28-10-1996. El País, Javier Villán, Redención y libertad.Ernesto Caballero ya no es un autor novísimo, aunque sigue siendo un autor joven, por más que él rechace este término. Yo diría que Caballero es un autor joven con cierta pátina de madurez: de madurez de idea y de pensamiento; con un cierto tono refivo y moralizante que en este Destino desierto quizá no tia alcanzado la adecuada transcripción dramática.
Quiero decir que para mí esta proclama de esperanza en la libertad, esta reflexión coral sobre la alienación, el conformismo y la insatisfacción es un bello discurso de escasa eficacia teatral. Estructuralmente las situaciones son demasiado previsibles. Ideológicamente el objetivo es humano y bien intencionado.
Y, en lo que se refiere a los personajes, su complejidad es sólo aparente. El gran mago ilusionista y salvador que los convoca, desconvoca, convence, confiesa y conduce en un viaje interior hacia la tierra prometida, es más una idea que un personaje. La conflictividad es, sobre todo, individual y surge no tanto de una red de situaciones o circunstancias entrelazadas cuanto de la disconformidad de cada uno consigo mismo.
Al fin, todos alcanzarán la luz; y el evidente absurdo existenciall de cada uno queda redimido por tina mística liberadora. Cierto surrealismo suavizado y menos férreo, emparenta Destino desierto, por ejemplo, con el Angel exterminador de Buñuel, aquella iniposibilidad de los personajes, pese a su voluntad, de abandonar el salón con que están recluidos.
Hay, sin embargo, a mi entender, varios elementos positivos: la unión entre estados de ánimo e iluminación; la voluntad del autor de que Destino desierto se cargue de elementos positivos de libertad y solidaridad; cierta ironía histórica en el dibujo del sindicalista, puro lenguaje retórico desprovisto de sentido. Y la dirección de Ernesto Caballero sutil y equilibrada, superando los peligros de un retoricismo amenazante. Y los actores, algunos tan cualificados como Vicente Diez, Cuesta, Pimenta y Janfri Topera. De éstos, tanto corno de Susana Hernández, Maruchi León y Rosa Sayoini, puede esperarse siempre, y a menudo con razón, una interpretación ejemplar.
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