Capítulo ij: De Semíramis, reyna de los assirios, la qual muerto su marido
Nino, en lugar de su fijo se vistió como hombre y fizo
y exerció muy ásperamente la arte militar y del campo. Y no solamente
conservó el reyno de su marido, mas ahun fizo el adarbe de Babilonia y
acrescentó su reyno fasta la India.
Semíramis fue insigne y muy antigua reyna de los assirios. Empero,
¿quién fueron su padre y madre y de dónde descendió la antigüidad?, lo
ha quitado de la memoria, salvo lo que fabulosamente plaze a los antiguos, que
dixeron ella haver sido fija de Neptuno. El qual
con errónea creencia affirmava haver sido fijo de Saturno
y dios de la mar. Lo qual, ahunque no se deva creer, es empero argumento
que ella fue de noble linaje. Y casó con Nino, rey excellente de los assirios;
y de él parió a Nino, fijo único. Mas después de
ganada la Asia y conquistados los Bacthros, murió el rey de golpe de saeta. Y
como ésta fuesse muy moça y el fijo niño, pensando y arbitrando no ser cosa
segura encommendar el govierno de tan grande y oriental imperio a edad tan
tierna, fue de tan esforçado coraçón que osó emprender de regir con fuerças,
industria, maña y ingenio aquellas naciones que su marido, hombre feroce y
guerrero, havía con armas sojuzgado.
Ca ella, pensada una astucia mujeril y un grande engaño, la primera cosa
que fizo [fue] que decibió las huestes de su marido ya muerto, y no maravilla ca era
Semíramis en las aposturas y faciones de la cara muy semejante a su fijo. Ca
ambos no tenían pelo alguno en el rostro y la voz femenil, por su edad, no
era differenciada de la del infante; y en la statura del cuerpo, nada o un
poquito mayorcita no era desemejante de la del fijo. Y ayudándole todo esto,
porque ninguna cosa le contrastasse por adelante que pudiesse descubrir el
engaño, púsose en la cabeça la real corona y con luengos vestidos cubrióse
los braços y las piernas. E porque los assirios no tenían en costumbre aquella
manera de vestir, porque la novidad del hábito no diesse causa de admiración a
los moradores y c[o]marcanos, fizo que todo el pueblo se vistiesse de aquella
manera. E assí fingiendo, la que fue mujer en tiempos p[a]ssados de Nino ser su
fijo, y desfreçándose la muger como mochacho, con maravillosa diligencia
alcançó la majestad real y guardó la disciplina militar.
Y mintiendo ser hombre, fizo muchas cosas grandes y notables para
qualesquiere varones, quanto quier esforçados y rezios. Y como no perdonasse
a trabajo alguno o se espantando de algún peligro, y con fazañas nunca oydas
hoviesse sobrado la invidia y odio de todos, no temió de revelar a todos
quién ella era y cómo havía fecho aquella fictión con engaño mujeril. Quasi
queriendo mostrar que para el imperio no se devía haver tanto respecto del
sexo como del ánimo. La qual cosa quánto dio causa de admiración a los que
consideraron y pesaron la fazaña.
Tanto ensanchó y divulgó la fama y insigne majestad desta mujer, [que]
ésta (porque digamos algo más por estenso sus fazañas) después de aquella
señalada fictión, tomadas las armas y tomado tanbién el coraçón de su marido,
no solamente defendió y conservó el imperio que su marido havía conquistado,
mas ahun le ayuntó la Ethiopía, conquistada por ella con áspera guerra.
Y dende sus armas valientes bolvió para la India, a la qual ninguno havía ydo
jamás, salvo su marido. Allende desto, restauró a Babilonia, obra muy antiga
de Nembrot y cibdad en aquel tiempo muy grande, en el territorio de Senaar,
y fízole adarbes de ladrillo cocho (mezclando arena, pez y betumen) de
maravillosa altura y anchura y gordeza, siendo el cerco de la cibdad muy luengo.
E porque entre sus muchas fazañas, alabándola mucho, digamos una cosa
digna de memoria, por cosa muy cierta se affirma que ella después de
apaziguadas sus cosas y estoviendo en ocio y reposo, como un día -con la
diligencia que las mujeres acostumbran- estuviesse con sus criadas y camareras
faziéndose la clencha, y a fuer de la patria se trençasse el cabello, acaheció
que como no hoviesse fecho sino la meatad de la clencha le vinieron a dezir
súbitamente que Babilonia se le havía rebellado y se havía puesto so el yugo
de su andado. De lo qual se alteró tan fuertemente que lançado el peyne, luego
en esse punto con muy grand saña se levantó del officio mujeril, y tomó y
púsose acuestas las armas y con sus huestes cercó la cibdad tan poderosa, y
no se acabó de componer la parte del cabello que le quedara fasta que forçó
la cibdad con luengo cerco a que se le diesse y la traxiesse debaxo de su
señorío y mando con ásperas armas y guerra muy rezia. De cuya fazaña fizo
mucho tiempo testigo una grande statua fecha de cobre puesta en Babilonia,
mostrando los cabellos del un lado sueltos y del otro compuestos y trençados.
Allende desto, edificó muchas cibdades de nuevo y fizo grandes fazañas,
las quales en tanto la vejez ha quitado de la memoria, que cosa ninguna
(salvo lo dicho) que a su loor pertenezca ha llegado a nuestra noticia.
Empero todas estas cosas no solamente en muger, mas en qualquier varón
fueran maravillosas, esforçadas y loables y dignas de ser perenalmente
celebradas.
Esta vellaca mujer ensuzió con una sola suziedad y flaqueza, ca en[c]endida
entre otras de una continua comezón de luxuria, la desaventurada, según se
cree, se dio a muchos, y entre sus enamorados se cuenta su mismo fijo,
mancebo de muy fermosa disposición. El qual, después de haverse echado con
su madre y havido parte con ella por lugar no devido, cosa por cierto más
abominable y bestial que humana, mientra ella sudava peleando contra los
enemigos en el campo estava él con la pierna tendida, ocioso en el thálamo
y strado. ¡O caso y fecho scelerado! ¡Cómo buela esta pestilencia de la
fama sin distinción alguna de tiempos, assí quando los reyes tienen cuydados
como quando están en peleas sangrientas y ahun, lo que pareçe más ser cosa
monstruosa, estando entre lágrima y destierro! ¡Y cómo poco a poco occupa
la razón descuydada, y trayéndola a perdición ensuzia y afea toda la honra
con manzilla deshonesta y disforme! De la qual, amanzillada Semíramis, pensando
de quitar con astucia lo que havía con su dissolución ensuziado, dizen que
fizo aquella insigne ley en donde permitía a sus súbditos que acerca las cosas
de la carne y appetitos de luxuria fiziessen lo que les pluguiesse. Y temiendo
que alguna de sus damas no le quitasse quiçá el allegamiento de su fijo
(según algunos dizen), fue la primera que falló el uso de los paños de honor,
y fízolos poner a todas sus camareras y encerrólas en una sala. Lo qual
(según dizen) observan ahún hoy los egypcios y affros.
Empero otros scriven que como se hoviesse enamorado de su fijo, y siendo
ya de edad provecta se hoviesse echado con él después de haver reynado treynta
y dos años, la mató. De los quales discuerdan otros, affirmando que ella mezcló
crueza con la luxuria, y dizen haver ella acostumbrado que a l[o]s que llamava
para cumplir sus carnales apetitos y el fuego de su dissolución y desseos
desordenados, por encubrir su maldad, luego después de haver passado sus
deleytes con ellos, mandava matarlos. Empero hoviéndose algunas vezes empreñado,
descubrió con el parto sus dissoluciones. Para lo qual excusar, dizen, publicó
aquella excellente ley de que poco ante fize mención. Y ahunque paresce que
encubrió un poco la dissolución del fijo, no pudo empero quitarle la saña, el
qual o porque viesse otros haver hovido parte con su madre como él, o porque
hoviesse vergüença de la dissolución de su madre, o se espantasse que de tal
ayuntamiento nasciessen fijos para succeder en el imperio, movido de yra mató
a la vellaca reyna.
No la pintan ni por tan deshonesta ni por tan embuelta en vicios tan
crudos y feos como el Bocacio algunos famosos y más ciertos auctores, antes
los más dellos dizen que todos sus amores y deshonestos crímines que con el
fijo acometió nascieron de un honesto y constante amor que a su marido, el
rey Nino, tovo. Ca porque de la tan casta memoria del tan amado marido sus
desseos y amores apartar no podía y el fijo parescía al padre más que hombre
podiesse a otro pareçer, tomóle cobdicia como a un traslado tan vivo del
finado marido suyo [para] tenerle presente y mucho cabe sí; y de la mucha continuación
de le abraçar y besar y contemplar las faciones y gesto de aquél por la
delectable memoria que del marido le rezentava, hovo de caher en desseo de
mezclarse con él, y a la postre casarse, que fue lo peor. Y assí,
del honesto amor del marido en el tan deshonesto del fijo cayda, por cubrir
siquier la tanta fealdad de su crimen, osó estableçer aquella ley espantosa
en que se dava licencia de casar las fijas con los padres, y lo que es más
contra ley: los fijos con las madres, cuya perversa y nefanda costumbre fasta
la sancta venida del eterno príncipe, Christo Nuestro Señor, remediar no se pudo,
como fasta el mismo pagano Bardesanes, el de Soria,
el Eusebio escrive que lo atestigua.
Johan Boccaccio, De las mujeres illustres en romance, Zaragoza, Paulo Hurus,
Alemán de Constancia, 1494, f. 6 r y ss..