Ernesto Caballero, Destino Desierto
Octubre 1996, Reseña nº279, Eduardo Pérez-Rasilla, "Destino desierto. Un viaje esencial", p.39.

Destino desierto es una de estas piezas contemporáneas que constituyen un conglomerado de referencias teatrales y estéticas en general. En ella se advierte la presencia -explícita en algún caso- de muchos de los dramaturgos predilectos del autor: Calderón, Priestley, Beckett, pero también la de otros creadores como Unamuno (Del canto de las aguas eternas), Sartre (A puerta cerrada), o incluso el Buñuel de El ángel exterminador.

Sin embargo, la presencia dominante es la de la obra del propio Ernesto Caballero. Los elementos que configuran su último ciclo - Auto, Quinteto de Calcuta y, en cierto modo, Rezagados, Nostalgia del agua o hasta La última escena - reaparecen en esta última pieza. Un espacio y un tiempo de inciertos límites y de fuerte contenido simbólico constituyen el marco en el que se reúne un grupo de personajes aparentemente heterogéneos, pero profundamente semejantes en el fondo. Estos personajes se ven allí obligados a enfrentarse con el sentido de sus vidas al filo de una inopinada situación, que se convierte para ellos en extrema, en trascendente.

En Destino desierto, el dramaturgo opta por un arranque propio de las comedias de situación: unos personajes - en realidad una selección de estereotipos de la sociedad contemporánea - han recibido una carta en la que se les invita a un viaje a Tierra Santa. La ilusión por el supuesto premio deja paso al desasosiego, a medida que el tiempo transcurre sin que aparezca el responsable de la convocatoria.

Pero ahí termina la aparente comedia de Situación. Pronto comprendemos que el viaje, que tiene como destinos el desierto, Tierra Santa y el mar Muerto, es el viaje definitivo y, por tanto, el viaje esencial hacia esa parte de sí mismos que los expedicionarios nunca se atreven a reconocer ni a aceptar. Por eso, como los personajes de Buñuel o de Sartre, no se pueden marchar de ese extraño sitio, aunque el tiempo de la espera se prolongue mucho más allá de lo razonable. Ahora, en esta situación límite, desnudan sus intimidades y vacían los rincones más ocultos de sus conciencias, mientras reflexionan sobre el sentido de lo vivido y sobre la inevitable caducidad de sus convicciones, sus utopías y sus banderas. Esteban, un ser singular, con algo del inspector de Priestley, del autor calderoniano, de los vagabundos de Beckett o hasta del desdoblamiento de Unamuno en autor y personaje, realiza las funciones de provocador en un extraño espectáculo dentro del espectáculo constituido por interrogantes y por el desconcierto.

De nuevo nos encontramos ante una pieza incómoda, desasosegada y desasosegante. No hay nada radicalmente nuevo en el espectáculo de Ernesto Caballero, y no me refiero a novedad respecto a lo que otros han hecho, sino respecto a sí mismo. Sus obsesiones como dramaturgo se van acrisolando, lo cual, por un lado, es signo de autenticidad, de posesión de un mundo creativo propio, pero, por otro lado, tal vez pueda producir una sensación de anquilosamiento, de repetición de una fórmula con distintas variantes. Ciertamente, Caballero domina, como pocos autores, los resortes de escritura teatral, el manejo de 1os símbolos, la superposición de lo cotidiano con lo trascendente, el manejo fecundo de un lenguaje aparenternente banal pero preñado de intención, la asimilación de motivos y personajes del teatro clásico y contemporáneo. Pero si bien con todo ello consigue efectos de gran teatilidad y demuestra su personal rnaestría, corre también el peligro o caer en un cierto manierismo o, en algunos momentos, en un exceso obviedad o en la tendencia a la reiteración. Sin embargo, y a pesar de cierto estatismo en el conjunto del espectáculo, Destino desierto me parece un texto sólido, inquietante, con ideas brillantes, aunque quizas no siempre alcancen el desarrollo necesario.

El rnontaje es sencillo - en ocasiones excesivamente sencillo - siempre al servicio del texto, y sigue la tónica habitual de las direcciones que de sus propios textos realiza Ernesto Caballero. El espacio es amplio y sugiere levemente algo así como una agencia de viajes, pero sin desvelar en ningún momento la na turaleza real del lugar, en el que predomina la sensacion imprecisa que ha de convertirlo en un ámbito de carácter metafísico, sin perder por ello su carácter cotidiano y sus atisbos de vulgaridad, notas que cabría añadir a otros aspectos de la puesta en escena.

La interpretación está bien cuidada y es correcta, aunque pocas veces brillante. Por lo demás, la labor actoral resulta bastante homogénea en sus niveles de calidad y, en los criterios de trabajo. Se han acentuado los contornos tipológicos de los modelos sociales que los personajes representan, en detrimento de su individualidad y tal vez por ello el trabajo interpretativo tiene momentos próximos a la caricatura, casi a lo farsesco, sin caer por ello en estridencias.

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