LA CUARTA ROSA fue estrenada el 25 de abril de 1996, en la sala Ensayo 100 de Madrid, por la compañía Atra bilis y bajo la dirección de Fernando Incera.

Nota previa: de este montaje sólo disponemos de un artículo aparecido en Primer acto nº264, III/1996, p.140-143. Firmado por Carlos Cuadros.

 

Teatro de la Necesidad y el Deseo

 

"...Voy a descansar sin despertarme sobresaltada, para ver si la sangre me anuncia otra sangre nueva..."

Yerma, de García Lorca,

 

Teatro de la ceremonia. El escenario vuelve a convertirse en un lugar desde el cual invocar a lo absoluto con el único rito posible: la poesía. Poesía que se nutre de la paradoja de tomarse el ímprobo trabajo de buscar lo esencial en virtud de un objetivo tan fútil como es el goce estético. Tareas vanas que nuestra condición de seres simbólicos ha tornado ontológicamente necesarias a nuestra existencia. Principio y fin de la cultura.

Acaba de subir a escena un nuevo texto de la autora A. Liddell Zoo. Una vez más ha sido la compañía Atra bilis la que, bajo la dirección de Fernando Incera, se ha encargado de oficiar la ceremonia teatral que exigen las obras de esta autora para su puesta en escena.

No quisiera, sin embargo, que esta terminología pseudorreligiosa confundiese los trabajos de Liddell Zoo, o de la compañía que habitualmente monta sus textos, con un ramplón misticismo. No es eso. Pienso en el lugar mágico de las tragedias griegas; en la pasión añorada por Nietzsche; en la libertad creativa deseada por los románticos; en la persecución agónica de dicha libertad por esos "atletas de la vida" que fueron los simbolistas ("Je ne suis pas prisionnier de ma raison. J'ai dit: Dieu. Je veux la liberté dans le salut: Comment la poursuivre?" escribía Rimbaud en su Une saison en enfer); en el "teatrobajo la arena" lorquiano; en el "teatrode la peste" de Artaud; en el "teatro de la muerte" de Kantor... Tradición ritual que ahora también continúa en la pasión de los dramas de Liddell Zoo.

Como en el resto de sus obras, La cuarta rosa vuelve a ser una combinación de simbolismo y acción dramática. Liddell Zoo explica su dramaturgia como "teatro de la pasión, es decir, de la necesidad y el deseo". Sigo un esquema en el que la propia autora desarrolla su proceso de composición artística: el producto (que ella ubica en la "irrealidad") es el resultado de un proceso creativo que parte de la percepción sensorial de una realidad de forma conmovedora. A partir de ahí entra en acción el tamiz o filtro intelectual para realizar los procesos de interpretación, abstracción y ulterior materialización, expresión poética. Momentos intelectuales en los que interviene el condicionante emotivo de la intuición, así como el racional de la construcción (condicionantes ambos determinados por la obsesión subjetiva).

"En efecto -escribe Liddell Zoo-, me dejo conmover, excitar, impresionar, emocionar por mis experiencias reales, pero las interpreto, extraigo su centro y las deformo de acuerdo a mis necesidades y a mis deseos. Y ya que el arte no es sólo irrealidad, sino también expresión, las expreso. Mas no deseo expresar ni lo que sé, ni lo que veo, sino por encima de todo lo que siento".

La cuarta rosa es exponente de este proceso creativo. Sus personajes podrían haber salido de cualquiera de nuestras guerras contemporáneas (de Oriente Medio a Centroamérica, pasando por los Balcanes), o bien de las cotidianas batallas que se libran en una gran ciudad desarrollada, o por qué no, de una batalla mítica que englobase todas ellas. Aquí, como en el resto de aspectos de la obra, ha de ser el espectador el que ubique la acción (y se ubique a sí mismo) en función de sus propios referentes, junto con los que le ofrece el espectáculo.

Composición poliédrica en la que una historia de amor viene completada por una traición; los disparos de una guerra son precedidos por suicidios rituales; las inocentes canciones infantiles cobran sentido si se acompañan del viaje sin retorno de la ruleta rusa; las imágenes poéticas se combinan con los potros de tortura... Los juegos se convierten en obsesión.

Fernando Incera, director del espectáculo presentado en la Sala Ensayo 100 de Madrid, ha rehusado aderezar la obra con elementos superfluos de puesta en éscena. De este modo, construye una pieza sugerente y abierta para el espectador, que puede recrearse tanto en la composición de la acción, como en la belleza poética del texto, pulcramente integrado y expresado por los actores y actrices.

La cuarta rosa es, entre otras muchas cosas, el recorrido por la vida de una mujer. Pero a Liddell Zoo no le interesa detenerse en la anécdota trivial de una historia cualquiera. Más bien al contrario, con esta obra de teatro-ceremonia trata de recoger la esencia de la condición femenina con la potente imagen de la sangre. Sangre que marca el inicio, el desarrollo y el final de la obra.

Sangre de nacimiento, de madurez y de muerte. Sangre que se convierte en creadora de vida, expresión del amor, pero que a la vez también es símbolo de tragedia. Sangre con la que se juega y se realizan actos rituales e iniciáticos.

La mujer es en La cuarta rosa todo un arquetipo; una figura con faz humana pero con una dimensión que sobrepasa a la de cualquier mujer de la realidad: es la suma, una síntesis posible de todas ellas. Una vez puesto en marcha el proceso de creación teatral de Liddell Zoo, el referente del personaje de Alma hay que buscarlo más en la interpretación poética del mito femenino: esa línea que va desde las figuras de Willendorf y Lespugue, hasta La diosa blanca de Robert Graves, pasando por la interpretación "paranoico-crítica" que del Angelus de Millet realiza Salvador Dalí, y, por qué no, la propia obra de Lorca.

Desarrollos poéticos de la condición femenina en los que la combinación de Eros y Tánatos está siempre presente, y en los que la mujer se convierte en objeto de culto en tanto que compendio de todo lo que representa la línea de la vida.

Así concluye la Canción de Amergin, un antiguo calendario-alfabeto celta, recogida por Robert Graves:

"Soy la matriz: de todos los bosques,

soy la fogata: de todas las colinas,

soy la reina: de todas las colmenas,

soy el escudo: de todas las cabezas,

soy la tumba: de todas las esperanzas".

Canción que, según Graves, "resume brevemente el primer mito poético ". Inicio del "lenguajede la verdadera poesía" cuya función ha sido y será siempre "la invocación religiosa a la Musa".

Mucho tendría que decir el psicoanálisis de esta interpretación, como también de los elementos presentes en La cuarta rosa. Dejaremos que sea algún exégeta freudiano el que se ocupe de revisar bajo este prisma las obras de Liddell Zoo, pero apuntaré otro detalle significativo de la pieza. Se trata del recurso a una suerte de lenguaje salpicado de referencias a la infancia. En La cuarta rosa, cuatro de los cinco personajes se presentan durante varios momentos de la obra como niños. Incluso en las escenas en las que los personajes ya se comportan como adultos, existe en ellos un lenguaje poético que mucho recuerda al que pudiera utilizarse en un cuento de niños. Como cuando Alma, su hermano Ciro y su novio Ravel dan nombre al feto que, como dice Alma, "me acaban de arrancar":

Ravel: Hay que ponerle un nombre.

Ciro: ¡Amarillo!

Alma: ¡Se volvería loco!

Ravel: Se llamará Azul.

Alma: El niño Azul...

Ciro: ¿ Y Violeta?

Ravel: ¿Mi niño Violeta?

Alma: No es Violeta.

Ciro: Tampoco es Azul.

Alma: Es Carmesí.

Ciro: Rosa

Ravel: Carmesí.

Alma: Traed. Hay que guardarlo.

Ciro: ¿Va llamarse Carmesí?

Como no podría ser de otra manera, A. Liddell Zoo corresponde al pseudónimo de la autora. Pseudónimo cuya referencia -no contrastada con ella deliberadamente para reforzar mi tesis- la encontramos en el nombre de la niña a la que el reverendo Charles Lutwidge Dogson dedicó uno de los libros que más influencia ha dejado en la literatura del siglo XX.

Me refiero, obviamente, a Alicia Liddell, merecedora del cuento que, bajo el pseudónimo de Lewis Carroll, le dedicó el reverendo Dogson con el título de "Alicia en el país de las maravillas" una tarde de julio de 1862.

Curiosa relación de un diácono anglicano tartamudo que, además de ser un apasionado del teatro y la ópera, sentía veneración por las niñas de entre ocho y catorce años, a las que sacaba a pasear en barca, contaba cuentos y luego inmortalizaba en su diario. Toda una sugerente historia, de cuya casta inocencia no dudamos, pero que muy bien podría servir de inicio para un argumento perverso de uno de los dramas de Liddell Zoo.

La autora escribe en el prólogo de su obra Leda: "Es necesario regresar a un antiguo estadio infantil en el que el modelo únicamente sirve para extraer aquellos elementos que preciso para expresar lo que deseo. De tal modo que un padre puede carecer de ojos, nariz y orejas porque sólo me interesa su boca, su barba. Mejor aún, yo diría que consiste en la verosimilitud de lo increíble".

Efectivamente, en La cuarta rosa, como también en Leda o en El jardín de las mandrágoras, Liddell Zoo regresa a ese "antiguo estadio infantil" que quizá no sea más que un regreso a un cierto estadio de nuestro pasado cultural.

Volvemos al símbolo de la sangre presente en La cuarta rosa. Todo comienza con la primera menstruación de Alma, mancha roja en un níveo camisoncito de la cual "dicen que si la besas se cumplen todos los deseos" y que se convierte en un juego para Alma, sus dos alter-ego vestidas de rojo, y su hermano Ciro. Juego cuyo final vuelve a ser peligroso -o cuanto menos inquietante- ¿Habrá deseado el inocente Ciro morir en ese preciso momento? ¿Se cumplirá su deseo antes de que intente cambiarlo?

La "segunda sangre" mana de Alma después de su primera y única experiencia sexual con Ravel:

Mujer 2: Y digo también: ahora siempre será la segunda vez. Eternamente la segunda vez. Cada lugar extraño que pise, cada rostro que encuentre, será por segunda vez. Menos la muerte.

Ravel: ¿Qué hora es?

Mujer 1: Pero no. No lo volveré a hacer jamás. Así cuando beba, cuando me lave las manos, cuando me peine, será como si lo descubriera. ¿Lo escuchas? Escucha la clausura de mi vientre".

De nuevo, escena con final dramático. Ciro llega al lecho apaleado por esos "malditos apóstoles" y descubre la mancha en la sábana:

Ciro: ¿Qué es esto?

Alma: Es mía.

Ciro: ¿Es como aquélla?

Alma: ¿Como cuál?

Ciro: Como la que concedía deseos.

Alma: Parecida.

Esta mujer-arquetipo que representa Alma sufre su "tercera sangre" con un aborto después de quedar embaraza de Ravel:

Alma: El niñito carmesí. Brillante que te brilla, brilla. Algodoncito de venas. Ojos de pescado que no se cierran. Puñadito. Suspirito. Murallita de arena mojada. El cielo es azul cielo. Mi niñito transparente. Mío, mío. Tanto que miro a través de mi niñito y veo el mundo. Carmesí, Carmesí. Me lo pegaré a las pestañas. Ovillito desbaratado. Manojito de lluvias. Luz. Caracol. Fresa. Boca de hucha que se abre. Sueña, mudito, sueña.

La "cuarta y última sangre" no podía ser otra que la inmolación final. El acto con el que Alma, Ciro y Ravel deciden suicidarse y que, finalmente, será una traición de este último personaje. El círculo del amor y la muerte se ha cerrado con un disparo.

La referencia de la muerte como condición sine-qua non para el inicio de la vida volvemos a encontrarla en las ancestrales tradiciones de las religiones matriarcales, en el cristianismo (el grano que cae en tierra y muere para dar luego el ciento por uno)... Liddell Zoo le hace decir a la Mujer 2: "Me di cuenta de que puedo tener más hijos si los mato que si los dejo con vida".

Si en la tradición mítica es la figura masculina la que muere (el reyezuelo de la tradición británica, el carnero en la judeo-cristiana, el sol o el mismo hombre-rey elegido anualmente en el primitivo matriarcado, recordemos también a Juan, ahogado por su esposa Yerma ... ) aquí es Alma (la mujer, la musa, la triple diosa, esa representante de la diosa blanca o madre poética absoluta) la que muere víctima de un disparo.

Quizá Liddell Zoo, como tantos otros poetas de la historia, no haya sido consciente de su veneración al mito. El atavismo, o nuestro inconsciente colectivo han vuelto a funcionar. Primero a Alma se le arranca su fruto con un desgarrador aborto; luego muere de un inútil disparo, pues Ravel, contraviniendo lo que se había acordado, no se suicida. Dio, el dios del cielo de los minias, adorado en el monte Lafisto bajo forma de carnero, el hijo de la Diosa Madre, al que ella le dio primero el nombre de Zagreo o Zeus, ha ocupado el lugar de su progenitora. Él, que era sacrificado cada año por el bien de los campos, ha comenzado a disfrutar de los privilegios de una deidad absoluta, y su sacrificio ha dejado de practicarse.

Ravel también se ha escapado de "los apóstoles" de La cuarta rosa, quizá porque se trata de uno de ellos. La razón, una vez más en nuestros días, se impone al mito; la ciudad lo hace a los ciclos de la naturaleza; el ser humano renuncia a la armonía natural. Continúa la "civilización", suenan los disparos y avanza la guerra.

Aún así, de la fuente de la vida seguirá brotando el soplo de la existencia. Ya es revelador el nombre del personaje principal, Alma, mujer que vive y soporta el dolor. De nuevo, la sangre:

Mujer 1: Estamos acostumbradas a la sangre. Nos manchamos los dedos muchas veces. No nos gusta emparedar la vida.

Mujer 2: Pueden clavarme cuchillos. Empecé a desangrarme a los diez años. Estoy preparada para cualquier matanza.

Y luego, más adelante:

Mujer 1: No nos asusta el dolor. Encharcamos sábanas y sábanas sin desmayarnos. Nos educan a través de la sangre. Nos enseñan a pronosticar certezas y destinos. Tenemos una relación muy íntima con Dios.

Mujer 2: Córtame un dedo y me verás por dentro. Quizá nos ahoguemos. Mira cómo chorrea sin parar. Mira cómo baña nuestros pies. Mira: éste es mi dolor. Ésta es mi vida .

Vida creadora de vida. Vida capaz de "llenarse por dentro". Teleología de su existencia. Objeto de adoración; principio del mito:

Querido amante: Tu cuerpo entristece. Jamás sabrás lo que es llenarse por dentro. Si pudiera clavarte en la tripa un tallito de nardos para que sintieras cómo florecen...--

Milagro con forma de luna al que siguen cantando los bardos.

 

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