El esclavo de Almanzor
Burgos, Dossoles, 2002
José Luis Rodríguez Plaza nació en Burgos en el año 1957. Estudió Medicina en la Universidad de Navarra y realiza su labor médica en Pamplona.
La profecía de Basquevanas (1996) Conexiones oscuras (1997) La flecha mágica (1998) Kowelzi: la trama turca (2000) El solitario (2000) El esclavo de Almanzor (2002) El criollo (2006)
A mediados del siglo X, Beltrán, Juan y Jimena se dirigían a recibir sus lecciones al monasterio de Valeránica, donde tuvieron noticias de la cercanía de las tropas musulmanas, dispuestas a perpetrar una de sus habituales razzias. Los soldados fronterizos no quisieron perder tiempo en avisar a los concejos de la zona, y Beltrán se fugó del monasterio para poner en alerta a su familia. El valeroso acto del muchacho no consiguió que los suyos sucumbieran bajo las espadas sarracenas, y el joven Beltrán fue hecho prisionero. De este modo, la vida de los tres hermanos cambió para siempre. Jimena se convirtió en dama de la reina Urraca, Juan inició una prometedora carrera de armas en San Esteban de Gormaz, y Beltrán fue vendido como esclavo al padre de Almanzor, del que llegaría a ser el hombre de confianza. Con el transcurrir del siglo, las desavenencias entre León, Navarra y la joven Castilla acabarían debilitando a la cristiandad, acosada por el poder del califato omeya y por la vertiginosa ascendencia del victorioso Almanzor, capaz de llegar con sus tropas al norte de la península gracias a las gestiones turbias de Beltrán. Los tres hermanos volverán a reencontrarse con el paso del tiempo y tras distintos desencuentros, pero mientras que Juan decida vender cara su vida en el frente castellano, luchando contra un enemigo que amenaza con hacer baldío el esfuerzo de varias generaciones de pioneros, Jimena querrá pasar su vejez junto a Beltrán, quien acabará sacrificando su vida para que el futuro de la joven Flámula, hija de Jimena, no tenga que estar marcado por el dolor que ellos tuvieron que sufrir.
Novela de recreación histórica
Franja media Reconquista Luchas entre reinos cristianos Califato omeya Almanzor
Semblanza histórica (9-15) a cargo de Juan José García González, Catedrático de Historia Medieval en la Universidad de Burgos. Prólogo, 17 (contextualizador): A finales del siglo X, en la península ibérica, la frontera cristiana de los reinos del norte y sus dominios interiores, sufrieron la pesadilla de los continuos y victoriosos ataques de las taifas cordobesas. Desde el ascenso al gobierno del califato de uno de sus más denodados enemigos, aquella lucha por la supervivencia se convirtió en un drama. Durante veinticinco años, el tiempo que estuvo en el poder el gran líder cordobés, conocido como Al-Mansur Bi Allah, gallegos, leoneses, castellanos, navarros y catalanes no obtuvieron victoria alguna sobre los ejércitos agarenos. Córdoba, por el contrario, vivió los momentos de su máximo esplendor y prosperidad; durante esos años, sus ricos mercados estuvieron repletos de productos más exóticos y caros, y de una ingente cantidad de esclavos... Para los reinos del norte fueron tiempos de derrota y deshonor, de sometimiento y de traición... Esta historia se desarrolla durante ese periodo. Epílogo (377-378), con los hechos históricos posteriores Cronología (379) Genealogía e los Condes Castellanos en el siglo X (380) Mapas «La España del Califato de Córdoba» (381-382)
Monje de Valeránica con fama de ser el mejor calígrafo del condado de Castilla. Florencio, que ha llegado incluso a ser consejero de los condes castellanos, vio en Beltrán y sus hermanos una inteligencia despierta a la que sacarle provecho. Tras la muerte de los padres de éstos, el monje velará por su futuro, asumiendo el rol de padre. Antes de morir, le confesará a Jimena sus sospechas de que Beltrán aún vive.
Hermano menor de Beltrán. La habilidad de Juan para las letras se hará patente tras el secuestro de su hermano, e irá acompañada de un interés cada vez mayor por el uso de las armas y la estrategia militar. Llegará a ser capitán y gobernador del castillo de San Esteban de Gormaz, donde morirá luchando contra las tropas de Almanzor, tras haber rechazado la oferta de llevar una vida tranquila con sus hermanos.
Primogénito de una de las familias de pioneros que ocuparon las tierras fronterizas de Castilla. La muerte de su familia llevó a Beltrán a desarrollar un odio visceral hacia la nobleza cristiana, aunque tampoco los musulmanes le concedieron siempre un trato mejor. Su inteligencia lo llevó no sólo a ser un prestigioso calígrafo, sino también un hábil mercenario y el hombre de confianza de Almanzor.
Hermana de Beltrán y Juan. La inteligencia de Jimena propiciaron que, aún joven, fuera destinada a servir como dama de la reina Urraca, a quien debería instruir en la lectura y la escritura, y a la que acabó ayudando en lances políticos. Tras dejar el servicio de la reina, Jimena matrimoniará con un rico comerciante judío. Marchará a Córdoba para buscar a Beltrán, y será vendida como esclava.
Hijo de Jimena, quien le puso el nombre en recuerdo de su hermano. Juan verá en los ojos de su sobrino la misma determinación que lo llevó a empuñar las armas, y lo llevará a San Esteban de Gormaz para adiestrarlo bajo su protección. Convertido en un bravo soldado, Beltrán llegará a herir accidentalmente a su homónimo tío. Cuando éste último colabore en la fuga de Ibn Baltri, el soldado pensará que su tío lo ha traicionado.
Noble caíd de origen franco que llegará a ser gobernador de Toledo. Musa Ibn Baltri, fiel a la causa de Almanzor, es un valeroso guerrero que heredó la importante fortuna del que fue su señor. Con ella comprará a la hija de Jimena, pero su nobleza lo llevará a devolverla a Beltrán y luego a cortejarla. Tal hecho hará que Beltrán contraiga con él una deuda que saldará liberándolo de las prisiones de Clunia.
El señor de Vimarhaes es presentado como el más poderoso de los nobles gallegos, caracterizados por su parquedad de palabras, su hosquedad y su apoyo l Vermudo, hijo de Ordoño III. Menéndez cruel con los enemigos y los espías, mandará encarcelar a Beltrán, que le lleva una embajada de Almanzor para que no se una al rey Ramiro. A partir de ese momento, Beltrán no renunciará a cualquier afrenta que pueda infligirle.
Del doble visir se destaca su fidelidad hacia la dinastía omeya y su desprecio por el antiguo hachib Al-Mushafí y su familia, seres corruptos y perversos. A partir de las campañas militares conjuntas, las diferencias entre Galib y Almanzor derivarán en una relación fraternal que llevará al doble visir a entregarle a una de sus hijas. La ambición de Almanzor, no obstante, acabará provocando la lucha entre ambos y la muerte de Galib.
El de las bellas manos, digno heredero de su padre, es un hombre belicoso cuya terquedad le causará problemas con los reinos vecinos y con los nobles de su séquito. García no pretende ceder ni un palmo de la tierra fronteriza de su condado, por lo que acabará abandonado por sus allegados y por su propio hijo, aunque tal fortaleza de carácter será apreciada por Almanzor, que lo considera su más digno enemigo.
La hija de Fernán González es presentada como una muchacha inculta a la que sólo se le han enseñado sus deberes como noble. Desenvuelta en los lujos de la corte y hábil para las intrigas, gracias a Jimena logrará escapar del repudio y la prisión de Ordoño III, a quien le era infiel, si bien no pudo librarse de los maltratos a los que la sometió Ordoño IV. Con el paso del tiempo, se convertirá en una mujer madura y seria.
La esclava llegada del norte de la península encandilará al califa Al-Hakam II con sus artes y su belleza, llegando a ser una mujer rica e influyente en la política del califato. Pronto Almanzor logrará embelesarla y gozar de sus favores en la alcoba, lo que aún le reportará a la favorita más poder. Sin embargo, pronto las murmuraciones se extenderán por Córdoba, y Almanzor compró a la esclava Yumn para acallarlas.
El padre de Almanzor es presentado como un respetado y piadoso erudito que comprará a Beltrán como esclavo para que su hijo aprenda la lengua de los cristianos. Abu Haffs, que ha sido consejero de Abd al-Rahman III y conoce los entresijos del califato, es consciente de que la cultura es un bien preciado, y tratará a Beltrán como un igual. Marchará a peregrinar a La Meca, viaje del que no regresará.
Tras la muerte de su padre, el que llegó a ser el hombre más poderoso del califato omeya renunció a la herencia paterna y marchó a Córdoba decidido a hacer fortuna. Aunque sus primeros pasos en la capital fueron bastante lastimeros, una vez convertido en alfaquí su desmesurada ambición y su falta de escrúpulos lo llevarán peldaño a peldaño hasta eclipsar al propio Hixam II.
-Hola, muchacho –le saludó uno de los prisioneros. Él se limitó a devolver el saludo con la cabeza- ¿De dónde vienes? -De un concejo próximo a Tordomar –contestó, escueto. El hombre le miró y no añadió nada, otro a su lado sí lo hizo. -No estamos muy lejos, me temo que eres el único superviviente, a alguien le habrás caído en gracia. Beltrán miró al hombre con una mezcla de sorpresa y temor. -¿Cómo decís? –interrogó, respetuoso. -Si, muchacho, seguramente mataron a todos los de tu pueblo. Él permaneció silencioso. El hombre que le había saludado primero miró con cierta ira al segundo, no hacía falta ser cruel con el chico, sospechaba que bastante sufrimiento le esperaba como para aumentarlo esa misma noche. No quiso preguntar nada más, dio por veraz y segura la información, y en silencio lloró la muerte de su gente. En aquel íntimo penar, un sentimiento de ira apareció en su mente: recordó al caballero altanero. ¡Él podía haber evitado la matanza de haber querido! Su corazón comenzó a albergar un sentimiento de rencor y odio hacia ese hombre y lo que representaba. Con el tiempo, seguramente lo extendería a todos los demás caballeros del norte, aquellos que abandonaban a su suerte a las pobres gentes que laboraban las tierras para ellos (53-54). Ellos no lo sabían, pero mientras les conducían hacia Córdoba como botín de campaña, el ejército sarraceno al mando de Kand, el general de Toledo a las órdenes del gran Abd al Rahman III, se acercaba a Nájera para atacar a las tropas castellanas y navarras. Aquella campaña fue un absoluto desastre militar cordobés. Kand, confiado por su poderoso ejército, dividió a sus tropas en dos cuerpos. Uno de ellos llevaba el encargo de acudir en apoyo de los Beni Hassin, que combatían al rey navarro. El segundo pretendía aplastar al conde Ferrán González, el Conde de Castilla. La confianza excesiva del general moro fue bien aprovechada por el conde castellano, que además contaba con el apoyo de una numerosa hueste de su amigo el conde de Saldaña. A ellos se sumó una tropa del mismísimo rey Ramiro de León, compuesta por setecientos caballeros al mando de su alférez, Osorio Muñoz. Para cuando ce conoció el fracaso de Kand, ellos ya se acercaban a Magerita. Supieron de la derrota, por los malos tratos a los que fueron sometidos desde entonces, hasta llegar a la gran capital de califato Omeya. A él nadie volvió a molestarle como mancebo; le alegró pensar que ese hombre, que había abusado de su inocencia, seguramente ahora yacía muerto en el campo de batalla de Nájera. ¡El viejo conde se había vengado por él! (60-61). -Florencio, supongo que Fernando os informará dentro de un rato –él miró interrogante-He de deciros que nuestro rey está muy enfermo –el monje centró aún más su atención, sabía que, de aquello que oyese, no debía comentarlo con nadie. La condesa prosiguió- Por consejo de mi marido, Ramiro pretende abdicar en breve en su hijo Ordoño. -Ya –se limitó a comentar, sabía que había algo más. -Pues además he de deciros que antes, seguramente dentro de un mes, Ordoño desposará a mi hija Urraca. Con ese matrimonio la alianza entre Castilla y León será más firme. -Creo que así será –afirmó él, experimentado en este tipo de acuerdos. -Vos sabéis que Urraca cuenta sólo con diecisiete años y desconoce las letras y las sumas –Florencio afirmó. Salvo excepciones como la condesa y su madre, pocas mujeres sabían leer. La mayoría de las jovencitas de la corte desconocían absolutamente todo tipo de cultura. Aquello ocurría también entre los hombres, que estaban más preparados para la guerra que para las letras. -Entiendo, señora, queréis que Jimena le acompañe a la corte y le ayude (73). Todo su cautiverio tenía un transfondo político militar. Se trataba de la falta de apoyo del gran Conde castellano al rey, frente a las huestes navarras que, comandadas por la reina Toda, pretendían imponer en el trono de León a su nieto Sancho. Si bien Fernán González no apoyó aquel intento de derrocamiento, tampoco hizo nada para evitarlo, se limitó a mantenerse al margen de la contienda. Por ello, si el plan de Ansúrez hubiese funcionado, con la repudia de su hija y su posterior encarcelamiento, se hubiera logrado que el padre colaborara en la defensa del legítimo monarca. Ordoño III, hombre rudo y buen militar, rechazó a los navarros y logró que Sancho «el craso» regresase acobardado a Pamplona. Meses después las tensiones entre el rey y el Conde se fueron difuminando. Ambos se necesitaban y lo sabían. En la primavera del año 954, las conversaciones de los embajadores obtuvieron los primeros frutos [...] (91-92). El primer reinado de Sancho el Craso no duró mucho más de un año. El conde de Castilla, arropado y apoyado por diferentes nobles de León, Galicia y las tierras fronterizas de la Extremadura, logró su derrocamiento. Durante unos meses las luchas en la zona cristiana occidental se prodigaron. Algunos sanchistas, apoyados por el infante de Navarra Sancho Garcés, intentaron hacer frente a los partidarios del conde de Castilla. Las tropas castellanas salieron victoriosas. Juan participó activamente en varios enfrentamientos, para entonces ya era un jinete consumado y un buen capitán de su pequeña tropa. Para sustituir a Sancho el Craso, los nobles rebeldes disponían de un sustituto. Se trataba de un hijo de derrocado Alfonso IV, el hermano del gran monarca Ramiro II. Con la intención de establecer una fuerte alianza, el conde Fernán González casó de nuevo a su hija Urraca. Por segunda vez la joven volvía a ser reina de León. Su padre, gracias a ello, se convertía en la mano derecha del nuevo rey, de nombre Ordoño IV, conocido entre los suyos por el sobrenombre de Ordoño «el malo». La causa de tal apodo se debía más a su incapacidad para el cargo, en comparación con los tres anteriores reyes que llevaron tal nombre, que a otra causa. La nueva estancia de Jimena en la corte le pilló más madura. De inmediato logró el respeto de todos en palacio, muchos ya sabían de su inteligencia y sabiduría. -Vuestro nuevo esposo es, en verdad, un hombre extraño –comentó un día con su dueña. -Sí, así es. Además de comportarse de forma estrafalaria, sus sentimientos están desprovistos de toda nobleza. Mucho me temo que no sea un buen aliado para mi padre. -Lo siento por vos, que sois laque le tiene que sufrir. La reina lanzó una carcajada. -Jimena, si el rey Ordoño III, que era todo un hombre, no me importunó mucho, no penséis que éste lo va a lograr. La dama no añadió comentario alguno, pero no estaba tan segura. Coincidía con ella en que el anterior marido había sido un hombre de demostrada capacidad, aunque ella personalmente no lo apreciase demasiado, por su culpa había sufrido nueve largos y penosos meses de cautiverio. Aún con eso, de este segundo se fiaba mucho menos, le parecía capaz de cualquier maldad. Por desgracia, el tiempo demostró que las suposiciones de Jimena no estaban descaminadas. Gracias al apoyo de su suegro, el nuevo rey fue aceptado por todos los nobles, incluso los condes gallegos accedieron a su entronamiento. En marzo del año 958 tuvo lugar una reunión en Santiago, el conde castellano firmó en segundo lugar, inmediatamente después del rey. Ese era el lugar preponderante que ocupaba en la política leonesa. Para entonces, sin que su padre lo supiera, la reina Urraca soportaba estoicamente los arrebatos de ira de aquel bastardo, su cuerpo había soportado más de una paliza de su marido. Como supusiera Jimena, aquel hombre no era noble, su sobrenombre le venía como anillo al dedo. Para desgracia de algunos, una nueva alianza se establecía al sur, en tierras cordobesas. Por medio de Hasday, el judío gran embajador plenipotenciario de Adb al Rahman, los navarros recibieron la oferta de ayuda del califa. El gran señor del alcázar cordobés les proponía un acuerdo: él se comprometía a curar la gran gordura de Sancho, el nieto de Toda de Navarra y aspirante al trono de León, y a facilitarles un ejército con el que combatir y expulsar al usurpador Ordoño IV. Ellos, a cambio, entregarían una docena de fortalezas leonesas al califato. La comitiva navarra, sin dudarlo, se dirigió a la gran capital de Al-Andalus con la vieja reina al frente. Aquella travesía les humillaba, plegarse ante el poder del monarca del sur no enorgullecía a la magnífica estadista de Pamplona. Aún así, la inteligente mujer valoraba los beneficios que su visita podían aportarle, y estaba segura de que compensarían con creces tamaño sacrificio. El Omeya cumplió su promesa y facilitó a los navarros un enorme ejército para que atacasen Castilla y León. A finales del verano, dos grandes columnas de combatientes cayeron sobre Castilla. Juan combatió fieramente contra el cuerpo de ejército que intentaba invadir el condado por la zona oriental. Pelayo González defendió el ala occidental, atacada por un antiguo enemigo del gran conde, Froila Velaz. El ejército navarro prosiguió su avance, los castellanos le plantaron batalla en el valle del Valpierre, cerca de Cirueña y Nájera. La lucha fue tremenda, tanto castellanos como navarros se batieron con dignidad. Después de dos jornadas, la victoria estaba por decidir, Juan formaba parte de una de las columnas de soldados a caballo. Al fin Fernán González logró inclinar la victoria hacia su bando, para ello tuvo que dar muerte al conde de Tolosa y batirse con el infante de Navarra, Sancho Garcés, e infringirle importantes lesiones. En aquella pelea, el magnífico conde también cayó herido. Castilla se salvó ese año; gracias a ello, al siguiente, la lucha se planteó íntegramente en León. Sancho, que ya no podía apodarse «Craso» gracias al milagro de Hasday, con su ejército árabe apoyado de nuevo por Fernando Ansúrez y otros nobles, atacó Zamora y expulsó de ella a Ordoño IV de León. El rey, derrotado y debilitado, de inmediato se retiró al norte. Esta situación favoreció a Urraca, que aprovechó la fuga de su indigno marido para huir de su lado. Con sus dos hijos, y acompañada de Jimena, regresó a Burgos, donde fue recibida por su madre, doña Sancha. Esa época fue dura para el condado de Castilla, su conde se sentía amenazado por grandes enemigos y todos ellos estaban aliados contra él. Juan peleó con valentía en San Esteban. Mientras, Jimena permaneció en Burgos, donde la situación parecía más segura. En medio de la contienda, la gran condesa burgalesa de origen navarro falleció. Días después el conde Fernando fue hecho prisionero en una emboscada navarra, conducido al interior de sus tierras y encerrado en una torre. Logrando de esa manera mantenerle alejado de la ira de los cordobeses. Durante semanas, Toda y los suyos se negaron a entregarlo al califa, incumpliendo así el acuerdo pactado en Córdoba. Durante el año 961, toda la zona norte de la península vivió en una gran confusión: Ordoño IV el malo, derrotado, se refugió en la capital del Al-Andalus; mientras, Sancho se entableció en León, adeudando desde ese momento varias fortalezas al califa Abd al Rahman III. La reina Toda mantenía preso al conde de Castilla en Navarra, y en el condado castellano, el noble Nuño Lain preparaba una importante expedición de castigo hacia Navarra, con la intención de recuperar a su líder. Para suerte de todos, aquella situación extrema se salvó gracias a un importante acontecimiento imprevisto: el gran califa Abd al Rahman III falleció el 16 de octubre del año 961. Los navarros aprovecharon esa tesitura para establecer un pacto con el prisionero castellano. El Conde Fernán González fue liberado por sus captores, al mismo tiempo, y como parte del trato, él se desposaba con otra de las nietas de Toda Aznarez. De nuevo, los desposorios de un noble contribuían deforma importante a los intereses de estado. Navarra y Castilla volvían a ser aliadas (98-101). Después de sus dos primeras campañas victoriosas, su unión con Galib era casi fraternal. Se enteró que Al-Mushafí, en un último intento por congraciarse con el general, había pedido la mano de su hija Asma para uno de sus vástagos. La joven, además de ser de una enorme belleza, era la hija preferida del militar y doble visir. Abi Amir comprendió que aquella unión podía tirar por tierra todos sus planes para llegar a ser Hachib, sin dudarlo se citó en secreto con ella. Beltrán hizo los posibles. El joven general y gobernador habló con la joven con la que ni se propasó, ni trató de seducir. Se limitó a cortejarla como si le interesase realmente, un mes después se atrevió a hablar con su padre y pedirle la mano. Galib, hombre de fuerte carácter, pero débil en la relación con su hija, consultó con ella las dos proposiciones que tenía. El mismo general tenía preferencias por abi Amir. Los hijos de Al-Mushafí le parecían tan despreciables como su padre, gente corrupta y parásita, que se limitaba a enriquecerse a costa del poder cordobés. Asma había sucumbido para entonces ante los encantos de Abi Amir y no dudó, prefería al joven general. El día primero del año 978 se desposó con el malagueño; la fiesta fue espléndida, la mejor que recordaban los habitantes de la capital. Una vez logrado ese objetivo, sus intrigas dentro del alcázar prosiguieron. El 26 de marzo de ese año logró o que tanto tiempo llevaba planeando. Al-Mushafí, sus hijos, sus sobrinos y demás familiares cercanos fueron encarcelados y destituidos de todos sus puestos y posesiones. Los cargos no debían ser muy importantes, puesto que el proceso que se les instruyó duró cinco años, y finalizó con la muerte natural del antiguo Hachib y sin condena firme. Inmediatamente después del encarcelamiento, Abi Amir convocó una reunión del gobierno, la presidía Hixem II. En ella el califa debía nombrar al sustituto del Hachib detenido. Adelantándose a ese momento, durante los meses anteriores, la sultana había recibido nuevas muestras de amor por parte de Abi Amir. De esa manera, llegado el momento, sin dudarlo, aconsejó a su hijo lo que él mismo pensaba. Muhamad Abi Amir sería el nuevo Hachib del califato de Córdoba (194-195). La travesía hasta las costas gallegas duró una semana. En dos ocasiones se acercaron a tierra, en el puerto de Olisipo (Oporto) y cerca de Conimbriga (Coimbra), donde repostaron agua y viandas para el resto de la travesía. Su destino final era Caronium (La Coruña), desde allí descenderían en caravana hasta el palacio de Gonzalo Menéndez, señor de Vimarahes. Beltrán sabía que corría un alto riesgo en ese viaje, aquellas tierras eran hostiles y peligrosas. Uno de los condes, Gonzalo Nuñez, hombre ya mayor, era famoso por ser el principal sospechoso del envenenamiento del rey Sancho el Craso. Nunca pudo demostrarse, y por tanto enjuiciar, pero se trataba de un secreto a voces. Al otro, Gonzalo Menéndez, se le consideraba en aquel momento el más poderoso de todos los señores gallegos. Se trataba de un hombre de una edad y una ambición parecidas a las de Muhamad. Poseía un ejército importante y dinero abundante para poder aumentarlo en cualquier momento. Por su cuerpo corría sangre vikinga y de ahí debía surgir su conocida crueldad. Tenía por costumbre torturar a sus prisioneros, para luego matarlos. Sus mazmorras permanecían vacías habitualmente; según su opinión, no merecía la pena gastar nada en mantener vivos a los presos. Siendo enemigos, estaban mejor muertos (239-240). Un mes después se produjo el ataque sobre León, el asedio duró pocos días. Conocedores de sus defensas, los sarracenos atacaron la muralla occidental. El gobernador de León, Gonzalo González cayó defendiéndola bravamente. Una vez tomada la gran capital y saqueados todos sus alrededores, Almanzor dio la orden de que fuese totalmente derruida. -Sólo quiero que permanezca en pie la gran torre próxima a la puerta septentrional –ordenó a su gente-. Eso recordará a los leoneses lo importante que fue su capital, antes de que yo la atacase. Espero que les sirva delección y doblegue su orgullo. Nadie objetó nada, ni Beltrán. León había dado al gran líder muchos quebraderos de cabeza y estaba dispuesto a zanjar el asunto. Gracias a esa campaña, en varios años la zona leonesa no osaría dudar de la autoridad de Córdoba, ni la del gran Hachib y general, del famoso Al-Mansur bi-Allah (280). Llegados a ese punto, la situación parecía propicia para todos: El muchacho conservaba su vida; el Hachib recuperaba el respeto de su gente, y García ganaba una batalla en su condado; puesto que sin ceder a pagar los tributos exigidos por el enemigo, lograba la retirada de su ejército. Dos días más tarde, habida cuenta de las condiciones, se acordó la entrega. Escoltado por un destacamento castellano, Abd-Allah salió de la fortaleza. Vestía una túnica de brocado de seda y montaba una mula finamente enjaezada. A medio camino les salió al encuentro una partida sarracena al mando de Saab, un relevante funcionario de la corte. Tras un breve diálogo entre ambas patrullas, los castellanos entregaron al muchacho y volvieron grupas en dirección a San Esteban. El destacamento cordobés inició la marcha. Durante la primera parte del viaje Saab habló distendidamente con Adb-Allah, el príncipe llegó a creer que realmente su padre le perdonaba la vida. Pasado un buen rato, el funcionario retrasó su paso respecto al de la comitiva, este momento lo aprovecharon los soldados para indicar al chico que bajase de la mula. Él, aún sabiendo lo que se le avecinaba, obedeció. En ese mismo lugar, después de permitirle que realizase sus oraciones, Adb-Allah fue ajusticiado. A media tarde, envuelta en un paño, llegó a manos del padre la cabeza del joven. Con aquel sádico trofeo, consideró que la campaña había finalizado con éxito. El mensaje aparecía claro, había sido capaz de movilizar todo un ejército sólo por lograr que los castellanos cedieran a sus pretensiones. Una vez más, para evitar malas interpretaciones y habladurías, el Hachib ordenó la inmediata ejecución de Saab por extralimitarse en sus funciones. De esa manera envío al pueblo otro mensaje: realmente él no había dado la orden de ejecutar a su propio hijo, sólo pretendía llevarlo a la capital. Beltrán sintió rabia, su amigo le había engañado completamente; comprendió tarde la verdad, y sintió horror ante los actos del primer ministro. Hubo un momento en que llegó a creer que Muhamad iba a perdonar la vida de Adb-Allah. Tenía que haberlo sospechado, sabiendo como sabía, que desde el principio Al-Mansur odió a aquel muchacho. Sus efusividades juveniles, que le impidieron guardar el tiempo preciso de abstinencia con la madre del chico, la esclava Ermesenda, que Muhamad llamó Yumn, provocaron el que siempre sospechase que aquel niño no era fruto de su sangre. Aún así, gracias a esa muerte, él, Beltrán, lograba uno de sus principales objetivos, evitar la masacre del Condado de Castilla (348-349). -Los fieles a vuestro hijo se han retirado alas fortalezas que dominan, todas aquellas que están por encima de Burgos –detuvo un momento su relato y bebió de una copa que le ofrecían –Además, un enorme ejército cordobés se acerca desde Medinaceli. Nuestros nobles, por lo visto, no colaborarán con el enemigo, pero tampoco nos ayudarán a nosotros. El semblante de García denotó tristeza y cierta sensación de derrota, aquel dardo se había clavado directamente en su corazón. Su voz, por contra, se mantuvo firme, con tono serio y vigoroso respondió a su oficial. -Por desgracia me lo esperaba. Desde que supe que Sancho pactó con el cordobés, me temía un resultado como éste. El oro del sarraceno compra voluntades por donde pasa, ya lo hizo en León, y ahora nos ha tocado a nosotros. Juan no añadió ningún comentario, pero se acordó de la advertencia, años atrás, de su hermano mayor. Se lo avisó incontables veces: «la cólera de Almanzor llegará tarde o temprano», éste parecía el momento. -No tenemos suficientes fuerzas para defender San Esteban –intervino uno de los presentes –debemos retirarnos al norte. Parecía odiosa la idea de dejar San Esteban sin luchar. Aquella emblemática fortaleza la venían defendiendo con uñas y dientes desde hacía más de veinte años. Ahora se planteaban abandonarla. La carrera militar de Juan se había fraguado entre los muros de aquel castillo, él no estaba dispuesto a rendirlo sin luchar. -¡Yo me quedaré al mando de San Esteban, señor! Mientras yo los detengo, vos huid antes de que sea tarde (361-362).