Autor: María
del Carmen Vaquero Serrano
Título Artículo:UNA POSIBLE CLAVE PARA EL LAZARILLO DE TORMES:
BERNARDINO DE ALCARAZ, ¿EL ARCIPRESTE DE SAN SALVADOR?
Fecha de envío: 26/06/2000
ANEXO DOCUMENTAL Y FOTOGRÁFICO
Copyright María del Carmen Vaquero Serrano
I.S.B.N. 84-93077 96-0-X
DEP. LEGAL. TO. 463-2000
A mi madre, Amalia Serrano Camarasa,licenciada en Ciencias y maestra,
mi mejor profesora
ACC Archivo del Conde de CedilloAHPT Archivo Histórico de Protocolos de Toledo
CSIC Consejo Superior de Investigaciones Científicas
IPIET Instituto Provincial de Investigaciones y Estudios Toledanos
RAH Real Academia de la Historia
BERNARDINO DE ALCARAZ, ¿EL ARCIPRESTE DE SAN SALVADOR?
Entre los numerosos documentos que he leído sobre el Toledo de fines del siglo XV y especialmente del XVI no había encontrado ninguno donde hubiera advertido o podido captar una clave que sirviese para aclarar algún punto del Lazarillo de Tormes, bien llamado por Augustin Redondo el libro de los enigmas (1). Tampoco los abundantes personajes toledanos de esa época, cuyas biografías he ido conociendo y perfilando en mi ya dilatada experiencia como investigadora, me aportaban un dato rotundo sobre el que establecer hipótesis fundamentadas acerca de las incógnitas de tal narración. ¿Será el Lazarillo, como ha escrito Francisco Rico, un libro "avocado al anonimato"? (2) ¿No podremos descifrar nunca algunos de sus secretos? Pero las aportaciones del mismo profesor Rico y el descubrimiento en Barcarrota, en 1995, de una edición desconocida del Lazarillo (Medina del Campo, 1554) vinieron a demostrarnos que una labor paciente de investigación o el azar pueden siempre llevarnos a algunas conclusiones plausibles o depararnos sorpresas que ayuden a modificar nuestras perspectivas acerca de la obra.
Este -creo- quizá sea el caso del documento que voy a sacar a la luz en esta ocasión y sobre el que me propongo argumentar -siempre que no pensemos que el último señor de Lázaro sea por completo una criatura de ficción- que el arcipreste de San Salvador probablemente existió y fue un personaje conocido en el Toledo de la primera mitad del siglo XVI. ¿No nos ha probado con un documento Francisco J. Hernández que Juan Ruiz, arcipreste de Hita, ostentó dicho cargo en la diócesis de Toledo y que realmente vivió en el siglo XIV? (3) Se me podrán aducir las diferencias patentes entre uno y otro personaje. El de Hita, clérigo concubinario como el de San Salvador, contaba él mismo y de sí sus múltiples aventuras amatorias. En cambio, al arcipreste que vive en Toledo lo ataca duramente el autor del Lazarillo (ese es el "caso" al que apunta) difundiendo públicamente su amancebamiento. El de San Salvador -se me dirá- puede ser, o es de hecho, un personaje inventado, de ficción; aún más -se seguirá insistiendo- el cargo de arcipreste de San Salvador no existió nunca en Toledo porque la iglesia así denominada en la ciudad no era arciprestal, ni había arcipreste en Toledo capital (4). A estas objeciones intentaré dar solución a lo largo de las páginas siguientes y creo que podré probar cómo un clérigo de existencia real, que vivió en Toledo en la época de Carlos V, pudo ser conocido en la urbe del Tajo, durante toda su vida y burlonamente, como "el arcipreste de San Salvador". Si resulta que estoy en lo cierto, acaso se nos haya abierto un camino para descubrir al autor de la obra, pues indudablemente habrá que buscarlo entre los enemigos del conocido arcipreste.
El documento en que voy a basar mi argumentación lo hallé en el verano de 1998 en el archivo particular de D. José Luis Pérez de Ayala y López de Ayala, actualmente conde de Fuensalida y de Cedillo. En un principio aquel escrito sólo llamó mi atención porque en él aparecía el nombre de Bernardino de Alcaraz, uno de los maestrescuelas toledanos que yo investigaba. Lo fotocopié con el permiso de su propietario, y fue después en el jardín de mi casa -un cigarral toledano- cuando, al transcribirlo en un atardecer de julio o agosto, lo leí completo y advertí la clave que quizá tenía ante mis ojos.
Naturalmente, con la autorización de los condes de Fuensalida, reproduzco en este ensayo el documento íntegro, y de nuevo manifiesto a estos grandes amigos mi agradecimiento por su cariño y generosidad (5).
Ya lo dijo A. Redondo en 1988: "la dignité à laquelle nous venons de nous référer n´existait pas" (6). En efecto, ni en la iglesia de San Salvador de Toledo ni en la ciudad de Toledo existía el cargo de arcipreste. Esto se comprueba, al menos, en dos publicaciones dignas de todo crédito donde aparece la relación de arciprestazgos que había en la diócesis toledana en el siglo XVI. En ninguna de ellas, como se comprobará, se incluye una jerarquía de este tipo en la Ciudad Imperial, ya que los arciprestazgos de aquel entonces radicaban en pueblos, se denominaban con el nombre de la villa o lugar, y la dignidad se citaba seguida del topónimo correspondiente (ejemplos: el arcipreste de Hita y el arcipreste de Talavera, ambos de la diócesis toledana). Veamos, en primer lugar, la lista de los arciprestazgos de Toledo que cita el historiador Francisco de Pisa, en su Descripción de la Imperial Ciudad de Toledo (7). Dice así:
En la tierra y reyno de Toledo, dentro de la diócesi y Arçobispado, ay veynte y ocho o veynte y nueue villas o pueblos, cabeças de los partidos, Arciprestados [sic] y Vicarías: en cada vna ay un Arcipreste o Vicario, que tiene alguna jurisdición espiritual y eclesiástica [...].Yglesias cabeças de partidos o Arciprestadgos.
1 En Alcalá de Henares.
16 En Alcaraz.
2 En Talauera.
17 En Caçorla.
3 En Madrid.
18 En Huesca, o Huéscar.
4 En Gudalajara [sic].
19 En la Puebla de Alcozer.
5 En Brihuega.
20 En la Vicaría de la Puente.
6 En la Guardia.
21 En Talamanca.
7 En Ocaña.
22 En Vceda.
8 En Illescas.
23 En Hita.
9 En Canales.
24 En Buytrago y Valdeloçoyo.
10 En Escalona.
25 En Zorita.
11 En Rodillas.
26 En Mondéjar.
12 En Maqueda.
27 En Almoguera.
13 En Santa Olalla.
28 En Alcolea de Torote.
14 En Montaluán.
29 En Cogolludo.
15 En Calatraua.
Y el mismo historiador cita la iglesia de San Salvador de Toledo sólo como "la parroquial de san Saluador" (8).
La segunda publicación que incluye los arciprestazgos de Toledo es el ya citado artículo, de 1988, de A. Redondo "A propos des chapitres VI et VII du Lazarillo de Tormes: quelques données nouvelles" (9), donde el profesor escribe:
Selon un Libro becerro de la época del Cardenal Quiroga (1570), copie d´un autre plus ancien, conservé dans les Archives de la Cathédrale de Tolède (non catalogué et non folioté), les archipêtres de l´archevêche de Tolède étaient les suivants: Alcalá, Buitrago, Calatrava, Canales, Escalona, Guadalajara, Hita, Illescas, La Guardia, Madrid, Maqueda, Mondéjar, Montalván, Ocaña, Rodillas, Santa Olalla, Talamanca, Talavera, Uceda, Zorita. Aucun archipêtre n´existait donc a Tolède même.
Lo que sí había, lógicamente, en la toledana parroquia de San Salvador eran curas, entre los cuales están documentados, que a mí me consten, los siguientes: Rodrigo Maldonado, en 1529; el Dr. Pedro Vázquez, desde 1547; y Alonso de Herrera, desde 1568 (10). De ahí quizá proceda la idea de Gómez-Menor de que el posible autor del Lazarillo fuera Pedro Vázquez (11) que atacaría y estaría denunciando la situación concubinaria de su superior el arcipreste.
Como hemos visto, la dignidad arciprestal era propia exclusivamente de pueblos y en ningún caso de la capital de la archidiócesis. Añadamos a esto que en la demarcación religiosa toledana no existía ni existe ningún pueblo con el nombre de San Salvador, sino solo iglesias, e iglesias con este título había -y de hecho hay- en muchos lugares, e incluso, según es sabido, una en la misma ciudad de Toledo. Pero si leemos atentamente el Lazarillo, observaremos que en él nunca se especifica "San Salvador de Toledo". La única vez que se cita por su dignidad al personaje el autor escribe:
En este tiempo, viendo mi habilidad y buen vivir, teniendo noticia de mi persona el señor arcipreste de Sant Salvador, mi señor, y servidor y amigo de Vuestra Merced, porque le pregonaba sus vinos, procuró casarme con una criada suya.
Bien es verdad que el contexto -Lázaro ya lleva un tiempo residiendo en la Ciudad Imperial- nos obliga a pensar que el referido clérigo ostentaba el dicho cargo de la parroquia toledana, pero también sabemos -y es insistencia- que la dignidad de arcipreste no se daba en Toledo capital. ¿Qué interpretaciones cabría aducir para explicar tan chocante título? Creo que son posibles dos:
1ª. Si el autor llama a su personaje arcipreste, y éste lo fuera de la parroquia de San Salvador de Toledo (algo que era imposible), el título de arcipreste que le adjudica sería claramente una burla porque en tal iglesia solo había curas. ¿Sería alguno de ellos que se creyese superior a los demás párrocos de la ciudad de Toledo? ¿Pudiera ser que se tratase de algún clérigo muy vinculado por alguna circunstancia a la iglesia de San Salvador de Toledo y que ejerciese un dominio tan notorio sobre el párroco, que los toledanos, poniendo de relieve su mandar en tal parroquia, lo conociesen como "el señor arcipreste de San Salvador"? ¿O es simplemente una criatura de ficción, a cuyo autor le ha parecido ingenioso o se le ha ocurrido designarle con tan disparatada e inexistente dignidad?
2ª. Pero si pensamos que, tras la máscara, hay un ser real, como al personaje sólo se le denomina "el señor arcipreste de San Salvador", puede suceder que se tratase de algún clérigo -en los días finales de la novela ya residente en Toledo- que hubiera sido (o aún fuese) arcipreste de un pueblo, donde al mismo tiempo fuera (o hubiera sido) cura de una iglesia llamada de San Salvador, y que en tal localidad, para distinguirlo de otros párrocos del mismo pueblo y mantenerle su rango de arcipreste, se le llamase arcipreste, pero no del lugar, sino de la iglesia de San Salvador, de la que simultáneamente era cura.
Respondiendo, pues, a la pregunta del epígrafe, si me atengo a la realidad histórica de las dignidades eclesiásticas en la diócesis toledana en el siglo XVI, de manera obligada tengo que concluir lo siguiente:
Puesto que el caso de un arcipreste en la ciudad de Toledo no se podía dar porque en ella no había arciprestazgos, la existencia de un clérigo que fuera arcipreste de San Salvador de Toledo no era posible. Luego forzosamente el personaje -de acuerdo con la realidad de su rango- tenía que ser (o haber sido) arcipreste en algún pueblo con categoría de arciprestazgo, en el que además hubiese una parroquia de San Salvador y donde el cura de esa misma iglesia fuese al mismo tiempo el arcipreste del lugar.
Pero, aun poniéndonos en el caso de que se tratase de una burla (según apunté en mi primera interpretación) y el personaje se tomara como arcipreste de San Salvador de Toledo, no ateniéndose su dignidad a la realidad histórica -si bien creo que podría asimismo combinarse con la conclusión que he dado-, lo que entonces me parecería evidente es que el autor dirige su ataque contra un clérigo muy vinculado, de una manera u otra, con la iglesia de San Salvador de Toledo. Y, como pienso que el autor del Lazarillo quiso denunciar un amancebamiento con claves que los toledanos de la época, o bien los de un determinado círculo o ambiente, podían muy bien interpretar, quizá el escritor no solo estaba dando pistas a los toledanos del XVI, sino que también -apuntando a San Salvador- nos abría un camino para descifrarlo a los futuros lectores de su obra.
IRONÍA Y TRANSMISIÓN ORAL
Comenzaré este apartado haciendo tres reflexiones. La primera, absolutamente deducible del texto, innegable y de Perogrullo, es que el Lazarillo es un obra toledana, porque el autor, entre burlas y veras, lo que nos pone ante los ojos es una sátira de los personajillos que pululaban o habitaban en la ciudad del Tajo en el reinado del Emperador.
La segunda es que los lectores toledanos del XVI cuando leyesen lo de "arcipreste de San Salvador", induciéndoles a creer que lo era de la parroquia de la capital, el título les sonaría tan risible y fuera de lugar como si hubiesen leído que lo llamaba "canónigo de Illescas o de Ocaña", pues los mínimamente enterados sabrían que en dichas poblaciones no había canónigos. Los canónigos eran de Toledo como bien dirá años más tarde El Quijote.
La tercera consiste en que si el personaje realmente hubiese ostentado la dignidad de "arcipreste de San Salvador de Toledo", y ello hubiera sido así en la realidad, el haber sacado a la luz y puesto en letra impresa su concubinato sería un ataque directo a una jerarquía eclesiástica (aunque fuese de las menores), se supone que muy conocida en Toledo, y entonces el autor o los impresores hubieran tenido gravísimos problemas legales e inquisitoriales, mucho más si pensamos que una de las ediciones de 1554 se imprimió en Alcalá de Henares, uno de los arciprestazgos de la diócesis de Toledo, como hemos visto.
¿Qué pudo ocurrir? Desde luego, si pienso que tras el "señor arcipreste" se esconde alguien y no es sólo un ser novelesco sin base alguna real, creo que el autor está tapando algo o haciendo un guiño que todos los toledanos del XVI o algunos de ellos sí podían entender. La explicación que veo más clara es que en Toledo capital vivía alguien a quien se conocía popularmente o por un grupo determinado de personas como arcipreste de San Salvador, porque realmente lo había sido de un pueblo arciprestal donde existía una parroquia bajo la advocación de San Salvador; que la dignidad de arcipreste de la dicha iglesia le había quedado como mote, si no entre todos los toledanos, sí en algún círculo de muy posibles o seguros lectores de la novela; y que el autor, valiéndose de esta burla y ocultamiento (pues el personaje ya no sería arcipreste cuando se escribe la obra), lo ataca a sabiendas de que algunos o bastantes toledanos iban a entender de quién se trataba.
Pero vayamos ahora a dos aspectos que los estudiosos siempre han considerado muy válidos para una correcta interpretación del Lazarillo. Hablo de la ironía o antífrasis y de la tradición -yo prefiero aquí transmisión- oral o folclore. Ambos conceptos creo que pueden servir para responder a la pregunta del epígrafe de por qué el anónimo autor llamó a su personaje "arcipreste de San Salvador". Comenzaré por la figura retórica. Si el registro predominante en que se escribió el Lazarillo fue el irónico, no resulta descabellado admitir -siempre pensando que hubo alguien real escondido tras el personaje- que el título de "arcipreste de San Salvador" también es ironía. ¿En qué sentido? Aunque caben varios, explicaré solo dos.
Primero, acaso ocurrió que el tal clérigo, de "arcipreste de San Salvador", no tuvo nada, pues fue una aspiración que se le frustró, y de ahí le vino el mote. ¿Sería posible este uso? Remito a la propia experiencia de cualquier lector. Personalmente a mí me han llegado -y lo hago por poner ejemplos- casos de individuos a quienes se les ha quedado el remoquete para siempre -si no generalizado, sí en algunos círculos- de "obispo in péctore" de algún lugar y de "alcalde entrante" de cierta población, cuando ni el uno llegó a obispo de ningún sitio, ni el otro logró la anhelada alcaldía, aunque ambos hubiesen aspirado a los referidos puestos.
Segundo, pudiera también ser ironía si en el momento biográfico en que se nos presenta al personaje, éste era todo lo contrario de "arcipreste de San Salvador". Es decir, por abajo, que no había superado la condición de clérigo de misa y olla, y, por arriba, que fuese deán u obispo. Como ejemplo de ironía de significar una denominación o apelativo lo opuesto a lo que realmente alguien ha llegado a ser, válganos el histórico de D. Carlos de Arellano, mariscal de Borobia, apodado el Casto, famoso por su lascivia y deshonestidad, a quien se le llegaron a contar más de treinta hijos, sin otros que eran secretos, y que se preciaba de no tratar con mujer que no dejase preñada (12). Sin embargo, además de que la denominación de "arcipreste de San Salvador" encierre una posible antífrasis, también puede suceder que en ella se recoja el sobrenombre de alguien así conocido en la tradición -no secular, sino de decenios- de un lugar, y cuyo apodo local se hubiera transmitido oralmente y se mantuviese vivo en la historia hablada de una ciudad. ¿Cuántos años puede permanecer en la memoria colectiva de los habitantes de una población un apodo de alguien? Volviendo a mi propia experiencia, diré que yo -nacida en 1951- he conocido a personas que participaron en la guerra del 36 y que hasta hoy en mi barrio todo el mundo recuerda e identifica con motes puestos en la contienda e irónicos. Tal es el caso de un hombre sencillo, a quien mis vecinos y yo hemos conocido siempre, e incluso cariñosamente, como el General T., y que probablemente no había hecho ni el servicio militar obligatorio. Y ya han transcurrido más de sesenta años de historia.
¿Fue el "arcipreste de San Salvador" -en sentido irónico- un personaje del folclore local toledano, cuyo mote se mantenía vivo en la ciudad en círculos más o menos extensos, a quien de sobra conocía por su apodo no solo el autor del Lazarillo, sino también un grupo de personas que iban a comprender muy bien la burla y el ataque? Pero pasemos al personaje y al documento claves de este ensayo.
Como he adelantado en el prólogo, en el verano de 1998, localicé en el archivo de D. José Luis Pérez de Ayala y López de Ayala, un breve documento, cuya signatura es legajo 17/12 bis, donde se citaba a D. Bernardino de Alcaraz, uno de los maestrescuelas de la Catedral de Toledo que yo vengo estudiando desde hace más de una década. Cuando lo transcribí completo, lo incorporé al borrador de mi futuro Libro de los Maestrescuelas, en un apartado de la biografía de D. Bernardino, del cual extraigo ahora lo que entonces escribí:
El segundo documento relativo a D. Bernardino de Alcaraz que he encontrado es un testimonio otorgado en la villa de Requena (diócesis de Cuenca y actualmente de la de Valencia) el 21 de octubre de 1497, al Sr. Alonso Castellanos, que había acudido allí en nombre del secretario Fernán Álvarez de Toledo, "como procurador de su hijo Bernardino de Alcaraz, canónigo de Sevilla", para tomar la posesión del arciprestazgo de dicha villa, radicado en la iglesia de San Salvador, vacante, según se les había informado, por fallecimiento del arcipreste. En esta carta se da fe de que dicho arcipreste se encuentra allí presente, vivo y sano. Por tanto, no había lugar para tal pretensión. Lo interesante del testimonio no solo es que documenta a un joven Alcaraz de trece años ya canónigo de Sevilla, sino su aspiración frustrada a desempeñar el literariamente tan llamativo cargo de arcipreste de San Salvador, aunque tal parroquia no estuviese en Toledo, sino en Requena. Lo cual, y por mera hipótesis, me permite preguntarme si como remoquete y precisamente por haber fallado en su intento de alcanzar tal arciprestazgo, no se le llamaría y conocería en Toledo burlonamente a D. Bernardino, desde este momento y en adelante, como "el arcipreste de San Salvador". Pero me remito al texto, que transcribo paleográficamente (13):+ En la leal villa de Requena en veynte e un días del mes de otubre, año del nasçimiento de Nuestro Salvador Jhesucristo de myll e quatroçientos e noventa e syete años, estando en la presencia del venerable señor el señor Gil [¿Gutierre?] de Afe [?], arçipreste de la dicha villa, cura de la yglesia de Sant Çalvador, parrochia de dicha villa, estando presente el dicho arçipreste reçando a su cargo, paresció allí vn onbre que se dixo Alonso Castellanos, vesino que ge dixo de la çibdad de Toledo, en nombre del señor Ferrando Álvares de Toledo, secretario de sus Altesas, y como procurador de Bernaldino de Alcaras, su fijo, canónigo de Sevylla, y en presençia del dicho señor arçipreste y de mí, Ferrando Picaço de Requena, escribano público e notario apostólico, y de los testigos de yuso escriptos, el dicho Alonso Castellanos dixo escribano faser fe e dar ... [?] por testimonio en cómo él vynía a tomar la tenencia e posysyón del arçiprestadgo desta dicha vylla en el dicho nombre, disyendo quel dicho señor arçipreste avya falesçido desta presente vida, segund el dicho su parte [?] avya seydo ynformado dello; e que agora él lo vee byuo e sano a su cargo, que gelo diese así por testimonio de cómo estava el dicho señor arçipreste, e que rogava y rogó a mí, dicho escribano, que gelo diese en forma, e a los presentes, que dello fuesen testigos; y yo, el dicho escribano, dile ende esta, que fue fecho día e mes e año susodicho; testigos que fueron presentes a lo susodicho e vyeron a su cargo al dicho señor arçipreste reçando a su cargo: Juan de Infrote [?] e Miguel de las Seras [?] e Martín de la Torre, vesynos de la dicha villa de Requena, e yo Ferrando Picaço de Requena, escribano público en la dicha villa de Requena e notario apostólico que a [?] todo lo susodicho en uno con los dichos testigos presente fuy y a ruego y pedymyento del dicho Alonso Castellanos esta carta de testimonio trasy [?] y escrivy e por ende fise aquy este myo signo. + (14).
Ferrand Picaço de Requena, escribano y notario.
Según se desprende del documento, el muy influyente y poderoso toledano Fernando Álvarez de Toledo, secretario de los Reyes Católicos, que ya había obtenido numerosas prebendas civiles y beneficios eclesiásticos para sus hijos, en octubre de 1497 pretendió, mediante un emisario, tomar posesión del arciprestazgo de la iglesia de San Salvador, de Requena, para su hijo el futuro y eminente maestrescuela de Toledo, D. Bernardino de Alcaraz. El intento salió vano y D. Bernardino no pudo verse investido de la dignidad de arcipreste de San Salvador. El fiasco hubo de ser bueno, aunque, en la carrera eclesiástica que ya había emprendido D. Bernardino, a la larga no supusiese gran cosa. Pero, ¿qué comentarían los toledanos o el círculo de los amigos y enemigos de la muy encumbrada familia Álvarez de Toledo cuando la noticia se supiese? ¿No se reirían algunos a mandíbula batiente al oír a Alonso Castellanos la historia del arcipreste vivo? El mismo enviado no se lo podía creer e hizo que un escribano se lo pusiese por escrito para tener fe del suceso. ¿No se presta la anécdota a chascarrillos locales? ¿Es descabellado pensar que al jovencito D. Bernardino le cayese el mote irónico para toda su vida de "señor arcipreste de San Salvador"?. ¿En 1554, esto es, cincuenta y siete años después de lo sucedido, podía perdurar el apodo? Mi experiencia me dice que sí. Todo esto contando con que el Lazarillo se hubiera escrito en el mismo año de su publicación. Si, como lógicamente creemos, se redactó antes, más razón aún para que el mote estuviera vivo en círculos familiares y de amigos, o de enemigos.
En mis dos próximos libros, ya muy avanzados, daré a conocer por extenso las biografías de Fernando Álvarez de Toledo y de su hijo D. Bernardino de Alcaraz, de quienes he logrado reunir centenares de documentos. Aquí me limitaré a hacer un esbozo de la vida del maestrescuela, que, como hemos comprobado, fue fallido arcipreste de San Salvador (15).
Perteneciente a una destacada familia de judeoconversos, conocidos en Toledo como los Álvarez de Toledo, Álvarez Zapata o Zapata simplemente, desconozco el lugar en que nació D. Bernaldino (16) de Alcaraz, aunque pudo ser en cualquier pueblo o ciudad de España, puesto que sus padres, el secretario de los Reyes Católicos, de su Consejo y señor de Cedillo, Fernandálvarez (17) de Toledo y su esposa, Dª. Aldonza de Alcaraz, seguían a la itinerante corte de Dª. Isabel. A lo largo de 1484, año del nacimiento de D. Bernardino, la Reina estuvo, entre otros lugares, en Tarazona (presidiendo las cortes de Aragón), Alcalá de Henares, Córdoba y Sevilla. También pudo nacer en Toledo si su madre hubiese venido a dar a luz a la ciudad de la familia o hubiese residido en ella en los últimos días de su embarazo. Si el niño se crió junto a su padre -que es lo lógico-, su infancia transcurrió de un lugar a otro, pero especialmente en Andalucía por el asedio a Granada, ciudad en cuya conquista se halló Fernandálvarez. Cuando los Reyes Católicos entraron en la Alhambra, Alcaraz tendría siete años.
D. Bernardino, quinto hijo del matrimonio, tuvo diez hermanos legítimos:
Antonio Álvarez de Toledo (h. 1475-1529), primer mayorazgo de la familia y regidor de Toledo, casado con María Ponce de León, sucesora de la casa de Arcos.Diego López de Toledo (h. 1477-1552), comendador de Herrera de la Orden de Alcántara.
Juan Álvarez de Toledo (1478-1546), arcediano de Écija, canónigo y maestrescuela de la Catedral de Toledo.
Fernando Álvarez de Toledo, comendador de la Bienvenida de la Orden de Santiago, y luego monje cisterciense con el nombre de fray Fernando de Santiago.
Francisco Álvarez de Toledo (¿1486?-h. 1549), segundo mayorazgo de la casa, que matrimonió con Catalina de Meneses.
Pedro Zapata de Toledo (¿1488?), que pasó a la conquista de Nápoles con el Gran Capitán.
Catalina de Toledo (h. 1480), mujer del comendador Martín Alonso de Montemayor, ambos fallecidos antes de 1528.
Constanza de Toledo (1484-1557), esposa del comendador de la Orden de Santiago y regidor de Toledo, don Pedro de Ayala, I señor de Peromoro, hijo ilegítimo del II conde de Fuensalida.
Isabel de Toledo (h. 1492-1555), monja y abadesa en la Concepción Francisca de Toledo.
María de Toledo (1495), monja y abadesa en San Miguel de los Ángeles de Toledo.
D. Bernardino debió de educarse en la Corte y está documentado que recibió prontamente beneficios eclesiásticos, que su padre, el secretario real, buscó para él -como para todos sus otros hijos- y administró en su nombre durante su minoridad. Cuando contaba quince años, sus progenitores, en su testamento de 16 de julio de 1499, lo citan como canónigo de Sevilla -de donde ya lo era en 1497 según vimos- y de Toledo, le recomiendan que sea buen clérigo y que reciba órdenes lo más presto que pudiera hasta presbítero. De ello se deduce que Alcaraz, en su adolescencia, ya poseía no una, sino dos espléndidas canonjías, y sin haberse ordenado aún. Al sobrevenir las muertes de su padre y de la Reina Católica, ambas acaecidas en Medina del Campo en 1504, D. Bernardino tenía veinte años, y su madre Dª. Aldonza, una vez viuda, debió de instalarse definitivamente, con sus hijos, en las casas familiares de Toledo, al amparo de su poderoso cuñado, el maestrescuela D. Francisco Álvarez Zapata, fundador de la Universidad toledana. Durante estos años, Alcaraz recibiría su formación universitaria, en la que nos consta que llegó a alcanzar el grado de doctor. En tiempos de Cisneros (+1517), D. Bernardino sigue apareciendo como canónigo de la catedral toledana, en la que también fue administrador de la capilla de don Pedro Tenorio. Al estallar las Comunidades, D. Bernardino, ya un hombre maduro y formado de treinta y seis años, debió de inclinarse por el bando comunero, junto a su tío, el maestrescuela D. Francisco Álvarez. Cuando éste, en plena revolución, otorga su testamento el 7 de diciembre de 1520, menciona en él a su sobrino, y vuelve a hacer lo mismo en el momento en que, preso en Valladolid por su intervención en las Comunidades, dicta su codicilo el 1 de enero de 1523. En la apertura de éste y del testamento el 5 de septiembre del mismo año se halló presente D. Bernardino.
Tras las maestrescolías de su primo hermano Bernardino Zapata (hijo de su tío Luis Álvarez), que ostentó tal puesto como mucho hasta 1535, y la de su hermano Juan Álvarez de Toledo, fallecido a últimos de julio de 1546, Alcaraz debió de hacerse cargo de la dignidad de maestrescuela de la catedral de Toledo, y, por tanto, de la de canciller de la universidad toledana -que era lo mismo-, en agosto de 1546, después de la muerte de su hermano, y la mantuvo hasta su fallecimiento a primeros de noviembre de 1556. Por tanto, gobernó la Universidad de Toledo durante diez años. Cuando se efectuó la segunda redacción de las Constituciones Generales del Colegio de Santa Catalina el 11 de noviembre de 1546, ya era maestrescuela D. Bernardino de Alcaraz. Consta igualmente con tal cargo el 23 de julio de 1547, día en que se aprobó el Estatuto de limpieza de sangre de la catedral de Toledo. Alcaraz votó en contra lógicamente, dados los orígenes judeoconversos de la familia.
En los primeros días de octubre de 1547, el rector de la universidad toledana presenta al Colegio de Santa Catalina el proyecto del maestrescuela Alcaraz de dotar dos capellanías en él, propuesta que fue aceptada de modo inmediato, hallándose presente D. Bernardino, y por la que quedaron definitivamente establecidas las dos nuevas capellanías. Una de ellas acaso fuera destinada al maestro Álvar Gomez, recién trasladado a la Ciudad Imperial, uno de los grandes sabios protegidos por Alcaraz y catedrático insigne de la Universidad de Toledo. De este profesor a su mecenas, se nos han conservado un soneto en español y varios poemas latinos siempre elogiosos de la figura y generosidad de D. Bernardino. Recordaré, como ejemplo, uno, de 1547, donde Álvar Gómez felicita al maestrescuela por haber cumplido 63 años, o aquel otro con el que el maestro Gómez agradeció el regalo de una lengua de gamo que le había hecho su protector, y que dio lugar a que el Dr. Pedro Vázquez, gran amigo de ambos e íntimo de la familia Zapata, aparentara enfadarse y remitiera con tal motivo una poesía castellana a D. Bernardino, que también ha llegado hasta nosotros.
A finales de junio de 1548, junto con su pariente Rodrigo Zapata, capellán mayor de Toledo, Alcaraz fue a Valladolid a visitar al príncipe Felipe para contradecir el ya citado Estatuto de limpieza de sangre. Por Bula de Julio III de 19 de enero de 1552, el Dr. Alcaraz anejó a las cátedras de la Universidad de Toledo el beneficio simple de la parroquia de Santiago, en Écija (Sevilla) y la prestamera de la parroquia de Albadalejo del Cuende (Cuenca). En noviembre de 1552, se inauguró la biblioteca del Colegio de Santa Catalina, que Alcaraz había edificado a sus expensas; y, afortunadamente, entre las varias inscripciones del ilustre y sabio Dr. Juan de Vergara que hoy poseemos se halla la que con ocasión de la apertura se colocó en tal lugar. Por cierto que, años más tarde, en 1555, D. Bernardino donaría al Colegio una librería con ochenta volúmenes. En 1554, Gregorio Hernández de Velasco publica una octava en elogio de Alcaraz al final de su traducción de El parto de la Virgen de Sannazaro. Y en diciembre de ese año, Álvar Gómez concluye su poema Naiades, compuesto con motivo de la erección de nuevas cátedras en el Colegio de Santa Catalina por obra de D. Bernardino, a quien dedica la composición.
También a través de Gómez sabemos que Alcaraz, enfermo y en su ancianidad -era el verano de 1555 y D. Bernardino tenía ya 71 años-, suspiraba por una mujer, la bella y culta nieta del Gran Cardenal, María de Mendoza, ausente de Toledo, y de quien, al parecer, estaban enamorados todos los eruditos del círculo del maestrescuela.
Alcaraz otorgó sus últimas voluntades en Toledo el 5 de marzo de 1556. Entre otras determinaciones, instituye dos capellanías en su capilla de Santa Catalina, anexa a San Salvador, para que fuesen servidas en la capilla del Crucifijo. El maestrescuela murió en sus casas de la colación de San Bartolomé, de Toledo, en la noche del domingo al lunes, del 1 al 2 de noviembre de 1556, muy probablemente en las primeras horas del día 2, como explicaron los testigos que pidieron que se abriese su testamento. Su cadáver quedó expuesto en una de las salas de su morada. Contaba 72 años de edad. D. Bernardino dejó dispuesto en su testamento el lugar donde quería ser enterrado. Lo estableció así (18):
Y mando mi cuerpo a la tierra de donde fue formado, el cual mando que sea sepultado en la iglesia de San Salvador de Toledo en la capilla del Crucifijo, que es dentro de la capilla de Santa Catalina que fundaron Fernán Álvarez de Toledo, secretario y del consejo de los Católicos Rey y Reina, de gloriosa memoria, y doña Aldonza de Alcaraz, su mujer, mis señores padre y madre, en la bóveda de la dicha capilla del Crucifijo donde está sepultado el cuerpo del señor don Juan Álvarez de Toledo, mi hermano, que haya gloria.
En este oratorio donde D. Bernardino disponía ser sepultado existe un retrato suyo, junto con el de su hermano Juan Álvarez, arrodillados y en hábito clerical, en los ángulos inferiores de un maravilloso retablo con la escena del Calvario. Y como se sabe seguro, por un epigrama latino de Álvar Gómez, que, en vida del maestrescuela, ya teniendo este canas, le pintó un admirable retrato el pintor Juan Correa de Vivar, quizá se trate del que aparece en el referido Calvario, pues el autor de tal obra fue Correa (19).
Intento demostrar en este apartado que la burla de "señor arcipreste de San Salvador", con pocas familias toledanas del XVI se podría relacionar tanto como con la de los Álvarez Zapata. Pues, conforme he ido deduciendo de mis investigaciones, fueron los numerosos miembros de esta tela de araña familiar los personajes más influyentes -civiles y religiosos- vinculados no solo con la iglesia parroquial de San Salvador, donde debieron de ejercer gran dominio y se sepultaron, sino con la colación completa de dicho nombre, pues la mayoría de los Zapata vivían junto a la parroquia (a la que seguro consideraban casi como de su propiedad), y entre todos ellos eran prácticamente dueños del barrio. Ninguna otra familia del Toledo renacentista estuvo tan unida a la parroquia como la suya. En la Ciudad Imperial, en la primera mitad del siglo XVI, decir San Salvador era decir los Zapata. Y, desde luego, si un cura o preste de dicha parroquia -supongamos el Dr. Pedro Vázquez- hubo de tener "arci"preste, es decir, un clérigo por encima de él o de superior dignidad, éste era, sin duda, uno de los Álvarez de Toledo Zapata, canónigos y maestrescuelas de la catedral y cancilleres de la Universidad de Toledo. Veamos de dónde y cuándo arranca la conexión de la familia con la parroquia.
Según parece, el bisabuelo del secretario Fernandálvarez, Fernán López de Toledo y de Ajofrín, III señor de Tocenaque (20), había fundado en el convento dominico de San Pedro Mártir de Toledo una capilla funeraria familiar (21), donde se habían ido sepultando él y sus descendientes, entre ellos su hijo y abuelo del secretario real, Alfonso González de Toledo y su mujer, Dª. Sancha Bocanegra (22). En cambio, el segundo hijo de este matrimonio, Juan Álvarez de Toledo, padre del secretario y abuelo del futuro D. Bernardino de Alcaraz, quizá por poseer sus casas principales en la colación de San Salvador, barrio en que además era dueño de otras mucha casas, cuando su mujer Catalina Zapata, falleció en Illescas en agosto o primeros días de septiembre de 1452, al otorgar en dicha villa el 16 de septiembre de tal año, con el poder concedido por su esposa en los últimos días de su vida, el testamento de Dª. Catalina, dispuso (23):
Encomiendo su ánima a Nuestro Señor Dios que la crió y el cuerpo a la tierra donde fue formado, el cual mando sea llevado a la ciudad de Toledo a sepultar en la nuestra capilla de San Salvador, y, en llegando el cuerpo a la puerta de él con bien, salgan a lo recibir la cruz y clérigos de nuestra parroquia de San Salvador...
De lo que se deduce que el abuelo de D. Bernardino, en año tan temprano como 1452 -si no es una falsificación el documento-, ya se había edificado una capilla como enterramiento en la parroquia toledana de San Salvador, colación en la que vivía la familia. Un año después, del mismo Juan Álvarez de Toledo se conserva un primer testamento (¿falso?) (24), otorgado en la ciudad del Tajo, el 24 de septiembre de 1453, una de cuyas cláusulas reza (25):
Ítem. Mando que si yo muriere en esta ciudad de Toledo, que mi cuerpo sea sepultado en mi capilla de San Salvador, do está el cuerpo de Dª. Catalina, mi mujer, y de Alfonso, mi hijo (26). Y si antes de mi fallecimiento, no se hubieren traído a la dicha mi capilla los cuerpos de mi señor padre, Alfonso González, y de doña Sancha, mi señora madre, de la capilla donde ahora están en el monasterio de San Pedro Mártir de esta ciudad de la Orden de Señor Santo Domingo, ruego y encargo a mis hijos los hagan traer, por cuanto no están decentemente en la capilla del dicho monasterio, después que la deshicieron, para labrar el claustro nuevo, y no se celebran en ella los divinos oficios como solían.
Pero, según compruebo por documentos fehacientes, D. Juan Álvarez de Toledo vivió mucho más, y cuando el 16 de agosto de 1480 otorgó un poder a sus hijos, fray García Zapata y el maestrescuela D. Francisco Álvarez de Toledo, tíos carnales del aún no nacido D. Bernardino de Alcaraz, decía que concedía tal autorización para que (27):
los dichos fray García, prior, y don Francisco Álvarez, maestrescuela, mis hijos, [...] puedan hacer y ordenar el dicho mi testamento y postrimera voluntad, y mandar que mi cuerpo sea sepultado en la iglesia parroquial de San Salvador de la dicha ciudad, en la capilla de San Juan que yo en ella hice.
Obsérvese que denomina "de San Juan" (muy posiblemente por el nombre de él) a su capilla y que califica textualmente a San Salvador de "iglesia parroquial". Los hijos de D. Juan cumplieron su deseo, pues, el 16 de septiembre de 1480, al otorgar las últimas voluntades de su padre, el maestrescuela D. Francisco Álvarez afirma, ante el escribano, en cuatro cláusulas (28):
-Ítem, por cuanto el dicho Juan Álvarez, mi señor y padre, está sepultado en la capilla de San Juan, que él hizo y dejó, que es una [?] capilla de San Salvador de esta dicha ciudad de Toledo, por ende así lo mando y lo ratifico y procuro.-Ítem, por cuanto el dicho día de su enterramiento del dicho Juan Álvarez, mi señor y padre, le acompañaron su cuerpo la cruz y clérigos de la dicha iglesia de San Salvador [...].
-Ítem, por cuanto fueron hechos por el ánima del dicho mi señor Juan Álvarez sus nueve días, los cuales fueron hechos en [?] días [?] en la dicha iglesia de San Salvador, donde él está sepultado [...].
-Ítem mando que sea satisfecha y pagada la fábrica de San Salvador de trescientos y cincuenta maravedís de tributo que el dicho Juan Álvarez está obligado de le dar [y] poner suelo de la dicha capilla.
Díez días más tarde, el 26, en la partición de los bienes de Juan Álvarez de Toledo, entre otros acuerdos, se establecieron los siguientes (29):
Primeramente dijeron que se tasó y apreció, convino e igualó entre los dichos herederos [...] las casas principales de los dichos Juan Álvarez y su mujer, de su morada en la colación de San Salvador de la dicha ciudad [... y] ciertos maravedís de tributo para cumplimiento de trescientos y cincuenta maravedís que se han de dar a la iglesia de San Salvador por el suelo de la capilla que el dicho Juan Álvarez se obligó a dar sobre los maravedís de tributo que valieren las dichas casas de San Cristóbal que quedan para la dicha iglesia.
No sé en qué año, pero creo que después de 1480 y desde luego antes de 1499, el matrimonio formado por el secretario de los Reyes Católicos, Fernandálvarez de Toledo, y por su mujer, Dª. Aldonza de Alcaraz, padres de D. Bernardino, -anexa a la parroquia de San Salvador y con una de sus salidas a ella, por la que está comunicada perfectamente-, edificaron una gran capilla para enterramiento suyo y de sus sucesores, a la que dieron el nombre de Santa Catalina, en honor de esta santa, a la que tenían una gran devoción muy probablemente en recuerdo de la madre del secretario, Dª. Catalina Zapata.
El 16 de julio de 1499, en el testamento otorgado en Toledo por Fernandálvarez y Dª. Aldonza, el matrimonio se referirá extensamente a su capilla de Santa Catalina, adosada a la parroquia de San Salvador y abierta a ella (30):
Y mandamos nuestros cuerpos a la tierra de que son formados, y [...] que sean sepultados en la nuestra capilla que es en la iglesia de San Salvador de la ciudad de Toledo, cuya advocación es de Santa Catalina, abogada nuestra, y en quien tenemos mucha devoción. Y si nosotros y cualquiera de nos falleciéremos fuera de la dicha ciudad, queremos y mandamos que nuestros cuerpos,[...] sean o sea depositados o depositado en un monasterio o iglesia de la dicha ciudad, villa o lugar donde así falleciéremos [...] y que estén así en depósito hasta que haya disposición para que sean trala[da]dos y llevados a la dicha ciudad de Toledo, a la dicha nuestra capilla, donde seamos sepultados [...].14. Otrosí, porque nosotros, como dicho es, hicimos y fundamos la dicha nuestra capilla de la advocación de Señora Santa Catalina, en la ciudad de Toledo, en la dicha iglesia parroquial de San Salvador de la ciudad de Toledo, a la cual habemos dado y dotado veinte mil maravedís [...]. Y asimismo está anexado a la dicha capilla el préstamo de Castil[lo] de Bayuela, que es en la diócesis de Toledo, que vale en cada un año cincuenta mil maravedís y más [...]. Lo cual todo ha de ser para su [sic] fundación de cierto número de capellanes, que ha de haber en la dicha capilla, y para los reparos de ella y para los ornamentos y cosas necesarias al culto divino de ella [...]. Por ende, ordenamos que el patronazgo de esta capilla y el derecho del presentar de los capellanes de ella quede a Antonio Álvarez de Toledo, nuestro hijo mayor, que ha de heredar nuestro mayorazgo, y después a su hijo mayor legítimo y a sus descendientes [...].
15. Ítem, demás y allende de lo susodicho, dejamos y dotamos a la dicha nuestra capilla todos y cualesquier ornamentos de brocados, y de seda y de lienzo, y los cálices y cruces y portapaces y vinajeras y candeleros de plata y libros y paños de devoción de brocado y de seda y bordados, y todos los otros ornamentos y cosas de capilla que nosotros ahora habemos y tuviéremos de aquí adelante hasta nuestro fallecimiento de ambos.[...].
En este documento el secretario y su mujer también hacen constar que sus muchas casas estaban la mayoría en la parroquia de San Salvador o muy próximas a ella (31):
unas nuestras casas de nuestra morada, que nosotros habemos y tenemos en la dicha ciudad de Toledo, en la colación de las iglesias de San Salvador y Santo Tomé, con las otras casas que están junto con ellas incorporadas en ellas y con las otras casas que están fronteras de ellas...
Y, finalmente -aunque dispongo de bastantes más documentos que relacionan a la familia Zapata con San Salvador- recordaré que, como vimos, los hijos del secretario, D. Juan Álvarez de Toledo y D. Bernardino de Alcaraz, ambos maestrescuelas, también dispusieron ser enterrados en la capilla de Santa Catalina de la iglesia de San Salvador, donde reposan sus cuerpos y aún hoy contemplamos sus retratos en el oratorio lateral de Santa Catalina, denominado del Crucifijo o del Calvario.
Si afirmo que lo normal en los siglos XV y XVI -que son a los que yo me dedico- era que personajes de todas las clases sociales y estados civiles y religiosos tuvieran bastardos o hijos ilegítimos, estaré descubriendo el Mediterráneo. Desde el Rey Católico al Emperador Carlos, desde el cardenal Mendoza al último párroco, desde la reina Gernama de Foix (32), pasando por damas de la nobleza como Dª. Luisa de la Cerda (33) o Dª. Guiomar Carrillo (34), a la más humilde esclava, muchos engendraban hijos naturales o ilegítimos.
La familia de los Álvarez Zapata, en este sentido, fue como todas. En ella, aunque de las mujeres y de los viudos carezco de noticias, desde luego lo que sí aparecen documentados son varones solteros, casados y clérigos que tuvieron descendencia natural, extramatrimonial o incumpliendo el celibato. ¿Quiere esto decir que solteros con hijos, maridos con amantes y presbíteros concubinarios se daban habitualmente entre los jovencitos, los esposos y el clero toledanos? Pues he de concluir que sí. Pero vayamos a algunos de los datos que hoy poseo.
Empezaré por el abuelo de D. Bernardino de Alcaraz, Juan Álvarez de Toledo, de quien en muchos documentos y árboles geneálogicos consta que tuvo un hijo extramatrimonial llamado como él, Juan Álvarez, habido, según bastantes fuentes, en Elvira Díaz, una doncella recogida (35), y de acuerdo con un documento más fiable -si yo lo interpreto bien- en Catalina Gómez (36).
Del secretario Fernandálvarez (padre de D. Bernardino) no hallo documentación sobre hijos bastardos. En cambio, sí la encuentro de dos de sus hijos, de varios de sus sobrinos y de algún nieto. Me detendré, primero, en los hijos. El segundogénito, Diego López de Toledo (h. 1477-1552), por pertenecer a la Orden de Alcántara, en la que era comendador de Herrera, no podía contraer matrimonio. Ello no fue obstáculo para que engendrara un hijo en una dama portuguesa apellidada de Castelblanco. Fue Antonio Álvarez de Toledo (+1574), legitimado por Carlos V, el 24 de octubre de 1529 (37), y casado con Aldonza de Ribera. De este sobrino, su tío, el maestrescuela Alcaraz, no declara ostensiblemente que fuese hijo de su hermano, pero siempre alude a él relacionándolo con el comendador de Herrera (38) y llamándolo sobrino en alguna ocasión (39). Murió sin descendencia.
El canónigo y maestrescuela de la catedral de Toledo, Juan Álvarez de Toledo (1478-1546), tercer hijo del secretario y hermano de D. Bernardino -he de deducir por los documentos que siendo clérigo-, tuvo también una hija. Se llamó Bernardina de Toledo (40) y casó con su primo segundo Rodrigo de Alarcón, hijo de Martín de Alarcón e Isabel Zapata (prima hermana del maestrescuela Juan Álvarez (41)), y nieto de Rodrigo Cota el Viejo y de Isabel de Peralta (42). Su tío carnal, el maestrescuela Alcaraz, cita reiteradamente a Dª. Bernardina en su testamento (43), siempre en relación con los bienes que él había herededado de su hermano, el maestrescuela Juan Álvarez, pero ocultando sistemáticamente el que éste y aquélla fueran padre e hija. Dª. Bernardina y Rodrigo de Alarcón procrearon, que me conste, siete hijos. Por tanto, el maestrescuela Juan Álvarez tuvo un buen número de nietos.
Y como muestra final -si bien conozco muchas otras- daré la del hijo natural de Fernando Álvarez Ponce de León, hijo de Antonio Álvarez de Toledo y nieto del secretario. Hay documentación de que Fernando Álvarez Ponce, siendo soltero, tuvo con una muchacha natural de Olías, llamada Catalina de Arellano (44), un hijo natural, de nombre Juan de Luna (45), nacido en 1538 (46), a quien su tío abuelo D. Bernardino de Alcaraz dio el regreso del beneficio simple de Belalcázar y La Hinojosa de la diócesis de Córdoba y quería que se ordenase (47). Fue clérigo presbítero en Toledo (48), y vivía en 1602 (49).
De D. Bernardino de Alcaraz, a diferencia de sus dos citados hermanos mayores, no he hallado referencia alguna de hijos. Ello, naturalmente, no quiere decir que no fuese, como aquellos, un clérigo concubinario y que no los hubiese engendrado. Vistos los numerosos casos familiares, lo más probable es que él también tuviera barragana, pero acaso ésta, aún habiéndose quedado embarazada, hubiese abortado. ¿No es éste el caso de la criada del señor arcipreste de San Salvador, mujer de Lázaro de Tormes, que había parido tres veces, mas no tenía hijos?
Repasaré las mujeres -excluyendo a las de su familia y a las de noble linaje- que aparecen como beneficiarias de diversas cantidades en el testamento y codicilo del maestrescuela Alcaraz, pues, en el caso -¿hipotético?- de que D. Bernardino hubiese sido para el autor el modelo del arcipreste, podríamos aventurar que la mujer de Lázaro de Tormes fuese alguna de las recompensadas. He aquí a las cuatro primeras, y lo que de ellas se dice (50):
María Barahona, dueña, ha que vive conmigo desde el año de quinientos y veintidós, hele dado ración y salario como parece por mi libro de cuentas y la he ayudado para casamientos de sus hijas y asimismo le di dieciséis mil maravedís para ayuda a una casa que compró cabe San Juan de los Reyes y otras dádivas, y, demás de esto, le mando una media casa que yo tengo cabe San Cebrián [...], y, demás de esto, le mando otros veinticinco mil maravedís, con lo que se haya por contenta y ruegue a Dios por mi ánima. [...].A Brígida (51) Fernández mando en limosna cinco mil maravedís y a Inés López cuatro mil maravedís. [...].
Ítem por cuanto Aldonza López (52), vecina de Herrera, tiene muchos hijos y necesidad, dijo que mandaba y mando a la dicha Aldonza López que se le den diez mil maravedís que tiene de censo sobre ciertos bienes de García de Robles, vecino de la villa de Alcántara, que son al quitar a catorce mil maravedís el millar [...]; y cuando se redimieren, sean para la dicha Aldonza López y para sus herederos [...].
De estas cuatro, la primera quizá fuese demasiado anciana, de las intermedias no se dice que estén casadas, y la cuarta -aunque es seguro que la conocía D. Bernardino- parece residir muy lejos. Pero, ¿qué decir de la quinta y última mujer beneficiaria? Leámoslo (53):
Ítem dijo que mandaba y mandó a Isabel de San Juan, hija de Fernán Jiménez de Berrio (54), treinta ducados para ayuda al camino que quiere ir a Málaga con su marido.
No pretendo aseverar nada, pero, dado lo que ocurría en el siglo XVI, tampoco sería descabellado imaginar que de este modo el maestrescuela estuviera pagando, en este caso a una mujer casada, algunos favores de ella recibidos en vida.
Me propongo aquí recordar cómo los Álvarez Zapata contaron con abundantes enemigos que los persiguieron y acosaron durante años denunciándolos a la Inquisición, en teoría por judaizantes, pero mucho más probablemente por envidia de las altas posiciones tanto civiles como eclesiásticas que habían o estaban alcanzando. No se les perdonaba ni el ser judeoconversos ni tampoco sus influencias y magníficas relaciones con la Corte, los nobles, los cardenales y arzobispos y demás elites de Castilla. ¿Y cabe alguna duda de que el autor del Lazarillo tenía cierta enemiga contra el arcipreste de San Salvador, probablemente -según vengo apuntando- un destacado miembro de la poderosa y adinerada familia Zapata? Contaré los procesos contra los Álvarez desde el principio.
Sin haber muerto aún el personaje más influyente de la familia, el secretario de los Reyes Católicos, Fernándalvarez (que fallecerá en 1504), y poco después de instituida la Inquisición española, que, como se sabe, comenzó su actuación a finales de 1480, los Álvarez Zapata empezaron a ser objeto de persecuciones y procesos inquisitoriales. Como cristianos nuevos se los perseguía por judaizar.
Entre los primeros parientes procesados -recuérdese que el tribunal de la Inquisición se instaló en Toledo en 1485- se encontraron una cuñada del secretario, la mujer de su hermano Luis Álvarez de Toledo, María de Jarada, y la hija mayor de este matrimonio, de nombre Catalina. María de Jarada, llamada también María González, fue probablemente hija de Diego González Jarada y María González (55). Pertenecía a una clarísima familia judía y como dirá, a mediados de 1623, un impreso anónimo, "el linaje de Jarada está muy desacreditado" (56). Desde luego, todo Toledo sabía que la esposa de Luis Álvarez había sido penitenciada por la Inquisición; como prueba de lo cual en la iglesia de San Salvador se exhibía su sambenito. Un manuscrito lo explica así (57):
Luis Álvarez Zapata, regidor de Toledo, casó con María de Jarada [...] fue penitenciada por el Santo Oficio [...] Vése el hábito de María de Jarada en la iglesia de S. Saluador de Toledo.
Y otro (58):
Luis Álvarez Zapata, regidor de Toledo, casó con María de Jarada, hermana de Inés González Jarada y de Mayor Núñez Jarada, hijas de Alfón González Jarada. María de Jarada fue penitenciada por herética judaizante, y Mayor fue lo mismo. Vese el hábito de estas mujeres en la iglesia de S. Salvador de Toledo, de donde le vino el mal nombre que han cobrado los de este linaje [...].
A Catalina -supongo que apellidada Álvarez o Zapata-, la hija mayor del matrimonio formado por Luis Álvarez y María de Jarada, también la Inquisición, recién establecida en Toledo en 1485, le incoó un proceso que, como explico a continuación, no pudo concluirse. De ella hace tiempo escribí en mis borradores:
Fue mujer de Diego López de Haro, y estaba muerta el 20 de septiembre de 1505 cuando su padre, Luis Álvarez, hace testamento (59). Según Francisco Márquez Villanueva (60), en 1507 la Inquisición seguía un proceso contra la mujer de Diego López, hija del regidor Luis Álvarez Zapata y de su mujer María González o Jarada. Apunta también este investigador que las declaraciones de dos de los testigos de este proceso (61) habían sido tomadas en 1485, por lo que uno de los delatores había muerto y no podía ratificarse, y que la causa [en 1507] se hallaba incompleta "seguramente por haber sido suspendida a la retirada [en ese año] del inquisidor general Deza" (62). Está claro que el proceso se había suspendido porque Catalina había muerto unos años antes.
Asimismo, nada más asentarse la Inquisición en Toledo, otra de las presas, en este caso victimada, fue fray García Zapata, hermano del secretario, jerónimo que había sido prior de Guisando y que en 1485 se hallaba en el monasterio de la Sisla, convento de su Orden en las proximidades de Toledo. Fue caso muy conocido y debió de tener gran repercusión en la ciudad y no digamos el efecto que hubo de causar entre los miembros de la familia Zapata. Téngase presente que cuando fue quemado fray Garcia, su hermano Fernandálvarez era secretario de los Reyes Católicos y del Consejo de Sus Majestades, y otro hermano, el Dr. D. Francisco Álvarez, maestrescuela de la catedral de Toledo, y hombre de confianza del cardenal Mendoza.
Fray García, que había llegado a ser prior de la Sisla, fue acusado ante el tribunal inquisitorial de judaizante por ciertos judíos. La Inquisición lo quemó vivo a él y a cuatro de sus frailes entre 1486 y 1487 (63). Su hermano Fernandálvarez apeló al rey Fernando el Católico para que se castigase a los hebreos que habían acusado, según su opinión falsamente, a fray García. La sentencia contra los delatores se dictó el 2 de abril de 1489. ¡Lástima que su hermano ya estuviese muerto!
El Dr. Francisco Álvarez de Toledo, maestrescuela de Toledo e igualmente hermano del secretario, no se libró de la Inquisición en 1486, cuando ocurrió el proceso de los judaizantes del monasterio de la Sisla, pues su propio hermano fray García Zapata lo acusó de ser cómplice de sus delitos, aunque después, antes de que lo quemaran, se desdijo. No sé si fue a raíz de entonces o unos años más tarde, lo cierto es que antes de la enfermedad y muerte, a fines de 1504, de su hermano, el secretario Fernandálvarez, que promovió su defensa, y, desde luego, antes de marzo de 1505 (64) y del mismo mes de 1506 (65), D. Francisco Álvarez de Toledo vivía una de los épocas más penosas y graves de su vida, pues llevaba tiempo encausado por la Inquisición, sin que su caso se resolviera. Según J. Meseguer, D. Francisco "fue procesado por la Inquisición acusado de herejía en la segunda mitad del año 1505, según parece, en el revuelo armado en toda Castilla por el inquisidor de Córdoba, Diego Rodríguez Lucero" (66). Las acusaciones de haber judaizado -todas las cuales han llegado hasta nosotros (67) - fueron tremendas, y por ellas el maestrescuela permaneció preso y con sus bienes secuestrados durante largo tiempo. Pero, finalmente, el 4 de noviembre de 1507, se dictó sentencia absolutoria a favor de D. Francisco Álvarez, sentencia que hoy conservamos (68).
También Juan Álvarez, el hermano de D. Bernardino (o su primo de igual nombre), se vio acosado en su juventud por el Santo Oficio (acaso en el mismo proceso que su tío D. Francisco) por su relación y proximidad con el arzobispo de Granada, fray Hernando de Talavera. Según publicó F. Márquez Villanueva, en la segunda mitad de 1505, una serie de personajes del círculo de Fr. Hernando de Talavera -incluido el propio arzobispo- fueron acusados de judaizantes por la Inquisición, entre ellos el provisor de Granada, Juan Álvarez Zapata (69), posiblemente el futuro maestrescuela toledano. En todo este proceso se procuró que la casa de Toledo que había sido del secretario apareciese como la sinagoga principal desde la que se convertiría toda Castilla al judaísmo (70). Dos años después, habiendo dejado ya de ser inquisidor general Fr. Diego de Deza y desempeñando tal cargo Cisneros, en Santa María del Campo, el 15 de septiembre de 1507, se presentaron ante el rey Fernando los procuradores de Toledo, Córdoba y Granada para dar cuenta de lo sucedido con el asunto de la Inquisición de Córdoba y del terrible inquisidor Lucero. Por parte toledana habló el maestrescuela Francisco Álvarez, y por Granada, su provisor, entiendo que Juan Álvarez. Y éste explicó cómo Lucero hacía enseñar a los encarcelados preces judaicas para facilitar los testimonios de cargo y la buena marcha de los procesos (71). No sé cómo concluyó el proceso a Juan Álvarez, pero supongo que, como su tío, sería absuelto.
Contra Bernardino de Alcaraz no conozco ningún proceso de la Inquisición, pero si no lo padeció, hecho que me extraña, no debió de faltar quien quisiera acusarlo ante el Santo Tribunal -o quiza proponer a otro que escribiera una denuncia-, si no por judaizante, acaso por vivir amancebado siendo clérigo.
Aunque opino, con R. Archer (72), que el arcipreste, y no "Vuestra Merced", es el auténtico destinatario de la carta de Lázaro, sin embargo -siempre dando como hipótesis que Bernardino de Alcaraz era el denominado "arcipreste de San Salvador"- tengo que concluir que "Vuestra Merced" se contaba entre los amigos del maestrescuela Alcaraz según las palabras de Lázaro, si es que el pregonero no hablaba en sentido irónico. Podría ser un inquisidor, un visitador, otro canónigo de la catedral de Toledo, el deán o incluso el arzobispo: alguien, desde luego, del entorno de Alcaraz que tuviese potestad o interés de alguna clase en que se le escribiese el amancebamiento del clérigo. Pensando que "Vuestra Merced" -a pesar de que mantenga amistad en estos momentos con el arcipreste- es quien ha pedido que se haga la relación del caso, insisto en que ha de tratarse de una jerarquía que recabara denuncias o que tuviera como misión o deber informarse de los casos denunciables e irregularidades de los presbíteros de la diócesis. Si no yerro, todo apuntaría hacia un inquisidor o al arzobispo. Mucho más si, como creo, tras el arcipreste, hay un canónigo judeoconverso, persona siempre bajo sospecha para la Inquisición y para quienes, por ejemplo, habían aprobado y defendido el Estatuto de limpieza de sangre en la catedral toledana (73). ¿Pudiera ser "Vuestra Merced" el arzobispo Martínez Silíceo, cristiano viejo, que había impuesto -eso sí, mediante votación y muchos problemas- el referido estatuto a los canónigos toledanos y que, después de años de graves sucesos con ellos, había firmado las paces?
Hace tiempo, refiriéndome a lo que ocurría en Toledo en 1552, escribí (74):
Mas volvamos al arzobispo. Silíceo continúa manteniendo choques continuos con los canónigos, a los que encarcela y abre procesos sin cesar. Llega la Semana Santa, y el prelado decide firmar las paces con sus opositores y quema, estando presente el secretario Pinto, los papeles de los procesos que aún mantenía sin resolver. El mismo Silíceo lo describió así:[Decidí] usar de clemencia [...]. Un jueves de la Semana Santa enviélos a llamar y sin que ellos me lo pidiesen alcéles de carcelería [...] y venidos los perdoné y recibí en mi gracia. En el cual hecho, algunos de ellos y de otros que presente se hallaron, no podían refrenar sus ojos sin que llorasen, conociendo la humanidad que usaba con ellos [...].[El maestro Álvar] Gómez celebró tal hecho con el poema Ad. Io. Mar. Siliceum de pace cum suis canonicis facta [A Juan Martínez Silíceo acerca de la paz hecha con sus canónigos], datado el "Die cenae Domini [Jueves Santo], 1552".
¿Sería algunos meses después de esta paz alcanzada en la primavera de 1552, cuando Lázaro pone por escrito a su corresponsal el caso del "amigo de Vuestra Merced"? ¿El canónigo Alcaraz, por fin, se había hecho amigo de Silíceo? Por supuesto que admito que son hipótesis y no pruebas contundentes.
Pero vayamos al posible autor del Lazarillo desde la nueva perspectiva que vengo trazando a lo largo de este ensayo. Si damos por bueno que el arcipreste puede ser D. Bernardino de Alcaraz, el anónimo autor de la obra o aquel que se oculta bajo la denominación de "Lázaro de Tormes" es a todas luces un enemigo del maestrescuela, porque el relato, entre jocoso y serio, es un ataque en toda regla contra Alcaraz o una denuncia de su situación de amancebamiento conocida por algunos toledanos, pero, al parecer, no denunciada, aunque "Vuestra Merced" ahora parece interesarse por ella para quizá tomar cartas en el asunto. Sin embargo, es un enemigo que se oculta, un delator disfrazado. ¿Por qué se esconde? ¿Era el maestrescuela tan poderoso o se hallaba en una situación tan de superioridad con respecto a su solicitado denunciante, que éste no se atreve -como decimos coloquialmente- a dar la cara? Mas la pregunta clave aquí es: ¿quién, a la altura de 1552-1554, quería tan mal a Alcaraz como para escribir una narración que pusiese en conocimiento de muchos lo que era sabido solo por unos cuantos? En definitiva, ¿quién, hacia 1552, podía ser enemigo de Alcaraz y deseaba zaherirlo de tal manera? Se me ocurren muchos. Valga cualquier cristiano viejo que simplemente quisiera poner en solfa el hasta ahora no documentado ménage à trois en que acaso vivía o había vivido el arcipreste; o bien alguno de sus compañeros de cabildo de los que defendían el Estatuto (75) y estaban del lado de Silíceo; o alguien, bastante anticlerical, que no quisiera a D. Bernardino acaso porque no le había hecho algún favor.
Por todo lo hasta aquí expuesto habrá quedado claro que me sumo a la opinión de los estudiosos que sostienen que la princeps del Lazarillo de Tormes hubo de imprimirse en año muy cercano a 1554. También coincido con aquellos que comentan que la abundancia de ediciones de la novela (las cuatro hoy conocidas) en dicho año es asombrosa y digna de ponderación. Pero, desde mi hipótesis, quiero añadir algunos comentarios finales. Primero, que toda denuncia o ataque ha de tener un sentido. Lo diré de otro modo. Si alguien difama es porque quiere perjudicar, o por lo menos rozar, al difamado y que este resulte alcanzado o herido por lo que se cuenta de él. Luego el personaje denunciado (no creo que sea difamación) en este caso, el Arcipreste de San Salvador, tenía que estar vivo en 1553 o 1554. Recuérdese a tal efecto que el maestrescuela Alcaraz vivía en aquel tiempo y que no falleció hasta noviembre de 1556. Por cierto, Silíceo tampoco moriría hasta 1557. Segundo, quien denuncia, satiriza o simplemente se burla, desea que su crítica se entienda y que algunos -aunque solo sean los de un círculo determinado- sepan a quién se refiere, y para ello las claves que pone en su relato han de ser conocidas y deben poder ser interpretadas por otros, además de por él. Mutatis mutandis, sería el caso de las novelas de humor escritas en clave por algunos escritores sobre el Madrid y la España de hoy. ¿Acaso para un buen número de sus lectores no les es facilísimo interpretar contra quiénes se dirigen sus dardos jocoserios? Ciertamente el Lazarillo es una novela realista, aunque solo refleje una parte -y no la mejor- de la realidad española del siglo XVI. Y si son reales Salamanca y Toledo, y el hambre, la miseria y la negra honra, ¿por qué no hubo de existir en Toledo alguien a quien la gente llamase burlonamente por el chasco que se había llevado "el señor arcipreste de San Salvador"?