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- De Constantinopla y
otras marcas identificadoras del Florisando y el
Lisuarte de Grecia
Emilio J. Sales Dasí
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- Cuando en el libro tercero del Amadís de Gaula
el héroe se desplaza hasta Constantinopla, el relato no
sólo reproduce uno de los tópicos manejados por los
escritores desde Chretien de Troyes (1), sino
que, además, "la novela, a partir sobre todo de la llegada
a tierras de Grecia, se urbaniza y se vuelve mucho más
cortesana" (2). Este desplazamiento
geográfico le brindaba al caballero la posibilidad de
ejercitar sus maneras galantes en una corte que los lectores
imaginarían sumamente refinada. Al mismo tiempo, el
recorrido de Amadís propició un nuevo marco espacial
que a través de los años uniría la
trayectoria biográfica de los numerosos descendientes de la
saga. Mientras al de Gaula le estaba reservado el trono de la Gran
Bretaña, su hijo, protagonista del quinto de la serie,
las Sergas de Esplandián, superaría a sus
antepasados confirmando un relevo genealógico ascendente
con la obtención del cetro imperial griego. Si la corte
londinense y la Ínsula Firme eran espacios destinados al
bueno de Amadís, Constantinopla era el horizonte apropiado
para que Esplandián culminara su destino amoroso con la
princesa Leonorina y demostrara su talla heroica llevando a
término su cruzada contra los infieles. A través de
su refundición de los materiales primitivos del
Amadís, Garci Rodríguez de Montalvo
consolidó el espacio griego como la cuna donde nacieron y
se forjaron sucesivas generaciones de modélicos caballeros
y, según Feliciano de Silva, se difundió la fama de
la hermosura de las mujeres griegas. Ahora bien, la importancia
que en las Sergas y, sobre todo, en las continuaciones de
Silva se le concedió a Constantinopla no fue denominador
común en todos los libros de la serie amadisiana.
Precisamente, el Florisando de Ruy Páez de Ribera y
el Lisuarte de Grecia de Juan Díaz, sexto y octavo
respectivamente de esta familia literaria, los textos que
representan la tendencia heterodoxa de la misma (3),
se alejan de la línea esbozada. El análisis de este
nuevo enfoque, así como el comentario de los diversos
paralelismos argumentales que vinculan ambas crónicas,
será motivo de las siguientes páginas (4).
- El postergamiento de Constantinopla a un lugar secundario
puede explicarse como una de las vías por las que el
Florisando planteaba su oposición al universo
literario de los cinco primeros libros de la serie. Llevado por un
evidente deseo de componer una ficción más ortodoxa
desde el punto de vista religioso, Páez de Ribera
reaccionó contra los escritos anteriores echando mano de
diversos procedimientos: eliminó elementos
característicos del género como la magia y
trató de hacer lo propio con el estilo de
caballerías a lo artúrico condenando los
enfrentamientos entre caballeros cristianos; redujo
drásticamente el papel de la temática amorosa en su
obra, apoyado además en un sentimiento misógino
notable; e intentó innovar incorporando personajes como los
monjes y ermitaños cuya misión era adoctrinar desde
dentro del discurso. Los resultados de su empeño llegaron a
ser tremendamente peligrosos para la propia existencia de la
ficción caballeresca cuando en los capítulos finales
quedaba prohibida la práctica de la caballería
andante y los héroes estaban condenados a "vivir en
paz".
- Sea como fuere, el lugar de Constantinopla dentro de la obra
se vio influido por las constantes expuestas. Desde el final de
las Sergas el futuro de la corte griega estaba ligado a la
biografía de su nuevo emperador Esplandián. Aunque
este personaje ya había dado suficientes muestras de
integridad moral en el libro quinto como líder de la
cruzada contra el paganismo, literariamente era el rival al que
Florisando debía superar. Del mismo modo que la figura de
Amadís sufrió un cierto cuestionamiento en las
Sergas tendente a destacar, por contraste, el
heroísmo de su hijo, en el sexto de la saga va a ocurrir
algo similar. En principio, Páez de Ribera se vio
favorecido por los encantamientos de la Ínsula Firme
instaurados por Urganda. A pesar de la animadversión del
autor hacia estos hechos de naturaleza mágica, y desde la
perspectiva cristiana heterodoxos, el manejo de los mismos se
constituyó en excusa idónea para conseguir diversos
objetivos. De un lado, al interpretar estos hechizos como castigo
divino y el desencantamiento posterior, realizado por unos monjes,
como un milagro, Páez de Ribera constataba la existencia de
un plan providencial que manejaba completamente los hilos vitales
de los ficticios caballeros. Por otra parte, la obligada
reclusión de Amadís, Esplandián y otros
adalides dejaba el destino de la cristiandad en manos de
Florisando, defensor de los reinos occidentales ante una temible
amenaza infiel. Por eso, para que la talla heroica de Florisando
creciese, a Ribera le interesaba dejar fuera de circulación
a sus rivales literarios. De ahí que los desencantamientos
tengan lugar más allá de la mitad de la
crónica. Después de eso, mientras Esplandián
se nos presenta como un caballero celoso de la fama de Florisando
e intenta revivir los laureles del pasado buscando un
enfrentamiento cuerpo a cuerpo con él, hecho que
aprovechará Anselmo para lanzar nuevas pullas contra las
costumbres artúricas, Amadís es objeto de las
amonestaciones con que el mismo monje pretende instruir al monarca
en el ejercicio del gobierno de sus reinos.
- Así las cosas, con Esplandián encantado o con
Esplandián preocupado con probarse con Florisando, la corte
griega deja de ser terreno abonado a las aventuras o foco de
atracción de unos caballeros que ahora tienen otros
horizontes. Aquí resulta imposible imaginar cómo
llegan a Constantinopla las amazonas para seducir a los lectores
con su hermosura corporal, con el exotismo de sus armaduras o la
riqueza de sus países de origen, hipótesis
utópica también para la visión
misógina de un escritor que no vería con buenos ojos
el que una mujer hubiese tomado el hábito militar. Ni
siquiera los paganos se plantean invadir el imperio griego. La
dialéctica religiosa y bélica entre cristianos e
infieles que en las Sergas se resolvió en una
batalla estelar en Constantinopla pasará a pluralizarse en
diversos frentes. Eso sí, paralelamente al postergamiento a
que se ve reducida la geografía griega, accede a un primer
plano la corte de Roma (5). Los romanos que en
los libros tercero y cuarto del Amadís de Gaula
habían contribuido a la disensión abierta entre el
protagonista y el rey Lisuarte, personajes descritos con trazos
negativos como el Patín, son sustituidos en este caso por
otras figuras más ejemplares. El emperador Arquisil es
víctima también de los agravios cometidos por los
infieles, en su mayoría jayanes. Arlote de Anconia le ha
destruido dos villas. Pero este emperador no es un personaje
pasivo: ante la ofensiva pagana recluta tropas y barcos para
enviarlos a la Gran Bretaña, promete ayudar en persona al
reino de Gaula o intercede ante el Papa para buscarle un remedio a
los encantamientos de la Ínsula Firme. La corte romana es
centro de reunión donde se dirimen determinados litigios
(6). De ahí que, por ejemplo, la duquesa
Landrina busque ante el emperador unos caballeros que se combatan
con el jayán Panorante que quiere tomarla por mujer. A su
vez, Roma actúa como núcleo argumental e
ideológico por dos razones más. Primero, porque en
esa corte reside la princesa Teodora, hija del emperador y a la
postre futura esposa del héroe, una joven que, de acuerdo
con los presupuestos morales de la obra, se describirá por
su hermosura y, especialmente, por sus virtudes: "en el seso e
honestidad parecía vieja" (cap. LXXXVII, f. 97r). En
segundo lugar, en Roma tiene su morada el Santo Padre, con lo que
el simbolismo religioso de esta ciudad como centro del
cristianismo queda patente. Desde ahí se decide el rumbo de
la sociedad occidental, pues gracias a las disposiciones papales
los protagonistas de los libros anteriores de la saga
volverán a la vida deshechos los hechizos de la
Ínsula Firme. La supremacía del ordo religioso sobre
la civilización caballeresca es total y pasa a confirmarse
con detalles como que los monjes que se encargan de los
desencantamientos llevan unas reliquias custodiadas en la iglesia
de San Pedro o que estos cinco religiosos proceden de tres
monasterios ubicados en lugares santos: Jerusalén, el Monte
Sinaí y Roma.
- La reacción militante de Ribera influye en el papel de
Constantinopla en el Florisando. La corte griega es
reducida a un lugar muy secundario del que la rescatará
Feliciano de Silva en el séptimo de la serie, el
Lisuarte de Grecia, aunque en la siguiente
continuación de Juan Díaz, el influjo de Ribera
pesará tanto que el imperio oriental va a seguir viendo
mermado su protagonismo. No se trata de que Díaz, bachiller
en cánones, quisiera componer una nueva crónica para
aplaudir las propuestas literarias incorporadas en el
Florisando. El octavo del Amadís,
también titulado Lisuarte de Grecia, representa un
curioso caso de hibridismo donde el componente religioso y
ascético no se materializa en un conjunto discursivo
coherente. Sin embargo, Ribera le suministró muchas "ideas"
a Díaz (7) y éste, sin olvidar su
papel creador, reutilizó asuntos y esquemas compositivos
que le facilitaban su tarea, subrayando de vez en cuando su propia
originalidad. De acuerdo con la práctica habitual del
género en que cada libro cuenta con un nuevo protagonista,
Díaz se aparta de su antecesor al elegir como héroe
a un descendiente directo de Amadís (8),
más concretamente su nieto. Pero ya en el tercer
capítulo volvemos a rememorar episodios pasados al saber
que los paganos han realizado otra alianza para atacar los reinos
de occidente. Lejos de enfriarse, las viejas disputas religiosas
parecen convertirse en el esqueleto narrativo sobre el que
Díaz edificará su historia. Los capítulos
siguientes así lo hacen presumir. Ante un hipotético
ataque infiel los propios personajes cuestionan la desacertada
prohibición de la caballería andante al final del
Florisando. Si los caballeros han desatendido durante
cierto tiempo la práctica militar, si el estamento no se ha
regenerado con la incorporación de nuevos miembros,
¿quién defenderá a la cristiandad?
Paradójicamente, para solventar este contratiempo
Díaz recurre a personajes y situaciones previas. En el
Florisando la proclamada campaña bélica de
los paganos llevó a lamentar las desastrosas consecuencias
de los encantamientos de la Ínsula Firme. Frente a la
necesidad en que se hallaban los cristianos sin sus
líderes, el rey Arbán de Norgales y Florisando
escogen al ermitaño que educó a este último
como su embajador en Roma. El ermitaño deberá
transmitir al Papa las inquietudes de los monarcas cristianos y
buscar una solución para los príncipes encantados.
Para el éxito de la misión se recaba la ayuda del
emperador romano, personaje que acompañará
personalmente al ermitaño ante la presencia del Sumo
Pontífice. Esto mismo es lo que acuerdan Esplandián,
Amadís y otros reyes en el Lisuarte de Grecia para
conseguir el levantamiento de la prohibición que pesa sobre
la caballería. El proceso, idéntico. Otra vez
volverá a ser el mismo ermitaño el embajador
escogido para buscar la mediación del emperador Arquisil y
exponer su demana al Papa.
- El planteamiento general de la obra presenta grandes
afinidades con el libro sexto de la saga. A diferencia de lo
expuesto en las Sergas, en el Florisando y el
Lisuarte se sigue incidiendo en el motivo de la cruzada,
pero en una guerra que no tiene un carácter ofensivo y
expansionista (9), sino que trata de responder a
la iniciativa ahora emprendida por los infieles. Con estas
premisas arranca el texto de Díaz, aunque conforme avanza
el relato las grandes batallas entre dos bandos separados por sus
diferencias religiosas ceden su protagonismo a una sucesión
de aventuras apenas vinculadas por la figura de Lisuarte. Al mismo
tiempo que el ideal de cruzada se ve arrinconado, el autor sigue
buscando en las páginas del Florisando otros
argumentos. A veces son mínimas coincidencias las que nos
hacen pensar en un influjo directo. Esa es la impresión que
produce la situación de Urganda la Desconocida.
Después de recuperar con poca fortuna el elemento
mágico para su discurso, Díaz explica que la vieja
maga no puede salir de la Ínsula no Hallada porque se lo
impide su ceguera. Dicha enfermedad humaniza al personaje
(10) y, a su vez, revela la dependencia de
cualquier persona de la voluntad divina. Pero además de
esta afirmación, lógica en un escritor que en otros
lugares invita al ascetismo, la causa de la ceguera de Urganda
podría hallarse en el texto de Ribera. La única
aparición en el Florisando de un personaje con
habilidades mágicas es la de una sabidora con una presencia
tan esporádica que sólo sabemos de ella lo que nos
dicen sus sobrinas. Tres doncellas a las que auxilia el
protagonista cuando se disponían a cumplir la
misión, el desencantamiento de los héroes de libros
anteriores en la Ínsula Firme, que les había
encomendado su tía, porque ella no puede desplazarse al
estar ciega. Con funciones distintas recurrirá Díaz
a otras dos doncellas, Aurelia y Panfilia, que primero se
desplazan a Constantinopla en busca de Lisuarte y Lispán
para transportar a estos caballeros hasta la morada de su
tía Urganda, y que luego acompañan al héroe
en muchas de sus aventuras para cuidar de sus heridas cuando se
presenta el caso. El paralelismo podría calificarse en
primera instancia como meramente gratuito. Sin embargo, adquiere
una significación más consistente si lo relacionamos
con la peripecia que en los libros sexto y octavo tiene como
personaje central a Gandalín, figura íntimamente
vinculada, como la de Urganda, a la trayectoria vital de
Amadís de Gaula en los cuatro libros iniciales de la
serie.
- Como decimos, el antaño escudero del de Gaula
recibió en recompensa a sus servicios los castillos que
fueron del malvado Arcaláus el Encantador. Pues bien,
dichos territorios son reclamados por el jayán Bultrafo
(cap. XXXVII), el cual se interna en las propiedades de
Gandalín mientras espera la llegada de más tropas
para asediar Londres. Este descendiente de Arcaláus, se
confiesa su sobrino, no llegará a consumar sus dos
objetivos. No obstante, su empeño quizá
sirvió de acicate para que otros siguieran sus pasos.
Así ocurre en el Lisuarte de Grecia. En esta
ocasión leemos que Arcaláus tuvo dos hijos de su
relación carnal con Dinarda: Demagores el Encantador y
Dinardán. Ambos hermanos han aprendido la magia en los
libros de su padre, ambos tienen el mismo deseo de venganza
evidenciado por Bultrafo. De ahí que se unan a los
principales señores del paganismo para atacar la Gran
Bretaña y se enfrenten directamente con Gandalín
para recuperar los castillos que le pertenecieron a su padre (cap.
CI). A pesar de su fracaso en la empresa de conquista del reino
inglés, el autor les permite a estos agresores perpetrar
una traición con unos resultados que serían
impensables en otro contexto. Ayudados por sus dotes
mágicas (la invención de una nube que oculta a los
asaltantes), los hijos de Arcaláus matan a Gandalín
y toman los castillos de Montaldín y Valderín.
Narrativamente este suceso servirá para desencadenar el
posterior castigo de los paganos a manos de Lisuarte de Grecia.
Pero la funcionalidad de esta secuencia trasciende al conjunto de
la obra desde el momento en que Gandalín experimenta un
proceso paralelo al de Urganda la Desconocida y, más tarde,
al de Amadís. Por razones diferentes los tres personajes
acaban en la sepultura, rompiendo con esa tendencia de autores
como Montalvo o Silva a mantener a los héroes y a sus
principales aliados en una especie de eterna juventud. Tales
coincidencias nos ponen sobre la pista de un designio creador
bastante perceptible que comentaremos más adelante.
- De momento, sigamos viendo cómo Díaz
también se pudo apropiar de la "idea" central del libro: la
muerte de Amadís de Gaula, a partir de lo escrito en las
líneas finales del Florisando. En ellas Páez
de Ribera concluye su crónica ateniéndose al
tópico de la continuidad de la historia fingida y
dice:
-
- E aquí fenece esta historia, puesto
que queda parte d'ella en que se recuentan otros muchos fechos
del príncipe Florisando e d'estos cavalleros, e la
muerte del rey Amadís (f. 218r).
-
- Teniendo en cuenta que los hechos narrados en el libro sexto
los registró un testigo más o menos directo, el
ermitaño que educó a Florisando, el lector no
debería dudar de la verdad de la obra. Pero aun dudando del
carácter noticiero, claramente falaz, de la misma, la
noticia aportada por Ribera pudo servir de acicate para que Juan
Díaz diese buena cuenta de sus estudios. La enfermedad de
Amadís, su muerte ejemplar (cap. CLXIII) y los sucesivos
actos religiosos realizados en memoria del monarca son tres
momentos en que aflora la formación cristiana del autor.
Allí encontramos otra vez al padre adoptivo de Florisando
asistiendo espiritualmente al bueno de Amadís; a
éste confesándose una y otra vez, rezando y animando
a los suyos a renunciar a los bienes terrenales. Allí
resurgen los tonos más característicos de la
ascética medieval en forma de aviso y consejo sobre
cómo alcanzar la salvación eterna. Son, sin duda
alguna, los fragmentos más consistentes de la obra, pasajes
que resucitan el tono clerical de muchas páginas del
Florisando (11).
- Y si de identidades hablamos, traigamos a la memoria la
peripicia de Rolando y Sabina. En el sexto de la saga aquél
es hijo del rey Malobato, el cual pretende conquistar el reino de
Dacia; ella es hija de este último monarca y es pretendida
por Rolando, a quien ella no quiere y en cuyo poder está a
la espera de que llegue un caballero y le derrote (cap. LVIII).
Entre ellos existe una relación de amor-desamor que se
entrecruza con el motivo bélico que opone a cristianos y
paganos. Es una situación peculiar que se resolverá
de forma curiosa. Primero Florisando, defendiendo la causa de
Sabina, se combate con Rolando y lo derrota, con lo cual la
princesa Dacia recupera su libertad. Acto seguido, el propio
héroe se convierte en intermediario del príncipe
pagano para concertar el convenio matrimonial. Éste tendra
lugar tras las eficaces gestiones de Florisando y la
conversión al cristianismo de Rolando, hecho que
permitirá concluir a su vez con las disputas militares.
Este episodio también será recordado por
Díaz, aunque este autor reformule varios de sus elementos
constitutivos. Rolando ha dejado de ser un leal enamorado y se ha
arrepentido de su conversión cristiana. Es un ser cruel
que, como hizo su padre, vuelve a atacar al rey Garinto de Dacia y
encarcela a su esposa a la que desea matar después de que
dé a luz (cap. XXII). No obstante esta situación,
Sabina se presenta aquí como una mujer profundamente
enamorada de su marido. Tal es su pasión que, cuando
Lisuarte de Grecia toma el papel de Florisando y se combate en
duelo con Rolando llevándolo a la tumba, Sabina desaprueba
este desenlace (12) y lamenta la
intervención del héroe.
- Sobre un argumento anterior: una historia de amor-desamor
entre príncipes de religiones distintas, Díaz ha
invertido los roles actanciales para mostrar su aparente
originalidad, una inventiva que viene marcada en otras situaciones
por el influjo del Florisando. Por citar sólo tres
ejemplos más. En el libro sexto el héroe se
enamorará y contraerá matrimonio con Teodora. Esta
princesa romana tiene un hermano, Arquisil, que ha sido hecho
prisionero por el gigante Arlote de Anconia (cap. LXX).
Florisando, por aquel entonces conocido como el Caballero del
Escudo Dorado, derrota al jayán y libera a su futuro
cuñado, el cual difunde los hechos del protagonista a su
regreso a Roma. En el Lisuarte de Grecia el cuñado
del protagonista se llama Coroneo, hijo del rey Alidoro de
Macedonia y hermano de Elena. Como le ocurrió a Arquisil,
Coroneo también ha sido víctima de las maldades del
soberbio Tesilao. Merced a la intervención de Lisuarte, el
príncipe macedonio recobra su libertad (cap. XLIV) y el
protagonista puede presentarse en la corte de Cedrómpolis
avalado por sus éxitos bélicos.
- Otras similitudes residen en la función que tanto
Ribera como Díaz les atribuyen respectivamente al ama de
Teodora y a Petronia. Estos figuras femeninas son confidentes de
sus señoras y posibilitan con su iniciativa el acercamiento
amoroso de las dos parejas protagonistas. Ambas se encargan de
velar por la honra de Teodora y Elena entrevistándose con
los caballeros para conocer cuáles son sus verdaderas
intenciones hacia ellas. Las dos actúan como terceras
concertando sendos encuentros secretos entre los cuatro
enamorados. Además, el ama y Petronia se identifican entre
sí por su oposición con otras figuras definidas con
roles similares como la Carmela de las Sergas de
Esplandián y la Alquifa del Lisuarte de Silva.
Mientras estas últimas son personajes que dependen de la
esfera actancial de los caballeros, las primeras pertenecen al
mundo de sus amadas, revelando con su participación el
empeño de los autores del sexto y del octavo en destacar el
interés de sus protagonistas por mantener intacta, a veces
de forma exagerada, su honra.
- Mucho más circunstancial es el parecido que se puede
establecer entre otros personajes de los dos libros, pero que en
todo caso debe ser mencionado. En el texto de Ribera uno de los
adversarios con los que contrasta el héroe su valor es el
Caballero del León, así llamado porque desde
pequeño crió dos leoncillos que le seguían a
todas partes (cap. CXCVI). Aunque uno de ellos ya ha muerto, el
otro le ayuda a derrotar a sus enemigos. Es, por tanto, un rival
difícil de dominar por contar con tal aliado. Lo mismo
ocurre en el Lisuarte con el Caballero de los Alanos.
Éste personaje también se ocupó personalmente
de la crianza de dos sabuesos con los que mató a una enorme
serpiente en una isla del señorío de Chipre y con
los cuales se enfrenta al nieto de Amadís de Gaula (cap.
CXXXIV), corriendo la misma suerte que el del León, esto
es, la sepultura para ellos y sus peligrosas mascotas (13).
- Después de estos cotejos argumentales seguro que queda
la duda de qué papel desmpeña Constantinopla en el
octavo del Amadís. La dependencia sugerida del
Florisando podría influir también sobre este
particular y algo de ello debe afirmarse. Respetando la vía
romana abierta por su predecesor, Díaz aporta un nuevo
campo de acción: el reino de Macedonia, lugar de origen de
la amada del héroe. Pero la importancia de estos espacios,
así como la de Constantinopla, parece eclipsarse ante el
predicamento de aquellos marcos geográficos relacionados
directamente con la peripecia vital de Amadís de Gaula: la
Gran Bretaña e incluso la Ínsula Firme. Un
rápido cotejo de los principales episodios acontecidos en
territorio británico y en el imperio griego es bien
ilustrativo de lo dicho. Por un lado, los ataques paganos tienen
como objetivo básico las tierras regidas por Amadís,
de forma que el enfrentamiento armado de dimensiones más
sobresalientes entre cristianos e infieles tiene lugar en las
inmediaciones de Fenusa (caps.CVII-CX). Igualmente destacados son
los capítulos que tienen como campo de acción la
Ínsula Firme, lugar que Amadís conquistó en
los cuatro primeros libros de la serie siendo el caballero
más sobresaliente y el más perfecto amador. Este
espacio insular sufre la incursión de las tropas comandadas
por el gigante Dramirón de Anconia y rápidamente cae
bajo su tutela (cap. CXL). A continuación pasamos del
combate en grupo a la justa individual, porque el jayán
pone en juego la isla invitando a probarse con él a quien
lo desee. Su deseo no es la conquista territorial, sino que
pretende vengarse de Florisando por haber matado a su padre, el
gigante Brutervo (episodio contenido en el sexto del
Amadís). Al tiempo que se relatan las sucesivas
justas, el autor ha buscado con su imaginación una nueva
moraleja ejemplarizante. Las diversas amenazas que tiene que
superar el viejo Amadís afectan decisivamente a su propia
integridad física. Estos golpes de fortuna sirven para
evidenciar que ni el rey más poderoso puede confiar en sus
fuerzas, aviso ascético que incita a los lectores a tomar
una posición muy definida ante la vida.
- A diferencia de los espacios británicos, Constantinopla
es el lugar que sirve para introducir y situar al héroe de
la crónica (14). A su regreso a la corte
griega, Esplandián se encuentra con un hijo, Lisuarte de
Grecia, ansioso por experimentar aventuras pero imposibilitado
para tal efecto, pues como ya se ha dicho desde la
prohibición de la caballería en las páginas
del Florisando no se habían realizado nuevas
investiduras. Cuando éstas vuelven a ser permitidas,
Lisuarte no será ordenado en su tierra natal, frente a lo
que le ocurre a su homónimo en el Lisuarte de
Feliciano de Silva. El Lisuarte de Díaz recibe
significativamente su investidura en Roma. Tras los primeros
capítulos la historia abandona Constantinopla. Y aunque se
alude a dos conflictos armados relacionados con este ámbito
geográfico, el narrador no centra su atención en la
descripción de tales eventos. Por el contrario, nos sume en
una cierta confusión. Es así ya que en el
capítulo CIV se menciona el ataque del Soldán de
Babilonia a Constantinopla con un ejército numeroso. Sin
embargo, varios capítulos más adelante, habiendo
heredado Esplandián el trono de su padre tras su muerte, se
dice que el mismo soldán pagano vuelve a planear un nuevo
asedio a la corte griega. Precisamente, por aquellas fechas,
durante la estancia británica de Esplandián, se
desarrolla el otro contencioso mencionado. Los reyes de
Antioquía y de Ungría, tributarios del emperador, se
niegan a cumplir con sus obligaciones y desean defender su actitud
en una justa de cincuenta contra cincuenta caballeros. Este
desafío tendrá lugar en la Gran Bretaña, de
modo que Constantinopla se ha convertido en mero espacio de
tránsito desde el que se ve obligado a partir
Esplandián para hacerse cargo del reino de su padre
mientras que su hijo Lisuarte recibe este premio tras su
matrimonio público.
- Según vamos viendo la intromisión de autores
como Ribera y Díaz en la familia amadisiana incide
desfavorablemente en la consideración de Constantinopla. El
primero ya se ha dicho en otros trabajos que pretendía
reformular la ficción caballeresca desde una perspectiva
moralmente ortodoxa (15). Si el segundo
quería seguir el mismo camino, su originalidad se
habría visto resentida. ¿Cuál sería
entonces su gran aportación? A mi entender, aparte de los
hechos enumerados: muerte de Amadís de Gaula, Urganda y
Gandalín, la clave de su empeño se halla al final de
la crónica. Como es frecuente en estos casos, el narrador
sugiere que aún "quedan por escrevir muchas estrañas
aventuras e famosas cosas", aunque él abandona su trabajo
por sentirse cansado (cap. CLXXXVII, f. 220r) (16).
No obstante esta estrategia tópica, el desenlace de la obra
es más cerrado que abierto. En lugar de plantear nuevas
virtualidades que provoquen serias expectativas sobre una nueva
continuación, Díaz cierra muchas puertas. Por una
parte, los viejos caballeros que acompañaron a
Amadís en muchas de sus aventuras: Galaor, Agrajes y
Florestán de Cerdeña, se retiran al monasterio de
Fenusa para llevar una vida de oración y penitencia
siguiendo el ejemplo del Emperador de Constantinopla en los
últimos capítulos de las Sergas de
Esplandián. Sus esposas harán lo mismo, y
Briolanja y Olinda se unen a la reina Oriana en el monasterio de
Miraflores. Las nuevas generaciones, como es lógico, no
renuncian a la vida activa. Pero el narrador adelanta
resumidamente los grandes logros del reinado de Lisuarte de
Grecia, incidiendo asimismo en que a la muerte de
Esplandián el protagonista de la historia heredará
el cetro imperial de Constantinopla. Más aún, sigue
abarcando el autor grandes períodos temporales cuando apela
a la excepcional descendencia del héroe, materializada en
tres hijos y una niña, que regirán los territorios
dominados por el linaje amadisiano cuando muera aquél. En
síntesis, podría decirse que en pocas líneas
Díaz se transforma en un peligroso "asesino literario" tras
sepultar a los principales miembros de la familia caballeresca por
antonomasia. Y, muy posiblemente, ésta era la meta a la que
quería llegar el "bachiller en cánones":
quería que su máximo mérito fuera el de ser
el responsable de la finalización del ciclo. No es que
fuese ningún enemigo de la tradición que, en
diversas ocasiones, demuestra conocer y respetar. Era una forma
como otra de reivindicar un lugar en un proceso que
arrancaría en el Amadís refundido por
Montalvo y que tendría su punto de llegada en el libro
octavo. La opción elegida tenía además muchas
ventajas para un hombre religioso como él: el retiro
espiritual de los viejos monarcas y la constatación de que
la muerte llega para todos eran ejemplos que invitaban a los
lectores a huir de la fascinación hacia los bienes
mundanales. Dicho de otro modo, la pedagogía moralizante
del texto se avenía con el final concluso del mismo.
- Por todo ello, los ensayos literarios plasmados en el
Florisando y en el Lisuarte de Grecia se plantearon
desde el principio como una seria amenaza para la supervivencia de
un género que triunfaba por aquellos años. Sin duda
fue éste uno de los motivos que marcaron el fracaso
editorial de tales obras (17), sobre todo la
segunda con una única edición. Si el monje Anselmo
ordenó quemar todos los libros de magia en el Florisando
(cap. CCXXVIII), y en el libro octavo el propio Lisuarte
mandaba una acción similar con la biblioteca de la Sabia
Doncella (cap. LXII), lectores y oidores del renacimiento
castellano no participaban plenamente de tales intenciones. Tuvo
que ser otro cura, pasadas las décadas, el que volviese a
oficiar como pirómano para impedir que la literatura
caballeresca fuera causa directa de la locura de personajes
imaginativos como don Quijote. Ribera y Díaz representan
con su propuesta la victoria de la ortodoxia religiosa sobre la
imaginación desbordada que resucitará con las
continuaciones de Silva (18). El escritor de
Ciudad Rodrigo correrá un tupido velo para enfrentarse
directamente con sus fantasías a sus antepasados.
Sólo entonces, Constantinopla recuperará el lugar
privilegiado al que lo encumbró Montalvo. Es así que
en la Tercera parte del Florisel de Niquea
podrán leerse pasajes como el siguiente. En ellos, la corte
griega deviene una vez más centro de cortesanía, de
aventuras maravillosas y galanterías sentimentales:
-
- y luego despachados correos de mucha furia
a todos los príncipes y reyes sus conocidos, de suerte
que en pocos días estava toda la ciudad de
Constantinopla llena de príncipes y reyes y grandes
señores [
] Eran tantas las alegrías
y las fiestas y las muchas aventuras que venían, que era
cosa maravillosa (cap. XCV, p. 300) (19).
-
-
-
- NOTAS
-
- (1) L. Stegnano Picchio, "Fortuna iberica di un topos
letterario: La corte di Constantinopoli del Cligés
al Palmerín de Olivia", Studi sul Palmerín
de Olivia.III. Saggi e ricerche, Pisa, Università,
1966, pp. 99-136.
- (2) J. Manuel Cacho Blecua, Amadís: heroísmo
mítico cortesano, Madrid, Cupsa, 1979, p.277.
- (3) Sobre esta tendencia puede consultarse mi trabajo, "Las
continuaciones heterodoxas (el Florisando de Páez de
Ribera y el Lisuarte de Grecia de Juan Díaz) y
ortodoxas (el Lisuarte y el Amadís de Grecia
de Feliciano de Silva) del Amadís de Gaula", Edad
de Oro, XXI (2002), pp.117-152.
- (4) Hasta fechas muy recientes sólo era posible acceder
a un resumen argumental de los libros de caballerías a
través del "Discurso preliminar" (en Libros de
caballerías, Madrid, BAE, XL, 1874) de Pascual de
Gayangos. Actualmente, gracias a la eficaz labor del Centro de
Estudios Cervantinos, ya contamos con diversas Guías de
lectura caballeresca que permiten un mejor acercamiento al
género. Muchos de los contenidos de este trabajo proceden
de las guías del Florisando de Ana Cristina Ramos
Grados y del Lisuarte de Grecia de Emilio J. Sales
Dasí, publicadas ambas en el Centro el 2001.
- (5) Ya he aludido a esta cuestión en "El
Florisando: libro "sexto" en la familia del
Amadís", Literatura de caballerías y
orígenes de la novela, ed. de Rafael Beltrán,
València, Universitat, 1998, pp. 137-156 [p.141,
n.15].
- (6) No debe olvidarse tampoco que la corte es el marco donde
se celebran las hazañas del caballero. En el
Florisando las gestas del protagonista se difunden y
aplauden en Roma. Allí presenta Florisando sus credenciales
enviando al emperador las cabezas de los gigantes Arlote y
Turón (cap. LXXXIII, f.94r). Idéntico destinatario
tiene la restrospección que realiza el ermitaño que
crió y educó al héroe sobre sus triunfos, una
relación que pone de relieve la generosidad del personaje
al socorrer y servir a personas a las que desconoce. Las victorias
de Florisando circulan por Roma y el pueblo se interesa por
descubrir su linaje. Incluso hay otros que quieren seguir su
estela: "en otra cosa se hablava sino en los grandes fechos de
Florisando, e assí allí [Roma] como en otras
partes donde ivan las nuevas, todos dezían que la memoria
del emperador Esplandián e del rey Amadís
[
] se ponía en olvido [
] E
muchos cavalleros de la corte del emperador se dispusieron a le
pedir licencia para irse adonde sabían que estava
Florisando por andar con él en aquellas guerras" (cap. XCI,
f.100v) (cito por la edición de 1510, Salamanca, Juan de
Porras).
- (7) Mientras que Feliciano de Silva se introduce en la
genealogía literaria del Amadís con su
Lisuarte de Grecia evidenciando muchas deudas textuales con
respecto a las Sergas de Esplandián (a este respecto
me remito a lo escrito en "Feliciano de Silva y la
tradición amadisiana en el Lisuarte de Grecia",
Íncipit, XVII (1997), pp.175-217), Díaz no
pretende una copia exacta de su modelo, sino que éste le
orienta en varios aspectos episódicos o de carácter
general.
- (8) Recuérdese que Florisando es hijo ilegítimo
de Florestán y sobrino, por tanto, de Amadís de
Gaula.
- (9) Desarrollo más ampliamente este aspecto de las
Sergas en mi tesis doctoral: La figura del caballero en las
"Sergas de Esplandián", dirigida por J. LL. Sirera,
Universitat de València, 1994.
- (10) A propósito de la evolución literaria a que
es sometido el personaje de Urganda la Desconocida en el
Amadís de Gaula son de gran ayuda los trabajos de
Rafael M. Mérida: "Funcionalidad ética y
estética del hada medieval en el Amadís de
Gaula y en las Sergas de Esplandián",
Congresso Internacional Bartolomeu Dias e a sua
época, Porto, 1989, IV, pp.475-488, "Urganda la
Desconocida o tradición y originalidad", Actas del III
Congreso de la AHLM (Salamanca, 3-6 octubre 1989), ed. Mª
Isabel Toro Pascua, Salamanca, Biblioteca Española del
siglo XV, 1994, II, pp.623-628; trabajos éstos que se han
visto magistralmente superados por la reciente aparición
del estudio <<Fuera de la orden de natura>>:
magias, milagros y maravillas en el <<Amadís de
Gaula>>, Kassel, Reichenberger, 2001.
- (11) Ahora bien, cabe apostillar que este talante
didáctico religioso se apoya en el caso de Páez de
Ribera en un discurso más sistemáticamente
coherente. Así, por ejemplo, se desprende del cotejo de dos
fragmentos de ambas obras en los que se aconseja sobre cómo
cumplir con el ejercicio de la gobernación. Cuando el monje
Anselmo intenta aleccionar al rey Amadís (cap. CLXXX),
enuncia una serie de ideas que enfatizan el papel de la
religión en el gobierno del reino, como el rechazo de los
pecados capitales, y plantean una ideología plenamente
providencialista (el poder de los monarcas, p. ej., deriva de
Dios). Tales consejos no sólo se refieren a la figura del
rey, sino que además perfilan el retrato del consejero
ideal al que debe recurrir el monarca (cap. CLXXXI). Y finalmente,
estas amonestaciones se culminan con una exposición sobre
las leyes (cuáles han sido y cómo deben ser) (cap.
CLXXXIII). Por su parte, en el octavo de la saga, después
de la coronación de Lisuarte su padre Esplandián lo
aparta para instruirle en las obligaciones de su nuevo estado
(cap. CLXXXI). En este caso el aparato doctrinal, aparte de las
habituales alusiones referencias al compromiso que ha
contraído el protagonista con la religión cristiana,
está integrado por una serie de avisos que tienden
más a crear un modelo literario que político del rey
ideal.
- (12) Tanto en el Florisando como en el Lisuarte de
Grecia Sabina asiste como espectadora a los dos duelos que se
producen para conseguir su libertad. Sin embargo, su
reacción frente al desenlace de la pelea es totalmente
contrario.
- (13) El motivo del león domesticado aparace
también en el Lisuarte de Grecia cuando el
protagonista se deshace de Enceleo el Montés y, acto
seguido, visita el zoológico privado de este temible
jayán donde encuentra a un león que obedece
fielmente a su cuidador (cap. XXI). Atraído por esta
circunstancia, Lisuarte le envía este felino como regalo,
significativamente, al emperador romano, subrayando el narrador
cómo este último se hacía acompañar
por su mascota por toda la ciudad e incluso lo llevaba a la
iglesia.
- (14) La Constantinopla histórica es también el
marco geográfico en que se apoya el autor para retomar uno
de los tópicos característicos del género.
Según el autor, la crónica del Lisuarte de
Grecia fue compuesta en griego y, tras la caída de
Constantinopla, trasladada a Rodas por el cronista mayor del reino
(cap. LXVI). Desde ahí se traducirá al toscano y,
posteriormente, al castellano, preocupándose el narrador
por contrastar la veracidad de diversas informaciones a
través de personas reales.
- (15) En esta línea apuntaban las interpretaciones de
Maxime Chevalier en "Le roman de chevalerie
morigéné, Le Florisando", Bulletin
Hispanique, 60/4 (1958), pp.441-449, y mis artículos
mencionados anteriormente junto con el titulado "Las Sergas de
Esplandián y las continuaciones del
Amadís (Florisandos y Rogeles)",
Voz y Letra (Revista de Literatura), VII/1 (1996),
pp.131-156.
- (16) Cito por la edición de 1526, Sevilla, Jacobo
Cromberger alemán y Juan Cromberger.
- (17) A título anecdótico, frente a la
difusión editorial peninsular e internacional de que
gozó la familia del Amadís de Gaula, resulta
significativo, a la vez que ilustrativo, el siguiente dato que nos
aporta José Manuel Lucía Megía. Según
este autor, en Francia, "el cardenal Mazarine reunirá en su
biblioteca el cuadro completo -digamos ortodoxo- de los amadises,
prescindiendo del libro sexto y también del octavo"
(Imprenta y libros de caballerías, Madrid, Ollero
& Ramos, 2000, p.99).
- (18) Las singularidades de las crónicas analizadas no
sólo han sido interpretadas como "tendencia heterodoxa", en
tanto que tales obras se desvían en muchos sentidos del
modelo paradigmático del Amadís de Gaula,
sino que algunos estudiosos llegan a encuadrarlas dentro de una
línea "realista". Es ésta la opinión, por
ejemplo, de Javier Guijarro Ceballos, El "Floriseo" de Fernando
Bernal, Mérida, Editora Regional de Extremadura, 1999,
p.130, n. 31, y José Manuel Lucía Mejías,
"Libros de caballerías castellanos: textos y contextos",
Edad de Oro, XXI (2002), pp. 9-60 [p.29].
Coincidiendo con el acierto de la etiqueta, queda todavía
mucho camino por delante a la hora de definir la naturaleza
realista de estos libros, puesto que si bien introducen muchos
detalles realistas, especialmente el Florisando, no
renuncian a numerosos tópicos genéricos que
cuestionan el concepto de verosimilitud y toda perspectiva
empírica.
- (19) Cito por la edición de Javier Martín
Lalanda, Centro de Estudios Cervantinos, Alcalá de Henares,
1999.