EL AFILADOR DE PIANOS

de

PACO ZARZOSO

 

I
 

De entre la oscuridad aparece un salón.

Al fondo la puerta y en un lateral una ventana con vistas al puerto. Colgada en la pared hay una gran fotografía donde quedaron fijadas unas alegres mujeres ganadoras de un antiguo concurso de belleza.Todos los muebles están cubiertos por telas, como si de esta forma se les quisiera proteger de la acción insidiosa del tiempo.

En el centro de la habitación, sentada en una butaca, LA MADRE permanece como el resto de los muebles cubierta por una sábana. Se abre la puerta. En la penumbra de la entrada se recorta la silueta de EL HIJO,  un joven con su maleta de viaje.

 

EL HIJO.- ¿Madre? (Pausa) ¿Madre? (Pausa) ¿Qué, cómo ha ido todo sin mí? ¿Sabes?, he conocido a mucha gente, y por fin he cruzado el cabo de Buena Esperanza... (Pausa) Tenía muchas ganas de hablar contigo... (Sonríe)  He  vuelto en un barco donde nadie  decía nada. (Pausa) ¡Madre, tengo una sorpresa para ti

Silencio.

Lo siento, desembarqué anoche, pero unos borrachos me invitaron a beber. Hacía tiempo que no los veía... y claro, como no sé decir que no a nada... Me he despertado en la alameda tapado con diarios...

LA MADRE.- Desembarcaste ayer y apareces ahora... Y yo padeciendo por ti...Si supieras la pesadilla que he tenido.

EL HIJO.- ¿Qué pasa? ¿No estás contenta de que tu hijo haya vuelto? Te prometo que me quedaré contigo... (Mirando por la ventana) Por lo menos hasta que todo se arregle.

LA MADRE.- La fachada de la casa sigue sucia del mineral de la fábrica. Muchas veces me has prometido pintarla... Y siempre has huido la noche que hervía la cal.

EL HIJO.- Madre, me despertaba todas las noches, oía los barcos... Me quedaban muchas cosas por ver... (Saluda a alguien a través de la ventana con un gesto de complicidad) Si a veces llegaban las gaviotas hasta aquí. (Acercándose lentamente a La Madre) He conocido a una persona que está interesada en verte.

LA MADRE.- ¿Has vuelto a mirar en el diario los anuncios de agencias matrimoniales...?

EL HIJO.- No, lo he encontrado en el bar de la plaza. (Pausa) Es un hombre muy especial... Quería conocerte, el hombre insistía... Y bien, ¿qué iba a hacer yo? (Pausa) Le describí... tus encantos.

LA MADRE.- ¿Ese es tu regalo regalo? (Pausa.) ¡Siempre que has provocado una cita, ha resultado un fracaso! (Irónica.) "Mamá, he traído una persona que se parece a ti..." (Pausa.) Dime, hijo mío, ¿cuántos ojos marrones hay en el mundo?

EL HIJO.- No puedes seguir así... ¡sola! En esta casa tan fría...

LA MADRE.- (Cortándole) Déjame entonces tu manta de viaje.

Pausa.

EL HIJO.- (Registra la maleta.) ¿Dónde he metido la manta? Debería estar aquí... Ayer la tenía.

LA MADRE.- Pierdes todas las cosas que te regalo...

EL HIJO.- Voy de un lugar a otro...

LA MADRE.- Enfermaré por tu culpa.

EL HIJO.- Necesitas distraerte... (Pausa) Esta habitación parece llena de arañazos.

Detrás de la puerta suena la clásica melodía que tocan los afiladores ambulantes.

EL HIJO.- Bien, ya está ahí.

LA MADRE.- No le abras.

El Hijo, después de un instante de duda, decide abrir la puerta. En la penumbra de la entrada se recorta la figura de EL PRETENDIENTE. Alto, ropa oscura, un sombrero y en sus manos un paquete de regalo.

EL HIJO.- Pase, pase... Le presento... (Conduciéndole hacia la fotografía) ... a mi madre. (El Pretendiente contempla la fotografía. El Hijo prepara una silla al lado de La Madre.) El también es tímido, como tú. (La Madre lo desprecia. Corriendo vuelve a ocuparse de El Pretendiente.) Madre, cuéntale todo lo que tuviste que hacer para ganar aquel concurso de belleza.

Silencio.

(Al Pretendiente.) Siéntese, por favor.

El Pretendiente sin dejar de mirar a La Madre, se sienta. Suena un buque.

Bien, ya no os molesto más. (Pausa) Hablad de vuestras cosas y no sufráis por mí. (A la Madre, muy precipitado, como si tuviera mucha prisa por marchar.) Pasaré la noche fuera, y si zarpa algún barco... ya veré... Igual no vuelvo. 

LA MADRE.- ¡Quédate! No conozco a este hombre.

EL HIJO.- (Al Pretendiente en voz baja.) No se quede ahí parado. Dígale alguna cosa.

PRETENDIENTE.- (Rígido e impasible.) Le he traído un regalo.

LA MADRE.- ¿Por qué?

PRETENDIENTE.- Soy su vecino. Llevo un tiempo observándola.

LA MADRE.- Mentira.  No he bajado a comprar últimamente.

EL HIJO.- (Al Pretendiente.) Enséñele el regalo. Así se convencerá y podré dejaros a solas. (A La Madre.) Te aseguro que es un hombre sensible. Él podrá pintarte la fachada.

LA MADRE.- (A El Hijo) Esos viajes te han vuelto loco. (Al Pretendiente.) Y usted... ¿a qué ha venido?

El Pretendiente desenvuelve el paquete de regalo. Descubre una perdiz real disecada.

PRETENDIENTE.- Tóquela... Es un trabajo pensado en usted.

 LA MADRE.- ¿Qué es?

PRETENDIENTE.- Adivínelo.

LA MADRE.- (Saca la mano de la sábana y ayudada por El Hijo toca la perdiz.) Parece un pájaro... ¿Está mojado?

PRETENDIENTE.- Lo siento, habría una gotera en mi taller.

LA MADRE.- Pero no respira. No se mueve... ¿Qué le pasa? ¿Está muerto?

PRETENDIENTE.- No confunda. No está muerta. Se trata de un trabajo de hechizo. (Mostrándola orgulloso) ¡Una perdiz real!

LA MADRE.- ¡Qué asco! ¡Llévesela de aquí! (A El Hijo) Hijo, vete de una vez... ¡Llévate a este hombre y cierra la puerta con llave!

El Hijo y el Pretendiente se miran. El Pretendiente, enfadado, decide guardar de nuevo la perdiz.

EL HIJO.- Por favor, no se vaya. En el aparador hay algunas botellas, beba cuanto quiera... Espero que le gusten, eran de mi padre...

LA MADRE.- Ya está bien. ¡Idos! Tengo muchas cosas que hacer...

EL HIJO.- Cuídela.

PRETENDIENTE.- Señora mía: le prometo que el sol brillará de nuevo en las paredes de este palacio. 

EL HIJO.- (A La Madre.) No puedes rechazarlos, ni a él ni al pájaro.

LA MADRE.- ¡Fuera de aquí!

El Hijo y el Pretendiente vuelven a mirarse. Pero ahora con una gran complicidad.

EL HIJO.- Bien, ya la ha oído. ¡Vámonos!

El Hijo y el Pretendiente salen, pero dejan la puerta abierta. Al momento entran un armario negro. Lo colocan, con el mayor silencio, detrás de La Madre, al otro lado de la ventana. El Hijo, después de coger la maleta, se va.

El Pretendiente que se ha quedado dentro de la habitación, coloca la perdiz encima del armario.Después retorna sigilosamente hacia La Madre.Se sienta en la silla que le preparó su escudero. Vuelve a contemplarla. Ahora con una extraña fijeza.

Oscuridad.

 

II

 

Por la ventana entran los primeros rayos del día.

El canto de un gallo abre los ojos a el Pretendiente que se quedó dormido en la silla velando el sueño de La Madre. Después de reconocer con la mirada la habitación, mira su perdiz, silbándole cariñosamente le da los buenos días. Medio dormido pasea por la casa. De un bolsillo de su chaqueta saca un peine. Ante un espejo se peina y acicala. La Madre, bajo la tela, duerme.

 

PRETENDIENTE.- ¡Buenos días! ¿Ha dormido bien? (Pausa) Yo como un lirón... Mi apartamento da a la carretera... Un horror, ¿sabe? (Mirando por la ventana.) Esta casa, en cambio, es tan tranquila...(Pausa) ¿Me podría dejar ropa de su marido? Ha muerto, ¿verdad? (Con la naturalidad que tendría en su propia casa registra la habitación.) Nunca he sabido comprarme ropa. (Encuentra unos zapatos.) ¿Qué número de zapato gastaba su marido...? He de ponerme atractivo esta mañana... (Pausa) ¿Le puedo llamar "cariño"? (La Madre todavía en sueños murmura una frase ininteligible.)   Tengo que ir a un protocolo. ¿Se imagina? Una importante exposición cinegética... (Cada vez más emocionado va alzando la voz.)  Me encargaron un bonito trabajo... Yo mismo fui a cazarlo... ¡Menudo jabalí..! En el momento crucial el gorrinillo se me escapó por la dehesa... (Gritando) Pero al final lo atrapé... ¡Murió por el hocico!

La Madre, siempre oculta bajo la sábana, despierta sobresaltada.

LA MADRE.- Hijo... (Pausa) ¡Hijo!

PRETENDIENTE.- Es inútil que grite. Su hijo se fue... (Silba a la perdiz.) ¿Quiere tostadas con el café? (Silba a la perdiz.)

LA MADRE.- No conseguirá nada de mí... (El Pretendiente silba a la perdiz.) ¡Y no me silbe! No soy una estúpida.

PRETENDIENTE.- En el camino, cogí algunos pomelos... Puedo prepararle un zumo...

LA MADRE.- Todo mi dinero está en el almohadón. ¡Cójalo y márchese!

Silencio.

PRETENDIENTE.- Me quedaré un poco más. (Pausa) Su hijo me dijo que le encantaba el juego... Traigo una baraja con un comodín más que la de cualquier hombre.

Silencio.

LA MADRE.- Tanto si gana como si pierde... ¿Me hará usted lo mismo?

PRETENDIENTE.- No diga tonterías.

LA MADRE.- Conteste.

Pausa.

PRETENDIENTE.- No lo había pensado.

LA MADRE.- Si pierde se irá de esta casa.

PRETENDIENTE.- ¿Y si gano?

LA MADRE.- ¿Por qué insiste?

PRETENDIENTE.- Siempre he vivido con tentaciones. Sólo en ocasiones muy extrañas me he dejado ganar... ¿A qué jugamos?

LA MADRE.- En todos los juegos que conozco me hará trampa.

PRETENDIENTE.- ¿Pensó en la carta más alta? (Pausa.) Usted da.

El Pretendiente ofrece las cartas a La Madre. Al principio, ella duda un instante. Después, muy decidida, coge las cartas y baraja. Da una carta a su Pretendiente y otra a sí misma. El Pretendiente, durante toda la partida, observa de vez en cuando la fotografía.

PRETENDIENTE.- Sota de espadas.

LA MADRE.- Sota de oros.

PRETENDIENTE.- ¡Déjese ganar! Algún día tendremos dinero... Viviremos en una casita con jardín... Crecerá la hierba... Le prometo que me encargaré personalmente de los lirios.

Pausa.

LA MADRE.- Déme la carta. Volveré a barajar. (Baraja y da.)

PRETENDIENTE.- ¡Caballo de espadas!

LA MADRE.- Fuera de esta casa...

PRETENDIENTE.- ¿Qué tiene, el rey? ¡Enséñelo!

LA MADRE.- Ha perdido.

PRETENDIENTE.- Muestre su carta o no me iré. Intuyo que es usted la que ha perdido... (La coge de la mano) ¡Acepte su destino!

Silencio.

LA MADRE.- ¿Tan solo se siente usted?

Silencio.

PRETENDIENTE.- Eso me dijo el médico... Me recetó unas pastillas... (Pausa) Bueno, eso, ahora carece de importancia... Soy un hombre feliz... Mi trabajo me distrae... (Pausa) ¡Póngase el vestido más bonito que tenga! No iré a ese protocolo... Iremos a mi taller... El balcón da a la feria... Han montado una noria gigante... Esta noche la encienden... Es tan impresionante, que mis animales con sus ojos de vidrio, no pueden dejar de reflejar las luces que giran y giran sin parar... Creo que es lo que les da vida.

LA MADRE.- Acuda a ese protocolo. Y cuando acabe, pase por aquí... Estaré preparada.

PRETENDIENTE.- ¿Desnuda?

LA MADRE.- Le he dicho preparada.

PRETENDIENTE.- Perdón, perdón... Mi mente es un poco desordenada... Le propongo que el origen de mi próxima visita sea por un motivo más concreto... Por ejemplo... (Pensativo.)

LA MADRE.- Pase a tomar café...

PRETENDIENTE.- Seré puntual.

El Pretendiente, después de despedirse de la perdiz, se va.

Oscuridad.

 

III

 

 

El Puerto. La noche se deja invadir por el ronquido de los grandes cargueros.

El Hijo, en el suelo, duerme con la cabeza apoyada en su maleta y tapado con periódicos. De la penumbra surge el Pretendiente, lleva voluminosas maletas. Sin dejar de mirar al Hijo las abre, descubriendo algunos seres disecados. Como si se tratara de un extraño rito, va colocando los animales alrededor del joven.

 

PRETENDIENTE.- Despierte y mire. He aquí muestras supremas del arte. (El Hijo abre los ojos.) Recuerde que Egipto ya sajó a sus faraones... ¡Levántese y mire! (El Hijo se incorpora queriendo creer que el espectáculo al que asiste es un sueño.) Le presento el método más perfecto de detener el tiempo. Fíjese en este gavilán de las alturas y las profundidades. (Pausa) ¿Le gustaría ser docto en anatomía? No se lo piense dos veces... Compre este roedor de las inhóspitas estepas. ¡O mejor! Este pájaro exiliado del antiguo paraíso... Les prometo la felicidad. Acaricie su alimaña mirando el atardecer o escuchando un concierto de piano... No se haga más preguntas... El premio es el hechizo. (Pausa) ¡Vamos! ¿Vendería su alma por este pato?

EL HIJO.- ¿Por ese cadáver con plumas?.

PRETENDIENTE.- Amigo, probablemente él sienta más que nosotros el vaho de la noche.

EL HIJO.- (Sonriendo) ¿Este frío? Imposible...

PRETENDIENTE.- Quien debe estar pasando frío es su madre.

Silencio.

EL HIJO.- ¿De qué conoce usted a mi madre?

PRETENDIENTE.- Me habló de ella su amigo...

EL HIJO.- ¿Quién?

PRETENDIENTE.- El florista.

EL HIJO.- ¿El florista...?

PRETENDIENTE.- (Ofreciendo su bestiario hacia una multitud inexistente.) ¡Joyas de la taxidermia! ¡Jinetas quietas de Despeña Perros! ¡Cabras de tres cabezas y ningún ojo! ¡Petirrojos cojos en la boca del becerro!

EL HIJO.- ¿De qué conoce a mi amigo?

PRETENDIENTE.- Bueno, yo le pagué el pasaje... Tenia mucha prisa por embarcar... ¡Condúzcame hasta su madre!

EL HIJO.- ¿Sabe cuándo volverá? (Saca de la maleta unas flores muy extrañas.) Me dejó estas flores...

PRETENDIENTE.- Unos transcendentales asuntos lo tienen ocupado...

EL HIJO.- ¿Él en asuntos de ese tipo? (Pausa. Suena un buque.) Yo también tendría que irme...

PRETENDIENTE.- ¿Y volver a dejarla a solas? (Pausa) Me resulta imprescindible ver a su madre.

EL HIJO.- ¿Cómo es posible que se le ocurra la sola idea de verla? Usted es un personaje impresentable.

PRETENDIENTE.- ¿Acaso crees que ella no desea verme?

EL HIJO.- Nunca sabrá dónde vivimos.

PRETENDIENTE.- Sé que vivís en la Avenida del Puerto... También sé el número del portal. Muchas veces he contado los cuarenta y tres escalones que hay hasta vuestro piso... También conozco el estado de la alfombrilla y el nivel de carcoma de la puerta. Y sé que esa puerta tiene una mirilla, y la deformación que producen sus lentes... Yo sé todo eso. Pero quiero que me lleves tú.

Oscuridad. 

 

IV

 

Casa de La Madre.

Ella permanece, como siempre, cubierta por la sábana. El café está preparado. El Pretendiente, en la penumbra, observa la fotografía. Lleva en su mano, una de las flores que el florista, antes de partir,dejó al Hijo.

 

LA MADRE.- ¿Quién está ahí?

PRETENDIENTE.- ¿No se acuerda de mí? Una vez jugamos a las cartas...

Pausa.

LA MADRE.- ¿Cómo ha entrado?

PRETENDIENTE.- Usted tenía el rey... Después me invitó a tomar café.

LA MADRE.- Sí, yo había ganado... Pero en ese momento no quise que...

PRETENDIENTE.- No tiene por qué excusarse. Ahora estamos juntos. Es lo más importante...  ¿No cree? (Pausa) Me alegra que el café esté servido con puntualidad... (Silencio) Le he traído una flor curiosa... La llaman "gira-luna".

LA MADRE.- ¿Está disecada?

PRETENDIENTE.- ¡No! Es afrodisíaca...

LA MADRE.- Le he preguntado si está disecada.

PRETENDIENTE.- En este caso, ni siquiera es necesario que yo intervenga... Se secará sola... Tenga presente la importancia de mi oficio para los animales superiores...

Silencio.

LA MADRE.- Quiero tocarla...

PRETENDIENTE.- Todavía no. Esta flor la han cortado hace poco... (Mirando por la ventana.) Además... Acaba de salir la luna. Es el momento idóneo para realizar un experimento. (Con urgencia.) ¿Dónde guarda usted una vasija?

LA MADRE.- ¿En esta casa...? No recuerdo...

PRETENDIENTE.- ¡Por favor, colabore! Si no será un fracaso.

LA MADRE.- (Mientras él busca enloquecido por toda la casa.) Creo que hay un jarrón en el aparador... ¡No! Al otro lado de las botellas... ¡En la vidriera!

PRETENDIENTE.- (Con el jarrón en la mano.) Gracias.

LA MADRE.- Quiero tocarla...

PRETENDIENTE.- Cada cosa a su tiempo... (Llena agua en la vasija. Aproxima la flor a la ventana buscando la tenue luz de la luna.) Bien, primero introducimos la gira-luna dentro de la vasija con agua tibia... Apenas tres dedos. Nos seguramos de que la corola esté abierta y de que el tallo toque el fondo. ¡Perfecto! Ahora cierre los ojos. (En voz baja) Esperaremos unos segundos a que la flor despierte por el efecto de la marea. (Consulta el reloj.) Ahora tacte levemente la flor. (Acerca la flor a su pretendida, que tímidamente saca el brazo de la sábana buscando la flor. La toca, grita y rompe a llorar.) Lo que me figuraba: Marea muerta. Tenemos que empezar lo más pronto posible.

LA MADRE.- (Llorando.) ¡Dígame! ¿Qué pasará?

PRETENDIENTE.- No se desespere... Piense también en la parte positiva. ¿Sabe lo que significa "Marea muerta"?

LA MADRE.- No me lo diga... Ha venido a tomar café...

PRETENDIENTE.- No llore... Me hace entristecer... No tiene nada que esconder...

LA MADRE.- ¡Todo! La piel..., el cabello..., los ojos...

PRETENDIENTE.- Su interior es hermoso... (Besándole la mano.) Deme la oportunidad de que con mi arte fije definitivamente la belleza que usted misma no puede ver. (Suavemente introduce la mano dentro de la sábana.) 

LA MADRE.- No me toque... (El Pretendiente insiste.) Es ridículo...

PRETENDIENTE.- Tiene una piel muy suave...

LA MADRE.- (Aceptando las caricias.) Y usted unas manos tan delicadas... El cuello, acarícieme el cuello... ¿Siente usted lo mismo que yo?

PRETENDIENTE.- Naturalmente...

LA MADRE.- ... Los hombros, ... el cabello, por favor, tóqueme el cabello.

PRETENDIENTE.- ¿Le hago una trenza? Le durará más tiempo el pelo limpio... Se lo vi hacer a mi institutriz...

LA MADRE.- Si insiste...

PRETENDIENTE.- ¡Qué cabellera! 

LA MADRE.- Continúe tocándome... No pare, no pare...

PRETENDIENTE.- Despacio, despacio... Es la mejor sinfonía del amor... ¿Le gusta la música?

LA MADRE.- Sí, música... No pare...

PRETENDIENTE.- Le he traído un piano...

Se abre la puerta. En la penumbra de la entrada se recorta la silueta de El Hijo y su maleta de viaje. El joven, sorprende a su madre y a su pretendiente acariciándose; en cambio, los dos amantes no se percatan de la presencia de El Hijo.

LA MADRE.- ¡Qué bien, tener un piano en casa! Seguro que ninguna de ellas tiene uno. Quedará muy bien al  lado del aparador, ¿verdad?

El Pretendiente ve al Hijo y deja de acariciar a La Madre. Le hace un gesto para que vuelva a marcharse.

LA MADRE.- ¿Qué ocurre?

EL HIJO.- He venido a verte... Estaba a punto de zarpar... ¿Estás bien?

LA MADRE.- (Buscando la mano del Pretendiente.) Mejor que nunca...

Silencio.

EL HIJO.- (Al Pretendiente.) Ya no le necesito... Yo me ocuparé de ella.

PRETENDIENTE.- Que sea ella quien lo decida.

EL HIJO.- Coja sus trastos y váyase.

LA MADRE.- No le hables de esa manera... Es un buen hombre, nos ha traído un piano.

EL HIJO.- (Busca con la mirada el piano. Al fin se queda mirando el oscuro armario que subieron los dos a casa.) ¡Madre! Te he traído una flor... (Saca de la maleta una gira-luna.)

PRETENDIENTE.- No es necesario que te molestes... Ya le han regalado una...

EL HIJO.- Voy a preparar la cal... Por fin voy a pintar la fachada de la casa.

LA MADRE.- Vas a perder el barco... Además, este señor se ha ofrecido a ayudarme en todo lo necesario. 

EL HIJO.- También arreglaré mi habitación. (Abraza a La Madre.) ¡O mejor, dormiré contigo!

PRETENDIENTE.- Ponte pañales... El pipí puede estropear la piel de la dama.

EL HIJO.- (Abriendo la puerta al salir.) ¡Váyase!

LA MADRE.- Te prohibo que le hables así.

PRETENDIENTE.- Quédate si quieres con nosotros... pero duerme en tu habitación... Y te sugiero que cierres bien la puerta. Los muelles de nuestro somier bailan y gritan como salamandras alrededor del fuego.

EL HIJO.- ¿Sabes madre, quién es este hombre?

PRETENDIENTE.- Un hombre que ha venido a traer la paz a esta casa.

EL HIJO.- (Señalando el armario.) ¡Dígale de una vez qué guarda ahí!

PRETENDIENTE.- No desafine el piano, ni toque mi ropa interior.

EL HIJO.- ¡Madre, son sus herramientas de trabajo!

PRETENDIENTE.- Un trabajo muy digno.

EL HIJO.- ¿Ya has adivinado qué quiere hacerte?

PRETENDIENTE.- Has de saber que yo trato muy bien a tu madre. ¡Díselo tú!

LA MADRE.- ¡Queréis callar! Confundo las voces... Me parecéis el mismo...

Silencio.

EL HIJO.- (Mirando con repugnancia al Pretendiente.) ¿El mismo? ¿El mismo?

El Hijo, sin la maleta, sale descompuesto, el Pretendiente cierra la puerta.

LA MADRE.- ¡Hijo!

PRETENDIENTE.- Es un buen chico, pero está algo descentrado... Yo le habría dado una educación menos portuaria... (Pausa) A partir de ahora, debes confiar en mí... He dejado higiénico este recinto... ¿No lo notas en el olor, querida?

LA MADRE.- Es cierto... (Sonriendo.) Ahora huele a guarida de chacal.

PRETENDIENTE.- Te ríes... Pareces feliz... Nada me place más.

LA MADRE.- Me encuentro mejor.

PRETENDIENTE.- Entonces, ha llegado el momento de escuchar el piano.

Se acerca al armario. Al abrir sus puertas se descubre una fila de cuchillos de varios tamaños. Con una varilla los golpea creando una melodía de sonidos ciegos.

PRETENDIENTE.- ¿Lo oye?

LA MADRE.- Sí, lejano...

PRETENDIENTE.- Lejana le observa la gira-luna con sus ojos de hielo... (Canta acompañado por el piano.)

"Gira, gira, gira-luna.

Gira gira oscura flor...

tu clorofila es de plata

lejano tu girasol".

Silencio.

Ya no me verás ridículo, supongo...

LA MADRE.- Desde el primer momento, he sentido una sensación extraña con usted...

PRETENDIENTE.- ¡Espejismos!

LA MADRE.- ¡Dígame! ¿Qué ve por la ventana?

PRETENDIENTE.- ¡Fantástico! Por fin te interesa el mundo. ¡Fantástico!

LA MADRE.- ¿Qué ve por la ventana?

PRETENDIENTE.- (Sin mirar por la ventana.) Por detrás de los tejados asoman las grúas del puerto y un autobús hace el último trayecto hacia el mar.

LA MADRE.- Debe ser una tarde preciosa... (Pausa.) ¿Oye? ¿Oye los gritos de los murciélagos?

PRETENDIENTE.- Naturalmente...

Silencio. De repente un caos de palpitaciones irrumpe en La Madre.

LA MADRE.- ¿Qué hay aquí debajo? ¿Qué es? Por favor...

PRETENDIENTE.- ¿Dónde, cariño?

LA MADRE.- Debajo de la butaca... ¡Quítemelo! ¿Qué es? ¡Dios mío!

PRETENDIENTE.- Un momento querida...

El Pretendiente, con ayuda de una escoba, saca de debajo de la butaca, un enorme cuchillo completamente oxidado.

LA MADRE.- ¿Qué es?

PRETENDIENTE.- Un caramelo de fresa... 

LA MADRE.- No le creo...

El Pretendiente saca del armario negro una máquina de afilar a motor. Después de ponerse unas gafas de protección, la enciende.

LA MADRE.- ¿Qué está haciendo?

PRETENDIENTE.- (Mientras afila el cuchillo.) Observo la fotografía... Eres muy bella...

LA MADRE.- Era muy bella... (Pausa) ¿Me ha reconocido entre ellas? (El Pretendiente sin contestar a La Madre continúa afilando.) Aquella tarde bebimos mucha sidra... El fotógrafo nos pilló desprevenidas (El Pretendiente continúa afilando. La Madre alza la voz.) Después de cenar saqué al fotógrafo a bailar... ¡Qué hombre, tan tímido y educado...! Si en el fondo se parecía a usted... (Pausa) Al mes siguiente me casé con un soldador de segunda... (Ríe con una risa muy cercana al llanto.)

El Pretendiente apaga la máquina. Y se acerca a La Madre mientras comprueba la nitidez melancólica del filo.

PRETENDIENTE.- Tienes razón... Es un buen documento... Me ayudará a devolverte la belleza... (Pausa) Voy a preparar los instrumentos. (Cuelga el cuchillo en un hueco del teclado) ¡Ah, querida! Se me olvidaba... ¿Tienes el ajuar preparado?

LA MADRE.- ¿Qué ajuar?

PRETENDIENTE.- Ya sabes... Hay un ajuar para el nacimiento, otro para la boda, y otro... (Pausa.) Bueno, ya lo arreglaremos... Prometí que te pintaría la fachada.                       

Oscuro.

 

V                       

 

Casa de La Madre.

El Hijo mira por la ventana. El Pretendiente baraja los naipes, mientras mira a La Madre.

 

LA MADRE.- Hijo, hoy hace diez años que tu padre se carbonizó en los hornos de las acerías. Deberías hacerle una visita, ¿no crees? Estaría bien que le llevarás unas flores. En el puerto tienes un amigo florista, ¿no? Podrías llevarle unos claveles. (Pausa) A tu padre le encantaban las anémonas... Pero a mí me gustan más los claveles.

El Pretendiente muestra la baraja al Hijo. Éste, dejando de mirar por la ventana, coge una carta. El Pretendiente coge otra.

Venga, no te escondas... Sé que estás ahí... Oigo tu respiración...                       

Los dos adversarios se muestran las cartas.

Cuando eras pequeño te escondías y tu padre y yo te buscábamos el día entero... Una vez te escondiste aquí, donde estoy yo ahora... Estoy sudando... Abre la ventana... 

El Hijo vuelve a introducir su carta en la baraja y coge la maleta.

¿Qué te parece ese hombre?

El Hijo inicia su camino hacia la salida.

¿Por qué no me contestas? Ahora me sabe mal haberle dejado pintar la fachada de la casa... Estaba llena de polvo de los hornos de la fábrica...

El Hijo abre la puerta.

¿No crees que una parte de ese polvo, podría ser tu padre carbonizado?

El Hijo mira a La Madre. Silencio. Sale.

Dame la mano... mi piel necesita... Di algo... ¿Estás ahí? Contéstame... ¿estás ahí?

El Pretendiente permanece observándola imperturbable.

Oscuridad.

 

VI
 

Casa de La Madre.

El Pretendiente construye una torre con los naipes. La Madre inquieta. La ventana está abierta, por ella entra el lejano alboroto de la multitud.

 

PRETENDIENTE.- ¿Cómo te encuentras, querida?

LA MADRE.- ¿Ha estado aquí mi hijo?

PRETENDIENTE.- Vino a verte... pero estabas dormida... Me ha ayudado a pintar la fachada...

LA MADRE.- ¿Mi hijo pintando? No puedo creerlo...

PRETENDIENTE.- (Mirando por la ventana.) Todo el barrio espera mi trabajo... Ahora mismo hay mucha gente observando...

LA MADRE.- ¿Sabes cuándo volverá?

PRETENDIENTE.- Tranquila... Cuando acabe todo, tu hijo vendrá...

LA MADRE.- Debería verlo antes...

Se cae la torre de naipes.

PRETENDIENTE.- ¡He pintado la casa...! Ahora, me encargaré de este mágico lienzo... Empezaré apuntando tu relieve. (Se acerca a La Madre y la acaricia.)

LA MADRE.- Por favor, compréndame...

PRETENDIENTE.- No puedo apuntar tu busto con la mirada, necesito las manos...

LA MADRE.- ¡Sus dedos... sus dedos! ¡Me acribillan las sienes!

PRETENDIENTE.- Te noto nerviosa. Abriré la ventana...

El Pretendiente cierra la ventana cortando el griterío exterior. La luz se oxida en los gestos de la noche. El ambiente todo se enrarece. Abre las restantes puertas de su armario. A la cadencial fila de cuchillos se suma el más rancio utillaje quirúrgico. Y una serie de trabajos anteriores. Algunas aves de ojos vidriosos.

Ya la he abierto. ¿Te llega el viento fresco?

El Pretendiente impregna su pañuelo en cloroformo. Lo pone en la boca de La Madre.

LA MADRE.- Es inmensa la claridad de la tarde... Nunca había visto un sol tan... tan radiante... Mis ojos se llenan de lágrimas... no soporto... tanta... luz...

La Madre se queda dormida bajo el efecto del narcótico.

PRETENDIENTE.- En este estado podré encarnar mejor el único tema... Realzaré tu belleza... (La toca.) Me tranquiliza tanto acariciarte...

El Pretendiente prepara los instrumentos. Remata el filo de las hojas. Se dirige al armario y coge el cuchillo más grande de la colección.

Te prometo que mañana el sol brillará en las paredes de esta casa y de tu cutis...

Con el cuchillo y una lámpara se introduce dentro de la sábana. La oscuridad inunda el salón. Ya sólo, esa luz desde el interior, deja intuir la labor del maestro.

¿Qué te recuerda este acorde, amor?

Oscuridad.

 

Luz.

El Pretendiente, fuera de la sábana, tiene las manos manchadas de sangre.

 

PRETENDIENTE.- ¡Dios! Se me coagula tu sangre en las manos... La envidia te ha llenado el corazón de veneno... ¿Por qué no me lo dijiste antes?

El Pretendiente mira la fotografía.

¿Qué envidiabas de esas concubinas? ¿Los labios carnosos de la tercera? ¿La cintura de avispa de la quinta? Yo te prefiero como eres... Así de pura...

Se apropia de otro cuchillo.

Ya no hay tiempo... (Alza el cuchillo como en un acto litúrgico.) Confía en mí y te dedico este solo...

Oscuridad.

 

Luz.                     

El Pretendiente rellena con paja el cuerpo de La Madre.

 

PRETENDIENTE.- ¡Qué perfiles! El brillo de tu peroné me recuerda un viaje de negocios a Nápoles. (Suspira.) Eres la Miss para mis ejércitos en la selva... ¡No me beses ahora...! ¿No querrás que sufra una crisis...?

Oscuridad.

 

Luz.

El Pretendiente pasea por la sala con un catálogo. Está completamente empapado en sudor.

Todavía estás a tiempo de escoger el color de tus ojos... ¿Cómo te gustarían? ¿Malvas? ¿Negros? ¡No! ¡Verdes malaquita!

Se dirige al armario y coge unos ojos verdes malaquita, vuelve a introducirse debajo de la sábana. Al momento vuelve a salir. Enhebra hilo en una gran aguja.

Cuánta belleza... (Se introduce bajo la sábana. Por la agitación interior se adivina la actividad del maestro.) Cuál es tu entidad que mis manos van solas... ¿Cuál es el presente? ¿Sientes el frío de mis medallas?

Oscuridad.

 

Luz.

El Pretendiente lentamente sale del improvisado quirófano. Se dirige al lavabo. Observa la desolación del campo. El agua limpia sus manos ensangrentadas.

 

PRETENDIENTE.- Estás concluida... y yo tan cansado... Antes de presentarte a mis amistades deberé peinarte y ponerte tu mejor vestido... Velaré el resto de la noche tu belleza.                       

Se acerca a La Madre y la abraza.

Oscuridad.

 

VII 

 

Canto del gallo.

El Pretendiente recoge y limpia el instrumental. De vez en cuando mira a La Madre. Se abre la puerta. En ella, queda recortada la figura del Hijo, con su maleta de viaje.

 

EL HIJO.- ¿Madre? (Pausa) ¿Madre? (Cierra la puerta y se acerca a su madre lentamente.) ¿Ya se ha ido él, verdad? Por favor, júrame que no volverá nunca... Yo me quedaré contigo... (Pausa. El Hijo mira la sábana ensangrentada.) He traído la manta de viaje. (Abre la maleta y saca una manta.) No volverás a tener frío... (Se la pone sobre las piernas.)  A partir de ahora no tendré más remedio que oír el mar desde aquí... (Pausa) ¿Se oye el mar desde ahí, desde donde tú estás? (Pausa) ¿Tienes frío todavía?

El Hijo se dirige hacia la ventana y la abre.

¿Recuerdas cuando desde la ventana... jugábamos a recortar con los dedos la luz del faro y tú te reías...? (Pausa. Se oye un buque lejano.) ¿Y de cuando te describía cómo entraban al puerto los grandes cargueros? ¿Te acuerdas, madre?

El Hijo se dirige hacia su madre de nuevo. Mete la cabeza dentro del velo, y rápidamente la saca.

Nunca te había visto los ojos tan abiertos. ¿Es por la luz...? Apagaré la luz...

El Pretendiente cierra la ventana y vela al Hijo con una sábana. El Hijo queda inmóvil. El Pretendiente se dirige a su armario, coge uno de los cuchillos, y se pone a afilarlo.

Oscuridad y chispas.

Oscuridad total.

© (1999) Paco Zarzoso 

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