ars theatrica

reseñas teatro siglo xx

Canonización y público. El teatro de Valle-Inclán.

IGLESIAS SANTOS, Montserrat

Servicio de Publicaciones de la Universidad de Santiago de Compostela, 1998, 240 págs. 

 

Canonización y público. El teatro de Valle-Inclán es la obra de Montserrat Iglesias Santos publicada en 1998 como el número 200 de la colección de Monografías da Universidade de Santiago de Compostela. Montserrat Iglesias, que ya realizó anteriormente estudios comparativos entre Valle-Inclán y el teatro europeo, lleva a cabo en esta reciente obra, como ya hizo en su tesis doctoral (El horizonte de expectativas en el sistema literario. La posición de Valle-Inclán en el teatro de su tiempo, 1920-1936) un estudio del teatro español tomando como base la Teoría de los Polisistemas iniciada por Itamar Even-Zohar y la noción de campo literario de Bourdieu. En la primera parte de la introducción, por miedo a que el lector se sienta un poco perdido en esta maraña de términos de teoría literaria y olvidando, por tanto, que la teoría literaria ya los maneja desde hace algunos años con absoluta fluidez, se dispone la autora a hacer un pequeño repaso de conceptos como canonicidad, estática o dinámica, campo de poder... A continuación especifica el campo de estudio de su obra: el teatro español entre 1920 y 1936, estudio en el que el teatro de Valle-Inclán sirve como referencia o síntoma. Según la autora "ni su figura ni su obra en sí mismas constituyen el objeto primordial de nuestro estudio". Lo que importa aquí es "su posición en el teatro de su tiempo" (pág. 20). En último lugar se hace hincapié en el hecho de que la expresión "teatro español" no se refiere sino, unicamente, al teatro que se representa en Madrid, aunque, a su vez, se incorporen datos de la escena barcelonesa, "epicentro distinto al teatro representado en la escena madrileña" (pág. 21). La justificación se halla en la fuerte centralización que organiza la vida cultural de la época. La vida teatral en provincias "salvo en ocasiones excepcionales tenía una posición totalmente subsidiaria con respecto a la escena madrileña" (pág. 21)

El cuerpo de la obra se divide en 5 capítulos, los 3 primeros dedicados al estudio del teatro de la época (la crisis del teatro español, el teatro comercial y el renovador) y los dos últimos centrados en el lugar que ocupa Valle-Inclán en el mismo.

El primero de los capítulos ("La paradójica crisis del teatro español: centro vs. periferia", págs. 23-34) trata la doble perspectiva que existe en la época sobre la crisis del teatro. Se trata de un tema candente en la intelectualidad española, sobre todo, según la autora, de 1920 a 1936, período en el que el "debate" de la escena teatral se vincula con el de la escena política. Manejando datos de la escena madrileña, Iglesias Santos llega a la conclusión de que, efectivamente, no podemos hablar de crisis teatral si no lo hacemos desde los dos puntos de vista o sistemas que se enfrentan en el polisistema del teatro de la época. Éste será el objeto de los dos siguientes capítulos, pero antes, Iglesias Santos realiza un análisis de la encuesta sobre la crisis teatral llevada a cabo por Federico Navas ("Las Esfinges de Talía") a partir de 1926. El resultado, lógico y previsible, divide el polisistema teatral en dos grupos. Según el primero, el "teatro comercial", situado en el campo de la gran producción, no sólo no se puede hablar de crisis sino que nunca antes el teatro español había gozado de tanta salud. En cambio, para el segundo grupo, el "teatro renovador", situado en el campo de la producción restringida, el teatro español se halla en una profunda crisis artística. Según la autora, debemos diferenciar en cada uno de los dos sistemas la condición de legitimación, en el primer caso se trata de una legitimación económica (representada por el éxito de taquilla) y en el segundo caso debemos hablar de una legitimación artística (representada por el "reconocimiento de los otros productores del campo", pág. 34)

El segundo capítulo (págs. 35-76), dedicado al teatro comercial, comienza con un análisis de su público y su organización. El público mayoritario en la segunda década del siglo proviene de la media burguesía y su principal objetivo, al ir al teatro, es entretenerse y olvidar sus preocupaciones cotidianas. Se trata de un público con poder adquisitivo que, como cliente, quiere que la escena le ofrezca productos que se adecúen a sus "valores". Así se proclama como la "instancia máxima de canonización" (pág. 38), la que da sentido y, en último término, configura el teatro como negocio o industria. A continuación, y dentro de este apartado, la autora analiza los principales elementos que configuran la industria teatral: el empresario, los actores, los cronistas de la vida escénica y la escenografía. El empresario es criticado y considerado, por los defensores del teatro renovador, como uno de los máximos responsables del retraso o bloqueo de la escena española pues arriesga poco su capital y prefiere llevar a cartel obras consagradas, de éxito asegurado (productos canonizados), que son las que sustentan el negocio. Lógico, por otra parte. Los actores del teatro comercial, caracterizados por un gran afán de notoriedad y una búsqueda de lucimiento personal, utilizan una técnica interpretativa afectada y declamativa y, en la mayoría de casos, como señala la autora, un actor consagrado funcionaba como un reclamo para el público. Otra de las faltas importantes de este teatro es la de la figura, esencial en el teatro renovador europeo, del director de escena. Esta función es desempeñada por los actores, que, cuando gozaban de un poco de éxito, formaban su propia compañía. No sólo en la dirección de actores se siente esta falta sino también en la concepción y dirección escenográfica. No se trata de problemas económicos, puesto que el teatro comercial cuenta con elevados presupuestos, sino que el problema se debe buscar en los modelos teatrales.

Acto seguido se trata el tema de los autores más representados y los géneros de mayor éxito. En primer lugar es señalada la abundancia de obras y autores representados frente a la escasez de variación respecto al producto canonizado por el público. Entre 1918 y 1926 los autores más representados son Benavente, los hermanos Álvarez Quintero y Pedro Muñoz Seca mientras que el panorama teatral de la segunda década es dominado por el astracán. En esta situación de "superproducción" que sufren algunos de estos autores es fácil comprender que cobren una gran importancia las colaboraciones, así como las traducciones y adaptaciones de obras extranjeras, donde se mantiene, de igual manera, la oposición teatro comercial / teatro renovador. En último lugar y, en lo referente a los géneros teatrales dominantes, vemos que el drama y la tragedia (productos canonizados de la dramaturgia burguesa) pierden importancia a partir de la segunda década del siglo y formas como la comedia sentimental o la alta comedia dejan paso a otras formas cómicas, muy diversas entre sí, y que la autora agrupa bajo el nombre de "juguete cómico". Entre estas piezas cómicas destaca el astracán de Pedro Muñoz Seca que, como la mayoría, avanza desde el teatro por horas hasta llegar a ser un producto reconocido (legitimado) en los locales del teatro comercial. Este avance del teatro cómico no es sino la imposición del gusto del público que sostenía las salas y que iba al teatro, sobre todo, a divertirse.

El tercer capítulo (págs. 77-134) es el dedicado al teatro renovador o teatro como arte, sistema considerado en oposición al anterior dentro del polisistema teatral de la época. La primera parte, titulada "Las instancias de legitimación artística" presenta a los defensores de la renovación de la escena española como un grupo homogéneo y cohesionado, no sólo por unos ideales artísticos sino también por unos valores políticos y sociales (como su oposición a la dictadura de Primo de Rivera y su apoyo a los postulados republicanos) que les hacen compartir los mismos órganos de expresión, revistas como España (1915-1924) o La Pluma (1920-1923) así como participar en actividades, tertulias, lecturas... en el Ateneo o en la Residencia de Estudiantes. También señala la autora la importancia que tiene la existencia desde 1923 de la censura previa que se dedica, sobre todo, a prohibir aquellas publicaciones en prensa o representaciones teatrales que van en contra del "buen gusto". Así, la impresión en libro era una de las formas de dar a conocer una obra teatral, que, por una razón u otra, no llegaba a la escena. La publicación de obras teatrales se configura, según la autora, como un medio esencial para la legitimación artística.

La segunda parte de este capítulo es la dedicada al público. Los intelectuales pertenecientes al teatro renovador son conscientes de que la reforma pasa, en primer lugar, por la creación de un público -diferente al del teatro comercial- que aúne en sí dos grupos pertenecientes a la periferia del sistema teatral: las clases populares y la minoría intelectual. En cuanto a los proyectos dedicados a las clases populares se destaca, por un lado, el Teatro Nacional, una de las grandes aspiraciones de los renovadores durante el período republicano y que nunca se llegó a crear (aunque se reconoce la labor realizada por el Teatro Español entre 1930-1936 como difusor del teatro clásico español) y, por otra, los proyectos pedagógicos de grupos universitarios como "La Barraca", "Las Misiones Pedagógicas" o "El Búho". En el caso de la minoría intelectual se habla de teatro independiente como una experiencia escénica que, desde el campo restringido, se realiza con el afán de convertirse en un modelo alternativo al teatro comercial y, por tanto, en un espacio escénico estable. Según la autora esto no se consigue ya que, las experiencias, siempre minoritarias, se ven impedidas por dificultades económicas y políticas que truncan su desarrollo. Algunas de las que se destacan son el "Teatre Íntim" de Adrià Gual o teatros de cámara como "El Mirlo Blanco", "El Cántaro Roto" o "Caracol". El último lugar del capítulo lo ocupa el estudio de los géneros que dominan en el panorama del teatro renovador, la norma canonizada por intelectuales y autores cuya principal característica se configura, según la autora, por ruptura con la dramaturgia burguesa de corte realista. Entre los géneros de la periferia se destaca la revalorización del teatro clásico español, "base del repertorio teatral y del repertorio sistémico del teatro renovador" (pág. 120), el teatro infantil y el de títeres, el "grand guignol", la farsa o el cine, generador de pautas y modelos del arte más moderno.

En el capitulo cuarto (págs. 135-151) la autora presenta tres de las figuras esenciales del teatro de la época que funcionan como síntoma o referencia de los dos sistemas teatrales en oposición. Se trata, así, como ejemplo de canonicidad dinámica a Pedro Muñoz Seca (modelo canonizado del teatro comercial) y, en el polo opuesto, a Valle-Inclán, figura canónica en la esfera literaria a la vez que un modelo canonizado en el teatro. Se considera, por otra parte, a Benavente como ejemplo de canonicidad estática. Se trata, según la autora, de un clásico, autor canónico, que no canonizado, puesto que su modelo teatral no funciona como guía para la creación posterior de otras obras aunque es reconocida la importancia de su obra por unos y otros. La figura de Valle-Inclán se define, en total oposición a la de Muñoz Seca, como un "artista independiente" tanto en lo económico, como en lo ideológico y, por supuesto, en lo artístico. Se configura así como el paradigma que, en contra de lo que hace Muñoz Seca - dar al público lo que quiere, "El mundo quiere reír. ¿Y qué culpa tengo yo?"- supedita la demanda a la voluntad artística defendiendo así la autonomía del arte frente a lo que son las necesidades de la industria teatral.

El quinto y último capítulo (págs. 153-207) se centra totalmente en la figura de Valle-Inclán y en su lugar dentro del polisistema teatral español de las primeras décadas del siglo. En la primera parte del capítulo Iglesias Santos analiza las circunstancias que rodean la puesta en escena de las obras de Valle-Inclán. De 1920 a 1936 se estrenan 6 obras suyas: La cabeza del bautista (1924), Ligazón (1926), Farsa y licencia de la reina castiza (1931), El embrujado (1931), Divinas palabras (1933) y Los cuernos de don Friolera (1936). Iglesias Santos analiza algunos datos de estos estrenos, como qué compañía lo realizó, cuándo, en qué teatro y, por último, cuál fue la acogida del público, centrándose, para este último aspecto, en dos de ellas: La cabeza del bautista y Divinas palabras. El estreno de ésta última enfrenta a público y críticos de la prensa más conservadora, que ni siquiera le concedieron la categoría de teatral, con los intelectuales y críticos que juzgaron la obra como uno de los grandes pasos hacia la renovación teatral. A raíz de la opinión que merecen a algunos críticos las obras de Valle-Inclán, irrepresentables cuando no ausentes de teatralidad, la autora dedica un apartado a comentar la cuestión, tan debatida ya, sobre la irrepresentabilidad de las obras de Valle para concluir que, evidentemente, no son, material e ideológicamente, representables en el teatro comercial de la época aunque sí son objeto de una atención especial por parte de círculos más reducidos de la periferia teatral. Echamos de menos un análisis más exhaustivo sobre las técnicas interpretativas, las posibilidades escenográficas... , elementos que, en nuestra opinión, determinan considerablemente la escasez de éxito de público que tienen las obras de Valle-Inclán cuando son estrenadas. A continuación, Montserrat Iglesias trata los modelos que podemos encontrar en las obras escritas entre 1920 y 1930, entre ellos, el "grand guignol", la dramaturgia popular: entremeses, retablos... , el teatro clásico, el teatro de títeres y marionetas y el cine. Podemos comprobar que, evidentemente, son los mismos modelos comentados en el capítulo cuarto como los adoptados por el teatro renovador. Aquí se realiza un análisis más específico sobre el papel que tienen estos elementos en la obra de Valle-Inclán para concluir que es la farsa el modelo "supragenérico" (pág. 205) que aúna en sí todas las demás formas periféricas anteriormente comentadas. En último lugar se propone un estudio comparado con otras dramaturgias europeas como la perspectiva necesaria para reconocer a la farsa valleinclaniana el papel que desempeña como expresión de la estética más vanguardista que recorre toda Europa.

En nuestra opinión se trata de una obra que presenta una clara visión general del teatro español del primer tercio del siglo aunque no ofrezca, aparte de la terminología sistémica aplicada al teatro, grandes novedades en cuanto a análisis teatral. Se olvidan aspectos, que juzgamos esenciales del estudio teatral, como pueden ser las técnicas o escuelas actorales, la sociología, tanto del actor como del público, la escenografía... mientras priman otros como el análisis de géneros.

En cuanto a aspectos más puntuales consideramos que un capítulo de conclusiones hubiera destacado los aspectos principales de la obra a la vez que ahorrado un buen número de repeticiones conceptuales. Así mismo, en la bibliografía notamos la ausencia de la referencia completa de alguna de las obras citadas a lo largo del trabajo como la de Mainer de 1987.

Destacamos, finalmente, el compendio de citas, comentarios y anécdotas de intelectuales, críticos y artistas de la época que recoge la autora, tanto de otras obras fundamentales de este campo de estudio, como de documentos periodísticos. Estos testimonios son una fuente documental de gran valor que nos permite acercarnos, de forma más directa, a la tumultuosa vida teatral del primer tercio del siglo XX.

Coronada Requena Pineda

Universitat de València