La desgreñada. Un llanto por Sefarad
Zaragoza, Certeza, 2000
Carmen Espada Giner nació en Zaragoza en el año 1963. Se licenció en Ciencias Económicas y Empresariales en la Universidad de Zaragoza pero ha encaminado su trayectoria profesional hacia la escritura y la investigación.
Dominica la coja: Una vida maldita, un triste destino (1997) La vieja Narbona: De las sombras del alba al resplandor de las hogueras (1998) Sangre en la catedral: La conjura de todo un pueblo (1999) La desgreñada. Un llanto por Sefarad (2000) La torre de los tormentos: La grandeza de un cirujano converso en sus momentos más aciagos (2007)
Corre el año 1482 en Zaragoza y, tras el asesinato del inquisidor Pedro de Arbués, la Inquisición ha extremado su rigor. Mientras que Juce Leredi debe pugnar por salvar la vida de su hija Xamila, enferma tras haber sido convencida para bautizarse, su amigo León Gallur recibe la visita de un extraño judío que le cede la custodia de un manuscrito maravilloso que esconde el futuro de la humanidad. Lo que León ignora es que la Inquisición anda tras el manuscrito, y tendrá que huir tras cederle el texto a Juce. La Inquisición, que sospecha de los amigos de León, acosará a Juce de modo injusto tratando de hallar el manuscrito, pero mientras tanto la guerra de Granada ha finalizado, y Torquemada ha convencido a los monarcas de la conveniencia de la expulsión de los judíos. Juce y Xamila intentarán iniciar una nueva vida en Turquía, pero los piratas otomanos, sedientos de oro, frustrarán sus esperanzas a golpe de espada.
Historia novelada
Gobierno de los Reyes Católicos Santa Inquisición Conquista de Granada Judaísmo-Expulsión de los judíos Convivencia de credos religiosos Medicina medieval La despeinada, de Leonardo da Vinci
Inclusión de cartas, documentos y edictos en la narración Apéndice donde se compilan los documentos a los que se hace referencia Notas a pie de página (léxicas, bibliográficas y enciclopédicas) Ilustraciones
Zapatero judío de Zaragoza. Juce tiene el mal presentimiento de que la Inquisición acabará llegando a entrar en todas las casas de los judíos, aunque en un principio sólo se encargue de los conversos. Juce, custodio del misterioso libro entregado a León Gallur, será embargado injustamente, y sufrirá cuidando la extraña enfermedad de su hija. Será asesinado junto a ella por los piratas otomanos.
Pergaminero, impresor y librero amigo de Juce Leredi. León es un hombre erudito cuyo amor por los libros y honestidad lo convertirán en el hombre adecuado para custodiar el misterioso libro en el que se encuentra escrito, en clave, el destino de la humanidad. León desvelará algunos de los enigmas escondidos en el extraño texto, pero, acosado por la Inquisición, tendrá que fingir su muerte y huir a su pueblo natal.
Hija de Juce. Xamila es una jovencita delicada, y enfermiza que, influenciada por las palabras de Juan de Dios, querrá bautizarse para reunirse de nuevo con su madre muerta. Caerá en una profunda enfermedad melancólica que a punto estará de costarle la vida. Ante las injusticias de la Inquisición, decidirá defender su credo. Morirá junto con su padre, pero quedará inmortalizada en uno de los dibujos de Lenardo da Vinci.
Pícaro clérigo trotamundos y vendedor de oraciones y reliquias que encandilará a Xamila para sacar un buen partido económico de sus mercancías. Ante el carácter impresionable de Xamila, Juan de Dios querrá que ella se convierta, dando lugar a sus melancolías. Antes de marchar, Xamila se reunirá con él, para decirle que no renunciará a su credo, convencida de que ambos están rezando a un mismo Dios.
Médico judío amigo de Juce Leredi. Salmón será el encargado de velar por la salud de Xamila, y prescribirá para la paciente todo un compendio de cuidados que al poco tiempo empezarán a hacer efecto. Ante el decreto de expulsión, Salomón marchará hacia el reino de Navarra, donde, por su condición de médico reputado, no tendrá problemas para ganarse la vida.
Cronista cristiano amigo de Juce Leredi. Ramón, que vivirá las desgracias de sus amigos judíos, será el cronista de la obra, empeñado en que no se pierda la voz y el sufrimiento del pueblo judío. Como hombre de bien, Ramón será un hombre mesurado que aconsejará a Juce la conversión de su hija, si con ello la muchacha se salva, y conocerá los vaticinios ocultos en el libro que custodia León.
Jurado de Casas del Puente y gran tañedor de vihuela, amigo cristiano de Juce. Antón ayudará Juce durante la enfermedad de Xamila, para quien tocará la vihuela día tras día. Antón, como jurado, conocerá el decreto de expulsión de los judíos, pero estará obligado a guardar silencio. Atormentado por cómo el decreto afecta a sus amigos, encontrará un defecto de forma y acabará ayudándolos a preparar su marcha.
El rey es descrito como un hombre avaricioso que conoce la maldad escondida en el corazón de Torquemada, pero que se deja tentar por el oro. El rey apunto estará de frenar la expulsión de los judíos a cambio de una muy generosa compensación económica, pero cederá a la voluntad de la reina y de Torquemada. Fernando se encargará de velar para que sea la Corono quien se embolse los beneficios generados por la expulsión.
El maestro toscano que se halla en Zaragoza con el encargo de pintar un retrato del arzobispo, entablará pronto relación con Antón de Labuerda y los suyos. De Leonardo se describe su genialidad, su contacto con colón antes del Descubrimiento, su capacidad para observar el mundo de modo diferente al resto de los mortales y la fascinación experimentada por la belleza de Xamila, a quien sí retratará.
El inquisidor general es presentado como un hombre sibilino y cruel que aprovechará el ascendiente espiritual que tiene sobre la reina y la codicia del rey para conseguir su propósito de expulsar a los judíos. Su soberbia lo llevará incluso a lanzar un colgante con la cruz de Cristo al rey Fernando, acusándolo de vender a Dios como los judíos. Ante la expulsión de los judíos, experimentará una morbosa polución.
Págs. 95-96: «Vuestras Mercedes disculparán que les cuente todas estas cosas, ya que en aquel momento que yo veía los cuadros descifrados de León ni siquiera habían sucedido, pero mi condición de cronista no me abandona nunca, ¡y no proseguiré con los cuadros sin decirles a vuestras señorías, que el genovés y el de Vinci hacía algunos años que se conocían! ¡Y que tras entablar una estrecha amistad en Florencia, Leonardo le entregó al marino unos mapas muy curiosos, unas cartas de navegar en las que había dibujadas unas costas y tierras adentro que no se conocían hasta entonces! El de Vinci le aseguró que todo lo que veía allí pintado era cierto, y allí estaban dibujadas las nuevas tierras que Colón “descubriría más tarde en 1942. Leonardo estaba en contacto con muchos mecenas que atesoraban en sus casas las mayores riquezas, y los objetos más extraños y diversos. Cuando Leonardo vio estos mapas en el Castello Sforza, morada de Ludovico Sforza, su protector y más alto mandatario en Milán, no tardó en reproducirlos fielmente, y guardarlos para sí. Al conocer al marino genovés, no dudó en confiarle unas copias bajo la promesa de que intentaría cotejarlos con la realidad. Esto ocurrió entre 1482, que entró en la corte de Milán, y 1486, que colón llegó a Castilla para ver si alcanzaba su empresa con los Reyes Católicos». Págs. 18-19: «Yo, Ramón de Margola, soy cronista. Siempre gusté de registrar todos los acontecimientos minuciosamente y guardarlos como si fuera el legado más precioso que pudiera dejar a mis hijos. Mi pluma había tenido mucho trabajo los últimos años, y había descrito con esmero y detalle todos los sucesos de los postreros tiempos. Me cuidaba muy mucho de mostrar mis notas a nadie, sino a los más íntimos. Quizá los que ostentaban el poder no hubieran estado muy contentos de ver reflejados en unos papeles unos acontecimientos tan duros e injustos, a la vez que tan reales. Pero yo siempre fui del parecer de que lo que queda escrito, ahí está, y siempre se puede leer. Las cosas que acontecieron a partir de ese momento a mis amigos judíos quise que no se perdieran en el olvido del tiempo, y me puse a asentar en estas hojas todos aquellos sucesos que tanto nos marcaron a todos. No quise que el transcurrir de los años dejara en mí un recuerdo vago, sino que deseé que permaneciera vívido como en el mismo momento en el que ocurrieron los hechos. Por otra parte, también era mi intención que a vuestras mercedes llegaran todos estos lances, que no son sino los sucesos verdaderos, pues siempre me he tenido por una persona que escribe y se comporta en todas las cosas de su vida con mesura, compostura y prudencia». Pág. 43: «León lo tomó entre sus manos y empezó a hojearlo. Era un libro manuscrito. Página tras página se sucedían unos cuadros llenos de celdillas, y en cada una de ellas había un signo a modo de laberinto o de acróstico. Los signos eran desconocidos para León. No eran ni latinos, ni hebreos, ni griegos. A los lados de los cuadros se podían ver unas anotaciones en hebreo, y otras en romance. Podían ser perfectamente de diferentes personas. Era un libro curioso, pero León seguía sin saber cómo entrar en él. Miró al anciano, que lo observaba sonriente y volvió a pasar las crujientes hojas del volumen. Estuvo enfrascado en él un buen rato. Los cuadros con celdillas se sucedían, y los signos que ocupaban las casillas seguían siendo tan extraños para él como la más singular e insólita de las escrituras».