(Universitat de València)
1.
Introducción: contexto teatral de la época de Cervantes.
El teatro que Miguel de
Cervantes pone en práctica en sus obras
dramatúrgicas es el perteneciente al llamado Primer Barroco. Éste se
diferencia en diversos aspectos del teatro de la época anterior (el
Renacimiento) y del de la etapa posterior (Segundo Barroco), por lo que
consideramos importante y conveniente analizar las características del teatro
escrito y escenificado de estos tres periodos.
En el Renacimiento, la comedia es muy sencilla, con unas líneas muy claras. El diálogo tiene una suave ondulación, que se anima y agita al compás de las pasiones. La entrada y salida de personajes, los gestos y movimientos que reclama el coloquio... muestran hasta qué punto la palabra dramática se ha escrito para el actor, quien llena de vida la composición. Además hay una gran delectación lingüística: dentro de una conversación se unen las hablas de castellanos, portugueses, valencianos, moriscos, gitanos, vizcaínos, rústicos...
El teatro religioso, viva
herencia de la etapa medieval, continúa en el Renacimiento; sin embargo, el
teatro fundamental va a ser el profano, con los temas del amor, el matrimonio,
la vida diaria y baja, los sucesos extraordinarios (individuales o colectivos),
las fiestas, la mujer y el hombre acompañados de dioses antiguos... El deleite
verbal va acompañado del sentido de lo nuevo, de ver por primera vez la tierra,
las plantas, el hombre... de la gran aventura de mirar y palpar.
A este panorama teatral
renacentista hay que añadir otra característica: la sátira eclesiástica, que
llega incluso al irrespeto y a la crueldad. Esta actitud dura hasta la llegada
del erasmismo y la reforma, que influirán en el catolicismo. Finalmente, con la
Contrarreforma, el teatro barroco adquirirá dos características que lo
distinguirán del renacentista: la ausencia de sátira eclesiástica y el
sentimiento religioso nacional.
En el Renacimiento las obras se
representan fundamentalmente en los palacios (salas y jardines), ante los reyes
y la nobleza, lo que ayudaba a que los medios escenográficos fueran mayores.
Aún así, el peso de la obra no recaía en esto, sino que era un teatro para el
oído, y la vista se fijaba en el actor.
En el Barroco, en cambio, el público ya no está formado por un noble auditorio, sino por el vulgo, que exige un cambio del diálogo a la acción. Este primer Barroco se interesa por los sentimientos y pasiones como elementos del destino humano, y además encuentra el nuevo sentido de la comunidad: la personalidad histórica. El teatro es el nuevo templo civil, que deja a la Iglesia una función religiosa especializada, ya que este espíritu nacional y moral se ofrece transido de sentimiento religioso.
Si en el Renacimiento se
traducía a los clásicos, en el Barroco
se escriben tragedias originales. En Séneca encuentran los dramaturgos horror y
monumentalidad, pero le añaden un matiz que lo diferencia: si el conflicto
griego no tiene solución, el cristiano siempre la tiene dada: puede condenarse
o salvarse, pero depende de su elección, y sabe que Dios siempre está a su lado
para ayudarle. El mundo griego tiene una tragedia, el mundo cristiano tiene una
pasión. El Barroco se encargará de vivir lo religioso en términos civiles: así,
en la figura del actor se recapitula y compendia el mundo social, simbolizado
por el mundo de la representación: el hombre hace un papel en el mundo, y el
representante nos muestra la multiplicidad latente en el hombre; la vida debe
ser una limitación, una aceptación de la tierra, con los ojos puestos en el
cielo. El heroísmo cristiano es un acto amoroso, una entrega sin reservas, a
imitación de Cristo, que se compendia en la figura del santo. Así pues, religión
y comedia son los dos polos de la vida espiritual del Barroco español,
representados en el santo (ejemplo vivo y luminoso que nos enseña el camino del
cielo) y el actor (guía que nos conduce por la tierra).
El diálogo y los cuadros
renacentistas se convierten ahora en acción disgresiva. No hay miembros unidos
mecánicamente, sino partes que forman un todo orgánico. Esta acción es una
acción parada, de dinamismo encadenado: Lope de Vega será el que logre ponerla
en movimiento. Al pasar la importancia dramatúrgica del diálogo a la acción, el
escenario adquiere mayor importancia: ahora se necesitarán tramoyas, nubes,
truenos, batallas, mayor riqueza en el vestuario y en la caracterización...
En el segundo Barroco hay una
heterogeneidad puesta al servicio de la unidad de acción: la diversidad debe
coadyuvar hasta tal punto la unidad de acción que, en el caso de que se suprima
un miembro, todo se derrumbe. Esto obliga a que haya conexión desde el
comienzo, y que unas escenas nos conduzcan a otras. Esto no sucedía en el
primer Barroco porque no había unidad de acción, sino unidad mental, por eso no
había conexión episódica entre escenas. En el segundo Barroco, desde distintos
puntos, se dispara al mismo blanco, mientras que en primero, se dispara a
distintos blancos desde el mismo punto.
En el primer Barroco se parte de
la idea de que la unidad está fuera de la obra, pero el segundo Barroco la
ubica en su interior, traduce su sentimiento en dramatismo y lirismo, anudando
las dos corrientes al principio de la comedia.
Si nos centramos ahora en el
elemento cómico, vemos que en el Renacimiento éste y el tema principal son
independientes en realidad. En cambio, en el primer Barroco unos temas se
tratan seriamente y otros de manera cómica, pero ya están unidos intencionalmente.
Finalmente, en el segundo Barroco lo cómico y lo serio se dirigen al mismo fin,
de ahí el nacimiento de la figura del gracioso.
En el primer Barroco, las
figuras son siempre cómicas y no pueden dejar de serlo, sin embargo, el
gracioso, perteneciente ya al segundo Barroco, nunca es serio, lo cual no
significa que sea siempre cómico, de hecho, hay momentos en que nos hace
penetrar con su gesto en el mundo de la culpa y el castigo, él es quien puede
expresar toda la bajeza del cuerpo y, al mismo tiempo, la realidad del alma
(recordemos, por ejemplo, a Clarín, en La
vida es sueño, con esa escena final en la que muere pero que lo sublima
como personaje, o en Coquín, gracioso de El
médico de su honra, que se revelará como el personaje de alma más noble y
limpia, pues intentará salvar la vida de Dª Mencía pidiendo ayuda al rey
directamente, pese al atrevimiento que esto podía suponer y pese a que es su
propio amo el que ha planeado el asesinato).
2. Propuesta de teatro de Cervantes
La obra de Miguel de Cervantes parte en un principio de la poética clásica, pero también pretende una renovación del teatro que atiende a un determinado concepto de calidad estética y a unos principios tradicionales de verosimilitud y lógica en el arte. Sin embargo, sus comedias no parecen haber alcanzado los mismos logros que sus entremeses ni que su narrativa.
Como autor dramático, Cervantes
se sitúa en dos extremos: ser el primer novelista y no ser poeta.
Las principales dificultades con
que se encuentra la comedia cervantina en sus intentos de renovación proceden
de los imperativos lógicos de la
poética clásica y del triunfo social, político y estético de la comedia nueva
de Lope de Vega. No aspiró a competir con Lope, pero le pareció injusto que los
teatros cerraran las puertas a sus comedias por razones que más adelante
veremos detalladamente.
Cervantes se esforzó en dar a sus obras teatrales una sólida estructura. Su escenario es el del primer Barroco: se sirve de tramoyas, ruidos, nubes, tal y como podemos observar en sus detalladas acotaciones; veamos algunos ejemplos de esto en obras cervantinas de distintos géneros:
- La casa de los celos (comedia de capa y espada)
“Parece a este instante el carro de fuego, tirado de los leones de la montaña, y en él la diosa Venus”.
“Mientras cantan, se va el
carro de Venus, y Cupido en él, y suenen las chirimías, y luego dice Lauso”.
- El gallardo español
(comedia de cautiverio)
“Entra Alimuzel, a caballo,
con lanza y adarga”
“Tócase arma; salen a la
muralla el Conde y Guzmán, y al teatro, Azán, el Cuco y Alabazel”
- Pedro de Urdemalas (comedia de costumbres)
“Suena dentro todo género de música y su gaita zamorana; salen todos los que pudieren con ramos, principalmente Clemente, y los músicos entran cantando esto”.
“Éntranse. Salen dos ciegos,
y el uno Pedro de Urdemalas; arrímase el primero a una puerta, y Pedro junto a
él, y pónese la viuda a la ventana”.
- La Numancia (tragedia)
“A este punto han de entrar
los más soldados que pudieren, y Gayo Mario, armados a la antigua, sin
arcabuces, y Cipión se sube sobre una peñuela que está en el tablado, y mirando
a los soldados, dice:”.
“Hágase ruido debajo del
tablado con un barril lleno de piedras, y dispárese un cohete volador”.
Hay tres momentos literarios en
su producción en los que Cervantes expone su teoría teatral; nosotros los
analizaremos a continuación:
a)
Quijote I, cap. 48.
Debido a la extensión del fragmento en cuestión, no podemos reproducirlo aquí por entero, sin embargo, sí que citaremos algunas partes de éste con el fin de analizarlas detalladamente y poder acabar extrayendo las principales conclusiones:
(habla el canónigo): “<< Si estas comedias que ahora se usan, así las
imaginadas como las de historia, todas o las más son conocidos disparates y cosas que no llevan ni pies ni cabeza,
y, con todo eso, el vulgo las oye con gusto [...] , y que las que llevan traza y
siguen la fábula como el arte pide no sirven sino para cuatro discretos que
las entienden [...]>>”.
Lo que aquí Cervantes nos indica es que en la época en que escribió la primera parte del Quijote (publicada en 1605) las comedias que triunfaban entre el público no instruido (el vulgo), fuesen del género que fuesen, basadas en hechos reales acaecidos (“las de historia”) como las de pura invención del autor (“imaginadas”), son aquellas en las que la verosimilitud no es una de sus características, de ahí que las describa como “disparates”. Este gusto generalizado se opone al que Cervantes considera buen criterio de “cuatro discretos” que entienden de poética clásica y por tanto conocen los preceptos del llamado “arte” antiguo (frente al arte nuevo de Lope de Vega), promovido fundamentalmente por los neoaristotelistas.
“[...] mirad
si guardaban bien los preceptos del
arte, y si por guardarlos dejaron de parecer lo que eran y de agradar a todo el
mundo. Así que no está la falta en el
vulgo, que pide disparates, sino en aquellos
que no saben representar otra cosa”.
De nuevo alude Cervantes a los preceptos, basando su defensa de éstos en el éxito de las tres famosas tragedias de Lupercio Leonardo de Argensola: La Isabela, La Filis y La Alejandra, que triunfaron en las tablas pese a que seguían los preceptos. Esto ayuda a Cervantes a creer que el motivo (y la culpa) de que las comedias del momento sean tan erróneas (en su opinión) no está en que el vulgo las pide así, sino en que los actores no saben representar otro tipo de obras mejor construidas. Vemos así como aquí Cervantes no se limita a criticar la forma de escribir de los autores teatrales de su época, sino que ataca también a las compañías teatrales.
(Dice el cura): “[...] ha despertado en mí un antiguo
rencor que tengo con las comedias que
ahora se usan [...]; porque habiendo de ser la comedia, según le parece a
Tulio, espejo de la vida humana,
ejemplo de las costumbres e imagen de la verdad, las que ahora se representan
son espejos de disparates, ejemplos
de necedades e imágenes de lascivia”.
Obviamente, Cervantes hace referencia en este fragmento al que para él es principio fundamental de la comedia: la verosimilitud, o lo que es lo mismo, “imagen de la verdad” en palabras de Tulio, fuente citada por Cervantes aquí. En opinión de nuestro dramaturgo, la comedia debe intentar ser un reflejo de la realidad o al menos parecerse a ésta, dar la impresión al espectador de que los sucesos que se narran pueden llegar a ser ciertos, reales, algo que sólo se consigue a través de la verosimilitud.
La omisión de este principio en el teatro de la época de Cervantes produce una gran irritación en el autor del Quijote, como observamos tanto en este fragmento como en los que a continuación citamos, donde veremos que, para Cervantes, la verosimilitud se compone básicamente mediante las unidades (neo)aristotélicas de tiempo, acción y lugar junto al decoro de los personajes.
“Porque, ¿qué mayor disparate puede ser en el sujeto
que tratamos que salir un niño en mantillas en la primera escena
del primer acto, y en la segunda salir
ya hecho hombre barbado?”.
Con este fragmento Cervantes empieza su protesta ante la falta de seguimiento del “arte antiguo” (basado en la Poética de Aristóteles) por parte de los dramaturgos de su época. En esta primera crítica, ataca la falta de la unidad de tiempo, ejemplificada a través del reflejo del paso de los años de un personaje teatral que de ser un “niño en mantillas”, es decir, un bebé, a aparecer en la escena siguiente como un “hombre barbado”, o lo que es lo mismo, un adulto.
“Y, ¿qué mayor que pintarnos un viejo valiente y un mozo
cobarde, un lacayo retórico, un paje consejero, un rey
ganapán y una princesa fregona?”.
Cervantes alude aquí a la importancia del decoro de los personajes teatrales mostrándonos justo lo que no deberíamos encontrar si este principio se cumpliera: un “viejo valiente y un mozo cobarde”, cuando debería ser a la inversa, “un lacayo retórico, un paje consejero”, en lugar de ser de corto entendimiento y limitarse a sus funciones tópicas, “un rey ganapán y una princesa fregona”, rompiendo el decoro en el sentido de que los personajes nobles jamás trabajan (y muchos menos en oficios manuales, considerados bajos en los Siglos de Oro, como los que menciona Cervantes).
“¿Qué diré,
pues, de la observancia que guardan en los tiempos que en que pueden o podían
suceder las acciones que representan,
sino que he visto comedia que la primera jornada comenzó en Europa, la segunda
en Asia, la tercera se acabó en África, y aun, si fuera de cuatro jornadas, la
cuarta acabara en América, y así, se hubiera hecho en todas las cuatro partes del mundo?”.
Cervantes critica aquí la falta de la unidad de lugar, según la cual todos los hechos narrados en la obra teatral debía suceder en el mismo lugar, algo que desaparece en el teatro de la época de La Numancia, como muy claramente (aunque también de forma exagerada) explica él mismo.
“Y si es que la imitación es lo principal que ha de tener la comedia,
¿cómo es posible que satisfaga a ningún mediano entendimiento que, fingiendo una acción que pasa en el tiempo
del rey Pepino y Carlomagno, al mismo tiempo que en ella hace la persona
principal le atribuyan que fue el emperador Heraclio, que entró con la Cruz en
Jerusalén, y el que ganó la Casa Santa, como Godofre de Bullón, habiendo infinitos años de lo uno a lo otro;
y fundándose la comedia sobre cosa
fingida, atribuirle verdades de
historia y mezclarle pedazos de otras sucedidas a diferentes personas y
tiempos, y esto, no con trazas verosímiles, sino con patentes errores, de todo punto inexcusables?”.
En primer lugar tenemos que fijarnos en la palabra “imitación”, que nos remite inmediatamente al concepto aristotélico de “mímesis”: una vez más vemos como Cervantes considera que la comedia ha de ser un reflejo verosímil de la realidad (no necesariamente una copia exacta de ésta).
Por otra parte, lamenta la falta de rigor histórico de las obras de su tiempo y el hecho de que en una misma comedia se mezclen sucesos pertenecientes a distintas épocas, algo que a él le resulta una verdadera aberración. Esto le irrita todavía más cuando se hace de una forma muy poco verosímil y cuando los dramaturgos pretenden además hacer pasar por real algo claramente ficticio.
“[...] los extranjeros, que con mucha puntualidad
guardan las leyes de la comedia, nos tienen por bárbaros e ignorantes, viendo los absurdos y disparates de las que
hacemos”.
Con esta frase Cervantes
legitima su postura expuesta anteriormente sobre cómo deben ser, o mejor dicho,
cómo no deben ser escritas las obras teatrales. Se apoya en la idea de que los extranjeros que ven obras
españolas en ese momento se quedan
desagradablemente sorprendidos al comprobar cómo no se siguen los preceptos,
muy al contrario de lo que se hace en sus países, tal y como el propio
Cervantes nos indica.
“porque de haber oído la comedia
artificiosa y bien ordenada, saldría el oyente alegre con burlas, enseñado
con las veras, admirado de los sucesos, discreto con las razones, advertido con
los embustes, sagaz con los ejemplos, airado contra el vicio y enamorado de la virtud; que todos estos afectos ha de
despertar la buena comedia en el ánimo del que la escuchare, por rústico y
torpe que sea [...]”.
En este fragmento podemos leer
cómo Cervantes consideraba al teatro como un instrumento útil para enseñar al
pueblo virtudes, historia, verdades, de manera que para él el teatro tiene también
una finalidad didáctica, pues permite “enseñar deleitando”. Aquí podemos
contemplar también la idea de que el teatro debe provocar un efecto de catarsis
en el espectador y una consecuente purgación de sus pasiones a través de
contemplar la vivencia del protagonista de la comedia.
“Y no tienen
culpa desto los poetas que las componen, porque algunos hay dellos que conocen muy bien en lo que yerran, y
saben extremadamente lo que deben hacer; pero como las comedias se han hecho mercadería vendible [...]; y así el poeta procura acomodarse con lo que el
representante que le ha de pagar su obra le pide. Y que esto sea verdad véase
por muchas e infinitas comedias que ha compuesto un felicísimo ingenio destos reinos, con tanta gala, con tanto
donaire, con tan elegante verso, con tan buenas razones, con tan graves
sentencias, y, finalmente, tan llenas de elocución y alteza de estilo, que
tiene el mundo lleno de su fama; y por querer acomodarse al gusto de los
representantes, no han llegado todas, como han llegado algunas, al punto de la
perfección que requieren”.
En este fragmento podemos
distinguir claramente dos partes relacionadas entre sí: en la primera intuimos
al Cervantes resentido por el rechazo de sus comedias en su segunda etapa teatral debido a que la forma de escritura de éstas ya no agradaba a los directores de las compañías
teatrales. De ahí que rompa una lanza a favor de los escritores dramaturgos (“los poetas que las componen”) y culpe de la nueva forma indebida de escritura teatral (en su
opinión) al hecho de que las comedias se hayan convertido en “mercadería vendible”, es decir, en un objeto más de comercio cuyo único objetivo sea
agradar al vulgo, dejando al margen que esté bien construida, que siga unas directrices, unos preceptos, unas unidades,
un decoro... que es lo que Cervantes realmente quisiera ver sobre las tablas.
Como consecuencia y ejemplo de
esto, Cervantes nos nombra a Lope de Vega en la segunda parte de esta cita,
a quien admira como autor de comedias, si bien le recrimina que haya
ajustado sus obras tan al gusto del vulgo que éstas han perdido parte de la
perfección que podrían haber alcanzado.
“Y todos estos inconvenientes cesarían [...]
con que hubiese en la Corte una persona
inteligente y discreta que examinase todas las comedias antes que se
representasen; no solo aquellas que se hiciesen en la Corte, sino todas las que se quisiesen representar en
España; sin la cual aprobación, sello y firma ninguna justicia en su lugar
dejase representar comedia alguna”.
Finalmente
Cervantes nos propone la creación de un comisario teatral que seleccione qué
obras pueden ser representadas en los teatros de España, y sin cuya
autorización no se pueda representar.
Esta
idea puede ser tomada como una propuesta seria, o bien como una ironía
cervantina, pues Cervantes era el primer defensor de la libertad creadora del
dramaturgo y del escritor en general.
Aún
así, es curioso el comprobar que esta idea resurgiría en épocas posteriores en
autores como Jovellanos e incluso en Latinoamérica a principios del s. XIX.
Como
conclusión de todo lo dicho podemos decir que en este capítulo del Quijote, en el
que Cervantes expone su teoría teatral, éste parece apoyarse en la poética
clásica con una intención no sólo normativa, sino también instrumental, para
así hacer asequibles los procesos de creación y comunicación de la obra
teatral.
Para
Cervantes la verosimilitud es el principio que más asegura la calidad estética
de la literatura, es algo fundamental para la dramaturgia que él desea que se
escenifique en un tablado.
Por otra parte, Cervantes critica aquí el aplaudido teatro de Lope de Vega
(autor enfrentado con los preceptistas de la tradición (neo)aristotélica) y
parece defender las normas clásicas y las tres unidades dramáticas del
neoclasicismo (acción, lugar y tiempo), como hemos visto detalladamente antes.
Sin embargo, esto no impide que Cervantes elogie la figura de Lope de Vega como
dramaturgo (y absoluto rey de los tablados de aquel momento).
b)
“Prólogo
al lector” de las Ocho comedias y ocho entremeses
Tal y
como él mismo nos relata, Cervantes decidió publicar sus comedias y entremeses
en vistas de que los directores de las compañías teatrales no se las compraban
con el fin de representarlas.
Pero
Cervantes no se limita a vender sus productos teatrales y resignarse a su mera
publicación, sino que decide incluir en las Ocho
comedias y ocho entremeses
un “Prólogo al lector” en el que explica, como ya hemos indicado, las razones
de que decida llevar adelante esta publicación y nos cuenta además quiénes son
en su recuerdo los mejores dramaturgos que ha conocido y cuáles son sus
principales méritos, incluyéndose a él mismo en esa gloriosa lista, en contra
de su habitual modestia.
Al
igual que hemos hecho con el capítulo del Quijote, analizaremos a continuación algunos
fragmentos de este “Prólogo al lector”, escrito, o al menos publicado, en 1615:
Después
de disculparse de antemano ante el lector por la falta de modestia que va a
tener en este prólogo (“suplicarte que me perdones si vieres que en este prólogo
salgo algún tanto de mi acostumbrada modestia”), Cervantes nos va a contar cómo días antes
conversó con unos amigos sobre las comedias y qué es lo que se trató al
respecto.
“Tratóse
también de quién fue el primero que en España las sacó de mantillas y las puso
en toldo y vistió de gala y apariencia; yo,
como el más viejo que allí estaba, dije que me acordaba de haber visto
representar al gran Lope de Rueda,
varón insigne en la representación y en el entendimiento”.
Observamos
cómo Cervantes se legitima ante el grupo a través de la experiencia adquirida
con los años: como persona más mayor de los allí presentes, ha tenido ocasión
de asistir a representaciones del primer dramaturgo de esa lista de grandes
personajes de los tablados españoles que va a mencionar. Vemos claramente que
profesa una sincera admiración hacia el batihoja sevillano Lope de Rueda,
dramaturgo cuya obra representa el triunfo de la influencia italiana en el
teatro español, y que destacó especialmente por sus Pasos.
“los aparatos de un autor de comedias se
encerraban en un costal y se cifraban en cuatro pellicos blancos guarnecidos de
guademecí dorado y cuatro barbas y cabelleras y cuatro cayados, poco más o
menos [...]. No había en aquel tiempo
tramoyas [...]; no había figura que saliese o pareciese salir del centro de
la tierra por el hueco del teatro [...] ni menos bajaban del cielo nubes con
ángeles o con almas. El adorno del teatro era una manta vieja, tirada con dos
cordeles de una vieja parte a otra, que hacía lo que llaman vestuario, detrás
de la cual estaban los músicos, cantando sin guitarra algún romance antiguo”.
Cervantes
destaca la sencillez de los aparatos escénicos, tramoyas y vestuario de la
época de Lope de Rueda y su teatro. Por lo que nos describe aquí Cervantes, no
disponían en aquel entonces de los efectos teatrales que poco a poco se van
inventando posteriormente, tales como las trampillas en el tablado (“el
hueco del teatro”), que
permitían la aparición (o la
desaparición) sorpresiva de alguno de los personajes de la obra, ni arneses o
plataformas que permitieran a los actores elevarse y dar el efecto de estar
volando, ni una decoración que llenase buena parte del escenario (como esas “nubes” a las que hace referencia Cervantes).
La austeridad llegaba hasta tal punto que “los
músicos” cantaban sin
ningún tipo de acompañamiento musical (“sin
guitarra”).
¿Qué
nos está indicando Cervantes con todas estas observaciones detalladas? Que todo
el peso de la representación recaía sobre el trabajo de los actores y el texto
teatral que éstos tenían que recitar, algo que estaba cambiando en la época de
Cervantes y que tiene parte de culpa en el poco éxito de sus comedias pese a la
cuidada dedicación de éste en cuanto a las acotaciones que hacen referencia al
vestuario, a las tramoyas...
“Sucedió a Lope de Rueda, Navarro, natural de Toledo, el cual fue
famoso en hacer la figura de un rufián
cobarde; éste levantó algún tanto más el adorno de las comedias [...]; sacó
la música, que antes cantaba detrás de la manta, al teatro público; quitó las barbas de los farsantes, que hasta
entonces ninguno representaba sin barba postiza, y hizo que todos representasen
a cureña rasa, si no era de los que habían de
representar los viejos o otras figuras
que pidiesen mudanza de rostro; inventó
tramoyas, nubes, truenos y relámpagos, desafíos y batallas; pero esto no
llegó al sublime punto que está ahora”.
Cervantes
prosigue con su enumeración de dramaturgos talentosos con el toledano Navarro,
de cuya identidad no tenemos certeza absoluta, si bien podría tratarse del
mismo al que hace referencia A. De Rojas en su Viaje (“Un Navarro, natural de Toledo, se os
olvidó, que fue el primero que inventó teatros”).
Cervantes
atribuye a este toledano la invención de la figura del “rufián
cobarde”, que podríamos
considerar precedente del gracioso de Lope de Vega (tipo teatral que Cervantes,
como más adelante veremos, jamás aceptó del todo en su teatro). Además lo
considera responsable de los primeros avances teatrales en cuestión de
decorado, tramoyas varias (“inventó tramoya”) y música y, muy importante también,
fue de los primeros en preocuparse por una mínima verosimilitud y un mínimo
decoro en el vestuario de los actores, pues se encarga de que sólo usen “barba
postiza” los que fuesen a
representar a un viejo u otras “figuras que pidiesen
mudanza de rostro”, de
manera que estamos ante la gestación del desarrollo del teatro moderno en
cuestión de escenografía.
“Y esto es verdad que no se me puede
contradecir, y aquí entra el salir yo
de los límites de mi llaneza: que se vieron en los teatros de Madrid
representar Los tratos de Argel, que yo
compuse; La destrucición de Numancia y La batalla naval; donde me atreví
a reducir las comedias a tres jornadas, de cinco que tenían; mostré, o, por
mejor decir, fui el primero que representase las imaginaciones y los
pensamientos del alma, sacando figuras
morales al teatro, con general y gustoso aplauso de los oyentes”.
Éste
es, seguramente, el fragmento más importante y el que más nos interesa de todo
el “Prólogo”: primero Cervantes, astutamente, prepara el terreno, e
inmediatamente después se incluye a sí mismo en la lista de esos dramaturgos
fundamentales que han marcado el desarrollo del teatro español. ¿Cuáles son los
méritos que se atribuye y por los que se considera digno de ser recordado? En
primer lugar, la reducción de las comedias de cinco a tres jornadas, algo que
sin embargo Lope de Vega considera mérito de Cristóbal de Virués (así lo indica
en su Arte Nuevo de hacer comedias), incluso en ocasiones se le ha
atribuido a Rey de Artiedra. ¿Cuál es, entonces, el verdadero origen de esta
reducción de jornadas? No lo sabemos con certeza, pero existe la posibilidad de
que ambos lo decidiesen aproximadamente en torno a unos mismos años sin tener
conocimiento de la iniciativa del otro.
El
otro mérito que Cervantes se atribuye es la invención de “figuras
morales” que “representasen
las “imaginaciones y los pensamientos del alma”, es decir, el subconsciente del personaje, su
máxima profundidad psicológica. También esto ha sido puesto en duda por
críticos de nuestra época, que consideran
que “figuras morales” ya pueden encontrarse en la obra de Sánchez de
Badajoz, López de Yanguas, Cueva, Virués, Argensola, Artiedra... Sin embargo,
las últimas tendencias críticas señalan que Cervantes, más que declararse
inventor de tales figuras, lo que hace es nombrarse como el pionero en
aprovecharlas para exteriorizar sentimientos, conflictos internos, espirituales
de sus personajes.
Para
finalizar el análisis de este fragmento nos resta mencionar unas breves
anotaciones sobre las obras teatrales suyas que menciona Cervantes: en primer
lugar, cita Los tratos de Argel, una comedia de cautiverio que
analizaremos detalladamente en otro apartado de este trabajo. A continuación
nos habla del éxito que tuvo su famosa tragedia La
destrucción de Numancia,
que es una de las obras teatrales cervantinas más valoradas por la crítica de
la actualidad. Lo curioso, sin embargo, de esta enumeración, nos llega al
final, cuando leemos el título La batalla naval: no tenemos ninguna copia conservada de
esta comedia de Cervantes, pero sin duda su existencia fue real, pues aparece
nombrada también en otra obra del autor: El viaje al
Parnaso, concretamente en
su “Adjunta al Parnaso”:
“-Y vuessa merced, señor
Cerbantes – dixo él -, ¿ha sido aficionado a la carátula? ¿Ha compuesto alguna
comedia?
- Sí- dixe yo -,
muchas, y a no ser mías, me parecieran dignas de alabança, como lo fueron Los tratos de Argel, La Numancia, La gran turquesca, La batalla naval, La Jerusalem, La Amaranta o la del mayo, El bosque amoroso, La única y La vizarra Arsinda y muchas de que no me
acuerdo. Mas la que yo más estimo y de la que más me precio fue y es de una
llamada La confusa [...]”.
“compuse
en este tiempo hasta veinte comedias o treinta, que todas ellas se recitaron
sin que se les ofreciese ofrenda de pepinos ni de otra cosa arrojadiza [...]. Tuve otras cosas en que ocuparme;
dejé la pluma y las comedias y entró luego el monstruo de la naturaleza, el gran Lope de Vega, y alzóse con la monarquía cómica.[...] llenó el mundo
de comedias proprias, felices y bien razonadas”.
Cervantes
quiere dejar aquí constancia de su éxito como dramaturgo en el pasado (de una
forma seguramente exagerada, pues es dudoso que realmente llegara a componer
tantas comedias como nos dice), si bien se ha visto completamente desbancado
por el genio creador de Lope de Vega, que se ha hecho con el dominio absoluto
de los teatros españoles de su época. Sin embargo, esto no le impide reconocer
la maestría del Fénix a la hora de componer comedias, algo que, como vemos, le
elogia al igual que ya hacía en el Quijote.
“Pero no por
esto [...] dejen de tenerse en precio los trabajos del doctor Ramón, que fueron los más después de los del gran Lope;
estímense las trazas artificiosas en todo extremo del licenciado Miguel Sánchez; la gravedad del doctor Mira de Mescua, [...], la discreción e
innumerables conceptos del canónigo Tárraga:
la suavidad y dulzura de don Guillén de
Castro; la agudeza de Aguilar;
el rumbo, el tropel, el boato, la grandeza de las comedias de Luis Vélez de Guevara, y las que agora
están en jerga del agudo ingenio de don Antonio
de Galarza, y las que prometen Las fullerías de amor, de Gaspar de Ávila [...]”.
Como
vemos, Cervantes no había acabado aún su lista de honorables dramaturgos, pues
ahora decide añadir unos cuantos insignes nombres más, si bien sólo se limita a
enumerarlos, sin especificar los méritos de cada uno. Mencionaremos brevemente
a continuación quiénes eran estos dramaturgos:
El “doctor
Ramón” a quien alude
Cervantes es Fray Alonso Ramón, de la Orden de la Merced, de quien conservamos
cinco comedias; murió en 1633. Del “licenciado Miguel Sánchez” tenemos las comedias La isla bárbara,
La guarda cuidadosa, El cerco de Túnez y Segunda
Parte del Corsario Barbarroja;
este autor también aparece citado en el Viaje del
Parnaso: “Miguel Cejudo y Miguel
Sánchez vienen / juntos aquí, ¡Oh sin par!; en éstos / las sacras musas fuerte
amparo tienen” (II, versos
211 – 213).
El “doctor
Mira de Mescua” es en
realidad don Antonio Mira de Amescua (Guadix, 1574/1577 – 1644)., quien gozó de
gran fama de escritor y cuyas comedias suelen seguir el estilo de Lope de Vega,
algo que vemos, por ejemplo, en El esclavo del demonio, No hay dicha
ni desdicha hasta la muerte,
Galán, valiente y discreto...
Con el
“canónigo Tárraga” Cervantes hace referencia al valenciano Francisco Agustín Tárrega (1554? – 1602), autor de obras como El prado de Valencia o La enemiga favorable, pieza teatral que Cervantes elogia en
su Quijote.
“Guillén de Castro” es el dramaturgo valenciano fundador de la Academia de los Nocturnos (a la que también perteneció Tárrega) y muy amigo de Lope de Vega. Su teatro destaca por su facilidad a la hora de escenificar en el tablado el romancero español, algo que demuestra en piezas como Las mocedades del Cid.
El “Aguilar” a quien menciona Cervantes es Gaspar
de Aguilar (1561 – 1623), valenciano y miembro de la Academia de los Nocturnos.
Cervantes elogia su obra El mercader amante
en el Quijote como modelo de comedia clásica.
Luis
Vélez de Guevara fue uno de los principales seguidores de Lope de Vega, a quien
quizá igualó en el manejo de los recursos lírico-populares. Escribió prosa (El diablo cojuelo)
y teatro (La serrana de la Vera, Reinar
después de morir...).
De “Antonio
de Galarza” no sabemos nada
en la actualidad.
Y ya
por último nos encontramos con “Gaspar de Ávila”, otro autor alabado por Cervantes en
el Viaje al Parnaso: “Y con él Gaspar de Ávila, primero / secuaz de Apolo, a cuyo
verso y pluma / Iciar puede envidiar, temer Sincero”.
“[...] volví a
componer comedias; pero no hallé pájaros en los nidos de antaño; quiero decir
que no hallé autor que me las pidiese
[...]. En esta sazón me dijo un librero que él me las comprara si un autor de
título no le hubiera dicho que de mi prosa se podía esperar mucho, pero que del
verso nada”.
Cervantes
nos hace partícipes en este fragmento de su reencuentro con el mundo de la
escritura teatral, que para él resulta ser una enorme desilusión: como
prosista, gracias sin duda alguna a su Quijote, es alabado y reconocido como gran
autor, pero no así como dramaturgo, pues él mismo, a través de la historia del
librero, nos lo describe así. Nadie quiere comprar sus comedias, ha dejado de
ser un autor teatral cuya escritura guste a directores de comedias y al
público.
“[...]
vendíselas al librero [...]; él me las
pagó razonablemente [...]. Querría que fuesen las mejores del mundo, o, al
menos, razonables; tú lo verás, lector mío, y si hallares que tienen alguna cosa buena, en topando a aquel
mi maldiciente autor, dile que se enmiende [...] y que advierta que no tienen necedades patentes y
descubiertas, y que el verso es el mismo
que piden las comedias, que ha de ser, de los tres estilos, el ínfimo, y que el lenguaje de los entremeses es proprio de las figuras que en ellos
se introducen”.
Ya por
último, analizaremos este fragmento del final del “Prólogo”. Aquí Cervantes
hace una apología de sus comedias, rompe una lanza en su favor aludiendo en
primer lugar al tópico literario de “todo libro, aunque malo, tiene alguna cosa
buena”, y a continuación insta al lector a que utilice este argumento cuando se
encuentre con el autor de título que ha despreciado la dramaturgia cervantina.
En segundo lugar, Cervantes retoma un asunto que ya había mencionado en el cap.
del Quijote comentado antes, pero esta vez para darle la vuelta
y hacerlo servir en su defensa: sus comedias “no tienen
necedades”, al contrario de
las de ese momento (que son las que se criticaban en el Quijote). En
tercer lugar, Cervantes hace referencia a aspectos de cómo ha de construirse la
comedia para indicar al mismo tiempo que él ha seguido el procedimiento
escritural correcto: ha usado el “verso” correcto y el estilo para las comedias
debe ser el “ínfimo” (y por lo tanto, para las tragedias el sublime).
Finalmente
Cervantes hace una alusión al uso decoroso del lenguaje de los personajes de
sus entremeses, algo en que también había insistido en el Quijote.
Sin
embargo, hay un pequeño detalle que quizá podríamos considerar que se opone a
lo dicho en el mencionado capítulo quijotesco. Cervantes nos dice en este
fragmento que vende sus comedias para que éstas sean publicadas, que el librero
se las “pagó razonablemente” y que él (Cervantes) aceptó el dinero que le
pagaron “con suavidad, sin tener cuenta con dimes ni diretes
de recitantes”, es decir,
acepta el precio que ofrece pagar el librero sin pararse a discutir ni con él
ni con nadie más. Así pues, ¿no podríamos considerar que Cervantes trata aquí a
sus estimadas comedias como mercancía vendible, algo que criticaba en el
analizado capítulo del Quijote? De esta manera, empezamos a intuir lo
que parece ser un cambio en la actitud y opinión de Cervantes respecto a este
delicado tema del arte (y en este caso el teatro) como un objeto más de
comercio que debe ser escrito de forma que agrade al público y se venda, sin
importar su forma, su estilo...
Como
conclusión de todo lo observado a partir del “Prólogo” a las Ocho comedias y ocho entremeses podemos decir que Cervantes insiste en la percepción
y valorización del teatro desde el punto de vista de la labor de Lope de Rueda
(vinculado a su vez al entremés, ya que este autor fue el precursor de tal
género a través de sus Pasos) y del contexto dramático del siglo XVI, donde se
sitúa la primera etapa del teatro cervantino. El s. XVI representa para
Cervantes el periodo de las únicas comedias representadas, mencionadas en la Adjunta al Parnaso, y que son: Los tratos de Argel, La Numancia, La gran
turquesca (o lo que es lo
mismo: La gran sultana), La batalla naval, La Jerusalem, La Amaranta
o la de mayo, El bosque amoroso, La única y La vizarra Arsinda,
de las cuales sólo conservamos las tres primeras.
En el
“Prólogo” nos encontramos con un Cervantes incapaz de hacer nuevas reflexiones
sobre el teatro del siglo XVII;
reconoce el éxito de la comedia lopesca, sin insistir en sus objeciones,
y se limita a asumir en lo referente al teatro que los tiempos le han sobrepasado.
Vemos
como Cervantes toma a Lope de Rueda como máxima autoridad dramatúrgica, y cómo
da prioridad al texto sobre la representación (al contrario que Lope de Vega),
de manera que se adapta sólo en parte a la Comedia Nueva.
c)
Jornada II de El rufián dichoso (1615)
Éste es el tercer momento literario de Cervantes que hay que tener en cuenta a la hora de intentar vislumbrar su concepción del teatro. Nosotros vamos a fijarnos en el diálogo que se produce al inicio de esta jornada II, en la que dialogan la Curiosidad y la Comedia:
“Curiosidad.
Informarme
Qué es la causa por que dejas
De usar tan antiguos
trajes,
Del coturno en las
tragedias,
Del zueco en las manuales
Comedias, y de la toga
En las que son
principales;
Que a un tiempo te componían
Ilustre, risueña, ilustre;
Ahora aquí representas,
Y al mismo momento en
Flandes;
Truecas sin discurso
alguno
Tiempos, teatros, lugares”.
En esta primera parte del diálogo nos encontramos a una
“Curiosidad” desconcertada ante los cambios que se han realizado en la comedia:
ha cambiado el vestuario (“dejas/ de usar tan antiguos trajes”, “coturno[1]”, “zueco”, “toga”), las jornadas han sido
reducidas a tres (algo que el propio Cervantes se atribuye a sí mismo, como ya
hemos visto) y ya no hay unidad de lugar ni de tiempo en los sucesos que se
ponen en escena (“truecas sin discurso alguno / tiempos, teatros, lugares”).
Desde luego, este mismo
desconcierto es el que invade a los personajes quijotescos del cap. 48 y al
autor del “Prólogo” a las Ocho comedias y
ocho entremeses, es decir: es el desconcierto del propio Cervantes el que
se muestra aquí, en esta jornada II de El rufián dichoso.
Pero Cervantes no se va a
conformar con quedarse estupefacto, sino que él mismo se va a autoresponder en
este mismo diálogo, como veremos inmediatamente, a través del personaje de la
propia comedia.
“Comedia.
Los tiempos mudan las
cosas
Y perfeccionan las artes,
Y añadir a lo inventado
No es dificultad notable.
[...]
No soy mala, aunque desdigo
De aquellos preceptos graves
Que me dieron y dejaron
En sus obras admirables
Séneca, Terencio y Plauto,
Y otros griegos, que tú
sabes.
He dejado parte de ellos,
Y he también guardado parte,
Porque lo quiere así el
uso,
Que no se sujeta al arte.
Ya represento mil cosas,
No en relación, como de
antes,
Sino en hecho, y así es fuerza
Que haya de mudar lugares [...].
Muy poco importa al oyente
Que yo en un punto me pase
Desde Alemania a Guinea
Sin del teatro mudarme”.
En la primera parte de la respuesta que la “Comedia” da a la “Curiosidad” encontramos la que seguramente Cervantes se dio a sí mismo ante los cambios producidos en el teatro (y ante el consecuente poco éxito de sus comedias): “Los tiempos mudan las cosas”, es decir, que Cervantes asimila que no ha sido capaz de engancharse a los nuevos tiempos teatrales con sus correspondientes modificaciones dramatúrgicas. Como sabemos, gran parte de esos cambios (si no todos) se debieron a Lope de Vega y su Arte Nuevo de hacer comedias, hacia el que Cervantes tiene una doble actitud: por un lado reconoce su validez a la hora de renovar el teatro, pero por otro lado insinúa una crítica sobre la poca originalidad de Lope al formular su “tratado teatral” (que sabemos que se realizó en un breve tiempo, forzado por el desafío de los miembros de la Academia del Conde de Saldaña): “y añadir a lo inventado / no es dificultad notable”.
La propia “Comedia” nos informa de que ha dejado de seguir en buena parte los preceptos que observaban siempre los neoaristotelistas (“desdigo / de aquellos preceptos graves”), pero al mismo tiempo nos hace ver que sigue conservando parte de su observancia (“y también he guardado parte”). La justificación de esto es sencilla: lo principal es que la comedia agrade al público, y para ello en ocasiones es conveniente seguir los preceptos, pero no así en otras; esta flexibilidad es algo que Lope de Vega llevó muy bien a la práctica pero que a Cervantes le costó más de asimilar, pues parece que sólo en este momento de su trayectoria teatral esté dispuesto a actuar así.
La “Comedia” enumera además a una serie de autores de la Antigüedad clásica: “Séneca, Terencio, Plauto”, junto a “otros griegos”, refiriéndose probablemente a Aristóteles (referencia básica de los preceptistas) como fuentes de las que bebían los dramaturgos que seguían los preceptos clásicos (estos nombres nos remiten a su vez a Lope de Vega, que en su Arte Nuevo, como muestra de que se abstiene de seguir a los clásicos a la hora de escribir sus comedias, nos dice: “saco a Terencio y Plauto de mi estudio”).
El siguiente fragmento en el que nos conviene fijarnos es el que dice así: “Ya represento mil cosas, / no en relación, como de antes, / sino en hecho”, pues nos remite a algo que ya Cervantes había mencionado en su “Prólogo”: el hecho de que en el momento en que escribe ambas obras (las Ocho comedias y ocho entremeses y El rufián dichoso) prime la escenificación sobre el texto, la forma sobre el contenido. Como ya hemos apuntado anteriormente, éste fue probablemente uno de los aspectos que más contribuyó al rechazo del teatro cervantino (además hemos de recordar que la tradición teatral de Cervantes era la de la práctica escénica erudita, que tenía lugar sobre todo en las universidades y que solía ser un teatro para ser leído).
Por último la “Comedia” justifica la ruptura de la unidad de lugar en las comedias más recientes alegando que así se consigue una mayor fuerza de la escenificación y que además al vulgo no le molesta que así suceda, sino todo lo contrario: le gustan los cambios de lugares (“así es fuerza / Que haya de mudar lugares”; “Muy poco importa al oyente / que yo en un punto me pase / desde Alemania a Guinea / sin del teatro mudarme”). Esto viene a demostrar una vez más que lo que importaba ante todo era que la comedia agradase al público, algo que ya indicaba Lope de Vega en su Arte Nuevo (“porque, como las paga el vulgo, es justo / hablarle en necio para darle gusto”), y porque además ésta era la única manera de vender la comedia a los directores de las compañías.
Ante todo lo visto en este tercer subapartado, podemos intuir ciertas vacilaciones de Cervantes en lo que respecta a su poética teatral, pero éstas se deben en realidad a la doble limitación que experimenta, pues su creación dramatúrgica se sitúa entre la “lógica” de la preceptiva clásica y los “códigos” de la comedia lopista. El rufián dichoso, sin ir más lejos, es un claro ejemplo de esto: en esta obra aparecen personajes alegóricos (Comedia y Curiosidad) y también episodios en cuya verosimilitud Cervantes insiste constantemente, mientras que paralelamente se constata la falta de observación de las unidades clásicas, contrariando así sus propios postulados de poética teatral.
Podría decirse que este parlamento que hemos analizado se fundamenta en la necesidad particular que en esta comedia siente el propio Cervantes de justificar la quiebra de los principios clásicos, algo que en textos anteriores el propio autor había censurado. Puede que incluso esto nos indique una crisis cervantina frente a los ideales de poética clásica, que de este modo actuaría como una limitación frente a toda tentativa renovadora que tratase de sus preceptos en nombre de cualquier forma de Arte nuevo.
3.
La comedia en
Cervantes
El teatro de
Cervantes, especialmente su comedia, parece debatirse entre la expresión
moderna de un mundo existencial en plural libertad y la facticidad de un orden
moral inmutable y trascendente al sujeto, heredado de la Antigüedad y cerrado a
percepciones innovadoras.
Referido precisamente a esto hay cinco aspectos de la poética clásica que limitan la estética experimental del teatro cervantino, que primero enumeraremos para después explicarlos uno por uno:
1)
Decoro vs polifonía
en el lenguaje de los personajes (limitación de su expresión)
2) Devaluación y subordinación del sujeto en la fábula.
3) Construcción del personaje como resultado de la voluntad de un orden moral trascendente e inmutable.
4) Reducción del personaje teatral a un arquetipo lógico de formas de conducta.
5) Negación de la experiencia subjetiva del personaje en las formas del lenguaje dramático.
1)
Limitación de la expresión del personaje en el uso del lenguaje: decoro vs
polifonía.
Normalmente se considera que la preceptiva clásica codifica una galería de
personajes arquetípicos, cada uno con su correspondiente lenguaje,
comportamiento... pero lo cierto es que desde la época medieval se desarrolla
una literatura en la que diferentes tipos de personajes comienzan a
distanciarse de las exigencias del decoro. Las formas de la literatura polifónica
logran, en su desarrollo hacia la Edad Contemporánea, la fragmentación de lo
que H. Langsberg llamó la “armónica concordancia de todos los elementos que
componen el discurso” del personaje.
Así, el uso subjetivo de la palabra del personaje al final se impone a los
postulados de la poética clásica, que organiza en torno al concepto del decoro
una valoración moral y estamental del individuo tanto en la percepción de su
experiencia subjetiva sobre todos los hechos.
El discurso polifónico resulta una amalgama de lenguajes con todo tipo de
registros y variantes (diatópicas, diafásicas y diastráticas), lo que hace que
haya una determinada percepción de la realidad del mundo y de la experiencia
del sujeto en esa realidad. Obviamente, este lenguaje polifónico se enfrenta al
principio del decoro tradicional, pues en las doctrinas clásicas sobre el
estilo se exigía una visión idealista del mundo (que finalmente entra en
crisis).
La obra de Cervantes no ignora este discurso polifónico, de hecho ha
contribuido a condicionar que tal polifonía lingüística sirviese formalmente de
expresión discursiva y social a la configuración de un prototipo humano
característico de la Modernidad.
Desde este punto de vista, un personaje que rompe el decoro es un personaje
que rompe las limitaciones formales y funcionales (impuestos por la metafísica
antigua) de su modo de hablar y de actuar, y que discute además, desde su
experiencia personal, la validez del orden moral desde el que se exigen y
justifican tales imperativos. Cervantes, pese a que se considera partidario de
los preceptos de la poética antigua (incluyendo el decoro), los abandona en
algunos momentos (tanto en narrativa como en teatro) e incluso los ironiza a
través de sus personajes.
Veamos ahora todo esto ejemplificado en sus obras:
- En Los tratos de Argel
Cervantes cumple rigurosamente con el decoro en la expresión de cada uno de sus
personajes.
- En Los baños de Argel
encontramos pluralidad de personajes y su consecuente discurso polifónico, pero
sin alterar el decoro del conjunto.
- En El
gallardo español encontramos personajes decorosos (Alimuzel, Fernando de
Saavedra) y otros que rompen todo el decoro que podría esperarse de ellos
(Nacor).
- En La gran
sultana hay tres personajes que asumen y discuten el concepto de decoro: el
Gran Turco (cumple con su decoro de rey), el renegado Salec (que, impregnado de
nihilismo, rechaza toda expresión de identidad) y Madrigal (que es más que un
gracioso de tipo lopesco).
- En El
rufián dichoso, el personaje Cristóbal de Lugo rompe todo el decoro
esperable: pese a disponer de retórica, indumentaria y acompañamiento propios
de un rufián, Lugo rechaza el amor de una mujer casada y rica, es caricativo
con un ciego, reza, reprueba la lujuria de Antonia, se hace fraile dominico...
es decir, que de rufián sólo tiene el nombre y el aspecto, pero para nada el
comportamiento. Así, Cervantes dramatiza una trayectoria vital de forma
verosímil.
- En El
laberinto de amor Cervantes discute el decoro de forma más clara que en
otra de sus comedias. Presenta a Anastasio (duque) vestido de villano cuando
pronuncia un discurso a favor de la libertad; Julia y Porcia fingen ser dos
villanos, para lo cual se disfrazan de hombres y cambian sus nombres por los de
Camilo y Rutilio, respectivamente. Éstas se encuentran con Manfredo y con unos
cazadores que les hacen observaciones sobre el decoro de la condición,
permitiendo a Cervantes ironizar sobre la autenticidad del decoro.
- En La
entretenida, los personajes son decorosos desde el punto de vista formal,
pero la comedia representa al final una disolución funcional del personaje
dramático, ya que los personajes parecen desertar el escenario al no tener
posibilidades de concertar sus acciones e intenciones. No hay armonía en el
desarrollo actancial de los personajes.
Como breve síntesis, podríamos decir, por tanto,
que el personaje moderno no se identifica por su rasgo estamental o por su
decoro expresivo, sino por la manera en que da sentido a sus actos. El sujeto
no ejecuta acciones: las experimenta.
2) Devaluación y subordinación del sujeto en la
fábula como principio estructural y teleológico de los hechos.
La Edad Moderna constituye la primera experiencia
importante relativa a la expresión del sujeto como principio explicativo del
cosmos, a partir de un pensamiento especulativo y metafísico (procedente de la
Antigüedad) construido desde presupuestos lógicos para la explicación y
percepción de un mundo antiguo.
Si para Aristóteles la fábula era la más
importante de la tragedia y a ella se debían subordinar los demás elementos, de
la misma manera para la poética de la Edad Moderna, desde la que Cervantes
escribe su teatro, la fábula es esencial para el drama y sigue determinada por
la mímesis como principio generador del arte y como fin generador de las conductas
humanas.
Por otro lado, Aristóteles, en su Poética, define
al “carácter” como modo de ser de un personaje (lo que determina sus
decisiones), y lo describe en base a cuatro cualidades: adecuación, semejanza,
consecuencia y bondad o virtud moral. Esas propiedades que Aristóteles atribuye
a los caracteres determinan en parte la poética teatral de Cervantes en el
siglo XVI: sus personajes son caracteres subordinados a la fábula, importa más
la construcción de los hechos que los personajes. Cervantes sitúa su teatro
entre esta característica y las tentativas de renovación del teatro moderno,
que construye un prototipo humano determinado por la expresión de su
experiencia personal ante el desarrollo de los acontecimientos, a los que sólo
la vivencia del sujeto da sentido.
Las comedias cervantinas construyen un personaje
teatral que se mueve entre los imperativos del mundo antiguo y los deseos de un
mundo moderno. De este modo, el personaje cervantino no siempre es superior e
irreductible a un agente de la trama, el personaje no se limita a una expresión
histórica legendaria de su naturaleza como figura dramática, ni se manifiesta
como un simple representante de una categoría moral trascendente a lo humano
(como ocurre en la comedia lopista).
Sin embargo, el personaje cervantino de la comedia
tampoco está dotado de una conciencia capaz de exceder las exigencias y
posibilidades argumentales de la fábula, y muy pocas veces parece poseer una
vida fuera de la trama. El personaje teatral cervantino sigue siendo en muchos
casos un ser inmutable antes que una criatura a la que puedan perturbar las
reflexiones sobre su propia experiencia.
Así, aunque pueda parecer por un lado que Cervantes sea partidario de
las unidades clásicas, esto sólo resulta ser teoría, pues en la práctica, sobre
todo en comedias como La entretenida
o Pedro de Urdemalas, desmiente la
teoría de los preceptistas. El seguimiento cervantino de la poética clásica es
mucho más acusado en las primeras comedias (p. ej. Los tratos de Argel), donde una realidad trascendente parece anular
la libertad del sujeto dramático.
Cervantes no finaliza sus comedias como era
habitual en la época (matrimonio, triunfo del enredo, indulto de la burla,
lances de honor...) porque la acción desmiente la tipología de los caracteres,
porque el sujeto se resiste a someterse a los códigos de la fábula. Es como si
Cervantes rechazara en sus últimas comedias la definitiva construcción del
personaje como resultado de la voluntad de un orden moral trascendente e
inmutable, de modo que discute esa relación lopesca de hechos naturales /
valores morales. De hecho, Pedro de
Urdemalas altera y discute la codificación de los hechos y acciones tal y
como los presenta la comedia nueva de Lope de Vega.
3) El personaje como resultado de la voluntad de
un orden moral trascendente.
El sentido aristotélico del drama concibe la literatura como expresión de una acción
externa al sujeto. Los hechos significan por relación a una moral públicamente
admitida, absolutamente extrovertida hacia dioses y demás trascendencia
sobrehumanas. El teatro, escenificación de sacrificios humanos, dependía
estructuralmente de la creencia en único sistema moral objetivo, trascendente e
inmutable válido en sí mismo e impuesto en su legalidad inmanente al sujeto humano,
que nada puede hacer por transformarlo.
Hasta la llegada de la Ilustración, el personaje
teatral interpreta su historia y su acción personales justificando siempre el
orden moral preestablecido en el que se le exige habitar. El teatro lopesco no
nos acerca en absoluto a la explicación de la psique del personaje
contemporáneo, sin embargo, conviene preguntarse cuál es la contribución del
teatro cervantino en esto, cómo se objetiva formalmente en los límites de su
arte dramático la expresión del personaje frente al orden moral, y por qué no
evoluciona en sus formas experimentales hacia nuevas concepciones del personaje
dramático y hacia modelos literarios más amplios e igualmente válidos.
En este contexto, el teatro español del Siglo de
Oro asume como función garantizar un equilibrio en el mundo tal como “Dios y el
rey” desean, de manera que hay que evitar que la acción de algunos hombres
puedan poner en peligro el orden exigido en una sociedad estamental por cuya
supervivencia se vela.
La naturaleza humana es insuficiente por sí misma
para (auto)gobernarse, lo que justifica, en el siglo XVII, el sometimiento de
la voluntad humana al orden moral trascendente, desde el que pretende
reglamentarse la vida del individuo, así como la construcción de personajes dramáticos
que responden a este prototipo. Se explica de este modo la “inferencia
metafísica” en el teatro, pero con la novedad de su implicación en la comedia.
Toda expresión estética de la experiencia trágica
está relacionada con el mundo de la religión, el mito o la creencia del signo
que sea, pero esto no se demuestra tan fácilmente en la comedia como en la
tragedia. En el teatro antiguo casi todo es monista, casi todo tiene una sola
naturaleza y una sola consecuencia (así se mantiene en la comedia de Lope de
Vega, pero ya no en Shakespeare).
Fundamentalmente hay tres símbolos que representan
en el teatro español de los Siglos de Oro el sometimiento del sujeto a las
exigencias metafísicas de un orden moral trascendente:
a) El Dios contrarreformista
b) El monarca absolutista
c) La honra como legitimidad social del individuo
Un ejemplo de esto lo podemos ver, por ejemplo, en
Los tratos de Argel:
a) Aurelio invoca a un Dios contrarreformista
(Jornada II, vv. 285 – 298)
b) Se le pide al rey español que los rescate
c) Se cuestiona el concepto de honra de los
españoles a través de las palabras de un moro (Jornada I, 851 – 858).
4) Reducción del personaje teatral a un arquetipo
lógico de formas de conducta
La construcción del personaje teatral como un
arquetipo lógico de formas de conducta es algo que procede de la Poética de
Aristóteles, donde se nos dice que el sujeto de las acciones dramáticas es y
está implicado en la evolución de la fábula según criterios lógicos de
funcionalidad, verosimilitud y causalidad. En suma, Aristóteles concibe el
personaje como un conjunto de rasgos complejos, de los cuales unos son
constitutivos de su personalidad (caracteres) y otros derivan de su
participación en el desarrollo de la acción (pensamiento). En consecuencia, la principal
formulación de la poética aristotélica sobre el personaje dramático es su
concepción funcional, es decir, el personaje como agente de la fábula, el
sujeto como actante.
Pese a tales exigencias, el teatro de Cervantes no
se construye exclusivamente con personajes arquetípicos, y sin embargo
difícilmente el personaje cervantino actúa con independencia absoluta de unas
formas de conducta integradas, de forma lógica, supuestamente verosímil, en una
fábula que sigue una evolución causal en su desarrollo y que ha de responder a
un orden moral preexistente, desde el que se rechaza toda tentativa de
transformación axiológica.
El teatro cervantino ofrece personajes que por su
diversidad experimental eluden toda posible clasificación que atienda
exclusivamente a criterios estamentales o funcionales: si por un lado el
personaje discute los planteamientos y desenlaces de la comedia nueva, por otro
lado tampoco se atiene rigurosamente en su realización literaria a los
principios de la poética clásica, sin olvidar los ejemplos de ironía sobre el
decoro social del personaje, de disgregación de muchas cualidades del
“gracioso” lopesco y/o de crítica el honor.
La disolución del personaje como prototipo lopesco
es un rasgo recurrente e irregular en el teatro cervantino: las comedias de
Cervantes no ofrecen sistemáticamente la misma intencionalidad paródica de los
prototipos lopescos, pero aun así hay una tentativa de disolución del personaje
del “gracioso”, de desaparición del “villano” lopesco, de devaluación de la autoridad
patriarcal del “galán”, del “padre” o del “hermano de la dama”. Esto se
ejemplifica muy bien en la escena final de La
entretenida, donde cada personaje acaba abandonando el escenario
reconociendo verbalmente su frustración. Esta devaluación crítica del personaje
como prototipo puede entenderse en la comedia cervantina como una tentativa
experimental que se enfrenta a la limitación (vigente en la comedia lopesca) de
presentar al personaje dramático como arquetipo lógico de acciones específicas,
de las que sería expresión objetiva al actuar como delegado de la voluntad de
un orden moral trascendente.
En consecuencia, se pueden identificar doce tipos
de personajes en las comedias de Cervantes:
- Personaje
alegórico: simboliza una idea abstracta (Ocasión, Necesidad, Celos...)
que representa “las imaginaciones y pensamientos del alma”, según nos dice el
mismo Cervantes en el “Prólogo” a las Ocho comedias y ocho entremeses.
- Personaje
mítico: figura épica, bucólica o fantástica que aparece en el teatro
cervantino de modo más o menos verosímil (Cupido, Carlomagno, Lauso...).
- El rey:
moro o cristiano. Normalmente se atiene al decoro y a su estamento, y si se
trata de un rey moro, puede distinguirse o bien por su crueldad hacia los
cautivos o
bien por su condescendencia amorosa hacia la mujer
cristiana.
- Galán: los galanes
cervantinos se aproximan a veces a los lopescos (como Federico de Novara, en El laberinto de amor), otras veces a la
poética clásica aristotélica (Fernando, en Los
baños de Argel) y otras veces responden a la tentativa experimental
cervantina (Anastasio, en El laberinto de
amor).
- La mujer: suele delimitarse
como cristiana o mora, noble o criada. Muchas veces la caracteriza la pasividad
(Rosamira, en El laberinto de amor)
pese a que su vida o su honor peligren, pero en otras ocasiones puede ser el
principal agente de la acción (Belica) o enfrentarse a la autoridad paterna o
fraterna (Margarita, en El gallardo español).
- Criado:
es el personaje que ofrece las mejores cualidades y condiciones del diálogo con
amo (Cornelio – Anastasio en El laberinto
de amor), pero esto no es lo habitual en Cervantes, pues él insiste en la
presentación de “criados libres, que eligen con independencia, al margen de que
acierten o yerren, y sobre todo anhelan una autonomía que su condición social y
económica no les permite” (Cristina, en La
entretenida).
- Cautivo:
figura esencialmente cervantina, a través de la cual Cervantes trata de
expresar la complejidad de lo real. Suelen ser creaciones literarias
estrechamente vinculadas a la vida del autor cuando éste fue cautivo.
- “Gracioso”
cervantino: no siempre podemos considerar su existencia como tal. En relación
con el “bobo” o “simple” de la comedia prelopista, la configuración de este
personaje cuenta con antecedentes explícitos en la tradición cómica del teatro
europeo occidental de todas las épocas. Según Jean Canavaggio, en el teatro
cervantino no podemos identificar en un solo sujeto dramático los rasgos del
“gracioso”, pues Cervantes altera la construcción de determinados personajes
prototípicos, especialmente del “gracioso”, así como relaciones y
transformaciones con los demás personajes.
- Rufián:
sus acciones y patrañas son aparentemente inofensivas y tienen una mera
finalidad lúdica.
- Soldado:
puede actuar de dos maneras distintas en las comedias cervantinas:
a) Custodia y representa los ideales sociales y
políticos del orden moral. Es triunfador de batallas en las Indias y frente a
moros, por lo que se convierte en emblema del honor castellano. Éste es el tipo
soldadesco más cercano al del soldado lopesco.
b) Pretende una mejora social, pide para sí un
puesto que cree merecer por su servicio al rey. Éste es un soldado más
cervantino, y tenemos un ejemplo en Buitrago (El gallardo español).
- El Santo:
hace que en la comedia cervantina se exija verosimilitud, decoro y causalidad.
Es el caso de Cristóbal de Lugo.
- El
“nihilista”: su desarrollo se queda en ciernes en el teatro de
Cervantes. Niega o discute cierta validez, cierta exigencia del orden moral que
rige su conducta y que se niega a acatar por razones personales (moro Nacor).
5) Negación de la experiencia subjetiva del
personaje en las formas del lenguaje dramático.
El personaje del drama europeo anterior a la
Ilustración (excepto el shakespereano) está muy lejos de disponer en el
escenario de una experiencia subjetiva que pueda constituirse en algún momento
en móvil de sus acciones
El discurso del personaje cervantino utiliza el
soliloquio como instrumento de expresión
desde el que parece negar toda interioridad. Incluso parece configurar
un destinatario de tipo alegórico o virtual en el que trata de objetivar
exteriormente ciertas posibilidades de recepción.
Recordemos que en soliloquio un personaje
dramático utiliza el lenguaje en ausencia absoluta de otro interlocutor u
oyente, de manera que un personaje habla pero nadie lo ve / lo oye / lo
acompaña.
En cambio, en el monólogo dramático tenemos un
personaje dramático que sí tiene interlocutores, pero que habla sin esperar respuesta de éstos.
En la Comedia Nueva de Lope de Vega, hay una
negación de la experiencia subjetiva del personaje en las formas del lenguaje
dramático (soliloquio, monólogo, diálogo, aparte), mientras que las tentativas
experimentales de teatro cervantino apenas logran superar las formas lopescas.
Como ejemplo de todo lo dicho en este último
subapartado tenemos:
- el primer soliloquio de Los tratos de Argel (jornada I, 1 – 80), donde Aurelio
“dialoga” con la Ocasión y la
Necesidad.
- Rosamira, en la jornada II (1905 – 1920) de El laberinto de amor, emite un discurso
que se ubica en la voluntad de un orden moral trascendente al sujeto, cuya
acción exterior niega toda experiencia subjetiva en el personaje dramático.
b)
Clasificación y ejemplos
La producción teatral de Miguel de Cervantes puede
dividirse en dos épocas, separadas la una de la otra por unos años en los que
el dramaturgo dejó de escribir y se centró en otro tipo de ocupaciones, tal y
como él mismo nos dice en el “Prólogo” a las Ocho comedias y ocho entremeses, y diferenciadas por los críticos
porque la primera es prelopesca mientras que en la segunda ya se nota el
influjo de Lope de Vega.
Su primera etapa va de 1580 a 1587[2],
es decir, desde el regreso de su cautiverio en Argel hasta el comienzo de sus
actividades como comisario real de abastos al servicio de Antonio de Guevara,
proveedor de las galeras reales y, por tanto, de la armada que Felipe II
preparaba contra Inglaterra. Las comedias pertenecientes a esta etapa son, por
lo que nos dice el propio Cervantes, Los
tratos de Argel, La Numancia, La
gran turquesca, La batalla naval,
La Jerusalén, La Amaranta o la de Mayo, El bosque amoroso, La única, La vizarra Arsinda
y La confusa. De este grupo de parece
ser que exitosas comedias cervantinas sólo conservamos Los tratos de Argel,
La Numancia y La gran turquesca
(si consideramos, como algunos críticos, que esta pieza es La gran sultana).
A la segunda etapa pertenecen todas las comedias
que Cervantes publicará juntas en Ocho
comedias y ocho entremeses, es decir:
La casa de los celos, El laberinto de amor (éstas dos podrían haber sido escritas entre 1585 – 1590), El rufián dichoso (probablemente
posterior a 1596), La gran sultana, El gallardo español, Los baños de Argel (seguramente redactadas entre 1606 – 1610), La entretenida y Pedro de Urdemalas
(escritas poco tiempo antes de 1615). Respecto a la cronología dada, las fechas
corresponden a la clasificación de Jean Canavaggio, si bien no todos los
críticos están de acuerdo: por ejemplo, otros fechan Los baños de Argel en
1600 y concretan la redacción de La gran sultana en 1608.
Si seguimos la clasificación de García Martín, las
comedias de Cervantes pueden dividirse en:
Ø
Comedias caballerescas: entrarían
en este grupo La casa de los celos y El laberinto
de amor.
Ø
Comedias de cautiverio: Los tratos de Argel, Los baños de Argel, El gallardo español y La gran sultana, si bien alguno críticos
sólo consideran pertenecientes a tal género las tres primeras.
Ø
Comedias de costumbres: La entretenida y Pedro de Urdemalas.
Ø
A esto nosotros
debemos añadir que El rufián dichoso puede ser considerada una comedia hagiográfica, y que La Numancia es una tragedia.
Breve análisis de las comedias caballerescas cervantinas
La casa de los celos
La casa de los celos es una comedia perteneciente a la primera época
de Cervantes, como nos demuestran su descuidada versificación, su aglomeración
de episodios inconexos (de hecho la comedia casi no tiene argumento), las
figuras alegóricas, las escenas pastoriles semejantes a las de La Galatea y la similitud de algunos
pasajes con otros del Quijote.
En esta comedia podemos encontrar dos tipos de elementos:
a) Procedentes del Orlando de
Boyardo: en este grupo entran el desfile de personajes caballerescos, los
amores de Roldán y Reinaldos por Angélica, la llegada de Angélica a la Corte de
Carlomagno, la intervención del hechicero Malgesí, la lucha del moro Ferraguto
contra el hermano de Angélica, la
intervención del traidor Galalón...
b) Elementos auténticamente cervantinos: aquí se incluyen la intervención
de Bernardo del Carpio y su escudero vizcaíno, las escenas bucólicas con
grotescos amores entre pastores, la aparición de dioses mitológicos, la
aparición de figuras alegóricas (Temor, Sospecha, Celos, Curiosidad,
Desesperación), la maquinaria complicada de representación...
Lope de Vega escribió en 1599 una obra titulada Las pobrezas de Reinaldos en la que hay situaciones similares y
personajes comunes. Se centra en Reinaldos, en sus miserias y en el furor de la
venganza, que es la forma en que se inicia La
casa de los celos, hasta ir
derivando hacia los hechos de Angélica y demás personajes.
El laberinto de amor
En ella aparecen cinco príncipes y dos princesas, y todos se disfrazan. Es
una comedia original, pues calumniador y paladín son la misma persona. El
argumento es una treta para que la dama no se case con el candidato ofrecido
por su padre, sino por el calumniador - paladín. Al final el padre consiente el
matrimonio de éste y su hija.
Cervantes utiliza este tema para condenar la imposición paterna en los
matrimonios.
Lope de Vega escribió también una comedia titulada El laberinto de amor (también llamada La prueba de los ingenios), pero no tiene nada que ver con la
comedia cervantina.
Algunos críticos creen que El
laberinto de amor es la comedia que aparece mencionada como La confusa; en ese caso ésta se escribió
en 1585 y Cervantes fue el primero en tratar este tema en el teatro.
La comedia gira en torno a dos temas fundamentales:
a) Dama acusada injustamente y
defendida públicamente por un caballero.
El tema de la dama acusada injustamente, condenada a la hoguera y
finalmente salvada por un paladín aparece en otras obras literarias tanto
españolas como extranjeras, como por ejemplo:
1) El catalán valeroso (también
llamada El gallardo catalán) (1599) y
El testimonio vengado (1596 – 1603, publicada en 1604), de Lope de
Vega.
2) La mejor luna africana
(publicada en 1636), de Calderón de la Barca.
3) La obligación a las mujeres y
Duquesa de Sajonia (publicada en 1652) y Cumplir dos obligaciones (publicada en 154), de Luis Vélez de
Guevara. Ambas comedias son muy similares (mismo tema, mismos personajes...),
parece que son la misma. Este autor es el único, junto a Cervantes, que le
añade originalidad al asunto.
4) El laberinto de amor, obra
inédita del portugués Francisco Manuel de Melo.
b) Mujer disfrazada de varón
El tema, del cual ya hay precedentes en la Comedia de los engañados (1556) de Lope de Rueda, se personifica en
dos personajes de caracteres muy distintos que buscan a sus enamorados: Julia,
que es tímida, y Porcia, desenvuelta, ambas son damas nobles.
Cervantes utiliza este tema para condenar la guarda celosa de la mujer.
Una comedia de costumbres: Pedro de
Urdemalas
Es la comedia más perfecta de Cervantes; en ella se nos cuentan las
aventuras de un pícaro ingenioso, enemigo del trabajo, maleante pero no
criminal.
Gira en torno a dos ejes fundamentales, el primero bastante inconexo,
mientras que el segundo mostrado ya como un todo coherente:
a) Aventuras de Pedro de Urdemalas
Pedro es un pícaro que ha pasado por distintos oficios (lazarillo, tahur,
grumete, esportillero...) y que tendrá otros
a lo largo de la obra, como por ejemplo: mozo de labranza, asesor de
alcalde, ciego fingido, estudiante, gitano, estudiante, ermitaño y farsante. De
todos estos oficios, sólo el de lazarillo es de tradición picaresca, los demás
provienen de la invención de Cervantes.
b) Sucesos de Belica, hermosa joven criada entre gitanos pero de ascendencia
noble, tal y como se descubre al final de la obra.
Lope también tiene una comedia con el mismo título en la que se nos cuentan
las aventuras de Laura, villana culta instruida. Para vengarse del noble que la
ha deshonrado se disfraza de hombre y trabaja como mozo de venta, rufián, lazarillo de ciego, esclavo y caballero
español. La comedia acaba con el descubrimiento de Laura su boda (final tópico de las comedias de Lope
de Vega).
El principal mérito de Cervantes en esta comedia es que retoma un tipo
folklórico (recordemos, por ejemplo, que en El gran teatro del mundo, auto sacramental de Calderón de la Barca,
la Culpa es encarnada por Pedro de Urdemalas) y lo transforma en tipo
literario, adquiriendo así personalidad propia y definitiva.
Los préstamos cervantinos (del folklore, la tradición de la gitanería
literaturizada, referencias históricas y personales concretas...) operan sobre
el texto un importante cambio de perspectiva: por un lado, exponen la
posibilidad y los límites de relacionar
la literatura y la vida, y por otra, invierten el carácter referencial del
discurso: la “andante gitanería” pasa a ser lo literario, y Pedro, personaje
folklórico, produce en cambio un efecto de realidad.
4. Cervantes y Lope de Vega
¿Propuestas opuestas de comedia?
El Arte Nuevo (1609) de Lope de
Vega constituye el compendio de una estética que viene a discutir y rechazar la
interpretación que los clasicistas del
Renacimiento italiano hicieron de la Poética
de Aristóteles.
Lope no discute los paradigmas esenciales aristotélicos (fábula, sujeto y
decoro), sino que demuestra la imposibilidad de dogmatizar sobre el hecho
artístico, así como la posibilidad paralela de concebir el arte como un
discurso abierto a nuevas transformaciones y posibilidades de expresión,
derogando la percepción del “arte antiguo” como un modelo canónico inmutable,
insuperable y entero.
El teatro de los Siglos de Oro empieza con Cervantes, y ha sido considerado
por Jean Canavaggio como un teatro experimental, que ensaya tentativas
renovadoras que no encontraron ni el apoyo del público de su tiempo ni la
prosperidad del teatro lopista.
Cervantes y Lope se distancian formal y funcionalmente en sus concepciones
de renovación teatral y en su experiencia dramática, pero sus poéticas teatrales
no son, sin embargo, completamente opuestas, tal y como veremos a lo largo de
este apartado.
Hemos visto en secciones anteriores de este trabajo cómo Cervantes expone a
lo largo de su obra literaria sus consideraciones sobre una poética del drama,
que en un principio se caracteriza por su afinidad con la preceptiva clasicista
y sus explícitos reproches frente a la estética teatral de sus contemporáneos (Quijote I, 48), y más adelante por su
evolución hacia tendencias próximas a la comedia nueva de Lope de Vega (El rufián dichoso, II, 1209 – 1312),
donde parece que Cervantes acaba admitiendo que la innovación teatral es
legítima en la medida en que la alteración de los preceptos clásicos se
justifique por razones estéticas que mejoren la calidad de la obra.
Cervantes ha perdido de vista la evolución teatral de sus contemporáneos,
pues en su vuelta a la composición de comedias, siguiendo una estética distinta
de la comedia nueva, si bien experimental a su
modo, no le permite satisfacer plenamente el gusto del público
contemporáneo. De esta forma, Cervantes parece aceptar con resignación el
cambio de los tiempos y la superación de la estética clásica por los nuevos
modelos lopescos. Sin embargo, desde el punto de vista de la creación
literaria, Cervantes escribe un conjunto de obras dramatúrgicas que, frente a
los usos escénicos instaurados por Lope de Vega, es toda una tentativa de
teatro experimental.
Los neoaristotelistas escribían obras dramáticas para ser leídas o
recitadas en ambientes universitarios o academicistas antes que para ser
representadas. Frente al teatro de Lope de Vega, Cervantes da más importancia a
la literatura que al espectáculo, al texto que a la representación, de manera
que escribe un texto que, si bien es capaz de expresar la complejidad de la
vida real, no ofrece al público el dinamismo, la agilidad o el virtuosismo
escénico que consiguen los dramas de Lope. Así, el teatro de Cervantes no logra
en su momento satisfacer el gusto del público de su época.
Florencio Sevilla, en sus estudios sobre las obras dramáticas de Cervantes,
considera que las ideas de la poética cervantina que guardan mayor uniformidad
son las que tratan de demostrar su preocupación por la calidad estética de la
literatura, por las tentativas de renovación experimental de la preceptiva
clásica y por los excesos a que se sometía el formato tradicional de la comedia
como género literario y como forma de espectáculo.
Autores como Ángel Valbuena Prat o Francisco Ruíz Ramón han hablado de
experimentación y pluriformismo como rasgos característicos del teatro
cervantino, y han señalado un enfoque novelesco de los hechos, autobiografismo,
distanciamiento de la figura del gracioso, estatismo en la acción, exceso de
detalle en las acotaciones, etc.
Otros autores (Américo castro, Stanislav Zimic...) han insistido en la
estrecha relación existente en el teatro cervantino entre vida y obra de su
autor, presidida siempre por una exigencia de verosimilitud, de manera que este
teatro intenta expresar con verosimilitud la complejidad de la vida real.
Cervantes es uno de los primeros dramaturgos que introduce en la fábula del
drama el empirismo de vivencia individual, confiriendo al personaje dramático
el carácter prototípico de formas de existencia genuinamente humanas.
En cierto modo, Cervantes se adapta a la fórmula de la comedia nueva en los
cambios de espacio, en la falta de atención de la unidad de tiempo y en la
tendencia a eludir el relato de los hechos a favor de su representación, dando
prioridad a la fábula sobre el sujeto. Sin embargo, Cervantes no acepta algunos
de sus personajes esenciales (como el gracioso) tal y como los codifica Lope de
Vega. Adaptó el esquema de tres actos, se acercó a la polimetría lopesca y
prescindió de las unidades dramáticas, pero por otro lado “evitó los desenlaces
tópicos, suprimió la venganza del honor y dio un sentido nada convencional a
los « casos de honra »” (Antonio Sánchez).
Pero no nos confundamos: no podemos limitarnos a decir que Lope de Vega
abandona todo principio clásico y que Cervantes los sigue a rajatabla. En realidad nos
encontramos ante dos posicionamientos frente a la práctica del teatro público
en un momento en que el dramaturgo ya ha perdido definitivamente toda ilusión
de control sobre el producto de su trabajo.
La composición de las comedias depende en ese momento de las
expectativas de un nuevo público y de unos profesionales de la escena, (en
realidad mal preparados a nivel técnico e intelectual), y no de la imaginación
del dramaturgo. Tanto Lope como Cervantes se dieron cuenta de esta situación,
pero la enfocaron de formas muy distintas: el primero compone centenares de
piezas de teatro para compañías
específicas, en cuyas manos las comedias cobran vida, convirtiéndose en espectáculos.
En cambio, Cervantes, tras algunas experiencias en el teatro hacia 1580,
escribe unas piezas más y las guarda en silencio hasta 1615, cuando las reúne y
publica en el volumen titulado Ocho
comedias y ocho entremeses, nunca representados: así pues, en último
término podríamos decir que Lope escribe para que sus obras se representes,
mientras que Cervantes redacta sus textos pensando en que éstos serán leídos,
no representados.
Referido a esto que acabamos de comentar, Lope escribe en el “Prólogo” de
la Novena Parte de sus comedias: “No las escribí con este ánimo (de
imprimirlas) ni para que los oídos del teatro se trasladasen a la censura de
los aposentos”. Cervantes también
menciona las distintas posibilidades de recepción entre texto oído y texto
representado, es decir, texto escuchado y texto visto, que se corresponden
respectivamente con la lectura singular y privada y con el acto comunitario y
público de la representación en un Corral.
Cervantes no defiende de forma
acérrima los preceptos, pero tampoco
estaba dispuesto a encerrarlos “bajo siete llaves”, como hacía Lope de Vega. Lo que propone Cervantes es una conciencia
estética respetuosa hacia los preceptos heredados, pero que esté abierta a todo tipo de innovaciones, de manera que
mejore la calidad artística de la comedia sin que por ello lleguen a haber en
ella “disparates”. Porque, recordémoslo, Cervantes no está dispuesto a hacer de la comedia una
“mercadería vendible” con tal
de que se cumplan el gusto del público y los intereses económicos de los
representantes. Para él, lo artístico
debe primar sobre lo venal y vulgar.
Todo esto no quiere decir que Cervantes se oponga a la novedad y al
progreso, pues él es consciente de que los gustos cambian con el tiempo, lo
cual le sirve para crear una esperanza de que también a sus comedias les
llegará el momento de éxito que é anhela. Mientras ese momento llega, nuestro
dramaturgo dirige sus obras a un lector, pero sin que éste haya de dejar de ser
en parte un espectador.
Por otro lado, también es verdad que la estructura misma de las comedias
cervantinas dictan hasta cierto punto la conveniencia de que éstas se lean. Sus
obras resultan más complicadas que las de Lope y requieren una participación
más activa e intelectualmente despierta por parte del receptor. Frente a la
nueva comedia lopesca anclada en condiciones de movimiento rápido y unidad de
acción, Cervantes complica el desarrollo por medio de episodios paralelos,
dirigiéndose a lo que Casalduero ha denominado “unidad mental” o “unidad
conceptual” entre trama y episodio.
Es curioso descubrir que, en lo que se refiere a la unidad de acción, Lope
esté más cerca de Aristóteles que Cervantes, pues rechaza la trama episódica
(vv. 181 – 187 del Arte Nuevo), si bien sí ignora la unidad de tiempo (vv. 187 – 192).
Desde una perspectiva global, pues, Cervantes entendió bien y supo valorar
las innovaciones de Lope, pero le criticó la excesiva codificación de la
fórmula “comedia nueva” y rechazó siempre su estereotipación, su concionalismo.
La fórmula de Lope, incuestionable a nivel funcional, se alimentaba de sus
propias convenciones literarias, separándose así de la verdadera vida a la que
debía imitar, algo que provocaba que Cervantes no aceptara completamente el
sistema de Lope. En la comedia de capa y espada, los padres eran siempre honorables
y virtuosos, guardianes del honor de sus hijas; las damas, fieles y honestas;
los galanes, nobles y valientes; los graciosos, su sombra. Normalmente todo
acababa en bodas, casándose damas con galanes y graciosos con criadas (p.ej. en
La dama boba). Cervantes no aceptaba
esta parte tan sumamente convencional del esquema lopesco, por lo que lo
ironizó especialmente en La entretenida. ¿Cómo lo hace? En primer
lugar, la dama principal, Marcela Osorio, no aparece en escena en ningún
momento, por lo que otorga su amor por escrito. El padre propone el matrimonio
de su hija con otro personaje sólo por conveniencias; don Ambrosio (galán
principal) se equivoca de dama, mostrando la inconsistencia de su amor, pero
aún así resulta elegido; Cardenio, que sólo pretendía burlarse de la hermana de
don Antonio, se acaba enamorando de ella; don Antonio, galán noble y honesto,
es rechazado por Marcela; Silvestre Almendárez es un indiano serio y digno,
rompiendo los arquetipos teatrales del momento; los graciosos no se casan... La
obra, en definitiva, no acaba ni mal ni bien, adecuándose a la complejidad de la vida, a sus
imprevisiones e injusticias, porque no siempre se premia a los buenos ni se
castiga a los malos.
En la dramaturgia de Cervantes todo es simultáneamente logro y experimento,
y aunque se apoya frecuentemente en la preceptiva clásica, no acaba de
adherirse firmemente a los rigores del clasicismo poético: frente a los deseos
de libertad que emana toda su producción, no parece verosímil la idea de un Cervantes
defensor de los imperativos estéticos en nombre de la Antigüedad ni de una
visión tradicional del arte.
Por su parte, la dramaturgia de Lope de Vega constituye una poderosa e
incluso violenta reforma del canon clásico, imperante en el teatro de los siglos
XVI y XVII al formular justificadamente en su Arte nuevo de hacer comedias (1609) una poética dramática con la
que reformará el modo de percibir e interpretar la poética clásica a la hora de
escribir teatro, pero sin elaborar un arte diferente ni introducir cambios
esenciales.
Similitudes y diferencias entre Los
tratos de Argel (Cervantes) y Los
cautivos de Argel (Lope).
Influencias posteriores en Los baños de
Argel (Cervantes).
Hemos dicho en uno de los
apartados anteriores que Miguel de Cervantes cultivó un tipo de comedia llamada
“de cautiverio”. Pues bien, precisamente en esta última parte del trabajo
trataremos dos de esas comedias, ambientadas ambas en Argel, en comparación con
una comedia de cautiverio de Lope de Vega cuya acción se sitúa en el mismo
lugar que las cervantinas.
Aproximadamente
en 1580 Cervantes decide por primera vez escribir una comedia, y el fruto de
esa determinación será Los tratos de
Argel, donde se narra el cautiverio
de un grupo de cristianos, y que acabará siendo más una obra de denuncia
que una pieza escénica.
La relación amistosa que unía a
Cervantes con Lope de Vega hizo que éste último decidiera escribir también una
comedia de cautiverio, que en este caso se titularía Los cautivos de Argel, y que tendría puntos comunes, pero también
diferencias, con la primera comedia cervantina. A continuación nos centraremos
en el análisis de esas similitudes y diferencias entre ambas.
En ambas comedias podemos
diferenciar dos partes: por un lado, el conflicto de amores entrecruzados, y
por otro, las escenas de cautiverio.
El conflicto amoroso se produce
en ambas obras por una circunstancia común:
entre los cautivos cristianos hay un matrimonio (Aurelio y Silvia en el
caso de Cervantes; Leonardo y Marcela en el de Lope) cuyos amos árabes quieren
deshacer debido a que se han enamorado de ellos. Los intentos de estos fracasan
porque la(s) pareja(s) cristiana(s) se niega(n) a intercambiarse, por lo que
acaban recurriendo a la bruja Fátima, personaje común en ambas comedias[3].
Cervantes añade, además, la aparición de dos figuras alegóricas, Ocasión y
Necesidad, fuerzas infernales que intentan llevar a Aurelio hacia el pecado, de
manera que encontramos aquí un fondo psicológico que, por el contrario, no
aparece en Lope.
En cuanto a las escenas de
cautiverio, Lope continúa la estructura y el orden de Cervantes. Conserva los
nombres de los dos cautivos más importantes, Juanico y Saavedra: el primero es
el cristiano que en la obra de Cervantes ha renegado completamente (lo que le
hace más real), mientras que en la de Lope sólo reniega aparentemente. El
segundo, Saavedra, es en realidad la trasposición dramática de la figura del
propio Cervantes, y es además quien suplica al Rey que los rescate.
Hay otras diferencias sutiles en
la forma que tiene ambos dramaturgos de tratar el tema del cautiverio de los
cristianos, por ejemplo: la escena del martirio del sacerdote, común en ambas
comedias, se reviste de una mayor crueldad (y por tanto mayor realismo) en
Cervantes que en Lope; el autor del Arte
Nuevo de hacer comedias es más
benevolente a la hora de tratar el personaje del rey moro: así como Cervantes
lo hace aparecer cruel tanto con moros como con cristianos, Lope sólo le da
esta característica cuando el personaje trata a los de su pueblo, mientras que
con los cristianos es más complaciente. Finalmente, conviene fijarse en el
momento en que los cristianos son liberados: Lope trata la escena con menor
patetismo, simplemente los cristianos sienten júbilo; en Cervantes, sin
embargo, los cristianos no sólo se muestran jubilosos, sino que hacen toda una
demostración de agradecida fe y devoción cuando se arrodillan para rezar una
oración a la Virgen.
Lope realiza además una serie de
innovaciones en su comedia Los cautivos
de Argel que la diferencian de la
de Cervantes: su comedia empieza con un ataque moro a las costas españolas,
tenemos al gracioso Basurto, de carácter antisemita, y además en Lope
encontramos un momento de metateatralidad cuando los cristianos representan,
durante su cautiverio, una comedia y una procesión en Viernes Santo.
Claro está, no todo son
diferencias entre ambas obras, también hay semejanzas: las esperanzas de los
cautivos de ser rescatados provocan, en ambas comedias, que éstos sean víctimas
de la burla de los moros; el carácter indomable de los españoles es exaltado en
las dos obras, lo que despierta la furia del rey de Argel... Tanto en la
comedia de Cervantes como en la de Lope aparecen un renegado (Juanico),
Saavedra (que, como ya hemos dicho, es el propio Cervantes), un sacerdote... y
dos parejas, una mora y otra cristiana, entre las cuales estalla el conflicto
amoroso que hemos explicado anteriormente. Aunque los nombres de los personajes
cambien, lo demás no:
¨ Los tratos de Argel (Cervantes):
Aurelio Silvia (Criados cristianos cautivos)
-bruja Fátima-
Yzuf Zahara (Amos musulmanes)
Saavedra
Leonardo
Sebastián
Francisco
Juanico
à renegado
¨ Los cautivos de Argel (Lope de Vega):
Leonardo Marcela (Criados cristianos cautivos)
-bruja
Fátima-
Solimán Aja (Amos musulmanes)
Saavedra
Basurto
Pereda
Luis
Juanico à renegado
Una vez analizadas estas dos comedias de cautiverio, la siguiente cuestión que surge es: ¿Influyeron estas dos comedias en Los baños de Argel, de Cervantes? Indudablemente, la respuesta es sí.
En el año 1600 Cervantes escribió la comedia de cautiverio Los baños de Argel, perteneciente ya a su última etapa dramatúrgica. Esta obra, que posteriormente inspiraría a Ruíz de Alarcón La Manglanilla de Melilla (1634), está ya más perfeccionada que Los tratos de Argel y se basa fundamentalmente en tres fuentes:
La primera de ellas es, como es fácil de suponer, la propia comedia
cervantina Los tratos de Argel,
algunos de cuyos aspectos reaparecen aquí: vuelve Cervantes a sacar a escena el
tema de los amores entrecruzados, pero además aquí vemos como el esposo se
lanza al mar al darse cuenta de que se esposa ha sido capturada. Al igual que
en Los tratos de Argel, los cristianos, debido a sus ansias de libertad y a la
esperanza de ser rescatados que mantienen, son víctima de las burlas de los
moros; eso sí, esta vez no aparece el personaje de Saavedra. Consecuentemente a
esta actitud de los cristianos, éstos se llenan de alegría ante la llegada de
los frailes de la Merced, que acuden a
rescatarlos. Por otro lado, tenemos dos
personajes que ya habían aparecido en la comedia cervantina de 1580: el niño
renegado (pero en esta ocasión Cervantes
lo aproxima al renegado que había creado Lope, de manera que éste
acabará martirizado) y el Rey de Argel, que les concede una audiencia y que se
muestra en esta obra benévolo y compasivo (y en esto también Cervantes lo
asemeja a la creación de Lope).
La segunda fuente literaria que
aprovecha Cervantes es la “Novela del capitán cautivo” que aparece incluida en
su creación más importante y famosa: El
Quijote. En ella se narran los amores entre la doncella árabe Zara,
convertida al cristianismo, y el español cautivo Don Lope.
Y
finalmente, la tercera fuente de la que bebe Cervantes a la hora de escribir
esta comedia es la obra lopesca Los
cautivos de Argel, que ejerce una marcada influencia en la cervantina, como se observa ya desde el
inicio (ambas comienzan de la misma manera: con un ataque moro a las costas
españolas). El recurso técnico del martirio del sacerdote, que tiene la
finalidad de mover a piedad a los espectadores (catarsis), reaparece en Los baños de Argel, sólo que ahora el
martirizado es Francisquito. Cervantes aprovecha también la metateatralidad, al
igual que en su momento hizo Lope, de manera que en esta comedia nos
encontramos también con una representación teatral en Pascua. Por último,
Cervantes convierte la figura del sacristán en la de un gracioso antisemita
como lo era el lopesco Basurto.
5.
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ZIMIC,
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Madrid, Castalia, 1992.
[1] Coturno: Zapato de suela de corcho muy gruesa, usado por los actores de tragedias grecolatinas con el fin de realzar su estatura.
[2] Así lo creen al menos Florencio Sevilla Arroyo y Antonio Rey Hazas; sin embargo, Ángel Valbuena Prat considera que lo más probable es que Cervantes ya hubiese empezado a escribir teatro antes de su cautiverio en Argel.
[3] Como indica García Martín en su libro Cervantes y la comedia española del s. XVII, este tema no es de origen cervantino, sino que está basado en testimonios históricos.