19-10-1996. El País, Javier Vallejo, "La metáfora del desierto".

"Lo que propongo es una parábola sobre la posibilidad real de construir nuestro destino", afirma el director y autor de la obra.

Siete desconocidos entran en una agencia con una carta en la que se les acredita como ganadores de un viaje al desierto, premio que deben confirmar allí ese día y a esa hora. Los afortunados son una joven okupa, una comerciante creyente, un publicitario descreído, un sindicalista irreductible, una inquieta ejecutiva, una hippy que se resignó a ser ama de casa y un misterioso desempleado, personajes dispares que sólo el azar podía reunir y que sirven a Ernesto Caballero, su creador, para contar una fábula sobre la ilusión, la libertad y la necesidad de nadar contra corriente en pos de una utopía.

"Hav que volver a hablar de estos temas", dice Caballero, "porque nuestra sociedad se ha desgastado demasiado deprisa y nos hemos instalado en una cultura de la queja y de la impotencia. En Destino desierto, a partir de una situación muy verosímil que se torna insólita, hago una parábola sobre la posibilidad real de construir nuestro destino. Para ello me sirvo de seis personajes de la calle, perfectamente reconocibles, que asumen rutinaria y desencantadamente una identidad postiza que no se acaban de creer del todo. El séptimo, Esteban, es una mezcla de profeta, mendigo, demiurgo y bufón que, como el inspector de Priestley [en Llama un inspector] introduce a sus compañeros de espera en un juego deductivo que irá revelando el porqué de tan extraña convocatoria".

"Esteban", prosigue el director, "simboliza la capacidad desveladora del teatro: él es el detonante de la situación, quien empuja a los demás a entender que, mientras continúen enquistados en comportamientos rígidos y previsibles, no podrán emprender ese viaje metafórico al desierto de Judá. Su intervención hará que, ligeros y desprendidos de todo aquello que creían que eran y de lo que tenían que rendir cuenta sí, inicien, al final de la obra, el necesario proceso de cambio".

Ernesto Caballero (Madrid, 1957), como es frecuente entre los autores de su generación, dirige y produce sus propias comedias al frente de su compañía, Teatro del Eco. "Dirijo mis obras para escribirlas: reelaboro el texto mientras trabajo con los actores, durante los ensayos, hasta terminar un libreto definitivo que nada tiene que ver con el original. Este proceso de dramaturgia en acción sería imposible si no contara con un equipo interpretativo especialmente cómplice". El de Destino desierto lo integran Rosa Savoini, Susana Hernández, Janfri Topera, Maruchi León, Vicente Díez -que vienen colaborando con Caballero desde largo, alguno desde Rosaura, el sueño es vida mileidi, Vicente Cuesta y Ana Pimenta, a quienes se suman Mario Gas (que ha diseñado la iluminación) y Roberto Cerdá, como ayudante de dirección.

"En el reparto es donde un director se la juega. Mis actores tienen el oído y la humildad necesarios para ser miembros del coro en unas ocasiones y solistas en otras. En esta pieza han de jugar ambos papeles porque la puesta en escena sigue un criterio muy musical: tiene que ver con un concierto de jazz, donde cada instrumentista colabora a crear la base rítmica sobre la que, por turnos, cada uno ejecuta su solo".

Como el resto de la obra última de Ernesto Caballero, ésta es una comedia de situación única en la que aflora alguna veta de teatro de ideas: "Huyo del psicologicismo. De los personajes me interesa el discurso, lo que no dicen y el papel que asumen, más que su caracterización: creo que así tienen mayor longitud de onda. No me sitúo por encima de ellos, los miro de tú a tú, los veo como síntomas de nuestro tiempo y me río a su lado. Me son muy próximos porque procuro poner en ellos lo peor de mí, igual que Patrick (sic) Chéreau, según dice, hace con los personajes que interpreta".

Lejos quedan las obras de corte más realista que el autor director creara con la compañía Producciones Maginales. "En mi primera época hacía un teatro más próximo al cómic, en el que contaba anécdotas a través de grandes trazos y de juegos de ingenio. A partir de Squash empecé a tomar otros derroteros, y ahora no me apetece escribir nada que no tenga un claro valor parabólico o metafórico. Quizá en Destino desierto exista, incluso, cierta dimensión metafísica".

Como director, Caballero quiere ahondar en su ruptura con el "movimiento esteticista de puesta en escena que se fraguó en la década de los setenta" y reivindica la vuelta a la frontalidad. "En mi último trabajo hay una escenografía mínima -una tarima, una pasarela, siete sillas, dos jarras-, Los siete personajes no abandonan el escenarío en ningún momento de la representación, dan la cara con tanto arrojo como los boxeadores en el ring e intentan implicar al espectador desde el primer momento".

 

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