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Comiença el segundo libro

llamado Sobremesa y Alivio

de caminantes.

 

Cuento primero.

Aziendo un capitán cierta compañía de soldados, vino a recoger tantos que, haciendo resseña de todos, despidió muchos. Viniendo a despedir un mancebo sin barbas, díxole el mancebo: "Mi señor capitán, ¿qué es la causa que me despide vuessa merced?" Viéndole tan bien criado, fuele forçado responder, diziendo assí: "Mirad, amigo, no hos despido sino porque no tenéys barba, que el soldado paresce mal sin ella." Dixo el mancebo: "¿Y qué tanta barba es menester que tenga, señor?" Respondió el capitán: "Quanta se pueda tener un peyne en ella." Entonces el mancebo sacó un peyne y metióselo por la carne en la barba. Maravillado el capitán de caso tan hazañoso, no solamente lo rescibió, mas hízolo su sargento.

Cuento ij.

DE Antígono rey escrive Séneca en el tercero libro de la yra que, como los mayores de su reyno estuviessen juntos y /[d ij v]/ hablassen mal dél y él los oyesse estando detrás de un paramento, les dixo: "Hablad quedo, cavalleros, que el Rey hos oye."

Cuento iij.

LÉese de Vespasiano que, como un cavallero suyo le dixesse palabras pesadas y de reprehensión por ciertos descuydos en que havía cahído, le respondió muy mansamente y con gran pasciencia, diziendo: "Tus palabras son dignas de risa, y mis yerros de emienda."

Cuento iiij.

VEnido un embajador de Venecia a la corte del Gran Turco, y dándole audiencia a él juntamente con otros muchos que havía en su corte, mandó el Turco que no le diessen silla al embaxador de Venecia, por cierto respecto. Entrados los embaxadores, cada qual se assentó en su devido lugar. Viendo el veneciano que para él faltava silla, quitósse una ropa de magestad que trahía de brocado hasta el suelo y assentósse sobre ella. Acabando todos de relatar sus embaxadas y hecho su devido acatamiento al Gran Turco, saliósse el embaxador veneciano, dexando su ropa en el suelo. A esto dixo el Gran Turco: "Mira, christiano, que te dexas tu ropa." Respondió el embaxador: /d iij r/ "Sepa su Magestad que los embaxadores de Venecia no acostumbran llevarse las sillas en que se assientan."

Cuento v.

EStando un gran señor comiendo a su mesa y los criados con las espaldas bueltas al aparador, entró un ladrón y tomó uno de los mejores platos que havía. Y viendo el ladrón que el señor lo estava mirando, hízole señas que callasse, y fuese. Hallándose el plato menos al recoger de la plata, dixo el señor: "No hos lo cumple buscar, que un ladrón se lo ha llevado, que yo lo he visto." "Pues ¿por qué no lo dezía Vuestra Señoría?" Respondió el señor: "Porque me mandó que callasse."

Cuento vj.

EN presencia del rey de Nápoles y otros muchos cavalleros, truxo un lapidario infinitíssimas piedras preciosas. Ya después de haver vendido muchas, halló menos un diamante riquíssimo, y dixo: "No creo yo que en presencia de Vuestra Alteza se me pierda un diamante que me falta." Entonces el rey, como prudente, mandó traher un plato lleno de salvado, y mandó que todos pusiessen la mano cerrada en el plato, assí como él haría, y la sacassen abierta./[d iij v]/ Hecho esto, mandó que mirasse el lapidario el plato, y halló su diamante.

Cuento vij.

EN un banquete, estando el señor que lo hazía en la mesa, vido cómo uno de los combidados se escondió una cuchareta de oro. Él, por el consiguiente, se escondió otra. Viniendo por diversas vezes a la mesa el guardaplata, por buscar las cucharetas que le faltavan, dixo el señor: "Toma, descuydado, toma esta cuchareta, que el señor Hulano te dará la otra, que no lo hazíamos sino por provarte."

Cuento viij.

A Una dama que era gran dezidora no havía persona que le hiziesse comer ajo ni cosa que supiesse a él. Un galán que la servía hízole un banquete, y dixo al cozinero que de qualquier manera que fuesse le hiziesse comer ajo. El cozinero, por más disfrazar el negocio, picó algunos ajos en el mortero, y, quitados de allí, hizo una salsa verde en el mismo mortero, y llevándola delante de la dama, al primer bocado paró y dixo: "¡O, hideputa el villano qual viene disfraçado de verde, como si no le conosciéssemos acá!"

Cuento viiij.


/d iiij r/
UN ladrón vido a un clérigo tomar ciertos dineros y ponerlos en un saquillo. Siguiéndole de rastro, vido que se paró y detuvo hablando con un hombre delante la casa de un broslador que tenía una casulla colgada a la puerta. Entonces dixo el ladrón al broslador: "Señor, ¿quánto valdrá esta casulla?, porque en mi lugar tienen necessidad della." En fin, avenidos que fueron, dixo el ladrón: "Querría, señor, provarla en alguno." En esto el clérigo se havía despedido del hombre con quien hablava, y venía la calle abaxo, al qual dixo el ladrón: "Reverendo, háganos tan señalada merced, por cortesía, de entrar aquí a provarse esta casulla." Entrado el clérigo, y quitándose la clocha, dexó encima della el saquillo de los dineros, y, puesta la casulla, dixo el ladrón: "Buélvase Vuessa Reverencia de espaldas, por ver cómo assienta." Buelto, apañó del saco el ladrón y dio por la puerta afuera. El clérigo, assí como estava revestido, fue tras él diziendo: "¡Al ladrón, al ladrón!" El broslador aguijó tras el clérigo, pensándose si sería maña armada entre los dos para llevarse la casulla, y asió della, por lo qual le detuvo. Entretanto, el astuto ladrón tuvo lugar de ponerse en salvo con su moneda.

/[d iiij v]/

Cuento x.

HAvía un epitaphio scripto en latín en una pared, y parándose unos letrados a leerle, lehíanlo tan raro que nadie lo ohía. A la sazón parósse un soldado detrás dellos, y, con no saber leer ni entender lo que dezía, estava diziendo: "¡O, que bueno, lindo está por cierto!" Bolviéndose un letrado de aquellos, dixo: "¿Y qué es lo que entendéys vos desto, gentilhombre?" Respondió el soldado: "Nada, que por no entendello es bueno; que si lo entendiesse, maldita la cosa que valdría."

Cuento xj.

FUe combidado un necio capitán que venía de Ytalia por un señor de Castilla a comer. Después que huvieron comido, alabóle el señor al capitán un pagezillo que tenía muy agudo y gran dezidor de repente. Visto por el capitán, maravillado de su agudeza, dixo: "¿Ve vuessa merced estos rapazes quan agudos son? Pues sepa que quando grandes no ay mayores asnos en el mundo." Respondió el pagezillo al capitán: "Más que agudo devía ser vuessa merced quando mochacho."

Cuento xij.

EStando affeytando el barbero a un gen- /d v r/ tilhombre en su casa, el qual estava muy mohíno dél por ser tan parlero, que, quando vino a hazerle la barba, dixo: "Señor, ¿cómo quiere que le haga la barba?" Respondió el gentilhombre: "Callando."

Cuento xiij.

EN feria de Medina del campo entraron muchas damas y cavalleros en una botica destos que venden cabeçones labrados de oro y seda y muchas otras delicadezas de lienços de lavores, y después de haver comprado muchas cosas, un gentilhombre de aquéllos abraçósse con un adereço de camisa labrado de oro y perlas. El mercader violo, y para cobrarlo usó de esta maña: que ya que se querían yr, dixo altico, que bien lo oyessen: "En verdad, señor, que el cabeçón y polaynas no las puedo dar por esse precio que me da; por esso perdone." El cavallero respondió: "Si no se pueden dar, veyslas ahí."

Cuento xiiij.

SIendo un embaxador prolixo en su razonamiento delante un príncipe, al cabo que huvo hecho su embaxada, dixo: "Perdóneme Vuestra Alteza si he sido largo en mi relatar." Respondió el príncipe: "No tenéys de qué pedirme perdón porque /[d v v]/ verdaderamente yo no sé lo que hos havéys dicho."

Cuento xv.

UN philósopho pobre vino una vez a pedir limosna a uno que era gran gastador y tenía mucho dinero delante que jugando ganava, y pidióle un ducado. Y como no sea costumbre de los pobres demandar la limosna tassada, díxole el jugador que por qué le pedía más a él que a ninguno de los otros que estavan allí jugando. Respondióle assí: "Hágolo porque de los otros pienso rescebir limosna muchas vezes, y de tú, no más de esta."

Cuento xvj.

ACabando de hazer una hermosa casa un hombre de mala vida y fama, puso un escripto encima de la puerta que dezía assí: 'No entre por esta puerta cosa mala'. Visto y lehído por un gran dezidor, dixo a bozes altas, porque algunos lo oyessen: "Pues, ¿por donde entrará el señor de la posada?"

Cuento xvij.

PReguntó un gran señor a ciertos médicos que a qué hora del día era bien comer. El uno dixo: "Señor, a las diez;" el otro que a las onze; el otro que a las doze. Dixo el más anciano: "Señor, la perfecta hora del /[d vj r]/ comer es, para el rico, quando tiene gana, y para el pobre, quando tiene de qué."

Cuento xviij.

SAliéndose el rey Chiquito de Granada y su madre con él con mucha morisma de estima, por entregar la ciudad al rey don Fernando, subidos en un recuesto, y bolviéndose hazia Granada, tomáronse todos a llorar. A lo qual dixo la madre del rey: "En verdad, señores, que hazéys bien de llorar, que ya que no peleastes como hombres defendiendo vuestra patria, que lloréys agora como mugeres por dexarla."

Cuento xviiij.

QUeriendo un rey hazer mercedes a un criado suyo, llamóle y díxole assí: "Por los buenos servicios que de ti he rescebido, he determinado y quiero que seas mi secretario." Respondióle como sabio: "De buena gana rescibiría, Rey, tus mercedes, con tal que no fuesse para descubrirme secreto tuyo, porque es pesada cosa en especial secretos de rey."

Cuento xx.

HAziendo alguna gente un capitán por mandado del rey para cierta parte, y que lo tuviesse secreto, por bien que le fue preguntado por diversos amigos, ja-/ [d vj v]/ más pudieron saber dél para dónde hazía la gente. Concertaron que una amiga que él mucho quería se lo preguntasse. Hecho assí y preguntándoselo ella, respondió: "Mirad, amiga mía, en quánto tengo yo los secretos del Rey, que si pensasse que mi camisa lo sabía, luego la quemaría."

Cuento xxj.

DOs embaxadores del rey de Inglaterra, viniendo con embaxada al emperador de Alemania, después de haver hecho su devido acatamiento, el más avisado dellos hizo su demanda tan breve y compendiosa qual hazer se podía. El otro fue tan importuno y largo que el emperador se enojava en gran manera. Conosciendo su compañero este dessabrimiento, hízole señal que abreviasse. Concluhido, dioles por respuesta el emperador que se miraría en ello. Respondió el avisado: "Supplico a Vuestra Magestad que nos conceda nuestra demanda, so pena que torne mi compañero a relatar su embaxada." Fue tan sabroso esto para el emperador, que respondió: "Antes quiero conceder que obedescer."

Cuento xxij.

CIertos mancebos, estando cenando, con las demasiadas viandas y abun- /[d vij r]/ dancia de vinos, dispararon las lenguas en dezir mal de su rey muy sueltamente, y no fue tan secreta la plática que el rey no lo supiesse el día siguiente. Mandóles llamar a todos ante sí, y, preguntándoles si era verdad que ellos havían dicho mal dél, apuntándoles palabras conoscidas, respondió uno muy avisado: "Rey, de todo lo que dixeron que diximos de ti, es verdad, y aun ten por cierto que más dixéramos si no se nos acabara el vino."

Cuento xxiij.

VIniendo de Grecia un sabio greciano a visitar a un rey que tenía división con su muger e hijos, que no bivía con ellos, le preguntó el rey al sabio si havía paz y concordia entre las ciudades y república de Grecia. Por dezirle que sí y que curasse dél, le respondió: "Pregúntalo a tu casa, y mira por ella."

Cuento xxiiij.

LLegándose al rey Philippe, padre del rey Alexandre, algunos familiares de su casa a dezille que desterrasse ciertos maldizientes que dezían mal dél, respondió: "Esso sería añadir leña al fuego y que fuesse disfamado entre gentes estrañas, quanto más que ellos lo hazen por una de dos cosas: o /[d vij v]/ por provar mi paciencia, o porque emiende mi vida. Quanto a lo primero, si en mí no ay esso que ellos dizen, en no querer castigallos se prueva mi paciencia, y si lo ay, téngoles que agradescer, pues procuraré de emendar mi vida." ¡O, sabia respuesta y mal usada entre christianos!

Cuento xxv.

UNa muger muy atrevida, natural de Macedonia, viniendo ante el rey Demetrio muy aquexada para pedir justicia, fuele respondido por el rey mismo que no podía por entonces que estava ocupado en ciertos negocios. Dixo ella: "Pues no puedes oyr, dexa de ser rey." Por esta aguda respuesta fue oyda y le hizo luego justicia.

Cuento xxvj.

SAbiendo Dionysio tyranno que por ser tan cruel todos le desseavan la muerte y que una vejezuela rogava por su vida, maravillado desto mandóla traher ante sí, y preguntóle qué era la causa que rogava por él. Respondió: "Has de saber, Dionysio, que siendo yo moça tuvimos un tyranno y(7) cruel por señor. Rogué a Dios por su muerte y murió; después tyrannizó la tierra otro muy peor, y rogando que Dios se lo llevasse también murió. Agora has venido tú muy /[d viij r]/ peor que los passados. Tengo temor que, si mueres, verná otro más malo; por esso ruego a Dios que te dé vida y te sostenga por muchos años." A esta respuesta se sonrió el rey y la dexó yr libre, cosa fuera de su condición.

Cuento xxvij.

UN señor de salva, para lavarse las manos, quitósse un riquíssimo anillo que trahía, y, alargando el braço, tomóle el page que más cerca le estava, sin él mirar quién fuesse. Haviéndose lavado no se acordó más dél, sino que otro día haziendo lo mismo, el cobdicioso page que ya tenía el otro anillo alargó la mano para tomarle; por do le dixo: "No digo a vos que guardáys mucho las cosas."

Cuento xxviij.

YEndo una vez un embaxador del rey de Ungría con cierta embaxada al Gran Turco, un sabio suyo, con licencia del mesmo Turco, en la sala do havía de entrar el embaxador christiano, hizo pintar infinitíssimas cruzes. Llamado el embaxador y vistas tantas cruzes por el suelo, quitóse el bonete antes de entrar en la sala y arrodillósse, y a la primera besó y adoró, y de las otras no haziendo caso passó adelante, e hizo acatamiento al Gran Turco. Viendo esto el sabio, dixo: /[d viij v]/ "Mal ha parescido, christiano, pisar las cruzes de tu Dios y no reverenciarlas." A lo qual respondió el embaxador: "Yo hize lo que devía y tú no hablas como sabio, porque en una sola creo y adoro: do murió mi redemptor Christo, que a las otras no les hago desacato en pisallas."

Cuento xxjx.

EL duque de Calabria fue tan dado a la música que no havía en España quien tantos y tan buenos músicos tuviesse a causa de los grandes salarios que les dava. Viniendo un gran músico forastero al real para oyr la música, el Día de los Reyes, que tanto le havían alabado, ohída e informado de la renta del duque, dixo: "Para tan chica capa gran capilla es esta."

Cuento xxx.

COmo el duque de Calabria dilatasse una vez la paga de sus cantores, importunávale el maestro de capilla a pedírsela, diziendo: "Mire Vuestra Excellencia que se dilata nuestra paga." Respondía él: "Mírese." Como por diversas vezes se la huviesse demandado con dezir: "Mire Vuestra Excellencia," y él le havía respondido: "Mírese," dixo un día el maestro: "Contino se ha de estar Vuestra Excellencia en mi. Para ser buen cantor di- /e [j] r/ ga fa, fágase." Respondió el duque: "Perdonad, que vos me entonastes."

Cuento xxxj.

UN rey de Castilla, yendo camino solo con un page diligente que le havía seguido y muy familiar suyo y desasortado en haver mercedes, acaso passando el rey por un riachuelo, paróse el cavallo a mear, por do dixo el page, porque el rey lo sintiesse: "Este cavallo es de la condición de su amo, que siempre da a quien más tiene." Dixo el rey: "Calla, nescio, que mercedes de rey más se alcançan por ventura que por diligencia." "Esso no creheré yo," replicó el page. A lo cual calló el rey, y, venido a palacio, tomó dos arcas, y la una inchió de plomo, y la otra de oro, y llamó al page, y díxole: "Mira, cata ahí dos arcas, la una llena de plomo y la otra llena de oro. Sin allegar a ellas, la que señalares será para ti." Quando huvo señalado, acertó con la de plomo. Entonces dixo el rey: "Agora bien creherás que las mercedes dependen de ventura."

Cuento xxxij.

EN Castilla un duque dio a un cierto médico, por que le visitava y havía curado de cierta enfermedad, una loba de seda forrada de telilla de oro muy galana. Vi- /[e j v]/ niendo un día a visitalle y viendo el duque que no la llevava puesta, dixo: "¿Qué es esto, señor doctor? ¿Qué es de mi loba? ¿Por qué no la trahéys?" Respondió: "Señor, come mucho, y no la puedo sustentar." Dixo el duque: "Pues sus, denhos cincuenta ducados de partido para sustentamiento della."

Cuento xxxiij.

EN cierta quistión, haviendo hecho correr y bolver las espaldas un animoso soldado a otro, y estándole preguntando al esforçado ciertos amigos que conoscían a los dos si havía huydo el otro, como les havía dicho, acaso vino a passar el huydor, y dixéronle: "Señor, ¿no ve su contrario?" Respondió: "No le conozco, porque siempre le vi de espaldas."

Cuento xxxiiij.

UN maestro de escuelas estava enseñando a un discípulo suyo todas las pruebas de las quatro reglas del aritméthica, y acaso los estava mirando un medio truhancillo, y dixo: "Maestro, la prueva del sabio, ¿quál es?" Respondió el maestro: "El nescio." "¿Y del nescio?" "El dinero."

Cuento xxxv.

A Cierto capitán, el rey Alexandre, por gratificalle algunos servicios, man- /e ij r/ dóle dar a su thesorero dos mil ducados. El thesorero, como estuviesse algo de punta con el capitán, en la mañana, al tiempo que el rey se havía de levantar, mandó poner en su aposento una mesa y los dos mil ducados encima della en plata, pensando que en ver el rey tanto dinero se arrepentiría de la promesa. Pero como el rey presumió la malicia, dixo: "¿Qué es esto?" Respondió el thesorero: "Señor, los dos mil ducados que mandó dar al capitán." "¿Qué? ¿Tan poca cosa es? Denle otros tantos."

Cuento xxxvj.

SIendo un viejo demasiadamente avaricioso, en las cosas del servicio de su casa lo era en estremo y fuera de compás, y era que, si vehía encendidas dos lumbres, matava la una, y si candela fuera de la mesa ardía, hazía lo mesmo. Por tiempo vino que adolesció, y, no dándole vida y estando ya in extremis, encendióle una candela un hijo suyo. Y estándole diziendo: "Padre, acordahos de la passión de Dios," le respondió: "Ya me acuerdo, hijo; pero, mira tú, hijo mío, que te acuerdes que, en acabando que acabe yo de dar el alma a mi Dios, mates la candela."