RAÚL HERNÁNDEZ
SE ALZA CON EL PREMIO CALDERÓN DE LA BARCA
Itziar Pascual, El Mundo, miércoles 8 de Febrero de
1995
El galardón, destinado a autores noveles,
garantiza la subvención para la puesta en escena
de la obra ganadora, Los Malditos.
MADRID.- Los Malditos, de Raúl
Hernández, ha sido la obra ganadora del Premio
Nacional Calderón de la Barca 1994. El
galardón, convocado anualmente por el Ministerio
de Cultura para autores noveles, está dotado con
un millón y medio de pesetas y garantiza la
edición de la obra premiada y la subvención
a la producción para su puesta en escena.
El jurado, compuesto por Ángel Fernández
Montesinos, Luciano García Lorenzo, Domingo Miras,
Pedro Altares y José Ramón
Fernández, y presidido por Juan Francisco Marco,
ha valorado el alto nivel artístico y
técnico plasmado por un dramaturgo que no ha dado
todavía el salto a la representación
escénica.
Raúl Hernández pertenece a la
«ultimísima» generación de
autores dramáticos, que ha compaginado su
creación con el aprendizaje en talleres de
escritura y la formación de equipos de
creación colectiva («El Astillero»).
Alumno de creadores como Ernesto Caballero,
Fermín Cabal o Marco Antonio de la Parra, fue uno
de los integrantes del «taller de la calle
Londres», del que también surgió
Para quemar la memoria, la obra ganadora en la
pasada edición del Calderón de la Barca,
Leda, de Liddell Zoo, o El traductor de
Blumemberg, de Juan Mayorga.
En la actualidad, Raúl Hernández cursa
los estudios de la especialidad de Dramaturgia en la Real
Escuela Superior de Arte Dramático (RESAD) de
Madrid y participa en el proyecto «Ventolera»,
un encuentro de actores, directores y autores, coordinado
desde la sala alternativa Cuarta Pared.
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EL GIJONÉS RAÚL
HERNÁNDEZ GARRIDO, PREMIO NACIONAL CALDERÓN DE LA BARCA
1994
Gustavo Martínez
Pañeda, (Sin referencia)
Está dotado con millón y medio de
pesetas, la publicación del libro y
subvención para la representación de la
obra.
El gijonés Raúl Hernández
Garrido, Premio Nacional Calderón de la Barca
1994.
El autor de Los malditos combina la
producción literaria con la
cinematográfica.
El Premio Nacional Calderón de la Barca 1994,
dotado con millón y medio de pesetas y la
publicación de libro, ha sido concedido a la obra
Los malditos, del gijonés Raúl
Hernández Garrido. Convocado por el Ministerio de
Cultura para autores de teatro nóveles, el Premio
incluye también la subvención de la
representación de la obra.
Los malditos, según manifestó a
este periódico su autor, cuenta la historia
«de un grupo de guerrilleros perdidos en la selva
que perpetúan una guerra que ya se ha
acabado». Ese argumento guarda relación con
el cortometraje que presentó en el Festival
Internacional de Cine de Gijón, en la
edición de 1993, Bajornonte, que trataba de
la bajada de los maquis a un pueblo asturiano de
montaña.
El jurado del Premio presidido por Juan Francisco
Marco, está formado por Pedro Altares,
Ángel Fernández Montesinos, Domingo Miras,
Luciano García Lorenzo y José Ramón
Fernández.
Hernández Garrido, licenciado en Ciencias
Físicas, se ha dedicado a la producción
cinematográfica mientras que «las
subvenciones me lo permitieron», dado que ni el
Ministerio de Cultura ni la Consejería de Cultura,
Educación, Deportes y Juventud del Principado
apoyan sus trabajos.
Por ello, el Premio Nacional Calderón de la
Barca le ha servido de estímulo para centrarse en
el teatro, tanto como autor como director, aunque
«sigo trabajando en proyectos de cortometrajes»
y también en reportajes para televisión.
Anteayer, el espacio de TVE En prirnera
emitió el reportaje Viudas de vivos -sobre
las familias de los pescadores que pasan largo tiempo en
la mar-, realizado por el gijonés.
Hernández Garrido está incluido en el
movimiento de los últimos dramaturgos, autores que
«tienen más preocupaciones metafísicas
que los pertenecientes a la generación de los
años ochenta, más costumbristas y que
intentan captar la realidad más inmediata».
Para él, su teatro «desarrolla más la
experimentación de las formas» y en Los
malditos se refleja esa preocupación
metafísica. La obra galardonada trata «el
aislamiento de los personajes y su lucha por la
supervivencia en situaciones extremas».
Hernández Garrido afirma que uno de sus
personajes principales, el comandante, «un antiguo
héroe de guerra, lo basó en el Ché
Guevara cuando se encontraba en la sierra de Bolivia,
cuando el régimen castrista le había dado
de lado».
FALTA DE SUBVENCIONES
Uno de los principales problemas a los que se tienen
que enfrentar los autores jóvenes como el ganador
del Premio Calderón de la Barca 1994 es la falta
de subvenciones para llevar a escena las obras de teatro
-que en el caso de Los malditos ya está
garantizada-, así como para sus incursiones en el
cine.
«Tengo varios proyectos. Llevo tiempo buscando
subvención para un cortometraje que podía
estar ya hecho -se llamará Saga si no fuera
por esa razón. Ahora voy a moverme más para
sacarlo adelante», afirma el gijonés.
Otros proyectos de Hernández Garrido se
refieren a nuevas obras de teatro y una novela. En la
actualidad, estudia Dramaturgia en la Real Escuela
Superior de Arte Dramático y está
trabajando en un maratón de representaciones que
se celebrará en la Sala Cuarta Pared, de
Madrid.
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GUERRILLERO NO TAN HEROICO.
Laura Gutiérrez, (Mutis nº¿?,
1999)
Los malditos es una obra de Raúl
Hernández Garrido que ha sido ganadora del Premio
Calderón de la Barca en 1994. Teatro del Astillero
la lleva a escena con dirección de Guillermo
Heras.
¿Qué queda cuando la lucha ha dejado de
tener sentido, cuando el héroe no es tal
héroe y lo único que hay es violencia,
muerte y sufrimiento? Queda la maldición que de
uno u otro modo lleva iniplícita toda guerra. La
maldición que cae sobre el héroe
atrapándolo en un círculo de matanzas y
miedos. Dice uno de los cuerrilleros: "¿Es mejor
sufrir golpes y desprecios, o tomar las armas contra el
tirano, hacerle frente, acabar con él?". Y
aquí el tirano es el comandante, el héroe
del pueblo, de ese pueblo representado por la joven que
se adentra en la selva en su busca porque quiere luchar
junto a él. Pero no encontrará a aquel
guerrillero heroico sino a un hombre que ha perdido el
contacto con la realidad, sumergido en una selva
asfixiante que lo ha transformado a él y a sus
hombres en casi animales que pelean por la supervivencia,
enfrascados en luchas y odios internos.
¿Dónde han quedado la fidelidad y la
disciplina? Cuando todo pierde sentido, los vencedores de
una lucha sin razón son el miedo y la muerte.
Esta obra nos trasmite sobre todo un ambiente.
Ahí radica la clave dramática y no en la
acción ni en los dlálogos. Con un lenguaje
simbólico y poético se va creando una
atmósfera tensa y agobiante en el marco de una
isla de vegetación abundante, tropical. Espacio
cerrado en el que la playa es el único horizonte
abierto, la única escapatoria posible. Y sin
embargo ya no habrá más salida que la
muerte. La puesta en escena pretende contribuir a la
creación de ese clima inquietante con una
escenografía móvil y laberíntica que
permita a unos actores cubiertos de barro aparecer y
desaparecer en sus movimientos a través de la
selva. Todo confluye hacia la pesadilla. El espectador no
debe esperar ser mero receptor de una historia,
más bien deberá disponerse a dejarse
invadir por la sucesión de imágenes y
sensaciones que percibirá como un sueño, un
sueño de destrucción del que
despertará al salir a la calle, pero cuya
impresión dejará grabada en su memoria el
horror al que nos lleva cualquier guerra. Si la obra y el
montaje consiguen toda la fuerza que pretenden, saldremos
del teatro vacunados contra la violencia. Hay un riesgo:
perder la poca fe que nos queda en la existencia de
causas justas y merecedoras de combate.
El grupo Teatro del Astillero se formó a
raíz de un taller impartido por Marco Antonio de
la Parra y lo constituyen los dramaturgos Raúl
Hernández Garrido, Juan Mayorga. José
Ramón Fernández y Luis Miguel
González, junto con el director Guillermo Heras.
Es un colectivo que quiere difundir la nueva dramaturgia
española y propagar las formas más
innovadoradas del teatro en todo el mundo, con especial
interés por las vanguardias hispanoamericanas.
Tiene previsto para el próxinio año otros
dos estrenos: Martes 3:00 a.m más al sur de
Carolina del sur de Arturo Sánchez Velasco
(Premio Marqués de Bradomín 1998) Y Una
modesta proposición de José
Ramón Fernández, según textos de
Jonathan Swift. Buscan para ello un local que los
albergue y en el que puedan representar estos y otros
montajes tanto pasados como futuros.
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DENTRO DEL LABERINTO.
P. Caruana, Pasaporte, del 19 al 25 de noviembre de
1999
Malditos por haber creído, o por todavía
creer. Perdidos en una selva-laberinto semejante a
nuestros peores sueños, viven estos guerrilleros
sin guerrilla, fantasmas de un mundo que nos les
dejó ser y al que ya no pertenecen. Guillermo
Heras, con su grupo de dramaturgos emergentes "El
Astillero" estrena en la Cuarta Pared. Un cuadro del
pensamiento posrevolucionario que busca qué queda
por lo que merezca la pena luchar
Guillermo Heras fue el responsable de aquel
Centro Nacional de Nuevas Tendeucias (CNNT) que tantas
tardes de aplauso ofreció en el Teatro Olimpia de
Madrid entre los años 84 y 94. Allí se
estrenaron y se dio a conocer a Francisco Nieva, al
emergente y por entonces discutido Sergi Belbel -que
cerró aquella hermosa etapa con el gran
éxito que supuso Caricias- y a muchos
actores y compañías. Una década de
riesgo que la unificación del CNNT y el Centro
Dramático Nacional no ha sabido del todo guardar.
Aquello acabó, pero este director ha seguido
creando proyectos que aglutinan y apuestan por lo no
momentáneo, por proyectos de largo recorrido. El
último y del que surgen estos sobrecogedores
Malditos es El Astillero, colectivo que
surgió del encuentro de cuatro escritores, J. R.
Fernández, J. Mayorga, L. M. González y
Raúl Hernández. Tres de ellos ya han sido
dirigidos por Heras y ahora le llega el turno a R.
Hernández con esta obra que obtuvo el Premio
Calderón. «Cuando la leí, lo que
más me interesó fue la contundencia del
lenguaje, me recuerda al teatro isabelino, un poco
shakespeariano, personajes que se mueven por la huida y
la traición», comenta su director: «Te
diré que este texto siempre me ha parecido muy
difícil de encarar, trabaja con algo que en
Raúl es muy normal, la inezcla de planos. Hay uno
que es muy realista y otro que es totalmente
onírico, un plano roto, muy endiablado. Por eso
hemos realizado una cierta dramatur6ización para
convertirlo en una auténtica pesadilla».
REALISMO DISTORSIONADO
La obra se escribió en el 93. Una época,
la nuestra, en la que los Balcanes bullen, en la que ya
nadie recuerda Bolivia si no es para decorar un muro, en
la que el que se ve parado y quiere dar un primer paso
entra en una pesadilla circular sin retorno. Todo eso
rondaba por la cabeza de Raúl que, tímido y
de pocas palabras, manda un aldabonazo a «una
sociedad en la que algo está fallando y en que
preguntas que plantean palabras como revolución o
lucha llegan hasta nosotros deformadas y de alguna manera
alienan más que activan», dice con aplomo. La
historia recuerda los últimos días del Che
en Bolivia, pero también Fllipinas, Vietnam,
Yugoslavia. Ese es el plano realista, el de la
guerra.
Pero por dentro la obra sube el río que
desemboca en el Horror. Nos traslada a un plano donde los
muertos que deambulan por la selva se asemejan a nuestros
más íntimos fantasmas; el montaje, como
afirma su director, busca la distorsión de los que
malsueñana «se busca una poética y se
busca la idea de perturbación en el
público, donde tiempos y espacios diferentes
ocurren a la vez. Esa perturbación coino estilo me
interesa mucho y es casi una constante en mi trabajo"
Los Malditos nace de un proyecto donde director
y escritor trabajan conjuntamente, cambiando el texto y
adaptándolo a unos actores como Paco
Obregón -creador de la compañía que
durante años fuera el buque insignia del teatro
vasco, Teatro Geroa- o Lidia Palazuelos -niña
soldado en busca de su idolatrado comandante-, que se han
comprometido mucho en este arriesgado proyecto. Un
maquillaje muy trabajado, un escenario impregnado en lodo
y un vestuario bélico y castrense completan este
estreno absoluto que comenzará su andadura dentro
del Festival de Otoño y estará en cartel
hasta el 10 diciembre.
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EL BAILE DE LOS MALDITOS.
Redacción. La Razón, 26 de noviembre de
1999
MaGuillermo Heras dirige el texto de Raúl
Hernández en la sala Cuarta Pared hasta el 28 de
noviembre
MADRID.- Sucios, manchados de barro, arrojados a una
vida que no han elegido, en medio de la selva. Los
protagonistas de Los malditos son los soldados
salidos del imaginario de Raúl Hernández
Garrido y a los que pone firmes con su dirección
Guillermo Heras. Ambiciones, deseos y temores acechan la
integridad de un comandante y sus soldados, personajes
mas cercanos a las tragedias de Shakespeare que a las
películas de Tarantino. Arriesgada propuesta es
ésta que trae la Compañía del
Astillero, y que esconde un tearro inteligente de
personajes al límite sobre los que vuela la sombra
del Che Guevara. La perdida de la identidad sume en un
baile de agresividad a los personajes de esta obra que
mezcla las formas teatrales con el documental.
Inteligente y sutil es la forma de expresar la violencia
que ha elegido Heras para este texto, donde las pistolas
de plástico dan paso a una crueldad expresada a
través de las verdaderas armas del hombre: la
palabra y la acción.
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LA LLAMADA DE LA SELVA
A. Guzmán, Guía de Madrid, 26 de Noviembre de
1999
Los malditos, de Raúl
Hernández Garrido, Premio Calderón de la
Barca, en Cuarta Pared.
En el año 1994, Raúl Hernández
Garrido (Madrid, 1964) ganó el Premio
Calderón de la Barca, uno de los galardones
dramáticos más importantes de nuestro
país, con su obra «Los malditos», que ha
sido llevada a escena ahora por Teatro del
Astíllero, bajo la dirección de Guillermo
Heras.
Una selva, un Comandante y un Niño componen el
trío protagonista de este texto que, en palabras
de su autor; «refleja, más desde la
comprensión que desde la denuncia para hacer
posible la catarsis y no incurrír en el panfleto,
toda la violencia de las guerras continuas que vemos
diariamente en los telediarios, y en especial el
sufrimiento que siempre conllevan para la
población civil. En esta pieza muestro las
relaciones de poder en las guerrillas y cómo
éstas influyen, con su idealismo, en los
pensamientos y en los actos de los pueblos. El
sufrimiento de la población civil está
expresado a través del personaje del Niño
porque tiene idealizada la figura del Comandante y no ve
su entramado de violencia que repercutirá en
él y lo convertirá en
víctima».
Laberintos. Para escribir Los malditos,
«una pieza fragmentada, con numerosas secuencias de
tipo cinematográfico y llena de diversos
entrecruzamientos de personajes que atraviesan una selva
laberíntica y que pueden andar por ella sin
encontrarse», Raúl Hernández Garrido
comenta que se inspiró libremente «en los
últimos días del "Che" Guevara en la sierra
boliviana: él fue allí para cumplir su
sueño de una revolución panamericana, pero
se encontró completamente aislado pues no estaba
en contacto con la isla de Cuba ni tampoco conocía
en profundidad la realidad de un país como
Bolivia. También me produjo mucha impresión
la histórica fotografía del cadáver
del "Che" Guevara rodeado por sus torturadores».
Sin embargo, tal y como puntualiza el autor, «en
esta pieza no hay unos referentes históricos
claros. El Comandante que se supone que es el "Che" puede
ser, por ejemplo, el sandinista Daniel Ortega o el
zapatista subcomandante Marcos, y la selva que aparece
puede ser cualquier selva donde se haya desarrollado en
algún momento cualquier conflicto bélico.
La densidad del espacio es primordial en el texto
-añade Hernández Garrido- porque el
ámbito de la selva, que debe estar presente hasta
en el último rincón del lugar de la
representación y borrar la seguridad de cualquier
puerta de salida, se contrapone al entorno jerarquizado
en el que viven los personajes y que se va enrareciendo
con la traición y el asesinato».
Con el barro, el dolor y la claustrofobia de la jungla
de Los malditos, Raúl Hernández
Garrido pretende, asimismo, que «al iniciarse la
función, desaparezcan los valores seguros del
público. Uno de mis deseos es que el espectador
que contempla la pieza se convierta en parte del
sacrificio que, dentro del viejo mito siempre revivido
del teatro, tiene lugar ante él, que deje pensar
en actores y máscaras y se sienta partícipe
de la acción junto a los personajes».
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