25-10-1996. ABC, Lorenzo López Sancho, Destino desierto: el ensayismo de Caballero.

 

El ensayismo de Ernesto Caballero hace de esta su nueva experiencia, presentada ahora en el escenario del Teatro Olimpia, lleva al prestigioso autor a hacer algo que, rebasando las fronteras de los siglos, hace pensar en aquel auto de los Reyes Magos de la segunda mitad del siglo XII, aunque, como es natural, no se inspire en los textos de los evangelios apócrifos, ni se concrete en un solo tema en nada semejante al del gran auto tan toledano y primitivo.

Aquí los versos parecen alternarse con la prosa, y los personajes, encerrados en una cita misteriosa, se convierten en investigadores de sí mismos, de los elementos casi mágicos que deciden su conducta, del permanente conflicto entre lo que creen que son, lo que quieren ser y lo que la sociedad, la cultura en que viven, les hará ser como una nueva forma de destino. Lejos, pues, de todo texto sacro, apócrifo o no, en este actual y nuevo auto que viene a ser este ejercicio dramático al que ha titulado Destino desierto.

Cuatro mujeres y tres hombres, convocados por sendos escritos idénticos que han recibido y en que se les dice que les ha tocado en premio que consiste en un viaje cuyo destino es un desierto, se encuentran en un salón vacío, desierto si ellos no se convirtieran movidos por el acicate de un viaje, por sus ilusiones, por sus sueños, en los habitantes de ese rincón en el que el silencio, lo incógnito, el misterio los retendrá más allá de lo absurdo, de lo verosímil, de lo lógico, de lo real.

Esos personajes intrigados, ilusionados, avanzarán en una espera inconcebible al conocimiento de sí mismos pasando por un automático programa de preguntas y respuestas de los que hablando a los modos de ahora llamaríamos la problemática del hombre y, claro, también de la mujer de nuestro tiempo.

Caballero define sumariamente a sus personajes como el profeta, el creativo, la mujer de su tiempo, la alternativa,la Joan Baez, la creyente y el irreductible. Esteban, el profeta, acabará siendo el conductor del Coloquio en el que todos descubren otras caras de su ser, otros fracasos íntimos, otros caminos para ilusiones nuevas. Más que personajes, más que caracteres, son caricaturas con un punto de encuentro. Todos son indecisos. Viven de esperanzas inconcretas y reflejan lo que la sociedad ha hecho de ellos. Obras, pues, de análisis de lo humano, de lo social, de lo cultural como dimensión oscura y profunda del ser, de su destino.

La acción teatral, pues, consiste en que los personajes cambian. Serán otros al final de su larga jornada de espera sin saber qué o a quién esperan. Algo hay aquí de aquel «Esperando a Godot», aunque aquí no tratemos de un dios desconocido sino de unos seres que no se conocen y que no saben bien qué es lo que esperan. Teatro intelectual, muy literario, sin dramatismo teatral puesto que no hay agonista y antagonista, no hay problema que pida resolución. No hay desenlace. Caballero ha filosofado. Ha hecho inteligentemente algo así como una sociología de su tiempo. Los siete personajes están cuidadosamente personalizados, pese a su indeterminación de fondo, por cuatro actrices y estos tres actores. «Destino desierto» está lleno de cosas complejas. Interesa a quien sea gustoso de pensar en problemas por encima de lo cotidiano y lo concreto. Ernesto Caballero no ha hecho un drama. Ha hecho una reflexión, una exploración sin salida. El profeta no alcanza conclusiones convincentes. Todos, o sea ellos y quienes lo miran y escuchan, quedan detenidos en el ensayismo del actor. Un ensayismo que prefiere el pensamiento al teatro. Que no llega a hacer teatro vivo del ensayo y del pensamiento. Aparte de la calidad cierta del texto.

 

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