GENEALOGÍA DE LA TOLEDANA DISCRETA (1604) DE EUGENIO MARTÍNEZ
BREVE APUNTE A MANERA DE INTRODUCCIÓN
Juan Carlos Pantoja Rivero
El autor
Eugenio Martínez nació, según se desprende de la portada de la Genealogía de la toledana discreta, en Toledo, y, según se deduce de los preliminares de su otra obra publicada (Vida de Santa Inés), este hecho debió de acaecer en el mes de julio de 1559. No tenemos noticias de ningún tipo acerca de su infancia y juventud, aunque sí sabemos que desde joven se dedicó a la literatura y escribió su Vida de Santa Inés a los veinticinco años, si damos crédito a su propia información (1). También sabemos que profesó como cisterciense en el monasterio soriano de Santa María de Huerta (1597), así como que se dedicó a la docencia en algún lugar de Galicia y que era un gran conocedor de la cultura clásica (incluso, parece ser que escribió, aunque no publicó, un tratado sobre la naturaleza de los dioses).
Nada sabemos acerca de otros acontecimientos en la vida de Martínez; ni siquiera podemos dar una fecha como válida para situar su muerte, que parece ser que ocurrió con toda seguridad antes del año 1626, fecha de la edición en Bruselas del Phoenix reviviscens de Crisóstomo Henríquez, quien, al referirse en esta obra a nuestro autor utiliza el tiempo pasado, dejando bastante claro que ya no estaba entre los vivos: "fuit felici ingenio". Es probable, incluso, que Eugenio Martínez no viviera ya en 1617, año en el que Henríquez pasó a Flandes, pues no es fácil que a éste le llegaran las nuevas de la muerte de nuestro autor (uno más de todos los que reseña en su obra). Pudo Henríquez, a su marcha, haber sido ya testigo del fallecimiento de Martínez en el propio monasterio de Huerta en el que los dos profesaban. Lo que sí parece demostrable es que nuestro autor aún vivía en 1607, año en el que Crisóstomo Henríquez vistió el hábito del Císter, a los trece de su vida, pues éste afirma haber estado en la celda de aquél (2).
En lo que se refiere a las obras de Eugenio Martínez, Henríquez menciona, amén de las citadas (incluyendo el tratado sobre la naturaleza de los dioses), una Vida de Santa Catalina, virgen y mártir, de la que no parece existir ninguna edición. Además escribió también un soneto a San Atilano que figura entre los poemas laudatorios que encabezan el libro de Atanasio de Lobera, Historia de las grandezas de la ciudad y iglesia de León, publicado en Valladolid en 1596.
Hay cierta confusión entre las fechas de publicación de sus dos libros impresos y la información que ofrece Henríquez (y que luego siguen fielmente la mayoría de los que han citado alguna vez las obras de Eugenio Martínez), lo que ha llevado a más de uno a considerar que el autor de la Vida de Santa Inés no es el mismo que el de La toledana discreta (3). Sin embargo, y a pesar de que nosotros mismos a veces lo hemos dudado, hay un argumento irrefutable para afirmar que se trata del mismo autor: la completa reseña de Crisóstomo Henríquez unida a su afirmación de haber conocido a Martínez y de haber estado en su celda de Santa María de Huerta. No es difícil que Henríquez recuerde los títulos y aventure por aproximación las fechas, ya que su libro no pretende ser un estudio científico, sino tan sólo dar a conocer la labor intelectual de sus hermanos de profesión.
La toledana discreta en su contexto literario
Dentro de la literatura del siglo XVI se desarrolla, como es sabido, un género narrativo en verso que, bajo el nombre de épica culta del Renacimiento, engloba a un elevado número de obras, si bien no todas ellas obedecen a unos mismos motivos ni tratan siempre sobre temas que podamos considerar épicos en el sentido de relatos de hazañas y aventuras, generalmente con una base real. La vasta producción de poesía épica renacentista contiene muchos textos de carácter religioso, otros de carácter burlesco, decenas de ellos de corte histórico con base medieval, muchos más sobre temas contemporáneos que exaltan las virtudes de grandes héroes del momento, bastantes que tienen su origen en la épica italiana y el canon de Ferrara, con Boiardo y Ariosto como fuentes fundamentales, y, además, existe un pequeño número de poemas que recrean en verso las hazañas de los caballeros andantes, a imitación de los libros de caballerías, con argumentos totalmente ficticios, sin conexión con hechos reales. A este último grupo pertenece La toledana discreta, que se configura como una intrincada selva de aventuras, compuesta por Eugenio Martínez a partir de fuentes diversas y que se convierte en fiel representante de lo que habríamos de llamar poemas caballerescos.
En nuestro poema confluyen materiales de procedencia variada, entre los que destacan fundamentalmente la materia de Troya, la materia de Bretaña, la épica culta del Renacimiento y los libros de caballerías castellanos del siglo XVI.
La materia de Troya aparece a través de los principales héroes del poema, que se nos presentan como descendientes de los dos bandos que lucharon sangrientamente en las guerras de Troya: los griegos, capitaneados por Aquiles (de quien desciende, en el texto de Martínez, Clarimante y todos los caballeros que apoyan su causa) y los troyanos, cuyo líder máximo fue Héctor (antepasado ilustre del Caballero del Fénix, Roanisa, Sacridea y todos los que son parientes de éstos, herederos del reino de Tolietro, nombre con el que se alude a Toledo en el libro). Se podría decir que La toledana discreta continúa y revive, muchos años después, en un tiempo impreciso, las luchas que dan cuerpo a la Ilíada, aunque el ambicioso proyecto de Eugenio Martínez (que preveía cuatro extensas partes y sólo escribió la primera) nos deja a los lectores a las puertas mismas del prometido y postergado enfrentamiento entre lo que él mismo llama en su libro las escuadras de Héctor y las escuadras de Aquiles.
Si arañamos un poco más en la superficie de nuestro poema, encontraremos más referencias al mundo mitológico troyano, así como huellas de Virgilio que enlazan también con ese universo literario de la antigüedad.
En lo que se refiere a la materia de Bretaña, las señales que nos ofrece Martínez son un tanto más imprecisas, y se basan, más bien, en semejanzas con episodios concretos, en situaciones que recuerdan el tono de los relatos artúricos, en la construcción de determinados personajes y, sobre todo, en el aspecto estructural. Como en los poemas artúricos, la corte de Bretaña es el punto de partida de las aventuras, a partir de unas justas que convoca un rey anciano, poderoso e inactivo en lo tocante al uso de las armas (Antero se llama el de nuestro libro, con un nombre que nos recuerda al de Arturo). Pero también a la corte llegan aventuras y de la corte parten los caballeros en busca de éstas, a la manera de lo que leemos en las obras de Chrétien de Troyes y en las de quienes siguieron a éste a lo largo de la Edad Media en el occidente europeo. Si a esto le añadimos la presencia de magos, gigantes, monstruos, encantamientos y otras maravillas, habremos compuesto un fresco muy aproximado a los relatos de la materia de Bretaña y, de paso, a los libros de caballerías, de los que nos ocuparemos después.
La conexión con la épica culta del Renacimiento es evidente, de manera especial, en la forma, ya que no podemos discutir que La toledana discreta está escrita a la manera de ese tipo de literatura tan extendido en los Siglos de Oro y tan olvidado en los estudios literarios. La composición en verso, en octava rima, es común a un sinfín de poemas épicos contemporáneos. Pero también es común la división en cantos, el uso de un ritual introductorio basado en un planteamiento argumental, una invocación a las musas y una dedicatoria al mecenas (aunque esto último no se refleja con mucha fidelidad en el poema de Martínez). Igualmente se acercan a la épica los exordios morales que dan principio a cada canto o los finales de éstos, con alusiones al cansancio o a la larga duración del canto por parte del narrador: todo ello lo podemos constatar echando un vistazo a La Araucana de Ercilla o al propio Orlando de Ariosto, por citar solo dos ejemplos ilustres (4).
Hay también en el poema de Martínez ecos del Orlando furioso, manifiestos en la imitación de un par de episodios, pero no podemos decir que La toledana discreta sea un poema de raíz ariostesca, ni mucho menos una continuación del autor italiano, algo que sí afecta de forma muy directa, verbigracia, a Las lágrimas de Angélica de Luis Barahona de Soto (5).
Por último, el poema que nos ocupa es heredero de los libros de caballerías castellanos del siglo XVI en lo tocante al tema, las descripciones (sobre todo de combates, justas, fiestas...), la presencia de elementos sustanciales de aquél género (como las florestas, las encrucijadas, los castillos extraños, los encantamientos, las luchas desiguales contra monstruos o jayanes, las causas perdidas que se han de defender, los pasos de armas...), la coincidencia de episodios con otros similares dispersos en las infinitas páginas de los libros de caballerías, etc.
Pero fundamentalmente, La toledana discreta entronca con uno de estos libros que desquiciaron a don Quijote: se trata del Espejo de príncipes y cavalleros (El Cavallero del Febo), publicado en Zaragoza en 1555 y compuesto por Diego Ortúñez de Calahorra. La coincidencia entre numerosos episodios y secuencias del poema de Martínez y el libro de Ortúñez nos hace sospechar que el toledano conocía profundamente la obra de éste y que disfrutó con algunas peripecias por él narradas, hasta el extremo de incorporarlas con pequeños retoques a su poema de aventuras caballerescas (6).
En definitiva, podemos decir que la Genealogía de la toledana discreta pertenece a un género híbrido que mezcla los libros de caballerías y la épica culta renacentista cuando ya ambos filones narrativos han entrado en franca decadencia. Pero, a la vez, el poema de Eugenio Martínez se encuentra hermanado con un puñado de textos que poseen sus mismas características y que, de manera un tanto dispersa, se escriben entre la segunda mitad del XVI (es el caso del Celidón de Iberia (1583), de Gonzalo Gómez de Luque, el primero impreso sin tener en cuenta El cavallero de la Clara Estrella (1580), de Andrés de la Losa, compuesto a lo divino) y el primer tercio del XVII (como atestigua la Alegoría del Monstruo Español (1627), de Miguel González de Cunedo). Sin duda podemos hablar de un género literario menor, a remolque de los dos grandes géneros que lo hacen posible, al que debemos llamar sin temor libros de caballerías en verso o poemas caballerescos. En este grupo se inscribe La toledana discreta de Eugenio Martínez.
NOTAS
(1). En el colofón a su libro Vida de Santa Inés (Alcalá de Henares, Hernán Ramírez, 1592), Martínez (o el impresor) incluye el siguiente párrafo: "Acabóse la presente obra a los diez y ocho de Septiembre del año de mil, y quinientos, y ochenta y quatro, siendo el Auctor a la sazón, de veynte y cinco años y dos meses". Corroboraría esto también la fecha de nacimiento que hemos indicado.
(2). Para más información sobre la mal pergeñada biografía de Eugenio Martínez, vid. Crisóstomo Henríquez, Phoenix reviviscens, sive ordinis cisterciensis scriptorum. Bruxellae, Typis Ioannis Meerbecii, 1626, pp. 342-343, y el capítulo dedicado a nuestro autor de mi tesis doctoral, Edición y estudio del poema caballeresco "Genealogía de la toledana discreta" (1604), de Eugenio Martínez, Madrid, Servicio de Publicaciones de la Universidad Complutense, 2003 (en formato electrónico). Para los datos biográficos de Crisóstomo Henríquez, vid. Roberto Muñiz, Biblioteca cisterciense española, Burgos, Joseph de Navas, 1793.
(3). Así, por ejemplo, Tamayo de Vargas en su Iunta de libros. La maior que España ha visto en su lengua hasta el año de M.DC.XXIV. Mss., Biblioteca Nacional de Madrid, núms. 9752-9753. Tamayo escribe antes de la publicación del Phoenix reviviscens, lo que hace aún más confuso el asunto. Un análisis más detenido de los problemas de datación lo puede encontrar el lector en mi tesis doctoral, ed. cit.
(4). Acerca de los aspectos compositivos de la épica culta han escrito importantes estudios Esther Lacadena, Nacionalismo y alegoría en la épica española del XVI: "La Angélica" de Barahona de Soto, Zaragoza, Departamento de Literatura Española de la Universidad de Zaragoza, 1980; José Lara Garrido, "Teoría y práctica de la épica culta en El Pinciano", Revista de Literatura, XLIV, (1982), pp. 5-56 y Antonio Prieto, "Del ritual introductorio en la épica culta", en Estudios de literatura europea, Madrid, Narcea, 1975, pp. 15-71, entre otros.
(5). Sobre la huella de Ariosto en La toledana discreta, vid. Maxime Chevalier, L'Arioste en Espagne (1530-1650). Recherches sur l'influence du "Roland furieux", Bordeaux, Institut d'Études Ibériques et Ibéro-américaines, 1966, pp. 351-352 y, sobre todo, 361-364.
(6). Sería improcedente extenderse aquí en el análisis de estas concomitancias, por lo que remito al lector, una vez más, a mi tesis doctoral, ed. cit., pp. 89-107.