UNA APROXIMACIÓN AL REGIMEN PUERORUM EN EL SPECULUM DOCTRINALE DE VICENTE DE BEAUVAIS Y SU POSIBLE RELACIÓN CON LA SEGUNDA PARTIDA DE ALFONSO X EL SABIO
Irina Nanu*
Universitat de València
Miguel Vicente Pedraz
Universidad de León
La materia médica del Speculum doctrinale, segunda parte del Speculum maius (ca. 1247-1260), es, quizá, una de las secciones más amenas y más entretenidas, cuando no paradójicas, de la monumental enciclopedia de Vicente de Beauvais († 1264). Amena y entretenida, porque rompe con el tono
austero del discurso doctrinal; paradójica, precisamente, porque, en el seno de una tradición espiritual, es capaz de introducir y de conciliar la materia didáctica más vulgar y más mundana: la referida al cuidado del cuerpo.
Los tres libros y más de cuatrocientos epígrafes que conforman el Ars medicine del fraile dominico reúnen fragmentos extraídos, principalmente, de los tratados de Al Razi (ca. 865-925), Alí Abbas († 994) y Avicena (980-1037), a partir de traducciones latinas efectuadas en Toledo, a finales del siglo XII. Aunque, aparentemente, una mera compilatio del saber médico oriental, el texto de Vicente de Beauvais desarrolla uno de las premisas fundamentales de la paideia medieval, a saber, el concepto de buen autogobierno que, al amparo de la ideología monástica, interpretaba el habitus corporal, la contención del gesto e, incluso, la apariencia física como signos exteriorizados de la uirtus y, a la vez, como camino para alcanzarla. Si bien todo el contenido de este magno prontuario resulta de gran interés, son
especialmente significativos los capítulos XXXI, De regimine puerorum, y XXXII, De regimine adolescentium, del primer libro del Ars medicine, dedicados al cuidado de los niños y, respectivamente, de los adolescentes, categorías de mayor riesgo junto con los conualescentes y los senes.[1]
Como es bien sabido, la exégesis de los pocos textos galénicos conocidos en
la Alta Edad Media contribuyó a la cristalización del imaginario religioso de la apariencia, según el cual la deformidad o el simple desorden corporal eran indicios de la desviación del ánimo, así como la salud y la buena disposición de los hábitos lo eran de la integridad espiritual. De esta suerte, el cuidado del alma había de prevalecer sobre toda actividad o práctica que supusieran
la regulación corporal, tal y como queda ejemplificado en una sentencia del Papa Inocencio III (1198-1216) que Beauvais reproduce al tratar de la institutio medici, en el segundo capítulo del Ars medicine:
Ceterum cum anima sit multum preciosior corpore, sub interminatione anathematis, prohibemus ne quis medicorum pro corporali salute aliquid egroto suadeat, quod in periculum anime conuertatur (Draelants y Duchenne 2006 [1624]: en línea).
Tenido en cuenta que el alma es mucho más valiosa que el cuerpo, prohibimos, bajo pena de anatema, que los médicos administren a los enfermos cualquier medicación que pudiese resultar dañina para el alma.
Sentido que, inequívocamente, se proyecta sobre la literatura sapiencial y, asimismo, sobre el segmento menos técnico de la producción médico-dietética ulterior, desconfiadas ambas de la desmesura materialista que pudiera suponer la preocupación por la salud física o, tal vez, recelosas del poder e influencia que empezaban a cobrar los médicos seculares, hasta entonces, indistintos de los propios monjes que habían ejercido su precario arte curativo en las dependencias monacales.
De los escritos didácticos, aunque bajo la forma jurídica que les confiere el corpus legislativo de las Siete Partidas, destacan, en las letras castellanas, las amonestaciones que Alfonso X dirige a los médicos de su reino. En la Ley XXXVII de la Primera Partida, Como deue el enfermo primero pensar de su alma que de melezinar el cuerpo & que pena merece el fisico que de otra manera lo melezina, el Rey Sabio justifica la pena de excomunión para aquellos médicos que accedieran a prescribir algún medicamento a quienes, previamente, no se hubieran sometido al sacramento de la confesión:
Pensar deue el onbre primeramente del alma que del cuerpo porque es mas noble & mas preçiada & por ende touo por bien santa eglesia que quando algund cristiano enfermase en manera que demande fisico que lo melezine quela primera cosa quele deue fazer desque ael viniere es esta quele deue conseiar que piense de su alma confesando se sus pecados despues que esto ouiere fecho deue el fisico melezinarle el cuerpo & no antes que muchas vezes acaesçe que agrauian las enfermedades alos onbres mas afincadamente: & se enpeoran por los pecados enque estan: & que esto asi sea auemos lo por enxenplo de vn enfermo que sano nuestro sennor ihesu xpisto aquien perdono primeramente sus pecados que le dixo quele sanase & el respondiole asi ve tu carrera. & de aqui adelante no quieras mas pecar porque te aya de acaesçer alguna cosa peor que esta. & porende touo por bien santa eglesia que ningund fisico cristiano no sea osado de melezinar el enfermo amenos de confesarse primeramente & el que contra esto fiziere que fuese echado dela eglesia por lo que faze contra su defendimiento. Otrosi defiende santa eglesia sopena de escomunion quelos fisicos no conseien alos enfermos que fagan cosa que sea pecado mortal esto porque las almas son mejores que los cuerpos & mas preçiadas.
En la misma línea ideológica, ahora, con referencia a textos médicos propiamente dichos, Estéfano de Sevilla asegura, en su Visita y consejo de médicos, tratado del siglo XIV, que ninguna enfermedad puede ser curada mientras permanezca la causa interior, por lo cual apremia a los médicos que deseen la salud de sus enfermos a remover la causa mayor que es el pecado:
[...] por este presente ordenamiento mandamos constrennida mente a todos los medicos que an de auer cuydado de todos los cuerpos que cuando les contesciere visitar algunt enfermo que fagan llamar antes al medico del alma ante que cosa corporal en ellos se faga (González y Forteza 1996: 49).
En la primera mitad del siglo XV, Alonso Chirino, médico del rey Juan II (1419-1454), señala en su Replicación al espejo de medicina:
[…] lo primero que deue fazer el enfermo gelo deue amonestar el medico es que confiese para salud de su anima (González y Forteza 1996: 49).
Aún más, en el Menor daño de la medicina, el mismo Chirino antepone los mandatos de la doctrina católica a los de la ciencia médica, especialmente cuando éstos últimos puedan contravenir a los primeros:
[…] el que es enemigo de la verdat non es sin razón que sea enemigo de su fija de la verdat que es la ordenança catholica por lo cual ningunt fiel o discreto non deue creer al medico para comer carne en viernes en ninguna enfermedat […] (Herrera 1973: 46).
En este contexto de cierta dualidad en la valoración somática, la paradójica preocupación médica por parte de un fraile dominico se resuelve, por un lado, gracias a una percepción social del cuerpo, cuyo cuidado, lejos de inscribirse en la esfera de la iniquidad, constituía, en ocasiones, una vía doctrinalmente aceptable
de dominación. Por otro lado, la tradición monacal impulsó, mediante las llamadas consuetudines, la práctica cotidiana del gobierno del cuerpo, la cultura higiénico-dietética, las técnicas curativas e, incluso, la enseñanza de las buenas maneras, tradición que se vio enriquecida y multiplicada, a partir de los siglos XI y XII, por recetarios, antidotarios y cuadernos
terapéuticos, procedentes de las primeras compilaciones de la escuela salernitana, así como de las traducciones latinas de la medicina árabe.
Ahora bien, Vicente de Beauvais opta, explícitamente, por dichas traducciones, cuya materia explora en el saber médico grecoárabe, en gran medida, colapsado en la tradición occidental, al mismo tiempo que transmite una actitud de compromiso mundano mucho más acusada de lo que, hasta entonces, habían supuesto las normas y las reglas de buena convivencia en el convento.
Aun así, su llamada al cuidado del cuerpo y al perfeccionamiento de los hábitos físicos no implica, como se podría pensar, una rectificación de la tradición monástica: toda atención sobre el cuerpo sigue siendo un medio para alcanzar la perfección moral. Sin embargo, y esto, tal vez, constituya el punto de inflexión que representa el dominico, la limpieza corporal, la dieta o el ejercicio físico ya no se perciben como un medio inevitable que, mal administrado, puede mover a un regocijo inmoral. De este modo, en el Speculum doctrinale, Beauvais parece hablar, por boca de Al Razi, Ali Abbas o Avicena, más bien como pedagogo o médico: la profusión de estipulaciones que incorpora de la tradición árabe, el detalle técnico y la indicación de las edades más apropiadas para perfeccionar los hábitos y morigerar el ánimo sugieren una práctica racional y ajustada tanto a la naturaleza corporal como al ejercicio virtuoso de la moral.
Una mentalidad similar origina los rígidos criterios de selección de la nutrix, quien, en muchas ocasiones y, sobre todo, en caso de falta de lactancia materna, amamantaba al infans hasta la edad
de dos años. Es significativo, en este sentido, un fragmento del Canon medicinæ (ca. 1012) de Avicena, que encabeza el capítulo XXIX, De eligenda nutrice et eius regimine:
Eligenda est nutrix etatis mediocris, scilicet inter annos XXV et XXX quoniam hec est etas iuuentutis et sanitatis, atque complementi. In ea quoque consideranda sunt figura corporis et mores et forma mammillarum et qualitas lactis et quantitas temporis quod fluxit ab hora sui partus [...](Draelants y Duchenne 2006 [1624]: en línea).
La nodriza habrá de ser de edad mediana, esto es, entre veinticinco y treinta años, cuando más se goza de juventud y de salud. Se considerarán, asimismo, su apariencia física, sus costumbres, la forma de sus senos, la calidad de su leche y el tiempo que haya pasado desde su último parto [...].
La preferencia manifiesta del dominico por las recomendaciones de Avicena no parece obedecer, esta vez, al inmenso prestigio del que gozaba el Canon medicinæ:
Constituye el Canon medicinæ (Kitab al-Qanun fi-l-tibb) el tratado más destacado de la obra médica de Avicena y el que mayor impacto produjo sobre la medicina cristiano-occidental. Como su nombre indica, es la norma, la regla, el código de la medicina. Si no fue la culminación de la ciencia médica de los árabes, así fue considerada; en cuanto al Occidente cristiano, en él se insertó como la más lograda sistematización racional de la ciencia médica hipocrático-galénica. En esta obra el maestro consiguió el más perfecto ensamblaje y la máxima armonización entre los diversos aspectos de la ciencia médica, a la que llegó a sistematizar, apoyándose en un riguroso criterio de definición. Esta extensísima obra, dotada de un orden riguroso y sólido, con divisiones y subdivisiones múltiples, hacía asequible y, por tanto, posible a Galeno. Así lo vieron todos los maestros de medicina a partir del momento que Gerardo de Cremona, en Toledo y antes de 1187, lo trasladó al latín y entra en el recinto de las Escuelas de medicina hacia la segunda mitad del siglo XIII (Amasuno Sarraga 1990: 134).
A diferencia de Avicena, en el Canon medicinæ, Al Razi y Alí Abbas,[2] a quienes Beauvais cita a continuación, no hacen mención alguna de las costumbres del ama de leche, sino que insisten en la necesidad de un régimen dietético equilibrado y de una estricta disciplina sexual, advirtiendo sobre las graves consecuencias médicas de la más mínima transgresión de dichas responsabilidades. La idea de complementariedad entre disciplina exterior y disciplina interior, tan familiar a la medicina medieval, podría explicar el éxito y la difusión del texto de Avicena, que presenta una innegable comunidad de ideas con la parte final de la Ley III, En que manera deven ser guardados los fijos del Rey, del Título VII de la Segunda Partida, el único speculum principis de la segunda mitad del siglo XIII que considera la función educativa de la nodriza:
Ca bien asy commo el ninno se govierna e se cria en el cuerpo de la madre fasta que naçe, bien asy se govierna e se cria del ama desde quel da la teta fasta que gela tuelle, e porque el tienpo desta criança es mas luengo quel de la madre, por ende non puede seer que non rreçiba mucho del contenente e de las costunbres del ama. Onde los sabios antiguos que fablaron en estas cosas natural mente dixieron que los fijos de los Reyes deven aver atales amas que ayan leche asaz, e sean bien conplidas, e sanas, e fermosas, e de buen linage, e de buenas costunbres, e sennalada mente que non sean muy sannudas, ca sy ovieren abondançia de leche, e fueren bien conplidas e sanas, criaran los ninnos sanos e rreçios, e sy fueren fermosas e apuestas, amarlas an mas los criados, e avran mayor plazer quando las vieren, e dexarles an mejor criar; e sy non fuesen sannudas, criarlos an mas amorosa mente e con mansedunbre, que es cosa que an mucho menester los ninnos para creçer ayna: ca de los sosannos e de las feridas podrien los ninnos tomar espanto por que valdrien menos, o rreçibirien ende enfermedat o muerte (Juárez Blanquer y Rubio Flores 1991: 75).
Aunque es muy probable que Avicena se nombrara entre los sabios antiguos invocados en la Segunda Partida, el monarca castellano y sus colaboradores suman a las uirtutes de la nutrix la imprescindibilidad de un origen noble, matización esperable y, hasta cierto punto, ineludible al tratarse de la crianza de los infantes reales: la leche se convierte, de tal modo, en una antonomasia de la excelencia nobiliaria, en otras palabras, en una metáfora de la sangre y de los enlaces familiares que ésta representa. Además, el texto alfonsí establece una relación de simbiosis total, moral y somática, entre el ama de leche y el recién nacido, que genera una infalible correspondencia ánimica y dependencia del carácter.
No obstante, la visión moralizante de Vicente de Beauvais y de Alfonso X el Sabio coexiste con la orientación más bien organicista de la propuesta hermenética de Pedro de Alvernia († 1304), discípulo de Santo Tomás de Aquino (1225-1274) y continuador de su Comentario a la Política de Aristóteles, quien glosa, de la siguiente manera, una observación del Philosophus[3] acerca de la alimentación infantil y, concretamente, de las propiedades nutritivas de la leche:
Manifestum est autem, et considerando in aliis animalibus, et etiam in gentibus diuersis quibus cura est in pueris inducere habitum et dispositionem ad bellum, quod lactis natura abundans est alimentum conueniens et familiare corporibus humanis, et enim alia plura animalia fetus post partum ad tempus ex lacte nutriunt, et similiter gentes bene uolentes disponere pueros; quoniam, sicut Aristoteles dicit secundo de generatione, ex eisdem sumus et nutrimur. Nutrimentum enim conuertitur in substantiam rei alitæ; et eiusdem substantiæ et formæ oportet esse materiam unam. Et ideo quanto alimentum aliquod similius est ei ex quo generatur aliud, tanto convenientius est ad nutriendum ipsum. Lac autem ualde simile est secundum complexionem menstruo ex quo generatur puer: superfluum enim alimenti deriuatum a natura ad matricem menstruum est, deriuatum autem ad mamillas et dealbatum ibi, est lac. Et ideo conuenientissimum alimentum pueris post partum est lactis natura, et magis mulieris quam bestiæ, et adhuc maxime matris propriæ quam alienæ; unde illi qui nutriuntur ex lacte matris propriæ, melius debent esse dispositi secundum naturam. Propter quod Avicenna dicit, quod extremum mamillæ matris propriæ ponere in ore infantis, ualde confert ad remouendum omne nocumentum. Lac tamen matris propriæ statim post partum non est conueniens puero, donec complexio distemperata per parum temperetur (Busa 2006 [1864]: en línea).
De la observación de otros animales, así como de aquellos pueblos en los que el cuidado de los hijos se dirige a desarrollar el hábito y la disposición para la guerra, debemos considerar que la naturaleza abundante de la leche es el alimento conveniente y familiar para los cuerpos humanos. También, en otros muchos animales, el nacido, después del parto, se nutre de la leche en el período de lactancia. De manera similar, la sociedad humana procura que sus hijos estén bien dispuestos, pues, como bien dice Aristóteles en el libro segundo de La generación, somos y nos nutrimos de los mismo. El alimento se convierte en la sustancia de la cosa nutrida, y, de la misma sustancia y forma, es preciso que haya una única materia. Por eso, cuanto más similar sea algún alimento a eso de lo cual se genera, tanto más adecuado será para nutrirlo. La leche es muy similar, según la complexión, a la sangre menstrual de la cual se genera el hijo; pues lo superfluo del alimento que es derivado, por la naturaleza, a la matriz de la que ha menstruado, y derivado a las mamas y blanqueado allí, es la leche. Por eso, es muy adecuado que el alimento del hijo después del parto sea la leche que da la naturaleza, y más en las mujeres que en los animales, y, aún más, la leche de la madre que de la ajena. Por ende, los que se nutre de la leche de la madre propia, se disponen mejor para la naturaleza. Por eso, dice Avicena que poner en la boca de infante en pezón de la madre es muy beneficioso para remover todo lo nocivo. Sin embargo, la leche de la madre propia, inmediatamente después del parto, no es apropiada para el hijo hasta que la complexión, destemplada por el parto, de temple (Mallea 2001: 626).
Una vez acabada la lactancia, la alimentación láctea será sustituida por agua azucarada y, si se manifestaran síntomas de estreñimiento o de diarrea, por jarabe de fruta con un contenido elevado de agua, según explica Al Razi en un fragmento del Almanzor, que Vicente de Beauvais recoge en el capítulo XXXI, De regimine puerorum, del primer libro de su Ars medice:
Pueri minutione, uel forte uentris solutione medicandi non sunt, sed ei subueniendum est cum scarificatione et uentris ex aqua fructuum solutione. Custodiendi sunt autem, ne multum de mellis confectionibus, aut de fructibus comedant et egritudines multas incurrant. A lacte quoque et caseo et crassis nutrientibus remoueantur, ne lapis in eorum uesicis generetur. Quibus etiam semina melonum excorticata cum saccharo tribuantur, ut in eis instrumenta urine mundificentur, ne lapidis generatio fieri incipiat. Neque uero multum nutrientibus repleri permittendi sunt, nec cibos sumere, donec prior cibus digestus sit (Draelants y Duchenne 2006 [1624]: en línea).
En el caso de que un niño padeciera estreñimiento o diarrea, no se le ha de proporcionar medicación alguna, sino que se le ha de administrar semillas escarificadas y, respectivamente, jarabe de fruta con un alto contenido de agua. Además, no deben consumir, en exceso, productos a base de miel o de frutas, ya que podrían contraer muchas enfermedades. De la misma manera, que no se les deje beber leche ni comer queso o cualquier otro alimento graso, para evitar la formación de cálculos vesiculares. Sin embargo, que se les dé pepitas de melón con azúcar, porque su ingestión estimula el buen funcionamiento del aparato urinario y, por tanto, impide que se formen cálculos. Asimismo, que no se les permita comer hasta la saciedad ni que vuelvan a comer antes de que haya finalizado la digestión.
Asimismo, se habrá de evitar el consumo de vino, que, a pesar de sus efectos benéficos, puede causar serios trastornos temperamentales. En esta dirección, el imaginario hipocrático, según el cual la composición humoral y sus eventuales desequilibrios serían los responsables últimos de la complexión y del temperamento, aparece, con toda rotundidad, en la selección médica de Beauvais. Los textos escogidos de Avicena y Ali Abbas son paradigmáticos a este respecto, especialmente, en sus referencias a las alteraciones provocadas por el vino, ya que ambos recurren a la nomenclatura tradicional, mencionando, incluso, el mecanismo termohidráulico de los afectos y de los cambios de personalidad:
In regimine uero puerorum quod ab infantia emergit, intentio tota sit in eius mores moderando ac meliorando: ne scilicet ira fortis, aut timor uehemens accidat ei, neque tristitia, vel uigilie. In hoc enim due consistunt utilitates, una scilicet in anima eius, ut morum bonorum habitus a pueritia crescat ac fixus in eo permaneat: altera uero in eius corpore, quia sicut mali mores malitiam complexionis sequuntur, sic etiam ex illorum consuetudine cum accesserit, malitia complexionis eos sequitur. Ira namque uehementer calefacit et tristitia exiccat, pigritia uirtutes animales laxat et complexiones ad phlegmatis proprietatem inclinat. Sanitas ergo corporis et anime simul in temperantia morum consistit. [...] nec uinum ei detur, maxime cum calide complexionis fuerit, quoniam in potatoribus ex eo cholera regeneratur; nec ipse puer indiget iuuamento quod ex uini potatione expectatur, hoc est urine prouocatio et iuncturarum humectatio (Draelants y Duchenne 2006 [1624]: en línea).
En cuanto al cuidado de los niños, -la niñez es la edad inmediatamente posterior a la infancia-, se ha de poner todo el empeño en el entrenamiento y perfeccionamiento de sus hábitos, esto es, que no experimenten sentimientos como la ira desmesurada, el miedo exagerado, la tristeza, o bien el insomnio. Las ventajas de dicho método educativo son de dos tipos: por un lado, de orden moral, porque se aseguran, ya desde la niñez, la asimilación de los buenos hábitos y su constante práctica; por otro lado, de orden físico, puesto que los malos hábitos, una vez adquiridos, generan trastornos temperamentales. Por ejemplo, la ira calienta sobremanera, la tristeza provoca sequedad, la pereza da rienda suelta a los instintos más animálicos y predispone a un temperamento flemático. La salud del cuerpo y, al mismo tiempo, del alma consiste en la sobriedad moral. [...] No se le dejará beber vino, sobre todo si tiene una complexión cálida, porque el consumo de alcohol puede hacerle montar en cólera. No le harán falta los efectos benéficos del vino, a saber, el orinar y la estimulación de las articulaciones.
El texto de Ali Abbas, mucho más escueto que el de Avicena, se limita a plantear las inconveniencias del consumo de vino por parte de los niños, debido a su incompatibilidad con la complexión infantil, caracterizada por la presencia conjunta de calor y de humedad:
Puer ablactatus a multitudine ciborum arceatur et ab abundatia dulcium et farina ac ceteris et a cibis grossis et aqua turbida, que lapides generant: nec eum assuescere uino conuenit, quoniam auget calorem et humiditatem, qualis est puerorum complexio. Corpora quoque complexionis huiusmodi patiuntur accellerationem putrefactionis humorum. Detur tamen eis modicum, ut prouocet urinam et minuat ab eo superfluitatem et humectet siccitatem que accidit ei ex labore (Draelants y Duchenne 2006 [1624]: en línea).
Una vez haya acabado la lactancia, al niño se le tendrán que prohibir las comidas y los dulces en abundancia, y, de la misma manera, no podrá consumir productos haríneos y grasos, ni podrá beber agua turbia, que predispone a cálculos. Tampoco se le habrá de acostumbrar al consumo de vino, porque le aumentará el calor y la humedad del cuerpo, propias de la complexión infantil. Sólo se les podrá dar vino en cantidades módicas, para que les ayude a orinar, les reduzca la sensación de saciedad y les calme la sensación de sequedad que da el comer.
Si Ali Abbas recomienda la inclusión de raciones reducidas de vino en la alimentación de los pueri, siempre con fines curativos, su exposición del regimen adolescentium implica una perspectiva diferente, dada la permisividad total del médico persa hacia el consumo de vino aguado:
Vinum bibant, nec multum nouum, nec uetus mixtum aqua frigida [...] (Draelants y Duchenne 2006 [1624]: en línea).
Que beban el vino aguado, ni demasiado nuevo ni demasiado añejo.
En un sentido similar, se pronuncia el Rey Sabio, en la Ley VI, Commo los fijos de los Reyes deven ser mesurados en bever el vino, del Título VII de la Segunda Partida, que, pese a su enfoque predominantemente cientificista, no desconoce el empleo de cierto tono adoctrinador, reconocible en la tratadística moral coetánea, desde el De eruditione puerorum nobilium (ca. 1246-1247) del propio Vicente de Beauvais hasta el De eruditione principum (ca. 1265) de Guillermo Peraldo (ca. 1200-1271) y el De regimine principum (1277-1279) de Egidio Romano († 1316):[4]
Costunbrar deven a los fijos de los Reyes a bever el vino mesurada mente e aguado; ca segunt dixieron los sabios que sy lo beviesen fuerte ademas tornar se ye en grant danno, que faze postemas en las cabeças de los moços que mucho vino beven, e caen por ende en otras grandes enfermedades: asy que cuydan los omnes que es demonio: e demas fazeles seer de mal sentido, e non bien costunbrados, ca les ençiende la sangre de guysa que por fuerça an de seer sannudos e mal mandados. E despues quando son grandes an de ser follones contra los que con ellos biven, que es mala costunbre e muy dannosa para los grandes sennores, e aun syn todo eso fazenles menguar las saludes, e encorta la vida; e aun dixieron que los deven costunbrar que non bevan mucho de una vegada, ca esto faze mucho menguar el comer, e creçer en la sed, e faze danno a la cabeça e enfraqueçe el viso. E otrosy non deven acostunbrarlos a bever vino mucho a menudo entre dia, ca esto es cosa que danna al estomago non dexando cozer la vianda, por esta rrazon misma faze mal a la cabeça, nin otrosy lo deven bever despues que son echados, porque es mala costunbre, e los que lo usan semeja que no pueden estar syn ello, e demas faze al omne ser muy dormidor, e sonnar malos suennos e rromadyzar a menudo. E dixieron otrosy que non deven bever luego que esdepertasen, porque quien lo usa cae por ello en grandes enfermedades, asy commo en troposia e en dannamiento del eneldo, que son enfermedades por que aborreçen los omnes mucho a quien las a: e aun dixieron quel destorvava mucho la rrazon que a de dezir: e otrosy dixieron que los devien guardar que non beviesen mucho sobre comer, e esto mueve al omne cobdiçiar luxuria en tiempo que non conviene, e siguese ende grant danno al que lo usa en tal sazon, ca enflaqueçe el cuerpo, e sy algunos fijos faze sallen pequennos e flacos. (Juárez Blanquer y Rubio Flores 1991: 77)
Debidas, probablemente, al uso de unas mismas fuentes, las concordancias entre el Ars medicine de Vicente de Beauvais y la Segunda Partida sugieren, a nuestro modo de ver, el carácter innovador del texto alfonsí: el monarca español y su equipo de compilatores destacan por la iniciativa de integrar, a su programa educativo diseñado para los fijos de los Reyes, las más imporantes teorías médicas de su tiempo, óptica discursiva que contrasta con el tratamiento exclusivamente moral de actos fisiológicos como el cibus y el potus en la literatura formativa de la época.
*Irina Nanu es becaria predoctoral de investigación del programa Cinc Segles de la Universitat de València.
Obras citadas
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BLADO, A., ed. 1968 [1556]. Ægidius Romanus, De regimine principum libri III. Francfort: Grapischer Betrieb Heinz Saamer.
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última consulta: 1 de diciembre de 2006]. Disponible aquí.
——— , ed. 2006 [1951]. Petrus de Aluernia, Continuatio Sancti Thomæ in Politicam a libro VII ad librum VIII [en línea]. Fundación Tomás de Aquino [Fecha de la última consulta: 1 de diciembre de 2006]. Disponible aquí.
DRAELANTS, I. y M. C. DUCHENNE, eds. 2006 [1624]. Vincent de Beauvais, Speculum doctrinale (Dijon, BM 568, 1244) [en línea]. Bases Textuelles de l’Atelier Vincent de Beauvais [Fecha de la última consulta: 1 de diciembre de 2006]. Disponible aquí.
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