegante; en mar, soldado, infiel a la divisa en la que creo. Desnudo mi ansiedad aunque no quieras descubrir su tristeza en la mudanza de esta inútil pasión a que sucumbo. Desespero por tu, que tú no esperas... No te puedo ofrecer más esperanza que esta confusión sin fin ni rumbo (391) Alejandro fue hacia el interior de la biblioteca hasta el extremo de la gran mesa donde había dejado la esfera que había construido combinando los módulos piramidales del abad y superponiendo sobre ellos algunas cartas que había encontrado en la sala de estudio que el monje utilizaba como laboratorio en la abadía. El conde la miró con cuidado. -Es una esfera –afirmó el conde, que la había tomado entre sus manos cuidadosamente. Estos dibujos son cartográficos- añadió. -Es una combinación de ocho tetraedros de base esférica. A cada uno de ellos corresponde un ángulo sólido de noventa grados. -Entiendo... –asintió el conde. -Es muy interesante. El abad reprodujo con cada sector un mapa de la superficie conocida de acuerdo con los datos que utilizó siguiendo la Geografía de Ptolomeo, a la cual dedicó también estudios cuando estuvo en la Universidad de París con Petros Allyaucs (443) Ella sabía de la afición del conde a las letras, de su admiración por el poeta Petrarca y otros escritores italiano, de su interés por la nueva forma poética que denominaban “soneto”, aquellos poemas compuestos de catorce endecasílabos en los que el florentino era inigualable artífice. Y ahora se encontraba con que Huberto había dedicado algún tiempo de su estancia en Sagres a escribir poemas como aquellos, a emular al gran escritor de cancioneros amorosos, a revivir mundos interiores de sensaciones profundas de las que por primera vez tenía conocimiento y de las que ignoraba hasta qué punto quedaban fuera de su alcance (414) Allí transpiraba el sentido de las conversaciones que mantuvo con Toscanelli y el tránsito de las suposiciones iniciales, basadas en la Imago mundi de Allyacus, a las conclusiones que le habían llevado a construir la esfera para probar que el viaje a las Indias por Occidente era más complejo de los previsto por el sabio italiano pero también, si sus conjeturas fueran ciertas, más interesante y provechoso. Allí, en la esfera, aparecía delineado un mundo, a la vez nuevo y antiguo, mítico y desconocido, la Atlántida virgen y misteriosa de los diálogos platónicos. El extraordinario razonamiento del abad, en cierto modo también le decepcionaba por la descalificación de la suposición de Toscanelli. Pero aquel argumento de que la Atlántida pudiera subsistir en medio de un océano de 235 grados de arco, o de 180 grados en el mejor de los casos, de aceptarse como válida la suposición de Ptolomeo, era verificable y compensaba la decepción que podía producir la enorme dimensión atribuida al océano tenebroso (298-299) Un buen hombre, sin más. No soy corsario de espada ni de pluma; ni etiqueta poseo para uncir a mi faldeta. Ni mentí ni estafé, no soy falsario. Un hombre nada más. Un visionario. Rendida por amor mi sangre inquieta. Soy más sentimental que buen poeta, más fuerte de pasión, que doctrinario. No hay nada si me faltas tú en el centro, si faltas donde más te necesita la sombra iluminada en que me baño. Me faltas, cuanto más descubro dentro la lágrima que viertes y me grita que todas mis palabras te hacen daño (415) Presentó en primer lugar el de Jaime de Mallorca, también llamado Jafuda Cresques y luego, tras bautizarse, Jaume Ribes, un judío balear a quien el Infante había conocido en la isla y que había incorporado durante algún tiempo a su servicio antes de instalarse en Sagres. Jaime era hijo del famoso cartógrafo Abraham Cresques, autor de un Mapamundi o Atlas, donde se representaba, deoriente a occidente, en doce hojas sobre tablas unidas por pergamino, formando un biombo, una imagen del mundo conocido desde Qatay al cabo de Roca. Jafuda había ilustrado a los portugueses sobre los refinamientos de la cartografía mallorquina –basada en la enseñanza de Ramon Llul sabio monje, escritor y viajero- de técnica más depurada en muchos aspectos que la genovesa y la veneciana (223) -En eso fue en lo que principalmente discrepó del cosmógrafo italiano. Después de haber medido el arco de meridiano y contrastado sus mediciones con las de Aristarco, Posidonio, Almamún y otros, debió llegar a la conclusión de que el radio del círculo máximo es apreciablemente mayor de lo previsto por Toscanelli. Luego, valiéndose de los testimonio de Platón y Aristóteles sobre la llamada Atlántida, y de algunas observaciones de Séneca sobre las torres de Hércules, supuso que la dimensión de la Atlántida era mucho mayor que la de Europa y, contrastando algunos relatos que había ido recogiendo sobre tierras fantásticas y lugares remotos, así como la información que iba obteniendo de los descubrimientos promovidos por el Infante, pudo llegar a concluir, esa es mi impresión, que la Atlántida debía de ser una gran isla en medio del océano ignoto. También adaptó algunas indicaciones de la Imago mundi de su maestro. El resultado de este artefacto de ocho tetraedros esferoidales. El abad debió de hacer muchos dibujos y conservó algunos pergaminos. No estoy muy seguro de que sean los últimos, pero es lo más probable (445-446)