El traductor de Blumemberg es una coproducción con el Teatro Nacional Cervantes, en cuya sala Orestes Caviglia se presentó entre el 16 y el 20 de agosto.

En el ICI se ofreció una versión semi-montada.

 

INTÉRPRETES

Ruben Schumajer

Joaquín Bonet

DIRECCIÓN

Guillermo Heras

ASISTENCIA DE DIRECCIÓN

Rosa Celentano

ESCENOGRAFÍA

Héctor Becerra

MÚSICA

Ciro Cavalotti

COPRODUCCIÓN con el

Teatro Nacional Cervantes

Entidades colaboradoras

Ciclo patrocinado por SGAE y Fundación Autor

INJUVE (MInisterios de Trabajo y Asuntos Sociales)

Institut de Cooperació Iberoamericana de Catalunya

Muestra de Autores Contemporáneos de Alicante

FUCAES

ICI Centro Cultural de España, Buenos Aires.

ILUSTRACIÓN Y DISEÑO

Marí Delia Lozupone, 2000 

 


* Información extraída de  Barbaria. Revista de Cultura e Información del ICI.Centro Cultural de España, nº 24. Agosto del 2000, editada por el Instituto de Cooperación Iberoamericana en Buenos Aires dependiente de la AECI, Agencia Española de Cooperación Internacional, Madrid.

 

Segundo Ciclo de Teatro de Autor.
Los contemporáneos.

El traductor de Blumemberg: el otro, el poder, la textualidad *

No es fácil apartar en el teatro de pensamiento determinados temas que fueron un eje frecuente de análisis y reflexión. Uno de ellos, por desgracia, es el peligro latente del resurgimiento de los fascismos, preocupación permanente para aquellos autores que creen que escribir teatro es algo más que sacar adelante unos textos que, movidos en un escenario, ayuden a la gente a "pasar el rato" o, más groseramente, "a matar el tiempo".

Si para algo sirve el teatro es para preservar la memoria y -desde la pulsión de los trágicos griegos a las más recientes aportaciones de nuestros desgarrados autores contemporáneos- la denuncia de los zarpazos a la democracia, la violencia ejercida sobre todo tipo de seres humanos, el exterminio como razón del nacionalismo ciego, la exclusión por ideología, sexo o raza, la imposición por la fuerza de ideas políticas, religiosas o sociales, ocupa una amplia gama de propuestas éticas, evidentemente resueltas de muy diversa manera estética: desde el naturalismo palpable al panfleto ramplón, desde la poesía hermética a la lírica abierta, desde el realismo épico a la fisicidad de la danza contemporánea. Cualquier vía es aceptable si se trata de denunciar un estado de la cuestión que creíamos superada y que, sin embargo, aparece y reaparece en cualquier momento.

El famoso "huevo de la serpiente" que, para los europeos, es como un estigma que no puede en apareciencia ser superado ni con el análisis, ni con las guerras, ni con tantas páginas de reflexión como fueron escritas acerca de ese terrible cáncer llamado nazismo.

Juan Mayorga reincide en plantearnos una obra en la que los fantasmas del pasado pueden llegar a ser realidades del presente. Para ello baste analizar lo que pasa en la bucólica Austria, donde el ascenso neonazi, que parecería una simple anécdota, demuestra que nos encontramos ante un tremendo síntoma. Puede que los modos, formas y tácticas de estos nuevos "dobermans" sean diferentes a los de aquellos sicarios de los años 30 y 40 del siglo pasado, pero su peligro es el mismo.

Cuando Mayorga escribió la obra, la extrema derecha europea aún no contaba con el apoyo social que consiguió en las últimas elecciones en diversos países pero, justamente, el olfato de un artista es similar al de un buen animal, huele la tormenta antes de que suceda.

Texto dramático que bebe también en fuentes de lo que podríamos llamar literatura de iniciación. Un viaje en el que -a través de una serie de experiencias- el joven personaje va aprendiendo de los aconteceres externos como del intercambio dialéctico con el protagonista maduro. Quizás tenga muy presente la lectura de El corazón de las tinieblas, pero en esta propuesta de Juan Mayorga, encuentro muchos ecos de Conrad o Melville.

Obra de pensamiento, alejada de modas, hipertextual, análisis de comportamientos, de mentiras y de simulacros entre dos personajes encerrados en un tren que puede viajar a ninguna parte o en un sótano de una vieja ciudad europea. Pero, también, El Traductor de Blumemberg es una obra sobre lengua y lenguaje y sobre lo difícil que es una tarea tan poco apreciada, a veces, por los grandes sectores sociales: la labor de la traducción y la de los profesionales que la ejercitan para dar a conocer otras voces y otros ámbitos del pensamiento de la literatura del OTRO.

Guillermo Heras

* * *

Blumemberg vuelve a Europa. El envenenador de almas. O un Sócrates. Sostiene una maldición o mantiene viva una esperanza. Vuelve para traer el miedo y la esperanza.

No vuelve solo. Decid: cuando, a pie de página, leéis "Nota del Traductor", ¿qué sentís? ¿habéis dedicado un solo pensamiento al hombre que tradujo los libros que amáis, los libros que han tocado en lo más hondo vuestra vida? El traductor de la Biblia, el traductor de El Quijote...No es ni el autor ni su sombra, pero se diría que participa de ambas naturalezas. ¿No tiene nada propio, familia, no tiene memoria ni deseo? ¿será verdad que, si no de todo aquél que pasa hambre se puede hacer una prostituta, de todo escritor que pasa hambre se puede hacer un traductor?

Entre Blumemberg y su traductor hay un libro terrible, el libro más terrible. ¿Os parece ingenuo hablar a estas alturas, de un libro que puede cambiar el mundo? ¿Es que nunca un libro os envenenó, prometiendo salvaros? ¿Algún libro os ha hecho mejores? ¿Ninguno os ha hecho peores?

Blumemberg y su traductor viajan en un tren hacia Berlín. No llegarán nunca. O llegarán demasiado pronto. O están llegando ahora, ya han llegado a Berlín.

Juan Mayorga