VENTANILLA Habitación en penumbra.
Las escasas luces marcan la silueta de la cesta de un
globo suspendida en el aire a poca altura. En su
interior se asoma un hombre. Viejo y decrépito.
Lleva una venda en los ojos. Por lo demás, todo
hace parecer que es un típico jubilado de
vacaciones en Benidorm.
ARTURO SÁNCHEZ VELASCO, 1998.
DE
RECLAMACIONES
Aguarda un silencio molesto.
A estas alturas a alguien se le podría
haber ocurrido un final feliz. No digo un final
perfecto, digamos ir volando en la tormenta y
aterrizar justo en una isla llena de amazonas. No. A
estas alturas cualquier final vale. Yo me
conformaría con una tierra donde caer. No digo
una isla desierta, no digo un jardín de rosas,
pero tampoco esperaba...esto. Este abismo, esta noche
dormida que nos ciega, no es lo que nos habían
ofrecido.
Prometieron un dulce viaje. Prometieron volar entre
nubes blancas que transparentaran los paisajes
más hermosos. Prometieron, si acaso, una noche
clara de primavera. Prometieron un amanecer radiante,
todos los amaneceres radiantes que quisiéramos,
todas las noches claras de primavera que
fuésemos capaces de soportar. Pero no hay nada.
A estas alturas itinerarios pactados, las palabras del
guía en los tres idiomas de rigor. Que
entiendo: dicen lo que sé. Describen los mismos
paisajes que nos arropan y que van deslizándose
a nuestro paso. Pero, al final del camino, hay un
peaje que nos anuncia nuestra deuda contraída
por utilizar siempre las mismas vías, los
mismos sueños noche tras noche.
Despierto. Los abismos se disfrazan de un palpable
infinito. Prometieron, ofrecían un compromiso
completo. Hasta el final. Siempre aseguraron
firmemente una salida. Pero no. No hay nada
aquí que lo atestigüe.
Cierra los ojos. Cierra los ojos, decían.
Cierra los ojos y repite conmigo. Yo no repetía
nada porque ya no oía nada. Creo que fue el
momento en que me quedé sordo. Aunque no lo he
adivinado hasta hoy. Cuando ni los llantos al otro
lado de la pared ni el despertador a las 7.15 han
logrado despertarme, como cualquier día. Cuando
he despertado tres horas después, lo he
comprendido. Una de dos: O me he quedado sordo, lo
cual explica de paso el insoportable mutismo que
envuelve este día, o bien todos me han
abandonado durante la noche. No tenía tanto
sueño.
El silencio me aburre y duermo otro tiempo impreciso.
Pero hay algo en este sueño que me hace
sospechar. No sé muy bien qué. Es esa
terrible sospecha que te sacude en plena noche y que
te deja inerte hasta que se hace de día.
Alguien ha encontrado un filón de oro vendiendo
el infinito a plazos y por entregas. Sin entradas. Sin
intereses. Sólo el firme compromiso de no
desenvolver el paquete hasta el final.
Yo no lo he resistido. Había algo en el dolor
de la paciencia...algo en las promesas
insufribles...que convertía la fe en un acto de
militancia.
Prometieron un buen día. Un día
perfecto. Con todos los servicios
meteorológicos contratados para que nada aguase
la excursión. Prometieron los mejores asientos
con ventanillas. El transporte más seguro. La
compañía más fiable. Prometieron
un viaje a alguna parte.
Y, sin embargo, nos lo han prohibido todo. Nos han
prohibido mirar. Nos han prohibido oír...
Miramos, pero son los mismos paisajes de siempre. Los
que dan al patio interior con las ropas tendidas de
podredumbre. Con los árboles ahogados en
fango.
Un círculo de llamas se enciende bajo la
cesta. Como en un rito caníbal, o una simple
paella dominguera. El hombre nota el olor a
chamusquina.
Prometieron que me llevarían a un lugar
más seguro. A un lugar donde no hubiese que
cubrirse los ojos con gomaespuma para amortiguar la
fealdad de lo visible. Prometieron cubrirme los ojos y
llevarme de la mano a cualquier otro sitio sin peligro
de caer en un abismo.
Y qué. Sigo aquí. He dejado de ver
el mundo. De tanto insistir en bocanadas de
acritud me quedé ciego. Sí,
solucionó el problema de los malos paisajes,
pero sigo aquí.Y ahora, todo huele mal.
Se deja caer en el respaldo de la cesta. Silencio
consumido por el crepitar de la hogera.
(Este texto fue publicado en The Elm Magazine de la
Universitat de València, abril-junio, 1998. Nº 12.)
Fotografía de J.H. Lartigue,1906.