DISCURSO SETENTA Y DOS. DE SOLEDAD
Grande daño haze la ausencia de pastores y prelados en sus iglesias, dexando solos de su
presencia a los súbditos y ovejas, aunque les parezca a ellos que tienen cumplido con poner tenientes.
Si no, mírelo en la ausencia de Moisés; aunque quedó su hermano Aarón, varón principal, por su
teniente | y provisor, luego idolatró el pueblo, y si Moisés estuviera presente no sucediera aquel
daño. San Pedro sanava con la sombra enfermos, porque entiendan los prelados el gran fruto de su
presencia, la cual sana los enfermos de alma y remedia los necessitados. Lo mismo demostró Cristo
en el huerto, que, apartándose de sus Apóstoles a orar, quedaron ellos dormidos. A unos es daño la
soledad, a /(460v)/ otros, provechosa. Desto trata el
Discurso.
[EJEMPLOS DE LAS SAGRADAS ESCRITURAS]
[1] Muchos ha avido que por más libremente darse a la contemplación, por bivir con más pureza de
ánimo y quitar la ocasión de pecar, dexando la ciudad y pueblo, escogieron bivir vida solitaria. Y
déstos fueron los primeros un Elías, que hizo assiento en el arroyo de Carit, cerca del Jordán, y era
servido en la comida de cuerbos. Eliseo, en el monte Carmelo tenía su morada con algunos otros
solitarios. Los hijos de Recab bivían en tugurrios y choças por los campos, y andavan peregrinos de
unas partes en otras. San Juan Baptista, desde los seis años hasta los
| treinta bivió vida solitaria, admirable a los ángeles y a los hombres. Y desta edad salió a predicar y baptizar, ya reprehendiendo,
ya enseñando a los que venían a él, porque era boz que clama en el desierto, y dize: «Endereçad el
camino del Señor, y hazed rectos sus senderos». Todos los cuales, cuanto más se apartavan de la
conversación de los hombres, más los favorecía y regalava Dios con dulces y sabrosos coloquios,
con favores y regalos del Cielo. Y assí, muchos cristianos, llevados de su exemplo y golosos de sus
ganancias, los imitaron y vivieron vida solitaria. Refiérelo Marulo, libro primero.
Lo dicho se coligió de la Escritura Sagrada. |
[EJEMPLOS CRISTIANOS]
[1] Paulo, natural de Tebas, moço de dieziséis años, huyendo de la persecución de Decio y Valeriano,
que sustentavan contra los cristianos, se fue al desierto, y hallando al pie de un monte una cueva
cerca de la cual corría un arroyo de agua, siendo defendida por una palma de los rayos del sol, hizo
allí su morada; perseveró hasta ciento y treze años sin ver hombre humano, hasta el último día, que
le visitó San Antonio Abad y dio a su cuerpo sepultura. Al principio se sustentó con dátiles, después
por sesenta años le truxo un cuerbo cada día medio pan. Bevió siempre agua, cubría su cuerpo con
un texido hecho de palmas. El que bivió desta manera, bien cierto es que no huía el martirio, sino
que le dilatava. Y era mucho más padecer la muerte noventa y siete años que un solo día. Todo este
tiempo el valeroso cavallero de Cristo mortificó su cuerpo para que su espíritu biviesse con Cristo.
Es de San Gerónimo en la Vida de San Pablo.
[2] Antonio, de treinta y cinco años era cuando se hizo morador de la soledad, adonde padeció
muchas persecuciones de | los demonios. Apaleávanle, açotávanle, traíanle despeñado por las nuves,
procurando apartarle de su intento, porque sabían que en la soledad son vencidos de los que suelen
ellos vencer entre gentes y pueblos. Aviendo salido vitorioso de semejantes tentaciones y ilusiones,
encerróse en un lugar apartado, donde estuvo veinte años sustentándose con pan y agua que le
ministravan por una ventana. Y después desto salió de allí para ser abad y cabeça de muchos monges,
a los cuales enseñó el camino de la perfeción, y Dios por él hizo grandes milagros. Y esto fue
ocasión que concurriesse gente de diversas partes a él y, viéndose dessassosegado, huyó de toda
humana conversación, adonde vino a morir de ciento y cinco años. Dízelo San Atanasio en su
Vida.
[3] Hilarión, en vida de San Antonio Abad, siendo de quinze años, le fue a ver al desierto, y su vista
le fue ocasión que mudasse el hábito. No se apartó dél hasta que aprendió el orden y modo de bivir
que él guardava. Bolvió a su tierra con algunos monges y, siendo muertos sus padres, distribuyó
parte de su legítima entre sus her- manos,
/(461r)/ y parte, a pobres, y vestido un saco, y sobre él un
hábito de pellejos que le dio San Antonio, se fue al desierto, sin detenerse mucho en un lugar,
porque ladrones y demonios le hazían cruda guerra. Padeció graves tentaciones y libróse de grandes
engaños que le armavan. Desde edad de diez y seis años hasta veinte se recogía en chozas cubiertas
de mimbres, y allí padecía los calores del verano y los fríos, aguas y nieves del invierno. Desde los
veinte años hasta los treinta tuvo una celda ancha de cuatro pies, alta, cinco, y larga, poco más que
la estatura de su cuerpo. Y como dize San Gerónimo, más parecía sepulcro para cuerpo difunto que
aposento para hombre vivo. Con verdad se puede afirmar que quien se contentava con tales moradas
pudo bien dezir con San Pablo, escriviendo a los hebreos, capítulo treze: «No tenemos en el mundo
ciudad permanente, sino que desseamos y procuramos otra que está en el otro mundo». Es de San
Gerónimo en su Vida.
[4] Onofre Ermitaño, como se exercitasse en vida monástica en cierto monasterio de la ciudad de
Hermópoli, bien impuesto como en escuela, salió de allí a un desierto de Egipto, donde estuvo por
sesenta años incógnito a los hombres. Gastáronsele los hábitos que truxo, y cubría la parte superior
de su cuerpo con los cabellos y barba, y la inferior, con hojas de árboles. Por los treinta años se
sustentó con frutas silvestres y yervas, y otro tanto tiempo le truxo un ángel pan y agua. Esto afirma
dél Pafuncio Abad, que escrivió su
Vida, el cual, visitando aquel desierto, el mismo día que le vido
oyó esto todo dél, le vido morir y dio sepultura. No permitió Dios que vida tan digna de ser sabida
quedasse sepultada en olvido, ni cuerpo tan merecedor de gloria quedasse sin sepultura. Proveyó de
sepulcro por medio de Pafuncio a Onofre, y |
a todos, con su vida, de exemplo. Es del De Vitis Patrum.
[5] Juan Egipcio, anacoreta, cuyas palabras el emperador Tedodosio tuvo por oráculo del Cielo,
residió en el desierto de la Tebaida por la parte que está el lugar de Lico. Tenía una cueva en lo alto
de un monte, cuya subida era dificultosa, y la entrada, tan estrecha que nadie entró donde él estava,
desde el año cuarenta hasta el noventa de su edad. A los que venían a hablarle hablava por una
ventana, dándoles consejos saludables para sus almas. En su cueva estava siempre solo (si puede
dezirse que lo está el que tiene consigo a Dios). Allí esperava el fin de su vida, para començar vida
que no tiene fin. Y con la esperança desto, algunas vezes cantava con David en el
Salmo ciento y cuarenta: «Solo estoy en mi tránsito y passo». Y avía de passar a la compañía de los ángeles por
averse apartado de la compañía de los hombres. Es del De Vitis Patrum.
[6] Teonas estava dentro de su celda, que era en la Tebaida, no lexos de la ciudad. Allí, de día, por
una ventana tocava enfermos que venían a ser curados, y sanavan. De noche se iva a lo más escondido
del desierto a tener oración con quietud. San Lucas, en el capítulo veinte y uno, dize del Señor que
de día estava enseñando en el templo, y de noche se iva al monte llamado de las Olivas. Aprendamos
del Señor y del siervo a repartir el tiempo, y demos parte dél al próximo y parte a Dios, adorándole
y reverenciándole en el exercicio santo de la oración. Es del
De Vitis Patrum.
[7] Apolonio Abad consagró a Dios las primicias de su edad, apartándose a los quinze años a un
desierto de la Tebaida, no lexos de Hermópoli. Passados cuarenta años, mandóle Dios que se acercasse
a la ciudad, donde congregó discípulos. Ya se avía hecho digno de que otros por su ocasión
consiguiessen el premio de la inmortalidad. Es del
De Vitis Patrum.
[8] Elías Monge, por setenta años perma- neció
/(461v)/ en un desierto de la Tebaida, a la parte de
la ciudad llamada Atineos, que fue en un tiempo metrópoli de la provincia. El desierto era espantoso,
la senda que guiava por él, angosta, no pisada y difícil de hallarse. La cueva en que bivía era escura,
tosca, y que llegando a ella causava temor sin saberse de qué. En este lugar le visitó San Gerónimo,
viejo de ciento y diez años el Elías, y dezíase que hablava cosas que estavan por venir y que
sucedían como dezía. Parecía averse aposentado en él la gracia y virtud de Elías, cuyo nombre
tenía, y seguido su instituto en la soledad. Es de la
Historia Tripartita, libro octavo, capítulo primero.
[9] Extraordinaria es la vida de Juan Ermitaño. Escrívese dél que luego como fue al desierto, por
tres años continuos, estando en pie, hazía oración debaxo de una grande peña, y nunca se assentava.
Tanto tiempo dormía cuanto lo sufría el aver de ser en pie. No gustava cosa alguna en toda la
semana, sino los domingos, que le traía un sacerdote el Santíssimo Sacramento, y érale manjar para
la alma y sustento para el cuerpo. Por estar siempre levantado y nunca assentarse vino a que tenía
los pies llenos de llagas y le salía dellos materia y podre. ¡Oh bienaventurado varón, que recibió de
Dios tanta gracia que hiziesse esto, y más bienaventurado por poder hazerlo! Vino a visitarle un
ángel, y, tocándole las llagas de los pies, quedó sano. Vañóle los labios con la fuente de la sabiduría
espiritual, y en adelante quedó tan sabio que visitava los otros monges de aquella soledad y les
enseñava santos exercicios y el camino de las virtudes, y fue digno de magisterio, cuya vista solamente
era estímulo para sufrir por Cristo trabajos y asperezas. Cosas parecen éstas imposibles, mas para
Dios todo es possible. Dél le vino el poder hazerlo, y dél le vino el premio, dándole tanto Cielo
cuanto merecían | tan maravillosos exercicios y tan fieles servicios. Es del
De Vitis Patrum, y refiérelo Marulo, libro primero.
[10] Simeón estuvo un año en un monasterio de Antioquía y fuesse al desierto, donde se encerró
por tres años en una cueva, lo cual muchos otros hizieron. Mas fue particualar en que hizo una
coluna angosta, que se podía temer la caída de quien estava sobre ella, aunque se podía assentar y
recostar en ella. Era alta, y no contentándose con la primera, hizo otra, y otras, hasta que la última
se levantava treinta codos y más. Allí estava al sol y al viento, y a todas las importunidades del
tiempo, sufriéndolas con grande paciencia. Servíanle como de púlpito y cátedra estas colunas, pues
viniendo de diversas partes gentes a verle, muchos idólatras se convertían por su predicación. En
esta vida permaneció hasta la muerte, que, llegando, se halló más cerca del Cielo cuanto avía bivido
levantado del suelo. Dízelo Evagrio en la
Historia Eclesiástica, libro catorze, capítulo treinta y
tres.
[11] Arsenio es buen testigo de lo mucho que aprovecha para el servicio de Dios la vida solitaria,
porque, antes que començasse la de monge, rogó a Dios con grande instancia le declarasse cómo
podía mejor salvarse, y que le fue dicho que evitasse el concurso y trato de gente, especialmente
seglar. Hízose monge, y estando en oración oyó una boz que le dixo: «Arsenio, huye, guarda silencio
y ten sossiego». Que huyesse del concurso y frecuencia de la gente, que guardasse silencio evitando
la vanagloria, que tuviesse sossiego, no procurando ni desseando las cosas transitorias desta vida. Y
assí huyó al desierto de Siria, en el lugar llamado Troe, donde estuvo cuarenta años, los tres dellos
en Canopo. Y porque aquí era visitado, se passó a otro más escondido lugar,
/(462r)/ passando Babilonia a la parte de Memfis, y residió allí diez años, y al cabo bolvió al primer lugar de Troe dos
años. Y llegando al de noventa de su edad, del desierto voló a la compañía de los ángeles. En el
espacio de tres años que estuvo en Canopo, cerca de Alexandría, Teófilo, patriarca de aquella ciudad,
acompañado de un noble ciudadano fue a visitarle, y rogáronle que les dixesse alguna cosa con que
se edificassen. Él dixo que lo haría si le prometiessen de hazer lo que les dixesse. Ellos lo prometieron.
-Lo que quiero -dixo el santo viejo- es que dondequiera que oyéredes dezir que está Arsenio,
no vais allá.
Otro estimara en mucho la visita de un tan ilustre prelado; a Arsenio, amigo de soledad, le
era enfado. Otra vez, embiándole el mismo Teófilo a rogar que le dexasse ir a verse con él, respondió:
-Bien puedes venir, mas yo me iré luego desta tierra.
Oído por Teófilo, no quiso molestarle con su vista porque no se fuesse de aquel lugar,
siéndole muy agradable la estada de tan gran varón en su diócesi, cuyos merecimientos entendía
que le aprovechavan mucho para alcançar gracia de Nuestro Señor. La causa por que Arsenio
evitava el trato y conversación de los hombres declarólo siéndole preguntado por el abad Marco,
diziendo:
-No es posible estar juntamente con Dios y con los hombres.
Sentía mucho el santo varón, aun por un breve tiempo, apartarse de la contemplación y
dulcíssimo trato de Dios, porque aun estando en la tierra podía dezir con el Apóstol: «Nuestra
conversación es en el Cielo». Es de Surio, en el cuarto tomo.
[12] Por ser tan frutuosa la vida solitaria no pudo Judoco de anteponer los trabajos del desierto a los
contentos del reino de Bretaña, queriendo más servir en la una parte a Cristo que en la otra ser
servido. Fue al campo Ponciano, | cerca del río Alceo, y queriendo allí hazer assiento, fuele vedado
por Himeone, señor de aquella tierra. Passó adelante, y del mismo que primero le avía estorvado el
quedar allí fue llamado con grandes ruegos, y le labró celda en la orilla de aquel río, donde bivía
con un dicípulo suyo. Y si quiere alguno saber cuánto aprovechó en aquella soledad, entienda que
por el reino terreno y perecedero que menospreció alcançó el eterno y celestial que desseó. Es de
Florencio Abad y de Rodolfo Agrícola.
[13] El beatíssimo Gerónimo, morador un tiempo en soledad y aora ciudadano del Cielo, escriviendo
a Heliodoro, adorna con epítetos dulcíssimos semejante vida, diziendo: «¡Oh desierto, donde mora
Cristo! ¡Oh soledad, donde nacen piedras finíssimas, de las cuales dize el
Apocalypsi que se edifica la ciudad del gran Rey! ¡Oh bosques, donde se goza de Dios más familiarmente! ¿Qué hazes,
hermano, en el siglo? ¿Cómo puedes sufrir la estrechura dél? ¿Cómo no te cansa el humo de la
ciudad? Créeme que en este lugar veo no se qué de más luz que en poblado. Paréceme que estoy
libre de la carga pesada de la carne, y que buelo a las celestiales moradas. ¿Temes la pobreza?
Acuérdate que dixo Cristo: «Bienaventurados los pobres». ¿Temes los trabajos? Pues ningún mártir
fue coronado sin dolor. ¿Házesete de mal de dormir en la tierra fría? Pues a tu lado está Jesucristo.
¿Tu cabeça siente la falta de la almohada? Mira la de Cristo, que es su cabeça traspassada de
espinas. ¿Espántante las malezas del suelo? Pues passéate con la imaginación por el Cielo. Siempre
que en Cristo pusieres tu pensamiento te hallarás fuera del desierto. ¿Echas de ver el cuero de tu
cuerpo, que sin el regalo de vaños se para negro y áspero? Pues el que está lavado con la sangre de
Cristo poca necessidad tiene de otros lavatorios.
/(462v)/ Y a todo lo que se te pusiere por estorvo,
oye al Apóstol San Pablo, que dize, escriviendo a los Romanos, en el capítulo octavo: ` No merecen
las passiones y los trabajos desta vida ponerse al paragón de la futura gloria que Dios nos tiene
prometida' . Poco es todo lo que en el mundo se padece para lo mucho que en el Cielo se goza. No
estás, hermano, en lo cierto, si quieres gozarte en el siglo y después reinar con Cristo. Por San
Lucas, capítulo doze, dixo el mismo Cristo: ` Bienaventurado es el varón al cual hallare Cristo
velando' . Es buena dicha velar en el mundo y trasnochar padeciendo trabajos, para que el Señor,
cuando viniere a pedirnos cuenta, se la demos con pago, aviendo en el mundo no holgado, sino
trabajado». Está lo dicho en la Epístola
de San Gerónimo a Heliodoro.
[14] El mismo glorioso doctor San Gerónimo, cuando escrivió a Heliodoro acerca de la vida solitaria,
estava en el desierto en una morada tosca y sin algún recreo, y allí residió cuatro años, acompañado
de escorpiones y bestias fieras, vestido un saco, durmiendo en tierra, beviendo agua como el tiempo
la dava y comiendo manjares crudos, teniendo por demasiado deleite comer algo cocido,
acostumbrado para domar la carne, que se alborotava y descomponía, ayunar toda la semana. Y
entre todos estos trabajos y fatigas se gozava el espíritu de tal manera que dezía: «La ciudad me es
cárcel, y la soledad, paraíso». Después de los cuatro años, como fuesse a ser morador en Betleem,
cerca del lugar donde Cristo nació, edificó un monasterio, donde bivía con otros monjes, y allí solía
dezir llorando que ya no era el que solía; en tanto le parecía que avía sido mejor en la soledad.
«Después del trabajo -dize- y de las lágrimas levantando los ojos al Cielo, parecíame que estava
entre las compañías de los ángeles, y alegre y regozijado cantava:
| «Corremos en tu seguimiento al olor de tus ungüentos». Dízelo el mismo San Gerónimo, en la
Epístola veinte y dos a Eustoquio.
[13] De semejante consolación que San Gerónimo gozava en el desierto el monge Marcio, de quien
dize San Gregorio que bivía en Marsico, monte de Campania, y que estimava en tanto la soledad
que jamás dificultad alguna, ni tentación de demonio pudo sacarle de allí. Hizo una cadena de
hierro y, atada a una peña por la una parte, por la otra se la aferró al pie. Lo cual sabido de San
Benedicto Abad, desseando que el estar atado a tan breve espacio de tierra se atribuyesse más a su
constancia que al hierro, embióle un mensajero que le dixesse de su parte:
-Si eres siervo de Dios, no te tenga atado la cadena de hierro, sino la de Cristo.
Oído por Marcio, quitóse la cadena y encerróse en una cueva, guardando más estrecha
prisión. Juntáronsele dicípulos, y hizo Dios por él grandes milagros, y fue numerado entre santos.
Aora mide los anchos del Paraíso el que tan angosta cárcel tuvo en el mundo. Dízelo San Gregorio
en el tercero libro de sus Diálogos, capítulo diez y seis.
[15] De otro género de monges se lee que andavan vagos por lugares diversos de la soledad, sin
tener assiento cierto. Y por no ser visitados de seglares, siempre peregrinavan. Éstos que andavan
apartados llamávanse anacoretas, y unos dellos llevavan pan y sal al desierto y con esto se sustentavan,
otros, sólo era su comida yervas y raízes. Tanta aspereza de vida del todo parecía intolerable si no
lo hiziera fácil y de llevar el amor y temor de Dios. Dízelo San Isidoro, en el
De oficios eclesiásticos, libro segundo, capítulo quinze.
[16] Juntemos algunos exemplos de mugeres para que se vea cómo tienen a quien imitar las que
dessean soledad. Y sea la primera María Madalena, la cual, o- yendo
/(463r)/ al Salvador del mundo dezir que le eran perdonados sus pecados y que avía escogido la mejor parte, sin que le fuesse
quitada, y aver sido la que vido resucitado a Cristo primero que sus dicípulos, y que por su amor
menospreció todas las cosas, y que en la ciudad de Marsella de Francia derrivó los simulacros de
los falsos dioses gentílicos por medio de su predicación, levantó allí el salutífero madero de la
Cruz, y con todo esto, no le pareció que avía cumplido hasta que con las angustias y asperezas de la
soledad, su carne, culpada algún tiempo, la macerasse y afligiesse. Estuvo treinta años sin ser vista
de hombre humano, sin manjar de la tierra, sino servida y favorecida de ángeles, para que se entienda
que merece favor del Cielo y de los ciudadanos dél el que se aparta de la conversación de los
hombres por amor de Dios. Llegando el día de su muerte, recibió la Sagrada Comunión de manos
de Maximino Obispo, porque no era justo que sin él subiesse al Cielo, aviendo en la tierra servídole
de todo coraçón y de todas sus fuerças, predicando su fe en las ciudades y meditando su gloria en la
soledad. Es de Marulo, libro primero.
[17] María Egipcíaca, que puso su cuerpo en almoneda y estava muerta en vida, mas el que baxó
del Cielo a ganar lo perdido y a llamar los pecadores a penitencia, entrando en su coraçón como en
casa de morada, y diziendo: «Muger, a ti lo digo, levántate», se levantó la que mucho tiempo estuvo
rebolcándose en el cieno de los vicios, y aviendo perdido a Jesucristo en los deleites, hallóle en la
amargura de su alma. Passó de Alexandría a Jerusalén, y no pudo entrar en el templo de Dios, con
fuerça que la detuvo invisible. Paróse a la entrada, admiróse, avergonçóse, y entendiendo la causa
de su de- tención | ser por las flaquezas de su mal compuesta vida, con grande aflición y derramando
tiernas lágrimas determinó poner fin a sus vicios adonde començó a sentir la indignación de Dios
contra ella. Ofrecióle su vista una fiadora de sus nuevos intentos, que fue la Madre de Dios, cuya
imagen vido sobre su cabeça a la entrada del templo, y con tal fiadora provó segunda vez la entrada
y hallóla fácil. Derrivóse delante la salutífera Cruz y lloró sin hazer pausa, hasta que oyó una boz
que le dixo que si quería remediar su alma passasse el Jordán. Compuso luego su conciencia con la
Confessión Sacramental y Sagrada Comunión. Passó el Jordán y dio consigo en el desierto, ya
siguiendo otra vida y otras nuevas costumbres. La cabeça que solía adornar con perlas y fino oro
descubrióla al Cielo a sus mutaciones, sin querer cubrirla al frío o calor, no a la agua, nieve y
granizo. Los cabellos, que siendo como oro los encrespava, cortólos, y acoceándolos con sus pies,
triunfó dellos. El rostro, tan guardado y servido de mixturas porque pareciesse más de lo que era y
menos de lo que deviera, vañóle con lágrimas y dexóle a que se recociesse con los rayos encendidos
del sol. Los pechos, cuya vista encendían desseos elados, siendo primero regalados con faxas de
púrpura, heríalos con sus manos, castigando en ellos el coraçón donde tantos malos desseos se
forjaron. Su cuerpo todo, que fue rebelde y con todas sus partes hizo guerra al cielo, en las mismas
era por ella atormentado con ayunos, con vigilias, con diciplinas y malos tratamientos, hasta dexarle
desnudo sin comida y bien castigado, perseverando en esto por cuarenta años, hasta que Zozimas
Ermitaño, investigador curioso de los secretos santos de aquel desierto, la vido orando,
/(463v)/ levantada de tierra, passar sobre las aguas del Jordán sin que sus plantas se mojassen. A tanta
perfeción vino en la soledad la | que con tanta soltura y corrupción bivió en la ciudad. Es del
De Vitis Patrum, y refiérelo Marulo, libro primero. |
EXEMPLOS ESTRANGEROS
[1] Timón Ateniense, no el ser religioso y los desseos del Cielo, sino inclinación natural le hizo
bivir solo. Edificó una pequeña casa en el campo Atico por huir de ver hombres, que todos le eran
aborrecibles. Sólo admitió consigo a Peante, también como él de Atenas. Sucedió que, acabando
una vez de cenar, burlándose Peante con él, díxole:
-¿No ha sido este convite maravilloso y muy bueno, o Timón?
Él respondió:
-Harto mejor fuera para mí si tú no estuvieras aquí.
Dízelo Sabélico, libro segundo.
[2] Era Cleto Efesino hombre principal y de govierno. Cansado de tratar y ver gentes, fuesse al
templo de Diana y estuvo allí algún tiempo. Y como un día fuesse visto que jugava con sus hijos y
por ello burlassen dél, dixo:
-Por mejor | tengo esto que governar vuestra república.
Fuesse de allí huyendo de ver hombres a un monte, contentándose con comer yerbas y
bever agua y conversar con bestias. Es de Sabélico, libro segundo.
[3] Diógenes Sinopeo Cínico escogió morada fuera de Corinto en un lugar solitario, y estava allí
tanto por darse al exercicio de las letras como por huir el conversar con gentes. Contentávase con
una capa, una alforja y una cuba, y desta suerte fue visitado de Alexandre y juzgado por felicíssimo,
en tanto grado que tuvo desseo de ser Diógenes, en caso que no fuera Alexandre. Y el mismo Cínico
juzgó a Alexandre inferior a sí, pues, viéndole llegar, no se levantó a él. Dízelo Sabélico, libro
segundo. |