Aranmanoth
Madrid Espasa-Calpe, 2000
Ana María Matute nació en Barcelona en el año 1925. Es miembro de la Real Academia Española y de la Hispanic Society of America, ha sido profesora invitada en las universidades de Oklahoma, Indiana y Virginia y ha sido nominada para el Premio Nobel.
Los Abel (1948) Mención Especial Premio Nadal Fiesta al Noroeste (1952) Premio Café Gijón Pequeño teatro (1954) Premio Planeta Los niños tontos (1956) Paulina, el mundo y las estrellas (1956) El país de la pizarra (1956) En esta tierra (1958) Los hijos muertos (1958) Premio de la Crítica 1958 y Premio Nacional de Literatura 1959 Primera memoria (1959) Premio Nadal Historias de la Artámila (1961) Caballito loco (1961) Los soldados lloran de noche (1962) Premio Fastenrath de la Real Academia Española El polizón de Ulises (1965) Premio Lazarillo La trampa (1970) La torre vigía (1971) El río (1973) Sólo un pie descalzo (1984) Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil El saltamontes verdes (1986) La Virgen de Antioquía y otros relatos (1990) Luciérnaga (1993) Olvidado rey Gudú (1996) Los de la tienda (1998) Aranmanoth (2000) Paraíso inhabitado (2008)
Las extrañas voces que Orso escuchaba cuando niño reaparecieron el día que abandonó la casa del Conde para tomar posesión de su heredad, y lo llevaron encontrarse con el hada más joven del Manantial. De esa breve relación nació Aranmanoth, que le fue entregado al señor de Lines, y que se convirtió en su ser más querido y, durante las ausencias de la guerra, en el guardián de su joven esposa. La mutua compañía hará que ambos crezcan ignorantes de la realidad adulta, hasta que el paso del tiempo y la llegada del conde de Lines, que pretende consumar su matrimonio, les evidencie que su mundo ha quedado atrás. Ambos marcharán de Lines en busca del Sur, tierra de felicidad que ya tampoco existe, y su partida será entendida en el mundo de los hombres como una traición que deben pagar con la vida.
Novela fantástica de reminiscencias medievales
Universo femenino Edad Media mítica
PÉREZ, Janet, «More than a Fairy Tale: Ana María Matute´s Aranmanoth», Letras peninsulares, 15: 3. 2002, pp. 501-514 http://www.elmundo.es/elmundolibro/2000/06/06/anticuario/959876715.html http://prensa.vlex.es/vid/matute-cuentos-hadas-aranmanoth-escritora-16592433 http://prensa.vlex.es/vid/aranmanoth-17106143 http://www.elcultural.es/version_papel/LETRAS/15234/Aranmanoth/ http://www.eldia.es/2001-03-22/cultura/cultura1.htm http://aula2.el-mundo.es/aula/noticia.php/2005/06/13/aula1118417515.html http://www.elpais.com/articulo/cultura/Edad/Media/vida/estado/puro/elpepucul/20050529elpepicul_3/Tes http://www.ducros.biz/corpus/index.php?command=show_news&news_id=1774
Hijo único y heredero del señor de Lines. Orso, del que se esperaba mucho, fue educado a latigazos, y sólo halló ternura y estima junto a las mujeres y junto a los niños que se educaron con él en casa del Conde. Sus continuas expediciones con las tropas de su señor le dejarán el rastro marcado con una cicatriz y una tristeza infinita, y tras la muerte de su amado hijo Aranmanoth marchará a vivir como un ermitaño.
Señor de Orso. El Conde es un buen conocedor de las miserias humanas, y un hombre belicoso y ambicioso que sabe premiar con amplios favores a sus allegados y castigar cruelmente a sus enemigos. Aunque Orso nunca se distinguió como gran caballero, su lealtad y su honestidad harán que el Conde muestre siempre predilección por él, y que amplíe su heredad a cambio de que se case con Windumanoth.
Hijo de Orso y del hada más joven del Manantial. Aranmanoth es un muchacho bello y curioso, dividido entre sus dos naturalezas, la mágica y la humana, y se convertirá en el tesoro querido de su padre, que le pedirá que se convierta en el guardián de Windumanoth, a la que amará de un modo puro e inocente. Será ajusticiado para redimir con su muerte los errores de su padre.
A sus nueve años, Lie abandonó las tierras del Sur para contraer matrimonio con Orso, en el Norte, donde cambió para siempre su nombre. Su fragilidad y sus temores inspirarán la piedad de Orso, que le encargará sus cuidados a su hijo. Ambos niños consumirán su infancia entre juegos, paseos e historias, pero la llegada al mundo adulto hará que Windumanoth eche de menos el Sur.
Hermana mayor de Windumanoth, que se desposará con el señor de Nores. La Liliana que Windumanoth recuerda es una muchacha robusta, jovial y llena de vida, que hubiese sido un buen caballero de no ser por su condición de mujer. Sin embargo, cuando Windumanoth la vuelva a ver en su búsqueda del Sur, comprenderá que Liliana ha cambiado, y que ya no queda en ella ningún rastro de la ternura de antaño.
Hermana mediana de Windumanoth. Sira, de escasas gracias físicas y amante de los libros, será destinada por su padre a ingresar en el Convento de las Damas Grises, donde con el tiempo llegará a ser su poderosa y conocida abadesa, enfrentada con el Conde. Windumanoth acudirá a ella para que sus vastos conocimientos la ayuden a encontrar el Sur, pero Sira ha dejado de ser la de antes, y el Sur ya no existe.
Durante los primeros años de su vida, cuando aún no le habían apartado de su madre, Orso creyó ORI voces. Eran voces misteriosas y no humanas, voces que se adentraban en el silencio, que revoloteaban a su alrededor y se introducían en su mente encendiendo su curiosidad. De ellas hablaban las sirvientas en las noches junto al fuego, cuando el crepitar de los leños, el rumor de las ruecas y sus conversaciones permitían a Orso desvelar algunos de sus más escondidos secretos. Él respetaba esos secretos, los buscaba y los deseaba. Pero nunca llegó a desentrañarlos del todo ni ha hacerlos suyos. Eran secretos de mujeres, y él no era más que un niño que sentía cómo la sed de conocimiento crecía en su interior (9). Orso era el único hijo del Señor de Lines. Su padre esperaba de él tantas y tan buenas cosas que, salvo en contadas ocasiones, Orso se sentía aprisionado en una mano dy hierro que oprimía cada día un poco más su corazón. Aquel mundo de hombres estaba lleno de obligaciones, férreas voluntades y destinos incuestionables y, poco a poco, sin apenas darse cuenta, Orso se iba distanciando de ese otros espacio que, de niño, le cubría como un manto y le protegía. Y llegó el momento de su instrucción y tuvo que partir hacia el castillo del Conde a quien su padre rendía vasallaje. A partir de aquel momento, las voces, o su sueño, o su mentira, retornaron al silencio. Y las olvidó (10). -Lo que has visto no significa que tengas que defenderte de los hombres. Ellos no son peores que cualquier otra criatura, como, por ejemplo, los perros, pájaros o gatitos… Pero has de saber cuidarte de sus zarpazos, o mordiscos, y para ello es preciso conocer sus costumbres… Porque ellos han sido creados y educados para otras cosas, y no tienen gran entendimiento, al menos, hacia lo que nosotras sabemos. Por eso, digámoslo de una vez, lo que estamos haciendo únicamente es llevar a cabo otro aprendizaje paralelo al suyo, con distintas armas y otros medios para hacer posible nuestra convivencia (59). La mayor, mi queridísima Liliana -y aquí una lágrima inoportuna y delatora asomó a su ojo derecho, aunque no llegó a fluir -era alegre, robusta y llena de energía. Acaso un poquito excesiva, tanto en carácter como en temperamento, pero jamás hubo otra muchacha más llena de vida en toda la tierra que alcancen mis ojos. ¡Ah, sí, mi hija Liliana hubiera podido ser el mejor de mis caballeros…! Pero nació mujer y hubo que reprimir sus dotes, su fuerza y su inteligencia. Despertaba temor entre sus posibles pretendientes puesto que no era una doncella como las que estaban acostumbrados a tratar. Sin embargo, un día, el conde de Nores, un joven respetable y honrado, la vio y se prendó de ella. No era mal partido, y más aún teniendo en cuenta la escasa dote de Liliana, así que la casé con él. Sé que tu hermana lloró durante toda aquella noche en que le comuniqué mi decisión, pero creo que ésa fue la última vez que lo hizo. Y yo también he llorado, porque, al salir de cacería por nuestras tierras, echo de menos su alta e imponente silueta en lo alto del torreón diciéndonos adiós y deseándonos suerte. Y en cuanto a mi Sira, mi segunda hija, poco futuro le aguardaba. Además de menuda y poco agraciada, había aprendido a leer y a escribir, y esto la convertía en una contestona bastante irascible y molesta. Nunca hubiera podido casarla correctamente, así que decidí ingresarla en el convento de las Damas Grises, donde, a buen seguro, llegará a convertirse en abadesa con el tiempo (60-61).