LAS DOS ESPADAS DEL MUNDO

Algunas notas sobre el Prólogo de la Segunda Partida

 

Irina Nanu (Universidad de Bucarest)

 

     Nada más propio del pensamiento medieval que las oposiciones, irrevocables o complementarias, las jerarquías, descendentes o ascendentes, y, como resultado, las clasificaciones: cielo y tierra, paraíso e infierno, cuerpo y alma, poder espiritual y poder terrenal, castigo y premio. Un mundo entero en el trayecto de una escalera de peldaños cada vez más estrechos, sin salidas laterales, sino solamente arriba y abajo. En este mismo tono, que, sin embargo, precisaría tantas otras matizaciones, se nos presenta el imaginario de la sociedad medieval, copiosamente expuesto en los textos legales, históricos o bien de adoctrinamiento de príncipes. En las líneas que siguen, nos proponemos una breve incursión en el mundo de las metáforas sociopolíticas de la Segunda Partida, sin pretender más que un resumido análisis de la alegoría de las dos espadas del mundo, desde el punto de vista del didactismo medieval. Por tanto, nuestro trabajo, que en próximos números deseamos ampliar y sostener con más testimonios textuales y bibliográficos, se debería entender como esquema de trabajo o borrador.

      La imagen que nos interesa, la encontramos, no sin razón, en el Prólogo, dentro de una seguida y muy atinada exposición sobre los dos grandes poderes del mundo, el poder espiritual y el tenporal [1]:

‘Auemos mostrado enla primera partida deste libro como se deue creer e onrrar e guardar. E esta fe creemos por derecha razon, porque Dios es primero e comienço e acabamiento de todas las cosas. E otrosi fablamos delos perlados e de toda la clerecia, que son puestos para creer la e guardarla ellos ensi e mostrar alos otros como la crean e la guarden. Como quier que ellos son tenudos de fazer esto que dicho auemos, con todo eso para aquellas cosas que han a guardar la fe, no tan solamente delos enemigos manifiestos que enella no creen, mas avn delos malos cristianos que la no obedesçen ni la quieren creer ni guardar. E porque esto es cosa quese deue vedar e escarmentar crudamente, alo que ellos no pueden fazer porque el su poderio es espiritual, que es todo lleno de piadad e de merçed, porende nuestro Sennor Dios puso otro poder tenporal enla tierra con que esto se cumpliese, assi como la iustiçia que quiso que se fiziese enla tierra por mano delos enperadores e delos reyes. E estas son las dos espadas porque se mantiene el mundo: la primera espiritual, e la otra tenporal. La espiritual taja los males ascondidos e la tenporal los manifiestos.’ (LSP, 2, Prólogo)

      Estamos frente a una reformulación del conocidísimo tópico del bipartidismo social, que no excluye del todo la funcionalidad tripartita formulada, en el espacio francés, por Abbón de Fleury, Adalberón de Laon o Gerardo de Cambray. De ahí que el segundo miembro de este binomio venga constituido por la orden de los grandes sennores y los caballeros, ejecutores de la justicia y defensores de la tierra, y por la de los labradores, con función meramente económica y demográfica:

‘Tenudo es el Rey no tan solamente de amar e onrrar e guardar asu pueblo, assi como dize en el titulo ante deste, mas avn ala tierra misma deque es sennor. Ca pues que el e su gente biuen de las cosas que enella son, e han della todo lo queles es menester con que cumplen e fazen todos sus fechos, derecho es que la amen e la onrren e la guarden. E el amor que el rey deue auer es en dos maneras: la vna en voluntad, la segunda en fechos. La que es en voluntad deue ser cobdiçiando que sea bien poblada e labrada e plazer le siempre que aya enella buenos tiempos. La segunda, que es de fecho, es en fazer la poblar de buena gente e ante de los suyos que de los agenos, si los pudiere auer, assi como de caualleros e de labradores e de menestrales, e labrarla porque ayan los onbres los fructos della mas abondadamente.’ (LSP, 2, 11, 1)

      Tampoco sorprende la sustancia metafórica del tópico: la espada, sea proyectada en una manera virtual, sea materializada e identificada con el arma más digna de la orden caballeresca, ya se había asociado, desde los tiempos de la feroz lucha de Inocencio III en contra de los albigenses, con la idea de la expurgación del pecado y del castigo corporal. Un siglo más tarde, Bonifacio VIII vuelve a utilizar el mismo simbolismo de la espada para declarar la precedencia del poder religioso sobre el laico:

‘Por las palabras del Evangelio somos instruidos de que, en ésta y en su potestad, hay dos espadas: la espiritual y la temporal […]. Una y otra espada, pues, están en la potestad de la Iglesia, la espiritual y la material. Mas ésta ha de esgrimirse en favor de la Iglesia; aquella por la Iglesia misma. Una por mano del sacerdote, otra por mano del rey y de los soldados, si bien a indicación y consentimiento del sacerdote.’ (Bula Unam Sanctam, 18 de noviembre de 1302) [2]

      En ambos casos, el punto de partida lo constituye el episodio bíblico del arresto de Jesucristo:

‘E destas dos espadas fabla nuestro sennor Ihesu Christo el iueues dela çena quando pregunto asus discípulos, prouandolos, si auian armas con que lo anparasen de aquellos que lo auian de traer. E ellos dixieron que auian dos cuchillos. E el respondio como aquel que sabia todas las cosas e dixo que asaz auia, ca sin falla asaz abondaua. Pues que aqui se ençierra el castigo de onbre tanbien enlo espiritual, como enlo tenporal. Porende estos dos poderes se ayuntan ala fe de nuestro sennor Ihesu Christo por dar iustiçia conplidamente al alma e al cuerpo. Onde conuiene por esta razon derecha que estos dos poderes sean sienpre acordados, assi que cada vno dellos ayuden de su poder al otro. Ca el que desacordase vernia contra el mandamiento de Dios, e auria por fuerça de menguar la fe e la iustiçia, e no podria luengamente durar la tierra en buen estado ni en paz si esto se fiziese.’ (LSP, 2, Prólogo)

      De hecho, este tipo de representación forma parte de todo un arsenal de imágenes de largos abolengos en la tradición occidental, de entre las cuales las más populares son la del trono de tres pies, acuñada por Aelfric y Wulfstán, la imagen organicista de la cabeza y los miembros, atribuida por Vicente de Beauvais a Plutarco, o la invocación del sol y de la luna, también procedente de Inocencio III, que retoma el nieto del Rey Sabio en su Libro de los estados:

‘E despues que fue la ley delos christianos, e ordenaron que el enperador fuese electo e coronado e confirmado por las maneras que auedes oido, touieron las gentes que asi commo por el sol e la luna, que son dos cosas que alumbran el dia e la noche, que bien asi el papa e el enperador deuian mantener el mundo en lo spiritual e en lo tenporal.’ (LE, 1, 49)

      Otros ejemplos interesantes provienen de algunas traducciones que Alfonso el Sabio había indudablemente encargado para su proyecto didáctico. Se trata, entre otros, de la Poridad de poridades o El libro que Aristoteles fizo al Rey Alexandre, como se le cita en la Segunda Partida, y que propone una proyección paradisíaca del reino:

‘El mundo es huerto, so fructo es regno, el regno es el Rey. Defendelo el iuyzio. El iuyzio es el Rey. Engeneralo en Rey. El Rey es guardador. Ayudalo la hueste. La hueste es ayudadores. Ayuda los el auer. El auer es riqueza. Ayunta la el pueblo. El pueblo son sieruos. Fizolos sieruos la justicia. La justicia es amada e con ella se endreça todo el mundo.’ (PP, El tractado terçero en manera dela justicia)

      En los Bocados de oro, otro texto de castigos y dichos de filósofos y sabios, también reconocible entre las fuentes de la Segunda Partida, tenemos la descripción simétrica del valladar, nuevamente puesta en la boca de Aristóteles:

‘El mundo es valladar e el valladar es el reynado e el reynado mantienes por las leyes. E las leyes estableçe las el rey e el rey es pastor e mantienese por la caualleria. E la caualleria mantienese conel auer e el auer ayuntase del pueblo. E el pueblo es sieruo de dela justicia e por la justicia se mantiene e se enderesça el mundo.’ (BO, 14, Aristoteles)

      Una perspectiva del mundo quizá demasiado laica y pragmática como para ser puesta en términos de órdenes o estados, pero tan recurrente y conocida en el taller alfonsí, que no podía faltar del texto de Las Siete Partidas, en donde se especula, antes todo, con su acentuada dimensión jurídica:

‘Onrrar e amar e guardar diximos en la ley ante desta que deue el rey asu pueblo e mostramos en que manera. E agora queremos decir porque razon deue esto fazer, e para lo fazer bien e entender, conuiene que demostremos bien la semeiança que fizo Aristotiles al rey Alexandre en razon del mandamiento del reyno e del pueblo. E dize que el reyno es como huerta e el pueblo como arboles. E el rey es sennor della e los oficiales del rey que han de iudgar e han de ser ayudadores a conplir la iustiçia, son como labradores. Los ricos onbres e los caualleros son como dados para guardar la, e las leyes e los fueros e los derechos son como valladar que la çerca, e los iuezes, iustiçias como paredes e setos porque se anparen que no entre ninguno a fazer danno. E otrosi, segund esta razon, dizen que deue el rey fazer en su reyno primeramente faziendo bien acada uno segundo lo mereciese: ca esta es assi como el agua que faze creçer todas las cosas e desi que llanten los buenos faziendoles bien e onrra, e taje los malos del reino con la espada dela iustiçia e ayrando los tortiçeros, echandolos dela tierra porque no faga danno enella.’ (SP, 2, 10, 3)

      A estas alturas, habría que reparar en la traducción al castellano de dichos fragmentos, ya que se opera con una gama larga y fluctuante de equivalencias, como en el caso de guardador, ayudadores, pastor o caualleria, o bien con términos bastante generales, como los que aparecen en otra enumeración estamental del Bonium o Bocados de oro, esta vez relacionada con la figura de Sócrates:

‘E dexo Socrates doze mill discipulos e discipulos de sus discipulos e hauia ordenado los hombres en tres ordenes: sacerdotes e reyes e pueblo. El ordenamiento del sacerdote es sobre el ordenamiento del rey. Ca el sacerdote ruega a Dios por si e por el su pueblo. E el rey no ruega a Dios si non por si e por el su pueblo. E el pueblo non ruega a Dios si non por si tan solamente.’ (BO, 11, Socrates)

      Sin insistir en los numerosos problemas que pueda acarrear una labor filológica tan amplia y complexa como la alfonsí, notamos que, al lado de dichos titubeos e indecisiones semánticas, ya tenemos, a mediados del siglo XIII, una terminología especializada para la problemática de los estados:

‘Defensores son uno de los tres estados porque Dios quiso que se mantuviese el mundo: ca bien assi como los que ruegan a Dios por el pueblo son dichos oradores; e otrosi los que labran la tierra e fazen enella aquellas cosas porque los onbres han de beuir e de mantener se, son dichos labradores; e otrosi los que han a defender a todos son dichos defensores […]. Onde pues que en el titulo ante deste mostramos qual deue ser el pueblo ala tierra do mora, faziendo linaje que la pueble, e labrandola para auer los frutos della, e ensennoreandose de las cosas que enella fueren, e defendiendola e guardandola delos enemigos, que es cosa que conuiene a todos comunal mente. Pero con todo eso alos que mas pertenecen son los caualleros, aquien los antiguos dizen defensores.’ (SP, 21, Prólogo)

      Una terminología que Don Juan Manuel, preocupado por las mismas interferencias entre las órdenes seglar y religiosa, hereda en el Libro de cauallero e del escudero o en el más elaborado Libro de los Estados:

‘Ca los estados del mundo son tres: oradores, defensores, labradores; cada vno destos son muy buenos en que omne puede fazer mucho bien eneste mundo e salvar el alma. Pero, según el mi flaco saber, tengo que el mas alto estado es el clerigo missacantano, por que en este puso Dios tamanno poder que por virtud delas palabras que el dize, torna la hostia, que es pan, en verdadero cuerpo de Ihesu Christo, et el vino en su sangre verdadera. […] Et por ende vos digo que el mayor e mas onrado estado que es entre los legos, es la caualleria, ca commo quier que entre los legos ay muchos estados, asi commo mercadores, menestrales e labradores o otras muchas gentes de muchos estados. La caualleria es mas noble e mas onrado estado que todos los otros, e los otros deuen pechar e mantener a ellos. Et otrosi por que desta orden e deste estado son los reyes e los grandes sennores.’ (LCE, 17, Commo el cauallero responde al escudero qual es el mas onrado estado en este mundo; 18, Commo el cauallero ançiano responde al scudero qual es el mas onrado estado entre los legos)

‘Et pues que los queredes saber, digouos que todos los estados del mundo que se ençierran en tres: al vno llaman defensores, e al otro oradores, e al otro labradores.’ (LE, 1, 92)

      Dos espadas del mundo, dos tajos para cortar las raíces del pecado y la herejía, dos mentalidades políticas, que, a pesar de sus diferencias y antagonismos, reclaman un papel destacado en el desarrollo del texto didáctico castellano. Si el tratamiento temático del texto de la Segunda Partida resulta de los más naturales y recomendados para una colección de leyes, y la presentación diferenciada, por un lado, de las cosas que pertenesçen a la fe catholica y, por el otro, de los reyes e enperadores e los otros grandes sennores delas tierras, ya se había prefigurado, por ejemplo, en los trabajos de los enciclopedistas, el fuerte impacto que debe haber ejercido el texto alfonsí sobre los tratados didácticos de su inmediata cercanía cronológica, no es del todo desdeñable.

      Es de este mismo modo que se posibilita, unas décadas después, la aparición de una literatura didáctica vernácula, con terminología y géneros propios. En la mayoría de los casos tenemos sea la perspectiva dualista, laico &endash; religiosa de la didáctica de los estados, que hereda la estructura de las primeras dos partidas, sea la dimensión más bien laica de los espejos o regimientos de príncipes, que, por más que se inspiren en San Agustín, Santo Tomás de Aquino o Egidio Romano, cuentan y mucho con la materia de la Segunda Partida: el Libro de los Estados o los Castigos del Rey de Menton, incluidos en el Libro de Caballero Zifar, son solamente un par de ejemplos en este sentido. Evidentemente, en el Libro de los estados o el Libro del cauallero e del escudero, aunque se traten temas eclesiásticos y se persiga, como fin supremo de cualquier acción, el salvamiento de las almas, se pone más énfasis en el estado de la caballería, pero otra es la implicación del autor y otro el público al que se dirige. A la rigurosa delimitación trazada por las dos espadas del mundo empieza a corresponderle, en una forma cada vez más manifiesta en los textos didácticos, la repartición de métodos educativos y formación cultural, lo que aseguraría el éxito de los doctrinales de caballeros y, aún más, de los espejos de príncipes:

‘Estas preguntas que me fazedes, muchas dellas tannen cosas que pertenesçen ala fe, e los legos non son tenidos asaber dellas, si non crer simplemente lo que Santa Eglesia manda, que los fechos de Dios, que son muy marabillosos e muy escondidos, non deue ninguno ascodrinar en ellos, mucho mayor mientre los caualleros que an tanto de fazer en mantener el estado enque estan, que es de muy grant periglo e de muy grant trabaio, que non an tienpo nin letradura para lo poder saber conplida mente, et por ende non deue mucho cuidar en ello.’ (LCE, 34, Commo el cauallero ançiano responde al cauallero nouel que cosa es el infierno)

      La oposición entre la espada espiritual y la espada material se traduce, en una primera fase, en cosas de la fe y respectivamente fechos de caualleria, y luego, a partir de los muchos estados en que se organiza esta última categoría, en una minuciosa repartición de las ciencias y las disciplinas, desde el estudio de las yerbas hasta la astronomía o la alquimia:

Mas enlo que me preguntastes delas estrellas e delas planetas, bien entendedes que segund razon non vos deuo yo a ello responder conplida mente, ca la sciençia e la arte delas estrellas non se puede toda saber por entendimiento de omnes en tan poco tienpo commo enel que agora los omnes biuen. Et otrosi non la puede aprender otro si non el que es muy lerado. Et asi por estas dos razones non la puedo yo saber, et commo quier que yo mucho anciano sea, non puedo en mi tienpo ver nin entender todo el movimiento del çiello por que pudiesse entender los cursos e los mouimientos e los fechos e las cosas que se fazen por la virtud que Dios puso enlas estrellas. Et otrosi por que yo nunca non lo pude aprender de otri, et por ende non vos marabilledes si uos non respondiere a esto conplida mente. (LCE, 37, Commo el cauallero ançiano responde al cauallero nouel que cosa son las planetas)

A lo que me preguntastes que cosa son las yerbas e para que fueron fechas, fijo, esta pregunta mas cunple para cirugiano que non para cauallero, ca muchas otras vegadas vos lo he dicho que tanto a de fazer el cauallero para conosçer su estado e obrar enel commo deue, que asaz le faze Dios merçed conplida, si en esto açierta commo deue. Et si se quiere entremeter en otras muchas ciencias, sera marauilla si las pudiere saber. Et por auentura que dexara algo delo quel cunpla fazer que perteneçia ala caualleria. […] Et por ende si yo pudiesse, queria anteponer el mi saber enlo que cunple al mi estado que non en al. Et por que segund ya vos dixe non cunple al mi estado saber mucho delas yeruas, non vos marabilledes si conplida mente non uos pudiere responder a ellas. (LCE, 38, Commo el cauallero ançiano responde al cauallero nouel que cosa son yerbas)

      De esta manera, el tópico de las dos espadas porque se mantiene el mundo no es una mera recopilación rutinaria, ya que asistimos a un cambio de óptica frente a las variantes en que se inspira y que desarrollan contextos, por lo general, políticos y religiosos: la espada alfonsí, además de su declarado simbolismo bíblico, es igualmente el arma más representativa de la caballería y sus virtudes bélicas. Al mismo tiempo, la perspectiva de Las Siete Partidas es antes didáctica que política o religiosa, porque se centra en la formación de los dos grandes poderes del mundo medieval, el religioso y el terreno, y en cómo mejor se podrían armonizar para responder a las necesidades de la sociedad.

 


NOTA
      Se han reproducido las transcripciones de los Electronic Texts and Concordances of the Madison Corpus of Early Spanish Manuscripts and printings, ed. J. O’Neill (Madison y Nueva York: 1999), con las siguientes intervenciones: el signo tironiano & se ha transcrito como e, incluso en posición antevocálica; la c seguida por cedilla en sobrescripto c’, como ç; se han aplicado las normas modernas de puntuación y transcrito con mayúscula los nombres iniciales y/o propios.

 


BIBLIOGRAFÍA

 

ALFONSO X, Las Siete Partidas, Electronic Texts and Concordances of the Madison Corpus of Early Spanish Manuscripts and printings, Madison y Nueva York, 1999, MS de Sevilla, octubre de 1491, transcripción de Ivy A. Corfis.

DENZINGER, E., El magisterio de la Iglesia. Manual de los símbolos, definiciones y declaraciones de la Iglesia en materia de fe y costumbres, Barcelona, 1963.

DUBY, G., Les trois ordres ou l’imaginaire du féodalisme, Paris, Gallimard, 1978.

LE GOFF, J., coord., L’homme médiéval, Paris, Seuil, 1989.

JUAN MANUEL, Libro del caballero y del escudero, Electronic Texts and Concordances of the Madison Corpus of Early Spanish Manuscripts and printings, Madison y Nueva York, 1999, MS 6376 de la Biblioteca Nacional de Madrid, transcripción de Reinaldo Ayerbe &endash; Chaux.

JUAN MANUEL, Libro de los estados, Electronic Texts and Concordances of the Madison Corpus of Early Spanish Manuscripts and printings, Madison y Nueva York, 1999, MS 6376 de la Biblioteca Nacional de Madrid, transcripción de Reinaldo Ayerbe &endash; Chaux.

Poridat de poridades, Electronic Texts and Concordances of the Madison Corpus of Early Spanish Manuscripts and printings (Madison y Nueva York: 1999), MS L.III.2 del Monasterio de El Escorial, transcripción de Lloyd A. Kasten.

Bocados de oro, Electronic Texts and Concordances of the Madison Corpus of Early Spanish Manuscripts and printings, Madison y Nueva York, 1999, MS I &endash; 187 de la Biblioteca Nacional de Madrid, transcripción de Margaret Parker.