el diablo en la obra de Gonzalo de Berceo
Alberto Baeyens de Arce (Universidad de Zaragoza)
El objetivo del siguiente artículo es mostrar las características y propiedades que se atribuían al diablo en la Edad Media, ilustradas con los datos que nos proporciona la obra de Gonzalo de Berceo, más en concreto la Vida de San Millán y los Milagros de Nuestra Señora. Además pretendemos dilucidar la función que cumplía la presencia de dicha imagen de Satanás en estas obras, teniendo en cuenta la realidad de la Edad Media y también la intención concreta de Gonzalo de Berceo.
Según la tradición cristiana, el diablo está presente en muchas manifestaciones de nuestra vida. Desde niños la religión nos ha enseñado la existencia de un Bien y de un Mal, contrapuestos, representados el primero por Dios y el segundo por uno de sus ángeles que pecó de soberbio y fue hundido en los infiernos. La sociedad occidental cristianizada ha advertido desde siempre de sus peligros y de su consecuencia más terrible: la condenación a un castigo cuyo sufrimiento resulta inimaginable. Hoy en día esta doctrina tradicional queda más difuminada, por lo general, en una población que piensa que hay colores grises más que un Bien-blanco y un Mal-negro. Sin embargo, en la Edad Media el mundo occidental, regido por los dogmas de la Iglesia de Roma, era muy diferente. La idea de Bien y de Mal campeaba por las villas y los castillos. El Mal, Satanás, se manifestaba como el enemigo público número uno que se inmiscuía en todos los aspectos de la vida. La Iglesia medieval imponía una imagen de miedo y de condenación eterna a la que el hombre se veía sometido si no acataba las reglas, y el demonio era el gran castigador, siempre presente.Los clérigos medievales escribían textos religiosos en los que Satanás resultaba un personaje fundamental, y que luego se empleaban para adoctrinar a los fieles en los púlpitos de las catedrales e iglesias. Gonzalo de Berceo fue uno de ellos. En el siglo XIII castellano creó magníficas obras religiosas en cuaderna vía para educar al pueblo, a los monjes y monjas, y también como simple entretenimiento.
En estas obras pinta un magnífico retrato del diablo en su época. Retrato tanto físico como psicológico. El mortal enemigo, como el riojano lo llama constantemente, aparece de un modo más radical, más vivo que en épocas precedentes, caracterizado como la esencia del mal personificada que se encuentra en toda coordenada espacial y temporal de la vida del hombre, quien debe combatirlo segundo a segundo si quiere acabar el peregrinaje terrenal en el Paraíso tras la muerte. Cada una de las obras del Maligno, cada una de sus intervenciones, van destinadas a un fin, luchar contra la salvación de las almas, ganar adeptos a su reino infernal y dejar cada vez más solo a Dios. De este modo se presentan en la Edad Media dos entes similares radicalmente diferentes: por un lado Satán como líder del Mal y sus seguidores, diablos y pecadores, y por otro Cristo y su grey, alegorizados tradicionalmente como el pastor y su rebaño de ovejas a las cuales cuida bien del lobo que supone el demonio.
De este modo, se gesta a lo largo de toda la obra de Berceo la gran contraposición Bien / Mal, tan característica de la Edad Media. El Mal triunfa en muchas de las ocasiones gracias al arte por excelencia de Lucifer, el arte de la tentación. El ser humano, a pesar de constituir una imitación de Dios, de la perfección, se ve corrompido por el Mal que le atormenta. Los primeros humanos, Adán y Eva, causaron la debilidad de sus sucesores. Fueron expulsados del Paraíso, pasaron hambre, frío, y se convirtieron en mortales. Por ello el hombre tiende al pecado, y el diablo intentará llevarlo hacia su terreno con astucia y malignidad por medio de innumerables tentaciones. El ejemplo más claro de tentación en las obras de Berceo que nos atañen (la Vida de San Millán y los Milagros de Nuestra Señora, donde el diablo cobra más protagonismo) reside en el paralelismo que existe entre la tentación a San Millán en las ásperas sierras riojanas y las tentaciones a Cristo en el desierto.Estas pueden venir determinadas por cualquier tipo de pecado, pero existe uno por excelencia al que el hombre pocas veces ha conseguido "vencer". Hay un pecado que el diablo prefiere para conseguir burlarse de Dios: la lujuria, uno de los siete pecados capitales (aunque el principal lo supone la soberbia, que supuestamente hizo caer al ángel Lucifer). El amor, en el cristianismo medieval, se considera negativo cuando es carnal, ya que viene del cuerpo, de la tierra, de lo diabólico (el demonio es el señor del mundo, de lo material). La virginidad, la castidad, supone una de las virtudes principales del ser humano pero, por decirlo de algún modo, va contra la naturaleza corporal del hombre. En este sentido, el demonio suele atacar presentándose como una bella dama o incitando al amor al hombre y a la mujer. Ésta en sí misma era tratada en la Edad Media como ser de perdición, como hija de Eva, como ser diabólico, como pecado.
El mejor ejemplo lo suponen algunos capítulos de los Milagros de Nuestra Señora, como "El sacristán fornicario", "El labrador avaro" o "Teófilo", donde Berceo muestra a una serie de sujetos, generalmente eclesiásticos, que caen irremisiblemente en las garras de la lujuria, siempre, eso sí, a causa del diablo. Como dijimos, este peligro constante del Maligno en la vida terrena, en la concupiscencia y el deseo de poder y bienes se da porque es el señor del mundo frente a Dios, que lo es del Cielo.
Por otra parte, Lucifer representa el Pecado con mayúscula, el Mal de todos los males, el Mal en sí, y con este nombre aparece en multitud de ocasiones dentro de la obra de Berceo, como en la Vida de San Millán (Berceo, 1984, vv. 2a y 367b). Sin embargo, los poemas de Berceo recogen otros nombres que no se refieren tanto a la maldad intrínseca del diablo, como Belzebup, tanto en la Vida de San Millán (1984, v. 111a) como en los Milagros de Nuestra Señora (Berceo, 2000, vv. 78a). La historia de esta acepción se remonta miles de años atrás, hasta el hebreo Ba´al zebub, el dios mosca, el señor de las moscas, que ya en el Antiguo Testamento aparece como personaje opuesto a Dios. Otra denominación también muy común es la de Lucifer (1984, v. 100b). La etimología procede del latín LUX por un lado, y del griego phosphoros por otro. Satán o Satanás y los sustantivos "demonio" o "diablo" son los que más predominan en la obra berceana aquí analizada. No obstante, junto a todos estos nombres propios o sustantivos, frecuentemente el poeta define la figura diabólica mediante una serie de expresiones, de sintagmas nominales, de entre los cuales cabe destacar "mortal enemigo" (1984, v. 262c) o "mal enemigo" (1984, v. 38d), que hace alusión a la radical confrontación a la que se veía sometida esta figura. La vida del hombre y de los santos se plantea religiosamente como una lucha constante contra el diablo, que siempre será nuestro enemigo. Y esa lucha, puesta de manifiesto en los milagros y hagiografías de Berceo está planteada como un duelo a muerte. En el mismo sentido se da la expresión "enemigo antiguo" o "guerrero antiguo" (2000, v. 246a) "bestia maldita" (2000, vv. 52a y 183c) o "falso traïdor" (2000, vv. 479a y 841a).
Existe otra característica demoníaca que se relaciona en gran medida con la variedad de nombres: en algunos casos se muestran diferentes denominaciones de un solo individuo y en otros se habla de un conjunto de seres malignos que pertenecen a categorías jerárquicas distintas, aunque todos viven en el infierno. En ocasiones Berceo señala que es el diablo quien tienta a los personajes: en el caso de la posesión de Colomba, hija de Máximo (1984, v. 180b), el demonio resulta genérico, es el demonio. En otras ocasiones el pecador o el santo se encuentra ante un grupo de varios diablos diferentes, como en el exorcismo del siervo Tuencio. Otras veces un diablo atormenta a un hombre, como en el caso de Honorio, así que se supone la existencia de más diablos. En fin, el maligno puede aparecer como individualidad o colectivo. Lo más característico es la multiplicidad. La individualidad, así pues, puede poseer un nombre: Satanás, Lucifer o Belcebú. Para algunos clérigos supone distintos apelativos del mismo ente maligno. Para otros escritores y teólogos medievales los tres nombres se refieren a tres príncipes de las Tinieblas de diferentes características (uno de ellos pacta con Teófilo en los Milagros de Nuestra Señora) y distinto poder, idea que parece compartir Berceo (1984, vv. 100cd, 111a).
Diferentes personajes, diferentes denominaciones, personaje único. La confusión reinaba en la idea de la concretización del ser maligno. No importaba mientras fuese seguro que un ente que representa al Mal en todo su esplendor estuviera acosando día y noche al "mísero" ser humano. Pero, ¿por qué resultaba confusa esa posible multiplicidad o individualidad? Y, ¿por qué cada vez se aparecía al hombre de una manera?
La respuesta parece clara para muchos. Los demonios son espíritus, esencia pura, y por ello se pueden adaptar a multitud de formas, las cuales dependerán de la finalidad que quieran conseguir. Como dice Arturo Graf, el demonio es todo un "Próteo infernal" (Graf, 1991, p. 45). Las diversas transformaciones constituyen una gama amplísima en la Edad Media. Las apariciones más comunes en materia tangible varían entre formas humanas y formas animales (1984, v. 112b), (2000, vv. 466ab, 470cd, 473bc). Tal es la osadía y la maldad del demonio que incluso llega a emplear la máscara de santos muy conocidos y venerados para llevar a mal puerto sus pérfidos propósitos, como por ejemplo la del apóstol Santiago (2000, vv. 182a y ss.)
El engaño, pues, la falsedad y la maldad caracterizan a un ser vil que es capaz de adquirir todas las formas diferentes que desee para conseguir ganar la batalla diaria contra Dios y su creación, el hombre. De este último, según las tradiciones religiosas de la Edad Media, es de quien toma muchas veces la apariencia. Sin embargo, la forma más común, que ya tiene lugar en el Génesis, es la del animal. De este modo se explica también las continuas alusiones a Satanás como "bestia maldita" en la obra de Berceo.
Además de su capacidad de transfigurarse en realidades vivas materiales, el diablo poseía otra propiedad que la religión y la Iglesia le habían atribuído: la inteligencia. Su caída a lo más profundo del profundo infierno produjo una merma en la sabiduría de Lucifer, pero eso no evitó que fuera el ser más astuto que recorría los recovecos del ser humano. Frecuentemente encontramos en los textos medievales a un demonio locuaz y pérfido que mediante su discurso intenta llevar al hombre al pecado. Por supuesto Berceo muestra en sus poemas esta característica. Ejemplos lo constituyen las dos ocasiones en que Lucifer se aparece ante San Millán a solas para intentar derrotarle mediante las palabras necias y engañosas (1984, vv. 112a, 263b) o el diálogo queamntiene con Santiago en los Milagros de Nuestra Señora (2000, vv. 202ab).
Cuando no consigue sus propósitos mediante las sibilinas artes de la palabra, pasa a la acción violenta y se introduce forzosamente en el alma y el cuerpo de un ser humano, como un conquista, proclamando así una pequeña victoria sobre el Hacedor. En la Edad Media tienen lugar abundantísimos supuestos casos de posesión diabólica, principalmente porque como dijimos, el diablo se define como el alma de las cosas, de todo lo que nos rodea. Y nuestro contacto con ellas facilita le las cosas para introducirse en nuestro cuerpo. Mediante este método Satanás hace de las almas, usurpadas a su enemigo, unas simples marionetas que mueve a su antojo cuando le es necesario. El hombre medieval debía tener un miedo constante, porque cualquier objeto con el que entrara en contacto podía suponer una potencial invasión diabólica de su alma, y por lo tanto, de su cuerpo. Muchos escritores trataron el tema, para mostrar el peligro satánico y también el poder de la Iglesia ante el Pecado. Berceo, en la Vida de San Millán, recoge varios milagros del santo, quien por su bondad, sacrificio y valentía se convierte en un experto exorcizador de almas diabolizadas (1984, vv. 158ad). La mujer no salía bien parada, como en la mayoría de las ocasiones. La misoginía medieval de los autores masculinos llevaba a creer que la mujer era un ser más débil que el hombre y, por lo tanto, más fácilmente "endemoniable" que su compañero. Además siempre se comportaba de un modo diabólico, tentando al hombre para que cayera en numerosos pecados, la lujuria a la cabeza (1984, vv. 171a y ss.).
Sin embargo, a veces no funciona ni la tentación mediante su engañosa transfiguración en otros seres, ni la brutal posesión de un alma. Con otro procedimiento, cuando no se le permite robar almas de este modo, negocia con el hombre. Ya en los Evangelios se muestra a Satanás ofreciendo osadamente las riquezas del mundo a Cristo. Aquel es el señor del mundo, de lo material, y consigue sus propósitos en ocasiones mediante el trueque, ya que, entre los pecados capitales a los que tiende el hombre tras su expulsión del Paraíso está la avaricia de riquezas y la envidia por aquello que, mundano y pasajero, desaparece tras la muerte. El pacto, eso sí, semeja hacerse lo más legal y serio posible. El asunto supuso un punto fundamental no solo en la literatura en cuanto tópico, sino en la vida cotidiana medieval, pues cientos de personas murieron ahorcadas o quemadas en las plazas y encrucijadas de toda Europa por haber mantenido presuntos contactos con Satán.
Berceo recogió el ejemplo de una leyenda que serviría como acicate para que los temerosos cristianos se dieran cuenta de que se podía burlar al demonio, teniendo devoción por la Virgen y los santos y arrepintiéndose, es la historia de Teófilo (2000, vv. 703a y ss.). Hay que tener en cuenta que el pacto conllevaba el mayor pecado de todos: la apostasía, la negación de la fe, de la creencia en Dios. Así que había que demostrar un arrepentimiento y una devoción por algún ser divino que se sintiera alhagado y obligado a ayudar a su seguidor. Se suponía, pues, que Lucifer no era invencible, y que la mejor arma la constituía aquella que afirmaba la fe en Dios. Escritores como Berceo hacían darse cuenta de que hasta un pacto podía revocarse si había un arrepentimiento a tiempo, incumpliendo el acuerdo con el demonio y no entregándole el alma: la burla al diablo es posible.
También en el milagro de Teófilo aparece otra figura relacionada con el demonio, muy común en la Edad Media: el judío. Los judíos no eran bien recibidos allá a donde se desplazan en la Edad Media a causa de la diáspora. Además eran los que se dedicaban al comercio, los más avezados, y eso creaba envidias entre los lugareños de todas las clases. Los clérigos atizan el fuego de esta opinión, que se convierte en general. Cierto es que la de Berceo resulta una imagen de los judíos algo exagerada, pero nos sirve para demostrar la ojeriza que sufrían por parte de los cristianos (2000, vv. 722a y ss.). Jeffrey Russell comenta que tuvo lugar una "demonización de minorías" con el fin de delimitar las diferencias entre lo que era cristiano y lo que era pagano o extracristiano, lo que llevó al clero a crear ficciones más que improbables (Russell, 1995b, p. 92). Los cristianos no "perdonaban" que Dios los eligiera como sus hijos predilectos y más tarde le traicionaran causando la muerte de Jesús atravesándolo con clavos en una cruz de madera en el Calvario.
Judíos malignos, pactos, visitas del diablo... no podían ocurrir en cualquier parte. Las condiciones geográficas han de tener una serie de propiedades. Satanás aparece más fácilmente en unos espacios y en un tiempo determinado que le son propicios por afinidad. La obra literaria de Berceo nos enseña cuáles eran los lugares y los momentos preferidos. En algunas zonas Satanás y sus malignos secuaces se encuentran más a gusto. En la etapa ascética de San Millán el demonio se le presenta con forma humana en el yermo de la sierra, a donde el clérigo se había apartado a meditar y a sacrificarse (1984, vv. 27a y ss.). El yermo, locus horribilis por antonomasia, supone una zona peligrosa para el hombre medieval, porque no es un espacio civilizado sino salvaje (Gutiérrez, 1995a, p. 758) y recordemos que el diablo en la Edad Media se convierte en señor de la Naturaleza.
Los Milagros de Nuestra Señora nos muestran un lugar diferente, un tópico de la literatura universal: la encrucijada. En el milagro de Teófilo el judío conduce a un cruce de caminos al protagonista, ya que allí se ha de encontrar con el Maligno. Su situación privilegiada, al margen de las ciudades y en el cruce de los puntos cardinales, la rodeaba de misticismo. Allí se le aparecen a Teófilo las huestes diabólicas cargadas con cirios luminosos.
Relacionado con la encrucijada, el camino es otro lugar propenso a la aparición diabólica. Berceo nos lo advierte ya que allí se enfrenta Satanás al solitario San Millán (1984, v. 112c). E igualmente en el mismísimo Camino de Santiago es sorprendido el romero pecador. Además, lugares como la tienda del rey de los demonios en el milagro de Teófilo o como el monasterio, en el caso del desgraciado monje borracho, también son proclives a los ataques del Maligno. El monasterio implicaría un mayor reto contra Dios porque, igual que la iglesia de Santa Olalla, o la ermita donde vive el santo, donde le intentan quemar unos demonios, supone un lugar sagrado, perteneciente a Dios. Es territorio ajeno a Satanás y su osadía le lleva a introducirse en ellos (1995a, pp. 762 y ss.).
Del mismo modo que existen unos lugares más propicios, también en unos momentos determinados parece más habitual que se presente el Maligno. Y no supone una gran dificultad adivinar cuál: la noche. La noche, la oscuridad, se opone a la luz, al sol, símbolo de Dios y de la vida. La falta de luz se relaciona con la muerte, con lo inerte, con el peligro. De hecho, a una hora determinada de la noche tiene lugar el encuentro de Teófilo con Satán (2000, vv. 730ad). Todos sabemos que la medianoche ha sido desde siempre momento mágico. En él parece tener lugar todo tipo de apariciones diabólicas. Así vemos que Teófilo se encuentra en el momento propicio y en el lugar idóneo.
Sin embargo, hay otro momento peligroso en el que Lucifer acecha tras una esquina para esperar una oportunidad de poder ganar un alma para su reino: la muerte. Primero incita al hombre al pecado y, cuando este lo ha cometido y llega el momento de morir (que suelen ser sucesivamente cercanos), espera a que quede libre el alma de su cuerpo para ser el primero en llevársela. El demonio, como un ave carroñera, espera ansiosamente junto al moribundo para conseguir algo que, si bien legalmente le pertenece porque es un alma en pecado, es injusto porque es él quien la ha conducido a pecar. Las almas de los ahogados en el río, el romero de Santiago autoinmolado o el labrador avaro son recogidas por los demonios que las maltratan y las hacen sufrir hasta que la Virgen las rescata. De este modo la noche y los lugares salvajes o apartados como el monte, el bosque, el camino, el río o la encrucijada, además de otros emplazamientos religiosos se llenan de carácter simbólico gracias al cual se convierten en lugares propicios para la aparición de Satanás.
El hombre medieval, como dijimos, se ve obligado a evitar la tentación del demonio y el pecado continuamente, a todas horas. En la Edad Media, y en concreto en las obras de Berceo, este hecho se plantea como una lucha activa contra el Maligno, y se le dan matices caballerescos. El demonio, que no hace más que atacar al género humano, cuando no lo intenta de un modo astuto (tentación), o a la fuerza (posesión) para engañar al hombre, simplemente trata de atemorizarle para que sepa del poder del Maligno. Satanás no actúa del mismo modo contra todos. En ocasiones, cuando trata de asustar a un hombre pagano, o a un cristiano vulgar fácilmente atemorizable arremete contra las cosas materiales: rompe vasos, levanta platos, o, como en el caso de Honorio en la Vida de San Millán inunda de fétida porquería la casa. Pero la lucha se convierte más cruenta cuando el contrincante es un humano más cercano al Cielo: un santo.En este sentido, Graf diferencia entre obsesión y posesión (1991, p. 202). Y es que en un alma tan "sagrada" como la de un santo resulta difícil que entre el demonio. Así que los santos sufren "obsesión", tormento externo, y no contra los objetos, sino contra su persona. Unas veces Satanás intenta atemorizarlos con gritos espantosos y otras con formas de fieros animales, como en el caso del monje borracho de Berceo.
Las principales armas de santos y buenos cristianos son el signo de la cruz, invocar a Dios, Jesús o la Virgen con fervor, agua bendita, campanas o incluso la fuerza física. Los santos suponían, entre los hombres, los adversarios de Lucifer con más fuerza, que luchaban sin descanso contra él. La máxima expresión de estos ataques se manifestaba en auténticas luchas físicas. Berceo lo refleja a la perfección en el caso de la hagiografía emiliana. El combate entre el diablo y San Millán es constante y no solo dialéctico, sino que llega a ser físico. Tanto es así que se habla en términos caballerescos, bélicos (1984, vv. 52ab, 118c, 122d, 1213a).
El feligrés, si cumple con los mandamientos puede sentirse arropado por Dios hasta en los momentos donde se encuentra más indefenso. Sin embargo Satanás tiene un rival totalmente invencible -exceptuando a Dios- que no se prodiga en las luchas que tienen lugar en la tierra, sino que permanece detrás, ayudando con su fuerza. Es un personaje al que todo demonio teme y ha de temer: la Virgen María. Más cerca de los hombres que de Dios, María interviene constantemente en la lucha contra Satanás, quien acaba siempre por retirarse sin osar a levantarse contra ella. Incluso en uno de los milagros que Berceo le dedica llega a bajar al mismísimo infierno para arrebatarle a Satanás un documento que implicaba a un devoto mariano en un pacto. La lucha pasa a ser dialéctica, como en un juicio. La Virgen abogada defensora de la bondad del muerto, aunque pecador, siempre acaba venciendo a Lucifer. Berceo nos enseña varios de estos pleitos, como el del alma del sacristán fornicario, que es salvada por la Virgen (2000, vv. 75 y ss). Esta imagen de los pleitos por el bien de la Cristiandad y de la Virgen como piadosísima abogada defensora de sus devotos (que aunque pequen, siempre reciben una última oportunidad de arrepentimiento) es muy recurrente en toda la literatura de la Edad Media.
Igualmente recurrente resulta la concepción de un infierno lleno de llamas y de torturas, debajo de la tierra, al cual van a parar todas las almas secuestradas a causa de sus pecados por Satanás. Es el submundo que desciende, teniendo en cuenta que en la tradición medieval cuanto más inferior sea algo, más miserable resulta. El animal es inferior al hombre porque este apunta hacia arriba, erguido, hacia el Cielo, y el infierno se encuentra bajo los animales y bajo la inmunda tierra. Berceo nos muestra en los Milagros de Nuestra Señora varias percepciones del infierno muy similares, como la que sufre uno de los dos hermanos del Milagro X (2001, vv. 246 y ss.).
Hay que oponer el espacio del diablo, su hogar, el infierno (aunque también sea la tierra, de la que se ha convertido en señor) al espacio celestial, de Dios, de la Virgen y de los santos, que se refleja en el Paraíso perdido por los hombres. Berceo muestra claramente esta oposición en su introducción a los Milagros, donde se admira de un lugar al que fue a parar "yendo en romería". Su descripción invita a pensar que la Virgen representa ese vergel en el que todos los hombres descansan frente al locus terribilis que supone el infierno.
El hombre se encuentra, pues, en la Edad Media, entre dos mundos completamente diferentes: un Paraíso y un infierno. Al primero, supuestamente perdido por nuestros primeros Padres, llegará si cumple lo mandado por el clero y los señores. Si no, su destino mirará hacia la hoguera eterna, el infierno. Durante la peregrinación de su vida el cristiano encuentra muchísimos obstáculos en forma de diablo, los cuales debe superar si pretende llegar a descansar por siempre en el regazo de su Madre la Virgen. Todo esto es impuesto, en ese momento, mediante el terror, la mano férrea. Está prohibido reír. El mundo de la seriedad domina al buen cristiano. La risa supone un arma del Pecado. Nace del cuerpo y se contagia. Es un placer irresistible en el que no se debe caer.
Sin embargo, esto más bien constituye una teoría, porque la práctica nos consta que era muy diferente. La imagen demoníaca del ser aterrador, asesino, saqueador, engañoso y despiadado, en su mayoría corresponde a los textos, a convenciones, porque la realidad del pueblo de la Edad Media parecía en ocasiones muy distinta. Hasta este momento hemos analizado las características que poseía el demonio en la Edad Media, pero siempre teniendo en cuenta que nos referimos a una obra literaria, la de Berceo, y no a la vida del día a día. Desde luego no debemos engañarnos pensando que la vida medieval era una continua fiesta, y tampoco que nadie reía. Debemos encontrar un término medio, explicado magníficamente por Mijaíl Bajtín, quien distingue un mundo oficial, serio y otro natural, relajado y cómico (Bajtín, 1987, p. 84). El texto de Berceo representa la realidad, pero no en su conjunto. Expresa la realidad oficial, que por lo general enseñaban clérigos y obispos.
Sin embargo, en ciertos momentos, Berceo mismo deja entrever algo de ese mundo popular, cómico, a la hora de hablar del diablo. Respecto a ello, una vez más, se une la idea de que el diablo es el señor del mundo, de las cosas, de lo material, de lo corporal, opuesto a la virtud espiritual y divina. La risa medieval supone una exaltación de lo carnal (Bajtín dedica su libro en gran parte al carnaval), olvidando las restricciones espirituales y corporales a las que la Iglesia obligaba la mayor parte del año. Si tenemos en cuenta que Berceo en algunos momentos hace uso del humor en sus poemas, queda claro que risa y seriedad podían complementarse en la clerecía. De hecho, en los episodios en los que se hace empleo del humor, vemos que el diablo es el protagonista.
El principal capítulo paródico, en este sentido, lo encontramos en la Vida de San Millán: un conjunto de demonios convocan un concilio para llegar a la solución de quemar dormido a San Millán. Se establece una gran paradoja que refuta la idea de que lo serio y lo cómico se complementan en la Edad Media: el concilio es la representación de la seriedad religiosa. En concilio se reúne la Iglesia para discutir cuestiones de dogma y para estudiar propuestas que mejoren su estado. Nada más serio. Y nada más cómico que un "suziuelo concejo" (1984, v. 214b) que decide quemar a San Millán en su cama y cuyo resultado es que ellos mismos se prenden fuego. Consecuencia: San Millán ha de aguantarse la risa. Si bien no acaba por reírse, ya que es un santo, sí está a punto de hacerlo. Esta contraposición de imitar lo serio en tono cómico se da en muchas obras medievales y, como hemos dicho, tiene una intención didáctica y moralizante. Es la mezcla de lo folclórico y lo institucional.
Existe, pues, una "alternativa" del demonio maligno, "alternativa" del folclore, popular, no oficial, cómico. De este modo queda claro que nos encontramos ante dos mundos diferentes en la Edad Media: el serio y el cómico, el oficial y el carnavalesco.
El diablo se destaca como protagonista en la literatura religiosa medieval; ocupa centenares de páginas a través de las cuales se pueden definir sus características y delimitar su figura. Pero si ampliamos la visión, a cada lado de la hoja del papel o del manuscrito donde se encuentra el diablo vemos un receptor y un emisor, un autor que pretende comunicar algo a un público. No se quiere dar la impresión de que el diablo es nada más que un personaje literario. Hasta aquí hemos explicado que la relevancia de Lucifer en Berceo se da porque se muestra constantemente presente en la vida cotidiana del hombre medieval. Sin embargo, ahora intentaremos destacar que no solo aparecía por su presencia en la "vida real", sino que Berceo lo emplea con una función literaria. En las obras que nos atañen Berceo se sirve de esa "omnipresencia" del diablo para conseguir sus propósitos.
De un modo muy general, la Iglesia, por medio de sus predicadores, enseñaba un demonio terrorífico, cruel y monstruoso con el fin de provocar el miedo en los feligreses y así evitar un "esparcimiento" de la grey. Suponía un modo de mantener un férreo control sobre el pueblo. Un clérigo dedicaba su vida y su obra a la Iglesia, a sus santos, a sus mitos, y podemos pensar que participaba en esta concepción de los predicadores y sus homilías en los púlpitos. Los milagros de la Virgen o de San Millán pudieron ser empleados en las predicaciones de las misas. Y en este sentido, Satanás sería el ejemplo del Mal, de la violencia y del enemigo del que el hombre debe guardarse refugiándose en Dios y la Iglesia. Así, el demonio en la obra de Berceo cumpliría la función general de mostrar el peligro a los fieles y procurar que no se "desvíen" del recto camino.
Ahora bien, los Milagros de Nuestra Señora y la Vida de San Millán presentan matices en cuanto al diablo y su función. La que acabamos de explicar podría considerarse la general, pero existen también otras más concretas de cada obra. Berceo emplea en parte la figura y los tópicos del demonio para conseguir provocar una reacción en los feligreses: ayudar a expandir la fama de San Millán y conseguir ayudas económicas de su grey. Isabel Uría, además, añade otro propósito en su estudio preliminar de los Milagros de Nuestra Señora. Habría que entender la hagiografía de Berceo en su conjunto, y así ver que el ejemplo de San Millán ocupa una pieza importante e imprescindible para mostrar los modelos de santo que posee la Iglesia, y que el hombre debe seguir (2000, p. xvii).
Fuera ya del conjunto de la literatura hagiográfica, los Milagros de Nuestra Señora componen una colección de relatos individuales, unidos entre sí por una estructura muy similar y por el nexo común que supone la exaltación de la piedad de la Virgen María. La finalidad parece diferente a la de la Vida de San Millán. Los Milagros de Nuestra Señora van destinados a ilustrar los principales puntos de la instrucción de los religiosos. Dicha instrucción se refiere a lo que antes hemos explicado del carácter doctrinario de las obras que se leen y comentan en los púlpitos.
El demonio toma un papel muy importante en este sentido, porque se muestra como el antimodelo, lo que el cristiano no debe hacer, a quien el feligrés, o el monje que lee los textos, no debe seguir. Además se caracteriza también como la gran amenaza que hay que combatir y de la que se debe tener mucho cuidado.
No obstante, Berceo no inventa un relato completo sino que se basa en una fuente para cada una de las obras. En el caso de la Vida de San Millán recoge la tradición de un texto latino, la Vita Beati Emiliani de San Braulio, para los dos primeros libros, que nos interesan más que el de los Votos por las apariciones del demonio. En cuanto a los Milagros de Nuestra Señora, Berceo se basa en un escueto y frío texto latino similar a la recopilación Miracula Beatae Virginis Mariae. Sin embargo, no copia las fuentes latinas, textos muy planos y retóricamente pobres, sino que, para que calen en su público y así conseguir sus propósitos, les infunde vida y color, acción, palabras, hipérboles, explicaciones. De ahí la eficacia que lograrían los textos berceanos, enriquecidos y acompañados de la sal y pimienta de la tradición popular. En resumidas cuentas, Berceo dramatiza las fuentes latinas. Y esto influye en gran cantidad a la figura del diablo. El poeta riojano la exagera, le da movimiento, le da humor y también terror, le da voz y perspectiva. De este modo resulta mucho más fácil que el lector / oyente quede impresionado por la obra del autor y así actúe en consecuencia con los propósitos de este.
Uno de los procedimientos principales en los que Berceo se basa es la amplificatio, y se puede observar perfectamente en el caso del demonio. La amplificatio afecta a la definición o descripción de Satanás y puede aplicarse de modo parecido a otros campos, como el del diálogo. En otras ocasiones, la dramatización supera al diálogo, y los diablos entran en una confrontación física con su adversario cristiano. Si en los Milagros de Nuestra Señora observamos un enfrentamiento verbal, en la Vida de San Millán la lucha ya no se plantea en términos dialécticos sino bélicos. Para ello Berceo emplea términos de la épica castellana, que creaba gran expectación entre el público, y les servía de ejemplo de virtud, les clarificaba las ideas con ejemplos adaptados a su tiempo. Dramatiza también la fuente latina radicalizando la figura del "mortal enemigo". Los apelativos y expresiones que caracterizan al demonio se multiplican. Además el condimento humorístico aumenta sobremanera (vemos así el crecimiento de lo trágico y lo cómico, que provoca mayor expresividad, mayor dramatismo, y que calaría mejor en el receptor).
De este modo, el diablo no es una mera representación de la realidad en las obras de Berceo. Funciona también como un elemento retórico que ayuda a dramatizar los austeros textos latinos que le sirven de fuente. Y lo hace mediante el humorismo, la radicalización de su maldad, la multiplicación de sus nombres y sus consideraciones, el establecimiento de un concepto de "lucha bélica" que con él se debe llevar a cabo o la dotación de una voz propia que se enfrente a los santos y a la Virgen en su intento de seguir llevando a los hombres a la perdición. Ya más concretamente, con su presencia se facilita la consecución del propósito del autor: impresionar al público para que reaccione contra el Pecado, mantener el orden en la sociedad cristianizada del momento y, más concretamente edificar las almas de los monjes y clérigos y "entretenerlas" en el caso de los Milagros de Nuestra Señora e intentar justificar la lucha del santo emilianense contra el peligroso Mal en el caso de la Vida de San Millán para conseguir las limosnas que ayuden al mantenimiento del monasterio dedicado a él, al que Berceo pertenece.
El diablo, en fin, suponía la existencia de un ser cuya omnipresencia en la sociedad medieval no era gratuita. Los homilistas medievales contribuyeron a una concepción del demonio mucho más radical y negativa de lo que fue en su origen. A lo largo del tiempo la Iglesia de Roma difundió la imagen aterradora de Satanás por todos los rincones de Europa: su maldad no tenía límites y se servía de mil y un engaños y astucias para tentar al individuo y así conseguir su preciada alma como símbolo de victoria ante Dios. Unas veces su engaño era solapado, ingenioso, otras veces se mostraba directamente al hombre proponiéndole un pacto a cambio de su alma, y otras simplemente actuaba por la fuerza poseyéndolo o propinándole palizas.Es en ese momento en el que santos como San Millán y seres divinos como la Virgen ayudaban al hombre en una lucha constante contra el Maligno. La tentación, o mejor dicho, el ataque, podía tener lugar en cualquier sitio, pero el demonio prefería los emplazamientos alejados de la civilización, las encrucijadas, los montes oscuros, los ríos, (frontera simbólica con el Más Allá) y, mostrando su osadía ante Dios, los monasterios.
Esta imagen se fue convirtiendo en una convención, en un tópico lleno de simbología, que cultivaron profusamente los que se encargaban de transmitir la doctrina de Roma: los predicadores. Estos recogían los textos latinos y los "mezclaban" con el condimento de lo popular y de las tradiciones. En este sentido se produjo un mundo serio, oficial, de la Iglesia, separado de otro no oficial, cómico, popular. Uno basado en el alma, el otro en el cuerpo. Ambos convivían en la Edad Media y a veces se superponían. Los homilistas aceptaban lo cómico para llegar más fácilmente al vulgo.
Satanás se ve afectado por la concepción cómica que de él tenía por lo general el pueblo, que trató de hacerlo más familiar en contra de la terrorífica imagen que difundía la Iglesia. Los homilistas empleaban multitud de obras literarias en las que se recogían pequeñas historias en las que el diablo era protagonista o personaje importante (claro está, cuando les interesaba hablar del demonio).
Uno de estos autores es el gran Gonzalo de Berceo al cual, en contra de algunos críticos, le atribuímos un importante nivel creativo o sintetizador. Si nos centramos en los Milagros de Nuestra Señora y en la Vida de San Millán, textos en que la figura del diablo resulta más importante, vemos que Berceo sobrepasa las fuentes latinas en que se basa. Las dramatiza, les da color, viveza, acción y movimiento. Convierte un dibujo plano en otro con perspectiva, enriquecido por la tradición y las leyendas populares, y por el humorismo. Actualiza los conceptos, (como por otra parte también lo hace el autor del Libro de Alexandre vistiendo al héroe macedonio con elementos medievales), estableciendo una terminología de lucha épica contra el demonio. Lo muestra más terrible, pero también más cómico. Y le da voz, que empleará en ricos diálogos y disputas con santos, con la Virgen o con el hombre, para intentar llevarlo a la perdición. Se exagera la figura del judío como su ayudante, y de la mujer como ser más susceptible a lo diabólico.
Berceo dramatiza la figura del demonio, como la de los demás personajes, y con ello consigue humanizarlo. Para entenderlo mejor, comparemos la labor de Berceo en este sentido con la pintura de la Edad Media, salvando las distancias. En un primer momento, la pintura de los primeros siglos medievales y los anteriores a ella, durante la descomposición del Imperio Romano, era plana, esquemática, de grandes trazos. Qué mejor imagen que la del Pantócrator románico para comprenderlo: hierático, distante, alejado de los hombres y de su propia madre, inexpresivo, al igual que los santos, que la Virgen o que las escasas apariciones del demonio.
Pasan los siglos y evoluciona el arte. En la Baja Edad Media ha cambiado esta imagen. El Cristo y la Virgen tienen ahora la expresión en su rostro. Muestran leves sonrisas, miran al fiel devoto a su paso, se matizan sus colores y adoptan movimiento. Las figuras se miran unas a otras, como si estuvieran conversando. Se han deshelado. Han conseguido dramatismo. Son más humanas. Y la figura del diablo crece y crece como la espuma, apareciendo derrotado la mayoría de las veces, y con cientos de formas diferentes, cada cual más monstruosa.
El autor riojano refleja este paso en su obra. Ha refinado las escuetas y austeras fuentes y les ha dado un sentido acorde con la época. Y todo ello con un propósito general: acercar más la doctrina cristiana al pueblo para que la haga suya, para que sea más consciente del peligro que supone Satanás, y así controlarlo mejor. Y también intenciones más concretas, como alabar la figura de la Virgen y adoctrinar mejor a los monjes y monjas, o celebrar la importancia del Monasterio de San Millán, al que Berceo pertenecía, mostrando la gran lucha que en vida y tras la muerte, mantuvo el santo riojano contra el Mal.
Berceo supone un reflejo de la evolución de la figura de Satanás en la Edad Media, el reflejo de su radicalización y de la rica tradición que va creando a su asolador paso por la tierra que Dios creó para el hombre, echado a perder por culpa del Maligno y al cual la Iglesia trata de "recuperar" suponiendo estas obras literarias un granito de arena.
BAJTIN, Mijail, La cultura popular en la Edad Media y en el Renacimiento, Madrid, Alianza, 1987.BERCEO, Gonzalo de, Milagros de Nuestra Señora, ed. Fernando Baños, Barcelona, Crítica, 2000.
BERCEO, Gonzalo de, Vida de San Millán de la Cogolla, ed. Brian Dutton, Londres, Támesis, 1984.
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GUTIÉRREZ MARTÍNEZ, María del Mar, "Espacios y momentos peligrosos para el hombre medieval. (Aparición del Maligno en algunos textos del XIII al XIV)", en Actas del VI Congreso Internacional de la Asociación Hispánica de Literatura Medieval (Alcalá de Henares, 12-16 de septiembre de 1995), ed. José Manuel Lucía Mengías, Universidad de Alcalá, 1997, vol. II, pp. 757-768).
RUSSELL, Jeffrey Burton, Lucifer: percepciones del mal, de la Antigüedad al cristianismo primitivo, Barcelona, Laertes, 1995.