Guadalquivir
Barcelona, Planeta, 1990
Juan Eslava Galán nació en Arjona (Jaén) en 1948. Estudió Filosofía y Letras en la Universidad de Granada y posteriormente amplió estudios en el Reino Unido. Al regreso obtuvo una Cátedra de Instituto de Bachillerato y se doctoró, en la Universidad de Granada, con la tesis «Poliorcética y fortificación bajomedieval en el reino de Jaén».
En busca del unicornio (1987) Premio Planeta Guadalquivir (1990) El comedido hidalgo (1991) Premio Ateneo de Sevilla Señorita (1998) Premio Fernando Lara Escuela y prisiones de Vicentito González (2000) La mula (2003) Los dientes del dragón (2004) Sonetos (2005) El mercenario de Granada (2007)
Un discípulo de Sahil narra la historia de amor de Selim Nasr y Faye Dubyan, hijos de dos familias andalusíes enfrentadas. Los encuentros entre ambos jóvenes tenían lugar en las ruinas de Sara la Goda, donde un día Selim halló a un templario moribundo que le confió la clave para hallar el Espejo de Salomón. Así conoció Selim la existencia de la Lámpara Tapada, una organización clandestina que pretendía la sinarquía universal. Llevando su secreto a cuestas, una brecha insalvable se abrió entre los enamorados cuando Sulaimán Dubyan asesinó a Gazal Nasr y estallaron los viejos odios entre las familias. Faye fue desposada con Mohammed Bayasi, y Selim, tras la batalla de las Navas, marchó al Magreb como rehén. Perseguido por aquellos que anhelaban su secreto e intentando recuperar a Faye, logró volver a al-Andalus, encontrándose con una tierra asolada por los continuos levantamientos frente al poder almohade y las pretensiones cristianas. Cuarenta años después de su encuentro con el templario, mientras Fernando III sitiaba Jaén, Selim decidió revelar su secreto y buscar el Espejo de Salomón para liberar la ciudad. Sin embargo, frente a la reliquia, Hasday le hizo comprender que el poder del Espejo no corresponde a los humanos. Jaén estaba abocada su suerte pero, en el ocaso de su vida, Selim pudo unirse a la mujer a la que siempre había amado.
Novela histórica
Orden del Temple Espejo de Salomón Lámpara Tapada Navas de Tolosa Almohades-Revueltas y cambios políticos Sinarquía Cátaros Oralidad-Humorismo Cábala
NOURINE ELAID, Lahouaria, «El mito del tesoro de Salomón en Guadalquivir, de Juan Eslava Galán», en Héroes, mitos y monstruos en la literatura española contemporánea, coord. Fidel López Criado, 2009, pp. 331-338. ESPADAS, Elizabeth, «Motivos medievales en dos obras de Juan Eslava Galán: Guadalquivir (1990) y En busca del unicornio (1987), en Jaén: cruce de caminos, encuentro de culturas, coords. Juan Fernández Jiménez, Jesús López-Peláez Casellas, Encarnación Medina Arjona, 2006, pp. 77-86. http://www.elpais.com/articulo/andalucia/Eslava/Galan/afirma/taller/Olavide/muchos/novelistas/escriben/solo/criticos/elpepiautand/20020129elpand_25/Tes
-Nadie me sacó los ojos por robar o matar, ¡nadie! Tenía yo diecinueve años. Ellos solos se secaron y se marchitaron como la flor del azahar en la solanera, el día que contemplaron, más brillante que el sol del Paraíso, el que luce como mil soles de mayo, el Espejo de Salomón. El brillo azul de ese tesoro impar, como la luna de nácar, rodó por mis sentidos, se metió hondo por ellos y les puso un fuego que acabó devorándolos. De haber sido más avisado lo hubiese contemplado con sólo un ojo, manteniendo el otro cerrado, porque conocer el Espejo de Salomón bien vale perder un ojo, pero no sé si los dos. Una veces pienso que sí y otras que no, según me coja, es muy triste ser ciego. Me quedé dormido como una fiebre y cuando quise despertar y abrí los ojos ya no estaban ahí y Sahil el ciego se había quedado ciego después de contemplar la belleza del mundo. ¡Piedad y caridad para este pobre tullido que no puede valerse y que es cebadero de desgracias! Decía esto y tendía su sarmentosa mano en busca del cobre o del mendrugo, y su alguien no renovaba la limosna se negaba a proseguir su historia. Era en esto muy hábil. Por el mismo motivo procuraba no prodigar su cuento muchas veces y si no era delante de un nutrido y solvente auditorio, rehusaba contarlo pretextando mala memoria y olvido. Si lo estrechaban mucho fingía, o quizá padecía realmente, un ataque de locura. Pero aquel día en que Selim y Alhamar paseaban por la ciudad y se detuvieron a escucharlo, como era día de fiesta mayor y Sahil esperaba recaudar generosas limosnas, recitó su lección en estos términos: -Esa joya maravillosa guarda una larga memoria de sangre y de incendios. Su tabla es una reproducción de los siete cielos, rodeada completamente por un zócalo de letras que se leen de derecha a izquierda, pero nadie que no sea ángel las puede descifrar sin magia y al que las lee se le revelan los secretos del mundo. Esos signos transcriben sin error los textos del libro de la luz que el arcángel Rafael entregó a Aarosh, encuadernado en zafiros ahilados, para que en la larga noche del diluvio no hubiera noche en el Arca. Ahí se contiene la ciencia de las estrellas, el arte de curar toda suerte de males con sólo palabras y los saberes que confieren la dominación de los espíritus y demonios del aire. Varios héroes antiguos poseyeron este Espejo. Unos añadieron valor a su valor infinito y otros le restaron prendas con la punta del codicioso puñal. Cuando esto último ocurría sobrevenían grandes catástrofes, sequías, guerras; terremotos, plagas, partos monstruosos y otras calamidades. Salomón hizo grabas este Espejo a un ángel platero que lo servía. El ángel dicen que se llamaba Hiram y que era cojitranco. Sobre este Espejo (que se guardaba en la cámara cerrada del templo, vigilada por las dos columnas habladores que sostenían el dintel de la entrada) depositaba el rey sabio los trebejos sagrados. Allí no penetraba la luz, tan sólo Salomón. El aire olía a espeso y amasado. Sólo el Altísimo y Salomón en un abismo de soledad. Impotente es la lengua humana para describir las riquezas que atesoraba el Espejo, sabed tan sólo que tanto oro y aljófar no se ha visto nunca. En las innumerables celdas que labró el minucioso buril del orfebre, anidaban, como en una noche caliente, polladas de perlas sin tacha, de rubíes y de esmeraldas arrancadas del entresijo de la tierra y engarzadas en cantidad nunca vista. El ornato del Espejo despobló las minas y las arenas de los ríos en todo el Oriente, pero luego los criados fenicios de Salomón se las traían por mar, de Occidente, y el Espejo, como el mundo, nunca se saciaba. Pues bien, habéis de saber que, después que los romanos destruyeron Jerusalén, el general Tito, el de la barba rizada, acarreó el Espejo a Roma para engrandecer al emperador. No sabían que, encaramada en el Espejo, viajaba, como en litera cerrada, la indeleble maldición del brujo Salomón. Muy pronto, a Roma se le fue la fuerza como en una vejez. Cuando los godos de Alarico entraron en sus palacios arrancando los mármoles y apesebrando sus caballerías en las ornadas fuentes resecas, echaron mano del Espejo y se lo llevaron. Ya os lo podéis imaginar, amontonado en un carro entre los domésticos expolios de cuberterías patricias, pebeteros y candelabros cincelados. Así llegó a Toledo, con su magia y su maldición a cuestas, que la llevaba prendida en los fulgores de su pedrería como una lepra maligna que primero no se percibe y luego, cuando se manifiesta, es demasiado grande para atajarla. Cuando Tariq puso Toledo a sacomano, el Espejo vino a su poder. Unos dicen que lo habían ocultado en el castillo de Farás, a dos jornadas del Tajo, pero su alcaide, que era sobrino carnal del rey Rodrigo y a lo mejor hasta hijo suyo, lo entregó a cambio de su libertad y de la de sus concubinas. Otros dicen que Tariq lo encontró sobre el altar de la iglesia mayor de Toledo, como abandonado, el día de la angustia y de la gloria en que entró en la ciudad. El Espejo tiene seis pies que rematan en unas entre pezuñas de toro y garras de león, como dicen que se calzaban los grifos antiguos. Tariq arrancó uno de los pies y mandó a su orfebre que cincelara otro semejante pero de menos ley. Sólo las perlas que cargaba el pie expoliado valieron por encima de los doscientos mil dinares. El castigo por esta acción reprobable alcanzaría a Musa, pero no fatigaré a mi audiencia contando lo que de todos es sabido. Cuando el califa de Damasco, el supremo, recibió nuevas del hallazgo del Espejo de Salomón, quiso poseerlo para contemplar continuamente la cara de su grandeza. Por lo tanto mandó a un mensajero con carta escarlata ordenando que se lo enviasen inmediatamente por tierra. Se conoce que recelaba tempestades o argucias o tal vez seguía el consejo de algún astrólogo. El Espejo bajó de Toledo y atravesó Sierra Morena en un renqueante carro con quinientas lanzas delante y otras tantas detrás, todas empenachadas con el negro color del omeya. El día que pasaron el vado de la Victoria acamparon, ya de atardecida, en el llano que hay debajo de Calzona, donde los caleros dicen que si escarba un poco aparecen osamentas monstruosas y labrados mármoles remotos. Allí pusieron sus centinelas y se durmieron en el apacible regazo de la noche, la silenciosa, la llena con los cánticos de los grillos, la repleta con el croar de las ranas, la atiborrada con el trompeteo de los mosquitos. Cuando el día levantó sus banderas, mostrando otra vez la belleza del mundo, el jefe de la guardia soltó un alarido como si lo hubieran capado, que terminó de despabilar al campamento todavía soñoliento. El hombre no se lo pensó dos veces: echó mano de la filosa daga, clavó la empuñadura en el terronal y se lanzó resueltamente encima de ella muriendo en el acto. Sus compañeros, recelando la causa de un suicidio tan absurdo, echaron mano del carro y hallaron que el Espejo maravilloso había desaparecido. Dispersáronse las mil lanzas, temerosas de que el castigo los alcanzara a todos indiscriminadamente, como así fue. Ninguno pudo sustraerse al largo brazo del califa: unos se pudrieron en las minas de azufre, con los ojos hinchados y la espalda hecha una pura llaga, otros en el potro del tormento, y los que finalmente confesaron lo que no sabían se desangraron luego crucificados entre un perro y un gallo. El califa de Damasco se quedó sin Espejo de Salomón pero la maldición tenía tal fuerza que, a pesar de todo, su familia fue exterminada. Y ahora me preguntaréis: ¿donde se encuentra la joya maravillosa, qué se hizo con ella? Pues habéis de saber que anda muy cerca de aquí, soterrada en el vientre de la montaña, de seguro que todos los que me escucháis habéis pasado más de una vez por encima de ella y de sus fulgores. Justamente ahí, en el cerro blanco que, como sabéis, está hueco por dentro y lleno de gargantas, callejones y pasadizos y grutas tan enmarañadas y llenas de peligrosos laberintos que hace ya mucho tiempo que no se arriesgan a penetrar en él ni los más valientes. Sólo queda memoria de los que se aventuraron una vez y no regresaron de sus tinieblas. Quienquiera que fuera el que robó el Espejo de Salomón fue a ponerlo en el lugar oscuro fuera del alcance de los hombres. Ahora el Espejo pertenece solamente al Lagarto. Mi abuelo tenía memoria del día en que el manantial de la Melena expulsó una perla del tamaño de un hueso de aceituna y eso es todo lo que se ha sabido del Espejo de Salomón y lo que prueba que está guardado en sus subterráneos. Esas aguas, que salen frías después de lamer todas las recónditas vísceras de la montaña, divulgan, en su lengua fluvial, el secreto; sólo ellas saben dónde está el Espejo y quién lo guarda. Pero las lenguas de las fuentes son como las de los pájaros: el que penetra su arcano muere inmediatamente y sólo los que alcanzan el Paraíso entienden sin daño. Calló el ciego y pareció que quedaba pensativo. Entonces uno de la audiencia le puso dos monedas en la mano y le dijo: -Sigue, Sahil, cuéntanos cómo viste el Espejo y recorre el camino del estilo sublime para que nuestras orejas se adornen con los zarcillos de tu elocuencia. ¡Oh, concurrencia distinguida!: haréis bien en fijaron en este que ha hablado, pues aparecerá otra vez en este cuento y alcanzará un papel breve pero sustancioso. Era un hombre alto y membrudo que vestía el sayal embreado de los buhoneros, y todo el tiempo que el ciego habló lo estuvo escuchando con profunda atención, como atestiguaban los profundos surcos de su frente. Y ahora tornemos a Sahil -¡Sí! –dijo el ciego-. ¡Yo he visto el Espejo y he logrado sobrevivir, pero estoy ciego! No hay cosa en el mundo que no se refleje en él: lo que fue, lo que es y lo que será, lo que ocurrió a tus abuelos, los que acontecerá tus nietos, lo que has visto, lo que verás..., todo ello te espera al otros lado del laberinto (47-52). Quiso la fortuna (pero todo está en manos de Alá, el piadoso) que aquel año el manantial de la Malena se hubiese secado casi por completo. Aprovechando esta circunstancia, Abdul penetró por su boca en el vientre de la montaña. Allí se encontraba cuando lo sorprendió el Terremoto y conoció el horror y el supremo encogimiento de ombligo cuando las cinco cuevas se desplomaron sobre su cabeza. Pero el poder del Espejo se apiadó de él y preservó su vida. Quizá me preguntarán los más curiosos de entre vosotros: ¿y por qué preservó su vida? Os lo diré: no lo sé. Si lo queréis saber no me lo preguntéis a mí, preguntádselo a Alá. Quizá fuese porque Abdul lo había aliviado de su soledad y de su secreto. El caso es que el hombre volvió entre los hombres a los siete días justos de haber penetrado en la montaña y los que ya desesperaban de volverlo a ver con vida fuéronse a él y lo rodearon ansiosamente, esperando el relato de cuanto había visto y vivido entre el vientre del abismo, pero Abdul al-Hazred sólo balbucía palabras incoherentes y tenía la vista lela, perdida en el cielo. El cabello se le había vuelto blanco y babeaba continuamente como un bendito de Alá: en resumen, que había entontecido. Lo dieron por loco y se apartaron de él, y él, alejado de la compañía humaba, pasaba las noches en el cementerio de la Alcantarilla y pacía la hierba como las cabras. Un día abandonó la ciudad y regresó a su tierra. No se dirigió al desierto de Rub al-Khali, como había prometido, sino más al norte, a Dhana, al desierto escarlata donde habitan los espíritus del mal. De allí lo sacó la luz para conducirlo a Damasco, donde tomaba el sol en la plaza y las buenas almas le daban limosna. En la casa de los locos que fundó el califa (sobre él la bendición por eso) lo dejaban estar en un rincón umbrío y el ecónomo se apiadaba de él y le daba papel y tinta para que escribiese su libro. Una mañana fue arrebatado de en medio de una multitud por un monstruos invisible que lo devoró allí mismo, mutilándolo horriblemente en medio de más de mil testigos encadenados por el miedo que les encogía el ombligo, a cada cual el suyo. Ése fue el último hombre que conoció los secretos del Espejo de Salomón (56-57). -Escucha lo que voy a decirte, hijo mío, y te ganarás unas monedas de oro, pero del Altísimo recibirás una recompensa mayor, pues él te guardará largos años y te hará venturoso. Existe un hombre que tiene una cicatriz que le parte el ojo izquierdo, aunque no se lo inutiliza, y un tatuaje en la muñeca derecha que representa la mano de Fátima. Además le faltan dos dedos de esa mano. Algún día vendrá. Cuando lo veas, vete a él en secreto y dile que el nombre que busca en Muamar Beneka. ¿Lo recordarás? -Sí, el nombre que busca se llama Muamar Beneka –acertó a repetir Selim. -Eso es –suspiró, más tranquilo, el moribundo-. Si cumples el recado con precisión, el hombre de la cicatriz te recompensará. En esto la débil presión de la mano en el brazo de Selim se acentuó, alarmándolo, y el casi muerto hizo un esfuerzo como si se fuera a incorporar y advirtió: -Pero si traicionar este secreto o lo comentas con alguien, mi efrim se te aparecerá todas las noches y te atormentará hasta que te vuelvas loco, no lo olvides (64). Habéis de saber que tres días después de la muerte del templario no se hablaba de otra cosa en los zocos ni en las gradas de la mezquita, ni en los baños, ni en ninguno de los otros concurridos mentideros de la ciudad, cuando un nuevo escándalo vino a conmover al personal e hizo que las especulaciones sobre la muerte del forastero fueran prontamente relegadas a segundo término. El caso fue que dos tumbas de las más antiguas del cementerio de la Alcantarilla aparecieron abiertas y violadas y los restos que contenían esparcidos por el suelo como si hubiesen sido brutalmente desalojados por algún maníaco sacrílego. Lo extraño del caso era que las dos tumbas pertenecían a los difuntos que tenían idéntico nombre. Los dos se habían llamado en vida Abdalla Ardón, si bien ninguna relación de parentesco los unió, por lo que la coincidencia de los nombres parecía completamente casual. Los dos habían fallecido antes que sus respectivas esposas, como es normal que acaezca, sólo Alá sabe por qué. Todas las demás circunstancia eran dispares: una tumba pertenecía a un tintorero muerto cincuenta años atrás, la otra a un mercader de higos que falleciera hacía quince años (71-72). -¿Te suena de algo la Lámpara Tapada? -no, señor –dijo Selim, que en su vida había oído nombrar tal cosa. El alcalde escudriñó con atención el rostro del joven. Luego, cuando en su corazón hubo admitido la sinceridad de su respuesta, añadió: -Pues yo te diré lo que es, Selim. Es una hermandad secreta integrada por algunos musulmanes renegados que han pactado con los cristianos para entregar al-Andalus a los alfonsos.- Se detuvo un momento y, bajando su tono de voz al de la persuasión, preguntó-: ¿Eres buen musulmán? -Creo que sí –respondió Selim con vehemencia-. Ya he memorizado el Sagrado Corán. Soy portador del Libro y guardo sus preceptos en mi corazón. -Eso me satisface –dijo Numayr-, porque entonces estarás dispuesto a colaborar conmigo. Ese hombre que murió en las ruinas de Sara la goda era, como sabrás, un fraile cristiano. Venía a entrevistarse con os renegados de la Lámpara Tapada, esos gusanos que labran incesantemente la ruina del Islam. Es posible que algún salteador o algún bandido lo siguiera a las ruinas y lo asesinara para robarle. En cualquier caso cabe esperar que algún miembro de la Lámpara Tapada quiera interrogarte sobre el templario. Si eso ocurre, acude inmediatamente a mí y denuncia al que lo haga (78-79). -La batalla de mañana pudiera sernos adversa. He consultado al astrólogo y por ese y otros signos así parece que será. Y tanto si lo es como si no lo es, hay muchas posibilidades de que los andalusíes llevemos la peor parte, por lo cual yo pudiera alcanzar el galardón de ser inscrito en el número de los bienaventurados que gozan del Paraíso. Por eso te quiero decir ahora cosas que guardaba para decirte más adelante. Selim miro a su padrino e iba a decirle algo, pero él contuvo sus palabras con un gesto y prosiguió: -Ya has oído hablar de la Lámpara Tapada y en el futuro es muy posible que vuelvas a saber de ella. Tu padre (al que Alá tenga en su compañía) pertenecía a la Lámpara Tapada. Yo pertenezco también, por eso te envió conmigo, para protegerte de los que te podrían hacer daño, pues algunos te creen depositario de cierto secreto que muchos buscan. No, no creas que te voy a pedir que me reveles ahora. Ya lo harás a quien debas, llegado su momento. Pero, por si mañana pereciera en la batalla, te quiero instruir acerca del sentido de la Lámpara Tapada. En esta hermandad hay hombres de las tres religiones e incluso algunos que profesan no pertenecer a religión alguna. Tiene por objeto el establecimiento de la sinarquía universal. -No entiendo eso –se atrevió a decir Selim. -Quiere decir –explicó ibn Anas- el gobierno de la razón, pues cuando el hombre se remonta en el camino de la sabiduría y trasciende las apariencias de las actuales religiones enfrentadas advierte que más allá existe un punto donde todas las líneas confluyen, motivo por el cual una misma realidad justifica y ampara a todas las creencias de los hombres, aunque parezcan distintas y hasta irreconciliables y enemigas. ¿Comprendes? Pero esta doctrina es vista con sospecha por las autoridades eclesiásticas, tanto musulmanas como cristianas, pues en la religión (tal como ellas la entienden) se mezclan intereses económicos y políticos ajenos a Alá. Por ese motivo persiguen a los miembros de la Lámpara Tapada. Debes saber que a cualquiera de ellos, sea musulmán o cristiano o judío, podrás acudir en el futuro cuando necesites protección, si bien mi consejo es que no te confíes fácilmente a nadie, pues la hermandad ha sido infiltrada y existen traidores en ella. Por eso murió el templario que encontraste en las ruinas de Sara la goda (todas estas cosas las conozco por tu padre) y por esto morirán todavía seguramente algunos hombres. Tocante a los cristianos, la Lámpara Tapada está muy extendida entre los frailes templarios, pero no todos pertenecen a ella ni saben del secreto, así que, llegado el caso, no te confíes a cualquiera. Y ahora regreso a mi tienda pues he de prepararme para mañana. ¡Que el Altísimo te conceda su misericordia! (125-126). Al caer la tarde el campo estaba cubierto de cadáveres de musulmanes y los caballeros cerraron filas en el llano y se tomaron un breve descanso para que algunos cambiaran de caballo antes de acometer el corral del Miramamolín. Y el rey Alfonso de Castilla, el asolador de naciones, el hendidor de escudos, el perforador de corazas, el expugnador de lugares inexpugnables, el destetador de infantes, el forzador de fortalezas, el quemador de sembrados, el hijo de la gran puta, puesto al frente de ellos tremoló el estandarte y les gritó: «Por Castilla y santa María, no dejéis ni uno con vida, destripadlos a todos, arreadles fuerte en las cervices!». Tras de lo cual abatieron las lanzas y cargaron. Nada pudo detenerlos, pues ni los muros de Babilonia hubieran bastado para frenar aquella avalancha de hierro. Viendo que todo estaba perdido, el Miramamolín y su consejo escaparon a uña de caballo para poner a salvo las reliquias de ibn Tumart y de al-Mumín y todos los grandes almohades, no fueran a caer en manos cristianas, por las que serían profanadas. Y los que vivos quedaban en el campo, cuando vieron que los jeques se ponían a salvo, pensaron cada uno para su corazón: «Más vale que digan aquí huyó que aquí murió», y cada cual escapó por donde pudo, desamparando armas y estandartes, aunque algunos tuvieron vergüenza y se quedaron a morir como creyentes, por lo que Alá los colocó en el cielo a su diestra aquel mismo día (133). -Había oído hablar de él –dijo Fernando-. ¿Cuáles son las otras maravillas? -Las otras son el manantial de la Malena y la Madre de la Sangre. El manantial que digo es un chorro de agua tan grueso como el cuerpo de un buey, el que sale de la roca de la montaña. Es frío y saludable y no se agota ni decrece nunca. Mueve tres molinos, alimenta dos baños y seis tenerías, calma la sed de toda la ciudad y aún le sobra caudal para regar las huertas del Poyo. -¿Y la Madre de la Sangre? -Esa es la maravilla encubierta –dijo Selim-. Yo nunca la he visto, señor. Es un carbunclo que pertenece a los Numayr, una noble y antigua estirpe. Uno de sus ancestros, un héroe llamado Aqab, penetró en el seno de la montaña donde un reptil monstruoso custodiaba el Espejo de Salomón y le dio muerte y arrancó esa joya del Espejo para testimoniar su triunfo. La piedra está incompleta, pero así y todo tiene la virtud de curar las llagas. Dice la leyenda que cuando al trozo de los Numayr se le una el que le falta, cuyo paradero sólo Alá conoce, pues está perdido, los dos rubíes se fundirán para siempre y sucederán muchos prodigios (198-199). -He cometido muchos grandes pecados, hijo mío, de los cuales me arrepiento ahora, ya sin poder para enmendarlos. Mas todo lo hice llevada por el gran amor a la casa Nasr y por procurar su engrandecimiento. Debes saber que yo di mala vida a tu madre y contribuí a su locura con mis cocimientos, aunque no la envenené como hice con Meranu-Sunna, que me quería mal. También debes saber que aquel templario al que hallaste en las ruinas de Sara la Goda lo hice matar yo, y esta historia conviene que la sepas bien pues aún colea y puede traerte daño. ¿Tú estás al tanto de lo que la Lámpara Tapada era? Selim asintió con la cabeza. -Bien –prosiguió Habiba sin soltarle la mano-. Tu padre, al que Alá tenga en su seno, con el que voy a reunirme enseguida, pertenecía a la Lámpara Tapada y era uno de sus más señalados miembros. Y como yo entrara en sospechas de que tenía un grave secreto me hice pesado yugo en su cerviz y no paré de insistir hasta que me lo contó todo, aunque me hizo jurar que no diría palabra, pero yo quebranté el juramento, como otros muchos, y pensé que el sueño de un gobierno pacífico en el que todos los creyentes de cualquier fe vivieran como hermanos era como pensar en ver abrevar juntos a los lobos y los corderos. –Hizo una pausa y suspiró-. Lo sigo pensando todavía. entonces vi que si la Lámpara Tapada andaba en busca de ese talismán de Salomón, si nosotros nos hacíamos con él antes que nadie, esta casa se podría engrandecer lo indecible y mi hijo Mohamed, al que tanto amaba, podía llegar a ser grande entre los grandes y emir de todo el imperio y de sus límites hasta donde los hombres tienen noticias de que la tierra llegue. A este proyecto me apliqué, de acuerdo con el mayordomo Saqati, que me era fiel como un perro pues de mí estaba enamorado, y al que, más adelante, temiendo sus indiscreciones, hube de matar también. Alarmando por tan terribles revelaciones, Selim intentó retirar la mano y desasirse de aquella harpía, pero la anciana la tenía fuertemente agarrada. Espantado, preguntó: -Pues, ¿a cuántos has matado, madre? -A muchos, hijo, a muchos. Pero eso importa poco: cuando se mata al primero todo lo demás viene solo y se hace fácilmente. Las cosas se torcieron porque el templario de marras se receló algo y no dijo el nombre verdadero de la tumba en la que había que buscar. Ahora que voy a morir sólo quiero hacerte una pregunta y te conmino a que contestes la verdad y tengas piedad para esta anciana que no se quiere ir de este mundo sin tu perdón y sin satisfacer esa curiosidad. ¿El templario te dijo el verdadero nombre de la tumba? Selim titubeó un momento. Después pensó que de nada podía servir que la anciana supiese la verdad y, por otra parte, decírsela después del hábito de ocultarla durante tanto tiempo le resultaba penoso en exceso, así que mintió y dijo: -No me dijo nada, madre. Cuando yo llegué a él ya estaba muerto. La anciana soltó la mano de Selim con rabia no disimulada y, cambiando el tono de la voz, que le salió mucho más entera, hasta el punto que Selim pensó por un momento que lo de su agonía era puro fingimiento para sonsacarle el secreto, le espetó: -¡Siempre has sido un perro embustero, tenías que haber nacido cristiano! ¡Vete donde yo no te vea y déjame morir en paz! Iba a salir Selim, cabizbajo, cuando la anciana levantó a medias la cabeza para mirarlo y le dijo: -También envenené a tu padre cuando se empeñó en confesar al capítulo de la Lámpara Tapada que yo estaba en el secreto. Temí que nos mataran a los dos y yo tenía que vivir para mi hijo Mohamed. Pero ahora me arrepiento de todo ello en el trance de morir y quiero que tú me perdones (266-268). -Hace exactamente cuarenta años que te viste implicado en un caso de asesinato. ¿Lo recuerdas? Cuando mi padre adoptivo ibn Sahid fue a interrogarte en la casa de Nasr yo lo acompañaba. -Me acuerdo muy bien, Kolo –dijo Selim., pues esas cosas nunca se olvidan. El difunto resultó ser un cristiano que se hacía pasar por creyente. Un templario, creo. -Esto es exacto. A los tres días de ocurrida aquella muerte dos tumbas de la Alcantarilla aparecieron profanadas, las dos contenían los restos de dos hombres que se llamaban del mismo modo: Abdalla Ardón. -También lo recuerdo –dijo Selim-. Aquel episodio dio mucho que hablar. Culparon a los magos del asunto, creo. -Y dos días más tarde mi padre adoptivo (al que Alá tenga en su seno) murió cuando estaba muy cerca de resolver el asunto. -Fue una pérdida dolorosa para la comunidad de los creyentes –dijo Selim-, pues era un hombre justo y bondadoso al que la gente honrada apreciaba y los sabios hacían un lado en su tertulia. Pero no veo qué importancia puede tener todo aquello en las actuales circunstancias. Kolo se mesó la barba reflexivamente y escogió las palabras de su respuesta. Sólo entonces notó Selim que con los años había engordado considerablemente y ahora parecía mucho menos terrible que cuando lo perseguía por las calles de la ciudad. -El tiempo no ha cerrado el caso, Selim, o de cualquier modo, para mí permanece abierto. A Ibn Sahid lo envenenaron con cicuta o beleño, pues el cadáver se tornó azul oscuro antes de adquirir la rigidez de la muerte. Al Padrani, el perfumista, es especialista en venenos y me lo ha certificado. Yo hago la vista gorda a ciertas actividades suyas y él me ayuda, a cambio, a resolver los casos de envenenamiento, que son desagraciadamente cada vez más frecuentes en estos días. Los hijos y los sobrinos tienen prisa por heredar. -Y no los culpo –comentó Selim sacudiendo tristemente la cabeza-. En estos tiempos que vivimos nadie da un ardite por el porvenir. -Quizá sea una actitud lógica –admitió Kolo-, pero mi trabajo consiste en buscar y castigar delincuentes, no me preocupa el mañana, me preocupa la justicia de hoy. Hace cuarenta años se cometieron aquí dos asesinatos que han quedado impunes. Tengo motivos para pensar que estuvieron relacionados, que la violación de tumbas también lo estuvo y que tú no dijiste la verdad en aquella ocasión. Por eso he venido a pedirte ayuda (280-282). -Bien –dijo Selim después de reflexionar-. Todavía no me has explicado cómo sabes lo del templario que me confió un nombre. -Todo está en los pergaminos, señor. Los escribió Berenguer de Peramola, el que murió en Muret, y en ellos se dice que tú eres el depositario del nombre de la tumba. Así que yo he venido a traértelo todo, como por encargo de los perfectos, aunque estén todos muertos. No sé qué querían hacer ellos de todo esto. Quizá tú lo sepas (289). -En tiempos de nuestros primeros omeyas (ya ha llovido desde entonces) existía en la ciudad oriental de Susa, en Mesopotamia, una academia judía cuya fundación se remontaba al tiempo en que los romanos asaltaron Jerusalén y saquearon su templo. Durante muchas generaciones, aquella academia talmúdica veló celosamente por la transmisión de los secretos del Espejo de Salomón. No todos los discípulos de la academia perseveraban en el estudio y la esperanza hasta que les llegaba la muerte. A muchos, después de lustros de arduas elucubraciones, les ganaba la desesperanza y abandonaban la empresa, persuadidos de que nunca existió tal Espejo de Salomón, y decidían que se trataba tan sólo de una leyenda talmúdica o de una broma pesada que algún antecesor de la escuela había tramado para atribulación de sus sucesores. Pero otros estaban fervientemente convencidos de la existencia del Espejo, del que sólo sabían que había ido a parar a algún lugar de Occidente (292). -Lo que quiso la Lámpara Tapada, la hermandad y concordia de todos los pueblos bajo el solo dominio de la tolerancia y de la ley, ya no es posible, pues hoy la maldad y la codicia se han hecho más poderosas que la virtud. La Lámpara Tapada está dispersa, murieron los que la sustentaban y sólo prevalecen los que andan con las armas en la mano. Y, créeme, a nadie resulta más doloroso que a mí admitirlo, puesto que fue mi antepasado, el gran ministro, el que fundó la Lámpara Tapada, el mismo que llevó las averiguaciones hasta el límite que le fue permitido. Pues él, para que lo sepas, dedujo que Abdul al-Hazred, el loco, había hallado el Espejo, pero algún error en sus invocaciones provocó el Terremoto: ésa es otra prueba del poder del Espejo. El gran ministro estuvo en contacto con los sabios judíos de Constantinopla y por ellos supo que allí y en Damasco quedaban todavía algunos estudiosos que se decían discípulos de Abdul al-Hazred, así como de un libro que el loco había legado a sus seguidores antes de ser devorado por la bestia. Como sabes, el gran ministro persuadió al califa para que lo enviase a Constantinopla en calidad de embajador. Desgraciadamente hubo que excluir Damasco, donde le habrían cortado la cabeza por servir a un omeya. -Me hago cargo –dijo Selim-. Prosigue. -Bien. En Constantinopla conoció a un sabio griego, llamado Theodorus Philetas, que estaba traduciendo a su idioma el libro de abdul al-Hazred. En la traducción de Philetas se llama Necronomicón. Berenguer de Peramola, el templario de la cicatriz que te salvó en las Navas, tradujo el Necronomicón al latín. También sé que el papa Gregorio IX prohibió esta traducción hace pocos años, quizá porque procedía de Peramola, que murió luchando del lado de los herejes cátaros. Volviendo a lo del Espejo, el Terremoto hizo que se desplomaran las cinco cuevas de la montaña y se perdió el acceso que había llevado a Abdul al-Hazred hasta el lugar del Espejo. Pero, a pesar de todo, Abdul encontró una salida por entre el dédalo de galerías que el derrumbamiento había creado. Éste es el verdadero laberinto, y el loco levantó plano de esa salida. -Es decir –dijo Selim-, que no se excluye que pueda haber otras. -Al parecer existen muchas galerías –repuso Hasday-, pero sólo ha quedado una que conduzca al Espejo, las otras se pierden en la entraña de la montaña, se entrecruzan, se bifurcan, se cortan a veces..., no llevan a ninguna parte. Al parecer el gran ministro dio finalmente con el plano de Abdul al-Hazred y caviló la manera de legarlo sin dejar un documento que pudiera caer en manos extrañas y levantar sospechas. Por eso inventó un juego infantil que contenía todos los elementos del laberinto, un juego cuyo estudio posibilitaría al portador de la señal dar con el camino correcto para llegar al Espejo de Salomón. -Y ese juego debe ser el de la Traganta –aventuró Selim. -Ese es –corroboró el judío-. Ese juego que adorna el suelo de este patio donde tantas veces jugábamos tú y yo de niños. En ese juego está la clave del poder el mundo y la restauración Israel, con la que el gran ministro soñó. Cuando se alcen de nuevo los dinteles de la cada de Abraham, ahora sumidos en la negra hierba donde pululan los lagartos (295-296). -Mañana mismo iremos en su busca, si los astros son propicios –dijo Selim. -Necesitaremos –advirtió Hasday- dos cosas: la Madre de la Sangre que tienen los Numayr y el trozo de la Madre de la Sangre que dice tener el cristiano venido de Aragón, porque juntos componen el ojo del Espejo que ha de engastarse en su centro para que se reactive su virtud (300-301). ¡Prestad oído porque aquí viene la parte más solemne del cuento, la que os asombrará hasta el ápice del asombro! cuatro hombres descendieron al vientre de la montaña en busca del Espejo de Salomón: Selim Nasr, Hasday Ben Chaprut, Arnaldo Borrel y Mohamed Numayr: el primero porque quería salvar la ciudad amenazada; el segundo, porque creía cumplir la antigua profecía que terminaba con la diáspora de su pueblo; el tercero, porque quería alcanzar la gracia de un Dios al que nunca entendió y el cuarto, porque ambicionaba riquezas, pues había nacido en casa noble y pobre y, en esas condiciones, la pobreza es un pesado don de Alá que difícilmente se sobrelleva (302). Entonces el judío juntó los dos pedazos de rubí y vio que casaban, como partes de una misma piedra que eran, y que después de cuatro siglos volvían a juntarse como antaño estuvieron sin rastro de mella ni rotura. Adelantóse Hasday y depositó la Madre de la Sangre en el centro del Espejo, en su engarce, el llamado la matriz del mundo. ¡Día entre los días, día señalado por el portento y el misterio que abre los arcanos! ¡Día como no habrá otro! Pues el resplandor que aquel objeto emitía se creció como si mil soles dentro de él se contuvieran, de modo que Selim y Borrel hubieron de cerrar los ojos y protegérselos como las manos, pero el judío mantuvo los suyos muy abiertos y aproximándose hasta el borde del Espejo, como de un abismo, se inclinó sobre él, sin osar tocarlo, y leía en su superficie deslumbrante los venerables signos y descifraba los arcanos misterios. Así transcurrió el espacio de una hora y los otros se habían retirado al otro extremo de la gruta porque allí el resplandor era más soportable, pero Hasday perseveraba en su lectura sobre el Espejo de Salomón y estaba como en el centro de una quieta hoguera que lo envolvía y ardía sin consumirlo, ajeno al mundo, su ánimo suspenso. Y después de largo rato, cuando se volvió hacia sus compañeros y descendió con paso vacilante, como de borracho, las tres gradas de piedra que conformaban el altozano, los otros vieron que el brillo del Espejo los había impregnado y lucía en todo su contorno como si un halo de invisibles llamas azuladas brotaran de él y lo ungieran. Y ellos lo observaban con pavor y reverencia y notaron que, aun siendo todavía los suyos, los rasgos de Hasday, su rostro y su persona toda se había transfigurado y aparecía más limpio y elevado, como si fuera ahora espíritu desprovisto de toda material sustancia. Y no osaban hablarle por miedo a que el rayo del Altísimo los aniquilara, pues les pareció que estaban en presencia de un santo, pero él fuese para ellos y les dijo con su voz acostumbrada: -Ahora, amigos míos, habréis de regresar solos porque yo me quedaré aquí velando el Espejo y la sabiduría de Dios, y habéis de saber que ante la inmensidad de los abismos que contiene no hay causa que merezca la intercesión de su poder, por esto las cosas del mundo que aquí nos han convocado seguirán su curso y Dios no intervendrá en ella ni el hombre con su poder las modificará (308).