De Alfonso el Sabio al Canciller Ayala: variaciones del relato histórico

(Conclusiones del seminario dictado en la Universidad de Buenos Aires, agosto-noviembre de 2002)

 

LEONARDO FUNES
SECRIT-CONICET
Univ. de Buenos Aires

 

Prefacio

     Lo que ofrezco en este trabajo, como el subtítulo lo indica, es un texto que resume las tareas y conclusiones de un seminario sobre historiografía castellana medieval de los siglos XIII y XIV. Se trató de un seminario de investigación de 60 horas, repartidas en 15 reuniones semanales de cuatro horas, en el que participaron alumnos de grado avanzados y alumnos de posgrado. Luego de una primera etapa en la que tuve a cargo la exposición del marco teórico e histórico-literario y de algunas líneas de indagación posibles, el grueso de la actividad consistió en una serie de trabajos de investigación (individuales y grupales) sobre textos y problemas acotados, a modo de calas en la problemática general de la historiografía castellana del período en cuestión, trabajos cuya evolución y resultados se fueron exponiendo y discutiendo entre todos los asistentes al seminario. Se trató, pues, de un trabajo de equipo dentro del cual tuve la función de coordinador y, finalmente, de redactor y editor del presente informe. Dado que el enfoque histórico de la lógica evolutiva del género estuvo entre las principales preocupaciones, el ordenamiento cronológico de esta síntesis refleja con bastante fidelidad el desarrollo de las reuniones del seminario.

     El hecho de que los textos cronísticos estudiados vehiculicen, de un modo preponderante, su función ideológica a través de la ejemplaridad justifica, en principio, la inclusión de este trabajo en Memorabilia. En rigor, la forma ejemplar era uno de los modelos dominantes para la configuración narrativa de los hechos del pasado, del mismo modo que la ejemplaridad como estrategia discursiva estaba presente en los demás modelos narrativos a los que echaron mano los cronistas de la Baja Edad Media. Al hablar de crónicas nos ubicamos, pues, en el meollo de la temática de esta revista virtual y así lo han entendido también sus responsables, a quienes agradezco -en especial a mi querida colega Marta Haro Cortés- la oportunidad de difundir esta experiencia de investigación, de cuya riqueza y pertinencia espero que den cuenta las páginas que siguen.

 1. Cuestiones preliminares

     Durante la última década del siglo XX, el estudio de la historiografía hispánica medieval ha tenido relativamente mayor desarrollo y expansión que el de cualquier otro género o autor de las letras peninsulares de ese período. Mientras el interés y la producción crítica sobre la épica, el romancero, el Libro de buen amor, don Juan Manuel, la lírica cancioneril, la ficción sentimental y la Celestina mantuvieron el primer plano como en décadas anteriores, los estudios cronísticos salieron de su extrema marginalidad y alcanzaron una mediana notoriedad a través de congresos, libros colectivos y números monográficos de revistas especializadas. El fenómeno es muy notable en los centros académicos del mundo hispánico, como lo es también en Francia y en Gran Bretaña, aunque todavía no es tan visible en Estados Unidos, Canadá y otros países no hispanohablantes.

     En este contexto, la propuesta de un seminario sobre historiografía castellana medieval supone tener en cuenta un corpus bibliográfico reciente bastante nutrido y estar dispuesto a entrar en diálogo con enfoques, ideas e hipótesis que son el fruto de investigaciones en curso.

     Con el fin de trazar un sucinto panorama del estado de la cuestión, forzosamente parcial, haré referencia a aquellos estudios más directamente relacionados con el trabajo realizado en el seminario.

     Sobre la labor científica fundadora de Ramón Menéndez Pidal, continuada o complementada por Antonio G. Solalinde, Theodore Babbitt, Sánchez Alonso y Luis Filipe Lindley Cintra, entre los más destacados, una nueva etapa en los estudios cronísticos fue iniciada por la verdadera revolución crítica protagonizada (y todavía continuada) por Diego Catalán (1962, 1992, 1997). Fuera de las importantes contribuciones de Francisco Rico (1984) y Charles Fraker (1996), casi toda la producción crítica realizada hasta hoy ha estado atenta a las teorías y líneas de indagación sugeridas por Catalán. Esto es visible, en primer lugar, y lógicamente, en la obra de sus discípulos, entre quienes sobresale Inés Fernández-Ordóñez (1992, 1993); también en los trabajos de Fernando Gómez Redondo (1986, 1986-87, 1989, 1990) que han culminado en su monumental estudio sobre la prosa castellana medieval (1998-2002); luego, en la labor cumplida en tres centros de investigación: el grupo dirigido por Michel Garcia y Georges Martin en París (cuya labor se difunde mayormente en las imprescindibles revistas Cahiers de linguistique hispanique médiévale y Atalaya), el grupo formado por Aengus Ward en Birmingham y el equipo fundado por Germán Orduna en Buenos Aires, ahora continuado por José Luis Moure, Jorge N. Ferro y quien escribe para lo relacionado con la historiografía.

     Varios libros colectivos han reunido los estudios particulares de los miembros de estos centros y de otros investigadores independientes como Isabel de Barros Días y Juan Carlos Conde; estos son Fernández-Ordóñez (2000), Martin (2000), Ward (2000) y Orduna et al. (2001). A estas compilaciones habría que agregar otros trabajos colectivos que tuvieron un enfoque europeo y que influyeron notablemente en la investigación hispano-medievalista: Poirion (1982), Gumbrecht (1986), Genet (1991, 1997).

     Comparto plenamente la visión de Inés Fernández-Ordóñez sobre esta eclosión reciente de estudios cronísticos:

En una visión general se vislumbran claramente dos líneas de investigación: por un lado, la que ha hecho de la crítica textual un requisito previo e indispensable para sentar los cimientos de la interpretación de los diversos textos, sin por ello renunciar a ella; por otro, aquella que se centra en el análisis discursivo de los textos historiográficos, bien acercándolos a la literatura, bien poniéndolos en relación con el marco socio-histórico en que fueron creados. (2000-2001: 283)

     En lo que hace a la tarea editorial, tenemos ahora un panorama más preciso del proceso de redacción, reelaboración y transmisión de la Estoria de España (= EE) y de la General estoria (= GE) de Alfonso el Sabio, con una clara distinción entre Versiones y Crónicas derivadas de la EE.

     Justo es decir que si bien el panorama es más preciso, aún posee una complejidad apabullante que se resiste a cualquier intento de síntesis clara y sencilla. El logro de esta precisión se debe casi íntegramente al trabajo de Diego Catalán y de los investigadores formados en el Seminario Menéndez Pidal: Inés Fernández-Ordóñez, Mariano de la Campa, Juan Bautista Crespo y María del Mar de Bustos.

     Todavía dependemos de la vieja edición de Menéndez Pidal (1955) de la EE, por él llamada Primera crónica general, que, como sabemos, sólo ofrece un texto legítimamente alfonsí hasta el capítulo 616.

     Para el resto de la obra que, como sabemos, quedó en estado de borrador en varios cuadernos de trabajo con grados de elaboración dispares, tenemos que acudir a más de una fuente [1]. Los últimos avances del grupo dirigido por Diego Catalán nos proveen el marco para una comprensión más ajustada del carácter inacabado y pluritextual de la segunda mitad de la EE:

La Estoria de España concebida y promovida por Alfonso X no se nos conserva hoy en una única redacción. Los historiadores pagados por el Rey Sabio, aunque obraron movidos por un mismo espíritu y empleando los mismos principios historiográficos, trabajaron formando distintos equipos, que no siempre compartían la versión de los hechos del pasado construida por sus colegas. Así, la Estoria de España alfonsí sufrió diversas refundiciones y reformas, realizadas por miembros diversos del taller historiográfico que la elaboró. (Fernández-Ordóñez 1993: 11)

     Se distinguen, así, dos Versiones de la EE, producidas en el taller historiográfico: una Versión primitiva anterior a 1271 y una Versión crítica compuesta entre 1282 y 1284, Al período post-alfonsí pertenecería, finalmente, una Versión retóricamente amplificada de 1289. Queda en evidencia, pues, que no existió en aquel momento un modelo autorizado sino que los cuadernos de trabajo eran tomados como auténticos borradores pasibles de todo tipo de enmiendas, agregados y supresiones. Tales Versiones, como bien aclara Fernández-Ordóñez "no son redacciones alternativas del texto completo de la obra, sino de alguna de sus secciones" y "pueden conservarse en manuscritos sueltos o bien a través de las Crónicas" (1993: 11). Frente a este panorama, es necesario tener en cuenta, además del texto de la Primera crónica general, al menos los textos publicados de la Versión crítica (Fernández-Ordóñez 1993) y de la Crónica de veinte reyes (Ruiz Asencio y Herrero Jiménez 1991).

     Tampoco se ha publicado en forma completa la GE. Contamos con ediciones de las Partes I (Solalinde 1930) y II (Solalinde et al. 1957-1961) y luego ediciones parciales del resto de la obra conservada. La reciente aparición de una nueva edición de la Parte I a cargo de Pedro Sánchez-Prieto Borja (2002) sería el primer paso de una publicación completa de la GE, proyecto del que participa Inés Fernández-Ordóñez.

     Del resto de las obras consideradas en este seminario, contamos con ediciones fidedignas de la Crónica de Alfonso X (González Jiménez 1998), la Crónica General de 1344 (Lindley Cintra 1951-1990 y Catalán 1970), la Gran Crónica de Alfonso XI (Catalán 1976) y la Crónica del rey don Pedro y del rey don Enrique, su hermano, hijos del rey don Alfonso Onceno (Orduna 1994-1997). Todo esto indica que aún falta concretar editorialmente la extensa labor cumplida en el campo de la crítica textual por los discípulos de Diego Catalán y Germán Orduna: sobre todo se echan en falta textos críticos de la Crónica de Castilla, la Crónica Particular de San Fernando, la Crónica de tres reyes y la Crónica de Alfonso XI de Fernán Sánchez de Valladolid, y la Crónica de Juan I del Canciller Ayala.

     En cuanto a la segunda línea de investigación señalada por Fernández-Ordóñez, se ha avanzado bastante en el análisis de los procedimientos literarios utilizados en la elaboración del relato cronístico y en el estudio de la función ideológica y política cumplida por las distintas crónicas. Para ello se ha aprovechado con buenos resultados, en general, los aportes teóricos sobre historicidad, narratividad y ficción de autores como Roland Barthes (1967), Lionel Gossman (1978), Michel de Certeau (1993) y Hayden White (1978, 1992), entre muchos otros.

     Precisamente en esta línea se inscribe el trabajo de este seminario, aunque sin perder de vista las peculiaridades y complejidades del basamento textual, a fin de evitar "el riesgo de aventurar hipótesis no suficientemente fundadas sobre la datación de las novedades percibidas en los textos analizados por caer en la tentación de explicarlas directamente por ideas, usualmente preconcebidas, sobre el contexto social e histórico supuesto a una época determinada" (Fernández-Ordóñez 2000-2001: 283-84).

     Enfocado en algunos textos cronísticos (y marginalmente en textos genealógicos como el Livro de linhagens) de los siglos XIII y XIV, el trabajo no se planteó como un estudio exhaustivo de cada obra, sino que consistió en el análisis detenido de pasajes especialmente significativos en relación con cuestiones tales como el impacto de la narratividad en el estatuto de la verdad histórica, el cruce de lo histórico y de lo ficcional en la elaboración de la forma narrativa y el interjuego de los géneros narrativos y de los discursos sociales en el marco de la contienda política e ideológica del período. El objetivo más amplio es concretar un aporte a la comprensión de la incidencia del relato cronístico en la formación y primer desarrollo de la prosa narrativa en lengua castellana.

     El recorte de nuestro objeto de estudio y del marco temporal acotado resultó de la aplicación de los siguientes criterios:

     En primer lugar, un criterio lingüístico. Las crónicas alfonsíes marcan un umbral en cuanto a la utilización de la lengua romance como medio para narrar los hechos históricos y para establecer un registro formalizado de la Ley. Ese límite permite deslindar la tradición anterior (escrita en latín) y mantenerla como horizonte atendiendo sólo al fenómeno de la "traducción" mediante el cual esa tradición se conecta con la historiografía alfonsí.

     En segundo lugar, un criterio genérico. Dentro del fenómeno general de la prosa narrativa castellana privilegiamos un solo género, el cronístico, en una doble dimensión: una interna, donde se verifica el proceso de transformación ideológica y formal que lleva del modelo de la "crónica general" a la diversidad de modelos derivados (crónicas reales, particulares, memorias, genealogías), y una externa, donde se aprecia un complejo interjuego (interdependencia, préstamos, diferenciación, modalización, etc.) con el sistema de géneros narrativos del período.

     En tercer lugar, un criterio cronológico. Así como fijar el punto de inicio en el proyecto político-cultural de Alfonso X permite deslindar la tradición latina previa, establecer el límite del período en el 1400 permite deslindar el problema de la historiografía del siglo XV, ligada al impacto de la nueva recepción de la tradición clásica en la cultura castellana.

      La propia discusión de estos criterios, altamente convencionales, y por eso mismo, con un inevitable componente de arbitrariedad, llevaría la extensión de este informe, por lo que me limitaré a unos breves comentarios preliminares.

     En la propuesta para colaborar con un critical cluster sobre historiografía medieval, a publicarse en La Corónica, Aengus Ward, quien será el editor responsable, planteaba un interrogante bastante espinoso:

¿Se encuentra el campo de la historiografía medieval tan ensombrecido por la figura de Alfonso X que se ha convertido en imposible para nosotros apreciar el ámbito de los textos históricos medievales sin referencia al modelo alfonsino? (Nota invitación al Critical Cluster, "Historiografía medieval re-evaluada" para La Corónica, Fall 2003)

     Dejando de lado el hecho de que ya hay toda una postura en la formulación misma de esta pregunta, e interpretando de manera neutra el verbo "ensombrecer" como alusión al fenómeno de que la estatura del Rey Sabio resulta tan agigantada por la crítica que su figura hace sombra a todo el desarrollo cronístico posterior por más de dos siglos, aún así el cuadro puede parecer a cualquier lector (especializado o no) una exageración.

     Sin embargo, el estudio detenido de los textos -y el trabajo cumplido en este seminario- permite comprobar en ellos una presencia recurrente de Alfonso X, explicitada en pocos casos, quizás más fuerte cuanto mayor ha sido el esfuerzo por borrar su memoria. En cuanto al modo de escribir la historia, Alfonso no ensombreció, sino que iluminó caminos que él mismo se negó a tomar. De manera que si cualquier estudio de la historiografía medieval castellana toma como punto de referencia obligado las Estorias alfonsíes, esto no se debe exclusivamente a que Alfonso constituye una suerte de clave convencional que facilita la inteligibilidad del proceso evolutivo de este género, sino también a que esa referencia está inscripta, de alguna manera, en los textos mismos. Por este motivo, nuestro trabajo tiene en Alfonso X su punto de partida y regresa a su modelo como punto de referencia en los siguientes estadios evolutivos del género.

     Una última aclaración previa tiene que ver con la segunda parte del título elegido. Así como la primera parte (De Alfonso el Sabio al Canciller Ayala) señala el aspecto diacrónico de nuestro objeto de estudio; la segunda (Variaciones del relato histórico) apunta al aspecto sincrónico, con el doble fin de esbozar una descripción del sistema de géneros narrativos relacionados con la materia histórica en el siglo XIV y de evitar la falsa impresión de que el proceso evolutivo habría implicado una sucesión estricta de formas y modelos; según la cual la aparición de una nueva forma habría producido la desaparición o la marginación de la anterior.

     Lo que intentamos describir y explicar es un fenómeno de emergencia paulatina de formas historiográficas diversas (aproximadamente datables y explicables históricamente) que a lo largo de más de un siglo va enriqueciendo y complejizando el panorama de la producción cronística (teóricamente explicable mediante una sistematización narratológica). En la segunda mitad del siglo XIV habría existido un complejo sistema de formas narrativas históricas, todas igualmente vigentes, interrelacionadas según una lógica de la variación a partir de las primitivas propuestas alfonsíes.

 2. La obra histórica de Alfonso el Sabio

     Puestos a trazar las características del modelo historiográfico alfonsí, se nos impone la necesidad de considerar tanto la EE como la GE, a pesar de que la historia universal no entró en los intereses de los cronistas del siglo XIV al punto de motivarlos a redactar derivaciones de esa obra monumental. Esta exigencia de considerar ambos textos viene siendo formulada por Inés Fernández-Ordóñez desde sus primeros trabajos (1992), sobre la base de que los cronistas redactores de cada obra compartieron materiales y aún borradores comunes sobre algunos personajes o acontecimientos (Hércules, la historia romana). Por nuestra parte, esta consideración conjunta permite ilustrar mejor los ambiciosos perfiles del modelo historiográfico alfonsí.

     En cuanto al concepto mismo de "modelo" aplicado a textos inconclusos como son las Estorias alfonsíes, alude en este caso a la elaboración de una matriz narrativa que reveló una alta productividad tanto en el ámbito de la corte regia como en las derivaciones (continuaciones y desvíos) que inspiró en otros centros regios, aristocráticos o religiosos. Un dispositivo, entonces, que trabajó sobre la base de una configuración específica de los elementos estructurantes del relato (narrador, punto de vista, personaje, secuencia narrativa, dimensión espacio-temporal) y que trazó los límites de un espacio textual en cuyo interior se desarrolló gran parte de la labor cronística de las generaciones posteriores hasta el Canciller Ayala.

     Otra característica distintiva de las Estorias es que, debido a los períodos historiados (de Noé hasta inicios de Fernando III en la EE, de la Creación hasta la Virgen María en la GE), no hay en ellas relación testimonial de acontecimientos más o menos contemporáneos. Por eso mismo, son textos redactados sobre la base de otros textos, la mayoría de ellos ya en formato narrativo. Se trabaja, pues, dentro de un universo puramente libresco.

     Esta característica, que es la habitual en la milenaria tradición de la crónica universal (Conde 2000), también se extiende a la crónica de España, con lo cual las escasísimas referencias testimoniales que pueden encontrarse cobran una extrema relevancia por su carga ideológica (voluntad de anudar el pasado leído con el presente vivido en un continuum discursivo).

     La consideración de la GE nos permite también entender la profundidad filosófica y la madura y consistente fundamentación intelectual de la tarea emprendida por los cronistas alfonsíes. Este esfuerzo de comprensión y de justificación de las propias opciones culturales (saber letrado, poder de la escritura, cultura universal del libro, potencialidades de la razón), no volverá a producirse en toda la Edad Media castellana, lo que indica la portentosa excepcionalidad de la reflexión científica y meta-histórica cumplida en los círculos letrados del Rey Sabio.

     La ocasión más apropiada para llevar a cabo la mayor parte de esta reflexión sobre las condiciones de posibilidad de la propia tarea será, lógicamente, en la narración de los comienzos del mundo y de la historia. Tomando como base el relato del Génesis -no podía ser de otra manera-; los cronistas alfonsíes ampliaron su enfoque con la aspiración de dar cuenta de los orígenes de todos los elementos, naturales y culturales, que pueblan el ambiente humano. La excusa de los numerosos puntos oscuros o contradictorios del texto bíblico les abrió el camino para cumplir un hábil trabajo de manipulación intertextual, de racionalización argumental y de reconfiguración narrativa.

     Los integrantes del Grupo I (Irene Hartmann, Néstor Macías y Claudia Raposo) analizaron en ciertos pasajes esenciales de la Primera Parte de la GE la reflexión alfonsí sobre el lenguaje y la traducción y la racionalización "científica" de la tradición.

     Dentro de la tradición, encontraron un primer nivel de proyección ideológica en el proceso de selección del material historiable: los cronistas alfonsíes elegían de las fuentes todo aquello que contribuyera a determinar una secuencia lógica de los hechos, aquellos sucesos que se pudieran encadenar en una serie causal "racional", es decir sin elementos mitológicos, fantásticos o inexplicables. En aras de la rigurosidad científica y en función de la funcionalidad didáctica, se evitaban las digresiones puramente filosóficas o teológicas y se incluían en cambio todas las disquisiciones que fueran necesarias para restituir la prístina claridad de aquellos pasajes bíblicos sobre los que no habìa acuerdo interpretativo entre los auctores o de aquellas versiones contradictorias de los hechos que podían proveer algunas fuentes secundarias como la Historia Scholastica de Petrus Comestor o las Antigüedades judaicas de Flavio Josefo.

     La historia alfonsí reescribe una tradición en una nueva lengua y, en el mismo acto, configura la historia en y para esa lengua. Así, los traductores de los talleres alfonsíes y el propio Alfonso X habrían hecho las veces de primeros lingüistas de nuestra lengua romance. Al ser traducida, la herencia recibida cobraba características propias del presente de la enunciación y, por lo tanto, de las líneas ideológicas que conformaban el horizonte de comprensión de la sociedad castellana del siglo XIII. Todo esto, sumado a los objetivos planteados por el proyecto político cultural alfonsí, construyó un modo único y particular de narrar la historia. Por lo tanto, se estaría ante un triple fenómeno: una tradición de saberes (históricos, científicos, morales, religiosos) cuya traducción se realiza de acuerdo al concepto de ciencia que animaba toda la obra de Alfonso el Sabio.

     Centrados en el análisis de aquellos pasajes que tratan del vínculo del hombre y el lenguaje -y de este vínculo atravesado por su relación con Dios-, se observa que, en un comienzo, Dios presenta los animales ante Adán, los cuales deberá nombrar o, más bien, clasificar. Por tanto, las cosas ya tenían existencia, tal como lo afirma la GE: "las cosas fueron ante que las uozes e quelos nombres dellas natural mientre" (p. 194a, 49). Los nombres que asigna el hombre no crean las cosas: referente y nombre nacen separados. Pero es a partir de este acto de nombrar que el hombre reconoce su naturaleza diferente en relación con los otros seres de la creación, puesto que reconoce que en todos ellos no había "una ayuda semejante a él" (Gén. 2, 18). Así se explica en la GE:

Dixo Dios estonces: Non es bien que ell omne sea solo; e aduxol essora delante todas las animalias que formara dela tierra por ueer como las llamarie e que nombres les dirie; et Adam llamo por sos nombres a cada unas dellas e aquellos nombres ouieron despues; et entre todas non auie ninguna en quien se el delectasse, e diol Dios adiutorio quel semeiasse, como oyredes. (p. 5b, 20-29)

     La palabra de Dios, en cambio, sí tiene potencia creadora; de modo que, en un principio, los nombres eran las cosas. Esta ligazón ontológica quizás se conserve en una concepción primitiva de la palabra, que, en términos de Northrop Frye (1988), tiene una dimensión mágica que la liga indisolublemente a la cosa creada. El primer hiato lo marca Adán, al nombrar los animales por vez primera, ya no con la palabra divina que los creara sino con la palabra humana, estableciendo el primer desplazamiento entre la palabra y la cosa, el signo y lo designado. Luego, al ser expulsado del Paraíso, toma conciencia de sí como individuo separado del resto de la creación. El lenguaje marca una nueva instancia de separación, puesto que los animales y el hombre pierden la posibilidad de comunicarse.

     Más adelante, a través del castigo de la confusión de las lenguas en el episodio de Babel, el hombre sufre una segunda expulsión. Hasta ese momento la lengua era capaz de designarlo todo; desde aquí, al confundirse las lenguas, cada una de ellas sólo podrá recortar una fracción del mundo. Si la unidad de la lengua era la base de la unidad de la comunidad humana, perdida aquélla, los hombres se dispersaron por la faz de la tierra. El hombre, a causa del lenguaje, queda separado del resto de la creación, de sus congéneres y de la misma Divinidad. El lenguaje comienza a vivirse como mediación maldita: forma y contenido, significante y significado perderán la univocidad, ningún lenguaje nombrará todas "las razones" ("como desacordauan enlas lenguas assi començaron a desacordar enlas uoluntades, et otrossi y luego en las costumbres", explica el cronista, p. 44a, 22-25).

     La caída de Roma inauguró una nueva Babel: se perdió el idioma único que unificaba el imperio y se originaron las lenguas vernáculas, cuyos hablantes paulatinamente fueron incapaces de entenderse entre sí. El Rey Sabio intentará cerrar la brecha elevando una de esas lenguas vernáculas -"la lengua de Castiella"-; a idioma oficial de su reino (y quizá, del Imperio). Una de las formas que elegirá para redimensionarla será escribiendo con ella una historia que también dé cuenta del origen de esa visión del mundo que es una lengua, y cómo se dicen en ella las primeras palabras y las primeras cosas.

     La traducción alfonsí de la tradición heredada comporta por lo menos tres niveles de significación ideológica, a saber: el estrictamente lingüístico (traslado del latín al castellano); el etimológico, donde se recurre a derivaciones muchas veces fantasiosas del significante para explicar el significado o se atiene al sentido moderno del término y desemboca en la incorporación de neologismos; el parafrástico, que traduce, dentro de la misma lengua, un significante a un enunciado que amplía la comprensión de su significado y puede entenderse como otra forma de legitimación.

     Pero traducir es también optar. En este sentido, es pertinente reflexionar sobre la elección de las fuentes y su uso. ¿Por qué algunas cosas se dejan afuera y otras se copian textualmente? Elegir qué decir y qué no también es planificar la configuración que se tendrá de la historia y del mundo. Así, por ejemplo, en la Historia Scholastica, Petrus Comestor hace una aclaración sobre la cuestión de la creación humana como "a imagen y semejanza de Dios". Se explica que, si bien la esencia y la razón (o sea, el alma) fueron hechas a imagen de Dios, las virtudes fueron hechas a semejanza, puesto que el hombre es pecador. En el fragmento dedicado a Dela fechura dell omne e del Parayso, Alfonso cita a mahestre Pedro como fuente, pero no incluye esta explicación sobre la naturaleza inferior de las virtudes humanas. En otro caso, Petrus Comestor dedica un extenso fragmento a la creación del alma (no se dice simplemente que Dios "aspiro enel respiramiento de uida: e fue el ombre fecho e acabdo con alma uiua"). Se deja afuera una reflexión interesante sobre el problema teológico del "soplido divino", que podría traducirse así:

Cuando en lo que respecta al alma se dice "inspiravit" (sopló, insufló, otorgó, puso el hálito vital), etc, como si dijera: ‘hizo el cuerpo de tierra, y el alma de la nada’. Tiene otra traducción, "insufflavit", o mejor "sufflavit", lo que no es inapropiado acerca de Dios, como ciertos (eruditos) creen, al no poseer ni garganta (boca) ni espíritu. Porque Dios "inspiravit", es decir, creó el espíritu. De la misma forma "insufflavit", es evidentemente ‘creó el alma’. De donde Isaías: "creé todo hálito". Por otra parte lo dice "in faciem" (en el rostro), por sinécdoque, se entiende el todo por la parte, dado que proveyó de alma a todo el hombre. Pero nombró sólo el rostro porque es la parte más digna, puesto que alberga el sentido.

     Así se confirma que el Rey Sabio no tiene interés por desarrollar problemas teológicos ni filosóficos, sino sólo aquellos temas que contribuyan a su afán didáctico y a su visión racional de la Historia. Por motivos similares, no incluye descripciones de seres fantásticos que sí están presentes en las fuentes en De los terminos delas tres partes de la tierra (Libro II, cap. XXII) o aclara en el cap. XXXII del Libro II sobre el rey Júpiter que, como se cuentan de él "tan grandes poderes e tantas cosas que diz que a penas los credien los omnes", se dirán solamente aquellas que "son de creer".

     En cuanto a la concepción científica de la historia, el tono objetivo que adquiere la GE aparece integrado en una narración atenta a explicar la causa de los sucesos que relata y que incluye la mención de las fuentes en casi todos los casos, las aclaraciones en caso de incongruencia de los datos obtenidos o la ausencia de éstos sobre algún tema, más el afán enciclopedista de añadir la mayor cantidad de información posible. Todo ello participa en la generación de un efecto de verdad, absolutamente funcional con la fundamentación del proyecto político-cultural alfonsí. Si todo lo que narra la GE es cierto, también lo será que Alfonso descienda directamente de Júpiter, el mayor y más sabio rey de la Antigüedad, del cual provienen todos los grandes reyes del mundo, incluyendo a su bisabuelo Federico Barbarroja y su tío Federico II, último emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, al que el Rey Sabio aspiraba suceder. La GE traza un arco desde los orígenes del mundo al "agora" de la escritura, al tiempo y la figura de Alfonso X. Este entroncamiento con el linaje de Júpiter (que incluía también a Alejandro, Eneas y Rómulo) legitima sus aspiraciones políticas y su proyecto cultural.

     Es oportuno preguntarse si esta representación de su proyecto dentro de la GE respondía a una intencionalidad consciente. Presumiblemente así sea en el pasaje sobre Júpiter, pero es factible que en otros se filtre una intencionalidad inconsciente. Un ejemplo de esto podría verse en el Libro VII, capítulo XXXXII, donde se afirma que las contiendas, fruto de la codicia, de la segunda edad son "por las culpas delos pueblos, e non delos reyes" (p. 199b, 31), que, si la trasladamos a la época de Alfonso, nos evoca el conflicto permanente que mantenía con la nobleza. Pero, pese a esto no podemos afirmar fehacientemente que la estructura científica de la GE responda sólo a la necesidad de legitimar sus pretensiones sucesorias.

     Por lo tanto, en los talleres alfonsíes aquello que llamamos ‘historiable’ responde a ideales científicos. La GE es científica porque es narrativa y es narrativa justamente porque persigue un ideal científico. Éste estará al servicio del proyecto político alfonsí pero, sin saberlo, nuestro Júpiter de Castilla contribuirá a otro proyecto más grandioso, en el que tendrá el éxito que le negó el Imperio: el desarrollo de la prosa castellana, donde narración y ciencia no sólo no se obstaculizan sino que se complementan dialécticamente.

     Acaso Alfonso persiguiera una nueva Babel, quizás sus móviles fuesen también la reconciliación con el sentido que aportó el Espíritu Santo en Pentecostés y la posibilidad ecuménica del cristianismo; de este modo, el nuevo viejo idioma romance entraría en este concierto universal como soporte material, como "la lengua"; ese quizás fuera el lugar asignado al castellano por el Rey Sabio.

     Por su parte, Marcelo Rosende estudia de qué manera la GE toma de la Biblia el relato mítico cosmogónico de la Primera Edad del Mundo (desde la Creación hasta el Diluvio Universal) y lo convierte en relato histórico, sin por ello dejar de reproducir patrones de configuración propios del tiempo mítico.

     Alfonso X lleva a cabo la historización del mito mediante una serie de procedimientos:

a) manipulación y énfasis en la cronología y en la topografía del illud tempu
b) manifestación anacrónica de las esperanzas escatológicas;
c) amplificatio de algunos episodios;
d) mención de la escritura como salvaguarda de la memoria/saber colectivos
e) dramatización de la cuestión de la mortalidad como fundante de la condición humana.

     Así, tenemos que el relato cronístico puntualiza en lo posible los datos cronológicos de las generaciones de Adán y detalles tales como que los expulsados Adán y Eva fueron enviados al valle del Ebrón. Estas precisiones espaciotemporales implican marcas textuales que señalan el pasaje de un ámbito mítico a un devenir histórico.

     En cuanto al tema de la muerte y de la finitud humana, sólo con el fratricidio (historia de Caín y Abel) se realiza en toda su dimensión (y se experimenta) el castigo divino de la mortalidad. Por lo tanto, no será el registro de la muerte natural de Adán, sino el dramático relato de la muerte violenta de Abel lo que señala la historicidad de la condición fallida del hombre. Luego, una vez que el hombre es mortal, se sabe plenamente humano. Este nuevo modo de ser es la consecuencia de un progresivo pero inexorable alejamiento del tiempo mítico. Paralelamente, la Historia es posible sólo cuando el hombre, porque se reconoce mortal, es capaz de sentirse ligado a un devenir histórico. A pesar de que Adán y Eva han comido el fruto prohibido, se conservan en un estado de inocencia primigenia que los mantiene ligados al tiempo mítico. Es Caín quien, con la aplicación de un saber práctico pero perverso, conduce a la humanidad hacia el tiempo histórico. En esta concepción del tiempo histórico como valle de lágrimas se encuentra el fundamento del terror de la historia.

     Los capítulos XV a XX del Libro I son una amplificatio y una medievalización del relato del desarrollo de las artes mechanicae. El resultado demuestra que para el hombre medieval no existe solución de continuidad entre su época y la de los antiguos y que, además, el pensamiento mítico sobrevive camuflado en la historiografía. En esa sección se nos refiere que Jubal, como sabía que el mundo habría de ser destruido dos veces, una por el fuego, otra por el agua, construyó dos pilares, uno de ladrillo, el otro de piedra, de modo que uno de los dos resistiera el embate de tal o cual elemento, y en cada uno de los pilares escribió todo su saber para que no se perdiera. Indudablemente, la utilización de la escritura como salvaguarda de la memoria colectiva indica el ingreso de un pueblo en la historia, y Alfonso X convierte a uno de los pilares no sólo en testimonio sino también en documento histórico: "E dize Iosepho enel segundo capitulo del primero libro que este pilar dela piedra que en todo el su tiempo aun paresçio, e era en tierra de Siria [...]" (cap. XVII, p. 14a, 33-36). Pero también se hace evidente que en el conocimiento anticipado del Fin de Mundo que predice el Apocalipsis por parte de Jubal la GE está recurriendo a un anacronismo para ajustar la circularidad del mito a la temporalidad lineal de la historia en su concepción cristiana.

     La cronologización de los hechos a partir de Adán, confirma el carácter ya no mítico sino histórico del illud tempus alfonsí. Si se atiende a los datos temporales que transmite el Génesis, el Diluvio Universal tuvo lugar en el año 1671 de la Creación del Mundo. Además, puede saberse que Matusalén nació en 707 y vivió 969 años. Estas cifras indican que el más longevo de los patriarcas murió en 1676: 5 años después del Diluvio. Sin embargo, el mismo libro sagrado dice que los únicos que se salvaron de la muerte fueron los ocupantes del arca, entre quienes Matusalén está ausente. El texto canónico es muy claro al respecto, a pesar de haber pasado por alto el dato de las fechas. La GE enfrenta esta contradicción tan delicada del texto sagrado con todo el poder de la razón científica e histórica: 

Deste Matusalem departen los Setenta Trasladadores assi, e dizen que uisco despues del diluuio quatorze annos, mas non lo fallamos por ningun escripto que el enel archa fuesse, nin quel passo Dios a Parayso como a Enoc. Otros dizen quel pidio su padre Enoc a Dios, e quel touo consigo en Parayso fasta que passo el diluuio, e desi quel enuio ala tierra. E Matusalem que se murio assi sin todo fijo que fiziesse despues. (cap. XXX, p. 22b, 13-24)

     Dado que la existencia de un personaje que burla la muerte anularía el tiempo histórico, lo que constituye un acto subversivo irremediable, es necesario precisar cómo sucedieron los hechos con un discurso cuasi-forense: una explicación que abunda en detalles buscando credibilidad:

Aun dizen algunos esta otra razon: que fue el ell uno delos mahestros que fizieron ell arca de Noe, e pues que sopo la razon del diluuio, como quier que el por uentura creyesse que serie el diluuio o non, ca lo oyen los omnes dezir e sabien lo muchos, mas non lo pudien creyer, que fizo este Matusalem enel un costado del arca quando labraua en ella un estaio de una camareta pora si, apegada enel costado dell arca, mas que non entraua all arca e auie la entrada de fuera; e esto que non lo uio Noe nin ninguno de sos fijos nin de sus mugieres; et desque començo el diluuio de uenir, e acogien las animalias todas all arca a Noe, que ouo Matusalem su uianda que tenie ascondida e presta; e estando Noe en la priessa de tomar las animalias que metiesse enel arca comol mandara Dios, que se cogiera Matusalem e fuera e metiera se en aquella camariella, e cerro muy bien su portizuela poro entrara; e guarescio alli del diluuio, e aun dizen que uio Matusalem el cueruo e la paloma que enuiara Noe. Et luego que quedo el diluuio, e se començo a descobrir la tierra a derredor del arca, que ante que Noe nin otra cosa ninguna saliesse fueras ende el cueruo e la paloma, que salio Matusalem e que se fue. Noe salio e la tierra como estaua aun lodosa delas aguas del diluuio, e el lodo tierno quando Matusalem saliera, sennalo la con los pies; e Noe uio las sennales que Matussalem dexara delos pies en la tierra, e marauillos mucho que aquel omne donde fuera, et fue ende por las sennales de los pies, e fallo a Matussalem o yazie muerto a tantas passadas del arca quantos dias durara el diluuio que uisquiera el apegado de fuera all arca. (cap. XXX, p. 22b, 25-23a, 13)

      Todo lo dicho confirma que la GE lee la Biblia como si se tratara de un texto histórico, lo que resulta coherente con la ortodoxia cristiana, en la medida en que considerar el relato bíblico de la Creación como un mito es herético para el hombre medieval.

     No obstante, según Mircea Eliade (1991), el cristianismo y su discurso no han podido des-solidarizarse por completo del pensamiento mítico, como tampoco lo abolieron definitivamente la desmitificación de la religión griega ni el triunfo de la filosofía rigurosa y sistemática. El mito sólo pudo ser superado gracias al despertar de la conciencia histórica en la tradición judeocristiana. Esto implicó la asimilación radical de esta nueva manera de ser en el mundo que representa la existencia humana. Pero esta superación no implicó la abolición del mito, que ha logrado sobrevivir, aunque radicalmente cambiado, paradójicamente, en la historiografía. Tal es el caso de Alfonso X en la GE, cuyo relato de la Primera Edad emula la recreación ritual de la cosmogonía que, en las sociedades primitivas, aseguraba la soberanía universal del monarca, todo lo cual es coherente con el proyecto político cultural del Rey Sabio, que aspiraba a ser el Emperador de la Cristiandad.

 

     Estos análisis puntuales vienen a confirmar las caracterizaciones generales debidas a Diego Catalán (1992b), Inés Fernández-Ordóñez (1992) y Georges Martin (1997 y 2000b) sobre el modo de componer las Estorias propio del taller historiográfico alfonsí. Sobre la EE en particular, he esbozado una caracterización del modelo alfonsí (Funes 1997) atenta sobre todo a la configuración discursiva del universo de los hechos historiables que delimita la conciencia histórica de Alfonso X y sus colaboradores. El aporte específicamente narrativo del modelo historiográfico alfonsí puede sintetizarse como la refuncionalización didáctico-ejemplar de los elementos estructurales del relato en una dimensión de máxima relevancia histórica.

     Si hay un rasgo recurrente en las Estorias alfonsíes éste es la elevación de los hechos narrados a un particular plano trascendente, pero esa trascendencia no se agota en lo religioso. Por cierto que la idea de la Historia como realización del Plan de Dios y acción de la Providencia está muy presente, pero además en el relato de lo concreto se impone otro tipo de relevancia estrictamente humano. Por lo tanto, la trascendencia de un hecho o de un personaje está dada en relación con otros hechos culminantes y con otros personajes históricos: es el escenario de lo humano, pero llevado a dimensiones portentosas. Por ejemplo, la batalla de Farsalia es presentada como aquella en que "fueron ayuntados los mayores poderes que se numqua ayuntaron en una batalla que ouiesse seyda fasta aquel tienpo, ni con Hercules ni con Alexandre el grand" (PCG, 80a, 19-23). En los anchos límites temporales y espaciales de semejante escena cada hecho narrado resuena como instancia decisiva para la dirección del devenir histórico de la humanidad. Cada una de las hazañas heroicas, miserias morales, intrigas palaciegas que el relato incluye resultan fundamentales para el avance de la Historia, entendida como marcha de la Humanidad hacia su destino final. Por supuesto que el relato alfonsí hace lugar a lo anecdótico, pero también en este caso se lo proyecta a la trascendencia mediante el recurso a la ejemplaridad.

     De aquí se sigue un rasgo fundamental de la conciencia histórica alfonsí: hay un estrecho lazo entre la línea de la Historia como encadenamiento de los Grandes Fechos de los Altos Omnes y la línea de la Política como inventario de las conductas adecuadas para el ejercicio del poder. Entre ambas coordenadas se asigna sentido al hecho narrado: así como el acontecimiento se moldea mediante su actualización y adaptación a las prácticas contemporáneas del rey Alfonso (proyección de la Política en la Historia), así también los acontecimientos ofrecen claros modelos positivos y negativos para esa praxis contemporánea (proyección de la Historia en la Política).

 3. La reformulación de lo narrable en la crónica particular

      El desarrollo de la historiografía en el período inmediatamente posterior al de Alfonso X constituyó un fenómeno tan productivo como complejo, en el que los desvíos con respecto a los parámetros del modelo alfonsí fueron tan grandes que con justicia se lo ha llamado la "revolución historiográfica post-alfonsí" (Catalán 1962).

     Esta rápida transformación habría sido realizada por cronistas que trabajaban no solamente para la nueva corte letrada de Sancho IV, ligada a la escuela catedralicia de Toledo, sino también para las principales familias de la aristocracia castellana -o al menos, en scriptoria que no dependían del patrocinio regio (Funes 2000, 2001).

     Planteado en los términos más sintéticos, en este período observamos que al modelo universalista, regalista, estructurado, científico y didáctico, propio de las obras jurídicas e históricas de Alfonso X, se le opone la historiografía y la regulación legal de inspiración nobiliaria, caracterizada por la carencia de orden formal y el frecuente recurso a casos particulares para armar su propia versión de la historia y de la ley.

     El enfoque general de los trabajos que siguen parte de ciertos parámetros que guiaron mi investigación sobre la cronística del siglo XIV, fundamentalmente la consideración de la interrelación de los siguientes elementos:

1) Lugar de enunciación cronística (corte regia, corte señorial o centro religioso).

2) Sistema de modelos cronísticos (configuración e interjuego de la crónica general, la crónica particular, la crónica real, con formas menores como las memorias y las genealogías).

3) Modos concretos de configuración narrativa del hecho histórico.

     En segundo lugar, considerar el proceso global desde la perspectiva que ofrece la hipótesis de una estrecha relación entre el discurso historiográfico y el discurso jurídico.

     Sobre esta base, podemos decir que como respuesta a la acción discursiva alfonsí que comportaron las diversas Versiones de la EE y las diversas compilaciones legales (Fuero Real, Espéculo, Partidas, Setenario), se produjo una reacción discursiva nobiliaria que acompañó o continuó al movimiento de rebelión anti-monárquica que comenzó con la llamada Conjuración de Lerma (1272).

     De esta manera, el segundo estadio evolutivo de la historiografía se ubica cronológicamente a caballo entre el período alfonsí y el post-alfonsí. Planteo así la existencia de un foco de producción cronística ajeno a la corte regia (en contra de la opinión de Gómez Redondo): la aristocracia rebelde impulsó la redacción y la fijación por escrito de su propia versión de la historia y del derecho.

     Es importante tener en cuenta que la actividad redactora de inspiración nobiliaria surgió como reacción a la iniciativa político-cultural del rey Alfonso X. Por esta razón, toma como punto de partida los contenidos y los modelos textuales regios (y en algunos casos se limita a reproducirlos) para luego transformarlos en una peculiar operación de prolongación y desvío de los patrones de configuración jurídica e histórica alfonsíes.

     En el ámbito cronístico hay que mencionar: relatos originales referidos a la historia reciente de Castilla (como los reunidos en la *Historia nobiliaria de Castilla y la *Historia hasta 1288 dialogada), reelaboraciones de los borradores de la EE alfonsí (como la Crónica de Castilla [CC], la Crónica de veinte reyes [CVR] y la Crónica fragmentaria) y el primer exponente del género de la crónica particular (la Crónica Particular de San Fernando [=CSF]). En este impulso redactor nobiliario desaparece, en sentido estricto, el modelo textual de la crónica general. La Estoria de España, obra inconclusa, con al menos dos redacciones diversas en el propio taller alfonsí, jamás fue aceptada o comprendida por los cronistas que después de su muerte trabajaron bajo el auspicio de los magnates castellanos. La CVR y la CC, que desde Menéndez Pidal hasta el presente se vienen incluyendo en el género de las Crónicas generales, son en realidad su negación, pues se desentienden de la concepción universalista alfonsí, de su carácter abarcativo de lo hispánico y recortan en el tiempo y en el espacio su propio objeto histórico: la historia exclusiva de Castilla, sea desde sus orígenes como condado (CVR), sea desde sus orígenes como reino (CC). No son, pues, crónicas generales, sino crónicas castellanas, que reproducen, sí, borradores alfonsíes, pero según otras pautas dispositivas: la sucesión de los reyes y no la historia de los señoríos. A esta peculiaridad estructural habría que agregar la modificación del contenido narrativo sobre la base de la materia cronística proveniente de la forma textual más genuinamente nobiliaria: las historias nobiliarias. Finalmente, como culminación de la tendencia particularizante del objeto histórico, surge el modelo textual de la crónica particular.

     Esta multiplicación de formas textuales es el producto de un proceso de variación del modelo único alfonsí (la crónica general), proceso guiado por una lógica de la particularización del objeto histórico. Desde el punto de vista ideológico la particularización implicó el borramiento o el abandono del concepto y de la perspectiva del señorío universal, como así también de la teoría neogoticista. Por cierto que sí se mantuvo el ideal de la Reconquista, pero ya no ligado a la restauración del señorío godo sobre una España unificada, sino como manifestación concreta de los deberes religiosos de la nobleza, militia Dei, cuyo espíritu de cruzada orlaba del mayor prestigio su función guerrera y otorgaba la más clara justificación a su posición privilegiada en el orden jerárquico de la sociedad.

     El límite en este proceso de particularización fue la figura del rey: aún las historias nobiliarias fueron historias de sucesos ocurridos bajo el reinado de determinados reyes (de Alfonso VIII a Sancho IV); la crónica particular lo es, todavía, de un rey (Fernando III), pues habrá que esperar hasta el siglo XV para que un noble sea protagonista absoluto de una crónica particular [2].

     En cuanto a la variación de los patrones de narrativización del acontecimiento histórico, en el modo historiográfico aristocrático, si bien se apela a la ejemplaridad como función legitimadora de su discurso, ésta se realiza a través de formas tales como la fazaña, punto de encuentro de lo histórico y de lo jurídico en el plano del relato [3]. Esto tiene enormes consecuencias sobre la cohesión interna de los textos. Por su propia estructura, la fazaña es anecdótica, lo que la vuelve narrativamente autónoma, sin lazos de solidaridad con una progresión argumental. Pero esta débil articulación sintáctica se compensa con un fuerte carácter indicial, es decir una articulación predominantemente metafórica con un valor (virtud nobiliaria, principio jurídico) que marca la identidad jerárquicamente superior de un grupo social.

     Pero aún puede ser que el relato consista en anécdota pura, como la que se cuenta de Sancho IV durante su entrevista con Ibn Yuzaf para concertar la paz (Historia hasta 1288 dialogada, Ms. BNM 9559, f. 187r-v). No hay aquí otro motivo para explayarse en los perros y la lanza del rey que indicar un valor: el dominio y la fuerza de Sancho el Bravo. No tiene la anécdota ninguna consecuencia en el hilo argumental (lograr la tregua con los moros y desarmar la conspiración en su contra).

     Por último, la leyenda constituye un artefacto narrativo mucho más complejo mediante el cual el texto cronístico pone de manifiesto las causas y el sentido profundos del concreto devenir histórico y de los acontecimientos cruciales que determinan su dirección. En otro lugar he analizado largamente el más precioso caso de relato legendario surgido en esta época: la blasfemia del Rey Alfonso X (Funes 1993 y 1994). Pero no le va a la zaga otra leyenda contemporánea en cuanto a su factura: la del rey Alfonso VIII y la judía de Toledo. En ambos casos se impone conjeturar una génesis oral y una puesta por escrito en algún momento del período post-alfonsí. La leyenda de Alfonso VIII formaba parte seguramente de la *Historia nobiliaria, cuya datación entre 1272 y 1290 quedaría probada por la mención de la leyenda en los Castigos del rey don Sancho (hacia 1293).

     En suma, los modelos de la fazaña, la anécdota y la leyenda son variaciones del modelo alfonsí del exemplum, desarrolladas a partir del impacto del discurso jurídico en la peculiar configuración del discurso historiográfico de la cronística de inspiración nobiliaria.

     En cuanto al texto inaugural del modelo de la crónica particular, la CSF, de la que he adelantado mis análisis en otros trabajos (Funes 1998 y en prensa), podemos decir que la heterogeneidad textual resultante de su proceso compositivo es un rasgo casi exclusivo en el panorama de la cronística del siglo XIV (un caso parecido sería la "Crónica de Alfonso X", parte de la Crónica de tres reyes), lo que le otorga un lugar relevante en la historia de la historiografía castellana: texto de transición y de ruptura, es el testimonio del nacimiento de un nuevo modo de concebir el relato histórico.

     La CSF está escrita para el mismo público al que se dirige la EE alfonsí, sólo que la intencionalidad y el lugar de la enunciación es otro: mientras que el cronista alfonsí relata desde la cámara regia, es decir, desde el lugar del poder central, dirigiéndose hacia el "anillo periférico" que conforman los nobles y otras gentes de valer, unidos por el carácter de no letrados, el cronista de la CSF habla desde el lugar de la Nobleza y no necesita "salir hacia" el lugar de su público; no se remite, por ello, a ningún lugar central, no hay un proyecto específico, preciso, definido, que lo englobe; por esa razón disemina justificaciones aquí y allá &emdash;justamente cuando la narración se particulariza hasta el extremo de la anécdota banal&emdash; y adscribe a una difusa preocupación didáctica. La familiaridad y la proximidad de ese destinatario se reflejan en la proliferación de nombres propios, veladas alusiones genealógicas que invitan al reconocimiento mutuo de un grupo social que lee en la historia su razón de ser. La época era particularmente propicia (desde la muerte de Sancho IV a la mayoría de edad de Alfonso XI) para esta aparición del punto de vista aristocrático. Tanto es así, que las nuevas condiciones de posibilidad de lo narrable, establecidas por esta nueva situación, dan cabida con derecho propio a la "auentura de caualleria" que se narra a propósito de personajes como Garci Pérez de Vargas.

     En suma, la CSF concentra en sí las nuevas tendencias historiográficas de principios del siglo XIV: como las Crónicas Generales derivadas de los borradores alfonsíes, trabaja sin depender de ningún proyecto centralizador, sin formar parte de ningún programa cultural o ideológico; como la Crónica Abreviada de don Juan Manuel, evalúa selectivamente los límites de lo narrable establecidos por el modelo alfonsí; como la CVR y la CC, se inscribe en una tendencia "particularista" totalmente contraria al modelo alfonsí; como esta última, también, inaugura una perspectiva netamente aristocrática de la narración histórica; como ciertos textos historiográficos secundarios (tales como la Crónica del maestre Pelay Pérez Correa), incorpora lo anecdótico y el protagonismo histórico de personajes menores.

     A su vez, la CSF contiene el germen de modalidades que darán sus frutos en los estadios siguientes del proceso evolutivo de la crónica castellana hasta su culminación en Ayala. Sus parámetros de configuración del objeto histórico (un solo reinado), serán adoptados por el nuevo género a surgir en época de Alfonso XI: la crónica real. El modelo completo propuesto por nuestra crónica se proyectará, en un estadio posterior correspondiente a la consolidación de Enrique II de Trastámara, en una notable obra: la Gran Crónica de Alfonso XI.

     Por todo ello, nuestra crónica ocupa un lugar primordial en la evolución de las formas cronísticas, pues constituye un punto de condensación y de irradiación de todas las modalidades historiográficas que florecen a lo largo del siglo XIV.

4. La diversificación de las formas cronísticas y la contienda ideológica en tiempos de Alfonso XI

     Cuando Alfonso XI, una vez consolidada su posición dominante en la última década de su reinado (1340-1350), encargó a Fernán Sánchez de Valladolid continuar la labor historiográfica interrumpida en tiempos de Alfonso X (en realidad, en época de Sancho IV, pero es de notar que esta figura nunca desplazó al Rey Sabio de la posición de auctor), se había producido ya una rica diversificación de las formas cronísticas: además de la crónica general (alfonsí y post-alfonsí), circulaban crónicas castellanas y crónicas particulares. A estos subgéneros, el canciller de Alfonso XI habría de agregar el de la crónica real, es decir, la crónica oficial de reyes particulares.

     El cambio muy profundo de la mentalidad histórica se hace visible en la manipulación de los materiales cronísticos alfonsíes y post-alfonsíes, terminados y en borrador, con que se dio forma a la hoy llamada versión regia de la EE, que consiste físicamente en los dos manuscritos escurialenses E1 y E 2 (el segundo un códice facticio) y que fueran editados por Menéndez Pidal como PCG.

     Pero será a partir de la reconstrucción histórica del pasado inmediato (los reinados de Alfonso X, Sancho IV y Fernando IV), materia de la llamada Crónica de tres reyes (= C3Reyes), que la tensionada interrelación de estos diferentes subgéneros cronísticos dará sus mejores frutos narrativos, al calor de una reavivada contienda ideológica entre realeza y aristocracia en el marco de la crisis económica, social, política y cultural del siglo XIV.

     El Grupo III (María Eugenia Arizcurren y Diana Kovach) analizó la historia del reinado de Alfonso X tal y como aparece en la Historia hasta 1288 dialogada (= Dialogada) y luego en la "Crónica de Alfonso X" que integra la C3Reyes y para la cual Fernán Sánchez de Valladolid utilizó la Dialogada como fuente.

     En la Dialogada el relato del reinado de Alfonso X se organiza en torno de cuatro núcleos conflictivos: 1) el incidente relacionado con la princesa Cristina de Noruega; 2) la guerra con los moros; 3) el fecho del Imperio y 4) la crisis sucesoria. En cada caso se echa mano de idénticos recursos literarios y procedimientos narrativos: geminación de motivos, relatos folklóricos o legendarios (el cuento de las moscas, la emperatriz de Constantinopla, el juego de ajedrez de Beaucaire), reconfiguración temporo-causal de las secuencias narrativas.

     En cada caso se reitera un mismo patrón: conducta desacertada del rey que genera un conflicto, intervención de la nobleza mediante el consejo, solución del conflicto por enmienda del rey. En el último caso, la falta de enmienda llevará a la justificada deposición del rey y el legítimo alzamiento de su hijo Sancho.

     Es interesante notar cómo la tensión entre la conducta errónea y la conducta correcta es presentada como una oposición entre la dualidad y la unidad respectivamente. El conflicto que provoca el rey en el primer núcleo al traer a Castilla a la infanta Cristina para sustituir a su hasta entonces estéril esposa, doña Violante y que soluciona con el casamiento de Cristina con su hermano el infante don Felipe, está relacionado con el principio moral de que no puede tener dos esposas, sino una. Cuando el cerco de Niebla está a punto de fracasar por la invasión de moscas en la hueste y la enfermedad que propagan, el consejo de los frailes que permite salvar la situación se relaciona con el principio lógico de no es atinado hacer dos pagos (la vida de sus guerreros y la derrota ante los moros) sino uno (en dinero por las moscas cazadas). Cuando el rey se empeña en su aventura imperial y se encuentra en Francia, lejos de su reino en problemas, los nobles, a través del juego de ajedrez, convencen al rey de que abandone su perjudicial empecinamiento según el principio político de que un rey no puede llevar bien dos reinos, sino uno. Por último, la caída final con motivo del conflicto sucesorio se debe a que el rey no obedece el principio genealógico de que no puede haber dos herederos, sino uno.

     En suma, la Dialogada pone en el centro la función consiliar de la nobleza, garantía de un orden en la medida en que acota la iniciativa regia y la sujeta a principios (ideo)lógicos. También asume un protagonismo absolutamente ficticio en los grandes acontecimientos del reinado (elección de Alfonso emperador, arbitraje del conflicto sucesorio). La nobleza se arroga el lugar del saber, arrebatado a un rey cuya obra cultural se silencia por completo, y desde ese lugar defiende su posición política como co-participante en el poder mediante su sabio consejo.

     La reescritura de esta historia en la C3Reyes mantiene gran parte de la materia narrada y, principalmente, la mayoría de los procedimientos formales ya apuntados (especialmente la concentración temporal y puesta en relación causal de acontecimientos cronológicamente distantes y la condensación narrativa de procesos complejos: la política monetaria y las largas gestiones de la elección imperial ilustran respectivamente estos recursos).

     Con respecto al Fecho del Imperio, la C3Reyes estructura el relato en una suerte de díptico formado por los capítulos 17 y 18, en los que la magnanimidad de Alfonso X se pone de manifiesto en actos y rituales: el pago del rescate del emperador de Constantinopla, el otorgamiento de la caballería a grandes personajes (el príncipe Eduardo de Inglaterra, el infante heredero don Fernando), las magníficas bodas de don Fernando de la Cerda y la princesa doña Blanca de Francia (Funes 1995).

     Aunque la crónica presenta, en último análisis, una imagen mayormente negativa del Rey Sabio (Calderón 2000), podemos percibir una construcción diferente de la figura del rey y de la nobleza en relación con la Dialogada. Aquí el ideal caballeresco es ya un valor del rey: la liberalidad real, generadora de fama y prestigio, lleva al merecimiento de la dignidad imperial, evaluada de modo complejo como culminación glorificante e inicio de la decadencia. Por otro lado, la nobleza aparece como subalterna: provee el marco de los rituales caballerescos de iniciativa regia o se aparta de la esfera positiva como facción rebelde e intrigante. En suma, ambas crónicas construyen los acontecimientos históricos mediante procedimientos narrativos comunes (organización de motivos folklóricos y legendarios, patrones de configuración literaria) y en función de perspectivas ideológicas diferentes: la Dialogada obedece a una ideología señorial que defiende el lugar de la nobleza como cuerpo consultivo del rey, mientras que la C3Reyes responde a la ideología molinista, que rescata la investidura y la autoridad regias más allá de los errores personales del rey.

     El Grupo IV (Marisa García y Pasionaria Ramoneda) analizó en detalle el aprovechamiento de la leyenda en la C3Reyes, a propósito del relato de la muerte del rey Fernando IV y luego examinó la trayectoria independiente de la leyenda de "Fernando, el Emplazado".

     Esta leyenda, de origen presumiblemente oral, articula tres nudos narrativos: 1) la sentencia injusta del rey contra dos caballeros, 2) el emplazamiento de éstos al rey y 3) su muerte misteriosa al cumplirse el plazo. Las propias características de estos nudos apuntan a los círculos de la nobleza como ámbito de emergencia, porque si la finalidad de todo relato legendario es advertir sobre acciones imprudentes o sancionar acciones impropias (Velasco 1989), aquí es evidente que lo que se transgrede es el fuero de los hidalgos.

     Fernán Sánchez de Valladolid articula esta leyenda en su relato histórico apelando, en principio, a la localización (que funciona a la vez como dato preciso del contenido y como recurso de verosimilización). El lugar es punto de fusión del tiempo y del espacio, en la medida en que el lugar actualiza el tiempo pasado del hecho narrado en el espacio concreto que pueden compartir el personaje, el narrador y el público. En este caso, la mención de Martos marca el punto de inserción de la leyenda y funciona como garantía de veracidad. 

E avia bien dos meses que tenia cercado el infante don Pedro a Alcaudete, que era de moros, ante que el Rey llegase, e el Rey salio de Jahen, e fuese para Martos. E estando en Martos, mando matar dos caballeros que andavan en su casa [...]. ("Crónica de Fernando IV", cap. XX, p. 169; se elimina la acentuación moderna)

     En el sucinto relato de los dos primeros núcleos de la leyenda se destacan tres palabras: riepto, tuerto y emplazamiento, en ellas se condensa el conflicto narrativo y al mismo tiempo se lo relaciona con el contexto histórico y con el discurso jurídico. El tuerto que comete el rey con los caballeros sometidos a riepto y que desemboca en el emplazamiento del juez injusto ante un tribunal superior (el de Dios), remite a una constante de la conducta política de Fernando IV: el favorecimiento arbitrario de unos nobles en perjuicio de otros, con la consiguiente reacción de estos últimos y la generación de una situación endémica de conflicto político y de desorden social. El discurso jurídico permite proyectar en el plano moral-trascendental la trama legal que reivindica la ideología señorial: ante el tribunal de Dios el rey y los nobles son iguales.

     La figura negativa del rey Fernando que el cronista construye (valiéndose, en este caso, de materia legendaria) se completa con la conducta irresponsable hacia su propia persona que se agrega como puente hacia el tercer nudo narrativo. 

E el Rey estando en esta cerca de Alcaudete, tomole una dolencia muy grande, e afincole en tal manera, que non pudo y estar, e vinose para Jahen con la dolencia, e non se quiso guardar, e comia cada dia carne e bebia vino. (ibidem)

     La falta de gobierno sobre su persona se extiende al reino, cuerpo social enfermo por idéntica mengua. A la vez, esta mención de factores físicos agrega un elemento de ambigüedad al desenlace legendario y pone a resguardo la verdad última del relato histórico.

E este jueves mesmo siete dias de setiembre, vispera de Santa Maria, echose el Rey a dormir, e un poco despues de mediodia fallaronle muerto en la cama, en guisa que ningunos le vieron morir. E este jueves se cumplieron los treinta dias del emplazamiento [...]. (ibidem)

     La coincidencia de la enfermedad y del plazo vuelve indecidible la explicación causal, pero esto no debilita la versión cronística sino que la enriquece con la excepcionalidad del portento y la garantía de veracidad de la crónica.

     Así como la leyenda remite a la inquebrantabilidad de los derechos, privilegios y libertades de la nobleza, la apropiación cronística reconduce su perspectiva ideológica hacia el molinismo: la mala conducta del rey Fernando IV ya no es una lección contra la arbitrariedad regia sino una legitimación de la conducta de Alfonso XI, cuyo gobierno de "mano dura" es la respuesta positiva a la debilidad política de su padre.

     El Grupo VI (Silvina Tomasini y Florencia Torchiaro) describe la Crónica de Alfonso XI (= CAXI) como un texto constituido por tres partes de características propias: la parte de las tutorías, la parte de la guerra con don Juan Manuel y la parte de las victorias y conquistas sobre los moros. En la primera parte se pone de manifiesto la quintaesencia del molinismo en la propia construcción de la figura de la reina doña María de Molina, en la que proyecta el modelo de la Virgen María: así como ésta fue la sostenedora de la fe en el tiempo entre la muerte y la resurrección de Jesús, así la reina fue la sostenedora de la monarquía luego de la muerte de su hijo; también la figura de María Mater se proyecta en la reina como gestadora de la paz y de la justicia, función que finalmente retomará su nieto Alfonso XI.

     El Grupo II (Patricia Ayala y Catalina Fedoruk) analizó el episodio de la muerte de los infantes don Juan y don Pedro, ocurrida en la vega de Granada el 23 de junio de 1319, atendiendo a las diferencias en el relato ofrecido por la CAXI, el representante más puro de la crónica real en el siglo XIV, por la Gran Crónica de Alfonso XI (= GCAXI), perteneciente al subgénero de la crónica particular, y por el Poema de Alfonso Onceno, ejemplo más notable de la crónica rimada en el siglo XIV.

     En la sección dedicada al tiempo de la minoridad del rey, la CAXI describe prolijamente el desorden y la agitación que provoca la interminable disputa entre facciones de la nobleza y entre miembros de la familia real por apropiarse de mayores porciones de poder en el reino. De la serie de intrigas y traiciones que protagonizan los actores políticos ya contra la reina abuela doña María de Molina, ya entre sí, una vez fallecida la única sostenedora del rey niño, el cronista Fernán Sánchez de Valladolid deriva una ejemplaridad negativa sobre la cual construye la justificación de la violenta política de Alfonso XI para restaurar el orden político y social, sometiendo a los nobles rebeldes y consolidando la autoridad regia. La trágica y poco menos que absurda muerte de los infantes-regentes en la vega de Granada es narrada sucintamente en el contexto de las desgracias que sufre Castilla hasta el surgimiento del rey justiciero.

     En la GCAXI este relato es sometido a una vasta operación de amplificación mediante la cual el episodio adquiere hasta una relativa autonomía, al punto de configurarse como un exemplum. Por una parte se subraya la interpretación moral de la derrota/desgracia como castigo divino, pues los infantes "llenos yuan de ponçoña el vno con el otro, ca pensauan e entendian cada vno de ellos que qualquiera dellos que quedase a vida sin el otro seria señor de Castilla" (cap. XX).

     En el caso de la muerte del infante don Pedro, la GCAXI ofrece una amplificación novelizada de la versión de la CAXI donde se hace visible su diferente orientación ideológica. Si Fernán Sánchez no distingue otro actor que la propia víctima y los caballeros aparecen como meros testigos, en la GCAXI se produce un choque entre la conducta mesurada de los nobles y la reacción descontrolada del infante del cual deriva la desgracia.

Et el infante Don Pedro metió mano a la espada por los acapdillar, et nunca pudo: et a golpes se tollió todo el cuerpo, et perdió la fabla, et cayó del caballo muerto en tierra. Et toda la gente de la caballeria que estaban con él no lo sopieron sino muy pocos… (CAXI, cap. XIV)
el infante puso espuelas al cavallo y ellos travaronle de las riendas, y el infante sacó la espada de la baina para ferir al que lo tenía, e dio con la espada en la rienda suya e tajola, e el cavallo salio delante, e el infante por se apoderar del cavallo tirole de la otra rienda…y el cavallo alço la caveça del infante cayo en las ancas del cavallo; e quedó el infante muy quebrantado, fuera desto que no supo si era de noche o de día, e por fuerça obo de caer del cavallo en el canpo sin ablar, e salio le la sangre por las nariçes e por la boca… e el infante cumplio sus ideas y murió…sin contienda sin pelea e sin feridas de christianos ni de moros (GCAXI, cap. XXI)

     A su vez el Poema selecciona aquellos datos que subrayan el carácter insólito de la muerte y se desentiende de la trama política subyacente, apuntando a la elaboración de una gesta del rey como héroe de la Reconquista, y por ello, sustentando una ideología regalista cercana a la de la CAXI. 

El infante con gran saña
al cavallo dio la rienda
Llamó luego ¡Aguilar!,
por el canpo se salió,
e luego con gran pesar
del cavallo se cayó

e tornava demudado
luego sin ninguna falla;
el infante fue finado
sin ferida e sin batalla. (Poema de Alfonso Onceno, ed. Juan Victorio, e. 37-39)

     Como se dijo, la interpretación providencialista del acontecimiento termina de redondear su configuración como exemplum negativo.

[…] ya Dios tenia sentençia dada contra los christianos, e la rrueda de la ventura era ya buelta de mala manera de guisa que sin contienda e sin pelea e sin feridas ningunas de christianos nin de moros -e si fue por la boluntad de Dios, o por los pecados de los christianos o por las malas yntençiones de los dichos ynfantes- fueron amos a dos estos ynfantes muertos; e ansi se entiende que fue milagro e justiçia de Dios. (GCAXI, cap. XXI)

     La culpa recae, en última instancia, sobre los miembros de la familia real y deja a salvo a los nobles, cuya conducta no se aparta del ideal caballeresco que promueve la crónica particular.

     El caso ilustra con claridad de qué manera la narración del pasado inmediato se transforma en la escena de una contienda entre agendas ideológicas contrapuestas (el regalismo en su versión molinista por una parte, la ideología señorial por otra). Cada una manipula los datos mediante el recurso a distintos procedimientos retóricos (elipsis, abbreviatio, amplificatio) y narrativos (motivaciones, pormenorización de las acciones, perspectiva narrativa) y distintos modelos genéricos (épica culta, registro analístico, exemplum).

 

     Además de la prolífica labor cumplida en la corte de Alfonso XI, sobre todo en el orden de la historia y de la ley, en la última década de su reinado también hubo una importante actividad historiográfica periférica, muy probablemente motivada por la necesidad de contender con las versiones regalistas históricas y jurídicas.

     Destacan en este sentido las figuras de don Juan Manuel y de don Pedro Afonso, conde de Barcelos. En este último caso se impone una explicación de los motivos que llevan a incluir un autor portugués en un panorama de la historiografía castellana. En primer lugar, hay que señalar los estrechos lazos del conde don Pedro con la familia regia y con la nobleza castellanas: hijo bastardo del rey don Dinís, a su vez nieto de Alfonso X, amigo de los Lara, en cuyos dominios pasó algunos años de destierro, oportunidad en la que probablemente estuviera en contacto con don Juan Manuel. En segundo lugar, las fuentes de sus obras son en gran medida castellanas: la Traducción gallego-portuguesa de la Crónica de Castilla fue su texto base para redactar la CG1344, así como las genealogías de las familias nobles de Castilla y León (sobre todo, la de los Haro, los Lara y los Castro) son la base de su Livro de linhagens. En tercer lugar, permite completar el panorama de las reacciones que provocó la acción historiográfica alfonsí. El modelo regalista y universalista de Alfonso X bien pudo provocar reacciones defensivas en los reinos vecinos de Castilla -así lo probaría el hecho de que la leyenda de la blasfemia del Rey Sabio prosperara, en principio, en Portugal, Navarra y Aragón (Funes 1993 y 1994)-; y muy especialmente en Portugal, en posición más débil que el resto de los reinos hispánicos. Los estudios de Isabel de Barros Dias al respecto son muy sugerentes (1999, 2000), aunque está por confirmarse que Alfonso X haya tenido una ambición imperialista con respecto a la propia Península Ibérica que fuera más allá de elevar a Castilla al primer plano en prestigio: no veo indicios de dominación territorial en su política, sino todo lo contrario, como lo demuestra la entrega del Algarve al rey Alfonso III de Portugal y la liberación del tributo vasallático por solicitud de su nieto el infante don Dinís (Ballesteros-Beretta 1963: 425; pero a favor de una intención imperialista hispánica de Alfonso, véase O’Callaghan 1993: 147-62).

     La incursión del conde de Barcelos y de don Juan Manuel en la escritura de la historia pone de relieve el clima de contienda discursiva que corresponde al período final del reinado de Alfonso XI, un tiempo de consolidación del poder regio y de relanzamiento del estado castellano en el plano internacional como no ocurría desde la época de Alfonso el Sabio [4]. La obra de estos dos autores ajenos a la corte regia testimonia también el enriquecimiento del discurso historiográfico con géneros periféricos o concomitantes, tales como las leyendas familiares, las memorias y las genealogías, un rico acervo narrativo generado en las casas nobiliarias más importantes de Castilla y León.

     El Grupo V (María Gimena del Río y Gabriela Villalba) trabajó con el Livro de linhagens del conde don Pedro Afonso, enfocándose en el peculiar fenómeno histórico-ficcional del cruce de lo genealógico con lo legendario, lo épico y lo anecdótico.

     La ideología señorial que sostiene esta obra queda expuesta con una claridad inusual en el prólogo, donde se plantea el principio de la fe de los hidalgos, es decir, de la amistad entre todos los nobles como argumento básico para la defensa de la nobleza como grupo social.

Esto diz Aristotiles: que se homee houvessem antre si amizade verdadeira, non haveriam mester reis nem justiças, ca amizade os faria viver seguramente em no serviço de Deus. (Livro de linhagens, ed. José Mattoso, pp. 55-56)

     El componente narrativo del discurso genealógico es, lógicamente, discontinuo, puesto que la estructuración depende del despliegue arbóreo de los nombres de cada linaje. Cada entrada (o cada nudo) de esta estructura en cuadro fijo puede o no ampliarse con algún tipo de narración. En este caso, se han distinguido tres tipos de acuerdo con la naturaleza temática de su contenido.

     1) narraciones de carácter mítico-legendario: su función es historizar un origen ficcional de determinado linaje, poseen un elemento sobrenatural que remite al imaginario celta. Esto es especialmente notable en el caso del relato de los orígenes de la casa de Haro y su señorío de Vizcaya: la leyenda de Dom Froom, fundador del linaje, la leyenda de La Dama do pé de cabra, casada con un bisnieto de Dom Froom, y su continuación, la leyenda del cavalo Pardalo y Enheguez Guerra. Mediante la atribución de origen sobrenatural, se asigna al linaje una superioridad que le permite afirmar su autonomía frente a la dinastía regia castellana.

     2) narraciones de carácter épico: permiten apropiarse, mediante un proceso de ficcionalización, de una figura histórica, como es el caso de la tradición épica sobre Alfonso Henríquez, primer rey de Portugal, con el fin de asignar una heroicidad fundadora a determinado linaje. En el caso del Cid, su figura aparece como paradigma de la nobleza ("o mais honrado fidalgo que houve en Espanha, que rei nom fosse"), sobre todo se subraya su condición de guerrero invencible y su superioridad ante los reyes de su tiempo.

Este Cide Rui Diaz venceo cinco reis mouros a hora. E [...] venceo rei dom Garcia, e venceo el rei dom Afonso de Leom e prende-o. [...] E despois venceo o conde de Saboia com todo o poder d’el rey de França duas vezes. E este Rui Diaz levou el rei dom Fernando de Castela, o que foi par d’emperador, para França, e esteve seis meses em França a pesar do emperador e d’el rei de França e de sete reis e do papa, a que pesava muito; e todo esto era com medo do Cide Rui Diaz, ca nunca se todos atreverom a lidar com el rei, com medo d’el. E o emperador e el rei de França rogaron o papa que enviasse rogar el rei que se tornasse pera sa terra. E o papa enviou-o rogar que se tornasse pera sa terra, e el rei nom quis, ataa que o papa e o emperador e os outros reis houverom de fazer quanto el mandou; e assi se tornou honrado e bem-andante para sa terra pela boa aventura do Cide. (Livro, p. 135)

     El aprovechamiento de la épica tardía (Refundición del Cantar de Mio Cid, Mocedades de Rodrigo), a través, probablemente, de resúmenes prosificados ya incluidos en fuentes genealógicas anteriores (Paredes 1995), permite de este modo legitimar la precedencia histórica, política y cultural de la nobleza con relación a la realeza.

E dona Elvira casou com el rei dom Ramiro de Navarra […], e houveron filhos e geeraçom, em tal maneira que quantos reis ha hoje em Espanha e em França e em Inglaterra, todos vem del, e em outros reinos mais longe. (Livro, p. 136)

     3) narraciones de carácter anecdótico: más simples, breves y rudimentarias, cumplen la función de subrayar la relevancia y la identidad de un personaje. La anécdota adosa un hecho histórico a un noble y provee una explicación a su nombre o a su apodo. Se trata, pues, de la construcción ficcional de un nuevo nombre que viene a reemplazar el nombre original del personaje, como símbolo de un nuevo origen.

     El Livro de linhagens, como principal exponente del discurso genealógico, se vincula con la historiografía a través de su preocupación obsesiva por el origen. A partir de unos datos el texto se remonta hasta un punto inicial ubicado mucho más allá del alcance de su información, por lo que el origen no se descubre, sino que se construye literariamente. Mediante el artificio de asignar un origen, el texto procede a desplegar filiaciones que son lazos mucho más de tinta que de sangre.

     A continuación, nos concentramos en la figura de don Juan Manuel, en su doble dimensión de autor y de personaje histórico relevante en la historia castellana de la primera mitad del siglo XIV. De alguna manera, la figura de don Juan Manuel fue para nosotros un espacio textual donde observar en acción construcciones narrativas contradictorias, procedimientos narrativos y contenidos ideológicos en pugna, tal y como los ilustraban la CAXI, y el Libro de las tres razones.

     El Grupo VI (Silvina Tomasini y Florencia Torchiano) analizó las características del relato de la "historia oficial" transmitida por la crónica real, específicamente la CAXI, a propósito de la figura de don Juan Manuel. Con el fin de vehiculizar los valores y disvalores del sujeto político de acuerdo con su perspectiva ideológica, la crónica recurre como procedimiento dominante a la construcción de los personajes históricos como figuras paradigmáticas de lo bueno y de lo malo en el ejercicio del poder. De este modo, manteniendo un tono impasible de cuidadoso registro de los hechos, el texto construye una figura absolutamente negativa: don Juan Manuel es ambicioso, desleal, insumiso a la autoridad regia, cobarde y mentiroso. En la sección de la minoría del rey, su figura se contrapone a la figura positiva de la reina doña María de Molina.

Et cuando ellos vieron esto, fuéronse luego para Don Joan fijo del Infante Don Manuel, et dixiéronle que él les diese cartas del sello del Rey que él ficiera en su nombre, que él traía, en cómo les otorgaba lo que ellos pedían, et que fuese luego para allá para Córdoba, et que le tomarían por tutor. Et Don Juan otorgóles todas las cosas que le pidieron, non guardando lo del Rey, et dióles ende las cartas. Et como quier que esto fizo él en gran poridad que lo non sopiese la Reyna, óvolo a saber la Reyna, et dixole a Don Juan mesmo en como le dixieron que avia dado tales cartas á los de Córdoba; et él negóselo, et dixole que non creyese de la tal cosa, ca lo non faria por dos cosas, lo uno por guardar lo del Rey, et lo otro por non mentir el pleito que avia con ella. Et de las otras cosas en como pasaron la estoria las irá contando adelante. (CAXI, cap. XXIV)

     El cronista provoca el efecto de objetividad y de verdad mediante el recurso de "dejar que los hechos hablen por sí solos"; el puro relato basta para indicar su evaluación negativa, sin necesidad de inmiscuirse en el relato con comentarios o admoniciones. Por supuesto que el artificio literario asoma en el discurso referido que da cuenta del diálogo entre la reina y don Juan. Otro recurso será la omisión de toda referencia a la motivación de la conducta de don Juan Manuel, que siempre queda como extemporánea, arbitraria, sólo impulsada por una maldad esencial del personaje. Esto es especialmente notable cuando se relata el comienzo de las hostilidades con el rey sin mencionar que éste acaba de incumplir su compromiso de casamiento con la hija de don Juan Manuel.

Et Don Joan fijo del Infante Don Manuel, que estaba en la frontera, desque sopo que Don Joan fijo del Infante Don Joan era muerto, partióse luego dende, et fuése para el regno de Murcia a un logar suyo que dicen Chichiella, et estido y, et en los otros sus logares desa comarca, et non veno al Rey: et el Rey fue desto maravillado, ca non le avia él fecho á este Don Joan ninguna cosa por que debiese él irse de la frontera, et desamparar el menester en que él estaba en servicio del Rey en la guerra de los Moros por el oficio de Adelantamiento que tenía del. (cap. XLIX)

     En contraposición, la figura del rey Alfonso XI es presentada como el paradigma de la caballería, la cortesía y la castellanidad. 

el rey […] era ome bien acostumbrado en comer e bebia muy poco, e era ome muy apuesto en su vestir e en todas las otras costumbres, e avia buenas condiçiones, ca la palabra dél era bien castellana e non dubdava en lo que avia de dezir.

 

     Por su parte, don Juan Manuel intenta poner en circulación una versión diferente del pasado de Castilla (desde la época de Fernando III hasta su propio tiempo) en contienda con versiones y acciones políticas de la corona (plasmadas en obras como C3Reyes y CAXI y en iniciativas como la creación de la Orden de la Banda y la ceremonia de investidura llevada a cabo en Burgos, 1332). Para ello escribe el Libro de las tres razones, que si bien no pertenece de lleno al género historiográfico, participa de ciertos procedimientos y recursos que le son propios. Su forma de encarar el trabajo de redacción remite al cronista, como se hace claro en el Prólogo: gesto de la escritura por encargo; utilización de la fórmula de enunciación de los cronistas post-alfonsíes (yo + nombre y función + verbo [decir/escribir] + od [la verdad]) al plantear yo + don Iohan + dar por escripto + tres cosas (la verdad); respeto del orden cronológico, pues el lapso al que se refieren sus tres relatos comienza con el nacimiento de su padre, el infante don Manuel (h. 1234) y termina con la muerte de Sancho IV (1295); prolija consignación de fuentes (aunque éstas sean orales e inciertas). Pero al mismo se diferencia del cronista oficial porque: 1) no se propone un relato continuado; 2) como narrador ocupa un espacio en el que se superponen lo doméstico y lo político (lo privado y lo público); 3) encubre su finalidad política no con el aval institucional de la condición de crónica verdadera, sino con la ocasionalidad de la respuesta a tres preguntas motivadas por la curiosidad anecdótica.

     En esta obra la historia de Castilla, aparece en los bordes de la respuesta a cada pregunta; con lo que su condición marginal debe entenderse en dos sentidos: historia escrita en los márgenes de un texto de memorias familiares y sostenido desde los márgenes de una práctica de escritura (la historiografía).

     Diana Kovach y Andrea Calabró enfocaron su trabajo en el Libro de las tres razones, junto con quien suscribe, y pusieron de relieve algunas de las estrategias desarrolladas por don Juan Manuel.

     En el Prólogo, el texto no solamente se presenta como resultado de un encargo (pedido de Frey Johan Alfonso, escribano de su scriptorium) sino como huella y eco de conversaciones previas, lo cual remite a una oralidad fundante de la que la (trabajosa) escritura es dependiente. Las protestas de veracidad, la comparación de su tarea con la de los comentadores bíblicos, la homologación de sus fuentes orales (de testigos ya convenientemente muertos) con fuentes documentales, son todas estrategias que permiten encubrir el hecho de que la voz de don Iohan es la única garantía de historicidad de su relato.

     En la primera razón, la contraposición del sueño premonitorio positivo sobre el infante don Manuel con el sueño negativo sobre Alfonso X inaugura una constante del texto: el contraste entre el linaje bendito (los Manueles) y el linaje maldito (la dinastía reinante) salidos de la santidad del rey Fernando III. Otro contraste relevante es también la primera referencia al presente de la enunciación: la buena crianza de su padre en época del rey San Fernando frente a la mala educación de los infantes en su tiempo (minoría de Alfonso XI, educación del infante don Pedro y de sus hermanastros bastardos).

     En la segunda razón aparece la segunda alusión al presente, esta vez implícita, en la medida en que el tema que origina la pregunta (por qué don Juan Manuel y sus descendientes pueden armar caballeros sin haber sido él mismo investido) es a su vez la explicación de su negativa a concurrir a la ceremonia de investidura para recibir caballería del rey Alfonso XI.

     El relato sobre el reino prometido y arrebatado a su padre por Alfonso X es una delicada construcción ficcional que reúne datos históricos y datos improbables y los articula en una narración mediante procedimientos tales como la conexión temporal inmediata de sucesos ocurridos en fechas y lugares muy distantes con el fin de entablar relaciones de causalidad entre ellos. De alguna manera, la manipulación del pasado que se hace evidente en el Libro de las tres razones es, como caso extremo, eficazmente ilustrativo de los procedimientos de todo cronista, con obvias diferencias de grado y frecuencia.

     La tercera razón se enfoca de lleno en el tema de la oposición entre linaje bendito y linaje maldito. Don Juan Manuel aprovecha aquí la supuesta maldición que por omisión de sus deberes habría recaído sobre Alfonso el Sabio, tal y como lo recoge la CSF. En efecto, esta crónica particular que data, recordemos, de la época de Fernando IV, relata de esta manera el momento en que el moribundo Fernando III encomienda el reino a su heredero Alfonso:

fizo acercar a si don Alfonso su fijo, et alço la mano contra el, et santiguolo et diol su bendiçion […]. Et rogo a don Alfonso que llegase sus hermanos a sy, et los criase et los mantoviese bien […], et rogol por la reyna que la toviesse por madre […] et rogol por su hermano don Alfonso de Molina, et por las otras hermanas que el avie, et por todos los ricos omnes de los sus regnos, et por los cavalleros que los onrasse et les feziese siempre algo […] et les guardase bien sus fueros et sus franquezas et sus libertades todas […]. Et si todo esto quel el encomendava […] conpliese et lo feziese asi, que la su bendiçion conplida oviese; et sy non, la su maldiçion; et fizol responder "amen". […] Et dixol más: "Sseñor te dexo de toda la tierra de la mar aca […] et en tu sennorio finca toda: la vna conquerida, la otra tributada. Sy la en este estado en que te la yo dexo la sopieres guardar, eres tan buen rey commo yo; et sy ganares por ti mas, eres meior que yo; et si desto menguas, non eres tan bueno commo yo". (PCG, 772b21-773a4)

     Dado que el rey Alfonso no cumplió con el mandato de su padre, la bendición se habría trocado en maldición. Luego, don Juan Manuel pone en boca del propio Sancho IV el reconocimiento de la maldición paterna, esta sí expresa y documentada, pues se conserva el Acta de desheredamiento y maldición, escrita en latín y fechada en Sevilla, 8 de octubre de 1282, luego ratificada en los dos testamentos del rey, el primero del 8 de noviembre de 1282 y el segundo del 21 de enero de 1284 (véase Martin 1994).

     Como conclusión, don Juan Manuel presenta a su rival político, Alfonso XI, como último descendiente de un linaje de malditos: Alfonso X maldito por omisión, Sancho IV maldito expresamente y Fernando IV, el emplazado, víctima de una maldición (véanse también los trabajos de Ramos Nogales 1992, Qués 1993 y Funes y Qués 1995).

 

5. La obra cronística del Canciller Ayala y la consolidación de la nueva
dinastía Trastámara

     El último estadio evolutivo que consideramos en nuestro recorrido corresponde a la tarea cronística del Canciller Pero López de Ayala. Luego del turbulento período que corresponde al reinado de Pedro I y a la guerra civil en que derivó su enfrentamiento con el bastardo Enrique de Trastámara, con intervención de fuerzas extranjeras, en lo que podría llamarse la fase hispánica de la Guerra de los Cien Años, siguió la etapa de consolidación de la nueva dinastía en el trono de Castilla y León. El nuevo escenario que representó una nueva familia regia de dudosa legitimidad y una nobleza nueva que venía a reemplazar los grandes linajes de la nobleza vieja, modificó las modalidades de la siempre tensa relación entre monarquía y aristocracia, pero la necesidad misma de uno y otro bando de legitimar su posición hegemónica y de afirmar su prestigio y reconocimiento social los hizo confluir en una apelación aún más acentuada a los ideales y a las conductas de la caballería.

     La actividad cronística de Pero López de Ayala repite el propósito de Fernán Sánchez de Valladolid de completar la historia de los reyes de Castilla y León desde el punto en que había quedado interrumpido.

     Esto explica una de las características distintivas de la Crónica del rey don Pedro y del rey don Enrique: el hecho de que se inicie con el relato de los últimos hechos, la muerte y el entierro de Alfonso XI (esta es la materia no incluida en la CAXI). A este comienzo no convencional se agrega su carácter de crónica doble, recurso estructural que permite manejar el problema histórico-político de la coexistencia de dos reyes en Castilla durante cuatro años. (Orduna 1989).

     Gerardo Pignatiello comenta el tratamiento técnico que el prólogo realiza del problema de la veracidad de la crónica, que según se nos dice, descansa en tres tipos de fuentes: 1) "lo que vi", es decir la autoridad del cronista como testigo (y a veces partícipe) de los hechos que narra (o dicho de otro modo, la constatación empírica de lo narrado por el sujeto de la enunciación); 2) "relación verdadera de señores e cavalleros", es decir, la nobleza es la que legitima los hechos narrados, la perspectiva nobiliaria es sinónimo de verdad; 3) "otros dignos de fe", es decir, en todos los casos fuentes testimoniales orales y no documentos escritos (aunque luego estos se usan en la crónica), mucho menos fuentes narrativas.

     Centrado luego en el análisis del relato de diversas muertes violentas, señala que el cronista utiliza ciertas estrategias que van configurando una determinada voz narrativa que a la vez evalúa los hechos narrados. En un comienzo, estas estrategias son indirectas: el relato preciso y detallado del crimen, despojado de marcas afectivas, basta para resaltar la crueldad del hecho; la inclusión de la voz de otros personajes, normalmente referida, o del relato de su reacción, le permite insertar una evaluación de los hechos que se opone a la perspectiva del rey don Pedro. De la colisión de las dos perspectivas surge un efecto de sentido que permite juzgar el crimen. Esto se ilustra claramente en el caso de la muerte de Garçi Laso de la Vega (Pedro, Año II, caps. V-VI). Otra estrategia es la ponderación positiva de las víctimas, que tiende a producir una empatía con el receptor y desacredita la conducta del rey: la entereza caballeresca de Alfonso Ferrández Coronel (Año IV, cap. I), la condición de reina muy querida y el parentesco cercano de doña Leonor de Aragón (Año X, cap. IX) y la inocencia de sus medio-hermanos don Juan y don Pedro (Año IV, cap. XXIII) son ejemplos de este recurso. Una estrategia extrema y muy efectiva resulta el silenciamiento, la voluntaria abstención del relato concreto del asesinato. Tal es el caso de la muerte de Pero Núñez de Guzmán (Año IX, cap. XV), donde se nos dice: "E el rrey fizolo matar en Sevilla muy cruel mente, e la manera de su muerte seria assaz fea e crua de contar". Que la crueldad llegue a un punto inexpresable provoca un efecto de sentido mayor que el relato pormenorizado.

     A medida que avanza la crónica y los crímenes se van acumulando, se multiplican las referencias al miedo de los nobles que mantienen algún contacto o dependencia del rey don Pedro y van aumentando paulatinamente los comentarios evaluativos directos de la voz narrativa hasta alcanzar su punto culminante en la configuración ejemplar de dos episodios relevantes: la muerte del rey Bermejo (Año XIII, cap. V-VI) y la propia muerte del rey don Pedro (Año XX, cap. VIII). En el primer caso, el capítulo se abre con una sentencia moral, de la cual el relato histórico en sí mismo constituye una ilustración: "Por que la cubdiçia es rraiz de todos los males del mundo puso al rrey don Pedro en coraçon todo lo que adelante oyredes que se fizo". En el segundo caso, luego del relato de la muerte del rey y del largo retrato de su persona, el narrador culmina con una sentencia del rey David: "Agora los rreyes aprendet, e seed castigados todos los que judgades el mundo, ca grand juizio e maravilloso fue este e muy espantable". Así se pone de relieve la ejemplaridad y el principio moral que hace del registro de hechos del reino una historia (White 1992).

     Alejandra Koper analizó la representación de la crueldad del rey don Pedro en los episodios de la muerte del infante don Fadrique y de la muerte de la reina doña Blanca de Borbón. Además de confirmar los procedimientos ya apuntados por Pignatiello, se puso el acento en el hecho de que el rey sea presentado siempre como "autor intelectual" pero nunca material de los crímenes. La puesta en contigüidad de las secuencias "juego de tablas - asesinato de don Fadrique - almuerzo" hace del acto reiterado de matar una actividad cotidiana y placentera en la vida del rey don Pedro.

     Koper también estudia los romances relacionados con estos crímenes y señala los recursos poéticos que cargan de mayor dramatismo y truculencia la conducta del rey, de doña María de Padilla y de sus víctimas ocasionales.

     Finalmente, estudia la significación de las referencias a los espacios y los desplazamientos de los personajes en la crónica. Basándose en los conceptos de estrategia y de táctica según los define Michel de Certeau (1996), señala que en gran parte de la crónica Pedro I recorre ampliamente, ocupa y delimita su propio espacio, delega e impone su poder desde lejos, mientras que sus oponentes (Enrique de Trastámara y sus partidarios) sólo pueden actuar dentro del pequeño margen que Pedro I deja libre. Por lo tanto, Pedro domina estratégicamente y mantiene una visión totalizadora, mientras Enrique actúa tácticamente, es decir, sin lugar propio, sin una base que le permita capitalizar ventajas coyunturales. La hegemonía del rey Pedro se manifiesta en su capacidad de matar de lejos, lo que motiva la circulación de cabezas cortadas que certifican el cumplimiento de sus órdenes.

     La inversión de la situación comienza a darse con la proclamación de Enrique como rey de Castilla, Pedro comienza a retroceder, su espacio va disminuyendo, en un proceso muy complejo y para nada lineal. Finalmente, cuando los espacios de ambos reyes coinciden en Montiel se llega al desenlace con la muerte de Pedro a manos de Enrique.

     El Grupo VII (Vanina Beviglia y María Navatta) se centró en el análisis de una de las manifestaciones más claras de la ideología señorial que fundamenta la conciencia histórica de Pero López de Ayala: las dos cartas incluidas en el relato de los años finales del rey don Pedro en la Versión Vulgata de la Crónica. Que esa ideología señorial se vehiculiza a través del ideario de la caballería es algo que se puede apreciar ya en el mismo Prólogo de la Crónica, donde la relevancia de los grandes hechos del pasado aparece explícitamente ligada a la caballería: "E por ende fue despues vsado e mandado por los principes et Reyes, que fuessen fechos libros, que fuesen llamados Coronicas, e historias donde se escriuiessen las cauallerias, e otras cualesquier cosas: que los principes antiguos fizieron [...]".

     La primera carta se encuentra inmediatamente después de la batalla de Nájera, año XVIII (1367), cap. XXIII. El autor es un sabio moro llamado Benahatin; no un personaje ficticio, como los historiadores habían creído, sino una figura histórica, según ha establecido José Luis Moure (1983): se trataría de Ibn al-Jatib, literato y personaje político influyente en la corte del rey Muhammad V de Granada. Benahatín, como se lo llama en la Crónica, actúa como una suerte de consejero político epistolar. El contexto de inserción es interesante para entender la función que cumple la carta: se trata de una coyuntura política y militar muy favorable para el rey don Pedro, que acaba de derrotar a su medio hermano Enrique, a la nobleza rebelde y a sus aliados franceses; se abriría, pues, la posibilidad de que un cambio en la política del rey termine de consolidar su trono y restablezca la paz en el reino. La primera parte de la carta desgrana, por tanto, una serie de consejos para el buen gobierno y para la concordia del rey con su pueblo (magnanimidad con los nobles rebeldes vencidos, respeto del patrimonio de los grandes del reino, actuar con justicia y equidad, dar a cada uno según su jerarquía y no según la pura voluntad regia). A continuación enumera las conductas del rey que propician el daño de su propia fazienda: tener a las gentes en poco; tener grand cobdiçia; querer complir su voluntad; despreçiar los omnes la ley y usar de crueldat. La perspectiva aristocrática se hace visible en la discusión de cómo debe manejarse con los aliados extranjeros cuya presencia en el reino acarrea un delicado problema político al ahora rey vencedor: "E los fechos de los rreyes e de los grandes son contrarios de los fechos de los mercadores, e ellos non deben mostrar cobdiçia, pues son rreyes e non mercadores".

     Luego de la transcripción de la carta, el cronista agrega: "E el rey don Pedro ovo esta carta e plogole con ella; empero non se allego a las cosas en ellas contenidas, lo cual le tovo grand daño". La carta constituye, pues, un regimiento de príncipes ad-hoc para la situación concreta del rey don Pedro. A la vez, la contraposición entre la teoría (de la carta) y la práctica (del rey) constituye por sí misma todo un comentario sobre la política de Pedro I. En términos narrativos, la carta constituye una advertencia cuando aún habría posibilidades de modificar el aciago destino del rey.

     Que la conducta del rey don Pedro va en dirección contraria a lo aconsejado por Benahatín se pone rápidamente en evidencia en el relato del conflicto que tiene con el príncipe de Gales, su aliado en la batalla de Nájera, por su desprecio de la justicia y de los compromisos contraídos. Vencida la batalla, fue puesto preso Yñigo Lopez de Horozco, caballero gascón, a quien el rey mata cuando estaba siendo trasladado por el caballero a quien se había rendido. Este fue a quejarse ante el príncipe de Gales, quien: 

dixo al rrey don Pedro que non fiziera en ello bien, ca bien sabia el que, entre todas las otras cosas que estavan entre ellos acordadas e firmadas e juradas, era este capitulo uno de los prinçipales, que el rrey don Pedro non matasse a cavalleros ningunos de Castilla ni omne de cuenta estando el principe fasta que fuesse juzgado por su derecho, salvo si fuesse alguno que sentençiara antes de todo esto. (año XVIII, cap. XIX)

     El propio príncipe de Gales se niega a entregar los prisioneros a Pedro al comprobar que no estaba dispuesto a cumplir con lo pactado y a continuación se atreve a aconsejarle que cambie su modo de gobernar o terminará asesinado. La idea es clara: si el rey viola las leyes, no habrá quien lo respete.

     Si la primera carta es una advertencia antes de que se precipite la desgracia, la segunda es escrita demasiado tarde (poco antes de la muerte del rey). Como una estrategia narrativa, la inclusión de esta profecía refuerza la revelancia moral e ideológica de la caída de Pedro. En ella el moro Benahatín no da consejos, sino que se limita a descifrar la profecía de Merlín (un espléndido encuentro de lo ficcional y de lo histórico con el discurso profético). La descripción del ave negra, comedora y robadora, surgida en occidente y que termina muriendo dos veces remitirá, lógicamente, al destino del rey don Pedro. Ave comedora y robadora porque come la renta y los bienes de sus súbditos y así viola el derecho de los nobles y debilita la concordia con la aristocracia. Que haya metido todo el oro del mundo en su estómago alude claramente a la codicia del rey, que se manifiesta reiteradamente a lo largo de la crónica. La predicción de la pérdida de las plumas alude a la pérdida del apoyo de la nobleza, que es el que permite a los reyes levantar vuelo.

     En suma, al margen de la historicidad del moro Benahatin y de la existencia material de estas cartas, es evidente su uso retórico como lugar relevante para afirmar los principios ideológicos de la nobleza -a la que pertenece el propio cronista- y para proporcionar una clave de lectura de los reinados de Pedro I y Enrique II. Precisamente no son los reyes, ni siquiera Enrique, los modelos perfectos de conducta política y moral que su Crónica presenta, sino los nobles y, notablemente, los grandes personajes extranjeros: el Príncipe Negro entre los ingleses y Bertrán Du Guesclin entre los franceses. Esto implica que, en última instancia, los sostenedores del orden ideal no son los reyes sino los principales representantes de la nobleza, en todo momento exponentes máximos de la virtud caballeresca.

     El Grupo VIII (Sergio Abad y Érica Janin) abordó el análisis de la ejemplaridad de la Crónica del rey don Pedro y y del rey don Enrique tomando como punto de partida algunas hipótesis de Jorge N. Ferro (1991), quien afirma que Ayala se propone demostrar la pérdida de legitimidad de Pedro contrastando su conducta con los ideales propuestos por la tratadística de los regimientos de príncipes. Esta estrategia no involucra la formulación explícita de una valoración externa, sino que consiste fundamentalmente en la presentación aparentemente neutra de las acciones del rey don Pedro; por lo tanto, sus errores aparecen en forma de relatos ejemplares a contrario.

     Siguiendo esta línea, aunque con algunos matices, el análisis realizado permite inferir que el cronista, para cumplir con el objetivo de legitimación de Enrique y deslegitimación de Pedro, utiliza una serie de modelos discursivos, entre los que destacan la comparación, el exemplum y lo que Abad y Janin llaman reescritura o paráfrasis de esquemas argumentales o textos conocidos.

     La comparación entre dos términos, uno como modelo a imitar y otro como antimodelo, se realiza reiteradamente exhibiendo las falencias de Pedro y destacando las virtudes de otros personajes. Sin embargo, en estas comparaciones los personajes no aparecen enfrentados directamente, de modo que, al no hacerse paralelos demasiado evidentes (que llevarían a la valoración directa que se quiere evitar), se genera un efecto de imparcialidad

     De todas las comparaciones, las más importantes son las que se construyen con Pedro como polo negativo y Enrique como polo positivo. En efecto, las situaciones en las que se hace hincapié en determinado vicio o error de Pedro (y que se refieren al tratamiento de súbditos rebeldes, el problema del consenso, la relación con los vasallos, la actitud frente a las riquezas, el lugar de los consejeros y el "consejo", el diseño de estrategias para la guerra), siempre tienen una contrapartida en algún lugar de la Crónica en donde Enrique, frente a una situación parecida, no sólo actúa bien, sino que sienta un precedente con su conducta.

     En cuanto al exemplum, la Crónica presenta un tipo diferente del que podemos encontrar en los repertorios medievales. Aquí los personajes del marco y del relato son los mismos; los personajes históricos de la narración cronística global (que podemos entender aquí como marco) cumplen también la función de protagonistas de los enxemplos, y por lo tanto, de figuras ejemplares, ya sea positivas o negativas. El exemplum no solamente ilustra modelos de conducta (positivos o negativos), sino también resoluciones ejemplares.

     El tercer recurso aludido, la reescritura esquemática de ciertos acontecimientos instaurados por la tradición literaria o paráfrasis de acontecimientos acaecidos a héroes consagrados, es la herramienta utilizada para contar un hecho histórico difícil de abordar. En este caso se apela a una relación metafórica, dado que uno de los términos de la comparación está ausente (aunque siempre resulta lo suficientemente elocuente como para inducir una determinada manera de comprender los hechos narrados por parte del público).

     Después del relato de la derrota de Enrique en la batalla de Nájera (Año 1367, cap. XIV), el cronista presenta una serie de situaciones por las que atraviesa el personaje en su exilio que pueden pensarse como reescrituras del motivo del héroe en desgracia (dentro del esquema de partida y retorno), que además siguen de cerca varios de los episodios de la etapa del exilio del Cid (pruebas y obstáculos que lo acercan a la consagración final). En efecto, se nos cuenta que:

     (1) Enrique parte abruptamente a Aragón, (2) donde quieren darle asilo, pero temen las represalias del príncipe de Gales. (3) Su esposa e hijos son protegidos por religiosos (y acompañados por un séquito de dueñas y doncellas). (4) Pedro I y el príncipe de Gales envían mensajeros a Aragón para que Enrique no sea recibido. (5) El rey de Francia le provee ayuda material. (6) En su vuelta a Castilla se pretende impedir su paso por Aragón y Enrique aclara al mensajero del rey aragonés que su intención no es dañar sus tierras, sino sólo atravesar sus dominios para llegar a Castilla; aún así se produce un enfrentamiento (toda la situación guarda similitudes con el episodio del Conde de Barcelona). (7) En el camino cada vez se le suman más hombres y (8) regresa con más honra a Castilla.

     Esto apuntaría a generar una percepción positiva de la figura de Enrique por asociación con el máximo héroe castellano. Si un análisis posterior más detenido puede confirmar esta hipótesis, estaríamos ante un caso muy ilustrativo de la manera en que el discurso literario sirve para construir el discurso político dentro del discurso histórico.

     En una segunda parte del trabajo, se analizaron con detalle dos episodios de la sección de la Crónica dedicada al reinado de Enrique II con el fin de evaluar la naturaleza de su ejemplaridad. El primer episodio corresponde al conflicto con la condesa de Alançon por las tierras de Lara y Vizcaya (capítulos XI y XII del Año 1373); el segundo es el episodio en que Enrique intercede por un caballero a su servicio frente al rey de Aragón (capítulo II del Año 1376). Lo que se comprueba, en confirmación con lo señalado por Koper y Pignatiello, es que si bien Enrique es evaluado como un modelo de gobernante muy superior al rey don Pedro, no llega a encarnar el modelo de virtud caballeresca que domina la escala de valores de la crónica.

     En vista de esta comprobación, puede afirmarse que la justificación del regicidio y la legitimación de Enrique no agotan, ni mucho menos, la finalidad de la crónica, como es opinión general de la crítica. Esto es especialmente visible en el capítulo que narra el asesinato de Pedro, pues allí Enrique tampoco queda bien parado y otros personajes asumen un modelo de conducta ideal. Por ello, la ejemplaridad e intencionalidad de la crónica ponen de manifiesto objetivos más amplios que la sola legitimación de los Trastámara (lógicamente presente en la medida en que Ayala escribe como cronista oficial), pues apuntan a la celebración de las virtudes caballerescas, que en tanto expresión quintaesenciada de la ideología señorial, no pueden ser encarnadas en toda su perfección por la figura regia El papel de paradigma del modelo caballeresco recaerá, como ya se dijo, en un noble: el francés Bertrand du Guesclin (a quien la crónica llama "Mossen Beltrán de Claquin").

     De esta manera se comprueba que la crónica oficial, de un modo que resulta paradójico a nuestros ojos, sostiene la figura regia pero en el marco de una sistemática afirmación del orden señorial.

 

6. Reflexiones finales

     Concluido nuestro recorrido, estamos en condiciones de esbozar unas primeras conclusiones que podrán servir como hipótesis de trabajo para próximas investigaciones más acotadas o de más largo aliento.

 

6.1. Los agentes de la escritura historiográfica

     Lo que podemos inferir del corpus estudiado es que la función autor de los relatos cronísticos fue cumplida por figuras diversas, entre las que destaca Alfonso X. Efectivamente, el Rey Sabio, con su plural mayestático, encarna el único caso de auctoritas. Todas las derivaciones de la EE alfonsí, necesariamente ajenas a su taller historiográfico, continuaron siendo identificadas como de su autoría. La multitud de copistas, refundidores, compiladores y redactores que acometieron la tarea de transmitir la crónica general de España, lo hicieron en el puro anonimato y escudándose, de alguna manera, bajo el nombre del rey Alfonso. Este fenónemo está estrechamente relacionado, obviamente, con las condiciones generales de la cultura manuscrita (variación permanente, inestabilidad textual, glosa y enmienda como operaciones inseparables de la reproducción material de los códices, inexistente o difusa voluntad de autoría).

     Luego tenemos la voz anónima del cronista que trabaja sin referencia a un patronazgo concreto (sea éste regio, nobiliario o eclesiástico). El mismo anonimato (¿o habrá que pensar en un fenómeno de anonimia? Véase Catalán 1978) es la fuente de su autoridad; por su mediación pareciera encontrar expresión directa la voz de la Historia. Otra vez son las condiciones generales de la cultura manuscrita las que acuden a sostener esta legitimidad (posición dominante del valor de verdad del registro escrito por sobre la versión oral; eficacia representativa y evocativa de la escritura en prosa, en tanto práctica discursiva que plantea una relación directa con el referente).

     Por último tenemos la figura del cronista que se identifica y que afirma responder a algún tipo de patronazgo o de mandato. En el caso de Fernán Sánchez de Valladolid y de Pero López de Ayala, no es casual que ambos ocupen en algún momento de su carrera pública el cargo de canciller del reino. Su tarea es el antecedente directo de lo que en el siglo XV será el cargo de cronista real, ocupado de manera explícita y reglamentada por Alvar García de Santa María, ya en el reinado de Juan II. Sánchez de Valladolid y Ayala son, pues, en cierta medida, los portavoces de la versión oficial de la historia. Como vimos, esto tiene sus matices, aunque una parte importante de sus textos está ocupada por el registro burocrático de los actos de gobierno. Don Juan Manuel y el conde don Pedro de Barcelos asumen su tarea como una suerte de deber social, y entonces, de manera fingida o provocada, adscriben su tarea a la obediencia a alguna especie de mandato externo a su sola voluntad.

     Enfocando esta cuestión desde el punto de vista socio-histórico, tenemos que los agentes de la escritura historiográfica pertenecen, a grandes rasgos, a dos grupos: los miembros de la nobleza y los letrados. No es casual, pues, que aquellos cronistas que dejaron constancia de sus nombres pertenezcan al primer grupo: la conciencia de autoría estuvo estrechamente ligada,en un comienzo, a una conciencia de pertenencia social (véase Ayerbe-Chaux 1981-1982 para el caso de don Juan Manuel). En cuanto al segundo grupo, habría que tener en cuenta una muy extensa recapitulación histórica para entender en toda su dimensión el significado de su actuación, sea en el ámbito de la corte alfonsí, sea en el de los scriptoria nobiliarios y eclesiásticos (véase al respecto Maravall 1973). Digamos, en términos muy simplificados, que el grupo creciente de letrados de formación superior encontraba en la administración del reino (mayormente) o de los dominios señoriales (en muy menor medida) un lugar donde desarrollar sus habilidades y justificar su función social. El ambicioso proyecto político y cultural debe su diseño y su fundamentación teórica a este grupo social, que encontró en Alfonso X un gobernante atento al mundo del saber letrado y con una notable amplitud de miras.

     Desde la época de Sancho IV hasta la de los primeros reyes Trastámara, todos los agentes de la escritura historiográfica, tanto nobles como letrados, cumplieron su labor en el marco de determinados proyectos políticos, como portavoces de grupos de poder específicos, de acuerdo con perspectivas políticas muy concretas, pero siempre a partir de un conjunto de principios axiológicos ampliamente compartidos, que remiten grosso modo a una ética estamental expresada en el ideal de la caballería.

6.2. La crónica medieval como una forma del discurso político

     En el período estudiado es posible encontrar un tratamiento teórico de la política, sea, en el nivel más abstracto, a través de los tratados que se escriben a partir de la recepción de la Política de Aristóteles, sea a través de géneros más concretos como los Regimientos de príncipes. En cambio, no parecen estar dadas las condiciones para la formulación de una crítica política, es decir, la elaboración de tratados donde se discutieran las acciones de gobierno concretas de un determinado rey o los problemas de índole política de un determinado reino. En el formato de textos descriptivos y argumentativos los temas políticos se tratan en términos abstractos y prácticamente sin referencia a situaciones concretas: valga como ejemplo el caso del Libro de los estados de don Juan Manuel, donde la sección dedicada a describir las relaciones entre el emperador romano-germánico y el papa se limita a una presentación teórica abstracta, sin la menor alusión a los graves conflictos que existían tanto en la relación como en el interior de estas instituciones en la época en que se redactaba la obra. Otra posibilidad, que también es visible en los prólogos a varias obras de don Juan Manuel es la referencia eufemística, unida a la remisión a causas trascendentales (la inescrutable voluntad de Dios, los pecados de los pueblos), de situaciones políticas concretas. Los autores del período se niegan tozudamente a llamar las cosas por su nombre, si de política se trata.

     En vista de tales condiciones, no es de extrañar que la crítica política, elemento sustancial del discurso político en general, encuentre su canal de expresión (indirecto, velado) en la crónica, especialmente en la crónica del pasado inmediato, como es el caso dominante de la historiografía posterior a Alfonso X. Esto es claramente visible en el Libro de las tres razones, un caso límite, como hemos comprobado. Pero también es verificable en los demás textos estudiados.

     Este encuentro del discurso historiográfico con el discurso político deja su huella no tanto en los comentarios que el cronista puede ir insertando en su narración, sino más bien en otros aspectos menos evidentes, tales como el alto nivel de presuposición con que en ocasiones se narran los acontecimientos. En efecto, en textos tan disímiles y de fechas tan distantes como la Dialogada y las Crónicas de Ayala, encontramos muchas veces un escamoteo de los conectores causales o una alusión tardía a circunstancias que permiten entender muy a posteriori la relevancia o el significado de hechos narrados con anterioridad. A medida que avanzamos en la lectura se genera una sospecha de que en realidad se está contando otra historia cuyos detalles se nos pierden irremediablemente pero que, probablemente, debieron de ser fácilmente inteligibles para el público contemporáneo. Por ejemplo, la segunda parte de la Dialogada, que corresponde al reinado de Sancho IV, resulta ser la historia de un complot contra el rey que éste logra desbaratar con la muerte del conde don Lope en Alfaro. Otro de los elementos es la implícita puesta en relación de la época narrada con el presente de la narración, sea como medio de criticar las conductas actuales, sea como medio de justificarlas. 

6.3. Historia y ficción en la crónica medieval

     Desde una perspectiva inmanentista, atenta a la naturaleza formal del relato cronístico, la ficcionalidad penetra en la configuración historiográfica del pasado por varias vías. En primer lugar, la narrativización misma de la experiencia humana, por la cual una sucesión de hechos se organizan en un argumento (emplotment) dota a los hechos de un perfil que forzosamente difiere de su estricta realidad. En segundo lugar, el recurso a procedimientos literarios, tropos y figuras retóricas mediante los que se cumple el proceso de narrativización y que dotan al acontecimiento histórico de una cualidad discursiva que la realidad (si acaso fuera posible acceder a ella por medios no discursivos) lógicamente no tiene. En tercer lugar, la apelación a determinados modelos narrativos como la anécdota, la fazaña, el exemplum, la leyenda, que aportan su eficacia comunicativa pero a la vez minan el valor de verdad de lo narrado. Todas estas vías se relacionan con la práctica misma de la forma narrativa y son de alguna manera independientes de intencionalidades específicas de los agentes en el momento de la escritura. En el horizonte de la estricta inmanencia, no es posible encontrar una especificidad que distinga el relato histórico del relato ficcional, como ha sido establecido hace tiempo por los estudios narratológicos.

     Desde una perspectiva histórico-cultural, lo que rápidamente se percibe es que en el periodo estudiado este encuentro de la historia con la ficción no es visto como un problema (como ocurre en las discusiones teóricas contemporáneas), sino como una solución, es decir, como un modo eficaz de presentar la verdad histórica. En la mentalidad medieval, la ficción no es concebida como opuesta a la verdad, sino como un camino alternativo para arribar a la verdad. Y esto es así porque además del criterio de verdad por adecuación se aceptan otros criterios, como el consenso, la eficacia didáctico-moral, la tradición. Al mismo tiempo, la recurrencia de un léxico acotado para designar actos, conductas y valores y la presencia de frases narrativas de estructura cuasi-formulaica que pueden percibirse en la totalidad del corpus estudiado, así como su extensión a los textos no-historiográficos (sobre todo a los relatos caballerescos), permiten comprobar un interesante fenómeno de elaboración de protocolos narrativos para la configuración discursiva de la experiencia humana significativa (relacionada casi exclusivamente con la guerra y el ejercicio del poder).

     Desde el punto de vista de la pragmática histórica de los textos, y atendiendo a la distinción que establece la semántica de los mundos posibles entre mundos históricos y mundos ficcionales, podemos recuperar una especificidad del relato cronístico que lo distingue del relato puramente ficcional. En principio, debo recordar que cuando propuse pensar en la actividad historiográfica alfonsí como la fundación de un nuevo universo de hechos historiables (Funes 1997), intentaba superar lo que hasta entonces era más bien una manera de hablar para arribar a un concepto, apoyado precisamente en las investigaciones de Lubomir Dolezel (1999). La idea de "fundación" subraya el carácter constructivo de la tarea del cronista, pero esto no desemboca automáticamente en la pura ficcionalidad. Sólo si planteamos que el lenguaje es monofuncional (todo uso del lenguaje es poético, no-referencial o auto-referencial) esta derivación automática sería posible. Pero desde una perspectiva pragmática se hace claro que cada clase de textos tiene sus propios fines comunicativos; así, la crónica propone un mundo histórico que aspira a ser un modelo adecuado del pasado real, explora posibilia con el fin de encontrar un modelo apropiado para los realia. Un mismo acontecimiento puede modelarse en distintos mundos históricos (es lo que vimos en la CAXI y en la GCAXI) pero en última instancia todos aspiran a esa adecuación con el pasado real. Mientras el mundo histórico es un mundo posible que podría ser real, el mundo ficcional ni siquiera se plantea esa potencialidad (aunque ambos, de acuerdo con la mentalidad medieval, pueden vehiculizar un contenido de verdad).

     Aún así, el punto más importante que diferencia historia y ficción en este corpus cronístico no se basa en cuestiones de adecuación a lo real, sino, por el contrario, en cuestiones de distorsión del pasado real. Mientras la literatura ficcional puede elaborar mundos posibles distorsionando elementos de la realidad con una finalidad fundamentalmente estética, la escritura historiográfica elabora mundos posibles distorsionando los elementos del pasado real con una finalidad ideológica. De hecho, la cronística medieval no es tanto una pretensión de reescritura de la historia como un intento de rehacer el pasado real.

     Estas crónicas, en tanto historia distorsionada, estarían proponiendo un tipo diferente de ficcionalidad, una que podríamos llamar "no literaria": es lo que el propio don Juan Manuel denuncia como arma discursiva peligrosísima: la mentira treble o verdad mintrosa.

     Desde una perspectiva estrictamente histórico-literaria, y enfocados en el proceso de evolución de la prosa narrativa, tanto las tres vías formales como la vía pragmática a través de las cuales la ficcionalidad ingresa al discurso historiográfico pueden analizarse como modalidades concretas de puesta a punto de las capacidades representativas de una lengua literaria (el castellano escrito). Todavía queda por investigar las formas concretas de relación entre la narración cronística y la narración caballeresca (puede verse la relación entre la Crónica de Fernando IV y el Libro del cavallero Zifar estudiada por Gómez Redondo 1999). 

6.4. El texto cronístico como fenómeno ideológico

     La manipulación de los hechos, realizada mediante un espectro muy amplio de procedimientos narrativos, pone de manifiesto una intencionalidad en la escritura historiográfica ligada a determinados intereses políticos, muchas veces estrictamente coyunturales, pero también relacionada con ciertos presupuestos ideológicos de mayor amplitud.

     Sin embargo, por tratarse de un material especialmente sensible para la contienda política e ideológica que se está desarrollando durante este período -contienda que, de hecho, supera en su rango temporal este período concreto, ya que abarca desde la época de Alfonso VIII hasta el tiempo de los Reyes Católicos- se corre el riesgo de interpretar todas las particularidades de los textos como puras estrategias premeditadas de distorsión del pasado histórico.

     El presupuesto de que la manipulación de los hechos es equivalente a una manipulación del imaginario y de las creencias de un público contemporáneo convierte la lectura de estos textos en una actividad paranoide alentada por la sospecha de que significar es equivalente a engañar. Esa lectura opera con un concepto estrecho de ideología, entendida como "falsa conciencia".

     Ante tales peligros, conviene tener en cuenta dos principios que, precisamente, las crónicas estudiadas vienen a confirmar plenamente: 1) las crónicas no vehiculizan ni transmiten ni expresan ideologías, sino que son ellas mismas hechos ideológicos, y 2) el universo ideológico medieval, aún el de este período de crisis de la Baja Edad Media, es básicamente uniforme, homogéneo y único para el conjunto de los actores sociales, lo que se manifiesta en la conducta de aquellos que han podido registrar sus convicciones por escrito, una conducta signada por la tendencia a subrayar los acuerdos y ocultar las diferencias, de modo que las contradicciones, fricciones y disidencias se dan siempre en el marco de un conjunto de acuerdos básicos globales y se manifiestan discursivamente apelando a un mismo léxico y a unos mismos recursos de configuración textual.

     Con el primer principio enunciado se quiere hacer referencia a un concepto más positivo y productivo de ideología: los cronistas no son seres taimados cuyo propósito es ejercer una suerte de manipulación psicológica de sus lectores, sino agentes de la cultura manuscrita que proveen a ciertos sectores de la sociedad de una serie de parámetros en la tarea colectiva y permanente de dar sentido a la conducta individual y a la praxis social en relación con cosmovisiones inteligibles. Debe recordarse que una sociología de la cultura medieval seguramente podría comprobar el modesto radio de difusión de estos textos, en relación al conjunto de sociedad, como así también podría aportar datos para entender las modalidades, las circunstancias y los ámbitos de uso de estos textos (la consulta puntual, la apelación argumental ante conflictos específicos, la polémica cortesana, la negociación diplomática).

     Estos cuatro aspectos de la reflexión a que condujo el trabajo realizado ponen en evidencia la envergadura de la tarea que aún falta por realizar para alcanzar un panorama más claro de los fenómenos bajo estudio. El aporte de este seminario se limita, en principio -y no es poco-, no tanto a formular respuestas sino más bien a proveer elementos para un planteo más preciso de las preguntas.

 

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