Frankenstein el monstruo distante, Pedro Manuel Villora, AjoBlanco, nº105, enero 1998
Pocos son los que conocen el rostro y el verdadero nombre que se esconden bajo el pseudónimo de a. Liddell. Pero cada vez son más los que saben de la propuesta radical que ofrece esta autora (un secreto: nacida en Fígueres en 1966) en sus seis obras estrenadas. Liddell tiene ahora en gira su fascinante versión del Frankenstein de Mary Shelley.
Leda, Dolorosa o El jardín de las mandrágoras son algunos de los textos donde Liddell incide en la relación entre sexo y muerte. "El sexo funciona, hace reflexionar sobre el ser humano, y por eso lo utilizo". La historia de Frankensteín, sin embargo, no le proporciona demasiadas pistas eróticas. Lo que sí hay es un recurso al mito como fuerza primigenia y carnal. "Ya en Leda hay una copulación en el surgimiento de ese huevo, de ese mito. Me parecía que había que tratar a Zeus como a un hombre que fecunda, sin sublimarlo, haciéndolo real, cometiendo un acto humano. Los mitos van surgiendo de una gran explosión sexual, de eyaculaciones de la cabeza o de las manos, no necesariamente del glande. Los mitos provienen de una explosión seminal de la que surgen fantasmas y seres poderosos que sin ella no tendrían esa fuerza. Uno de esos seres es el monstruo de Frankenstein, si bien aqui entra el componente científico, que no deja de ser una fecundacion, pero desde una vertiente más intelectual. Uno se plantea normalmente con este monstruo, que la ciencia se revuelve contra el que la utiliza, contra el que crea un producto que va a causar daños a la sociedad, y así todo se racionaliza mucho más."
En las obras anteriores, el planteamiento racional está mucho menos desarrollado que en Frankenstein. Parten de una sexualidad y una potencialidad basadas en el instinto, mientras que en esta ocasión, el instinto pierde buena parte de su presencia en virtud de la razón Parecería como si la autora hubiese evolucionado dramáticamente del mito al logos. "Frankenstein se distancia del resto de mi trabajo porque aquí se trataba de reflexionar sobre una serie de actos de estos personajes en su condición de seres universales. Había que racionalizar y desprenderse del instinto, situarlos, criticarlos, someterlos a un diálogo. No dejo pasar sus actítudes, no apoyo sus posturas, no las defíendo. Estoy cuestionando lo que están haciendo".
Sin pretenderlo conscientemente el uso de muñecos que hace Liddell en Frankenstein le facilita el abandono de la carnalidad literal y corpórea de sus personajes para pasar a algo que está manejando y utilizando como elemento de crítica. Se desprende de su personaje y lo ofrece al público como un objeto que nada tiene que ver consigo misma ni con el actor. Entonces es el espectador quien debe decidir si esa historia no es también la suya.
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