Muñecos y danza, Javier Villan, El Mundo, 11 de enero de 1998.

Dos Frankenstein en Madrid el mismo día. Una fantasía macabra de la razón creadora, un sueño de poder produjo ese monstruo, monstruo sobre todo de soledad, de muerte, que forma parte ya de la fantástica mitología de viejas y jóvenes generaciones.

El uso de muñecos por parte de Atra Bilis confiere a la creación del monstruo un aliento poético. Y la recurrencia a William Blake, un aliento sombrío. Un oratorio en un espacio delimitado por velas encendidas, donde los manipuladores tienen algo de sacerdotes oficiantes.

Si este Frankenstéín tiene una coherencia poemática, el de Ananda Dansa tiene una coherencia narrativa de gran belleza plástica. La criatura es inseparable de su creador. Su destrucción sólo se alcanza con la muerte de quien lo ideó; de quien ideándolo le ha dado una vida que escapa a su control. El canto, la música, la danza de esta siempre acreditada, y siempre sorprendente compañía, acompañan todo el proceso dramático; con perfección, con hermosas manifestaciones especialmente en la danza. Más que elementos específicos, u objetivos excluyentes, son elementos coadyuvantes de una dramaturgia amplia y totalizadora.

Con todo, quizá sea la plasticidad, la composición de cuadros, lo más atractivo de este montaje de Ananda; la luz, los efectos luminotécnicos. Y un tono, hasta cierto punto melancólico, con el que se manifiesta la soledad del monstruo: su destino maldito, dependiente, fatal. Esta parece ser la esencia del espectáculo de Ananda Dansa.

La de Atra Bilis se centra más en las limitaciones de la razón creadora. Pueden los actores-manipuladores dominar la gestualidad de los muñecos, manejarlos de cara al público; pero la ciencia es incapaz de reorganizar el principio de vida de forma libre y sin consecuencias indeseables.

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