María Bernal
Martín
Es sabido que los límites entre teatro y fiesta durante el Siglo de Oro son cercos imprecisos[1]. Y no sólo porque tanto el teatro como la fiesta necesiten de la congregación de un público expectante, de una puesta en escena (que incluya espacio, decoración, iluminación, vestuario, música), de actores (profesionales o no), de una acción condensada; sino también, porque las celebraciones barrocas acogieron entre sus fastos representaciones teatrales en su forma plena y, al revés, porque lo escenificado en los tablados de los corrales y plazas fueron, además de las jornadas de las comedias y de los autos, loas, entremeses, bailes, es decir, lo que muchos han denominado la fiesta teatral barroca[2]. Los fastos, por último, contribuyeron ineludiblemente al desarrollo de algunos géneros o subgéneros teatrales, como es el caso de la comedia cortesana[3].
Cabe, entonces, si queremos tener un conocimiento más completo de la producción teatral jesuita, preguntarse qué hubo de teatro en los festejos áureos promovidos por la Compañía[4]; es decir, cabe revisar los espectáculos que se sitúan junto a ese trazo difuminado que pretende separar fasto y teatro; un trazo que comienza a emborronarse en los papeles del P. Acevedo[5] y que a menudo desaparece en las relaciones de fiestas jesuitas del siglo XVII, especialmente cuando estas crónicas nos describen desfiles pseudocaballerescos[6], coloquios interpretados dentro de las justas poéticas[7], declamaciones[8], comedias[9], diálogos[10]…
Pero de entre las variadas manifestaciones que se sitúan en los aledaños de aquel confuso límite, sólo hablaremos, como reza el título, de las máscaras, divertimento que asoma prácticamente en cada fiesta escolar jesuita.
Las
máscaras de nuestras escuelas
No debe extrañarnos la constante presencia de máscaras en las fiestas de la Compañía, ya que, de los fastos profanos, la máscara era el que mejor se adaptaba a las necesidades de celebración jesuita: fácilmente despojable de cualquier mácula secular, lo que primordialmente se necesitaba para llevarla a cabo era una multitud de figurantes, casi tantos como alumnos rebosaban las escuelas de la Compañía e interesaba que participasen en sus festivos eventos[11]. Junto al elevado número de actores, disfraces y caballos constituían otro de los fundamentos de este fasto, pero no era un desembolso[12] atribuible a los colegios sino que fue sufragado frecuentemente por los familiares y parientes de los colegiales, deseosos de ostentar su poder y riqueza[13]. Así, estos niños tan engalanados, llamando la atención con su vistosidad y orden, convirtieron su paso en un elemento idóneo de propaganda[14]: otra de las causas por la que los padres jesuitas gustaron de este festejo.
Pero, ¿en qué consistían esos paseos a los que las crónicas de los festejos jesuitas, llaman “máscaras”? Básicamente, como ya casi hemos adelantado, se trataba de un desfile de alumnos disfrazados o de personajes vinculados con la Compañía que recorrían a pie o a caballo las principales calles de la ciudad[15]. Estos alumnos iban a menudo organizados en cuadrillas, es decir, en grupos de figurantes con los mismos vestimentos y adornos[16]; y normalmente precedidos de trompetas y atabales que anunciaba su adviento.
Algunas veces la máscara incluía un carro o varios carros, herederos en parte de esos carros de los desfiles y procesiones medievales: de las rocas, montañas, castillos…[17] Dichos carros se constituyeron[18] como estructuras de madera superpuestas sobre ruedas, generalmente en forma de nave o de una simple plataforma rodeada de barandillas, y que, o bien eran arrastradas por caballos o bueyes engalanados para el evento, o bien eran movidas desde el interior. Estas estructuras acogían una escena integrada por figuras o por actores, con trajes profusamente adornados y que podían ejecutar desde un movimiento mínimo ─lanzar cédulas con poesías─, hasta movimientos más complejos ─ejecutar danzas o, incluso, interpretar algún pequeño diálogo. Frecuentemente los carros también portaban un grupo de ministriles y coro, que entonaban romances compuestos para la ocasión. Junto a los versos cantados, había otros escritos en cartelas distribuidas en cualquier lugar de estos ingenios y, asimismo, en cédulas que eran repartidas por los figurantes de la escena.
La tipología de las máscaras es diversa, si bien entre los desfiles jesuitas, predominan los llamados triunfos o, a veces, y refiriéndose simplemente a los carros, las crónicas hablan de carros triunfales. Tanto los triunfos como los carros triunfales, habían formado parte de los fastos europeos desde el Quattrocento[19]. Pretendían emular, y a ello se refiere su nombre, la ceremonia con la que Roma celebraba la victoria de un general, es decir la pompa triumphalis[20]. Claro que la imitaron desde la particular revisión que la cultura humanística[21] había hecho de esta celebración romana, que, tal vez empujada por los Triumphi de Petrarca[22], principalmente la había alegorizado, representando con el recuerdo de la pompa triumphalis cualquier victoria religiosa o política. Así, las máscaras renacentistas tejieron sus equivalencias y equipararon los escenarios rodantes que acogían una escena con el carro donde el general victorioso desfilaba con su familia; las cuadrillas de actores engalanados, con la comitiva de jefes cautivos; los juegos de chirimías y atabales, con los tocadores de cuerno… Sobre estas cadenas de metáforas que ataban la lejana ceremonia romana y el reciente fasto europeo, los desfiles del Renacimiento sumaron, además, la moda de la literatura emblemática[23], que se apoderó de los triunfos, sirviendo de inspiración para el diseño de sus figuras, de los jeroglíficos que las acompañaban, e incluso, a veces, del triunfo entero, multiplicando hasta el infinito los significados de cada uno de estos paseos.
Retomado así, no había duda de que el triunfo parecía creado para escenificar tanto el concepto de militia christiana[24] y su singular victoria sobre el mal, que vertebra el ideario de la Compañía, como los afanes humanistas que se filtran en la pedagogía[25] de sus rationes; y no sólo eso, sino que además la Societas Iesu, casi desde su fundación, había mostrado una explicable debilidad hacia aquella literatura emblemática[26] que colmaba estos desfiles. De modo que los padres de las escuelas únicamente tuvieron que volcar en el precioso vaso que les ofrecía la pompa triumphalis alegorizada y superemblematizada los elementos de su iconografía ¾el jesús o IHS, las cuatro partes del mundo, las imágenes de sus fundadores[27]¾, para hacer de este tipo de desfiles un fasto propio.
Junto a los triunfos y sus carros triunfales que copan no sólo las máscaras sino también incluso alguna procesión, encontramos de vez en cuando invenciones[28] que remiten al mundo de las justas y torneos caballerescos, entretenimiento de éxito durante los siglos de oro. En este divertimento de moda desde el siglo XIV ya nada quedaba de su primitiva violencia, pues el ejercicio medieval se había ritualizado, centrando su atención más en el espectáculo, en las vestiduras y jaeces de sus participantes, que en la habilidad y destreza con la que éstos ejecutaban sus luchas y enfrentamientos[29].
Los colegios jesuitas sacralizaron estos juegos caballerescos de varias formas. Así, en las justas poéticas, encontramos versionada a menudo la ceremonia del desafío, pues estos concursos poéticos siempre comenzaban con la publicación del cartel donde estaban escritos los términos de la contienda, es decir, los asuntos, metros, premios y jueces. Dicho cartel era portado sobre una lanza por un caballerete armado y seguido de unos cuantos más de la misma guisa; por otra parte, el desfile podía ser amenizado con pífanos y atambores; y con carreras y escaramuzas[30].
No sólo en el protocolo de la publicación del cartel encontramos vestigios del torneo caballeresco, pues también hay danzas que, generalmente interpretadas al final de una comedia o diálogo, emulan dichos juegos[31].
Pero, ni carteles ni danzas son entendidos por los cronistas como máscaras, en cambio sí que lo son los desfiles en los que alumnos de la Compañía se disfrazan con divisas, empresas e invenciones, e incluso sacan algún decorado móvil, como los que acompañaban los caballeros en los torneos renacentistas y barrocos, y que les servían como escenografía de sus pasos. Estos caballeros, además, hacen carreras, escaramuzan e incluso pueden jugar a las cañas o presentarse a un cartel de desafío que, a veces, simplemente es parte de ese otro cartel: el cartel del desafío de versos.
Pero no todas las máscaras fueron tan de “veras”, también las hubo de “burlas”. Éstas volvieron del revés la elegancia de vestiduras, caballerías y jaeces, o también buscaron la disonancia y el ruido, o hicieron desfilar extravagantes carros, desatando así una risa controlada. Hallamos, entonces, algunas pandorgas, cuya característica más notable era el alborotado caminar de sus figurantes, provocado por la variedad de instrumentos que portaban y por los gritos o aclamaciones con las que voceaban las calles, ya que, como bien señala el Tesoro y repite el Diccionario de Autoridades, es “una consonancia medio alocada y de mucho ruido que resulta de la variedad de instrumentos”.
También encontramos algunas mojigangas[32] que arrebataron del tiempo de Carnaval, los disfraces hilarantes y vistosos, haciéndolos desfilar con motivo de cualquier festejo escolar.
Y junto a pandorgas y mojigangas, hay asimismo un triunfo a lo ridículo y dos máscaras a lo burlesco que podemos situar en la esfera de todos aquellos festejos áureos que, coloreados ya de comicidad, apostillan sus denominaciones con el adjetivo “ridículo” o “burlesco”, o también “pícaro”.[33]
Pandorgas, mojigangas y desfiles ridículos sacaron a algunos tipos que pertenecen a distintos géneros o subgéneros teatrales: viejos ridículos, salvajes, sacristanes, alimentos… Personajes, que encontramos asimismo paseando en los desfiles más serios: amenizando triunfos e invenciones caballerescas.
Sigamos, pues, a estos tipos cómicos, y también a los engalanados y colmados de emblemas, según nos los ofrecen unas cuantas crónicas del siglo XVII, y veamos su itinerario, aquél que se pierde en los lindes entre teatro y fiesta.
Pandorgas, un triunfo ridículo y más máscaras serias con motivo de la
beatificación de S. Ignacio (1609-1610).
Ese itinerario tiene su partida en los fastos que, con motivo de la beatificación del fundador de la Compañía, celebraron los colegios de la misma. Así, de las relaciones que nos ha dejado el tiempo, prácticamente todas guardan un paseo: Madrid, Granada, Sevilla, Salamanca, Valladolid y Segovia[34] sacaron de las escuelas jesuitas a alumnos disfrazados y, a veces, también carros para festejar a su S. Ignacio.
El de Madrid, el primerísimo de todos, consistió en un desfile ridículo que caminó alumbrado por las hachas y luminarias colocadas en el colegio jesuita. Desde ahí “los estudiantes de nuestros estudios… disparando arcabuzes y bolando cohetes, tocando harpas, trompetas y chirimias y otros instrumentos y bestidos con disfraces de mucha gracia y risa, y tocando mucha diuersidad de instrumentos musicos como se suele[35], hizieron una pandorga con la cual fueron por las calles dando gritos y boces S. Ignacio S. Ignacio, duró todo hasta las 10 de la noche con grandissima alegria.”[36]
Aunque un poco más tarde que en Madrid, las calles de Granada también se solazaron con una pandorga estudiantil, esta vez adornada por dos carros de chanza: el primero de ellos representaba en su popa un órgano cuyos cañones eran perros[37], que aullaban espoleados por púas asidas a una collera que se ceñía a sus pechos y que se accionaban cada vez que un músico, vestido de “viejo ridículo”[38], tocaba el cruel teclado; completaba el cuadro una pelea de gatos en la proa, representada por dos estudiantes que portaban espadas y broqueles.
El segundo de los carros, al parecer malogrado, nos introduce en uno de los temas caros a estos paseos: el del mundo académico[39], pues consistía en un “estudio de gatos”. Como personajes figuraban un maestro y varios alumnos: los felinos colegiales iban disfrazados con sayos y cuellos de estudiantes, y portaban como atrezzo libros; el mentor del estudio llevaba, en cambio, una vara, con la que azotaba al resto de actores, cuya interpretación consistía básicamente en “dar maullidos, como que leían.”
El séquito que precedió al órgano de perros y al estudio de los gatos, estuvo integrado por seis niños a caballo elegantemente vestidos y con hachas, pues el desfile, al igual que el de Madrid, formó parte de los fastos nocturnos y se integró entre fuegos y luminarias. Tras los caballeros, desfilaron treinta estudiantes, de mil modos y de risa, cuyos trajes (de caña[40], de cascabeles[41], de botarga[42]) acompañaba “cada uno con su particular instrumento, de los muchos que pide (según sus leyes[43]) la pandorga.”[44]
Si los desfiles de Madrid y Granada suscitaron sólo la risa, el que organizó el Colegio de San Hermenegildo, en Sevilla[45], fundió lo trágico y lo cómico, pues las diez cuadrillas de estudiantes a caballo que componían la máscara fueron anunciadas por dos, integradas por figuras ridículas. En la primera, a la que el cronista Francisco Luque llama de “aventureros”[46], palabra que nos remite al mundo de los fastos caballerescos, caminaban sayagueses y portugueses[47], personajes tal vez inspirados en los libros de Timoneda[48], de Juan de Encina[49] o Lucas Fernández[50]; junto a sayagueses y portugueses, andaban también en la misma de aventureros, los sacristanes[51], tipo frecuente en muchos entremeses y, además, niños disfrazados de mujer. La segunda cuadrilla graciosa estaba conformada por un personaje de larga raigambre: el salvaje[52]: salvajes llevaban vestidos de yedra y de palma[53], “bien ajustados sus talles”[54].
Tras el divertidísimo prólogo,
vinieron las cuadrillas de Apolo, las Musas, Minerva y Palas, de las que el
cronista señala que iban “aderezadas con el ornato, y ropaje que suele”, y que,
en lo que se refiere al de Apolo y las Musas, conocemos gracias a otras
relaciones, pues debía de ser tema frecuente en las máscaras[55].
Luego de estas deidades del saber, arribaban los inventores de letras, con
lanzas en las que pendían tarjetas, donde se escribían los distintos alfabetos.
A continuación, desfilaban los inventores de ciencias[56],
“comenzando por la gramática, y los niños con libros, por insignias de la
facultad a quien acompañaban algunos de los gramáticos mas insignes entre los
antiguos y modernos, cuyas figuras eran de particular consideración en los
trajes y semblantes”, y siguiendo con las cuadrillas de la poesía, de la
retórica, de la astrología, de la geometría, de la filosofía; y, por fin, con
la de la teología, que agrupaba tanto a los seis Doctores de
Los desfiles de Salamanca[57], no sólo se ornaron de la hermosa variedad al igual que lo había hecho la máscara de Granada, sino que también lucieron algunos de los elementos de la iconografía jesuita, que volveremos a reencontrar en muchos otros paseos organizados por los colegios de la Compañía.
Estos elementos aparecieron, sobre todo, en una de las máscaras, la que salió el martes día 19 de enero[58], pues su carro triunfal adaptó un emblema de Alciato, en concreto el CLXXX, “Eloquentia fortitudine praestantior”,[59] filtrándolo por elementos de la iconografía jesuita, especialmente el nombre de Jesús (jesús o IHS[60]) y la representación de las cuatro partes del mundo[61]. De manera que, el Hércules Gálico, protagonista de la viñeta del emblema CLXXX, fue sustituido por la personificación de Roma, que en figura de mujer armada, con una tiara grande y acompañada de Rómulo y Remo, iba sentada en un trono. Asimismo fue modificado el motivo de las cadenillas, pues lejos de colgar de la boca del héroe, pendían, en el carro salmantino, de los rayos de cuatro jesuses de oro que, dibujados en cuatro tarjetas, flanqueaban el trono de Roma. Por último, el grupo de hombres que seguían, pendidos de las cadenillas de la elocuencia, al avejentado Heracles, fue convertido en la representación de las cuatro provincias del mundo: África, Asia, Europa y América.
Fig. 1
Alciato, Emblemata, Lyon, 1600
Las letras, que llevaban escritas cada una de estas provincias cautivas explicaban los significados de este carro émulo del emblema CLXXX de Alciato, significados que el cronista de la celebración salmantina resumió así: “Y cada una de las provincias cautivas… declaraba como los rayos de Jesús, que eran los hijos de Ignacio, con la cadena de la predicación la rendían y sujetaban a la Iglesia.” Además de estas letras grabadas en las tarjetas de África, Asia, Europa y América, hubo otras interpretadas por las voces y los instrumentos del carro, que loaron al santo.
Al igual que las letras, las cuadrillas que acompañaron al carro,
reincidieron sobre el tema de la universalidad, pues los figurantes iban de europeos,
africanos, asiáticos, américos. Poco nos detalla el autor de la relación, de
los trajes con que se disfrazaron, pues sólo especifica que los europeos iban
en hábito español[62];
los africanos, como en el juego de las cañas[63],
con marlotas[64],
capellares[65]
y turbantes; los asiáticos disfrazados de gitanos[66]
y los américos de indios[67].
Estas cuadrillas escaramuzaron e hicieron carreras.
Si el carro que había salido el martes recurrió al Hércules Gálico, el que paseó el domingo[68], precedido de tres cuadrillas de romeros[69], españoles[70] y de “trajes de diferentes naciones”, se fijó en Vulcano. Así, el escenario rodante representó una fragua, donde Mulcíber forjaba rayos y se los daba a un Júpiter, sentado sobre un águila; junto al padre de los dioses, había también un Marte. El motivo de Vulcano y su herrería, que debía de ser habitual en los festejos áureos[71], había sido elegido tanto por ser Vulcano el dios del fuego, pues con ello se aludía a la paronomasia entre Ignatius e ignis, como por la secular cojera que sufría la deidad, equiparable a la del fundador de la Compañía[72], lo cual aclaraba una de las letras que acompañaba al carro:
Siendo
cojo y vizcaíno
nuestro
Ignacio, no es vano
llamarle
nuevo Vulcano.
Otras, en cambio, explicaban el resto de motivos del carro triunfal:
Ofrece a
Júpiter alto
rayos de
predicación
de su
insigne religión.
Con las
armas que les dio,
pelean
sus hijos de arte,
que cada
cual es un Marte.
También hubo un romance a propósito, si bien entonado por voces e instrumentos.
Pero ese melodioso romance fue interrumpido por ruido de atabales y trompetas anunciadoras de un desternillante “Triunfo de don Quijote”[73], triunfo que casi hizo perecer de risa al relator de la fiesta, alucinado al ver desfilar al Caballero de la Triste Figura, a Sancho Panza y a Dulcinea ridiculizando en sus gestos, empresas, vestidos, armas y monturas, la ostentación característica de justas y torneos caballerescos[74]. Así, don Quijote iba montado con un estribo a la brida y otro a la gineta, y Dulcinea se abanicaba con una bota de vino; las divisas se inscribían en “un estandarte de una manta vieja, listada toda de tripas hinchadas” o en “un palo y un papel”; las telas de los trajes eran de estera o se adornaban de conchas de río o de hojas de lata, también los había vestidos a lo antiguo; además, las armas estaban negras o consistían en “una lanza con un cuerno de cabrón por hierro”; por último, los personajes montaban “un rocín como dromedario” y borricos. Junto a estas referencias del revés al mundo de los divertimentos caballerescos, encontramos en los disfraces de la máscara, elementos propiamente entresacados de la novela cervantina, como unos cuernos que Sancho trae en sus alforjas, inscritos con el rótulo de “ungüento de Fierabrás”, o la vacía que el mismo escudero porta y donde se leía “El yelmo de Mambrino”; lo mismo cabría decir del mentado “rocín como dromedario” que cabalga Don Quijote.
El “Triunfo de don Quijote” ganó “el premio a la mejor figura[75]”, certamen XX del cartel de la justa poética que había convocado el colegio salmantino[76], que tuvo como opositores, entre otros, a un salvaje[77] vestido de oropel y a un personaje que venía “tañendo órganos de papel”[78].
Entre los fastos que se celebraron en Valladolid, hubo un “Triunfo del nombre de Jesús”[79]. En él, los alumnos del Colegio de San Ambrosio volvieron a pasear, esta vez con ritmo marcial, algunos de los motivos que vimos en carro del Hércules Gálico. El primero de los niños que desfiló, de unos trece o catorce años, a caballo, representaba a la Fama, vestido con un vaquero[80] de damasco lleno de franjones de oro y tocado con plumas y garzotas[81], portando además en vez de trompa[82], un clarín.
A éste, le seguían seis escuadras a pie, que caminaban al son de un pífano[83]: la primera la componían arcabuceros, que de vez en cuando hacían salvas; las restantes se disfrazaban de acuerdo a diferentes naciones, de las que portaban sus respectivas banderas; se cerraba este tramo de paseo con un juego de trompetas.
Después, marchaban otras seis escuadras, ahora a caballo, reiterando el tema de las naciones, la escuadra de los castellanos, la única que, relata el cronista, llevaba un guión de tafetán colorado, en cuyo haz se inscribía “Beatus Ignatius” y en el envés un jesús[84].
Fig. 2 Imago Primi Saeculi Societatis Iesu, Amberes,
1650
Remataba el desfile de colegiales un carro, en el que habían colocado[85] un jesús[86] de oro, en campo rojo, adornado con flores artificiales y con la inscripción “In nomine Iesu omne genu flectatur”[87] . Llevaba, además, el triunfo un juego de chirimías y voces, que interpretaron, a trechos, este romance:
Al
nombre a quien todo el orbe,
quiso ver
rendido Pablo,
que, en
efecto se rinda
hacen las
armas[88]
de Ignacio.
Y a donde
llegó el deseo
de aquel
escondido vaso
llegan de
Ignacio las obras,
y sus
victoriosas manos.
Vence en
Jesús, Ignacio,
y Jesús
en Ignacio triunfa ufano.
Ignacio
vence en Jesús,
porque su
nombre sagrado
dé a su
fuerte compañía,
que le
invoca y gana el campo,
como
España cuando cierra
grita:
“Santiago, Santiago”…
Además de este romance, los cantores interpretaron otras letras “acomodadas” en los lugares donde paró el carro, como respuesta a los repiques de trompetas, atabales y campanas con los que era recibido.
El desfile de Segovia[89] también fue encabezado por la parlera[90] Fama; no en vano la máscara, organizada por la congregación seglar[91] del colegio, se constituyó en una deslavazada versión del Triumphus Fame de Petrarca[92].
Fig. 3 Traslacion de los seys triunfos de Francisco Petrarca, Sevilla,
1526
Así, al igual que sueño del aretino, la Fama[93] abre el cortejo. Tras ella, pasean los nombres de aquéllos que por sus hechos han merecido pervivir en la memoria; si bien nuestro desfile, aun siguiendo casi el orden establecido por el poeta, eligió sólo a unos cuantos del larguísimo catálogo que ofrecen los tercetos del Triumphus Fame.
De manera que caminaron primero los tres gentiles, Héctor[94], Alejandro[95] y César[96], que los presentó a caballo, medio armados, con lacayos y pajes y acompañados de una danza. Cada uno de estos tres héroes de la gentilidad portaba una insignia[97], que caracterizaba al personaje representado.
Fig. 4
Valeriano, Hyeroglyphica, Lyon, 1594
Así, la de Héctor, inspirada en los jeroglíficos de Pierio, tenía como imagen un elefante herido por el cuerno de un rinoceronte[98] y como mote:
Fui
la gloria de Troya,
venciome
Aquiles[99];
y si no venciera,
aunque
así se llamara, no fuera.
|
Fig. 5 Ripa, Iconologia, Siena, 1613
La de Alejandro esbozaba un mundo[100] y escribía:
Aunque es
grande el mundo, es poco
para un
grande loco.
Y la de César tenía una espada y un libro[101], con los siguientes versos:
Ex utroque
César,
a quien
el honor le agrada
o sea César,
o sea nada.
Después de Héctor, Alejandro y César, venía los tres hebreos, Josué[102], David[103], Judas Macabeo[104], con sus lacayos y pajes y , de nuevo, una danza. Las imágenes de sus insignias tuvieron como fuente el Antiguo Testamento, de modo que la de Josué llevaba un sol[105], la de David un harpa[106] y la de Judas las letras M.C.B.I[107]; al igual, que los epigramas que las acompañaron:
Pues el sol
a mi me han dado
soy
propriamente soldado.
Quien osos
desquixaraua
siendo un
triste zagalexo[108],
¿qué hará
soldado viejo?
Soi Judas
Machaueo,
Terror
del Syro,
Gloria al
pueblo hebreo[109].
Luego de gentiles y hebreos, desfilaban los tres cristianos, Artús[110], Carlomagno[111] y Godofredo de Buillón[112], de cuyas insignias sólo conocemos las imágenes: una rosa[113], un águila[114] y una cruz[115]; también los acompañaban lacayos, pajes y danzas.
Fig. 6
Valeriano, Hyeroglyphica, Lyon, 1594
Ya cerradas las referencias explícitas al Triumphus Fame, siguiendo a los nueve de la Fama, para significar cómo “sus nombres y hechos se extienden por el mundo”, vinieron, al igual que en otros paseos jesuitas, Europa, Asia, África y América, cada una con lacayos y pajes, y con una danza[116]. Europa, se vistió a la española[117] y portaba una insignia donde se dibujaba el rapto de Europa por Zeus metamorfoseado en toro[118] y se explicaba con los siguientes endecasílabos que hacían referencia al reverberante sello jesuita[119]:
Entre las
cuatro soy la Emperadora:
En mí el
Jesús de Ignacio reuerbera
Como en
su cielo encaje y propria esfera.
Fig. 7
Valeriano, Hyeroglyphica, Lyon, 1594
Asia, vestida a “lo árabe o a lo turquesco”[120], suponemos, entonces, que con marlota, capellar y turbante, y tal vez armada con un alfanje; con una empresa, que anudaba la leyenda del Fénix, a las conocidas especias y aromas de dicho continente[121] y que traía escrito:
A mi Fénix,
su incendio y sus olores
renuncia
Ignacio santo en sus amores.
África, disfrazada de gitana, portaba en su divisa la metamorfosis de Atlante[122]:
Es Ignacio
mi Atlante:
él
sustenta la fee que hay en mi suelo
como el
Atlante el estrellado cielo.
Por último, América iba de indio y, aunque es probable que el disfraz incluyera las mismas plumas[123] con las que también se adornaron los indios de su danza, el cronista sólo mienta que su traje era de “cabritillas[124] coloradas, cubiertas de piezas de oro[125] hasta los pies”. Tampoco describió la divisa de esta provincia.[126]
Fig. 8
Anónimo, Relación de la fiesta de Granada,
Sevilla, 1610
Después de las provincias, una nueva Fama,”más bizarra”, anunciaba el paso de los nueve primeros padres que, superando a los otros nueve famosos, iban con armaduras y lanzas en ristre[127], en cuyas puntas ondeaban gallardetes donde se inscribían jesuses y los nombres de cada uno de ellos[128]. S. Ignacio, también armado, sostenía un estandarte rojo, con el acrónimo A. M. D. G[129]. Tanto la Fama como S. Ignacio y sus compañeros repartían cedulillas con versos:
Uno más y
más famosos
Ignacio
con sus nueve valerosos.
Cuatro
partes ves del mundo
sobre
quien el Sol se mueve
y a do el
valor de Ignacio y sus nueve
llegó el
valor sin segundo….
El paseo se selló con un carro que portaba un globo del mundo coronado por un jesús de más de dos varas[130] de diámetro; acompañaron al mundo, además, músicos e instrumentos, que, como es habitual, “cantaron letras muy a propósito”.
Triunfos e invenciones por los dos santos (1622)
De la canonización de S. Ignacio y S. Francisco Javier, sabemos sobre todo, de dos importantes triunfos que la conmemoraron: el primero de ellos fue organizado por el Colegio Imperial de Madrid, y ya lo estudiamos en un artículo publicado en esta misma revista[131], al cual me remitimos.
El otro desfile, también de gran complejidad, lo diseñó el Colegio de Girona[132], trazando el bosquejo de sus escenarios rodantes de acuerdo a los cuatro elementos que conforman el Universo: la Tierra, el Aire, el Agua y el Fuego[133], que nuevamente se rendían a la Societas Iesu, al igual que los astros y planetas se habían ya doblegado en las calles de Madrid.
Encabezaban el paseo de los elementos, dos cajas que marcaban el son de la marcha[134] y un carro vestido de yedra y arrayán[135] que portaba un juego de chirimías y otro de ministriles[136]. Tras los músicos, iba la Fama adornada de garzotas[137] y con una trompa[138], la cual aplicaba de vez en cuando a su boca. Luego, paseaba a caballo el prefecto de la Congregación de Estudiantes[139], enarbolando un estandarte en el que se representaban las figuras de S. Ignacio[140] y S. Francisco[141].
Continuaban el triunfo los cuatro carros que representaban los cuatro elementos el primero, el que quería ser la Tierra, iba arrastrado por bueyes adornados de copos de algodón, de flecos de colores y guirnaldas, y con los cuernos plateados[142]. Al artificioso tiro, correspondía una suntuosa proa formada por cornucopias que se colmaban de frutas y flores, tal vez inspiradas en la Iconologia de Cesare Ripa[143], y una divisa en “culto romance castellano” que declaraba el intento del carro. En el centro del mismo, iban las figuras de Europa, África, América y Asia, que en poemas[144] se expresaban deudoras de la Compañía. La popa, en cambio, acogía un jardín fingido en donde se abrían cuatro claveles, el más grande portaba entre sus pétalos la silla, sobre la que se asentaba el hermoso niño que representaba a la Compañía. Para confeccionar el traje del protagonista del carro de la Tierra, la Congregación de Estudiantes se fijó en el de la diosa Palas, diosa de las armas y las ciencias, y, por ello, escogida para simbolizar esa soldadesca cristiana que la Societas Iesu había emprendido ayudada por la sabiduría de las letras[145]. Así que el niñito se disfrazó de Atenea[146]: con un vaquerillo carmesí, a modo de ninfa y morrioncillo[147] plateado; con un lanzón y un escudo. Esta Atenea, además, iba recitando “diversos metros”, a los que se sumaron el inscrito en la rodela, así como el del “rétulo en letra gótica”[148] que rodeaba a los tres claveles.
Si la popa del carro de la Tierra acogía un jardín, la del carro del Aire se remataba con “una grande águila artificiosamente imitada, pico plateado, cuerpo, alas y cola vestida de plumas azules matizadas en oro”, que, inspirada en la leyenda de Ganimedes[149], daba asiento al Beato Luis Gonzaga[150]. Acompañaban al santo, en el centro del carruaje, la Nobleza y de la Humildad, y dos ángeles[151]; estos cuatro personajes portaban escudos donde se inscribían sus empresas. Junto a los versos de las rodelas, una tarja situada a los pies del águila se expresaba con los mismos juegos ingeniosos[152] que habían utilizado Nobleza, Humildad y ángeles:
Pues la
nobleza del suelo
es poco
de Don-aire;
me
remonto al aire,
cual
Ganimedes[153]
del cielo.
El carro del Agua[154] imitó la forma de una galera[155], con su castillo de proa, su fanal, su espolón y su crujía. Esta fantástica nave se colmó de jesuses[156] y llevó en su popa a S. Francisco[157], junto con las figuras de la Esperanza[158] y la Castidad[159], virtudes atribuidas al santo: la Esperanza de verde y portando un áncora[160]; la Castidad de blanco y sosteniendo unas azucenas[161]. En el castillo de proa viajaban otros dos personajes que se distinguían por sus atributos, de modo que uno de ellos sujetaba una vara, refiriéndose a la del profeta Moisés[162] y significando la capacidad del santo para obrar milagros en el agua[163], y así lo expresaba en versos castellanos; el otro sostenía el caduceo de Mercurio y refería, en hebreo, griego, latín y español[164], las grandezas del santo, en especial, su don de lenguas. Remaban en este beatífico navío ángeles[165] galeotes que con variedad de metros reiteraban alabanzas al primer misionero jesuita.
Fig. 9 Luque,
Relación de la fiesta de Sevilla,
Sevilla, 1610
Terminó el desfile de los elementos, con el último triunfo, el del fuego, que, sobre la paronomasia Ignatius/ ignis[166], sólo podía ir dedicado al fundador de la religión. Por ello, fue el más hermoso en arquitectura y variedad: cubierto de follajes y flores encarnadas y doradas[167], era conducido por un auriga querubín[168] y se descubría en él un ave Fénix, abrasándose en llamas, “tal como la pinta Plinio”[169] y batiendo sus alas[170]. Sobre la mitológica ave, un niñito con manteo, sotana y bonete, y con un jesús bordado iba representando a Ignacio[171], acompañándose de la Caridad, de la Oración, del Celo y del Verbum-Dei[172], “los cuales glosaban varios pies en loa del santo y declaraban con la lengua algo de lo que mudamente con las empresas significaban.”
Parece que con la noche, Tierra, Aire, Agua y Fuego seguían recorriendo las calles de Girona. Por ello, se hubieron de adornar de hachas, mientras la gente se “atropellaba tras ellos.”
Si los colegiales de Madrid y Girona honraron a sus dos santos con triunfos, los de la ciudad de Toledo[173] eligieron una fiesta más caballeresca, proponiendo un cartel de desafío “al que mejor invención sacase en una máscara”. Para responder a este cartel “con una religiosa competencia salieron aquella tarde cuarenta y dos de a caballo, con varias invenciones de trazas, que representaban varias naciones, ricamente vestidos de telas de oro, gorgoranes sembrados de franjones de oro”. Con semejantes trajes, ejecutaron alardes[174] y corrieron gallardamente, hasta llegar a la plaza del Ayuntamiento, donde repartieron cedulillas con “graciosas letras españolas”. Acompañaron a los caballeros y a sus invenciones dos carros con músicos[175].
Pero los divertimentos no acabaron con el desafío, pues hubo también “una
máscara de caballos fingidos”. Así, los congregantes de
Un largo desfile jocoserio en la beatificación de S. Francisco de Borja
(1625)
Sucedió en Baeza, cuando acabados los fuegos, dio principio “la devota máscara de las Escuelas”[182]. Anunciaban su paso dos niños disfrazados de capigorrones[183], vestidos de andrajos negros y bonetes hasta las cejas[184], tañendo dos cajas.
Luego, tras los tambores y un estandarte con el escudo del colegio, andaba la cuadrilla de los caballeros aventureros[185], todos armados con morriones[186], cotas, espaldares[187], grebas[188], manoplas[189], brazaletes[190], broqueles y lanzas.
Seguían a los aventureros dos bedeles ridículos, que lucían una capa largueada[191] de cañas[192] y llevaban por maza una caña con una gran calabaza[193]. Su mote rezaba:
Esta maza
ha de servir,
para
espantar majaderos,
si
ofenden mis caballeros.
En medio de estos dos bedeles de risa, caminaba un pertiguero[194] disfrazado con ropa de perrero[195] llena de nabos[196], adornada no por una valona[197] sino por un harnero. Sostenía el pertiguero-perrero, por báculo, una garrocha[198] y se explicaba con esta letra:
En esta
fiesta y disfraz
serviré
de pertiguero,
con
picarros[199]
de perrero.
Llegaba después la cuadrilla formada principalmente por alimentos, que arrebató del tiempo del Carnaval trajes y adornos[200]: don Berenjeno, don Ajo Tieso, Don Rábano, don Huevo, don Perejil, don Col y don Pimiento “con muy agudas letrillas, y trajes tan ridículos, ellos y sus lacayos…, y los caballos con extraño aderezo, que causaron todos notable entretenimiento y alborozo, y no era pequeño el número de risadas y silbos…”. Así, don Berenjeno iba de capa corta[201] color carmesí, calzones de berenjena y una gorra con mucha revoleandera[202], lucía una máscara de badana[203] y por mostachos dos puntas de cabra; y su jumento, en vez de bozal[204], llevaba dos cencerros. La copla era:
Hoy sale
don Berenjeno
a fiesta
tan general
con todo el berenjenal.
Don Ajo Tieso presumía de bordaduras de tomates y ajos[205], y de pasamanos de lías; por botones, prendía piñas[206], mientras amenazaba con una zanahoria[207] e iba sentado muy tieso[208] en su caballo, explicándose con el siguiente mote:
Por ser en
fiesta de un duque,
voy tan
tieso, que en el aire
se suele
hacer desaire.
Don Cebollo marchaba a lo francés[209], “muy guarnecido el vestido de botones de ristra”[210], y en la daga y espada, por pomos[211], dos vistosos cebollinos; por penacho portaba una cola de buey, cubría su cara con una máscara disforme, y la letra:
Don
Cebollo, el aforrado,
Borja, os
festeja con risa
y aunque
con fresca camisa,
el calor
me ha abochornado.
Y don Rábano, con el que terminamos el botón de muestra de esta desternillante cuadrilla, ostentaba un vestido a lo tudesco[212], muy guarnecido de rábanos, portando otro en la mano muy gordo. Los escatológicos versos explicaban:
Quien me
comiere en tal noche
con rumor
de chirimía,
dormirá
hasta ser de día,
como
quien camina en coche.
Después de estos graciosos figurantes, uno disfrazado de Estafeta, repartiendo cartas con letrillas y tañendo un caracol marino, anunció la marcha de personajes más serios.
Los primeros interpretaron las cuatro estaciones con vestidos, adornos y atributos que se adaptaban a sus representaciones más habituales[213]: el Otoño, cubierto de pámpanos y tocado con una corona de los mismos[214]; el Invierno en figura de un viejo, con barba larga, manos enguantadas y la ropa forrada de copos de nieve, llevaba, además, un brasero en la mano[215]; la Primavera, como mujer hermosa, vestida con un vaquerillo de tela de varios colores, sembrado de rosas, se adornaba, asimismo, con guirnaldas de flores en los brazos y en el pelo[216]; el Estío, como segador, con ropajes de tafetán pardo, en las manos y sienes portaba prendidas unas espigas[217]. Otoño, Invierno, Primavera y Estío, ofrecían en las letras de sus divisas, frutos o flores a S. Francisco de Borja:
Aquestos
copiosos frutos
te
ofrezco, Duque, en presente,
que a
quien fue tan excelente,
todo el
bien pague tributos.
Mis flores,
Borja, te ofrezco,
para
coronar tus sienes,
pues tantas virtudes tienes.
La siguiente cuadrilla la integraban distintas tentaciones a las que el santo había vencido: el Mundo, el Demonio, la Carne, el Amor Profano, la Honra y el Poder. El Mundo caminaba con diversas telas de plata y una gran bola en la cabeza donde se representaban muchas ciudades[218]; Lucifer, con alas y vestido lleno de llamas[219]; la Carne, con un vestido de tela encarnada y muchísimas joyas y flores; el Amor Profano, con dos alas, vestido nacarado y una aljaba llena de flechas[220]; la Honra con larga barba, capa y gorra y cadena de oro[221], de la que pendía su venera[222]; y el Poder, con vestido leonado[223] y guarnecido de pasamanos de oro, además de un vistoso penacho.
Casi pisaban a las tentaciones las nueve Musas[224], cada una acompañada de su poeta, inscritas con jeroglíficos y motes latinos[225], que convertían a las deidades paganas y a los vates de la Antigüedad en símbolos de las cualidades del recién beatificado. Así, por ejemplo, llegó Euterpe, vestida de tela verde y amarilla, bien guarnecida de pasamanos de oro, con un laúd en la mano[226], llevaba una tarja donde se dibujaba a Hércules estrangulando una “anguila” con el lema “Voluptas coacta”[227], para significar la mortificación del gusto que Borja había llevado a cabo. De la mano de Euterpe y vestido de sus mismos colores iba Ovidio; se coronaba además de un laurel y en su tarja figuraba un águila con el mote “Non labore, sed ingenio”[228], símbolo de su talento, comparable al que poseía Borja para las artes liberales.
Con Euterpe, arribó el resto del coro: Talía con Virgilio, Polimnia con Píndaro, Érato con Eurípides, Terpsícore con Hesíodo, Clío con Homero, Calíope con Orfeo y Urania con Museo.
Acabado el desfile de Musas, desfilaron algunas Virtudes “particulares en las que resplandeció el Santo”: la Religión, el Amor Divino, la Conciencia Recta, el Silencio, la Penitencia, el Gobierno, la Prudencia, el Desengaño, la Oración, el Conocimiento, la Humildad, el Valor y la Castidad. Cada una de estas personificaciones se identificaba principalmente por el atributo que sostenía en una de las manos, como el ópalo que portaba la Religión, por ser, según Plinio[229], de las piedras más preciosas y extremadamente resplandecientes. Así lo explicaban los versillos de su letra:
Luz en mí
más que en ella,
rara
hermosura y colores,
pues de
virtud los primores
me hacen
más bella.
Se cerró este largo paseo con un carro triunfal arrastrado por seis mulas
“y en él, un trono muy vistoso donde iba el santo, Francisco de Borja, cercado
de ángeles[230],
y un coro de música tan dulce, que mostraba muy bien con sonora armonía de
voces su gloriosa representación.”
Diálogo en un carro triunfal por la consagración del templo del Colegio
Imperial (1651)
Entre los fastos que durante diez días se hicieron en Madrid con motivo de la consagración de la Iglesia del Colegio Imperial[231], hubo un diálogo interpretado sobre un carro triunfal. El cronista fue parco en la noticia, y de dicha representación sólo conocemos sus alegóricos personajes: Amor de sus hijos, Fama y Culto Divino; y también una breve síntesis de su argumento: Amor de sus hijos desea que se dedique el templo a S. Ignacio. Sin embargo, se opone a éste la Fama, que piensa que debe ofrecerse a la memoria de S. Francisco e invoca al Culto Divino; Culto Divino sentencia a favor de la Fama y, después de hacer una descripción del templo, da las gracias a la Villa de Madrid.
Pese a que la descripción de esta breve obra eluda cualquier dato acerca de la escenografía, el hecho de que el texto emitido por los personajes se configure como un diálogo y se aparte del carácter fragmentario que normalmente tenía la palabra en estos escenarios rodantes, nos hace pensar en la influencia inmediata de las representaciones de los autos sacramentales durante la fiesta del Corpus, pues dichas representaciones se llevaban a cabo en carros, que a menudo también eran denominados “carros triunfales”[232].
Carros triunfales en la canonización de S. Francisco de Borja (1672)
Aunque el carro triunfal que desfiló por las calles de Madrid[233], con los restos de S. Francisco de Borja, fue el epílogo de una larga procesión, las hipérboles del cronista y su alusión a los triunfos romanos: ─…enseñando otra vez a los de la Roma antigua a celebrar más nobles memorias, que a los que entraban por su puerta triunfal a sacrificar al Júpiter Capitolino la vanidad sus triunfos…─, nos invitan a incluirlo en esta reseña.
De este carro que superó con creces a los de la Roma antigua, conocemos sus dimensiones: 20 pies de longitud, 10 de latitud y 12 de alto[234]; su configuración: “de forma cuadrada”; su rebozo: “todo su adorno era estofado de talla y escultura plateado y sobredorado, con tanta diferencia de follajes, cornisas, cartelas, festones, escudos, y variedad y gusto en molduras”[235]; su distribución: “Lo más sobresaliente era un trono de rostros hermosísimos de serafines que se descubrían entre un laberinto de lazos, de ramos y de flores, sobresaliendo en lo alto por las cuatro esquinas, cuatro bueyes de oro…sobre los cuales se asentaba la urna en que iba el cuerpo del santo… y sobre ella, el medio cuerpo de plata… los arcos de que iba coronado todo, se cruzaban por lo alto en forma de una corona tejida de flores …”[236]; y, por último, el artificio de su movimiento: “…muchos señores deudos del santo, que llevando en las manos varios cordones de seda, tirantes de la proa, y de los costados del carro hacían ademán de moverle”, si bien era movido desde el interior[237], por otros hombres que habían entrado por una secreta puerta.
El Colegio de San Pablo de Valencia también festejó al Duque de Gandía con un majestuoso carro triunfal[238]. De desmesurada proporción[239] y con tiros transfigurados[240], acogía en su proa la figura de Europa, sentada en un hermoso toro, en “traje de reina”[241]; y en la popa, una esfera celeste “que iba dando vueltas sobre sus propios ejes”[242]; en esta esfera se veían “figurados con mucha propiedad astronómica los signos y estrellas, y siete ventanas repartidas por la circunferencia para los planetas[243]”. Sobre la esfera celeste descansaba un trono de nubes donde estaban representados los cuatro animales del carro de Ezequiel[244], que servía de pedestal a la imagen de S. Francisco de Borja, vestido con el manteo y sotana jesuita[245], lleno de estrellas y alado como un serafín.
Entre popa y proa descansaba un hemisferio, también estrellado y con un pavimento firme, a modo de tablado, que valió como escenario para la representación. Pues cada vez que el majestuoso carro hacía una parada[246], saltaban siete actores de las siete ventanas de la esfera celeste de la popa, al tablado situado sobre el hemisferio. Éstos, disfrazados con “galas, aliños y divisas” de los planetas, interpretaban un diálogo que, al igual que el recitado en el carro del Colegio Imperial, nos trae a la memoria las representaciones de los autos sacramentales.[247] En dicho diálogo, los siete astros declaraban cómo S. Francisco de Borja en todas sus edades y estados, supo valerse de sus influencias para hacer el bien. La función terminó con una danza que los actores ejecutaron con suma destreza.
Precedieron al majestuoso carro ministriles, trompetas, atabales, y gente a caballo con “mascarillas”; asimismo, en la manguardia hubo caballeros enmascarados; y, cerrando el desfile, uno “a caballo”, que enarbolaba el guión del santo.
Si los carros de Madrid y Valencia sobresalieron por su ingente tamaño, el que desfiló en la ciudad de Cádiz[248] fue “un carro triunfal pequeño, tan primoroso y bien vestido de flores contrahechas y otras galas que…. no necesitaba de sobrescrito”. El primoroso carro era arrastrado por una sola hacanea y lo presidía, sentado en la popa, un caballerete noble, que representaba a la Compañía de Jesús[249] llevando un estandarte con la imagen de S. Francisco en el haz, y en el envés, “el nombre dulcísimo de jesús[250]”.
Anunciaban el carro de la Societas Iesu veinticuatro ángeles[251] hermosos, con jeroglíficos inventados para la ocasión; uno de ellos sostenía un lábaro de “muy vistoso adorno”, en el que iba impreso el cartel del octavario[252]. Seguían a los ángeles un juego de clarines y chirimías, y una fingida compañía militar de cien niños, que marchaban disfrazados de soldados, cabos, sargentos y oficiales con galas, pistolas, espadas, picas, tambor y hasta una bandera[253]. No faltaron en este séquito, un grupo de diablillos[254] “vestidos a lo mojiganga”, que pusieron la nota de humor al desfile.
Fig.
10 Cartel de Octavario, Granada,
1671 |
De risa también fueron las otras dos máscaras que, en la misma ciudad, celebraron la canonización del santo; “máscaras a lo burlesco”, sacadas por los estudiantes del colegio de la Compañía, de las que el cronista no reseña nada más.
Con dos máscaras a lo burlesco cerramos, por ahora, este itinerario.
(18.09.2006)
Índice
Introducción………………………………………………………………………. |
1 |
Las
máscaras de nuestras escuelas………………………………………………... Triunfos (5), Invenciones (7), Pandorgas (9), Mojigangas (9), Máscaras a lo burlesco (9) |
3 |
Pandorgas, un triunfo ridículo y más máscaras serias con motivo de la beatificación de San Ignacio (1609-1610)………………………………………… Madrid (10), Granada (10),
Sevilla (12), Salamanca (14), Valladolid (19), Segovia (22) |
11 |
Triunfos e invenciones por los dos santos (1622)………………………………… Madrid (29), Girona (30), Toledo (34) |
30 |
Un largo desfile jocoserio en la beatificación de San Francisco de Borja (1625)…………………………………………………………………….………... |
37 |
Diálogo en un carro triunfal por la consagración del templo del Colegio Imperial (1651)……………………………………………………………………………… |
45 |
Carros triunfales en la canonización de San Francisco de Borja (1617)………….. Madrid (44), Valencia (45), Cádiz (46) |
46 |
1.
“Eloquentia
fortitudine praestantior”. Andrea Alciato, Emblemata (Lyon, 1600). B. U. Z.
2.
Emblema con el sello de la Compañía. Imago Primi Saeculi Societatis Iesu (Amberes,
1650). B. C.
3.
Grabado del “Triunfo de la Fama”. Antonio de Obregón, Traslación de los seys triunfos de Francisco
Petrarca (Sevilla, 1526). B. U. Z.
4.
Jeroglífico
de la Fortaleza. Piero / Pierio Valeriano, Hieroglyphica
sive de sacris Aegyptiorum, aliarumque gentium literis (Lyon, 1594). B. U.
Z.
5.
Representación
de la Fortaleza con el escudo donde figura un jeroglífico de Valeriano. Cesare
Ripa, Iconologia (Siena, 1613). B. U.
B.
6.
Jeroglífico
con un Ave Fénix. Piero / Pierio Valeriano, Hieroglyphica
sive de sacris Aegyptiorum, aliarumque gentium literis (Lyon, 1594). B. U.
Z.
7.
Jeroglífico
con la leyenda del rapto de Europa. Piero / Pierio Valeriano, Hieroglyphica sive de sacris Aegyptiorum, aliarumque
gentium literis (Lyon, 1594). B. U. Z.
8.
Portada
con la imagen de San Ignacio sosteniendo en una mano el sello de la Compañía y
en la otra, la regla de la Compañía con el lema A. M. D. G. Anónimo, Relacion de la fiesta que en la
beatificación del […] Ignacio fundador de la Compañía de Iesus hizo su Collegio
de la Ciudad de Granada a catorze de Febrero de 1610 (Sevilla, 1610). B. U.
S. C.
9.
Portada
con la imagen de San Ignacio. Francisco Luque, Relación de la Fiesta qve se hizo en Sevilla a la Beatificación del
Glorioso S. Ignacio, fundador de la Compañía de Iesus (Sevilla, 1610). R.
A. E.
10. Celebridad sagrada, religioso culto y veneración católica a San Francisco
de Borja. U. G. R.
En los
fragmentos de las relaciones que hemos transcrito para elaborar este artículo,
hemos optado por una modernización tanto de las grafías como de la puntuación;
a excepción de las crónicas que ya habían sido transcritas por José Simón Díaz
y por Jenaro Alenda y Mira.
[1] Sobre los límites entre teatro y fiesta en el Siglo
de Oro, vid. J. M. Díez Borque,
“Relaciones de teatro y fiesta en el Barroco español”, Teatro y fiesta en el Barroco (España e Iberoamérica), Madrid,
Ediciones Serbal, 1986, págs. 11-40; “Órbitas de teatralidad y géneros fronterizos
en la dramaturgia del XVII”, Criticón, 42
(1988), págs. 103-124; Teoría, forma y
función del teatro español de los siglos de oro, Barcelona, Oro Viejo,
1996.
[2] Vid. Javier
Huerta Calvo, El teatro breve en
[3] Es una de las tesis que Teresa Ferrer Valls defiende
en su libro La práctica escénica
cortesana: De la época del Emperador a la de Felipe III, Londres, Tamesis
Books, 1991.
[4] En los estudios sobre el teatro jesuita del Siglo de
Oro en España, hemos encontrado algunas referencias al desarrollo de éste en el
ámbito de la fiesta: Justo García Soriano en “El teatro de colegio en España”, Boletín de
[5] Parte de la producción teatral del P. Acevedo se
enmarca en algún tipo de festejo, vid. el
catálogo que ofrece Cayo González Gutiérrez en “El teatro escolar de los jesuitas
en
[6] Trataremos de estos desfiles, al hablar de las invenciones
dentro del apartado de “Las máscaras de nuestras escuelas”, vid. infra.
[7] Además de que se conserva un coloquio latino-español
integrado en la justa que el Colegio de San Hermenegildo celebró con motivo de
la beatificación de S. Ignacio ¾Francisco Luque Fajardo Relación
de
[8] Tanto C. González Gutiérrez (ibid. supra), como J. Menéndez Peláez (ibid. supra) los incluyen entre los subgéneros teatrales jesuitas.
Las declamaciones abundan en las crónicas de fiestas. Así, ya en una de las
primeras se detalla la “puesta en escena” de una declamación con “acción” y
“afectos”, con música y hasta un “velo” que cubría el teatro y se extendió al
acabar de recitar el estudiante (Antonio Ortiz, Relación de la venida de los Reyes Catholicos al Colegio Ingles de
Valladolid, en el mes de Agosto Año de 1600, Madrid, Andrés Sánchez, 1601,
fols. 32 r.-37 r.).
[9] Con el nombre de “comedia simbólica” se recoge, por
ejemplo, la noticia de una representación en la anónima Descripción breve del solemne y festivo culto qve dedico el Colegio de
[10] Coloquios o diálogos son también interpretados en las
fiestas, fuera de las justas poéticas, así el Coloquio de los soldados de
[11] La participación de muchos alumnos en las obras
teatrales jesuitas se lograba gracias a la multiplicación de personajes (Alonso
Asenjo, La ‘Tragedia de San
Hermenegildo’..., pág. 36).
[12] Desembolso que, salvo en el caso de las mascaradas
burlescas, de las que incluso los cronistas dicen que cuestan “pocos dineros”,
era notable, vid. María José del Río
Barredo, “El ritual en la corte de los Austrias”, La fiesta cortesana en la época de los Austrias, ed. de María Luisa
Lobato y Bernardo García García, Valladolid, Junta de Castilla y León, 2003,
pág. 23.
[13] Varias crónicas de fiesta recogen la noticia de que
son los padres o familiares los que costean vestiduras y jaeces, si bien a
veces también reseñan que hubo préstamos, incluso por parte de
[14] Se ha hablado muchas veces de la finalidad de
adoctrinamiento del teatro escolar jesuita y cómo este adoctrinamiento se
ejerce principalmente a través de su espectacularidad escenográfica (J. Alonso
Asenjo, op. cit., 1995, págs. 28-34),
las mascaradas ofrecían la posibilidad de ampliar el número de espectadores a
los que
[15] En realidad, no difieren mucho de las máscaras
organizadas por otras entidades, así estos desfiles organizados por
[16] El Diccionario
de Autoridades define de este modo cuadrilla:
“Se llaman tambien las compañias distinguidas con colores y divisas, que
componen el todo de los que executan fiestas públicas: como cañas, tornéos,
etc.” Auts.
[17] Shergold, A History of the Spanish Stage,
[18] Seguimos principalmente, para esta descripción de los
carros que acompañaban las máscaras, a Pilar Pedraza, Barroco efímero en Valencia, Valencia, Ayuntamiento de Valencia,
1981, estudio que no sólo analiza los carros que desfilaron en un festejo
inmaculista celebrado en Valencia en 1663, sino que, además, reproduce los
grabados de los mismos carros; y a Shergold, op. cit, págs. 239, 260 y 261. También nos serviremos de las
descripciones que de estos carros aparecen en las relaciones de fiestas, bien
sean jesuitas o no.
[19] Los libros de Jean Jacquot, Les fêtes de
[20] Shergold, ibid
supra. El Diccionario de Autoridades,
al igual que muchos cronistas de festejos,
también remite a
[21] Fue la cultura humanística la que estudió y restauró
esta ceremonia, vid. Marcello Fagiolo
y Maria Luisa Madonna, “Il revival del trionfo classico”, La festa a Roma. Dal Renacimento al 1870 (Palazzo Venezia de
Roma, del 23 de mayo al 15 de septiembre de 1997), ed. Marcello Fagiolo
dell’Arco, págs. 34-41. Los vestigios
del interés que suscitaba la pompa
triumphalis romana van más allá de los carros incluidos en los desfiles
áureos; así, por ejemplo, en una obra teatral jesuita del Siglo de Oro, La vida de San Eustaquio, se representó
en el escenario una pompa triumphalis,
edit. en Agustín de
[22] Este libro contribuyó en gran manera a la revisión
que el humanismo hizo de la pompa
triumphalis romana (Shergold, op.
cit., pág. 261), desencadenando su alegorización, alegorización que, por
otra parte, ya había sido ensayada por Ovidio (Am.1.2).
[23] Creo, como veremos, que lo que P. Daly señala para
las mascaradas inglesas, especialmente las de Ben Jonson, puede ser
perfectamente aplicable a nuestros carros y mascaradas; vid. Peter Daly, The Literature in the
Light of the Emblem, Toronto, 1979, págs. 143-146.
[24] El concepto de militia
christiana, que se lee en
[25] Los colegios jesuitas intentaron desde sus comienzos
adaptar algunos de los fundamentos de la pedagogía propuesta por el humanismo (vid. Eugenio Garin, La educación en Europa (1400-1600), Barcelona, Crítica, 1987,
pág.186; y el libro de Miguel Bertrán Quera, La pedagogía de los jesuitas en la ratio studiorum, S. Cristóbal,
Universidad del Táchira- Andrés Bello, 1984). Cfr. con el hecho de que, en parte, el teatro jesuita puede
explicarse como un ejercicio más de retórica propuesto para que los estudiantes
mejoren su latín, paralelo al que se venía haciendo en las universidades (J. García
Soriano, art. cit., págs. 235-277; J. Alonso Asenjo, op. cit., 1995, págs. 21 y 22; J. Menéndez Peláez, op. cit., págs. 20-31; y Louis Fothergill,
“The Jesuits as Masters of Rhetoric and Drama”: Revista Canadiense de Estudios Hispánicos, X, nº 3 (1986), págs.
375-385).
[26] El interés de los jesuitas por el género emblemático
fue notado por M. Praz (“A Bibliography of Emblem Books", en Studies in
Seventeenth Century Imagery, Roma, Edizioni di Storia e Letteratura, 1975,
2ªed., págs. 196-225). A las entradas
que M. Praz recoge, R. Dimler, S. J. añadió otras muchas, alcanzando la cifra
de 400 libros, en una serie de artículos que intentan ordenar la bibliografía
emblemática jesuita (R. Dimler, S. J., “Jesuit Emblems: Implications for the index emblematicus”, en The European Emblem, págs. 109-120; “A
Bibliographical Survey of Jesuit Emblem Authors in German-Speaking
Territories”: AHSJ, XLV (1976), págs.
129-138; “Jesuit Emblem Books in the Belgian Provinces of the Society
(1587-1710)”, AHSJ, XLV (1976), págs.
377-387; “A Bibliographical Survey of Jesuit Emblem Authors in French Provinces
118-1726”: AHSJ, XLVII (1978), págs.
240-50). Otros estudios que versan sobre
la importancia del cultivo de este género por parte de padres de
[27] Vid. Heinrich
Pfeiffer, S.J., “La iconografía”, Ignacio
y el arte de los jesuitas, ed. de Giovanni Sale, S. I., Bilbao, Ediciones
Mensajero, 2003.
[28] La palabra invención,
que el Tesoro de la lengua define
como “la cosa inventada o nuevamente hallada” (Cov., Tes.) se aplica en la fiesta a varios tipos de espectáculo que van
desde los fuegos artificiales, que son llamados “invenciones”, hasta los carros
triunfales o a cualquier otro efecto que produzca maravilla. Dentro del torneo
caballeresco, el vocablo invención puede significar empresa, así la parte del Cancionero general de Hernando del
Castillo, que recoge varias de estas divisas, se titula “Invenciones y letras
de justadores” (Francisco Rico, “Un penacho de penas. De algunas invenciones y
letras de caballeros”, Texto y Contextos.
Estudios sobre la poesía española del siglo XV, Barcelona, Editorial
Crítica, 1990, págs. 189-228); o puede constituirse como sinónimo de entremés.
T. Ferrer lo define como “breves cuadros teatrales o musicales, que se sirven
de aparato escenográfico y que acompañan a cada cuadrilla” (T. Ferrer, Nobleza y espectáculo teatral (1535-1622),
Valencia, UNED, 1993, pág. 35). Quizá
a estos cuadros se les llame invención por ser una prolongación de la misma, es
decir, de la divisa o empresa, cuyo mote no sólo lleva una imagen sino un carro
con elementos escenográficos y personajes; así deduce al menos B. Gracián en su
Agudeza y Arte de ingenio, quien en
el Discurso XLVII, “De las acciones ingeniosas por invención”, nos dice:
“Platícanse mucho estas invenciones en los caballerosos empleos, y son como
empresas o jeroglíficos ejecutados. Excelente capricho el de aquel caballero
que entró a tornear dentro de una bien fingida montaña, para significar su
firmeza propia y la dureza ajena; fue ruando por la real plaza, y en llegando a
la esfera de su actividad y influencia, instantáneamente reverdeció el ufano
monte, brollaron fuentes, brotaron plantas, cambiaron flores, volaron aves, y
bulleron fieras… Procúrase siempre en estas invenciones, que tengan alma de
significación y hermosura de apariencia.” (B. Gracián, Agudeza y Arte de ingenio, ed. Luis Sánchez Laílla, Madrid, Espasa,
2001, pág. 685).
[29] Para la descripción del torneo caballeresco, vid. el capítulo “Del torneo dramático a
la comedia caballeresca” del libro de Teresa Ferrer Valls, La práctica escénica cortesana, op. cit., págs. 17-34; y de la
misma autora, Nobleza y espectáculo
teatral…, op. cit., págs. 34-35. Por otra parte, el artículo de Bernardo J. García García “Diversiones
de la fiesta” en Teatro y fiesta del
Siglo de Oro en tierras de los Austrias, op. cit., págs. 180 y 181; y de J. Deleito Piñuela, …También se divierte el pueblo, Madrid,
Alianza Editorial, 1988, págs. 81-151.
[30] No en vano, según Aurora Egido, llevó la competencia
caballeresca al campo de las letras (vid.
A. Egido, Fronteras de la poesía en
el barroco, pág. 126); el nombre de “justa” deriva de la terminología de
los espectáculos caballerescos (F. López Estrada, “La fiesta literaria en la
época de los Austrias: contexto y poética”, pág.184.). Es en la publicación del
cartel donde más notorias son las reminiscencias caballerescas.
[31] Así, en la relación de Fomperosa se recoge la noticia
de que entre las jornadas de dos representaciones hubo un “torneo de guerra
entre cuatro”: “…las entradas y batalla eran de caja y clarín; lo demás, al
arpa y otros instrumentos, rematando en lazos de castañeta con mucha gala en
los vestidos, y singular gracia, donaire y destreza de los bailarines”
(Ambrosio Fomperosa y Quintana, Días
sagrados, y geniales celebrados en la canonizacion de San Francisco de Borja
por el Colegio Imperial de
[32] Sobre la mojiganga, vid. Catalina Buezo, La
mojiganga dramática. De la fiesta al teatro I, Kassel, Reichenberger, 1993.
Durante el S. XVII quedaron fijadas las dos acepciones más usuales de la
palabra: como festejo carnavalesco, es decir el desfile de disfraces ridículos
y vistosos, durante el tiempo de Carnaval; o como pieza teatral breve, que vino
a ser un desarrollo dramático de la mojiganga callejera (Javier Huerta Calvo, op. cit., págs. 73-76).
[33] Así, una de las máscaras que se celebraron en la
villa de
[34] Conservamos una relación de las fiestas de Toledo
pero sólo contiene el certamen poético incluido en el libro de Matheo Fernandez
Nauarro, Floresta espiritval con vn Auto
Sacramental nueuo, en Toledo, en casa de Thomas de Guzman, 1613.
[35] Cfr. supra con
la definición del Tes. y del Auts.
[36] Anónimo, Relación
de la fiesta de N. P. S. Ignacio que en Madrid se hiço a 15 de Nouiembre de
1609, edit. en José Simón Díaz, Relaciones
de Actos públicos celebrados en Madrid (1541-1640), Madrid, Instituto de
Estudios Madrileños, 1982.
[37] Un carro parecido desfiló en Burgos, en 1707, con
motivo del embarazo de la reina María Luisa de Saboya; vid. Julio Alonso
Asenjo, “Máscara de los estudiantes del Colegio de San Pablo de Burgos y otros
festejos por el preñado de la reina María Luisa de Saboya”: TeatrEsco 0: http://parnaseo.uv.es/Ars/teatresco/Revista/Revista0.htm
. Anterior a éste hubo otro en el festejo inmaculista que
[38] Tal vez caracterizado al igual que el vejete de los
entremeses, con barba y gorra chata; sobre este personaje vid. Emilio Cotarelo y Mori, Colección
de entremeses, loas, bailes, jácaras y mojigangas, ed. de José Luis Suárez
García y Abraham Madroñal, Granada, Universidad de Granada, 2000, pág. CLII.
[39] Las cuadrillas que versan sobre temas vinculados con
el mundo académico abundan, y no es extraño si tenemos en cuenta que muchas
máscaras eran organizadas por colegios o universidades. Así, en un festejo
inmaculista celebrado en Sevilla en 1616, pasean cinco cuadrillas,
pertenecientes cada una a una facultad: gramática, filosofía, medicina, leyes,
cánones y teología (Alonso Sáez, Relación
de la fiesta qve el Colegio Mayor de Santa María de Iesus de
[40] Cfr. infra con
la capa “largueda de cañas” que luce uno de los personajes ridículos de la
mascarada de Baeza.
[41] El Diccionario
de Autoridades, al explicar la expresión “De cascabel gordo”, recoge una
interesante noticia: “Apódo que se dá, y dice de las persónas que son
ordinárias, y parécen rústicas en su trato, chanzas y gracéjos. Es tomada por
metáphora de los que se disfrazan de botargas, que se suelen poner cascabéles
grandes para mas festéjo.” Auts.
[42] Arróniz nombra esta pandorga, junto a otros desfiles
en los que salen personajes disfrazados de botarga como ejemplo de la fama que
había adquirido el actor Stefanello Botarga, y extrae la descripción de su
vestimenta de la crónica de uno de esos desfiles, el que protagonizó Lope
vestido de botarga, con motivo del casamiento de Felipe II: “Avito italiano que
hera todo colorado, con calças y ropilla seguidas y ropa de levantar de
chamelote negro, con una gorra de terciopelo llano en la caveza”. Sin embargo,
la definición que da el Diccionario de
Autoridades parece coincidir con un dibujo de 1575, que reproduce y también
explica el mismo Arróniz, de uno de los zanni,
donde el actor es dibujado con una especie de malla pegada al cuerpo, que
tiene grandes lunares o parches de color más oscuro, parches que en el siglo
XVII evolucionará a triángulos multicolores, dispuestos con simetría y unidos
entre ellos por un bordado amarillo (vid.
Othón Arróniz, La influencia italiana
en el nacimiento de la comedia española, Madrid, Gredos, 1969, págs. 245,
246, 252): “Vulgarmente se llama oy un vestido ridículo, que sirve de disfráz,
y es todo de una pieza, que se mete por las piernas, y despues entran los
brazos, y se abotóna con unos botónes gordos. Está hecho de vários colóres
casados en contrario, para causar risa à los circunstantes.” Auts.
[43] Cfr. supra con
las definiciones del Tes. y Auts., y con las palabras del anónimo
cronista que relata la pandorga de Madrid.
[44] Anónimo, Relacion
de la fiesta que en la beatificación del […] Ignacio fundador de
[45] Francisco de Luque Fajardo, Relación de la fiesta que se hizo en Sevilla a
[46] Aunque aquí se refiere a que el disfraz que eligieron
era libre –“cada uno en la figura ridícula a que quiso acomodarse” –, los
caballeros aventureros eran los que se enfrentaban al mantenedor.
[47] Tal vez vestidos con capa de bayeta y botas largas,
indumentaria típica que los lusitanos llevaban en el siglo XVII y con la que
son descritos en abundantes textos del Siglo de Oro; vid. Miguel Herrero García, Ideas
de los españoles del siglo XVII, Madrid, Gredos, 1966, págs. 138-140.
[48] Joan de Timoneda, Buen
aviso y portacuentos, ed. de Pilar Cuartero, Madrid, Espasa-Calpe, 1989.
[49] Juan de Encina, Obras
Completas IV (Teatro), ed. de A. M. Ramblado, Madrid, Espasa-Calpe, 1977.
[50] Lucas Fernández, Farsas
y églogas, ed. de María Josefa
Canellada, Madrid, Clásicos Castalia,1981
[51] Javier de
[52] Sobre este personaje, vid. Aurora Egido, “El vestido de salvaje”, El gran teatro de Calderón, Kassel, Reichenberger, 1995, págs.
37-62.
[53] Cfr. supra
con los disfraces de cañas de la
mascarada de Granada.
[54] Corresponde con la expresión “vestido de justo”, que
aparece en las descripciones de mascaradas ridículas y debía de ser como la
malla pegada al cuerpo del vestido de uno de los zanni; vid. supra nota
42.
[55] En el caso de máscaras jesuitas, conocemos dos que
tratasen el tema: la de Baeza, que celebraba la beatificación de S. Francisco
de Borja (vid. infra) y la del
triunfo celebrado en Madrid por la canonización de S. Ignacio y S. Francisco
Javier (vid. infra). Otras fiestas
como la inmaculista de Valencia de 1662 también sacaron a Apolo y las Musas en
un carro, Anónimo, Las décimas y demás versos que se hicieron en alabanza de
la limpia concepción…, op. cit.
[56] Vid. supra nota
39; creo, por otra parte, que tal vez estas cuadrillas pobladas de doctores y
maestros podían inspirarse en los desfiles de doctores y maestros que
[57] Alonso de Salazar, Fiestas que hizo el insigne Collegio de
[58] Ibid. supra,
fols. 5 v. y 6 r.
[59] Andrea Alciato, Emblemas,
ed. de Santiago Sebastián, Madrid, Akal, 1993, págs. 222-223. El emblema,
que viene a sentenciar sobre el poder de la elocuencia, bosqueja en su imagen y
epigrama a un Hércules caduco y locuaz, el cual aún conserva su maza y la piel
del león de Nemea; pero de su boca cuelgan unas cadenillas que, a su vez,
penden de los oídos de un grupo de hombres que le siguen ensimismados: es el
“Hércules Gálico”, del que los franceses decían que los sometió no por la
fuerza, sino por la sabiduría de sus palabras (las catenae que van desde la lengua de Heracles a los oídos de las
gentes). Parecidos significados encontramos en el jeroglífico que recoge Pierio
Valeriano en Hieroglyphica sive de sacris
Aegyptiorum, aliarumque gentium literis, Lugduni, Apud Thoman Sovbron, MDXCIIII. Reproducimos el grabado y
letra de una de las ediciones de los emblemata
(fig.1).
[60] Es el monograma del nombre de Jesús, a quien S.
Ignacio dedicó su fundación, este monograma figura en el centro del sello
jesuita; vid. Heinrich Pfeiffer, S.
J., art. cit., págs. 196-197.
[61] La representación de las cuatro partes del mundo para
significar la universalidad de
[62] Aunque, hasta bien entrado el siglo XVII, persistió
la influencia de la moda española en el vestir europeo, quizá esta cuadrilla de
“españoles” se disfrazó de acuerdo a esas tendencias que también siguieron
Inglaterra y Francia, si bien habían nacido en la península: colores oscuros, principalmente
negro; ampulosidad del jubón sobre el pecho y calzones rellenos y cortos;
medias ajustadas; y gorgueras, vid. James
Laver, Breve historia del traje y la
moda, Madrid, Cátedra, 1982, págs. 92 y 105.
[63] En el divertimento caballeresco de las cañas, una de
las cuadrillas iba disfrazada a lo morisco; vid.
Brown y J. H. Elliot, Un palacio para
el rey. El Buen retiro y
[64] Marlota según
la definición del Tesoro de la lengua es
“La cubierta a la morisca, que sacan en los juegos de cañas por librea” (Cov., Tes.); cfr. con el Diccionario de
Autoridades: “Espécie de manto, que suélen sacar los Moros en el juego de
las cañas, el cual cubre y adorna la cabéza.” (Auts.). Vid. el glosario
de A. Madroñal, “Glosario de voces comentadas relacionadas con el vestido, el
tocado y el calzado en el teatro español del Siglo de Oro”, El vestuario en el teatro español de los
siglos de oro, Cuadernos del Teatro Clásico, 2000 (13-14), págs. 236-301.
[65] Capellar en
el Tesoro de la lengua es definido
como “Vestido de moros, a modo de sayo vaquero…” (Cov., Tes.); cfr. con el Diccionario de Autoridades: “Cierta
especie de vestidúra morisca, à modo de sayo vaquéro, con que se ciñe y aprieta
el cuerpo. Es trage que se conserva para algunos festéjos.” (Auts.). Vid. el glosario de A. Madroñal, art. cit. Marlotas y capellares
habían sido moda en la indumentaria de los españoles del s. XV, Enriqueta
Albizua Huarte, El traje en España, en
J. Laver, op. cit., pág. 310.
[66] No se sabía muy bien cuál era el origen de esta etnia
que algunos atribuían a Egipto, por ello, en otra máscara jesuita,
encontraremos a los africanos vestidos con hábito de gitanos (M. Herrero
García, op. cit., págs. 642).
[67] Shergold en op.
cit., pág. 242, saca a colación un carro triunfal que desfiló en Valladolid
con motivo del recibimiento de Ana de Austria, que portaba un cacique indio y
era seguido por veinticuatro indios más jugando a la pelota y con máscaras
llenas de piedras preciosas. De todas formas, esta figura será frecuentísima en
las máscaras jesuitas, que normalmente los representan adornados de plumas; vid. infra la máscara de Segovia y el
triunfo organizado por el Colegio Imperial.
[68] A. de Salazar, op.
cit., fols. 7 v. y 8 r.
[69] Tal vez disfrazados con bordón y esclavina, que es la
vestidura que el Diccionario de
Autoridades atribuye a los peregrinos o romeros.
[70] Vid. supra nota
62.
[71] En Medina del Campo, en 1543, junto a otros seis
carros triunfales, paseó uno con la fragua de Vulcano; vid. Shergold, op. cit., pág.
239. Otros carros posteriores al de Salamanca también versan sobre el mismo
tema; así, para celebrar la canonización de San Isidro, se paseó un carro con
la fragua del dios: “El quarto carro era a quien se atribuye la ynbencion de
beneficiar el hierro, Bulcano: iua assentado sobre un mote, y al pie del una
fragua a la qual acudían por diferentes partes muchos ministros suios unos que
soplauan los fuelles…”, edit. en J. Simón Díaz, Relaciones de actos públicos…, op. cit., págs. 114-117. También la iconologia de Ripa dibuja a Vulcano en
su representación del “Carro del Fuego”; vid.
Cesare Ripa, Iconologia I, Siena, Heredi di Matteo Florini, 1613,
pág. 91; citaremos por esta edición de Siena, aunque hay una traducción
reciente al español: C. Ripa, Iconologia,
Madrid, Akal, 1987.
[72] S. Ignacio se había quedado cojo debido a la herida
de bala sufrida en el asedio del castillo de Pamplona; vid. C. de Dalmases, op. cit., págs. 33-35.
[73] A. de Salazar, op.
cit., fols. 8 r.-10 v. Hubo varias máscaras del siglo XVII que tuvieron
como tema el Quijote, vid. María
Luisa Lobato, “El Quijote en las mascaradas populares del siglo XVII”, en Estudios en la víspera de su centenario, II,
Kassel, Edition Reichenberger, 1994; Francisco López Estrada, “Fiestas y
literatura en los siglos de oro:
[74] F. López Estrada en art. cit, pág. 298, concluye que
estas mascaradas quijotescas son indicativas de la desaparición de esa
“ensoñación del pasado medieval” que eran los juegos caballerescos en los
fastos; sin embargo, cañas, estafermos y sortijas continúan y conviven con los
desfiles jocosos del Quijote, al igual que con otras sátiras que se ríen de
este tipo de torneos, así, por citar un ejemplo, en las fiestas por la
beatificación de Santa Teresa se celebró en Corella un estafermo gracioso; eso
sí, había sido precedido de uno grave; vid.
D. de San Ioseph, op. cit., fols. 119
r. y v. De todas formas es curioso que al igual que los libros de caballerías
habían inspirado torneos y justas caballerescas serias, otro libro, que
precisamente pretendía ridiculizar aquel mundo, inspiraba ahora las máscaras
que volvían del revés aquellos juegos.
[75] Aunque luego el cronista llama a dicho triunfo,
“invención”. Según Covarrubias, la palabra “figura” significa: “los personages
que representan los comediantes, fingiendo la persona del rey, de la dama y de
la criada, del señor y del siervo, y los demás.” Cov., Tes.
[76] En el cartel que propuso el Colegio de Granada por la
misma celebración también hay un certamen dedicado a las figuras, si bien no se
detalla nada más; cfr. Anónimo, Relacion de la fiesta que en la
beatificación del […] Ignacio fundador de
[77] Vid. supra nota
52.
[78] Cfr. supra con
el órgano ridículo de uno de los carros de la pandorga granadina.
[79] Francisco de Sosa, Relación de las fiestas, sermón y oración latina, certamen poético, y
poesías hechas en esta ciudad de Valladolid, en la solemnidad de la beatificacion
del B.P. Ignacio, fundador de la esclarecida religion de
[80] Con “vaquero” o con “saya vaquera” se visten muchas
de las figuras que desfilan en las máscaras del Siglo de Oro, según el Diccionario de Autoridades: “Aplicase
regularmente al sayo, ù vestidura de faldas largas, por ser parecido à los que
los pastores usan.” (Auts.). Ejemplos
sobre el uso de vaqueros en el teatro se recogen bajo esta misma entrada en el
glosario de Abraham Madroñal Durán, art.
cit.
[81] Garzotas:
“Unas plumas delicadas desta ave (garza), en especial las que le cuelgan del
pecho.” Cov. Tes.; y “Vale tambien el
plumáge ò penàcho que se usa para adorno de los sombréros, morriones ò
turbantes, y en los jaeces de los caballos.” Auts. La plumas forman parte del vestuario que porta
[82] Vid. supra nota
anterior.
[83] Tanto la definición del Tesoro como la del Diccionario
de Autoridades recaban en que el pífano es un instrumento musical de
guerra; transcribimos ésta última: “Instrumento Militar, bien conocido, que
sirve en
[84] Vid. supra nota
60; fig. 3.
[85] El cronista detalla que “en la cima”, tal vez el
carro tuviera forma de montaña, como algunos carros de las procesiones
medievales (muntanyes); vid. Shergold, op. cit., pág. 82.
[86] Vid. supra nota
60.
[87] Philip. 2, 10.
[88] Cfr. este
verso del romance con el aire marcial que tiene el triunfo: con las escuadras,
con los arcabuces, las banderas, el marcar el paso, el pífano y el clarín.
[89] Jenaro Alenda y Mira, Relaciones de solemnidades y fiestas públicas de España, Madrid,
1937, en el art. 521, transcribe íntegra la relación, que no hemos podido
localizar.
[90] Lleva una trompa y el cronista especifica “como la
pinta Virgilio”; vid. supra nota 81.
[91] Las congregaciones de estudiantes fundadas en el seno
de los colegios de
[92] Vid. supra nota
22.
[93] F. Petrarca, “Trimphus
Fame”, ed. cit., I, v.v. 6-12.
[94] Ibid. supra II,
v. 10.
[95] Ibid. supra II,
v. 11.
[96] César también desfila en el cortejo de Petrarca, el
primero junto con Escipión, a la derecha de
[97] Insignia:
“…voz que aplican también à los estandartes y pendónes que usan en las
processiones, à semejanza de las bandéras y estandartes militares.” (Auts.). Si bien estas insignias se
conforman como empresas con su imagen y letra.
[98] Piero o Pierio Valeriano hace al rinoceronte símbolo
del fuerte y recoge la leyenda a la que parece referirse la empresa del disfraz
de Héctor: “Rhinoceronte verò eodem libro
Plinius cap. XX ponit, qui cornu non in fronte habeat, sed in naribus, alterum
eum à Dracone hostem genitum Elephanto et quae supèrius allata sunt de
vtriusque pugna” (P. Valeriano, op.
cit., pág. 21). Leyenda que, además, Ripa dibuja en el escudo de
[99] Juega con la etimología de Aquiles, que en griego
significa “destrucción de los ilienses”.
[100] La imagen se refiere a la leyenda de que Alejandro,
quejándose de las conquistas de su padre porque no le dejarían tierra alguna
que someter, recibió esta respuesta de su mismo padre: “Busca otros reinos,
hijo mío, que el que poseo es pequeño para ti.”
[101] Aludiendo así al valor de César como militar y como
escritor.
[102] F. Petrarca, “Trimphus
Fame”, ed. cit., II, v.v. 64-67.
[103] Ibid. supra, II,
v.v. 55-56.
[104] Ibid. supra II,
v.v. 82-84.
[105] Ios. 10, 12 y 13. Los versos de Petrarca hacen
referencia al mismo milagro representado en este desfile: “…co la lingua possente legò’ l sole / per
giugner de’ nemici suoi la traccia / o fidanza gentil! chi Dio ben cole, /
quanto Dio à creato, aver suggetto, / e’l ciel tener con semplici parole!…”
(F.
Petrarca, “Triumphus Fame”, ed. cit,
II, v.v. 64-67).
[106] I Sam. 16, 23.
[107] Imitando la la palabra hebrea “Maqqabi”, derivado de
“Maqqaban”, el “martillo”; en él se ha visto una alusión al vigor guerrero de
Judas (Pierre-Maurice Bogaert, Diccionario
enciclopédico de
[108] I Sam. 17.
[109] I Mach. 3, 13-26.
[110] F. Petrarca, “Triumphus
Fame”, ed. cit , II,v.v. 134.
[111] Ibid. supra, II,
v.v. 136.
[112] Ibid. supra, II,
v.v. 137-138.
[113] Aludiendo a la divisa de los reyes de Inglaterra,
José M. Montés y Galán, Diccionario
heráldico de figuras quiméricas, Zaragoza, Institución Fernando el
Católico, 1999.
[114] Carlomagno adoptó el águila como símbolo del Sacro
Imperio Romano.
[115] Pues Godofredo de Buillón fue uno de los primeros
cruzados.
[116] Las danzas de las cuatro provincias no pueden dejar
de recordarnos a la obra jesuita Dança
del Santísimo Sacramento, en la que representantes de Brasil, Japón y
Méjico; cfr. J. Alonso Asenjo, La ‘Tragedia de San Hermenegildo’ y otras
obras del teatro español de Colegio, I, Valencia, UNED-Univ. de
Sevilla-Univ. de València, 1995, págs. 231-243.
[117] Cfr. supra con
la cuadrilla del primero de los carros de Salamanca.
[118] OV. Met.
6.103-108. Además, la misma fábula aparece en los jeroglíficos de Pierio que el
cronista ha nombrado como fuente de la insignia de Héctor, Pierio Valeriano, op. cit., pág. 573 (fig. 7).
[119] En el sello jesuita, el IHS va inscrito en un sol, vid. Heinrich Pfeiffer, S.J., art.
cit., págs. 196-197 (fig. 3).
[120] Cfr. supra con
la mascarada de Salamanca, donde los africanos van vestidos a lo árabe y los
asiáticos de gitanos, al revés que aquí.
[121] Es Pierio el que vuelve a recoger que la mítica ave,
cuando siente que va a morir, fabrica un nido con plantas aromáticas (“casia, nardo, cinamo et myrrha”), al que
prende fuego después de haberse acostado en él, para renacer luego de sus
cenizas, P. Valeriano, op. cit., pág.
184. Por otra parte, la representación de Asia, haciendo referencia a sus especias
y aromas, se encuentra en
[122] El cronista sólo nos cuenta la letra de la insignia
que hace referencia a la leyenda de la conversión de Atlante en la cordillera
africana de Atlas (OV. Met.4. 657-664).
[123] Las plumas son el adorno normal de la figura del
indio; así lo encontramos en diversas mascaradas, jesuitas o no. Por otra
parte, América lleva en
[124] Cabritilla:
“La piel de qualquiera animál pequeño, como cabrito, cordero, etc. la qual se
adoba, adereza y dá de color: y porque regularmente se hacen de las pieles de
los cabritos, de ahí tomó el nombre de Cabritilla.” Auts.
[125] Símbolo del oro de las Américas.
[126] Sobre la representación de las partes del mundo y especialmente de la figura de América, que hemos visto en varias máscaras, tenemos ahora la excelente obra de Miguel Zugasti, La alegoría de América en el Barroco hispánico: del arte efímero al teatro, Valencia, Pre-Textos, 2005.
[127] La armadura de estos primeros padres quería hacer
referencia al supuesto carácter militar de
[128] Recuerda a las didascalias que portaban los
personajes de algunas obras de teatro jesuita, a fin de que el público supiera
de quién se trataba. En efecto, fueron nueve los primeros compañeros de S.
Ignacio; así, figurarían escritos en los gallardetes: Fabro, Simón Rodrigues,
Francisco Javier, Diego Laínez, Alfonso Salmerón, Nicolás Alonso, Claudio Jayo,
Codure y Broët; vid. C. del Dalmases,
op. cit., pág. 21.
[129] “Ad maiorem
gloriam Dei”, lema de S. Ignacio y de
[130] Una vara equivale a
[131] “El Triunfo de S. Ignacio y S. Francisco Javier”, TeatrEsco, 1 (2005): http://parnaseo.uv.es/Ars/teatresco/Revista/Revista1/Revista1.htm
[132] Ruiz, Francisco, Relacion
de las fiestas qve hizo el Colegio de
[133] Es decir, los cuatro elementos que según la física
aristotélica conforman el Universo (vid. Gernot
y Harmut Böhme, Fuego, agua, tierra,
aire. Una historia cultural de los cuatro elementos, Barcelona, Herder,
1998) y que en el desfile de Madrid también habían sido representados en el
traje del caballero que encabezaba el triunfo.
[134] Cfr. supra con
el pífano que marca el paso en la mascarada de Valladolid.
[135] La madera que constituía la estructura del carro
podía ser recubierta de elementos vegetales, como describen varias crónicas.
Así, por ejemplo, en una máscara celebrada en 1616, en Sevilla desfiló “un
carro triunfal aderezado con curiosidad de muchas yedras y ramas, y dellos
pendientes muchas flores que lo hermoseaban” (A. Sáez, op. cit., fol.10 r.). Posterior a éste, en 1619, en Zaragoza, paseó
otro que cubría sus ruedas con verduras de laurel y aliagas, estas últimas para
agasajar a Fray Luis Aliaga (vid. Juan
F. Esteban Lorente, “La ciudad y la escenografía de fiesta”, Estado actual de los estudios sobre Aragón
(Alcañiz, dic. 1981), Zaragoza, 1982, pág. 595.
[136] A veces los carros sólo portaban instrumentos, cfr. infra con los carros que desfilan
por esta misma fiesta en Toledo.
[137] Vid. supra nota
81.
[138] Ibid. supra.
[139] Vid. supra nota
91.
[140] Para la representación de S. Ignacio; vid. Heinrich Pfeiffer, S. J., art.
cit., págs. 171-184.
[141] Se le representa habitualmente apretando un crucifijo
contra su corazón o entreabriendo la sotana para mostrar su corazón inflamado.
Un cangrejo grande se acuesta a sus pies; vid.
el artículo dedicado a S. Francisco Javier en Louis Réau, Iconografía del arte Cristiano, VI,
Barcelona, Ediciones Serbal, 1997.
[142] El adorno de los tiros es frecuente; cfr. supra con los cuernos que se
colocan a los caballos que arrastran el carro de los dos santos en el gran
triunfo organizado por el Colegio Imperial; y cfr. infra con las mulas del carro que festejó la canonización de
San Francisco de Borja en Valencia.
[143] “Vna Matrona a
sedere, vestita col habito pieno di varie herbe, e fiori, con la destra mano
tenghi vn globo, in capo vna ghirlanda di fronde, fiori, e frutti, e de i medesimi
ne sara vn corno di dovitia…” (C. Ripa, op.
cit.,I, pág. 202).
[144] Aunque el cronista explica el metro y la lengua en la
que están compuestos los poemas de las cuatro partes del mundo, no detalla si
iban inscritos en alguna cartela, o si eran repartidos, o si simplemente se
recitaban.
[145] De hecho, este disfraz parece representar el lema de
“virtud y letras”, que pronto cristalizó en la pedagogía jesuita, M. Bertrán
Quera, op. cit., pág. 25.
[146] Pues los atributos que caracterizan la representación
de Atenea suelen ser el casco, el escudo y la lanza; vid. Juan Carmona Muela, Iconografía
clásica, Madrid, Istmo, 2000.
[147] Morrión:
“Capacete o celada, que por cargar y hazer peso en la cabeça se le dio este
nombre de moria, que es apesgamiento de cabeça.” Cov., Tes.
[148] La letra gótica era a menudo empleada no sólo para
las inscripciones de carros, sino también para los monumentos efímeros.
[149] La temprana muerte del Beato Luis Gonzaga se
relaciona con el rapto del joven Ganimedes por Júpiter metamorfoseado en águila.
[150] Seguramente representado en hábito de novicio de la
orden de los jesuitas, con la sotana pero sin estola, debido a su prematura
muerte (L. Réau, op. cit., VII).
[151] Las figuras de ángeles que a menudo aparecen en las
máscaras jesuitas tenían una larga tradición que puede remontarse a las
procesiones del Corpus, así Shergold en el capítulo III de su libro recoge
varios ejemplos en los que las rocas se acompañan de un séquito de ángeles; vid. Shergold, op. cit., cap. III; por otro lado, los ángeles son un elemento
característico de la iconografía jesuita; vid.
H. Pfeiffer, S. J., art. cit., págs. 196-201.
[152] Estos juegos, como el calambur de los versos que
figuran en la tarja, no sólo son típicos de la poesía de los carros, sino
también de una parte de la producción poética de la fiesta.
[153] Vid. supra nota
148.
[154] El elemento Agua es dedicado a S. Francisco Javier
por los viajes marítimos que hubo de hacer debido a su actividad misional (L.
Réau, op. cit., VII).
[155] Algunos carros se configuraron como auténticas naves,
llevando hasta el extremo la imitación de diferentes tipos de barcos como esta
galera del elemento Agua; cfr. supra con
el carro de
[156] Vid. supra nota
60.
[157] Vid. supra nota
140.
[158] En las representaciones que Ripa trae de
[159] La castidad siempre es representada en la iconologia con vestimentos blancos (C.
Ripa, op. cit., I, págs. 101-102).
[160] Vid. supra nota
157.
[161] Las azucenas, símbolo de la pureza, la inocencia y la
virginidad (Jean Chevalier y Alain Cheerbrant, Diccionario de los símbolos, Barcelona, Herder, 1986), vuelven a
ser utilizadas para representar la castidad de S. Francisco Javier, al igual
que en el último de los carros del triunfo diseñado por el Colegio Imperial; y vid. supra nota 158.
[162] Ex. 14.
[163] S. Francisco Javier es patrón de los marinos que
navegan en el lejano Oriente y se le invocaba contra las tempestades y la peste
(L. Réau, op. cit., VII).
[164] Mercurio es representado con uno de sus atributos, el
caduceo; además, la utilización de diferentes idiomas en los versos alude
también a la capacidad de expresarse en distintos idiomas, que caracteriza a
este dios (vid. J. Carmona, op. cit.) y que se doblega ante el
milagroso don de lenguas, que poseía S. Francisco Javier y que le facilitó su
actividad misional.
[165] Vid. supra nota
150.
[166] Paronomasia que es habitual para referirse a S.
Ignacio y que incluso encontramos en la liturgia por su festividad, en la que
se lee el versículo de S. Lucas: “Ignem
veni mittere in terram” (Lc. 12, 49).
[167] Vid. supra nota
134.
[168] A veces los palafreneros se integraban, con el
disfraz, en la escena representada en el carro.
[169] PLIN. N.H.
10.2. La referencia a
[170] Teresa Ferrer Valls en La práctica escénica cortesana…, op. cit., pág. 130, incide en el creciente gusto que, durante el
siglo XVII, se da por las invenciones mecánicas, a propósito de una figura
dorada de
[171] A veces, San Ignacio es representado con un bonete
aludiendo a su época como estudiante (fig. 10).
[172] Cfr. supra con
las figuras que rodean a los dos santos en el último de los carros que desfiló
en el triunfo organizado por el Colegio Imperial.
[173] Una persona devota de
[174] Alarde:
“..vale la muestra o reseña que se haze de la gente de guerra, y el nombre es
arábigo…” (Cov., Tes.); “La muestra,
ó reseña que se hace de los soldados: la qual execúta el Cominario destinado
para este efecto, à fin de reconocer si está compléto el número de cada
Compañía debe tener, y tienen las armas límpias, y bien acondicionadas, y todo
lo demás en su uso en buena disposición. Y en esta consideración antiguamente
expressaba esta voz algo de ostentación, gala y lucimiento, por el que los soldados
ostentaban en esta función.” (Auts.)
[175] Cfr. supra con
el carro de músicos que precedió a los elementos en Girona.
[176] Vid. supra nota
63.
[177] El elefante, como las invenciones que acompañan a
Brasiles y Moros, parecen inspiradas en
[178] Para América, “un
ligura di smisurata grandezza”; ibid.
supra, II, págs. 68 y 69.
[179] Para África un camello “...Apresso la detta donna vi stará un camelo...”; ibid. supra, II, págs. 64 y 65.
[180] Los dragones eran protagonistas habituales de las
invenciones caballerescas; no en vano éstas se inspiraban a menudo en los
libros de caballería (vid. D. Devoto,
“Política y folklore en el castillo tenebroso”, Textos y Contextos, Madrid, Gredos, 1974, págs.. 202-241); por otra
parte, este monstruo lleva a un artificiero que dará comienzo a los juegos
pirotécnicos, donde los dragones eran figuras habituales.
[181] La máscara estalla en fuegos artificiales: a veces
también llamados “invenciones”. Son elemento imprescindible en cualquier
celebración lúdica del Siglo de Oro, y en el que han reparado la mayoría de
estudios que versan sobre estos acontecimientos (vid. T. Ferrer Valls, “La fiesta en el Siglo de Oro: en los
márgenes de la ilusión teatral” y B. J. García y García, “Arquitecturas y
efectos de la fiesta”, en Teatro y fiesta
en tierras europeas…, op. cit., págs. 33 y 142; John E. Varey, “Les
spectacles pyrotechniques en Espagne (XVIe-XVIIe siècles)”, en J. Jacquot, Les Fètes …, op. cit., III, págs. 619-633; F. Mattiti, “La festa come ‘laboratorio’ del
Barocco”, en M. Fagiolo, op. cit., I,
págs. 82-86.).
[182] Anónimo, Fiestas
que al Excelentissimo Duque de Gandia, Marques de Lombay, tercer Preposito
general de
[183] Capigorrón:
“El que anda de capa y gorra para poder mas facilmente vivir libre y ocioso.
Dicese mas comunmente de los estudiantes que andan en este trage pegando
petardos, y viviendo licenciosamente. Es voz vulgar compuesta de las palabras
capa y gorra”; y De capa y gorra: “Se
dice del que vá de rebozo, sin trage própio de su estádo y condicion: lo que es
mas comun en las Universidades, donde salen los estudiantes y Colegiáles con
capóte y montéra por no ser conocidos, à divertirse y passearse al campo” (Auts.). Para la caracterización de este
tipo; vid. Maxime Chevalier, Tipos cómicos y folklore, Madrid, EDI,
1982, págs. 1-17.
[184] Bonete:
“Cobertúra, adorno de la cabéza que trahen regularmente los Eclesiasticos
Colegiáles y graduádos. Es de varias figúras con quatro picos que salen de las
quatro esquinas, y unos suben à lo alto, como en los de los Clérigos, y otros
salen hacia fuera, como los de los graduádos y Colegiáles.” (Auts.); según Madroñal, el bonete, en el
teatro del Siglo de Oro caracteriza a los estudiantes, vid. A. Madroñal, op. cit.;
aquí el tocado ridiculiza, al ir encasquetado hasta las cejas.
[185] Vid. supra nota
46.
[186] Vid. supra nota
146.
[187] Espaldares:
“Armadura de la espalda, como peto la del pecho.” Cov., Tes.
[188] Greba:
“Cierta especie de botas ò medias de acéro, que cubria y defendian las piernas
desde la rodilla hasta la garganta del pie.” Auts.
[189] Manopla:
“Es armadura de la mano y pieça de arnés; vale tanto como armadura de mano.”
Cov., Tes.
[190] Brazalete:
“La armadúra de hierro, que cubre y defiende el brazo, y lo mismo que Brazál.” Auts.
[191] Largueada:
“Lo mismo que listado o adornado con listas.” Auts.
[192] Cfr. con
los trajes de caña de la pandorga celebrada en Madrid.
[193] Ridiculiza el bastón que llevaban los bedeles (vid. en la definición del Tesoro y del Diccionario de Autoridades), convirtiéndolo en una caña que,
además, luce una calabaza, representando
así una de las acepciones de calabaza:
“Usado siempre en plural. Es la reprobacion que se da a uno en el exámen de
suficiencia, que vá à hacer para ordenarse, ò pretender algun grado ò empleo.” Auts.
[194] Pertiguero:
“Es un ministro seglar, venerable en persona y aspecto en las iglesias
catedrales y colegiales, el qual assiste con ropas roçagantes de la festividad
a los oficios divinos, acompañando al diácono y al subdiácono, quando va al
púlpito y a otros muchos ministerios… Éste trae en la mano un báculo guarnecido
de plata, que al principio se devió de llamar pértiga; y assí se quedó con el
nombre de pertiguero.” Cov., Tes.
[195] Perrero:
“Oficial en las yglesias catedrales que tiene cuidado de echar fuera los
perros.” Cov., Tes. Tal vez
disfrazado así, por la paronomasia entre las dos palabras.
[196] Las vestiduras largas y vistosas del pertiguero han
sido sustituidas por una capa bordada de nabos. Comienza, con estos ropajes
llenos de nabos, el uso de alimentos en los disfraces de esta máscara, adorno
habitual de otros desfiles jocosos. Así, Lope en una máscara palaciega desfiló
disfrazado de botarga y con conejos colgados de su traje; mientras que el
acompañante de Lope eligió ir vestido significando a
[197] Valona: “Un
cierto género de çaragüelles o gregescos, al uso de los balones, gente alemana
del Ducado de Borgoña… Y porque estos mesmos traen unos cuellos de camisas,
estendidos y caydos sobre los hombros, llamaron en España balonas las que han
empeçado a usar de este modo.” (Cov, Tes.);
cfr. con “Adorno, que se ponía al
cuello, por lo regular unido al cabezón de la camisa, el qual consistia en una
tira angosta de lienzo fino, que caía sobre la espalda, y hombros: y por la
parte de adelante era larga hasta la mitad del pecho.” (Auts.). Por otra parte, vid. A.
Madroñal, art. cit; y Enriqueta Albizua Huarte, El traje en España en J. Laver, op.
cit, fig. 27, que reproduce el cuadro Mujer
con mantilla, de Velázquez, donde se observa una valona y podemos
imaginarnos el hilarante efecto de sustituir su encaje por un harnero.
[198] Garrocha:
“La vara que se tira al toro para embravecerle con un hierro de lengüeta, que
es como garra.” Cov., Tes.
[199] Picarros:
“Picamaderos, picarrelincho.” (DRAE);
pero creo que sería mejor entenderlo como derivado de “pica”, para favorecer la
aliteración con “perrero”.
[200] Vid. supra nota
195.
[201] Capa corta:
“De mozos y galanes.” Cov., Tes.
[202] Se trata de un neologismo, tal vez para expresar el
volante de la tela imitando la forma de una berenjena.
[203] Badana:
“Cuero adobado muy blando y de poca dura, no haziéndose aposta, porque dél
suelen hazer çapatos tapeados para los tienen los pies blandos y no sufren la
empella del cordován. De ordinario sirve para aforros de otros cueros.” Cov., Tes.
[204] Bozal: “El
adorno que suelen poner a los cavallos sobre el boço con campanillas de plata o
de otro metal.” Cov., Tes.
[205] Éstas quieren sustituir a las bordaduras de perlas y
corales que lucían las figuras más serias.
[206] Cfr. supra
con la lujosa abotonadura también ridiculizada en el “Triunfo de don Quijote”.
[207] Cfr. supra con
las hilarantes armas del “Triunfo de don Quijote.”
[208] Ahora la risa versa en el ademán, ridiculizando el
elegante cabalgar de los de “a cavallo”.
[209] J. Laver describe la vestidura de los franceses de
principios del XVII y reproduce algunos grabados en los que se representan
nobles galos con la moda de dicha época. Tanto por las palabras de Laver como
por estas imágenes, podemos imaginar los rasgos que ridiculizaba este don
Cebollo: el jubón había alargado las lengüetas del pequeño faldón con el que
terminaba y tenía un cuello alto levantado y abotonado por delante, que se
adornaba de una gorguera formada por dos o tres capas de pliegues; los calzones
más largos terminaban en las botas; se utilizaba también un sombrero de ala
ancha adornado con una pluma y una capa corta colgando el hombro; asimismo,
portaban un largo espadón. Laver concluye: “En torno a este tipo de
indumentaria existía un componente de pavoneo militar”; vid. J. Laver, op. cit.,
pág. 188.
[210] Vid. supra nota
205.
[211] Pomo: “Se
llama assimismo el extrémo de la guarnicion de la espada, que está encima del
puño, y sirve de tenerla unida y firme con la hoja.” Auts.
[212] Probablemente, aunque ya algo lejana, imitaría la
vestidura de los tudescos que llegaron en el reinado de Carlos V y que
importaron la moda de trajes cortos abullonados y acuchillados; a través de
estas rasgaduras de tela se veían forros de colores; vid. Federico Hottenroth, Historia
del traje, Barcelona, Montaner y Simón, 1917, págs. 7 y 8; y J. Laver, op. cit., págs. 80 y 81. En una máscara
posterior (1710) y fuera del ámbito jesuita, encontramos también desfilando a
dos personajes que representan a dos rábanos, aunque sólo se nos especifica de
su vestidura “que imitaban cada una a un rábano”; vid. Julio Alonso
Asenjo, “Alcides alegórico: Máscara o mojiganga estudiantil por el
triunfo de Felipe V en Villaviciosa (1710)”: TeatrEsco 0: http://parnaseo.uv.es/Ars/teatresco/Revista/Revista0.htm
[213] En la larga reseña dedicada por Ripa a describir las
imágenes de las estaciones (C. Ripa, op.
cit., I, págs. 260-264), se pueden leer algunos de los disfraces y atrezos
con que se adornaron los actores que las interpretaron; para dicha reseña, Ripa
utilizó sobre todo fuentes clásicas, principalmente las Metamorfosis, pues en el libro II se describen las
personificaciones de las distintas épocas del año (OV. Met. 2. 26-30). No obstante, estos vestimentos pudieron beber de
las abundantes y dispersas representaciones que hay en el arte; así, el
diccionario de Jean Chevalier y Alain Cheerbrant, op. cit., recoge, como símbolos de cada una de las estaciones, los
atributos de los que se adornan los personajes de esta máscara.
[214] C. Ripa lo pinta con “vna ghirlanda d’vue con le sue foglie” (C. Ripa, op. cit., I, pág. 261).
[215] En
[216] “Vna Fanciula
coronata di mortella, e che habbia piene le mani di varii fiori…” (C. Ripa,
op. cit., I, pág. 260).
[217] “Vna Giovane
d’aspetto robusto, coronata di spighe di grano, vestita di color gialo…”
(C. Ripa, op. cit., I, pág. 261).
[218] “Hvomo, che
tenghi li piedi in atto di fortezza, con vna veste longa di diversi colori, porta
in capo vna gran palla, o globo sferico di oro” (C. Ripa, op. cit., II, pág. 62).
[219] Las vestiduras de este personaje corresponden a la
iconografía más típica del Diablo, que, por otro lado, era figurante habitual
en las procesiones, junto con los ángeles, desde
[220] El actor se viste de Cupido (para las
representaciones de este dios; vid. Erwin
Panofsky, “Cupido el ciego”, en Estudios
sobre iconología, Madrid, Alianza, 1976; este Cupidillo se opone al Anteros
de la cuadrilla final, como en el emblema X de Alciato “Amor uirtutis alium cupidinem superans”; vid. A. Alciato, ed. cit., pág. 146.
[221] Como el Honor: “Hvomo
d’aspetto venerando, e coronato di palma, con vn collar d’oro al collo” (C.
Ripa, op. cit., I, pág. 245).
[222] Venera:
“Significa tambien la insignia, que suelen traher pendiente al pecho los
caballeros de las Ordenes Militares.” Auts.
[223] De color leonado viste Ripa a
[224] Cfr. supra con
la mascarada de Sevilla por la beatificación y la del triunfo del Colegio
Imperial;
[225] El cronista recoge, anotando al margen, las fuentes
de dichos jeroglíficos, que pocos pudieron comprender.
[226] Normalmente se representa con un instrumento de viento;
vid. supra nota 223.
[227] La leyenda, como señala el cronista, se recoge en
Valeriano (P. Valeriano, op. cit., págs.
135 y 136).
[228] La fuente, anotada al margen, es Quintiliano: “Ouidius et nimium amator ingenii sui”
(QUINT. 10. 1. 88)
[229] De nuevo el cronista nos facilita la fuente (PLIN. N. H. 7. 21-22).
[230] Vid. supra nota
150.
[231] Anónimo, Relación
de las grandes fiestas qve desde el sábado veinte y tres de septiembre, hasta
el martes tres de otvbre, se hizieron en la corte, en la consagración y
dedicación del maravilloso templo del Colegio Imperial de
[232] Shergold insiste en desvincular los carros triunfales
de los carros empleados en la representación de autos sacramentales, aun cuando
estos últimos recibieran el nombre de “carros triunfales” durante el siglo
XVII, cuando la fiesta del Corpus cobró su máximo esplendor, pues ya en 1499 se
observa que dos carros, o, a veces, “medios carros”, después de desfilar, se
conectan a un tablado o a otro carro, constituyendo así un escenario donde se
representa el auto (Shergold, op. cit., págs. 81 y 97- 109). Dos
muestras de diálogos interpretados en carros triunfales encontramos en dos
festejos de principios del siglo XVIII; vid. Julio Alonso Asenjo, “Alcides
alegórico…”, loc. cit.; y “Máscara de los estudiantes del colegio de San
Pablo de Burgos…”, loc. cit.
[233] A. de Fomperosa y Quintana, op. cit., fols. 70 r. –72 r.
[234] El pie castellano equivale a unos
[235] Vid. supra nota
134.
[236] La distribución es similar a la de otros carros
triunfales, con un trono donde se asienta el protagonista victorioso, aunque en
este caso el trono lo ocupen los restos de S. Francisco de Borja.
[237] En ocasiones los carros no eran arrastrados por
animales sino por hombres escondidos bajo los lienzos u otros ornamentos que
cubrían las ruedas. Así, en el desfile que en Zaragoza se organizó en honor de
Aliaga, uno de los carros cubrió ruedas y porteadores con laurel y aliagas; vid. J. F. Esteban Lorente, art. cit.,
pág. 594.
[238] P. Juan Bautista Bosquete, Fiestas que hizo
[239] De longitud, 32 palmos, es decir, 6’72 m.; y de
ancho, 19 palmos, es decir, 3’99 m.
[240] Las mulas han sido disfrazadas de toros sembrados de
estrellas (cfr. supra con los
unicornios del triunfo por los dos santos, del Colegio Imperial de Madrid, y
con los bueyes que arrastran los carros de los elementos en el desfile de Girona).
Tal vez quieran representar la constelación de Tauro, como anuncio del tema
astronómico sobre el que versará el carro.
[241] La representación de Europa como reina y sobre un
toro aparece en
[242] Vid. supra nota
169.
[243] Las siete ventanas serían para
[244] Ez. 1.
[245] Vid. supra nota
140.
[246] El carro hizo cuatro paradas: delante del Palacio
Arzobispal, en el Consistorio, delante del Real y junto a
[247] Tanto el hecho de que el diálogo se ejecute en un
carro como el que las apariencias estén compuestas por dos esferas recuerdan la
puesta en escena de algunos autos calderonianos, por ejemplo, el de El gran teatro del mundo, que además se
había representado en Valencia en 1641; vid.
Shergold, “El gran teatro del mundo
y sus problemas escenográficos”, Hacia
Calderón (Coloquio anglogermano. Exeter, 1969), págs. 77-84. No obstante, sigue habiendo grandes diferencias,
entre ellas la misma configuración del espacio escénico: en el triunfo de
Valencia sólo hay un carro, probablemente naviforme, y en este único carro se
asienta tanto el tablado, como la esfera de donde salen los actores; y, lo que
es más importante, preside toda la escena la imagen de San Francisco asentada
en un trono situado en la popa, al igual que sucede en la mayoría de carros
triunfales, en los que la figura protagonista se sienta en la parte trasera del
carro.
[248] Anónimo, Relacion
de las fiestas, y octavario solemnissimo, con que celebró el Religiosissimo Colegio
de
[249] Cfr. supra con
el carro del elemento Tierra que desfiló en Girona.
[250] Vid. supra nota
60.
[251] Vid. supra nota
150.
[252] Octavario: “La
fiesta que se hace en los ocho dias de una Octáva, con Sermón, música y demás
funciones de
[253] Cfr. supra con
las escuadras de niños que precedieron el triunfo del nombre de Jesús en
Valladolid.
[254] Vid. supra nota 218.