Enrique Herreras, Levante Jueves 29 de junio de 1995
Un insólito
paísaje (de D. Gonçalves) lleno de papel
blanco sobre fondo negro, lleno de artilugios de lo
más variopintos, lleno de desértica vida...
Impresionante la primera sensación al entrar en
esta sala alternativa (no termina de ponerse en marcha,
problemas técnicos, problemas de llegar a un
acuerdo con Teatres de la Generalitat...) del grupo Moma.
Bello, inhóspito, abrumador espacio. Kafkiano,
enseguida te das cuenta cuando aparece el primer hombre
-en una especie de despacho- y el otro hombre. Y comienza la
dialéctica, la vieja, la interminable
dialéctica de dos roles diferentes (amo y esclavo,
pensador y currante, mandador y mandado...), que le
sirven a Paco Zarzoso, un autor valenciano al que hay que
comenzar a considerarlo con mayor efusión, para
formalizar una serie de situaciones bien estructuradas, y
cierto dominio del diálogo. Y un estilo,
poético, terriblemente dramático, a la vez
que lleno de humor negro, y de sutil
ironía... Un poco más de
ésta -sin dejar de ser sutil-, creo que se
necesitarían los diálogos, al
unísono de los utensilios del montaje. Y un poco
más también de afinada
interpretación de los dos actores (Pep Ricart y el
propio Zarzoso). Así como más carne viva y
fuerza tendrían que añadir la coherente
dirección de Lola López, que se contraponga
al ritmo pausado y atmosférico, tan bien
conseguido. Aspecto que, sin duda, con unos días
más de rodaje se conseguirá. La base
está hecha; la base, el sofrito y el condimento,
en el nombre del hombre. ¿Deshumanizado o cada vez
más realmente humano?, es el dilema de todo el
teatro del absurdo
anterior |