/1-v/
Éste es un tratado que recuenta las hazañas y grandes hechos del Cavallero de la Fortuna, propriamente llamado Don Claribalte, que, según su verdadera interpretación, quiere decir Félix o bienaventurado, nuevamente escrito y venido a noticia de la lengua castellana por medio de Gonçalo Fernández de Oviedo, alias de Sobrepeña, vezino de la noble villa de Madrid, el qual, dando principio a la obra, la endereça al sereníssimo señor don Fernando de Aragón, Duque de Calabria, según pareçe por el proemio siguiente.
Pues en parte tan remota de toda creación agradable os han traýdo los pecados de vuestros sevidores y criados, razón es que, en tanto que aquel soberano Rey de los Reyes qu’es sobre la Fortuna la convierta en el fin que vuestro real coraçón dessea, los que son del número de los vuestros procuren por todas las vías que pudieren de daros algún passatiempo; y assí yo, por no incurrir en género de ingratitud, lo quiero hazer.
E digo que, después que Vuestra Señoría está en esse castillo de Xátiva, anduve mucha parte del mundo, y discurriendo por él topé, en el reyno de Phirolt, que es muy estraño de aquesta región y lengua, el presente tratado; el qual, por ser tan agradable escritura, en la ora que la vi /2-r/ la desseé para vuestra recreación. Y con todos mis trabajos y inquietud puse por obra de la sacar de aquel bárbaro y apartado lenguaje en que la hallé por medio de un intérpetre tártaro, porque en aquella provincia de Tartaria es el dicho señorío Phirolt, sumariamente como mejor pude sin me desviar de la sentencia y sentido de la ystoria; y lo reduzí al romançe castellano.
Aunque después, estando yo en la India y postrera parte [o]cidental que al presente se sabe, donde fui por veedor de las fundiciones del oro por mandado y oficial del cathólico rey don Fernando el Quinto, de gloriosa memoria, sin partir mi desseo de la vuestra, escreví más largamente aquesta crónica sin olvidar ninguna cosa de lo sustancial d’ella, continuando la sentencia ystorial en este estilo o manera de dezir, que no es tan breve como primero estava.
Espero en Dios que con esta leción Vuestra Señoría terná alguna ora menos importuna que las pasadas. Ved, pues, sereníssimo señor, este poco volumen de mi vigilia, y mandaldo corregir y favorecer para que con tan grande salvaguarda se muestre, pues el romançe es del tiempo, y la orden con que procede de algún arteficio y conforme a las leciones que deven tener los cavalleros Y, aun para aviso de muchos trances de honrra en que tropieçan los que d’ella se precian, como por los rieptos y hechos de armas y amorosos exercicios que aquí se contienen, se puede notar.
Yo no he querido ocuparme en escrevir consuelos para el estado en que estáys, pues la verdadera felicidad en el fin de las cosas consiste y no en el principio d’ellas, y ninguna desventura nos ha d´espantar ni deve ser juzgada por tal fin que se vea en lo que la Fortuna fenece, pues sus movimientos por la mayor parte acaban al revés que comiençan. Quanto más que, aunque un hombre perdiesse todo lo del suelo no pierde nada en comparación de lo que espera en la otra vida, donde sin fin ni término permaneçe la gloria en los que desde acá baxo la procuran y no se desacuerdan de aquel eterno Dios, que sin méritos nuestros la concede al que en sólo Él confía. No sin causa dize Petrarca que si los mortales conociessen la carga del reynar, no contenderían tantas vezes dos personas sobre un reyno, antes afirma que avría más reynos que reyes. Claro es el nombre y pesado el exercicio de tal oficio, de mucho peligro y de ningún reposo. Todo varón razonable avrá más lástima al príncipe que embidia. Y esto conoscía bien el emperador Nerva, pues huýa del imperio que contra su voluntad le hizieron acebtar. Y no estuvo lexos d’esta verdad Deocleciano, pues de su grado dexó el imperio, como quien no ynorava las congoxas del ceptro real; y, quando le tornaron a llamar para que bolviesse a tomar tal señorío, no lo quiso hazer, desechando tal estado y aviendo por de mal consejo a los que con muertes y trabajos le procuraron; y ovo por mejor un huerto qu’él plantó de su mano qu’el mismo imperio.
Assí que, sereníssimo señor, pues todo esto conocéys más complidamente que se os puede referir, acordaos que prosperidades y desventuras, ora vengan o no por nuestros méritos, avemos de pensar que, lo que es bien, la bondad de Dios es lo que nos haze capaçes d’ello, y lo que es trabajo y angustia es mínima parte en comparaçión de lo que mereçemos.
Concluyo con que no ay en lo mejor del mundo bienaventurança merescida que no se deva sofrir con ygual ánimo, porque todo lo del suelo es transitorio. Quando más próspero estuvo Alexandre Magno, tuvo embidia a Diógenes; y esta misma deven aver todos los más cargados de embidia a los que, con reposados ánimos, se contentan de las obras de Dios, pues los fines no se pueden alcançar ni conocer, y su /2-v/ misericordia es tanta que ninguna cosa haze fuera del propósito de nuestra salvación, si no le desconocemos. Y quando le plaze muda y convierte las cosas de manera que los juyzios humanos no lo pueden conjeturar ni dessear tan a su grado como la infinita providencia lo provee. Y, pues la espiriencia está tan clara de las mudanças del tiempo y conoscemos a Dios por superior, Él determinará vuestros hechos con prosperidad y porná en coraçón al cathólico rey don Carlos, nuestro señor, que os dé la libertad que los vuestros os dessean. Esto es lo que suele hazer Fortuna, apremiada de Aquél que tiene poder sobre ella. E porque consolar a vuestra grandeza no ha seýdo mi intención por no ser llamado atrevido, sino traer a vuestra memoria con la vida del Cavallero de la Fortuna, cúya es la presente crónica, algunas de las cosas que han acaecido en el mundo y que cada día se veen por él semejante, para que considerando los reveses por donde passan los hombres veáys las adversidades d’este cavallero y en quánta felicidad acabaron; que con esto podrá ocurriros algún espacio de olvido en las cosas que os dieren pesadumbre.
Mucho de lo que aquí se contiene estará continuado en las otras partes d’esta crónica, si vuestra S[eñoría] mandare que en ellas se proceda, las quales serán muy más gratas a los oýdos de los letores que la presente, porque, demás de ser mayores y de más ystoria, tienen muchas cosas peregrinas y no vistas en otros tratados. Muchas vezes me maravillo, sereníssimo señor, cómo una historia tan loable ha estado en todo oculta tanto tiempo en aquestos reynos, y por otra parte no me espanto d’ello, porque ni los primeros del Oriente saben las particularidades y hechos gloriosos que en España desde Túbal, su primero poblador, han acaecido, ni nosotros podemos enteramente saber los que en aquellas partes sucedieron desde sus primeros pobladores. Ni tengo por impossible cosa que vea d’esta calidad, porque, según quiere Justino en su libro segundo sobre la abreviación de Trogo, en la contención que ay entre los egipcios y tártaros sobre su antigüedad, da la victoria en esto a los tártaros. Y puede ser verissímile que aquesto acaeciesse tantos tiempos ha que estoviesse olvidado, a lo menos para nosotros, que tan lexos bivimos de Tartaria. Y que agora pareciesse y viniesse a mis manos no es inconviniente, porque o mucho biviendo, o largamente leyendo, o mucho andando, hallan los hombres y alcançan con que puedan dar aviso a las otras partes; y por virtud d’estas tres maneras son los hombres sabios y salen de las ynorancias comunes del vulgo. Y quando algún murmurador quisiere dubdar de la presente historia, no podrá a lo menos quitarle el nombre de pulchérrimaficta.
/3-r/
Capítulo Primero: En que declara quién fueron su padre
y madre de don Claribalte, cúyo es la presente historia.
En el reyno de Epiro, que antes se llamó Serpenta y al presente Albania, reinando Ardiano, un cavallero de la casa imperial llamado Ponorio, así como por su sangre fue illustre, por su persona y virtudes era el más estimado de aquel reyno. Y allende d’estas causas era casado con la duquesa Clariosa, hermana del rey Ardiano, con la qual grandíssimo dote alcançó de muchas villas y castillos. Y, puesto que d’estos bienes que quita y da la Fortuna mucha copia tuviesse, en aver algunos tiempos que era casado y no aver avido hijos, con mucha tristeza el duque Ponorio y la duquesa vivían. Y ya casi desconfiados de averlos, quiso Dios que de tan noble varón no faltasse subcessores, y seyendo complidos veynte años de su matrimonio, en los tres años siguientes parió la duquesa un fijo llamado Claribalte, de quien principalmente tratará la ystoria, y una hija llamada Liporenta.
Muy alegres bivieron de allí adelante Ponorio y la duquesa, y mucho aviso tuvieron en hazer criar y enseñar en las artes y avisos con que los príncipes se deven dotrinar desde su niñez a éste su hijo; y para esto le dieron por ayo a un cavallero de su casa y cercano deudo, llamado Laterio, virtuosa persona así en bondad y criança como diestro en cavallería.
Y como desde su nascimiento eligió Dios a don Claribalte (el qual de aquí adelante llama la ystoria don Félix por dexar este nombre bárbaro) para grandes hechos, naçió tan acompañado de buena fortuna que se pudo llamar espejo de los cavalleros militares de su tiempo. Y de tal manera sus gracias, virtudes y fuerças, cresciendo su edad crescían que excedía la razón humana y claramente parecíe don del cielo, según las ventajas que a los de su edad y de más tiempo hazía, todo aquel reyno enteramente dava gracias a Dios en aver hecho tal persona, viendo su dispusición y hermosura y la biveza de su ingenio, la prudencia y sossiego que en él abundava, y la fortaleza y maña que tenía, la afabilidad y franqueza, el esfuerço grande que en él resplandecía.
Y esto se pudo muy bien juzgar desde su mocedad, porque seyendo de .xv. años se ofreció la sangrienta y espantosa batalla que ovo el dicho rey Ardiano con el rey de Croacia, en la qual fue desbaratado y vencido el dicho rey de Croacia. Mas, antes que aquella jornada quedasse en determinación de vitoria, en onze oras que duró murieron sobre cinquenta mill hombres y se hizieron maravillossos y señalados fechos de cavallería, assí de la parte de los vencidos como por los que ganaron la empresa, y uno de los que mejor se señalaron en el dicho vencimiento fue don Félix. Porque, requerido por un cavallero llamado Cisaralt, a vista de am[b]as huestes y antes que la batalla campal se principiasse, hicieron armas de cuerpo a cuerpo y quedó el cavallero novel con la vitoria, y fue muerto el dicho Cesaralt.
Y en el istante qu’esto se hizo se travó la batalla de am[b]os exércitos, y finalmente quedó vencedor el rey Ardiano. El qual, el mismo día, assí como se vio señor del campo, armó en él doze cavalleros, los que mejor lo avían hecho, y el primero y más principal d’ellos fue don Félix, su sobrino, porque fue el que más honrra en aquel día ganó. Y éste fue el primero hecho de armas que hizo y la primera espiriencia de su persona en tales hechos; y dende adelante en grande estima fue mirado.
Pero, andando el tiempo, como ninguna vir- /3-v/ -tud está sin embidiosos, algunos cavalleros cortesanos le desamavan; y principalmente Alberín, su primo, príncipe de aquel reyno, hijo mayor y eredero del rey Ardiano, puesto que se avían criado mucho tiempo juntos y el deudo cercano, que deviera bastar a que la embidia no tuviesse lugar ni poder en Alberín; mas en esta culpa no era él s[ó]lo (1).
El exercicio de don Félix desde que tuvo edad para ello fue en las armas; y todo el otro tiempo que d’esto vacava dispensó en la lición y estudio de las artes liberales, de las quales alcançó mucho. Tuvo por maestro Solarne, philósofo y varón grande, el qual le dezía que toviesse por mejor la memoria que con actos virtuosos de ssí dexasse que quantos estados en la vida posseyesse. Y no desacordándose d’este precepto, don Félix ofreció su persona a muy altas empresas, sin dexarse vencer de temor para emprenderlas ni faltarle coraçón para essecutarlas, ni mansedumbre para obtenerlas con todo triumpho.
En este tiempo que en la corte del rey estuvo, muchas vezes oyó loar la hermosura de Dorendayna, princesa de Inglaterra, la qual, según el paresçer de muchos, era la más hermosa del mundo y la más sabia donzella; y como d’estas dos excelencias su fama estava muy desparzida y notoria, antes que don Félix la viesse la amava, y le dio este desseo ocasión de no querer otra y de procurar de yr a verla. Y púsole más voluntad de la qu’él se tenía conoçer la mala intención del príncipe Alberín y de otros mançebos cortesanos, que por conformarse con él le tenían, porque finalmente la mayor parte de los cavalleros de aquel reyno estavan descontentos de don Félix, viendo quánto resplandecía en el exercicio de la cavallería a causa de sus proezas; y juntávase con esto ser muy quisto de las damas y mugeres de alta guisa. Por muy diversas maneras le tentaron, assí en justas como torneos, a vezes con cautelosas formas de secretas aventajas, pensando poderle ultrajar y onrrarse d’él, como porfiando ocultamente de le apartar de la gracia del rey.
Mas el cavallero tan complido era de saber como d´esfuerço y cortesía, y tanto alcançava su juyzio en las cosas que contra él se ordenavan que, con su discreción y cordura, quando más perdidas yvan y aparejadas en su daño, las sabía assí ordenar y regir su persona que de todo salía honrrado y glorioso. Y, quanto más a grado de todos él procurava bivir, tanto parescíe que crescía la yra en los embidiosos, buscándole más ocasiones para que errasse.
Y con esta opinión el príncipe Alberín, con otros cavalleros de casa del rey, acordaron de hazer justas y torneos, y suplicaron al rey que lo oviesse por bien, y señalasse el tiempo y s´escriviesse y pregonase por los reynos comarcanos y otros estraños para que los cavalleros aventureros y de alta sangre toviessen lugar de venir a aquella corte, señalando las condiciones y precio.
Mas, aunque parescía que liviano principio era el que le llevavan los torneos y justas que le suplicavan que oviesse, más grave y profundamente lo entendió el rey, porque sabía por relación y aviso de muchos sabios de Grecia que avía de aver el año siguiente en su corte muchas justas y torneos, y que de su casa y sangre avía de ser el vencedor y triumphador, y para quien estava guardada la Espada de la Ventura, como más adelante dirá la hystoria. Y como vio que sus hijos tan ahincadamente le pedían los torneos, el rey se lo concedió. Y diputó el plazo y lo que avían de durar las justas y torneos, y los precios, y s’escrivió y hizo saber con diligentes correos y pregonarse en muchas partes.
Pero la intención del príncipe y de los que aquesto movían no se endereçava sino pensando /4-r/ ofender a don Félix. Y salióles de otra manera, porque conosciendo él sus dañados propósitos y por desviarse de atravesar con sus primos, y aún porque sobre todas las cosas del mundo desseava conoçer la princesa de Inglaterra y bivir algún tiempo como cavallero de aventura, determinó de yr fuera del reyno, lo qu’él hizo pocos días después qu’el rey concedió los torneos, como se dirá en el capítulo siguiente.
Capítulo II: Cómo don Félix pidió licencia
al rey para salir de su corte y reynos, diziendo que quería yr en
Italia, porque ninguno supiesse que yva a la ysla de Inglaterra; y el rey
se la dio, aunque mucho le dolió su partida.
Así como don Félix tuvo determinación de salir de Albania por las causas que en el capítulo antes d’éste se dixeron, porque no se dixesse que sin licencia del rey se partía en tal tiempo y por escusar que en él se hablase mal, acordó de pedir licencia al rey. Y una noche, como le paresció que para ello avía más oportunidad, le dixo que quería passar en Ytalia a ver aquella tierra, así porque es la mejor del mundo, como por ser la más belicosa y próspera que en él a la sazón havía, y porque desseava saber para lo que su persona era. Y con mucha voluntad suplicó al rey que oviesse por bien su camino, ofreçiéndose de serle tan buen deudo y servidor como era razón do quiera que se hallasse.
Al rey pesó mucho de ver quán ahincadamente don Félix se quería partir y, pensando poderle mudar de su propósito, le dixo:
-Sobrino, si el amor que os tengo en vos tiene parte, yo os digo que al presente ni a mí ni a vos conviene tal jornada, y que la devéys escusar, pues sabéys quán presto se esperan en mi corte muchos cavalleros valientes y valerosas personas a quien yo he escrito para que les plega venir a las justas y torneos que están aplazados. Y, si vos en tal trance n’os hallásedes, yo sería mal consejado en averos dado tal licencia y dexaros partir antes, y aun vuestra onrra vituperada si no esperásedes, porque todos dirían que los loores que de vos en toda Europa se saben y por las otras partidas del mundo suenan son al contrario, y que de temor vos apartastes en tal tiempo de aquí. Por mi amor os ruego que dexéys tal viaje, o a lo menos se dilate hasta que sean passadas las justas y torneos; y dende adelante será más loado vuestro desseo, porque la mayor esperança que tengo de quedar loados los cavalleros de Albania es en sola vuestra persona, puesto que aya muchos que de más edad y exercicio que vos tengan espiriencia en armas. Pero vuestra fortaleza y maña Dios os la dio para que me honrrássedes y os manifestássedes por uno de los más acabados cavalleros d’estos tiempos y de los passados. Y no tengáys a mal dexar esse camino, o a lo menos dilatarle, /4-v/ como ya os dixe, estando las cosas en el estado que veys, pues tenéys entre manos largo aparejo para espirimentar vuestra persona y hazerla conocida por lo que es.
-Poderoso señor -dixo don Félix-, yo conozco que hago descortesía a vuestra real persona en dexar de hazer vuestro mandado; pero, como me quiero guardar para las veras de vuestro servicio, no os deve penar que en las fiestas semejantes yo me halle fuera d’ellas. Yo estoy puesto en no dexar mi partida, y con esta determinación os suplico ayáys por bien que la ponga por obra, que presto verná tiempo que me veáys en cosas que más os sirva. Y, porque mi voluntad está prendada para poner en essecución mi jornada, digo, señor, que desde agora me despido de vuestra real presencia hasta que Dios aya por bien que torne ante vuestra majestad y servicio, puesto que d’éste en ningún tiempo saldré. Y pído’s, señor, por lo que sé que avéys de sentir la pena que han de tener Ponorio y la Duquesa, mis padres, hasta saber de mí, que vuestra merçed sea de les escrevir que por vuestro mandado estoy en otra parte donde más os sirvo, porque esta esperança los tenga en vida.
Y dicho esto, hincó las rodillas y besó las manos al rey, y él se las dio con hartas lágrimas, porque mucho le amava, y grandemente le pesava su partida. Pero en fin, como vio su determinación, acordó de darle licencia, puesto que tanto le doliesse, y porque al tiempo que don Félix naçió muchos sabios pronosticaron y escrivieron que avían de ser maravillosos sus hechos. Y el rey pensó que ya la ventura le devía llamar y que no era bien escusársela, pues él sabía que de aquel mançebo havía de suceder gran cosa, ca el rey muy entendido era en el estrología y cosas naturales; y por esto las postreras palabras que le dixo fueron éstas:
-Don Félix, pues os paresce que os está mejor la partida que quedar en estos reynos para descanso de la vejez de mis hermanos, vuestros padres, y mía, quiero deziros mi pareçer, no desloando vuestro desseo, que es de generoso coraçón. Los reynos, la nobleza, la honrra y la riqueza, assí como vienen por caso, assí se goviernan por el tiempo. Procura conoscer éste y vuestra persona y veréys lo que podréys, y no emprenderéys cosa que os sea verguença ni os dexe sin triumpho. Temed a Dios y sed piadoso, y hallaréys piedad y socorro. Acuérdoos qu’el tiempo que se os passare será la mayor pérdida que os podrá venir si bien y virtuosamente no usáredes d’él.
Y dicho esto dióle su bendición, y el noble cavallero notó muy bien estas palabras, aunque de compassión de la pena qu’el rey sintía y de la que consigo tiníe de dexarle no pudo responder palabra. Y arrasados los ojos de agua se salió de la cámara del rey, el qual essa misma noche le embió una gran suma de oro con su camarero y muchas joyas, y pieças de armas muy singulares y seys cavallos, los mejores qu’él tenía.
Capítulo III: Cómmo se partió don Félix
de la corte del rey de Albania y del camino que hizo, y cómo mandó
que sus criados le esperassen, y de lo que le acaesció en la corte
del rey de Francia.
Otro día siguiente en amaneçiendo, don Félix tomó consigo un cavallero suyo, que avía seýdo su ayo y se llamaba Laterio, y le dixo cómo le convenía hazer un largo camino; por ende, que le pluguiesse de le seguir y, que si él no yva con él, que él entendía de ir solo y en poridad. Le dixo que su fin era de yr a Inglaterra y ver la princesa y servirla con su persona. E Laterio le dio muchas gracias, porque le paresçió que elegirle para aquel trabajo no era /5-r/ sin sobrado amor y confiança, y le dixo que, pues sobre determinado acuerdo le parescía que aquel camino quería hazer, que él holgava de yr en su servicio y compañía, y que devía dexar orden en su casa para que los suyos l’esperassen o darles licencia. Y don Félix le dixo que su voluntad él gela gratificaría; y que en lo demás, porque él estava de propósito de partir en aquella ora, que lo que havía pensado hazer era escrevir una carta, que tenía en la mano, para Rodoal, su mayordomo mayor, y para todos los otros sus criados, por la qual les dezía lo que avían de hazer, y a Laterio le paresció buen acuerdo.
Y en continente don Félix hizo llamar a Rodoal y le leyó la carta, y le dixo que el siguiente día la mostrase a sus criados y les dixesse lo que la carta dezía, que era qu’estoviessen en aquella corte todos y se les diessen sus salarios; y que les rogava y mandava que le esperassen y, puesto que tardasse algún tiempo, que no se les hiziesse de mal atenderle, offresciéndoles crescido galardón por ello. Y dio a Rodoal muchos dineros para complir lo que le dexava mandado, y ordenóle todo lo que havía de hazer; y mandó que a ninguno de los suyos despidiesse y que les dixesse que él era ydo en cierto peregrinaje, de donde con ayuda de Dios tornaría presto.
Y acabada esta plática, don Félix y Laterio en sendos cavallos se partieron sin que otra persona con ellos fuesse, ni ninguno supiesse el camino que llevavan.
Y no passaron tres días después de su partida sin grande murmuración que d’él se hazía. Los que no le tenían buena voluntad cargávanle culpa en dexar la corte en tal tiempo, y notávanselo a covardía. Los que le amavan, que eran más, escusávanle, porque sabían que ningún cavallero de aquel reyno le hazía ventaja. Y d’esta manera a pro y a contra nunca faltava esta plática, ni cessó hasta que llegó a oýdos del rey; el qual dixo que don Félix era ydo con su licencia en parte que se tenía por muy servido d’él. Y d’esta manera cessó este juyzio, y no cessaron muchos sospiros en la mayor parte de aquel reyno, porque le parescía a todos que perdían un valeroso cavallero, y que cada día les haría más falta.
Dize la ystoria que don Félix y Laterio, después que salieron de la corte, se fueron por postas fuera del reyno, y que en pocos días llegaron en la corte del rey de Francia, y que allí se pregonavan los torneos que se avían de hazer en Albania al año siguiente. Y que el Dalfín de Francia, con diez cavalleros, los más señalados y aprovados de aquel reyno, se aparejavan para yr en Albania, y que hazían grandes gastos de armas y muchas ropas y atavíos para fiestas; y qu’el rey quería que fuesse muy bien adereçado, pues tenía persona para adquerir honor y ya era usado en las armas y aún muy aventajado príncipe en ellas. Y que desde a dos días que don Félix llegó a aquella corte vido justar al Dalfín y a tres cavalleros, de aquellos diez que avían de yr con él, y que lo hizieron muy maravillosamente, en especial el Dalfín, que era muy diestro y hermoso cavallero.
Y que en la noche ovo fiestas de danças, y don Félix fue desconoscido y como estranjero a verlas, y procuró de ponerse cerca de las damas por ver la manera d’ellas y de los cavalleros cortesanos que allí havía (nótese que allende las otras gracias qu’este cavallero tuvo, fue en una muy especial de que se aprovechó mucho: que era ser muy bien hablado en diversas lenguas, entre las quales la francesa assí hablava como si en París se criara). Y como su dispusición era muy estremada, aunque quiso so ábi- /5-v/ -to dissimulado mostrarse, por su hermosura no pudo tanto encobrirse que los que cerca d’él estavan no le honrrasen, estimándole por persona generosa.
Y acaso acertó a estar cerca de un cavallero, de los que mejor havían aquel día justado, y de dos damas de las más principales, porque la una era sobrina del rey, la qual se llamava Lucrata, y la otra era hermana de aquel cavallero que con ellas estava, que se dezía el gran Ricardo. Éste era, assí mismo, muy deudo del rey. Y la Lucrata dixo a don Félix:
-Cavallero, si por bien lo oviéssedes, mucho querría saber si soys d’este reyno, y vuestro nombre.
Y don Félix dixo:
-Señora, yo soy estrangero, y tengo propuesto callar mi nombre algún tiempo; mas si algo os fuesse en saber quién soy, por cierto yo os hiziera pequeño servicio en dezirlo.
Estonces Lucrata le dixo:
-Pues hazedme una gracia, y sea dezirme si soys cavallero que podáys contaros por noble en sangre.
-En verdad, -dixo don Félix-, en essa possissión nasçí, y hasta agora doy gracias a Dios. Conocido soy fuera d’estos reynos por tal.
Estonces la donzella se holgó mucho y le dixo:
-¿Avéys estado algún tiempo en Inglaterra?
Y el cavallero le dixo que no, y preguntóle que por qué lo dezía. Y Lucrata dixo así:
-Desseo que fuéssedes en aquel reyno y viéssedes su hija del rey de Inglaterra, mi tío, la qual, por juizio de muchos, es oy de todas las mugeres que biven la más hermosa y rica, porque de más de ser eredera de sus padres, la dotó Dios sobre todas assí en hermosura como en bondad y criança. Y, como conosçe aquestas partes que en sí tiene, está determinada de no casar sino con el más valiente y mejor cavallero del mundo. Y porque yo me crié con ella, algunas vezes hablando en esto yo le dezía que nunca se vería alegre si, aunque casasse con el más valiente y mejor cavallero del mundo, éste fuesse de disforme dispusición y baxa sangre. La qual me dixo que el que avía de ser su marido tan acabado sería en lo uno como en lo otro, y que yo le havía de hablar y ver primero que ella. Yo ternía a muy gran bienaventurança que vos fuéssedes éste; porque mis ojos hasta oy nunca vieron hombre tan bien dispuesto ni más cortés.
Y assí lo affirmavan la otra donzella y el gran Ricardo.
Y casi afrontado de vergüença, saliéndole muchas colores en el rostro, dixo:
-Señoras, creo que os juntastes con este cavallero a burlar de mí, y yo por burla tengo vuestras palabras. Mas tened por cierto que, aunque no basten mis fuerças a empresa tan alta, que basta mi pensamiento.Yo no he visto a la princesa de Inglaterra, mas sé de muchas personas que es tal como dezís, y que será dichoso el cavallero que fuere dino de tal muger más que todos los que Dios ha hecho. Yo sé que me falta mucho para mereçerla, y no me faltaría nada para quererla y emplear mi persona y vida en su servicio. Dicho me han que muchos cavalleros andan por el mundo vagando por su causa, y yo me ternía por ganado si en este número me viesse. Y, porque yo voy adelante y no sé si passaré a Inglaterra, si vuestra merçed lo oviere por bien, yo procuraré de verla de vuestra parte.
-Muchas gracias os doy, cavallero, -dixo Lucrata-, que en verdad merçed rescibo en esso. Y porque creáys que es cierto lo que digo, yo le escriviré con vos.
Y con estas palabras y otras muy dulçes quedaron por muy amigos don Félix y aquella señora, la qual no se hartava de verle, y le tomó juramento que le dixese si era francés, porque hablava tan bien la lengua que no podía creer que era estrangero; y él le juró que era de muy a- /6-r/ -partada naçión. Y en secreto le dixo que otra cosa no le avía sacado de su tierra sino el desseo de ver a la princesa de Inglaterra, y que no pensava darse a conoçer a ella ni a otra persona hasta que sus obras le hiziessen conoçido.
Y con esto se despidió don Félix d’estas damas y de Ricardo, y se fue antes que la fiesta se acabase. Mas así como él bolvió las espaldas, Lucrata embió un paje tras él para que supiesse su possada sin que don Félix lo entendiesse. Y como el paje lo supo tornó y le dixo dónde quedava. Y como las danças fueron acabadas y los cavalleros y damas salieron de la casa real, esta señora que avía hablado con don Félix se retruxo en su cámara y en esse punto escrivió una carta para la princesa de Inglaterra, la qual dezía: "Si ha de ser éste, yo le vi primero". Y muy cerrada y sellada la carta se la embió luego con el mismo paje, y le dixo que le dixesse que se acordasse de dar aquella carta y que le embiasse la respuesta por lo que devía a cavallero. Y don Félix le embió a dezir que él se lo suplicaría si Dios le hiziesse digno de hablarla.
Y no desde a dos oras que tuvo la carta se partió de París.
Capítulo IIII: Que trata de cómo don Félix
y Laterio passaron en la ysla de Inglaterra, y de la información
que le dio un huésped que tovieron en Londres de las justas que
desde a pocos días avía de aver, y cómo la princesa
avía de dar el precio al que mejor lo hiziesse, y cómo don
Félix se apercibió para aquellas justas.
Como don Félix tuvo la carta que Lucrata le embió para la princesa, essa misma noche desde a poco más de ora y media que la rescibió se partió de París con su amigo Laterio, y por sus jornadas llegaron a Calés, que a la sazón se llamava Angosto Passo, de donde passó en el reyno de Inglaterra por aquel estrecho de mar. Y desde allí se fue a Londres, y apeósse en un mesón, donde le paresció que podría estar más cerca del palacio del rey. Y aquella noche que llegó, él y Laterio cenaron con el huésped; y después de la cena començaron a hablar, porque tan diestro era don Félix en aquella lengua como en la de Albania (comoquiera que, pensando averla más menester, mejor procuró de saberla); y entre muchas preguntas que hizo preguntó muy por estenso la manera de la corte y las costumbres de los cavalleros y gente principal, y cómo tratavan a los estranjeros, y si quando avía fiestas si la princesa salía a ellas. Y el huésped le dio entera relación y cierta de todo lo que quiso saber, y le dixo así:
-Sabed, gentil hombre, que los cavalleros estranjeros son bien mirados, porque la princesa es una de las mugeres que oy más sabe en el mundo, y por su saber [h]a alcançado (2) que ha de casar con un /6-v/ cavallero de fuera d’estos reynos, y d’esta causa el rey tiene mandado que ninguna persona estranjera en todos sus reynos sea mal tratado ni desfavorescido. Y cada vez que ay justas y otras fiestas la princesa sale a las ver, y dança con el cavallero que mejor lo ha hecho aquel día en el torneo o justa.
>> Y si vos, señor, soys hombre de las armas, yo vos digo que de oy en veynte días está aplazada una justa en la qual dizen que ha de aver muy principales cavalleros. Allí podréys mostrar para lo que soys, y si por vuestra ventura lo hazéis mejor que todos, passada la justa la princesa dançará con vos. Y avíso’s qu’está pregonado que la princesa ha de dar una joya a quien más honrra ganare, la qual nunca ella ha dado a ninguno. Y a esta causa son venidos muchos cavalleros estraños. Y sabed que a esta corte han venido cartas de Albania y se ha pregonado que allá ha de aver ciertas justas y torneos, y muchos cavalleros d’este reyno que fueran allá ydos y tienen fecho muchos gastos y atavíos dizen que, pues la princesa ha de dar joya, que quieren esperar y procurar que no la gane estranjero, y que passada la justa que yrán a Albania.
Y el cavallero se holgó mucho de las nuevas que su huésped le dezía. Y con esto dieron fin a su habla.
Y luego otro día siguiente començó secretamente de buscar armas y aderes[ç]ar lanças y las otras cosas que le convenían, y a su huésped rogó que le buscase un par de cavallos muy buenos y que por prescio, aunque grande fuesse, no los dexasse; y assí lo hizo, y los halló qual convenían. Y todo lo que más ovo menester para armar y ataviar su persona y cavallos lo proveyó y tuvo a su voluntad, como hombre que pensava mostrarse y hazerse conoscer por sus manos y cavallería.
Capítulo V: Cómo en el tiempo que corrió hasta
llegar el día de la justa don Félix vido a la princesa yendo
dissimulado a palacio, y le paresció tan hermosa como avía
oýdo, y quedó muy enamorado d’ella.
Dize la ystoria que en este tiempo qu’el plazo corría para llegar el día de la justa, don Félix se adereçó de todo lo que tenía nescessidad para salir a ella. Y procuró entre aquesto de ver la princesa, y como hombre de baxa manera yendo a palacio y continuándolo muchas vezes la vido muy a su plazer, y la juzgó por la más hermosa persona del mundo, como en la verdad lo era, puesto que para este juyzio él havía de ser más señor de ssí y tener más libertad de la que le quedó, porque ninguna persona se vido tan vencida ni sujecta de amor quanto don Félix lo estovo de la princesa desde la ora que la vido. Y assí lo estoviera ella d’él si se le diera a conoscer.
Con este exercicio de no perder día ninguno de yr a palacio passó su vida con mucho desseo y pena, sin comunicar su congoxa a persona del mundo, sospirando porque llegasse aquel día en que pensava mostrar su persona y valor. Y no estavan fuera d’este cuydado algunos cavalleros estranjeros y aún naturales de aquel reyno, que no tiníen perdida la esperança de ganar el prescio, ni a otra cosa avían venido a Londres.
El tiempo se cumplió, y cada uno mostró su poder, y la Fortuna el suyo.