de Feliciano de Silva
Emilio José Sales Dasí
Hace algunos años el profesor Beltrán Llavador apuntaba varias semejanzas entre personajes y motivos argumentales de La Celestina de Rojas y el Tirant lo Blanc (1). A partir de este cotejo intertextual no sólo se relacionaban dos de los títulos más importantes de las últimas décadas del siglo XV, sino que se dejaba entrever la permeabilidad de dos tradiciones que capitalizaron el panorama literario renacentista. Aunque el texto martorelliano no sea propiamente un libro de caballerías, a pesar de que pertenezca a un ámbito lingüístico diferente al que acogió a este género sumamente idealista, al Tirant le cabe el honor de ser el primer eslabón en una historia poco estudiada de dependencias e influjos que deben ser tenidos en cuenta.
Ciñéndonos al ámbito literario del libro de caballerías castellano, nos encontramos con que uno de sus autores más prolíficos, Feliciano de Silva, destaca tanto como continuador de la serie del Amadís de Gaula como continuador de la tradición celestinesca con su Segunda comedia de Celestina. En apariencia dos campos que no tendrían nada que ver, pero que, en realidad, revelan enseguida notables coincidencias. Cuando en 1534 se edita la primera edición de la citada comedia de Silva en la prensas de Pedro Tovans en Medina del Campo, el regidor de Ciudad Rodrigo ya ha publicado tres obras caballerescas: el Lisuarte de Grecia en 1514, el Amadís de Grecia en 1530 y las dos primeras partes del Florisel de Niquea en 1532. Varias marcas textuales confirman que Feliciano de Silva no descubrió de improviso el atractivo que le brindaba la tragicomedia de Rojas, sino que esta fascinación debió ser muy anterior a las fechas en que escribía su comedia, labor que de seguro alternaba con la redacción de la Tercera parte del Florisel (1535)(2). El escritor de Ciudad Rodrigo pudo compartir durante muchos años su afición por las caballerías y por la historia sentimental de La Celestina. Merced a esta comunidad de preferencias, utilizaría algunos elementos de esta última obra para enriquecer y dotar de una mayor variedad a sus crónicas amadisianas. Del mismo modo, aprovechó otras invenciones propias para componer su proyecto celestinesco. De esta simbiosis da perfecto testimonio el hecho de que el nombre del protagonista de su comedia: Felides, ya aparece en el Amadís de Grecia, para referirse a un rey de Austria y la Trapobana que reposa en el Castillo de las Poridades junto a su amada esposa Aliastra (2ª parte, cap.60). En el mismo sentido, otros antropónimos pertenecientes a personajes secundarios en ambos textos reflejan la misma afinidad: Boruca (SC)/Buruca (AG), Montón d'Oro (SC)/Montón de la Liza (AG), Zambrán (SC)/Zimbrel (AG).
Si retrocedemos en el tiempo unos años más, vemos que el influjo de Rojas ya es posible detectarlo en la primera producción caballeresca de Silva. El Lisuarte de Grecia es un libro que según confiesa el propio autor escribió en su niñez. Para entonces estaría familiarizado con el Amadís de Gaula de Garci Rodríguez de Montalvo, pero si atendemos a la hipótesis de Sidney P. Cravens sobre la probable asistencia de Silva a la Universidad de Salamanca, también quedaría sentado el supuesto de que "en Salamanca en los primeros años del siglo XVI [ ] entraría en contacto con las recientes creaciones literarias como La Celestina, Cárcel de Amor, las Églogas de Juan del Encina, el Cancionero general de Hernando del Castillo"(3). Aceptando esta teoría como punto de partida, la primera cuestión que se plantea es muy simple: ¿en qué aspectos influiría la tragicomedia?. Habida cuenta de que el Lisuarte es un libro de caballerías donde campean los convencionalismos y tópicos del género, no debe esperarse la presencia de criados, prostitutas e individuos que se guían casi únicamente por el interés material. Tales personajes y tales expectativas nada tienen que ver con un universo ficcional habitado por seres de alta extracción social que persiguen ideales más etéreos como la fama o el amor. En sentido contrario, Silva sí que pudo escoger de La Celestina algunos elementos referentes a la singular relación que se establece entre Calisto, Melibea y la vieja hechicera. El análisis y la descripción de la pasión amorosa era un tema básico en el texto de Rojas y Feliciano pudo reutilizarlo tras un proceso selectivo previo, sin renunciar al concurso de otras fuentes caballerescas fácilmente reconocibles.
Los protagonistas del libro séptimo del Amadís son Lisuarte de Grecia y su tío Perión de Gaula. Ambos se enamoran "a primera vista" de las dos hijas del Emperador de Trapisonda, las princesas Onoloria y Gricileria. De igual manera que Calisto, Lisuarte se expresa con la retórica típica del amor cortés. Se considera inferior a su señora, a la que llegará a divinizar utilizando la hipérbole sacroprofana. Mientras Calisto se confiesa siervo de Melibea y proclama "Melibeo soy, y a Melibea adoro, y en Melibea creo" (Auto I, p.32)(4), durante la celebración de una misa Lisuarte dialoga con su amigo Florestán al tiempo que contempla la hermosura de Onoloria y sus damas de compañía:
- Lisuarte que las mirava dixo a Florestán:
- -Buen amigo, ¿qué vos paresce de aquellas donzellas?.
- -Parésceme, -dixo él-, lo que nunca vi, que pienso que en el mundo no se hallarían otras tales.
- -Escusado es hablar en esso, -dixo Parmíneo-, que si pagano fuera, yo pensara ser estos los dioses que ellos adoran.
- Lisuarte se sonrió e dixo entre sí:
- -Aunque yo no lo soy, por tal tengo yo a mi señora (cap.VI, f.12v)(5).
En un lugar sagrado Lisuarte ha establecido un primer vínculo con Calisto. Sin embargo, esta proclama está desprovista de todo carácter herético y pecaminoso, pues el comportamiento del personaje que podría admitir estos calificativos: su encuentro carnal con la amada, aparece moralmente disculpado por el motivo literario de la promesa de matrimonio secreto.
Aparte de su condición como enamorado al estilo cortés, tanto Lisuarte como Perión son caballeros que, a diferencia de Calisto, no pueden permanecer en el mismo sitio, sino que se mueven constantemente hasta donde se precisa su auxilio o hasta donde la fortuna les guía de forma caprichosa, el proceso de acercamiento del enamorado a su dama precisa de la figura de un tercero o tercera que se encargue de mantener viva la pasión. En las Sergas de Esplandián Rodríguez de Montalvo solucionó esta cuestión narrativa introduciendo a la fiel Carmela, una joven que por amor al héroe llevará a cabo diversas embajadas entre el caballero y la princesa griega Leonorina. Como buen discípulo del regidor de Medina del Campo, Feliciano comprendió muy pronto la eficacia narrativa de Carmela y en los primeros capítulos de su Lisuarte incorpora otro personaje paralelo. La joven Alquifa, hija del gran sabio Alquife, busca a Perión para facilitarle su investidura caballeresca y, acto seguido, conducirle al lugar en el que el protagonista logrará liberar a su padre que viaja prisionero en un carro custodiado por los vasallos del gigante Brutillón. Cuando el caballero cumple la misión para la que ha sido requerido, Alquifa, agradecida por su actuación, ya no se apartará de Perión ni de Lisuarte, constituyéndose en una auxiliar eficiente en asuntos amorosos.
Moldeada a partir de la figura de Carmela, Alquifa es física y moralmente un ser completamente distinto a la primera descripción que de Celestina ofrece Sempronio: "una vieja barbuda [ ], hechizera, astuta, sagaz en cuantas maldades hay [ ] A las duras peñas promoverá y provocará a luxuria, si quiere" (Auto I, p.43). Ahora bien, aunque la caracterización de Alquifa se aparta de la imagen inventada por Rojas, aunque la joven no ayuda a los caballeros persuadida por un interés pecuniario, ni entiende sus actuaciones como un "negocio", ni es un ser socialmente peligroso, no es menos cierto que a través de su intervención este personaje evidencia diversos gestos celestinescos. Es de notar que dichos paralelismos se establecerán con las debidas precauciones, puesto que los contextos literarios en que ambos personajes se mueven son diferentes(6) y, sobre todo, porque, frente a lo que ocurre con Melibea, en el Lisuarte las princesas comparten desde el primer instante los mismos sentimientos que sus enamorados, de forma que la tarea de Alquifa no será tanto la de convencer a las damas, como la de favorecer que sus deseos lleguen a buen puerto.
Los ecos de La Celestina reaparecen en la crónica de Silva cuando Lisuarte, después de escapar de la prisión en que lo tenía la infanta Melía, se entera de la tristeza de Onoloria por su cautividad. Para que la amada no se precupe más por él, pide la colaboración de Alquifa y ésta se ofrece inmediatamente a cumplir sus deseos. "Pues assí es, -responde el caballero-, en vuestras manos pongo mi vida" (cap.XXXV, f.38r). Lisuarte, al igual que ya lo hacía Calisto, identifica el sentido de su existencia con el éxito de sus anhelos amorosos. Celestina y Alquifa serán en cada caso el instrumento idóneo para que el amante consiga sus objetivos, por eso ambos varones depositan en ellas toda su confianza y confiesan su total dependencia de su intervención. Asimismo, la pasión que domina a Calisto y a Lisuarte es de tal magnitud, que la impaciencia los domina. Mientras aquél aguarda nervioso e impaciente las noticias de Celestina tras su primera visita a casa de Melibea: "¡Oh alto Dios, oh soberana deidad! ¿Con qué vienen [Celestina y Sempronio]?¿Qué nuevas traen? Que tan grande ha sido su tardança que ya más esperaba su venida que el fin de mi remedio. ¡Oh mis tristes oídos, aparejaos a lo que os viniere, que en su boca de Celestina está agora aposentado el alivio o pena de mi coraçón!" (Auto V, p.123); Lisuarte insta a Alquifa a emprender rápidamente su embajada porque también él está siendo víctima, aunque de forma retórica, del típico mal de amores: "ruégoos, mi verdadera amiga, que si uvierdes de ir, que sea lo más presto que ser pudiere, porque hasta que yo os vea venir no he de tener ningún descanso ni alegría" (f.38r).
Pero si los caballeros le confían sus cuitas a Alquifa, también hacen lo propio las damas enamoradas. La doncella ha llegado a Trapisonda con una misiva de Perión para Gricileria. Cuando ésta la lee, experimenta tal alteración que "se cayó en los braços de la donzella Alquifa" (cap.XVIII, f.25v). Al recobrar el conocimiento, la princesa explicará la causa que tanto le turba. Del mismo modo que Melibea le confesaba a Celestina, después de solicitar su presencia, que "me comen este coraçón serpientes dentro de mi cuerpo" (Auto X, p.196), Gricileria declara ser víctima de una inquietud "que jamás una hora me da de descanso" (f.25r). El amor ha herido por igual a caballeros y damas, ya sea de forma natural o a través de conjuros mágicos, y como figuras centrales Celestina y Alquifa conocen los síntomas de la enfermedad de cada uno. Si poco podemos aportar a lo ya dicho sobre la sabiduría y experiencia de la vieja hechicera, la doncella de Silva, a pesar de su juventud, también se revela como aguda intérprete de las pasiones humanas. Por eso, subraya el narrador que antes de la confesión de la princesa Alquifa ya "bien conoscido tenía su mal, que muy discreta era".
Capítulos después, el buen hacer de la doncella quedará patente en una nueva embajada a Trapisonda. En ella entrega sendas cartas a Onoloria y Gricileria de sus caballeros, pero además deja constancia de su capacidad persuasoria para encender aún más los amores de las princesas: "les avía dicho tantas cosas que las tenía tan vencidas que no avía más que hazer que venir los cavalleros para hazerse muy bien sus hechos" (cap.LI, f.56v). A pesar de que las damas corresponden a los deseos de sus amados, Silva destaca la labor realizada por Alquifa comparándola con una victoria bélica: "las tenía tan vencidas", quizás porque también ahora quiere seguir la dinámica apuntada por Rojas en su tragicomedia cuando Celestina se presenta en casa de Calisto y le confirma: "a Melibea dexo a tu servicio" (Auto XI, p.209).
Constantemente interrumpida por las numerosas aventuras caballerescas que constituyen el cañamazo fundamental sobre el que se asienta el libro de caballerías, la peripecia amorosa se desarrolla en una serie de avances y retrocesos, de forma que determinadas acciones pueden parecer redundantes. Perión ha llegado finalmente a Trapisonda. Si sus intenciones coinciden con las de Gricileria nada debería impedir en apariencia el encuentro de la pareja. Pero, como siempre, la timidez del caballero se presenta como una defiencia que implica la consiguiente intervención de la tercera. Perión vuelve a dirigirse a Alquifa para dejar en sus manos la resolución de sus cuitas sentimentales: "en vuestras manos está mi remedio. Por ende, ruégovos que remediéis mi vida" (cap.LVIII, f.67r). Ante esta petición, la doncella, que se mueve por las cámaras de los palacios con la seguridad con que Celestina domina las calles de su ciudad, se presenta delante de Gricileria. A la princesa le traslada los sufrimientos del caballero y le pregunta cuál será la medicina que ella si digne a darle: "ningún remedio tiene si vós no le socorréis" (f.67r). La respuesta de Gricileria no deja de ser interesante para los propósitos de este trabajo:
Amiga, por vuestro amor yo haré una cosa por mi cavallero y es que yo holgaré de hablar con él mañana en la noche, después de todos acostados, por esta rexa d'esta cámara que a la huerta de mi padre baxa sale. Por ende, dezilde que venga aquí lo más secretamente que pudiere, que yo le hablaré como tengo dicho (f.67r).
Si en los libros de caballerías no suelen faltar los encuentros secretos y nocturnos de la pareja protagonista, muchas veces como la ocasión oportuna para la consumación de un matrimonio secreto, es fácil pensar también que la cita que concierta Gricileria con Alquifa recuerda en ciertos aspectos al encuentro apalabrado por Melibea y Celestina. Según la vieja le expone a un incrédulo Calisto:
Si burlo o si no, verlo has yendo esta noche, según el concierto dexo con ella, a su casa, en dando el relox doze, a la hablar por entre las puertas; de cuya boca sabrás más por entero mi solicitud y su desseo, y el amor que te tiene y quién lo ha causado (Auto XI, p.210).
Las dos citas coinciden en el mismo hecho que las dos parejas de enamorados se acogerán a la oscuridad de la noche para no ser descubiertos por los demás. Al mismo tiempo, se señala la existencia de un obstáculo inicial: las rejas de la ventana en el Lisuarte y las puertas en La Celestina, que connotan simbólicamente la ilegalidad de los respectivos encuentros y que, en el segundo caso, cuando Calisto intente evitar esta dificultad física, va a reforzar las semejanzas entre ambos textos. Esto es, Melibea lamenta durante su primera cita que "las puertas impiden nuestro gozo" (Auto XII, p.223). Por eso, le ordena a su amado "venir mañana a esta hora por las paredes de mi huerto" (p.224). A pesar del trágico asesinato de la tercera y el ajusticiamiento público de sus criados Sempronio y Pármeno, Calisto atiende a los mandamientos de su señora y piensa llevar consigo esa misma noche a Sosia y a Tristán: "Llevarán escalas, que son muy altas las paredes" (Auto XIV, p.245). Con estas precauciones, Calisto y Melibea podrán verse en la huerta de Pleberio varias noches hasta que se produzca la fatal caída del protagonista de la escalera. Seguramente Feliciano de Silva se sentiría impresionado por este desenlace, de forma, que es muy probable que el primer encuentro de Perión con Gricileria, y los posteriores de esta pareja y de Lisuarte y Onoloria estén pensados como una réplica implícita del modelo celestinesco.
Tal y como quedó convenido entre Alquifa y Gricileria, Perión abandona sigilosamente su cámara, "yéndose a la huerta del emperador que él bien sabía, porque nunca hazía sino mirar por dónde podría hablar a su señora [e] ya él avía caído en lo de la rexa" (f.67r). Perión cuenta con una clara ventaja sobre Calisto y es que él ya conoce el terreno que pisa, después de haber imaginado previamente cómo poder acceder a su amada. Pero hay más diferencias: "llegando a las paredes, como era muy suelto, en un punto saltó de la otra parte. E yéndose por la huerta, vio arrimada a un árbol una escalerilla de pocos passos, e tomándola se fue a la rexa que Alquifa le dixera, que tan baxa estava que sobre la escalerilla con todos los pechos alcançava a ella" (f.67r). Mientras los muros que tiene que escalar Calisto son muy altos, los que dan entrada a la huerta del emperador no lo son tanto, y además el caballero tiene de su lado el beneficio de ser muy suelto. La escalerilla tiene "pocos passos" y la reja está "tan baja" que las dificultades que tendrá que superar Perión son mínimas. Cuando el autor no enfatiza las dotes físicas del caballero, subraya la poca peligrosidad del lugar en que va a tener lugar el encuentro prohibido. Si bien el desarrollo de los acontecimientos y las circunstancias puntuales que concurren al encuentro secreto de los protagonistas en la tragicomedia y el Lisuarte no son completamente idénticas, sí que manifiestan una gran afinidad. En esta obra Feliciano procede de forma similar a como lo hará en su Segunda comedia de Celestina, sustituyendo el trágico desenlace de Rojas por el matrimonio secreto de Felides y Polandria, y entroncando con muchas comedias renacentistas que, aun estando influenciadas por la tradición celestinesca, describen el amor como un sentimiento mucho más jovial y realizable(7).
Un último ejemplo puede servir para confirmar lo anteriormente expuesto. En el capítulo LXXXIX del Lisuarte, Perión y su sobrino se dirigen a un nuevo encuentro con sus respectivas amadas. Siguen el mismo trayecto hasta llegar a la huerta y apropiarse de esas escaleras "arrimadas a la pared de los palacios" que conscientemente Silva ha querido que allí estuvieran. Luego, los caballeros se encaraman en la pared y Lisuarte espera ansioso a Onoloria:
- Como la vio, viéndose delante aquella por quien tan apassionado su coraçón bivía, fue tan alterado que por poco de la escalera cayera. Ella que lo vio tal, metiendo sus manos lo asió por su hermosa garganta, diziendo:
- -Parece amigo, que os espantáis con mi vista. Tenedvos, por Dios, no caiáis (ff.102r-103v).
Por un instante, Lisuarte está a punto de correr la misma suerte que Calisto, pero éste sólo parece ser un guiño con el que el autor se desmarca de su modelo. Además, la causa de la posible caída del caballero, poco tiene en común con los hechos que obligaron a Calisto a subir por la funesta escalera. La alteración que sufre Lisuarte está provocada por la hiperbólica belleza que se le atribuye a su señora. Aunque esta crónica caballeresca es una obra de juventud, Silva sabe aliarse con un tipo de ficción de la que no se desprenden lecciones morales ni interpretaciones transcendentes. Se mantiene en el tópico de la belleza que mata o impresiona en tanto que contribuye a crear un tipo de literatura que complace y divierte a los lectores.
De ser ciertas mis sospechas, Silva empezó rindiendo su primer tributo a La Celestina en su Lisuarte de la misma forma que en esta historia aprovechó motivos, personajes y situaciones del Amadís de Gaula y las Sergas de Esplandián. Como primera de sus creaciones es este el libro donde son más perceptibles las huellas de otros textos. En su cotejo de la tragicomedia seleccionó los aspectos que más fácilmente pudieran acoplarse en las convenciones del libro de caballerías. Por eso, los gestos de Alquifa como tercera o las referencias a los encuentros furtivos de los amantes pueden también tener su correlato en otras obras del género. A medida que Silva vaya madurando como escritor y adquiera conciencia de sus posibilidades creativas, sus continuaciones caballerescas recogerán más y más elementos celestinescos como los engaños, las tercerías y el sexo en un ambiente de cómoda liberalidad(8). Entonces el regidor de Ciudad Rodrigo compondrá sus historias menos supeditado a otras fuentes literarias previas y con un mayor dominio sobre la narración que le permitirá ir más allá de los tópicos estereotipados, superándolos desde una perspectiva más plural. Entonces ya no tendremos que remitirnos como aquí únicamente a un modelo básico, caso de la vieja alcahueta, porque las funciones narrativas de Celestina habrán pasado a manos de personajes que apenas tienen algo que ver con la descripción que Rojas nos ofreció de ella(9). Años después Feliciano lográ fusionar en sus obras los más distintos registros, desde la ironía y el humor(10) hasta la conceptuosidad manierista de su estilo, pasando por la idealización de los comportamientos amorosos. Pero hasta ese momento, valga decir que en el Lisuarte de Grecia, sin llegar a tales extremos de sofisticación, ese joven que bien pudo conocer La Celestina durante sus estudios en Salamanca, o bien leyó esta obra movido por su afición lectora(11), se apercibió de la originalidad de la tragicomedia y la aprovechó para enriquecer la ficción caballeresca; eso sí, reescribiendo los motivos más funestos desde una perspectiva estética plenamente renacentista.
1. "Paralelismos en los enamoramientos de Calisto y Tirant lo Blanc: los primeros síntomas del mal de amor", Celestinesca, 12, 2 (noviembre 1988), pp.33-53; "Eliseu (Tirant lo Blanc) a l'espill de Lucrecia (la Celestina): Retrat de la donzella com a còmplice fidel de l'amor se-cret", Miscel·lània Joan Fuster I, a cura d'Antoni Ferrando i d'Albert G. Hauf, Publicacions de l'Abadia de Montserrat, 1989, pp.95-124; y "Las bodas sordas en el Tirant y la Celestina", Revista de Filología Española, 70 (1990), pp.190-117.
2. J. Martín Lalanda sostiene esta opinión basándose en "la intertextualidad existente entre varios pasajes de Florisel III y de la Segunda Celestina" que enumera en la "Introducción" a su edición de Feliciano de Silva, Florisel de Niquea (Tercera parte), Alcalá de Henares, Centro de Estudios Cervantinos, 1999, pp.XXXVI-XXXVII.
3. Feliciano de Silva y los antecedentes de la novela pastoril en sus libros de caballerías, Estudios de Hispanófila, Chapel Hill, N.C., 1976, p.23.
4. En lo sucesivo las citas al texto de Fernando de Rojas remiten a la edición de B. Morros, Barcelona, Vicens-Vives, 1996.
5. Las citas del Lisuarte de Grecia se corresponden con la edición de Sevilla, Jacobo y Juan Cromberger, 1525.
6. Mientras en el personaje de Celestina Pármeno reconoce seis oficios: "conviene a saber: labrandera, perfumera, maestra de hazer afeites y de hazer virgos, alcahueta y un poquito hechizera" (Auto I, p.50), Alquifa es embajadora y tercera de los caballeros protagonistas, pero también asume las funciones propias de un escudero y se encarga de su comida o de sanar sus heridas.
7. M.Á. Pérez Priego, "Descendencia teatral de La Celestina", Ínsula, 633 (Septiembre 1999), pp.24-25 [p.25].
8. Me remito a lo dicho en mi artículo: "Feliciano de Silva, aventajado <<continuador>> de Amadises y Celestinas", Actas del Congreso Internacional de "La Celestina" (Salamanca, Talavera de la Reina, Toledo, La Puebla de Montalbán, 27 de septiembre-1 de octubre de 1999), en prensa.
9. Ya en su Segunda comedia de Celestina la autoridad de la tercera es mucho menor que en el texto de Rojas. La sustitución del final trágico, como anteriormente se ha dicho, y la atribución de funciones celestinescas a más personajes contribuye a la tendencia evidenciada en otras continuaciones de La Celestina a reducir "la importancia del papel desempeñado por la alcahueta en el remedio amoroso de la pareja central" (A.Vian Herrero, "Transformaciones del pensamiento mágico: el conjuro amatorio en La Celestina y en su linaje literario", Cinco siglos de <<Celestina>>: Aportaciones interpretativas, ed. de R. Beltrán y J.L. Canet, València, Universitat, 1997, pp.209-238 [p. 217]).
10. Sobre estos aspectos resulta interesante la consulta del estudio de M. Cort Daniels: The Function of Humor in the Spanish Romances of Chivalry, Garland, New York & London, 1992.
11. S.P. Cravens llega a sugerir la posibilidad de que Feliciano se costeara su gusto por la literatura con la venta de sus propiedades familiares, convirtiéndose en precedente verídico del propio don Quijote de la Mancha. Aparte de esta anécdota, este investigador confirma el carácter estudioso de Silva apoyándose en los versos del Alonso Nuñez de Reinoso, gran amigo por otra parte del regidor de Ciudad Rodrigo. En una epístola el creador de la Historia de los amores de Clareo y Florisea describe a Feliciano en estos términos: "Tus horas tienes todas muy medidas,/ leyendo de contino en Cicerón/ y lo más primo de lenguas floridas" (Feliciano de Silva y los antecedentes de la novela pastoril, op.cit., p. 29, n.28).