Sulpicia (dueña romana)


Capítulo lxxxv: De Sulpicia, dueña romana, que tovo tanto amor a su marido que, siendo él desterrado, siempre ella le siguió en el destierro.

Sulpicia, mujer de Léntulo Trustellión [Cruscelión], quasi con ygual benivolencia y amor alcançó fama perenal. Ca fue en el mismo turbamiento de tiempos, que arriba diximos, su marido Léntulo confiscado por los Tres Varones, el qual como defendiéndose hoviesse fuydo a Sicilia, y ende estoviesse y morasse destierrado y pobre, certificada de esto Sulpicia, fue de opinión de querer padecer juntamente con su marido los trabajos, pensando no ser cosa conveniente haver y passar con los maridos las honrras ledas y la prosperidad y no çufrir tanbién con ellos el destierro fuyendo. Empero no de ligero recabó Sulpicia de yr a su marido, ca su madre Julia con mucha diligencia la guardava que no siguiesse el destierro del marido. Empero el verdadero amor, ¿qué custodias y guardas no burla? E assí, aguardado el tiempo, tomada una vestidura de una sirvienta, engañada la madre y las otras guardas, acompañada con dos esclavitas y otros tantos servidores, la noble mujer, dexando su tierra natural y los dioses propios, siguió a su marido en el destierro, podiendo -sin prohibírgelo la ley-, dexando su desventurado marido, casar con otro.

E no se espantó esta noble mujer por la mar y por la tierra y por montañas y sierras, valles inciertos, seguir a su marido, y buscarlo por regiones y provincias no conocidas fasta ayuntar con él, arbitrando ser cosa más honesta seguir con mil peligros de su vida a su marido, por su desdicha derribado, que estoviendo él desterrado estar ella en la patria embuelta en deleytes y puesta en reposo. Por cierto, este juyzio y esta deliberación fue de noble pensamiento, y de tal que sabe más a prudente varón que a mujer. Ca no siempre han de yr las mujeres muy luzidas con oro y piedras preciosas; no siempre han de ocuparse en el arreo; no siempre se deve fuyr el sol del estío, o la luvia o el ynvierno; no siempre han de estar en gran acatamiento los tálamos; no siempre se deven popar. Mas con los maridos -requiriéndolo el orden de los fados y traxiéndolo el caso- son de tomar los trabajos y çufrir los destierros y tollerar la pobreza, çufrir los peligros con ánimo esforçado.

Esta cavallería de mujeres es mucho de mirar; éstas han de ser sus guerras, éstas sus victorias. Y triumphos nobles de sus victorias sobrar y vencer con honestad, constancia y casto pensamiento la flaqueza y desorden, y angusturas y congoxas y trabajos de su casa. Y dende reportan ellas perenal fama y gloria. Hayan, pues, vergüença no las que solamente siguen con sus pies la sombrilla de la prosperidad, mas ahun éstas que por el común provecho del matrimonio temen el gómito de la mar, y de ligero trabajo luego se cansan, y de naciones extrañas se espantan, y luego pierden el color en oyr el bramido de un buey, como estas mismas alaben el fuyrse con sus enamorados, y en tal caso les plaze la mar, y tengan coraçón terrible en las maldades que emprenden.


Johan Boccaccio, De las mujeres illustres en romance, Zaragoza, Paulo Hurus, Alemán de Constancia, 1494, fo. 86 r y ss.