EL TEATRO DE LA PASIÓN

No vengo de la erudición ni del conocimiento profundo del lenguaje ni de la literatura. Vengo de mi cuerpo en acción sobre la escena. De cientos de frases encarnadas en mis manos y en mi boca. No me acerqué al teatro desde la idea, sino desde la práctica. Me acerqué desde la pasión. Siempre actriz. Pero también vengo de mis ojos y de mi oído, de Dante Gabriel Rossetti y de Purcell. Hace algunos años, pocos, elegí la palabra como forma de expresión porque me ofrecía el privilegio del verso. Después opté por la palabra escénica para que se pudiera contemplar el poema. Un poema dirigido a los sentidos, tomando como referentes más directos la pintura y la música en tanto en cuanto el acontecimiento teatral se expone al ojo y al oído, encargándose éstos de congregar a la inteligencia y a la emoción. Por ello busco dolorosa y descaradamente la belleza, pues la siento como la vía más inmediata y brutal que conecta con la emoción.

Jamás fui partidaria de ninguna tendencia que no fuera mi deseo más íntimo. Esa es mi tendencia: hacer lo que me apetece.

EL TEATRO DE LA PASION

(Es decir, de la necesidad y del deseo)

Si atendemos a la naturaleza específica de la obra de arte no es difícil darse cuenta de que se caracteriza por su irrealidad y por ser expresión. Goethe incluso reiteró una y otra vez la superioridad del arte frente a la naturaleza. San Agustín lo expresa de este modo: « ... la inevitable falsedad sin la cual no existe obra de arte». Cuando yo hablo de irrealidad, hablo por oposición al ilusionismo mimético, puesto que cualquier realidad representada es de hecho irreal. Hablo de convenciones inventadas. En definitiva, me refiero a esa irrealidad que Borges expresa tan bien en uno de sus cuentos: «Hadlik preconizaba el verso, porque impide que los espectadores olviden la irrealidad que es condición del arte». 0 Artaud en el teatro y su doble: «Las imágenes de la poesía en el teatro son una fuerza espiritual que inicia su trayectoria en lo sensible prescindiendo de la realidad».

Por otra parte, construir irrealidades no significa renunciar a la experiencia humana real. La diferencia se establece entre someterse a la vivencia empírica o ponerla a nuestro servicio. De nada nos servirá el mundo real si no somos capaces de abstraer los significados simbólicos inherentes a los objetos y acontecimientos que lo conforman, y transformarlos en significantes inventados. Sólo accediendo a esos significados, es decir, a la esencia, al interior profundo de las cosas y de los hechos, conseguiremos desprendernos de lo instrumental para alcanzar una rara pureza. La realidad sólo tiene sentido a través del tamiz de la interpretación, la abstracción y la deformación. De lo contrario caeríamos en un ilusionismo realista absurdo, más absurdo aún en tanto en cuanto no es la realidad. El mimetismo resta libertad y poder de expresión al creador. No quiero el objeto real, sino aprehender la realidad esencial del objeto (operación absolutamente subjetiva).

Pero la pura abstracción intelectual no es acción y, por consiguiente, no es teatral. Las abstracciones han de ser expresadas a través de la forma, de tal modo que establezco una continua interacción dialéctica y estética entre el concepto y su forma para no incurrir en lo que sin dicha interacción se convertiría en forma vacía y concepto vacío. Es primordial considerar la abstracción de las esencias no sólo intelectual, sino también estéticamente.

No se trata, pues, de renunciar al conocimiento perceptual, sino extraer de esa percepción la información necesaria según el criterio subjetivo, lo cual se expresa como una deformación de lo real.

Es necesario regresar a un antiguo estadio infantil en el que el modelo únicamente sirve para extraer aquellos elementos que preciso para expresar lo que deseo. De tal modo que un padre puede carecer de ojos, nariz y orejas porque sólo me interesa su boca y su barba. Y será un padre tan válido y creíble como el padre de carne y hueso. Mejor aún, yo diría que consiste en la verosimilitud de lo increíble.

En efecto, me dejo conmover, excitar, impresionar, emocionar por mis experiencias reales, pero las interpreto, extraigo su centro y las deformo de acuerdo a mis necesidades y a mis deseos. Y ya que el arte no es sólo irrealidad, sino también expresión, las expreso. Mas no deseo expresar ni lo que sé, ni lo que veo, sino por encima de todo lo que siento.

Gombrich en su Historia del Arte, refiriéndose a los maestros medievales escribe: «una vez libres de la necesidad de imitar el mundo de las cosas visibles se podía llegar a representar la idea de lo sobrenatural», es decir, la irrealidad, lo transcendente, la metafísica. Y efectivamente, en cuanto descartamos la representación de las cosas tal y como son, se nos abre un universo de posibilidades infinitas. Podemos dedicarnos a distribuir nuestros significados simbólicos y nuestros significantes, ajenos a cualquier tipo de censura realista. Entonces, no es tanto el rechazo de la naturaleza como la independización de la misma. 0 la superación. De cualquier modo lo fundamental es la renuncia a la objetividad.

 

El proceso de la pasión creadora culmina, evidentemente, en el producto, que es ni más ni menos la encarnación de dicho proceso. Pero la irrealidad ha de representarse materialmente y ser ofrecida a los sentidos. Centrémonos ya en el hecho teatral. El teatro es un arte eminentemente visual, es decir, para ser gozado a través del sentido de la vista.

Se suele olvidar con frecuencia el placer de los ojos en el acontecimiento escénico a favor de un espeso enredo psicologista ajeno por completo al mundo de los sentidos. La mayoría de las veces podemos cerrar los ojos y limitarnos a escuchar el discurso sin que por ello perdamos algún aspecto importante del espectáculo. Lo cognitivo y lo emocional no existe sobre un escenario sin el comportamiento motor que lo expresa. Y los movimientos se caracterizan por su condición visible. La justificación intelectual carece de razón. Lo que importa son los objetos y los cuerpos como instrumento de expresión. De expresión visible. En una palabra, formal. La acción no es psicológica sino formal. No somos introspectores, sino espectadores. No me olvido del componente verbal, que ha de ser entendido también formalmente. Tanto lo visible como lo audible no deben hallarse subordinados al concepto; son la expresiónformal del concepto. No voy al teatro a escuchar una idea. Voy a experimentar la expresión formal de esa idea: el sonido, el ritmo, el movimiento... Voy a empaparme de voluptuosidad sensorial. En fin, en el teatro la metafísica se materializa ante los ojos y el oído mediante la belleza de las formas, y se expresa estéticamente. ¿Y el contenido? Para que un contenido sea teatral debe ser estético.

La música, idéntica al teatro en su desarrollo temporal-espacial, debiera ser estudiada en relación al hecho escénico, así como Kandisnky la investigó en relación a la pintura.

Por último, no me gustaría olvidar hablar de lo bello. Creo en la correspondencia directa entre el arte y la belleza. Y reconozco la belleza por su insoportabilidad. Rilke asegura que la belleza es el principio de lo terrible que aún somos capaces de soportar. Yo, sin embargo, afirmo que la belleza es lo terrible y lo insoportable, y provoca la máxima turbación de los sentidos hasta obligarnos a huir. Ante todo se trata de un sobrecogimiento emocional. El artista debe buscar constantemente la belleza para torturarnos íntimamente.

«Todo parece un exorcismo destinado a hacer afluir nuestros demonios», escribe Artaud. Y entiendo la crueldad como pureza. El arte debe atacar al contemplador a base de pureza. En efecto, la obra de arte ha de transformar al individuo. Actúa sobre sus órganos vitales, bien destruyéndolos, bien generando otros órganos, bien metamorfoseándolos. De cualquier modo, la transformación obliga a una reestructuración total del sistema que modificará la visión del mundo del sujeto. Esa transformación se produce a través de los sentidos, pues despojados del intelecto frente a la belleza, el estremecimiento que tiene lugar es de carácter sensorial y hasta sensual. Sabemos que algo ha cambiado. Tras el éxtasis incomprensible tomamos conciencia interna del ataque y seguimos andando con el rostro desfigurado por la herida. Un rostro distinto. Da igual por qué.

« ... La esencia de la belleza, al igual que la esencia del placer y (de lo) bueno, es indefinible e indescriptible», escribió Giordano Bruno.

a. Liddell Zoo

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