La comedia Serafina

(1521)

 

Edición de

José Luis Canet (Universtat de València)

Anexos de la Revista  Lemir, (2003) ISSN 1579-735X

 


 

Comedia nuevamente compuesta llamada Serafina en que se entroduzen nueve [personas], las quales en estilo [cómico] y a vezes en metro van razonando hasta dar fin a la comedia.

 

 

Argumento

 

Evandro, cavallero natural del reyno antiguamente Lusitania llamado y al presente Portugal, se enamoró de una señora, Serafina llamada, de estrema manera hermosa y dotada de todo género de virtud, natural del reyno de Castilla. Y era casada con un cavallero, Philipo llamado, el qual era de natura frío, a cuya causa Serafina se estava virgen y fue causa principal para se enamorar de Evandro. Pero Artemia, madrastra suya y madre de Philipo, en gran manera la guardava; a cuya causa Pinardo, criado y paje de Evandro, fue en ábito de muger en casa de Serafina y se echó con [Artemia] y con Violante, donzella de Serafina, y concertó con Serafina que hablase a Evandro; y así tornó a casa muy próspero. Pero Popilia, sirvienta de casa de Evandro, y Davo, cridado suyo, mucho y largamente informaron a Evandro de cómo Artemia era dueña de malas costumbres; de lo qual, maravillado Evandro, fue en casa de Serafina desfreçado, solamente acompañado de Pinardo, donde efectuó su propósito hallando virgen a Serafina; y así todo ovo próspero y agradable fin. Pero en el principio Cratino, secretario de Evandro, mucho llorava y se quexava del amor por ver a Evandro tan penado y tan cargado de dolor a causa de los amores de Serafina.

 

 

Cena primera, en que se introduzen Cratino,

Popilia, Evandro, Davo, Pinardo

 

Cratino.- ¡O, amor halaguero, o cruel, o sobervio, o enojoso, o desabrido, o altivo, o ayrado, o vergonçoso, o de poca vergüença, o amargo, o dulce, o enojoso y triste, o alegre y deleytoso, o presumtuoso, o humano, o turbio en tus cosas, o de dulce y de agradable conversación, o desatinado, o de gran concierto, o temeroso, o umilde, o esquivo y terrible, o manso y lisonjero, o de poco sosiego, o reposado y no presuroso en tus cosas, o iniquo, o justo, o inconstante y antojadizo, o firme en tus cosas, o apresurado y movible, o costante y moderado en tus hechos, o vario, o firme, o piélago y golfo de tempestad y contina tormenta, o puerto seguro y sin temor de contraria bonança, o pobre de juyzio, o acompañado de prudencia y de todo género de toda criança, o mísero y pobre, o rico y pródigo y muy liberal, o ageno de razón, o acompañado de toda la discreción del mundo, o enbaraçado en tus obras, o desenbuelto de conclusión, o amigo de brevedad, o enemigo de la concordia, o cauteloso, o llano negociador! ¡O, cómo nos ligas, o cómo nos atas, o cómo nos ligas y sueltas, o cómo aprietan tus ligaduras, o cómo afloxas tus atamientos, o cómo nos atormentas, o cómo nos libras de tus prisiones y fuertes cadenas, o cómo ciegas y trastruecas el entendimiento, o cómo nos alumbras con tu luç de la manera qu’el rutilante Febo alumbrando da claror al sublunar mundo, fugados [los glevos] vapores!

Popilia.- Altas y maravillosas cosas anda investigando Cratino, y tanto inculca unas con otras, tan contrarias y repunantes entre sí, que no sé a dónde se dirige sermón tan ofuscado. Pero oygamos, que ‘cada camino’, como dizen, ‘suele descobrir sus sendas y hondos varrancos’.

Davo.- Mill chimeras estoy rebolviendo en la imaginación y mill sospechas se me engendran de la novedad no acostumbrada, porque quien vido a Cratino estar inquiriendo con demasiada atención las potencias y poderío del amor y las obras y acto en sí tan confuso y repunante no es sin misterio. Causa ay, y aún no, no de pequeña carga, yo aseguro. Agradable me sería que a tantas egnimas diese conclusión. Pero él procede. Prestémosle el oýdo benino porque el sermón no pereçca, y si alguna dubda o cosa que le pareçca resultare, aý nos quedamos: el juego armado y los conpañeros en la tabla. Y aun le podemos sobre ello ‘dezir el sueño y la soltura’, siquiera porque vea en qué feria vende su mercaduría; porque ‘la verdad, hija es de Dios’, y al amigo o al enemigo no se le deve dezir cosa al contrario del verdadero camino. Pero grandes [aceleraciones] me ocur[r]en con velle tan desatinado. ¡Dios lo convierta todo en sosiego! Mas el alma me da que desta buelta no [lloremos] duelos agenos, y yo aseguro que no nos loemos de aver pasado el vado sin mojarnos la çapata.

Pinardo.- Así burlando, como si nuestro mal lo podiésemos echar a puerta agena, suelen dezir que ‘cada bohonero alaba sus agujas’, pero al presente ni las nuestras ni las agenas. Si no oye a Cratino y verás si tenemos necessidad de abrir el ojo, porque a lo que siento la nuestra no toca en el hito ni en el blanco; y si lo miras conoçerás a la clara en lo que está, porque ‘por la bíspera se conosçe el disanto’ y, como dizen, ‘harto es de ciego el que no vee por tela de çedaço’.

Davo.- Pues oye, oye que a sus nuevas querellas se torna de la manera que primero.

Pinardo.- Pues ‘diga bien y gaste su almazén’, ‘qu’esas son mis misas’, y aún podrán dezir por mí: ‘el harto del ayuno no tiene cuydado ninguno’.

Davo.- ¿Qué, almorçado as, a lo que pareçe?

Pinardo.- ¿Mas [pensáis] que me tengo de mantener del ayre como camaleón, o andarme haziendo papo de ayre como cuervo en el verano? A la fe, no lo niego, que lo primero que hago en poniendo los pies en suelo es guachapear con aquello blanquillo de Madrigal, y ‘después venga Dios y véalo’. Que mía fe, como dizíe la otra, ‘antes beveré que me toque’ y, esto hecho, lo demás dé do diere y ruede el mundo como quisiere y a la mano que por bien tuviere, que de lo demás yo tener pena. ‘Así puedes llamar al rey compadre’.

Davo.- De manera qu’el que quisiere tu saliva ayuna a de ser en la cama.

Pinardo.- ¿Pues qué quiés, que pise el sapo en ayunas? Así puedes pedir zerezas por Navidad. Pero apriesa, habla Cratino. Oygamos, porque como dizen, ‘quien escucha de su mal oye’.

Cratino.- ¡O, amor, y cómo eçedes los [límites] de tu juridición! ¡O, cómo nos distraes en feos actos y en torpes hechos! ¡O, cómo a tu causa se tuerçe nuestro triste y miserable bivir! Aora digo que no culpo a Lamech, que en la edad primera contraxo bigamia casando con dos mugeres contra la dotrina dada a nuestro primer padre en el huerto de los deleytes: «Serán dos en una carne». Ni menos increpo al çeleroso [Catelina], que por amor de casar con la romana matrona mató al hijo. Ni pongo culpa a Clodio, que dio causa a qu’el Çésar repudi[a]se su ligítima muger. Pues [tocados] de tu frecha y llagados de tu áspera mano, ecedieron en estremo los límites y términos de la razón. Pero no sé qué diga, confuso estoy. Porque esta tan suprema potestad del divino consistorio de la soberana justicia te está permitida, y tú mandado eres, subjecto estás, por ageno mando te riges y goviernas. Cállome, cállome, porque ‘quien tras otrie cavalga no an silla’. Que do quieres la subjeción te relieva de culpa. Mill defensas tienes; notorias están, a la clara pareçen. No digo más, pues qu’el que sufrió venció y vido lo que quiso. Y ‘a buen callar llaman Sancho’, y ‘en boca serrada no entra moxca’. Especialmente que ‘andando a scuras, presto tropieça ombre’ y ‘caminando por donde no es el camino pissado, pocas vezes se acierta’, y aún Diógenes lo reprovava. Pues tanbién, hablar hombre en lo que no sabe, cosa escusada me pareçe. Allá se abenga, si mal o bien tiene él se lo buscó. Sé que no tengo de cegar llorando duelos agenos. Dé do diere, venga lo que viniere, que lo que fuere de los otros será de mí, porque a lo que siento no son tan necios que cada uno no querrá guardar su cabeça.

Popilia.- A solas piensas qu’estás, amigo Cratino, y tienes las espías de las puertas adentro; y pensando que nadie tenía[s] as hablado como entre compadres: lo tuyo y lo ageno; y as rebuelto tantas materias, ofuscando lo claro, cubriendo de color a lo prieto, y así tan confusamente te as avido en el proçeder, que resumir las dubdas que de tus sentençias resultan sería ‘querer tomar truchas con haldas enxutas’. Por tanto, no me rebuelvo contigo, porque sería enojarte a ti herirme en el ojo. Pero mal suena eso que con tanta eficaçia estás afirmando, que tornándolo de latín en romançe dizes que no culpas a los ombres porque çiegamente aman. Y pareçe que los escusas con matizado lustre, diziendo que Dios govierna todas las cosas, etçéte[ra]. Al cabo estás, entendida me tienes, y si ese es buen coger de agrazes, tú lo ves, fea cosa es. Mal pareçe reprovar a la clara la fuerça y poder, franca libertad y libre alvedrío. De fino quiebras, y mira que muchas vezes por conservar la cosa se pone en parte que en la mayor necesidad no pareçe. Torna, torna en ti y mira lo que dizes y emienda lo dicho, que ‘más vale ser tenido por necio que por porfiado’. Y aun, si miras, ‘del sabio es mudar el consejo’.

Cratino.- Pues, ¿cómo? ¿No sabes que Dios permitió que el primer hombre amase nuestra primera madre, y así lo formó con una inclinación natural? Verdad es que nunca desordenadamente se amaron en el estado de gracia.

Popilia.- Tu te lo dirás todo. De manera que confiesas que después del pecado, y así por quebrantar el precepto de Dios, vino la desenfrenada luxuria de la carne y el tan [libidinoso] apetito.

Cratino.- Así lo digo; así lo afirmo; y cosa en contrario no la siento.

Popilia.- Satisfecha estó para comigo; y di ya lo que quisieres, que yo cuenta hago que ‘me he librado de las manos del gavilán’ o, como dizen, ‘de los cuernos del toro’.

Pinardo.- ¿O, cómo estoy enojado, Cratino, de las cosas que te as dexado dezir contra el amor! En verdad, no quisiera que tan a rienda suelta ovieras en esa materia caminado, porque serás tenido por maldiziente, especialmente en dezir mal de lo bueno. ¿Y cómo no sabes que dize el filósofo qu’el amor es fundamiento de todas las virtudes? ¿Y cómo no sabes que ninguna cosa puede ser virtuosa si en ella no mora amor? En tanto que dezía Salomón: «En todo no vi sino vanidad y fumo, y viento y miseria, y vi que debaxo del sol no havía cosa estable salvo el amor de Dios». Y aun si miras los dos preceptos mosáycos, de donde depende toda la ley, dizen: «Amarás a Dios y al próximo». De manera que mediante el amor somos salvos, y sin él, ¡mía fe!, ‘por demás es la cítola en el molino de qu’el molinero es sordo’. Pues si del amor tenemos tan grandes bienes, tan grandes provechos y mediante él esperamos el reposo perpetuo y la holgança sin fin y la gloria y quietud perpetua, ¿para qué as estado profaçando, por qué murmuras, por qué contradizes a la ley de la razón? ¿No miras qu’es cosa peligrosa nadar agua arriba y seguir la opinión del vulgo, tan agena del camino de la verdad? ¿Qué dizes, qué dizes? Enbaçado estás, porque pensavas que ‘no ay más de hablar a sabor de paladar’.

Cratino.- ‘No avríe palabra mal dicha sino fuese repetida’, esto digo. En lo demás, ‘alta me la levantas’. Por altanería [buelas]. Abáxate, abáxate, y gozaremos de tu conversación, porque aun los bienes quieren ser comunicados para qu’el posseedor mejor comunique d’ellos. Porque yo no hablo d’ese amor tan caritativo, antes es mi sermón dirigido contra el amor natural, y ‘si la lengua erró, el coraçón no [pecó]’.

Pinardo.- Eso digo yo, que es buen emendar de avieso ‘por saltar del fuego dar en las brasas’. ¿Y cómo no sabes qu’el amor natural es el que inclina el ánimo de cada uno a amar a su semejante? Así que cada hombre se mueve a amar a otro por natura o por costumbre, aunque no esp[e]re deleite carnal. Así pareçe por las aves y animales, que las verás en manadas y, aunque no tienen entendimiento, por fuerça y por virtud del amor natural se aconpañan unas con otras y se deleytan con su semejante sin pensamiento de apetito carnal. Porque no ay cosa criada que no tome plazer de estar con su semejante. Y así dezía Salomón que cualquiera cosa deseava a su semejante. Y aun este amor natural, más te digo, que no es en la mano del hombre. Y así dize el filósofo que las personas engendradas so una costellación naturalmente son de una voluntad y siempre se aman. Y así dezía Platón: «¿Quiés saber quién es semejable a ti?, mira quien te ama, porque suficiente causa es para induzir y causarse amor el deleyte intelectual». Y por eso, como sabes, dezía el Cicerón: «El amor perfecto no es salvo amar a otro, no por fuerça, no por miedo, no por interese qu’esperes d’él». Así que este amor natural con los requisitos y condiciones que as visto justo y lícito es y aun asaz virtuoso. Y en él no hay que increpar, ni d’él tienes qué dezir ni por qué lo culpar en cosa.

Cratino.- Mucho andas, Pinardo, sutil y aun no con pequeña diligencia por me tomar a las palabras. Y pues andas con tantos circunloquios, trastornando las philosóphicas cartas, no hablo, no hablo, ni menos en cosa culpo, salvo al amor abominable que en su torno a la contina sin descansar un punto está torciendo y moviendo a la voluntad umana, induziéndola al amor de las hembras solamente por el deleyte que d’ellas se espera. Esta es mi intinción; esta es la pleyta para que he estado adereçando el esparto; esta es la madexa que ando por devanar; esta [es] la tela que con tanto ahínco ando tramando. Aora puedes dezir lo que quisieres, que no uso de circunferençias, antes hablo ‘pan por pan y vino por vino’ al uso de mi tierra.

Pinardo.- Lenxos andavas, mi Cratino, de la verdad; mucho dexavas y aun bien apartado del trillado y llano camino por te yr por las ásperas sendas. Pues ‘no ay atajo sin trabajo’, mándote yo, por tanto, usa de los proprios términos y a cada uno llámale su nombre y responderte ha. Y de lo blanco no quieras hazer negro, ni por el contrario. Ni del vicio no quieras hazer virtud; ni a la virtud, usurpándole su nombre, no la cu[e]ntes en el número de los vicios. ¿Y cómo, que con tus manos lavadas y tu cara sin vergüença a dos por tres llamas al deleyte y desenfrenada luxuria amor? ¡Por Dios, andas bueno! Eso me parece el enxabonar la bibda los tocados negros. Pues sabe, sabe que ese apetito que mueve a la voluntad umana se llama amores y no amor. Y el deleyte del tal amor consiste en el cuerpo y por eso no se puede ni deve llamar amor, porque Aristóteles dezía que amor no es sino querer que la persona que hombre ama aya bien. Y el que ama solamente por interese corporal que espera del que ama, no lo ama de la manera que comúnmente y por la mayor parte se aman los hombres y henbras, que no es sino por saciar su carnal y dañado apetito. Así que esta concupicençia desordenada ni es amor ni aun cosa que le semeje, porqu’el verdadero amor grandes cosas haze por amor de la persona a quien ama, y si no las haze no es amor. En tanto que dezía el apóstol que ninguno podía forçar el coraçón del que ama mucho, y que aun la muerte no lo podía sobrepujar. Y de aquí, si se te miembra, dezía el Salomón en los Cánticos: «El amor es fuerte como la muerte».

Cratino.- Atento estoy, amigo Pinardo, a tan altas dotrinas de tan resplandecientes colores como estás matizando, trabajando de inxirir tan frescos rosales y tan suaves olores entre mis ramas enpoçoñadas proçedientes de la misma raýz del baladro. El amor verdadero y onesto, qual sea, por maravillosos términos lo has esplanado. Al cabo estoy, satisfecho me as; y aun bien alumbrado de la ceguedad que así me ofuscava los sentidos. Y así dezía el maestro del divino Platón, hablando de la desenfrenada luxuria: «No hay mayor cativerio que ser sometido a amor»; y que «no tienen ojos los que sensualmente aman», dezía ansimismo, «porquel amor de concupiçencia no es virtud, mas es vicio».

Pinardo.- Algo me vas entendiendo. Y pues te satisfazen mis sentencias, ¿a qué propósito piensas que dezía el Augustino en el Libro de las respuestas: «Amor no es al, salvo el que ama trasformarse [en] la cosa amada por conformidad de bivir». Pero en lo demás ylícito y inonesto a que tú quiés llamar amor, hermoseándole el nombre, digo que ensuzia el ánima y consume el cuerpo, quita la virginidad, roba la fama, enoja a Dios. Y así dezía el Cicerón qu’el siervo de la luxuria no puede enseñorear a otro, y que el que d’ella usa es más esclavo qu’el comprado. Y así dezía San Pablo que los deleytes del mundo puso Dios en la luxuria. Y Aristóteles al gran Alexandre, ya que conquistava el mundo, le escrivió diziendo: «¡O, clemente emperador, no te inclines a la luxuria porqu’es destrución del cuerpo, abreviamiento de la vida, corrompimiento de virtudes, traspasamiento y quebrantamiento de ley, y engendra costumbres de henbra!». Así que guárdate, guárdate de tal lazo, que [Salomón] dize que ni se puede esconder el fuego en el seno sin que se queme la ropa ni puede estar el hombre con las mugeres sin pecar. Por tanto, hermano, de tal terçio húyelo de tu carga, que ‘mal está la estopa cabo el fuego’. Pues, ‘el encomendar la oveja al lobo’, ya ves que proçede de notoria simpleza. Y querer tu ‘andar los pies descalços por cima de las brasas sin quemarte las plantas de los pies’, cosa impossible pareçe. Así que de estos juegos huye, huye, que a buena fe, d’esta manera ‘se hazen los [cohombros] retuertos’.

Cratino.- Ya veo dónde tiras. Tan olvidado estoviese el enemigo de la umana natura de mi ánima quanto yo estoy apartado de lo que piensas. ¡‘Más honda, más honda va la conseja, más honda va’! ¡Oxalá en mí se ensolviera todo, y nuestro señor Evandro estoviera desenredado desa red, o los pies fuera del laço!

Popilia.- ¿Qué me dizes, que aun todavía dura esta conseja? Malo se para este arroz. Sobre que yo pensé que no tiene cosa más olvidada se torna agora al regosto. ¡Bien le devieran saber las hojuelas! Pues lo qu’él ganará en esa mercaduría poco biviera quien no lo verá. Y aun podrá ser que nadará, nadará y se ahogará a la orilla. ¡Y eso piensa, y en eso entiende!, y por mi fe, donoso está. ‘El pecar, humana cosa es, el perseverar en el mal, obra es del diablo’, esto me pareçe. De lo que ganará en esta renta no quiero parte, que al gallarín le saldrá. Como creo en Dios, no está en sí ni lo tengo por hombre cuerdo.

Cratino.- ¿Adevinar aora? Enoramala lo ves. Pero buena andas, Popilia, en tal tiempo pidiendo seso. Tanto yerro me pareçe eso como preguntar al hyraelita si sabe oficio de cantero.

Pinardo.- ‘Burlando estáys de la feria’, teniendo en poco el mal de nuestro amo. Pues yo [aseguro] que le valiera más estar de quartanas o herido de landre que no tornar a entender en esos enbaraços, que ni tienen cabo ni medio. Especialmente que la inbidia de algunos, que ya me entendéys, daña más de lo que se puede pensar.

Davo.- Contigo estoy. Por eso dezía el vandálico preceptor de la moral philosophía, qu’el enbidioso se paga de dezir mal de lo bueno y dezir bien de lo malo. Y el beato Gregorio dezía: «No hay mayor tormento que la inbidia». Y cierto, como la polilla gasta la ropa, así la imbidia gasta al hombre que d’ella usa. Y do mora inbidia no puede morar amor.

Pinardo.- Bien dizen que ‘ni el enbidioso medró, ni quien cabo él moró’. Pero hágote saber, que la mayor vengança que puedes tomar del inbidioso es hazer buenas obras. Por eso, hermano Davo, échate bien a dormir, no te guardes, que a buena fe que dize Séneca que te as de guardar más de la inbidia de los amigos y parientes que de la de los enemigos.

Davo.- Bien veo que d’ese vicio nasció el primer der[r]amamiento de sangre sobre la haz de la tierra a causa del hijo del primer hombre. Pero, ¿quién se guardará del ladrón de casa? ¿Y quién se guardará de la indinación y odio de su madrastra? Que ya todos [sabéys] que Serafina es una cordera mansa y una paloma sin hiel, pero el aya que la govierna guarda fuera. ¡Dios te libre ni aun de encontralla en la calle!

Pinardo.- No sé qué tema tenéys vosotros tanto tiempo ha con esta muger, porque yo algunas vezes le he hablado, pero no la hallo sino tan justificada y tan puesta en la razón como si fuese una santa.

Davo.- ‘El santo de Pajares, que se quemava él y no las pajas’. Y aun como eso sabe hazer, y por tomarte a las palabras en buena fe, dé siete buelcos en el infierno. ¡Dios me guarde del diablo y después d’ella y de su yra!

Pinardo.- Eso dexado para en su tiempo, dí, que gozes, Cratino, ¿qué a sido la causa de tornar Evandro al juego viejo con lo naypes nuevos?

Cratino.- La ymaginación en la cosa siempre suele refrescar las llagas, esto de una parte, y tanbién ver a la clara la voluntad de Serafina, an dado causa a que el viejo dolor cobrando aliento de nuevo, con rezientes fuerças a tornado a lo atormentar de tal manera que toda esta noche ni él [ha dormido] ni a mí dexó pegar los ojos. Pues después qu’el polo encomençó a enseñar la gentil y resplandeziente cara de Apolo, como los sentidos con sobrevenir la luç se devertieron algo de la especulación en que con tanto ahínco estavan ocupados, ¿quién te podrá dezir las lástimas que a dicho, las lágrimas que a der[r]amado, los desmayos que de rato en rato le ocupavan la potencia de los vitales spíritus, gimiendo y çolloçando y sacando tantos sospiros y tan tristes de en medio de las entrañas que tras cada uno parecía que ya la carne, condolida de tantos trabajos, quedava desmanparada y convertida en su primer conposición? Y, ¿quién podría con mill lenguas que tuviese contar las grandes pasiones, y en sí tan repunantes, que le he visto estar padeciendo? Mi fe, hermanos, viendo la causa en tal estado y el negocio en términos no convenientes a la salud de Evandro, como me doliese su cuyta como si sobre mis sentidos la tal pena se estoviera ministrando, tomé por mejor remedio salirme de la sala y entrarme aquí, como veys, llorando ventura tan fuerte y tan contraria, y tan áspera y de dañosa çoçobra. Pero si queréys ver lo que digo y la razón de mi cuyta, vení, vení, que desde la puerta veréys que de cient partes no digo la una de lo que pasa.

Pinardo.- Vamos, vamos, que no es tiempo de ‘andar a la flor del ber[r]o’; y llegados a la puerta seguiremos el consejo más sano, conformándonos con la disposición en que viéremos estar la cosa.

Popilia.- Hablando está entre sí. Oygamos y sabremos en qué ley bivimos.

 

Evandro.-                                     La muerte con sus hervores,

                                               con mal que punto no olvida,

                                               ya me abraça,

                                               y en ver tantos disfavores

                                               la desconsolada vida

                                               se enbaraça;

                                               y el sentido dize: «Ven,

                                               ven, ven y avé compasión

                                               del ya vencido,

                                               esperança mía, por quien

                                               padeçe mi coraçón

                                               dolorido».

 

                                                   Porque con el tal favor,

                                               que será qual nunca es vido

                                               acá jamás,

                                               luego çesará el dolor

                                               y las ansias del sentido

                                               avrán compás.

                                               Y pues ellas me dizién

                                               qu’en viendo tu perfición

                                               sería guarido,

                                               ¡o, señora, ten por bien

                                               de me dar el gualardón

                                               que te pido!

 

                                                   Y si aquesto se me niega

                                                venga ya la confusión

                                               y su estremo,

                                               pues la muerte ya se allega

                                               y en hallarme en tal sazón

                                               no la temo.

                                               Y estando en tanta porfía,

                                               porque tus bienes alexas

                                               triste estó;

                                               y pues punto de alegría

                                               no tengo, si tú me dexas,

                                               muerto só.

 

                                                   ¡Pero no, que pensamiento

                                               de lo tal en mí se cuaje

                                               ni se sienta!

                                               Mas está el entendimiento

                                               esperando el tal mensaje

                                               en gran afrenta.

                                               Y aunqu’el triste bien confía,

                                               dize con ansias muy viejas,

                                               pues no erró:

                                               «Vida de la vida mía,

                                                ¿a quién contaré mis quexas

                                               si a ti no?»

 

                                                   Mas para qu’esté contento,

                                               pues de mi triste bivir

                                               a nadie aplaze,

                                               otra salud no la siento

                                               salvo açeptar el morir

                                               pues te plaze.

                                               ¿O, haz qu’el fuego que m’arde

                                               lo apague de mis sentidos

                                               con favores

                                               aquel dios de amor tan grande,

                                               que consuela los vençidos

                                               amadores!

 

                                                   El qual siente lo que siento

                                               y siente qu’el mi sentir

                                               ya no siente,

                                               y siente qu’el sentimiento

                                                               del sentido y consentir

                                               bien consiente

                                               en que la muerte no tarde.

                                               Y a ti, pues tienes sentidos

                                               mis dolores,

                                               demando asoluto mande

                                               que hieran en tus oýdos

                                               mis clamores.

 

                                                   Y si aquesto no conçedes,

                                               el alma con tal querella

                                               se me arranca;

                                               pero mira que bien puedes

                                               atender si tú quiés vella

                                               cómo vasca.

                                               Y venga tu gran bondad

                                               a ver la ravia espantosa

                                               que no feneçe,

                                               y la justa piedad

                                               que a persona tan hermosa

                                               perteneçe.

 

                                                   Y a la cuyta, que a mi alma

                                               de las carnes ya la aparte

                                               y la alexa,

                                               vuestra merçed ponga calma,

                                               y tanbién el fuego aparte

                                               que me aquexa.

                                               Y la muy gran crueldad

                                               que de angustia temerosa

                                               me forneçe,

                                               incline tu voluntad

                                               a mi vida dolorosa

                                               que padeçe.

 

                                                   Porqu’el sentido me priva

                                               el sentir que estáys ayrada,

                                               mi señora,

                                               y con pena tanto esquiva

                                               la mi vida amanzillada

                                               s’enpeora.

                                               Por tanto, el grave pensar

                                               haz que çese y el cuidado

                                               tan pujante,

                                               y aquel tanto desear

                                               que haze ser porfiado

                                               al amante,

 

                                                   haziendo que ya no creçca

                                               la pena que así se muestra

                                               mi enemiga,

                                               y el sentido ya aborreçca

                                               el mal que a mi vida adiestra

                                               y no lo siga.

                                               Y haz el daño avadar

                                               que al coraçón a ligado

                                               más que ante,

                                               que no le dexa mudar

                                               sino quanto más penado

                                               más costante.

 

Pinardo.- ¡O, alto y maravilloso fabricador de las cosas criadas, y qué gran manera de metrificar! Por çierto, los sonetos del Serafino Toscano no se ygualan con harta parte en la sentençia, ni en la gentileza menos se pueden equiparar los metros del galano Petrarca. ¿O, qué manera tan grande a tenido para dezir lo que quiere! Por çierto, si a notiçia de Serafina viniese esta glosa tan alta, que en el mismo instante conçediese en su voluntad, porque le costaríe a la clara que la passión que por ella se siente da causa de inventar lo que no se pensó.

Popilia.- Sin dubda estó muy contenta de lo que entre sí le he visto estar metrificando. Pero bien será que entremos por consolalle, porque como dizen: ‘llagas untadas duelen, y no tanto’.

Davo.- Bien será, y anda delante Pinardo; que çierto, la compañía mucho desecha toda passión y todo género de tristeza; y como dizen, ‘todos los duelos con pan son buenos’.

 

 

 

Cena segunda, en que se introduzen Evandro,

Cratino, Popilia, Davo, Pinardo

 

Evandro.- ¡Moços, moços! ¿Estáys aý?

Cratino.- A la puerta de la sala estávamos. ¿Qué mandas, señor?

Evandro.- ¡O, cómo me abraso en el fuego que veo a la clara proçeder de los ojos de Serafina! ¡O, cómo sirviéndola pensé valer más y todo me ha suçedido al contrario! ¡O, cómo la misma discordia está predominando en mi pecho! ¿O, cómo la confusión me aconpaña! No me veo capaç de salud; el remedio de mi consuelo d’ella depende; mi salud recobrarse imposible es. ¡O, cómo me sería agradable la muerte! ¡O, cómo en cosa la temo! Por cierto, tan grata me sería su vista qual fue la del gran vandálico duque al cathólico rey, nuevamente pasado en la provincia antiguamente Latina llamada. Pero ya, ya ahinojándose van unas passiones sobre otras; poner avrán término en mi bibir, porque çierto es que las cosas que ya van de vençida no pueden mucho tiempo durar permaneciendo en un ser. Declinar avrán, porque todas las cosas del mundo celeste y sublunar por çierta horden se rigen y por la providencia divina, y a cada un ser le está limitada la obra y fuerça para que ha de provechar. Y el Norte y Trión y planetas por çierta orden se rigen, la qual eçeder en un punto inposible cosa es según natura. Así que la vida, amanzillada con tan sobradas angustias, fatigada con tan demasiados trabajos, cargada de tan continos dolores, enflaqueçida de las continuas vigilias, decaída de las enojosas lágrimas, no puede durar ni estar tan firme que no fenesca, porque al hombre términos le están constituidos, los quales no puede traspasar.

Pinardo.- Mejor sería, señor, entender en buscar algún conveniente remedio a tu salud que estar añadiendo materiales al fuego y atizándolo con tan nuevos géneros de querellas.

Evandro.- ¿Qué mejor remedio que desear la muerte? ¿Qué, qué mejor consuelo que dessear del todo el fin de mis tristes y miserables días? Pues tanto le aplaze a aquélla, que con sola su vista me tiene aher[r]ojado en tan áspera prisión, que la servidumbre del crudo tirano no fue más dañosa a los vezinos de Agringento.

Davo.- Para todas las cosas ay medio, para todas las enfermedades ay sus medicinas aplicadas, para todas las llagas ay cura y defensivos. Y aun no ay dolor tan grande al qual el tiempo y su discurso no lo diminuya y ablande. Por tanto, sfuerça, esfuerça y no te desmayes, que aun Serafina muger es, del género de las quales dixo Salomón: «De cient hombres he hallado uno bueno, pero de mill mugeres ninguna he [hallado] buena».

Evandro.- Calla, calla, boca sin verdad, que [entiendes] las cosas y autoridades al de suso infames al sexu femíneo, mediante el qual se sustenta la humana natura. ¿Y no sabes que aun el mismo Salomón dixo: «El que halló buena muger halló alegría», y «el que echa la buena muger echa todo el bien de su casa»? Y aun el Augustino dixo: «Ninguna cosa avía en el mundo peor ni mejor que la muger». ¿Pues qué’s lo qu’estás diziendo? ¿Qué estás profaçando? Porque si quiés mirar y notar con atención lo que diré, la perfectión de Serafina habasta [para] adornar las faltas de todas las que podrías recitar por culpadas, porque ella es prudente en todo género de diciplina, la qual virtud mucho resplandece en la hembra.

Davo.- ¡Aosadas, enhoramala, y cómo la tienes bien entendida! Si prudente fuese, de otra manera se avría governado en esta jornada. [Ap.]

Evandro.- Pues está atento, por mi vida, y no murmures ni hables entre dientes, que por estenso te quiero informar de las virtudes y de las gracias de natura de que Serafina está asazmente adornada. Ella es muy pacífica y amiga de toda concordia, de la qual virtud está escripto: «Bienaventurados los pacíficos, porque ellos posseerán el reyno del cielo».

Pinardo.- ¡A la fe, pacífica! Pero no quiere consentir contigo en la paz, y aun creo que lo acierta. [Ap.]

Evandro.- Está atento, Pinardo, ansí la ventura próspera te acompañe. Es onesta en su habla y traje más que la muger del ateniense Foción, de la qual se escrive que unas amigas suyas le mostravan grandes atavíos y joyas de sus personas y ella, no teniendo ninguna de aquellas cosas, dixo: «Yo no curo de más atavíos más [que] de ser muger de Foción».

Popilia.- Mucho holgaría, señor, que nos informases quién era ese Foción, de quien tanto contentamiento tenía la venerable matrona.

Evandro.- Foción fue ciudadano de Atenas y sabido en derecho y asaz adornado de la moral filosophía, y aun fue capitán de la cibdad. Y fue tan moderado en sus cosas, aunque era pobre, que enbiándole el grande Alexandre setenta talentos de oro no los quiso recebir. Y después le enbió trezientos y menos los recibió. A cuya causa fue tan extimado que después qu’el universal monarcha venció la segunda vez en batalla al gran rey Darío, no se halla que en las cartas a nadie escriviese saludes sino fuese a Antipatro y a Foción.

Popilia.- ¡O, qué agradable me a sido, señor, oýr hystoria de varón tan digno de fama! Aora puedes tornar al presupuesto primero.

Evandro.- Es constante en sus propósitos, de la qual virtud dize el Tulio que ninguna cosa ay de tanta estima ni tan digna en los honbres como la costancia. Y acerca desta virtud está escripto en las escripturas [lacedemónicas] del Li[c]urgo, que aviendo dado las leyes a los de Lacedemonia, con temor que no las quebrantasen les tomó juramento que las guardarían hasta qu’él bolviese. Y él fuese a la ínsula de Delphos y nunca más bolvió. Y al tiempo que murió, mandó que sus ceniças fuesen echadas en la mar porque los de Laçedemonia no las juntasen y las truxesen hy quebrantasen las leyes que les havía dado.

Pinardo.- ¡Mía fe, desa virtud mejor fuera que estuviera falta Serafina para que mejor se efectuara nuestro propósito! [Ap.]

Evandro.- Y es muy templada en todas sus obras y muy umilde en la conversación; no presuntuosa, no soberbia, no vanagloriosa, no lisongera, no dura de çerviz, antes muy piadosa y acompañada de misericordia; muy liberal con sus servidoras; no avara, no enojosa, no ayrada, antes muy mansa en todas sus razones; muy justificada en sus obras; no [lisonjera] en las palabras; muy verdadera en la razón, muy leal a sus parientas y amigas; no engañosa, no parlera, no desabrida, no de malas respuestas a sus criadas, no loca, no inbidiosa, no inconstante, no triste, ni con alteración en sus hechos. Y qué fornida de castidad, virtud tan resplandeciente en la henbra.

Pinardo.- Luego, ¿en qué ‘andas, como Pedro por demás’, corriendo tras esperança vana y navegando por parte donde ninguno halló puerto? Correr en cavallo sin freno me pareçe a mí todo esto, si no sólo [querer] ‘pescar en el golfo con delicada caña’.

Popilia.- Déxalo, que como dizes, ¿quién loará la novia, sino su madre? Pues que, a buena fe, si oviésemos de bolver la hoja, que aun la linda Serafina no se quedase afuera del coco, antes le alcançaría buena parte de la colación.

Pinardo.- Aora, pues, diga lo que quisiere, que ‘quien de locura enferma tarde o nunca sana’.

Evandro.- ¿Qué as estado hablando, Popilia? ¿Paréçete que me contradigo en algo?

Popilia.- Digo, señor, que aliende de ser la misma verdad lo que es dicho, Serafina es muy hermosa y graciosa. Y en verdad, [ni] la blanca flor de açucena ni la muy colorada del rosal ni la del lirio, del olor tan suave, no [resplandeçe] más en mi vista. Pero cosa conveniente sería que te apartases, señor, desta demanda, porque el agua desta balsa muy pesada es a los que d’ella beven, pues estas pendencias con mugeres casadas no engendran sino vandos y discordias en los pueblos, especialmente quando son enparentadas de nobles parientes de la manera que Serafina. Así que, señor, trabajar devrías por la olvidar, que, en verdad, bien suele amargar a las vezes este adobado y aun quemar los rostros la cozina de la tal boda.

Evandro.- ¿Olvidar dizes, Popilia? Antes se olvidará la noble Diana de dar claridad a las [tinieblas] noturnas, y antes los polos se olvidarán de ser guía de los errados mareantes, y antes el cuarto planeta se olvidará de dar la buelta en el zodíaco que a mí me pase por pensamiento olvidar a mi señora Serafina. Ni ningún temor ni peligro ni las amenazas de la misma muerte no me son inconveniente para en cosa retroçeder de lo ya començado; venga lo que viniere, suçeda fortuna próspera o contraria, que antes las siete Pléyadas dexarán de pareçer con la bruma que yo dexe de seguir la voluntad y mando de Serafina.

Pinardo.- No le hables, Popilia, más a la mano. Déxalo, ‘cada loco con su tema’, y ‘si mal le fuere en la mercaduría, su bolsa lo sentirá’; ‘cada uno es juez y físico de sí mesmo’. Ande el torno, que yo no me entiendo de salir del juego entretanto que bullieren los dineros agenos.

Popilia.- Pues tan determinado estás de ‘echar la soga tras el caldero’, porque no vaya todo de mal en peor, gástese el tiempo en buscar remedio conveniente a tu enfermedad y no se entienda de hablar en lo escusado.

Cratino.- ¿Poco te pareçe que as dicho, Popilia? A buena fe, en medio del hito as dado; no sé si tiravas allá. Pero ¿a dó el remedio, adólo?, que yo no siento ni pienso que en el mundo nadie tendrá tan recto y esperto juyzio que con harta parte puede en esta conjuntura acertar. Y grandes y muy oscuros ñublados tienen ofuscada la puerta d’este tan incierto remedio. El camino d’esta negociación tanbién está muy cubierto de malezas, más ásperas que las de la montaña Yda. Así que venga Dios y véalo, que todo lo veo turbio y ‘avena por escardar’.

Evandro.- La verdad te ha hablado Cratino, amiga Popilia, porque como Artemia, suegra y madastra de Serafina, sintió la casada, no la pierde de vista y tiene tanto cuydado d’ella que no solamente a hecho lo que digo pero a más de un mes que ni por pensamiento sale de casa. Pues tener pensamiento de vella en ventana ni gelosía es pensar subir al cielo sin escalera. Y no solamente pasa esto, pero tráela tan acosada y vale en todo tanto a la mano que nunca la madre del Çésar tanto persiguió ni temió la desonestidad de la nuera quanto Artemia teme y reçela la honra del único hijo.

Cratino.- Y aun aliende d’eso es tan zelosa de su natura que siempre está temblando sobre Serafina.

Davo.- Bien haze en [corregirla], que así después hallará en ella gracia, según afirma Salamón; y como persona discreta se ha en la negociación, porque ‘el castigo al amigo en secreto a de ser’. Y así dezía Diógenes que el que quisiere ser amado de su amigo castíguelo secretamente, porque la correctión secreta engendra amor. Y así amonestava el divino Platón que ninguno a su amigo lo castigase en público, ni menos cuando estoviese sañoso. De manera que asaz lo haze como persona prudente en querer castigar en cabeça ajena.

Pinardo.- ‘Viña y niña y havar, malo era de guardar’, canta el andaluç. Y aun Salamón dize: «Guarda a la muger luxuriosa y valerte a poco». Así que todo quanto ellas quieren, todo sin más pensallo es hecho; ‘peores son de guardar que casa de dos puertas’. Mándole yo a la vieja bruxa que si la otra quiere no dexará de hazer sus mangas y aun bien anchas. Y aun nunca Dios me diese otra pena sino tenella engañada antes de tres días, aunque ponga más guarda que el alcayde de [Atiença].

Evandro.- Mira lo que dizes, Pinardo; atiéntate. Gran virtud es saber refrenar la lengua, especialmente que no estamos en tiempo de hablar palabras ociosas.

Pinardo.- ¿Cómo ociosas? De verdad lo afirmo por los santos de Dios, que me atreveré de traherte respuesta de Serafina, aunque Artemia la tenga en el vientre de la ballena.

Evandro.- ¡O, qué agradable m’es ese sermón! Por cierto, el de Demóstenes no fue más [grato] en el senado ateniense quando el rey Filipo pidía que diesen en rehenes a los horadores de la cibdad. Pero imposible cosa prometes, que por tan imposible lo tengo como querer trabajar en que el primer moviente de la natura dé fin a su [curso] en menos espacio de veinte y quatro oras.

Pinardo.- Pues yo, señor, me encargo de la negociación y, desde luego, me parto en casa de Artemia. Mira qué mandas que diga, mira qué mandas que haga. Y sin buen recabdo no esperes verme. Pero aunque sepa abaxar al triste varquero y aunque sepa yr a hazer compañía a los que andan vagarosos en la ribera letea, tengo de cumplir mi palabra.

Evandro.- ¡O, cómo tengo por fe lo que Pinardo a dicho! ¡O, cómo se duele de mi mal! Y pues tan fiel amigo tengo que pocas vezes lo hallan los atribulados, ya, ya ni temo a la desabrida fortuna ni al amor, que tan riguroso se demuestra contra mí, ni ya tengo pensamiento de ver contraria çoçobra. Y las ansias tristes que así desacompañavan de todo consuelo al atribulado coraçón, huyendo van como los glebos vapores heridos de los rayos del rutilante Febo, y el tormento en qu’el miserable bivir estava padeçiendo a la contina, afloxado a sus ásperas ligaduras.

 

Pinardo.- Çe, çe, Popilia.

Popilia.- ¿Qué me dizes?

Pinardo.- Entretanto que ese ciego de razón y falto de entendimiento está devaneando como suele, and’acá a tu cámara y verstirm’e tus vestidos, que así entiendo yr a verme con Artemia.

Popilia.- And’allá, pero guarda, por malos de tus pecados, no te conozcan.

 

Evandro.- ¿O, y con quánta diligencia, con quánta solicitud procura Pinardo mi salud! ¿O, cómo tengo pensamiento que a de dar fin a mis desconsolados sospiros! ¿O, cómo a mi ver ya mi vida está colgando de la lengua de Pinardo!

Davo.- Aosadas, señor, [aun]qu’es moço y de poca edad, le tengo yo por tan astuto y por tan entendido en todo que bien hará lo que tiene prometido, y aun tan cumplidamente que yo fiador que él quede sin vergüença y tú sin quexa. Pero ‘rezia cosa es amar y estar absente’, aunque también dizen que ‘el ausencia suele causar olvido’.

Cratino.- Bien lo creo en el que livianamente ama y en el que fue tocado en los esteriores sentidos, pero en el que fue tocado en las potencias intelectuales y dentro en la misma ánima, al contrario es. Y delante está, aosadas, el verdadero exemplo y la verdadera esperiencia de lo que tengo dicho.

Evandro.-                              Al morir viendo la vida,

                                               y qu’el hilo nunca corta

                                               del tal dolor condolida,

                                               ni se acuerda ni se olvida,

                                               ni el bien ni mal la deporta.

 

                                                   Porque estar de vos ausente

                                               es llorar el bien pasado,

                                               y el sentido que tal siente

                                               de lo que siente consiente

                                               qu’el sentir sienta cuydado;

                                               y la vida enmudecida

                                               viendo qu’el mal no se acorta,

                                               del angustia dolorida

                                               ni se acuerda ni se olvida,

                                               ni el bien ni mal la deporta.

 

                                                   Mas si mi fuego y mi llama

                                               y sentir tenéys sentido,

                                               claro está, graciosa dama,

                                               qu’el ausencia al que bien ama

                                               ni le da ni causa olvido;

                                               ni el olvido no me olvida

                                               ni olvidar no me conorta,

                                               mas mi vida con tal vida

                                               ni se acuerda ni se olvida,

                                               ni el bien ni mal la deporta.

 

                                                   Porque do toca el amor

                                               tal fuego y tal plaga dexa,

                                               que más crece el disfavor

                                               y el ansia y grave dolor,

                                               mientra el triste más se alexa;

                                               y aun crece tan sin medida,

                                               a la luenga y no a la corta,

                                               que la vida, ya sin vida,

                                               ni se acuerda ni se olvida,

                                               ni el bien ni mal la deporta.

 

                                                   Y creciendo la esperança

                                               siempre crece la tal quexa,

                                               porque con la confiança

                                               de ver tiempo de bonança,

                                               siendo ausente, más se aquexa;

                                               y de ya descaecida

                                               la vida no se conforta,

                                               y de estar tan decaýda

                                               ni se acuerda ni se olvida,

                                               ni el bien ni mal la deporta.

 

Davo.- ¡O, cómo nos a quitado Evandro de la dubda en que estamos! ¡O, cómo ha dicho maravillas y por tan sotil estilo que la sentencia de tan sublimados versos traçiende a todo entendimiento humano!

 

Evandro.- ¡Jesús, Jesús! ¿Y cómo vienes, Pinardo? ¿Que en ábito de muger entiendes seguir este viaje?

Pinardo.- Mira qué quiés que diga o haga, que d’esta manera entiendo engañar la grofa, porqu’ella me tendrá por moça d’esas que andan picando los cantones y no se reçelará, y yo dalle he con la mayor. Por tanto, no es tiempo que me detenga. Mira qué’s lo que me mandas.

Evandro.- Que des esta carta a Serafina y me traygas respuesta si me cumple bivir o si mi spíritu abaxe a visitar las infernales furias.

Pinardo.- Pues yo me voy, y ruega a Dios por [tu] salud, que lo demás yo te lo daré de çera o mal me andarán las manos.

Evandro.- El ángel de la paz te acompañe y vaya y venga en tu guarda.

 

 

 

Cena tercera, en que se introduzen Davo,

Pinardo, Artemia, Serafina, Violante.

 

Davo.- A buena fe, Pinardo, que deves parar mientes por ti, que ‘quien adelante no mira, atrás se halla’. Y destas mercadurías tales siempre veo escapar sin narizes o a bien librar con un jubón sin mangas, porque como dizen: ‘quales las romerías, tales son las veneras’. Especialmente que yr tú con vestiduras mudadas y en ábito de muger llevas el cuchillo a la garganta, y aun, si miras, la soga rastrando. Y tanbién de neçessidad as de mudar tu nombre para efectuar tu engaño, cosa reprovada en derecho, mayormente en perjuyzio de terçero. Pues, ‘quien en malos pasos anda, en mal acaba’. Y no puede[s] hablar verdad, y si la dixeses, bonico te pararían, pues hablando mentira la tal cozina muchas vezes suele amargar y aun salir a los rostros. Y aun Salomón dezía que antes deve hombre amar al ladrón que no al [mentiroso]. Por eso guárdate, que aun San Gregorio dezía que por las mentiras de los malos se conosçe la verdad.

Pinardo.- Anda, calla, que ‘quien burla al burlador...’, etc.

Davo.- «El engañador a la postre no hallará ganancia», dezía Salomón. Y el poeta afirma: «Dios destruye los engañadores y sus engaños e malas lenguas». Y aun, si miras, «debaxo de la piel del cordero va ençerrado el lobo». Y mira que los malos pensamientos hazen apartar al hombre de Dios.

Pinardo.- Titubeando estó; no sé qué me haga. Grandes inconvenientes se me representan de la sentencia que de tu sermón a la clara proçede. Pero, ¡o cuitado de mí!, ¿qué haré?, que lo he prometido y, aliende de quedar cor[r]ido de lo ya començado, no me cumple parar en el mundo si retrocedo de la primera intención.

Davo.- «El primer movimiento no es en mano del hombre», dize Platón; mas ‘la perseverancia en el pecado...’, abominable cosa parece. Y el Decreto afirma que nunca la carne se cor[r]ompe sin el pensamiento. Así que tu voluntad dañada y tan aparejada para el mal refrénala que, aun aliende de los notorios inconvenientes, Artemia sabe mucha malicia y es fornida en todo género de engaño y sobremanera sospechosa. Sentirte a luego la caçada y así del juego saldrás descalabrado. Por eso, hermano, si quieres bien librar, concierta tu vida de manera que se asegure tu persona; y esto se mire, que cierto aquella vieja cautelosa es y dos mill géneros de asechanças te armará.

Pinardo.- Quiés que te diga ‘a un traydor dos alevosos’. Y podrá ser que ‘uno piense [en] el vayo y otro quien lo ensilla’; y ‘si mucha arte sabe la raposa, más quien la toma’.

Davo.- ¡Adoba por aý! Ya lo digo yo que ‘la moça loca no a menester toca’. Y bien dizen, que ‘por demás es a la cabeça quebrada untal[l]e el caxco’.

Pinardo.- ¡Quédate! A Dios. Que antes la dulce primavera dexará de pintar los campos y florestas con [frondas], produziendo flores matizadas con diversos colores, que yo me aparte de efectuar lo ya començado. Y ya, ya, hecho es; la muerte o la vida comigo va; hazer otra cosa burla sería de muchachos. No quiera Dios que sea tenido por inconstante.

Davo.- Sé que no eres río, que no te puedes bolver quando quiera que te pareciere alçándote a tu mano.

Pinardo.- Gran tacha es no ser hombre firme en sus propósitos. Y aun, según afirma el Salustio, la inconstancia es señal de locura. Y el philósopho dize qu’el inconstante sus cosas pone a la ventura.

Davo.- Bien estoy con eso que dizes, pero el perseverar en el vicio, la costancia con el pecado, no se deve llamar costancia ni nombre de firmeza merece. Y por el contrario, el que del mal propósito y del camino de los vicios se aparta no se a de llamar inconstante, antes sabio y muy firme en los actos virtuosos y nobles. Pero pues tan predestinado estás en el mal, haz lo que quisieres, y yo ar[r]iba me voy, que ‘por demás’, me parece que ‘es dar consejo a la cabeça loca’, ni menos ‘lavar con [lexía] la cabeça del asno’.

 

Pinardo.- Por esperimentado mançebo tengo a Davo en todo género de negociación, y bien veo qu’él, como está sin passión, conseja discretamente. Pero ¿qué tengo de hazer?, sino andar por este camino bueno o malo, cayendo o levantando, er[r]ando o acertando y mostrándome en todo osado. Y a los tales la fortuna, dizen, que [suele] favorecer. Pero el mejor consejo al presente es ent[r]arme en casa de Artemia, pues ya estoy a la puerta, como que me entro a ver el aposento, lo qual no tendrán por cosa nueva porque como la casa es labrada por tan maravillosa arte todos los forasteros tienen por costumbre de vella como cosa de admiración. Y si acaso viere a Serafina, ‘al tiempo el consejo’, que nunca me faltarán razones ni nuevos achaques, y todo es menester. Pero, ¡válala la maldición!, desde aquella reja que está en el corredor me llama Artemia. ¡Aun quál ha de ser, si me ha conoçido el diablo!

 

Artemia.- ¿Sóys de aquí de la cibdad, hija, o qué enorabuena queréys en nostra casa? Entrad, entrad, no ayáis vergüença que, como suelen dezir, ‘al moso vergonçoso el diablo lo [truxo] a palacio’.

Pinardo.- ¡Moço dize! A otra palabra como esa dexo el manto y la saya como el otro frayle los ábitos, y abaxo las escaleras como un quadrillo. ¿Por aý m’entras? No me percho d’ese lado. ‘Qué palabras tiene la noble, habla sin monte’. [Ap.]

Artemia.- No lloréys, hija, no lloréys. Pero allegaos acá y contadme lo que queréys, y dezí, ¿cómo venís ansí enojada?

Pinardo.- Yo, señora, soy huérf[a]na de padres y un tío mío que bive a la puerta de Sant Juan del Alcáçar es mi tutor. Y su muger trátame tan mal que oy por dos vezes a cuidado matarme, y yo de desesperada me he salido de casa con intención de buscar con quien biva, porque en ninguna manera puedo sufrir aquella muger.

Artemia.- Pues no lloréys, hija, no lloréys, que yo enbiaré por ese vuestro tío y haré que dé orden en vuestra vida.

—¡Oyes, oyes, hija Violante!

 

Violante.- ¿Qué mandáys, señora?

Artemia.- A esa pecadora de moça, sola y desconsolada, métela en mi cámara y dale de cená, y estése aý.

Violante.- ¿Cómo os llamáys, hermana?

Pinardo.- Illia me llaman, que no [deviera] naçer.

Violante.- Pues andad acá, hermana, andad acá, qu’el llorar poco aprovecha.

 

Serafina.- ¡Válala la maldición!, aquella moça y cómo pareçe a Pinardo, el paje de Evandro. O es su hermana o es él mismo, aunque bien me puedo engañar, porque suelen dezir que ‘un diablo pareçe a otro’. Pero como que voy a otra cosa, quiero yr al aposento de Artemia y sabré qué ay en el mundo, que una espina tengo travesada en el coraçón y el alma me da que es esto cosa de gran novedad.

 

Illia.- A Serafina veo, y si las pisadas trae end[e]reçadas acá, sola estoy. Aun si viniese, pienso que se urdiría bien esta tela.

Serafina.- ¡Estaos, hermana, estaos! N’os levantéys, que devéys estar fatigada.

Illia.- Más fatigado está Evandro y lo pasa.

Serafina.- ¡Jesús, Jesús! ¿Y eres Pinardo? ¡Es verdad, que no me lo dava el espíritu!

Pinardo.- Esta carta traygo de Evandro y por traella traygo la muerte a los dientes, como veys. Y Artemia anda por aý, no es tiempo de pláticas. Leelda, señora, y dadme la respuesta que, como veys, en el filo está la negociación. Y d’esta mi venida depende la salud y vida y honra de Evandro; y aun la vuestra, como veys, no se queda en la posada. Sabia soys, en tal reputación estáys tenida acerca de todos; pensaldo bien, pesá las cosas, que yo cumplido he con lo que devo al servicio de quien me ha criado.

Serafina.- No sufran dilación estas cosas como dizes, hermano Pinardo. Turbada estoy; no sé qué me diga; yo me voy para mejor poder entender en tu despacho, porque ‘malo es burlar hombre con su cabeça’.

 

Carta de Evandro a Serafina

 

Señora y todo mi bien:

                                               Si como perdí la libertad y todo libre alvedrío con claridad tan resplandeciente que de contino está procediendo de vuestra vista juntamente no cobrara esperança de libertad, escusado me fuera el mi tan apassionado bibir. Porque, estando acompañado de tan sobrada passión, ningún alivio ni sentido tuviera para poder estar a la contina especulando en vuestra sobrada gracia y demasiada hermosura, acompañada de tan incomparable beldad que claramente veo reçebir los apasionados sentidos clarífica y resplandeçiente luç contra las obscuras tiñeblas de que a vuestra causa el entendimiento se halla ocupado. Pero con vuestra vista toda la escuridad y [niebla] çerrada se convierte en lumbre tan fulgente como la proçediente de los rayos del clarífico Apolo. De manera que manifiesta es la cuyta que por vos me atormenta, pues remedio en verdad no lo espera, porque vuestra tan sobrada onestidad y mesura le antepone mill géneros de inconvenientes. De manera que sin más esperança de salud, reçibo en satisfaçión y por cumplida paga mis males y tan demasiado tormento ser a vuestra causa. Y con esto sería contento y me satisfaría si entero estoviese que mis sobradas ansias se sienten de vos, pues soys la causa principal y primera de donde mi desconsolado y tan penado bibir proçeden. Pero mi poco mereçimiento, enemigo del tan sobrado atrevimiento, me representa tantos temores que me hallo indigno de aun pensar en lo tal, y así quedo el más aherrojado cativo de cuantos en la casa de amor padeçen.

 

                                                   Por la carta bien parece,

                                               muy linda graçiosa dama,

                                               que mi vida os obedeçe

                                               y que por vos feneçe

                                               tan grande fuego y tal llama;

                                               pero los tristes sentidos

                                               que se abrasan,

                                               aunque están ya decaýdos

                                               en verse tan encendidos,

                                               bien os llaman

 

                                                   diziendo con gran clamor:

                                               «Ven, ven, señora, por quien

                                               padeçemos,

                                               y aumentarás el dolor

                                               y tendremos mayor bien

                                               del que tenemos;

                                               y creciendo el tal favor

                                               no estimaremos la muerte

                                               ni la vida,

                                               ni tendremos más temor

                                               de ver desastrada suerte

                                               ni caýda».

 

                                                   Pues los otros exerçiçios,

                                               tan prontos al daño y mal

                                               tras que andamos,

                                               ya han çesado en sus ofiçios

                                               diziendo: «Señora y val

                                               qu’espiramos».

                                               Así que no están en calma,

                                                antes ya muy consumidos

                                               os desean,

                                               y los sentidos y el alma

                                               con angustias condolidos

                                               mucho penan.

 

                                                   Y d’esta arte así padeçe

                                               pena y tormento mortal

                                               la mi vida,

                                               y la triste ya feneçe

                                               con el ansia desigual

                                               que no la olvida;

                                               y tanbién el pensamiento,

                                               vaçilando en el dolor

                                               que así lo trata,

                                               siente congoxas, tormento,

                                               viendo claro el disfavor

                                               que lo mata.

 

                                                   Así que mirando aquesto,

                                               dama del mundo más bella,

                                               me vençí,

                                               pues que no tan lindo gesto

                                               ni menos tan clara estrella

                                               yo la vi.

                                               Y con esto satisfago

                                               del todo al entendimiento

                                               según veys,

                                               pues que con vuestro halago

                                               en tan crudo y gran tormento

                                               le tenéys.

 

                                                   Mas ya reçibe por gloria

                                               ser la causa do depende,

                                               a lo que apunta,

                                               la de más alta memoria

                                               qu’el ingenio humano entiende

                                               ni barunta;

                                               en lo qual çierto contento

                                               le tendrié la tal porfía,

                                               y estarié

                                               si toviese pensamiento,

                                               que por vos, señora mía,

                                               se sabié.

 

                                                   Así que a la clara ved

                                               que mi vida que os adora

                                               siempre os llama,

                                               y no quiere otra merçed

                                               sino que sepáys, señora,

                                               cómo os ama;

                                               y que d’ello, no pasión

                                               ni cosa que le pareçca

                                               reçibáys,

                                               ni menos alteraçión,

                                               aunque mi vida feneçca,

                                               vos sintáys.

 

Serafina.- ¡O, atribulado coraçón, y cómo te cumple padeçer, pues a tu causa está penando el que más amas! ¡O, potençias del ánima!, pues soys las más nobles en la umana compostura, ¿por qué no estáys muy despiertas y sintiendo con sentimiento creçido el dolor que Evandro está padeçiendo a mi causa? ¡O, exteriores sentidos!, ¿por qué no vigiláys a la contina, consentiendo en todo género de passión, pues fuiste[i]s y estáys culpados como partícipes en el delito que de mi parte se cometió contra Evandro? ¡O, corporales exerçiçios!, ¿por qué n’os apresuráys en que la voluntad de Evandro se [cumpla]? Porque estando él con dolor, estando triste, estando enojado, estando con tormento, estando aconpañado de passión, estándose abrasando en un fuego más agente y más intorelable qu’el del infierno, no puedo yo bibir. ¡O, si la hermana se apresurase en cortar el hilo! ¡O, si las superiores y çelestes potentias dexasen de influir la operaçión de natura! En mi interior he flaca composiçión. Ninguna cosa al presente más agradable me sería. Gozo de lo tal sin comparaçión se derramaría por mis venas. ¡O, alto Dios, padre común del género umano, y quán maravillosas y incomprehensibles son tus obras! ¡O, de quánta exelençia está acompañada la masa flaca de la pesada y enojosa tierra! ¡O, de qué ser tan infinito está adornada y compuesta que del entendimiento umano no se puede ymaginar! Y pues tan inmensas maravillas usaste con el hombre, adornándolo de tan maravillosa perfiçión, haz al presente por tu infinita y eterna bondad que mi spíritu no vaya desesperado a la casa del desabrido y triste Plutón. Porque según en el agonía en que está y según la pena y angustiada vida que padeçco, gran temor se me representa, que avré de hazer conpañía al apassionado Tiçio, tan atormentado de el enojoso bueytre que nunca un momento dexa de estar açevándole con nueva crueza en su pecho. Pero, ¡o cuytada!, que para más aumento de mi passión vienen mis criadas, pensando que tengo mucha voluntad de compañía.

 

Violante.- Ora es, señora, que duermas, que Artemia ya se [ha] retraýdo y algo es noche.

Serafina.- Pues tráyme, Violante, así el alto Señor te cumpla lo que más deseas, una caxa del arcorça porque comeré un bocado, que muy angustiada me siento y de parte del coraçón me vienen grandes desmayos.

 

Violante.- Hela aquí, señora. Pero tengo pensamiento que te hazes preñada porque ya me pareçe que es tiempo, pues a çerca de seys meses qu’estás casada.

Serafina.- ¡Bien está en la cuenta, por mi fe! ¡A causa de la [incapaçidad] de mi marido y a causa de su demasiada impotençia me estoy tan virgen como el día en que nascí [y] estáme esotra diziendo del preñado! [Ap.]

Violante.- ¿Digo algo, señora? Pienso que estoy en lo çierto porque callas.

Serafina.- Digo, hermana Violante, qu’en ‘eso fuera y mañana Pasqua’. Pero si tan derecha te vas [a] acostar...

Violante.- ¡Amarga de mí! Y si es verdad lo que por la cib[d]ad se suena que su marido no es para muger. ¡Ay!, digo que estará estotra donosa, moça y hermosa y rica, y que le falta lo mejor. ¡Cómo es buena cosa el hombre sin manos, pues dos mugeres en la cama tan bien pareçen! Qual sea su sueño, pues guarde el cuerno, que de ‘aý se suele levantar la tos a la gallina’. ¡Cómo se contentan estotras mucho que les guarden la fe! Sobre tal caso no me maravillo; sobre que la noche qu’el marido no habla con ellas, otro día no les verés el gesto. Andase este otro la mitad del tiempo fuera de [casa] y después piensa cumplir con palabras. Aun no sea verdad lo que se suena de Evandro, ¡ay!, digo yo, que sería la burla coronada. [Ap.]

Serafina.- ¿Qué hablas entre dientes, Violante? Vete a dormir.

Violante.- ‘Acá lo a Marta con sus pollos’. [Ap.]

 

 

 

Cena quarta, en que se entroduzen Artemia

y Illia, y Violante y Serafina.

 

Artemia.- ¿Pues, hija Illia, estáys más consolada?

Illia.- ¡O, desventurados huérfanos, que así como careçen de defensor en faltalles el padre, así careçen de todo bien, y faltos de las cosas neçesarias y agenos de todo sosiego y aconpañados de asaz trabajos pasan su desconsolada y ansiosa vida procurando todo el mundo de los danificar! Y aun las gentes se traen por refrán: ‘a él, a él, que no tiene padre’. Aosadas, que no sin causa el derecho les llamó miserables personas, porque todos no entiendan salvo en les acumular unos agravios sobre otros. Pues los tutores lo hazen bonico, qual dizen duelos tal les dé Dios la salud, que no gastan tiempo sino en destruylles los bienes. Y entre ellos burlándose andan diziendo: «al menor vendelde la raýz, comelde lo mueble, y después haga lo peor que viere». No sin causa, aosadas, por gran maldiçión está dicho en el Salmo : «Sus hijos sean huérfanos y su muger bibda».

Artemia.- ¡Jesús, y tánto sabes! Y bachillera me pareçe esta moça. Maravillada me estoy. ¿Y qué será esto, meçquina, y ha estado en estudio? [Ap.]

Illia.- ¿Qué’stá la vieja rezando sin cuentas? ¿Qué reza? [Ap.]

Artemia.- Dios, hija, lo remedie todo, que bien estás en lo çierto. Pero el tiempo es largo, échate aý a mis pies y Dios nos [recuerde] a buen sueño.

Illia.- ‘Lo que se quiere la mona, piñones mondados’. ¿Eso me dizes? Por la ley de Dios, como dize el benefiçiado de San Polo, que aman[e]çca el moço a la cabeçera. [Ap.]

Artemia.- Pues mira, hija Illia, que me descobijas.

Illia.- ¡Y aun en eso a de parar la conseja! [Ap.]

Artemia.- Hazer honra a estas moças tales rezia cosa es, porque ‘dáysles el dedo y tómanse la mano’. ¡Y amarga de mí, y creo que es loca! Y acá se sube y, a mi ver, se quiere alçar a mayores. Estendeos, verés como ‘ruin en casa de suegro’. Aosadas, como dixo la raposa, ‘que si d’esta escapo y no me muero, nunca más bodas al çielo’. [Ap.]

Illia.- ¿Qué diablos dize la vieja? Callando está me pareçe a todo, y aunque le estoy tentando las piernas no dize nada. Creo que haze del dormido; ‘a otro perro con ese hueso’. [Ap.]

Artemia.- Sosiégate, Illia, sosiégate y estáte queda, que andas dando buelcos como si estovieses de parto.

Illia.- ¡Sosegar o qué! ¿Así pensáys que se a de reposar la moça? A buena fe, no huelgue hasta saltalle ençima. [Ap.]

Artemia.- Mira que me darás mala noche, que toda la ropa te as llevado y, si miras, me as dexado en cueros.

Illia.- ¿Pues tras qué ando yo? ¿Tengo aquí otras ovejas que trasquilar ni otras vacas que guardar? Pero neçesidad ay de hazer del loco, porque así dizen: ‘hízeme albardán y comíme el pan’. Quiero encomençar a saltalle en las agujas fing[i]endo que me toma espíritu, que ella sin dubda callará por no caer en tan gran vergüença. Y sus, a los manojos, que aquí no espero buena nueva de estarme como boçal. [Ap.]

Artemia.- ¡Jesús, Jesús! ¿Y qué es esto? ¡Madre de Dios, y el demonio le toma a esta moça!

Illia.- Así, así, vieja cornera. ¿Pensáys que es todo estar hablando de talanquera? [Ap.]

Artemia.- Hija Illia, hija Illia, ¿por qué me queréys ahogar? ¿Qué mal os [he] hecho?

(No responde, el diablo tiene en el cuerpo. ¿Pero qué tengo de hazer? Quiero callar, si no ahogarme ha. Quiérola dexar pase su mal; mas, aosadas, que ‘nunca más per[r]o al molino’).

Illia.- Bien calla y disimula la vieja, aunque a sentido el chiste. Y paréçeme que dexa obrar al moço a su voluntad. Y aun en tiempo está, que creo que bolvería a los gañivetes con pocas palabras. [Ap.]

Artemia.- Illia, hermana, reposaos. Mira, pecadora de vos, ¿qué mal es el que os toma, que deve ser mal de fuera? Y me havéys cuidado ahogar.

Illia.- ¡Mejor te ahorquen, que no tienes entendida quán honda va la conseja! Sobre que está metiendo tanta obra como cavallo garví y tengo neçesidad de tenerme a las crines, está disimulando haziéndose de nuevas. Aosadas, que dizen bien que ‘pajar viejo es malo de apagar’. Pero ya es hecho tras lo que andava; quiero hazer otra buelta del inocente y abajarme a los pies porque no sé qué me diga de lo pasado, y haziendo esto veré en lo que para la negoçiaçión, y como viere así haré. Mas mucho me pareçe que está tascando en el freno; bien toma la sal; pienso que poco avría que hazer para domalla. Pues para hazella andar, aosadas, que no só yo el primero que le echó las trastavas, según anda de dos en dos. [Ap.]

Artemia.- ¡Donosa moça es ésta! ¡Qué bien talludo tiene el virgo! ¡A la fe, a los pies de su madre, vídose tal engaño jamás! Y esto no deve ser sino alguno [que] por burlar le hizieron vestir en hábito de muger. Y deve ser algún moço bobaço y ándase de casa en casa como mostrenco. Aún no sé qué me diga que mucho a callado, lo qual es señal de gran cautela. Pues lo poco que habló, un jurista no dixera más a mi ber. Desatinada me tiene. No sé a qué fin fue su venida. Quiero metelle en pláticas y podrá ser que atine en algo de lo que me conviene saber. Y quiero hazer que no siento y podré con él refregar un poco mi hilado y jugar a la ganapierde, o en él saco el pie del hoyo, porque moço me pareçe de muy buen fregado; y creo que no se hará mucho de rogar según es redomado como potro. De manera que complazelle quiero y lavar bien mis madexas, que esto no es cada día, y sacaré mi vientre de mal año, que ya no ‘puede ser más negro el cuervo que las alas’. Y aun, aosadas, que pocos cocos son menester hazelle para que torne al juego. Pues en lo demás es falto, tómenlo por descaminado, que tanto tiene como un borrico de dos años; y, aosadas, que dizen bien que ‘boyezuelo malo en el cuerno cría’. Pero roncando está, y aunque le doy del pie no siente. ¿Qué será esto, si haze del ventero?  [Ap.]

¿Hija Illia, dormís? Subíos un poco acá y contarme éys qué mal es el vuestro. Pues ¡bonito, hija, bonito!, subíos paso.

Illia.- ‘Si lo dixo al sordo, no al perezoso’, que ya la tengo adobilada. [Ap.]

Artemia.- Bien será hazer que no siento por mejor efectuar mi prepósito. [Ap.]

 ¡Paso, Illia, paso, que [no] os corren moros ni va tras vos el toro!

(Con todo eso, es pena con estos rapazes que no saben sino a sordas y a locas cumplir su voluntad, y a los otros que los papen duelos).

Illia.- ¿Quién vido a la vieja haziendo del estado con las tocas largas, con las haldas luengas, los ojos bajos, muy onesta en sus pláticas? Y a buena fe, la cordovesa no es tan disoluta en la cama, que no lo puedo más encareçer aunque está ganando a [quatro] dineros como cada hi de vezino. ¡Por mi fe, espantado estoy! ¿Y ame de comer? Si así me trata no amanezco bivo, que no me a de dexar quitar de ençima. Por esto se deviera dezir: ‘ar[r]egostóse la vieja a los bredos, ni dexó verdes ni secos’. Bien será hazer del modorro y bolverme de concha, y así andaré granjeando que ella quede contenta y yo bien pagado. Pero mucho digo, porque Salomón dize que ni el infierno se harta de ánimas ni el fuego de quemar ni la tierra de agua ni la muger d’esta salsa de lo mal cozinado; y a la clara parece. La esperiençia cada día la veemos y éste les deve dar causa a ser tan desolutas de que pierden la vergüença. Aosadas, que por esto dize San Bernaldo: «Más milagro es estar con las mugeres y no pecar que no resuçitar muertos». Así que bien es que por un rato se quede [al] sol de Dios. [Ap.]

Artemia.- Bolbeos acá, hija mía Illia. ¡O, cómo soys desamorada!

Illia.- Y el dalle ‘a [e]sotra puerta, qu’esta no s’abre’. A buena fe, aunque más sepáys ni más traygáys la mano por el lomo, no me tomes allá hasta que sea el día.

Artemia.- ‘Más sabe que una raposa’. No puedo entender el fin. El lo dirá, que no es cosa ésta para pasalla como gato sobre brasas. Yo fío que yo sepa de qué pie coxquea la moça. Pero gran dolor siento a su causa; tocado me ha en el coraçón; lastimadas tengo las entrañas; en gran fuego me abraso. ¡O, amor enojoso, que aún en mis envejeçidas canas no as querido perdonar! ¿En qué te erré? ¿Qué hize contra ti? ¿Por qué tan mal me tratas? ¡O, cómo eres odioso a toda edad, y en [t]odo estado de gentes procuras de inxerirte en el tiempo del mayor descuydo, aunque no te llaman! ¡O, cómo estoy desatinada! ¡O, cómo no es en mi mano dexar de cumplir el apetito de la voluntad desordenada! Mas ya es el día, la luç, desechando las noturnas tineblas, entra por la ventana. [Ap.]

Illia, Illia, mira hija, que ya es tarde. Abre los ojos que aun pienso que estás durmiendo.

Illia.- Aun hija que avrá de ser, ¿y si lo [dize] de verdad? Mas gentil pensamiento es el mío, aviéndola puesto quatro o çinco vezes en las espinas de Santa Lucía, pensar aora que tiene creýdo que me llaman Illia. Mas pues ella haze del bobo por sacar las nuezes del cántaro, ¿qué me pena a mí? ‘Quien compra y miente, su bolsa lo siente’. Pero para que un engaño se quite con otro y una arte con otra, quiero hazer todavía del nescio sobre sello, y así verá en lo que está. Y quiero levantarme sin dezil[l]e nada. [Ap.]

Artemia.- Amiga Illia, no, por mi vida, n’os levantéys, que aún es gran mañana, y aún el hijo de Latona no resplandeçe y Bóreas anda delicado con la sazón del hieme. Y aun llegaos acá, que algo avéys estado fatigada esta noche y contarme éys qué enfermedad es la vuestra. ¿Oý[s] esas razones?

(Verés, al juego se torna la mochacha. ¡Adoba esas barreras que se va el toro!)

Illia.- ¡Qué engullir tiene la vieja d’esto que no tiene huesos! Pues dése prisa, que ‘por mucho madrugar no amanece más ayna’. Mas lo que me pareçe es que no se contenta con lo razonable, y tan caliente se quiere sorber el [caldo] que le avrá de amargar, porque acabaré yo y quedarse ha el papo al aire cantando: ‘dos ánades, madre, van por allí’. [Ap.]

Artemia.- Mucho me avéys fatigado, hermana Illia. ¿Por qué lo hazéys así?

Illia.- No sino muchas vezes Illia, y ‘apretar el torno porque salga el mosto’. Pero con todo eso me quiero levantar que mi partido se a asegurado. Y desde aquí digo que está en mi mano meter moros en la tierra o, como dizen, ‘aun puedo pregonar vino y vender vinagre’ y salirme con todo; pues cierto es que ‘quien el padre tiene alcalde, seguro va a juyzio’. Pero cara me cuesta la melcocha, que a muchas noches d’estas pudíe hombre quedarse como Juan Alonso en la playa y cantando: Pésame de vos el conde. [Ap.]

Artemia.- ¿Qué haréys aora, hija Illia? ¿En qué queréys entender?

Illia.- Yrme he, señora, si mandas, porque allá en mi casa tendrán pena por no saber dónde estoy. Y puédome bolver después si vos, mi señora, estáys en algo contenta de mi servicio.

Artemia.- ¡Por mis puertas!, qual sea mi salud qual vos Illia me parecéys. En mí, por cierto, hija, tendréys madre y más que madre, y todas vuestras neçesidades se cumplirán. Y bien me pareçe que váys dónde dezís; mas luego, así gozéys, os bolved.

—¿Violante, Violante, estáys aý?

Violante.- Aquí estoy. ¿Qué mandas, señora?

Artemia.- Que aquesta pecadora de moça le déys de almorçar, que está algo enferma y pienso que en toda esta noche no a pegado los ojos.

 

Violante.- Andad acá, hermana.

Illia.- Ese mal me hagas, quanto que d’esa manera cada noche querría ser el novio. [Ap.]

Violante.- Estas tetillas de gallina podéys comer, hermana, y aun si bevéys vino, cataldo aquí; y por mi fe, que es traýdo desde Madrigal.

Illia.- ‘Así se me [caerá] la cola’, por eso no hagáys sino rogarme bien que coma. ¡Qué vergonçosa es la moça!

 

Serafina.- Çe, çe, Violante, por tu vida, que antes que esa moça se vaya me la traygas, que le quiero hablar.

Violante.- Entraos un poco, hermana mía, antes que os váys en el aposento de la señora Serafina.

Illia.- Mas pensé qu’eran badanas. [Ap.]

—Ya voy, Violante, por cumplir lo que mandas, aunque en verdad más neçesidad ay de yrme, que yo [a]seguro que anda mi tío beviendo los vientos por saber dónde estoy. Pero ‘quien malas mañas ha, tarde o nunca las perderá’.

 

Serafina.- ¿Cómo te ha ydo, Pinardo, cómo te a ydo? Que pienso que as estado más encogido que galgo en espuerta.

Pinardo.- Heme conçertado con la madre, señora, y pienso que emos de ser ‘dos a dos’ o, como dizen, ‘tres al mohino’.

Serafina.- ¿Qué me dizes, que estáys amigos?

Pinardo.- ¡Y cómo amigos! Y me ha rogado que me buelva luego, que en todo su seso piensa que soy muger.

Serafina.- Mas, ¡por tu vida!

Pinardo.- ¿Pues a ti que te parece?

Pinardo.- Que nos a Dios hecho señalada merçed, si lo sabes conoscer.

Serafina.- ¿Cómo es eso? Ea, pasa adelante.

Pinardo.- Estando la vieja desabrida es ‘andar a caça con hurón muerto’, y de la negociación no se esperava salvo mill desconciertos. Pero pues ya [yo] puedo ser intercesor y entrar y salir cada ora y cada rato, deves, señora, pues claramente amas a Evandro, de abreviar la causa; y como dizen: ‘lo que se avía de comer cozido, hágase asado’. Y más secretamente se podrán hazer las cosas con la brevedad, que la dilación en estas cosas y el estar pidiendo pan de trastigo siempre daña. Míralo todo y ‘tu alma en tu palma’, y ‘nadie es tan buen juez como cada uno de sí mesmo’. Al cabo estás, pero si mi consejo tomases, esta noche yo traeré a Evandro y a la ora que mandases te hablaría en tu misma cámara. Y pues tengo el mando y el palo, no dubdes que yo lo haré. En esotro te determina y no tengas temor, que ‘a los corneros quebrados...’, ya lo otro hecho, bien me entiendes, ‘nunca faltan rogadores’.

Serafina.- ‘Burlando estás, Pinardo, de los de la feria’. Y pues tanto quiés apurar el testigo y sacar el hijo del cuerpo, si a eso te atreves, quanto por mí no te detengas más, porque mi voluntad ya la sabes más a de tres pares de jueves; y si quiés sentir bien, sabes que amo a Evandro como el agua a la tierra, pues ‘quien bien ama, tarde olvida’, como avrás oýdo. Porque donde el amor toca, tal llaga, tal dolor, tanta fatiga, tal congoxa dexa que más de diez y nueve mayos seríen menester pasar para qu’el mal envegecido y sin calma en un punto afloxase su dolorido exercicio. De mi voluntad certificarás a Evandro. Y a eso que dizes, bien me parece, pero por inposible lo tengo. Conciértalo allá y ‘ver y creer, como Sancto Tomás’. Pero Violante te llama y a gran prisa; no te deves detener, antes disimuladamente te ve y Dios lo remedie de la manera qu’es menester. Pero muy acompañada de mill sobresaltos me dexas.

 

Violante.- Anda, Illia, que Artemia te llama, que no sé qué te quiere dezir antes que te vayas.

Illia.- ¡Aun si quiere que le dé otra buelta y pague el escote del almuerço! ¡Aun avrán de ser las tetillas de la gallina los limones del ventero!  [Ap.]

 

Violante.- Oýr quiero desde esta rexa que está en el retraymiento qué secretos son éstos, que no estoy bien con la venida d’esta moça.

 

Artemia.- ¡O, amiga Illia, llegaos acá, que no me he levantado a causa del gran dolor de la madre que me ha dado después que os levantastes! Y aun, si queréys, con la mano podéys tentar de quán levantada la tengo.

Illia.- ¿Qu’eso me dizes?

Artemia.- Mira si me a entendido la moça que ya está encima como bueytre encima la carne. Y a la verdad, no ay otro amor sino con moços, que antes tenéys necesidad de tentalles de freno que de espuelas. [Ap.]

Illia.- Aunque me tenga por choquarrero, pues la vieja está a sus vicios, antes que pase el juego adelante le quiero dar un tiento. [Ap.]

Artemia.- ¿Esperáys alguna cosa, Illia hija?

Illia.- ¡Aun con Illia se avrá de quedar!  [Ap.]

Estó diziendo, sino que, señora, no me quieres entender, que jugué mis vestidos y por no tener qué traer ando d’esta manera. ¿Que ay que negar la verdad?

Artemia.- Pues, amigo mío, daos prisa que yo lo remediaré todo, y d’eso no paséys congoxa.

 

Pinardo.- ‘La pulga l’e echado en la oreja’ o, como dizen, ‘el agraz en el ojo bien está’. Pero dóla a la muerte, que bien haze con la hierva y sabor toma con los caracoles. Acabe, que aquí veré a lo que se estienden sus pensamientos. Porqu’el juego y el tentar al hombre en la bolsa, gran toque y muy verdadero suele ser; y aun ‘amigo, amigo’, suelen dezir, ‘pero no habléys en el dinero’. Y cierto, esta avaricia desordenada, ya tan condida en todas partes mucho aparta al género umano del camino de la virtud, porque procurando cada uno su propio interese, ni se acuerda de amigo ni de Dios. Y muy virtuoso, muy virtuoso a de ser el que en la mayor neçesidad no pierde la vergüença. Y por esto dezía San Gregorio que en todas las cosas del mundo se hallava algún sí, salvo en el avaricia; pues es verdad, que es de la calidad de los otros vicios. Llegaos a San Hierónimo y diráos que todos los vicios se envegesen en los hombres, salvo el avaricia, que siempre se renueva y creçe. Y aun acerca deste vicio dize Salomón que el que sigue la avaricia turba su casa y que el que ama las riquezas no avrá fruto d’ellas. Y Pitágoras dize que así como el alvarda redunda en daño del asno y en provecho del amo, así el vicio de la avariçia es dañoso al avaro y provechoso a los estraños. Y a este propósito el moral Séneca dezía qu’el hombre deve mandar el dinero y no obedeçerlo. Y aun dize que de dos linages de gentes no se puede aver bien, salvo mal: de los locos y de los escasos. Y que más era de estimar el hombre sin dineros que los dineros sin hombre, afirmava Temístocles, philósopho y capitán atheniense. Así que veamos lo que hará Artemia. Pero a lo que pareçe, bien devano esta madexa.

 

Artemia.- Hijo mío, cata aquí treinta doblas. Estas tengo al presente en esta bolsa que estava a la cabeçera. Levantarme he y todas tus necesidades se proveherán. Por eso pierde cuydado.

Pinardo.- ¡La pella tengo! ¡‘Bueno es el páxaro en la mano, y de esperar al bueytre que va bolando, sazón ay’! Levantarme quiero, que ya ravio por estar fuera de esta prisión y, alliende de satisfazer a Evandro, encomençaré a bullir con el dinero. [Ap.]

 

Violante.- ¡Jesús, Jesús! ¿Y tal ay en el mundo? ¡Qué novia a sido la dueña honrada esta noche! ¡Bao! ¡Y sobre todo, aun págale el cavallaje! ¡Pero no me maravillo, que en tal lugar le an picado! ¡Mira si era buena mi sospecha! ¡Donosa es la moça, bobeava! Siempre tuve yo a este Pinardo por mala bestia, ¡mira qué ha sabido! Y las pláticas de Serafina estas son. ‘Todas eran en la conseja y más la vieja’. Pues, a buena fe, que me a de a[l]cançar parte de la colaçión o mal me andarán las manos. ¿De caçada jugáys?, pues ‘a perro viejo no tus tus’. Y si pensáys que n’os entienden, ‘agua cogéys con harnero’. Mas qué enpapada está la vieja, como agua en esponja, oyendo [a essotro] que sabe más ruindad que Merlín. Pero cállome, mas antes que Pinardo se vaya, en buena fe, me a de tentar el pulso pues se pica de çurujano. Y haré de la bova con él, y ansí andaremos todas en la dança y ‘luchando’, como dizen, ‘a más tomar’.

 

Pinardo.- ¡O, pecador de mí!, y en la reja veo a Violante. Açechando está, bien a visto lo que a pasado. Ya ella conoçe qu’el lobo anda en hábito de mansa oveja. Temor tengo no redunde algún inconveniente. Pero cuerda es y donzella bien mirada en todas sus cosas. Creo yo que aunque no por mí, que podrá ser que no aya conoscido aún quién soy; pero por la honra de Artemia calle, disimulando otra cosa aliende de lo que siente. [Ap.]

Artemia.- Hijo mío, pues de que ayáys dado recabdo en vuestros negocios, n’os olvidéys de acudiros hazia acá.

Pinardo.- Yo, señora, lo llevo bien en cuydado. Y a Dios quedes, que ya son casi las diez oras.

 

Artemia.- Nunca pensara, si por vista de ojos no lo viera, que así el amor me der[r]ibara; maravil[l]ada estoy de mí. ¿Adónde estoy! ¡O, qué agena me hallo de la libertad en que primero estava! ¡O, cómo el entendimiento está desatinado con la incogitada novedad! Pero harto haré si lo puedo encubrir de Serafina. Si no, ¡ay!, dirá que es cosa torpe al que reprehende ser reprehendido de la misma culpa. Ahora veo que la cuytada tiene razón de amar a Evandro, porque rezia cosa es moça y hermosa estar en dieta. Pues ayunar y ver comer a los otros tentaçión y aun no pequeña me parece; pues levantar la liebre sin matalla, cosa enojosa es; y encender el fuego y matallo en encomençando a arder, cosa escusada pareçe. Pero la culpa fue mía, que quise nuera sin tener hijo, porque harto es estar sin él o tenello incapaç.

 

Violante.- ¡Hermana Illia, hermana Illia!

Illia.- ¿Qué mandas?

Violante.- Aquí en mi aposento te quiero dos palabras [decir] y, aunqu’está todo rebuelto, reçebirás la voluntad.

Pinardo.- ¿Y a qué propósito a çer[r]ado las ventanas y la puerta, si quiere que pague el pato? [Ap.]

Violante.- ¿Qué es lo que dizes, Illia? ¿Qué hablas entre dientes?

Illia.- Digo que todos estamos de un color. Pero tanbién me maravillo de lo que as hecho.

Violante.- Aquí en este estrado que está delante mi cama te asienta, hermana, y no te maravilles de cosa que veas, que las mugeres umanas somos, y los secretos grandes a los amigos se an de dezir en secreto. Dotrina tenemos del Salvador que, viniendo con grandes conpañas a Hierusalém, a los discípulos, sus muy amados, aparte de las otras gentes les dixo cómo yva [a] padeçer, y que avía de recebir muerte de cruç, y que havía de reçuçitar al terçero día. Así que, Illia, bien es tener amistad unas personas con otras, y cosa dulçe es la conversación entre los amigos y parientes.

Pinardo.- Si las manos toviese quedas y no me estoviese besando, bien me parese lo que dize Violante, pero véola tan encendida que creo que ovo enbidia de lo de la vieja y quiere rehaçer la chaça. Necedad será no cumplille lo que desea. Pero quiero encomensar a jugar; veamos en qué la hallaré. [Ap.]

Violante.- ¡Mirad, hermana, por la passión de Dios, que estoy virgen! ¡No me toquéys con el dedo!

Pinardo.- ¡Virgen, y qué tacha! ¿Mas dedo era? Ni aun por eso, como si no viese lo qu’es. [Ap.]

Violante.- ¡Jesús, Jesús, hijo de Dios! ¿Y hombre [érades]? ¿Y eso avéys hecho? ¿Y así me avéys destruydo y así me avéys querido deshonrar?

Pinardo.- ¡Qué palabras, y estálo tomando con dos manos! Pero con algo an de cubrir sus vergüenças. [Ap.]

Violante.- ¡O, cómo he perdido la virginidad, virtud tan [resplandeciente] en la hembra! ¿O, Pinardo, y cómo hasta en la ora presente no conoscí tus cautelas! Por ti y otros tales se dize en la ley de gracia: «Guardaos é[y]s de los que andan vestidos como ovejas y son como lobos robadores».

Pinardo.- Violante, hermana, cada uno busca sus medios y procura lo que bien le está; ‘cada una guárdase y abra el ojo’; ‘la estopa cabo los [tizones] a peligro está’. ¿Yo rogávate? Tu me parece que as estado la golosa por tastar la fruta nueva, que yo ‘no sé nada, de mis viñas vengo’. Lo que puedo hazer por amor de ti y por ser del linage qu’eres y descargar mi conciencia, que te juro de casarme contigo. Porque así, aliende de lo que tengo dicho, estoy tan satisfecho de tu gran beldad y de tu demasiada gracia y hermosura sin comparación, de tal manera que ya estoy penando por ti y me hallo falto de la libertad de que poco antes estava asaz adornado. De tu voluntad quer[r]ía ser cierto, porque, conformándome con tu intinción, me governaré en la presente jornada.

Violante.- ¿Qué quiés que diga, señor mío?, sino que seguiré tu voluntad hasta la muerte, y que de mí ordenes lo que mejor te estará.

Pinardo.- Pues el tiempo dilación no la concede, en anocheciendo soy de buelta, porque tengo de cumplir lo encomendado. A Dios te quedes, que peligro avrá en la demasiada tardansa.

Violante.- El Espíritu Sancto te aconpañe.

 

 

 

Cena quinta, en que se introduzen Pinardo,

Cratino, Evandro, Davo, Popilia.

 

Pinardo.- No me pareçe sino que salgo de la galera. En verdad que hago [cuenta] que oy me he nascido. Grandes cosas he despachado en poco tiempo, pero ‘deque Dios quiere, con todos ayres llueve’. ¿Quién pensara que Artemia con toda su onestidad y con toda el autoridad del mundo oviera picado en el ançuelo tan de presto? ¿Pues quién nunca jamás pensó que Violante, donzella hermosa y de buenos parientes, de su propia voluntad, conosciéndome a la clara, me otorgara de su propia voluntad su persona sin ser conpelida ni induzida con palabras? ¿O, amor, amor, y quán sutil y delicada es el aguja con que labras! ¿O, y quán prima es la vira con que hieres! ¡O, cómo es invisible a la vista umana! ¿O, cómo tu [ponçoña] no se siente hasta que tiene hecha inpresión en las entrañas! ¿O, cómo lo veo a la clara! ¿O, cómo no te ha abastado por esperiencia averme instruydo, en averme enseñado la caýda de Artemia y la desenfrenada voluntad de Violante, sino que al presente por vista de ojos para que no culpe a nadie me quiés contar en el número de tus cuentos prisioneros! Pero, ¿qué haré?, porque como dizen: ‘guárdeos Dios, de hecho es’. Quiero encubrir mi dolor lo mejor que podré y entrarme en casa, que este es el mejor remedio. ¿O, quán fuera de seso veo yr corriendo a Cratino! Pienso que va a pedir las albriçias. ¡‘A buen almendro seco se llega’! Mejor viene quien trae en la bolsa la paga, y por esto podría dezir quien lo supiese, ‘sobre cuernos, siete sueldos’ o ‘sobre cornudo, [apaleado]’.

 

Cratino.- ¡Esfuerça, esfuerça, señor, y torna en ti! Cata que viene Pinardo, tu solícito intercesor; y aun, a buen seguro, que ha recabdado bien, que el alma me lo da.

Evandro.- ¿Que viene Pinardo? ¿O, cómo no lo puedo creer! Y por tan inposible lo tengo como querer ‘tocar con el puño en el cielo’. Mill sospechas se me engendran de su tardança. Temor tengo de algún infortunio o desastrado acaecimiento, porque yr de la manera que yva es como el que va entre la cruç y el lecho. Y en verdad, ninguna buena esperança tengo de su tardança.

Cratino.- ¿Que no, señor? Pues cátalo aý, tan sano como una mançana y tan fresco como una rosa. Y aun podría jugar con él a ‘bivo te lo dó’ y aun quedalle el braço sano.

 

Evandro.- ¡O, mi Pinardo! ¡O, mi fiel criado! ¡O, todo mi abrigo y m’anparo! Tu venida sea con tanta prosperidad qual fue la del nuestro gran Carlos en las Españas nuevamente llamándose rey. Dime, dime, ¿soy de muerte o soy de vida, o soy libre o condenado a perpetua servidumbre? Dilo ya que de tu lengua depende a la clara mi vida o mi muerte, mi salud o enfermedad, mi tristeza perpetua o gozo infinito, el reposo o el contino trabajo, el sosiego o el atribulado bivir. ¿O, cómo estoy tal que con qualquiera cosa, con tanto que te apresurases, sería contento!

Pinardo.- Yo fui y entré en tal pie en casa de Artemia que di la carta a Serafina. Y lo que te responde es que esta noche, en anocheciendo, desfraçado vayas comigo, porque en su cámara a solas me pareçe que lo quiere aver contigo. Déveslo poner por la obra y, dexando todos esotros círculos rodeos, ésta es la verdad; y ‘a la corta lo he dicho, como vizcaíno’. Pero no tienes que pensar mas de en dar recabdo a la moça, que pienso que voluntad no le falta.

Evandro.- ¡O, inmenso y maravilloso Dios! ¿Qué me está diziendo Pinardo? ¿Si estoy aquí o si estoy durmiendo? ¡O, inconprehensible deydad! ¡O, suma y soberana omnipotençia! Que de tanto bien aya yo de gozar inposible me pareçe según natura por no ser proporçionado a mi capaçidad.

Pinardo.- Todo eso es gastar tiempo en balde y repicar en el broquel.

Evandro.- ¿O, déxame, Pinardo!, que me hallo indigno de pareçer ante la luç, que con su demasiado y estraño resplandor encandela mis sentidos de la misma manera que el artero caçador a la no reçelosa perdiz. Pero dexados estos inconvenientes tan grandes que de parte de aquella angélica ymagen me ocur[r]en, ¿qué me dirás de Artemia? ¿LLevará medio que con ella conçertásemos treguas, aunque fuese por pequeña distancia de tiempo?

Pinardo.- ¿Cómo treguas? A la fe, pazes perpetuas y firmadas con más que juramento quedan conçertadas entre mí y ella. Pues de queb[r]antallas no más pensamiento qu’el rey de los Boemios eximirse del mando de nuestro gran Çésar.

Evandro.- Cosas estás razonando, Pinardo, dignas y más que dignas de la candela de Oraçio. Pero en verdad, tan [atónito] estoy de lo que me dizes como el piadoso Eneas oyendo la respuesta de Apolo quando tentó de abajar a la ribera donde halló vagando al buen Palinuro, saje y maestro de su flota. Así que mucho holgaría de muy por [estenso] ser avisado de lo que al entendimiento humano en la primera apariençia pareçe inposible.

Pinardo.- Pues así quiés y estás de gana de comer alcarchofas, sabe que Artemia me llamó y, queriendo ser informado de quién hera, le dixe dos mill mentiras. Abaste que co[n]movida de conpassión me hizo dar de çena y aun después echar a sus pies donde, los más ambages desechados, quedamos tan amigos como dos hermanos. Y aun no le abastó la burla sino que, ya yo despedido oy de Serafina, con tan buena respuesta como as oýdo, hizo a Violante que me tornase a llamar con propósito de rehazer la chaça. Que no pienses qu’es muger [d’esas] ni se contenta menos, aunque el un pie en la huesa, sino ‘una en el saco y otra en el papo’.

Evandro.- ¿Y dízeslo de verdad?

Pinardo.- Y aun por las [reliquias] de Roma y por la casa santa de Hierusalem lo juro.

Evandro.- Aora digo que no fue tan gran hazaña la de Teseo de matar el Minotauro, ni la del gran ércules en vencer al Gedeón, ni [Acasto], su hermano, la hazaña de la muerte del [puerco] de Calidonia, es meaja en capilla de frayle en conparaçión del hecho tan digno de fama inmortal acabado por Pinardo. Por cierto, no tengo en tanto el Alçides domar los fuertes y bravos leones de su natural, ni desterrar las Arpías del rey Fineo, quanto aver tú amansado la cabeça de aquella indómita serpiente. ¿Qué me dizes? ¿Que para tanto heres y a tanto se estendieron tus fuerças?

Pinardo.- Pues es verdad, que me contenté con andar jugando con ella a la çuecapella solamente.

[Evandro].- Pues, ¿a qué más podíe pasar la burla adelante?

Pinardo.- ¿A qué? Burlandillo es la cosa. A la fe, que le hize dar señal como nigromántico al conjurado spíritu, y como quien no quiere la cosa no me dio sino treynta doblas, y en la burjaca vienen.

Davo.- Sí, por la pasión de Christo, en la bolsa las trahe.

Evandro.- Por el omnipotente Dios, tanto milagro me pareçe eso como ver bolar un buey. Y más has hecho que si en la plaça de Túnez las ganaras cativando algún moro. Y pues tan buen recabdo as puesto, llama acá al contador y hágate una librança de treçientas dra[c]mas de oro para cumplir tus neçesidades.

Popilia.- Eso tengo yo, en buena fe, por mayor milagro y aun por obra bien sobrenatural. [Ap.]

Pinardo.- Dios, señor, te consuele y te acreciente la vida y estado. ¿Y cómo creo que vienen a pedir de boca para lo que allá dexo medio tramado o texido del todo?

Evandro.- ¿Qué, por tu vida? Cuéntamelo en [presencia] de todos y sin que cosa dexes por reçitar, que muy agradable me será oýrte.

Pinardo.- As de saber que yo me abajava andando de bien en mejor; llamóme Violante a su cámara diziéndome: «Illia» —porque aquel nombre era el que allá me llamavan—. Y yo, pensando que quería otra cosa, ni quitó ni puso salvo çerrar la puerta y ventanas y abraçóse comigo fingendo que no sabía quién yo m’era, aviéndome visto en la lucha con Artemia. Y mía fe, yo no supe del fuero de que [aquella] bovilla vi que se çevava del ayre salvo encabestralla, porque se acordase del juego. Y en fin, nos venimos a conosçer y la apazigüé, con que le di la palabra de casarme con ella.

Davo.- Luego de corro en corro te as andado; quanto que d’esa manera a mi ver, por ti ‘a cantado el cuquillo’.

Pinardo.- ¿Pues qué piensas, que me duermo en las pajas? ¡No, sino échate a dormir sin perro!

Evandro.- Por la ley sagrada, aunque a sabiendas ovieras querido hazer tanto estrago no ovieras hecho más. Pero pues que así es, tanbién te den para Violante dos pieças de seda y cumple la palabra que le diste, que Dios lo remediará todo. Mas cierto, estoy maravillado de cómo Artemia se enlaçó seyendo dueña tan honrada y tan honesta, y de tanto consejo y de tanta autoridad y tan antigua en los días, y aviendo sido tan casta todos los días de su vida.

Popilia.- ¡Aosadas, enoramala, y cómo la conosces y sabes la manera de su vida! [Ap.]

Evandro.- ¿Qué hablas entre dientes, Popilia? ¿Que aun tu bien sabes la verdad y tienes entera noticia de las cosas de Artemia?

Popilia.- No es permiso al femenil hábito hablar en prejuyzio, y así quiero dexarte con tu porfía dando pasada, pero ‘[so] el sayal ay al’.

Evandro.- ¡Santa María del Socós! ¿Qué’s eso que me dizes a cabo de rato, que no sé bien la verdad?

Davo.- La verdad hablando contigo, [señor], Artemia es una mala bestia, enbidiosa, [renzillosa], soberbia, avarienta, [mentirosa], desonesta, perezosa, enojosa, enemiga en conclusión de toda bondad, enemiga de todo sosiego. Y aun se a picado un poquito de andar de digme en digme, y después en cada colada a querido echar sus manteles. Que ni se contentó de que donzella yr al tálamo virgen como el portal de Quarte sino que, aun después con mill autos y hechos desonestos, ensuzió el lecho del noble marido, pues notorio es ansimismo que a su padre de Serafina no le guardó mucha lealtad. Pues, ¿después que enorabuena enbibdó a emendado el avieso? Qual sea su negra vida qual ella lo ha hecho antes y después, que ni se [contenta] con tener en su casa por huésped de que viene a visitar al provisor del obispo, ni se contenta con la demasiada conversación del vicario, ni con la continua visita del guardián de ‘ya sabéys’, ni con la amistad antigua del otro cabeçmordido que ‘ya me entendéys’, sino que aora de nuevo a tomado al que pide para las ánimas de purgatorio; y para acabar de subir el paño de color ase refregada con estotro por provar estotro género de gentes de palacio. Y aun avrá dicho con su cara sin vergüença, yo aseguro: ‘quien se muda Dios le ayuda’.

Evandro.- Por la Virgen Nuestra Señora, no as dicho cosa que nuevamente no viene a mi memoria. ¿Y es verdad esto, Popilia?

Popilia.- ‘Lo que se dize o es o quiere ser’. Las gentes hablan por aý lo suyo y lo ageno, levantando testimonios sobre cuerpo hechor. Por esto dizen que ‘la caña oxalá quebrada y no sonada’.

[Davo].- Ciertamente a vendido bien barato su hilado Artemia, y ni a curado de regatear mucho ni pararse en las meajas. Y aun a lo qu’el vulgo dize, no le llega la renta a la mitad del año, dando a los unos haldas, a los otros mangas, a los otros ábitos de diversas colores, a cada uno según que su religión lo manda; a los otros dando sobrepellizes hechas a las mill maravillas de lienço sevillano, del lino de Gadalcanal, que cuesta a moneda de oro la vara. Pues los presentes que enbía por año, ¿quién lo podría contar?; las cargas de ansarones enteras, de pollos, de anadones, de lechones, de capones, de palominos, de gallinas, las çestas de huevos frescos, la dozena de las perdizes, el par de los carneros, la media dozena de los cabritos, la ternera entera, las ubres de puerca en adobo, las piernas de venado en zezina, los jamones de dos y de tres años, las cargas de vino tinto, blanco, haloque, clareas, vin grec, otros qu’ella haze hazer adobados en casa con mill aromatizados olores. Pues las frutas que les enbía a cada uno en su estado ya es cosa de locura: codoñate, calabaçate, citronate, costras de ponçil, nuezes moxcadas, limones en conserva, pastas de confaçiones de çient mill maneras, priscos, peras, menbrillos de diversas maneras confaçionados y cozidos en el açúcar y, a las bueltas, muchas frutas de sartén de mill cuentos de maneras, trayendo las mugeres de en cabo la cibdad diestras en aquellos menesteres escogidos, como dizen, a moco de candil. Y todo, todo para contentar, porque mejor le sovasen la pelleja, queriendo suplir con las riquezas el defecto y fealdad de la natura. Porque vella es como la çínbara del Corpus Christi, y de hechura de almario: larga y desvaýda; el color y gesto como máxcara mal pintada; el talle como rozinazo de molinero; la vista como ýdolo del tiempo antigüo; el andar y visión de estantigua y fantasma de la noche. En verdad, que tanto temiese encontralla de noche como ver una mandrágula. ¡Jesús, Jesús, Dios me libre de tan mal encuentro!

Cratino.- Pues harto, en suma, en la verdad as procedido, Davo, que yo [no] sé quién sin mentir la enxabonara mejor.

Evandro.- Por la Verónica Sancta de Jahén, no estoy en mí en oýr lo que vosotros dezís, pero lo que más creo es ver la bolsa de Pinardo poblada y su coraçón caliente.

Pinardo.- Tiempo es, señor, que vayas y te dexes de más rondallas, porque ya anocheçe. Y has de yr solo y sin esas ropas de seda. Desnúdate luego y en calças y jubón y con una capa de camino te yrás, y yo me voy a quitar estas ropas de gallina. Entre tanto te deves adereçar porque sin dubda tardamos, y mira que ‘a quien dan, no escoge’.

Evandro.- Bien me pareçe que ha dicho Pinardo. Sácame, Cratino, una capa y todo lo que vieres que cumple para yr algo demudado, que sano consejo es, y por tal lo tengo, el que Pinardo me da. Y çierto, de los ángeles a sido guiado en toda esta su peregrinaçión.

 

Davo.- Como la intinçión era buena y los pasos en servicio de Dios, no me maravillo.

Popilia.- Déxalos, qu’ellos hierven sin fuego y andan sin adalid, y en tal pararán.

 

Pinardo.- D’esa manera, señor, vas bien desfreçado. Vamos, que delante voy por descubrir la tierra.

Evandro.- Pues vosotros os quedad, y tú, Popilia, ruega a Dios por todos y que en todo se cumplan y efectuen mis deseos.

 

Popilia.- Como son muy justos no es maravilla.

Davo.- ‘Yda sin venida...’

Cratino.- ¿O, Davo, cómo nunca en cosa das buen terçio, siquiera por bien pareçer!

 

Evandro.- Alarga el paso, Pinardo, y procura de ‘yr, como suelen dezir, a sonbra de [tejados]’. Y aunque algo se dilate la cura, ve siempre por las calles más angostas, porque ‘el que mal haze siempre aborreçe la luç’, y aun es justo que se reçele.

Pinardo.- Aora me pareçe, señor, qu’eches el pie derecho delante, que a la puerta estamos. Por eso cúbrete el rostro y Dios nos tenga de su mano.

Evandro.- O la vista con las noturnas tiñeblas me [engaña] o es Violante la que anda por los corredores.

Pinardo.- Ella es y ya viene, que ya yo la tenía avisada. Y sin dubda todas las cosas ocur[r]en feliçes, y de los prósperos principios siempre suelen avenir fortunados suçesos.

 

Violante.- Çe, çe, Pinardo, anda tras mí.

Pinardo.- ¿Ay algo de nuevo?

Violante.- Que está Serafina en l’atalaya media ora ha y ya sabe de la venida de Evandro. Por tanto, derechos os yd a su cámara que Artemia retraýda está, y a todos los de casa tengo retraýdos en la cozina baja.

Pinardo.- Este, señor, es el aposento de Serafina. Ya ella sabe que estás aquí. Deves entrarte, que yo y Violante aquí nos quedamos por ver si son bravos los toros y miraremos asimismo si es verdad lo que se dize, que ‘de cosario a cosario no se pueden ganar salvo los barriles’.

 

 

 

Cena sexta, en que se entreduzen Evandro, Serafina,

Pinardo, Violante, Artemia, Philipo, Davo, Popilia, Cratino.

 

Evandro.- ¿O, cómo de la ynopinada vista se turba el sentido! ¿O, cómo la vista se discipa y los delicados ojos pierden su grato excercicio con la clarífica lumbre, más rutilante que la de la cara de Apolo morando en el signo de Toro! ¿O, cómo las potençias del ánima ya no sienten, deprivadas con el demasiado gozo que por ellas se va derramando! ¿O, cómo los miembros, fríos del defecto que sienten en no ser infusos de los superiores spíritus, están tenblando con temor que baruntan la segregación del ánima del elementado cuerpo! ¿O, cómo veo a la clara ser verdad lo que los philósophos afirman, que antes morirá un hombre de alegría demasiada que de mucho enojo! ¿O, cómo me fuera más en esto morir ausente de mi señora y no en parte donde mi muerte se aya de hazer partícipe con quien no tiene culpa de mi tan demasiado bibir!

 

Pinardo.- ¿Paréçete que [Evandro] que entra por astrologías, o no sé por dónde? En buena fe, mejor fuera diziendo y haziendo.

Violante.- Todo es bueno d’ello con d’ello. Mas Serafina habla; oygamos del arte que enseña su plática, que acá entre nosotras por maestra la tenemos.

Pinardo.- A la prueva, que a tienpo estamos.

 

Serafina.- ¿O, cómo las angustias de la misma muerte se an aposentado en mis entrañas! ¿O, cómo las condolidas ansias de todo en todo van privando de sus potençias a las inteligencias de conpostura más noble! Porque viéndote, señor, penado, el amanzillado coraçón fatigado de la tan vieja porfía no puede resistir al predominante dolor, que al alma, con nueva manera de acuçia al presente está atormentando. Y assí conviene a la ya enflaqueçida carne, de la [intolerable] pasión que a la contina la está consumiendo, que sienta, usando de su natural la fatiga triste de la demasiada desventura que a la presente le ocurre. La qual le causa en medio del mismo sentido tal confusión que no me pareçe sino que los agentes de la natura se an suspendido por acortar mi nueva querella, poniendo término a mi ansioso y desconsolado bibir.

 

Pinardo.- ¿O, qué facundia tan grande a tenido Serafina en el razonar! ¿O, qué elegançia en los vocablos! ¿O, qué presteza de entendimiento! ¿O, por quán gentil y conpendioso estilo, aunque en breves palabras, ha explicado su intençión!

Violante.- Medio sin habla pareçe que está. ¿No ves cómo casi apenas puede responder a lo que Evandro le está diziendo? Gran desmayo le a tomado; çierto, verdaderamente le amava.

Pinardo.- Las manos, me pareçe, que le andan a Evandro; y la lengua, a lo que siento, está enmudeçida. Eso es lo que haze al caso, que no ‘el andar por las [ramas]’. Mucho me pareçe que se quexa Serafina, ¿qué será esto?

Violante.- Pues, ¡cuytada de mí! ¿No quiés que se [quexe]? Estáse tan virgen como el día en que nasçió.

Pinardo.- ¿Que todavía os estáys en vuestras treze, porfiando que Filipo es incapaç para novio?

Violante.- Pregúntaselo a Evandro después, que será el testigo de vista, que yo lo que me dizen, aquello digo.

 

Serafina.- ¿O, señor mío, y cómo me lastimáys mucho!

Evandro.- ¡Por los Evangelios Santos, nunca pensara tal cosa! ¿O, qué virtud tan grande de hembra aver çufrido la inpotençia del marido tanto tiempo! Si por vista de ojos no lo viera, todo el mundo no bastava a hazérmelo creer.

 

Pinardo.- Bien me pareçe que se [impone] Serafina, que ya no gruñe. Y pues ya es de noche y ellos se tornan a la burla, bien será, Violante, que nos vamos a tu cámara.

Violante.- Todos los de casa a dos oras que duermen. La puerta está abierta, anda delante y échate, que yo me voy a ver qué haze Artemia y así aseguraré las paradas.

Pinardo.- Pues yo me voy.

 

Artemia.- ¿En qué andas, hija Violante?

Violante.- Venía, señora, a ver si mandas algo.

Artemia.- Dios te consuele y te haga bienaventurada. Pero dime, ¿qué se ha hecho Illia? ¿Cómo no a buelto?

Violante.- Destas moças cantoneras no ay, señora, que hazer pie. Ya estará aposentada en otra casa, porque por la gracia de Dios donde quiera que llegan hallan la mesa puesta.

Artemia.- Bien, pero quedó de venir. Pena tengo en verdad de ver aquella desventurada de moça andar tan desconsolada.

Violante.- En otra parte te duele. [Ap.]

Artemia.- Así que tendrás cuydado, hija, de en viniendo a casa traérmela acá, porque lástima tengo de vella desconsolada y falta de consejo.

Violante.- ¡Buena harina le deviera hazer el moço! ¡Bien le deviera pesar las çeçeras, según se buelve a su tienda! [Ap.]

Artemia.- ¿Qué’stás diziendo, Violante?

Violante.- Digo que hazes bien en tener compasión del próximo, porque por la boca del Salvador está dicho: «Bienaventurados los que avrán misericordia, porque la hallarán en Dios». Y por eso dezía San Pablo que la piedad y misericordia aprovechan para recabdar de Dios los bienes deste mundo y del otro.

Artemia.- Huélgome, hija, con lo que dizes. Y por esto te aviso muchas vezes que leas, porque el mejor exercicio de todos es para todos estados de gentes. Pero la misericordia, pues que d’ella hablas, en dos maneras es: que una espiritual y otra es tenporal. Porque según los sagrados doctores, perdonar las ofensas, castigar al que yerra, consejar al que dubda, mostrar al que no sabe, consolar al afligido, çufrir las injurias por amor de Dios, rogar a Dios por amigos y enemigos, y por los muertos y por los bibos, obras son de misericordia esperituales. Pues dar de comer al que no tiene y vestir al qu’está desnudo, y dar de bever al que ha sed, y visitar y servir al pobre, y visitar y librar al encarçelado, y sepultar los muertos, obras son de misericordia corporales. Pero la diferencia que ay del cuerpo al ánima, esa ay de las unas obras a las otras; porque de mayor eçelencia, de mayor dignidad son las esperituales. Y acerca d’esta virtud dezía el rey Alexandre que la hazienda de los hombres se multiplicava en tres maneras: por ganar amigos, por aver compassión de otro y por perdonar a los enemigos, que la vengança no puede estar sin daño. Y dezía Platón que el que desecha los ruegos del pobre vendrá en pobreza. Así que, hija, esto te encomiendo. Y muy noche es; vete a dormir y Dios te consuele.

Violante.- Si tales fuesen las obras como las palabras, todo estaría bueno. Mas, ¡qué me pena a mí!, qu’el [predicador] dezía el otro día: ‘Hazé lo que digo y no lo que hago’. [Ap.]

 

Pinardo.- Aora donosa vienes, que a buena fe no ay dos oras de aquí al día.

Violante.- Ame detenido preguntándome por ti, y aun en todo su seso te llama Illia. Y sobre qu’es bien aver misericordia de los desconsolados, me ha estado rezando un sermón más largo que oy y mañana.

Pinardo.- Déxala, huélgase y roiga aora en los gra[n]çones, que amaneçerá y medraremos.

Violante.- ¡Passo, señor, por vuestra vida! ¡Mira que no soy de hierro! ¡No me tratéys d’esa manera!

Pinardo.- Todas os quexáys sin causa. ¿Qué [haríais] si os hiziesen mal?

Violante.- Mas, ¿paréçete que es buen andar por los abrojos descalça?

Pinardo.- ¿Por abrojos? A la fe, por flores y aun bien frescas os pareçe a vosotras que andáys cuando camináys por este tal camino; sino que ya es vuestra costumbre por no agradeçer el plazer que se os haze dezir mal de lo bueno, porque la mejor y la peor, todas os queréys hazer de rogar, aunque más os sobre la gana.

Violante.- No pensé que tienes tan poca vergüença, Pinardo; pero abasta ya, sé que no as de hallar suelo.

Pinardo.- Anda, ‘que mientras a más moros más ganançia’. Pero levantémonos, que el alva viene con su rostro muy tierno y yremos a ver en qué anda la letra dominical.

Violante.- Bien as dicho. Pero en mi conciençia, que lo hizo bien contigo Evandro.

Pinardo.- Hermana mía, de las dos pieças de seda te harás dos ropas, y de los dineros y moneda que me dio y con lo que tú tienes biviremos a nuestro plazer. Y antes de tres días le digo a la vieja que me case contigo, y hazello ha; y aun todavía cayrá de esquero con algo para ayuda a rescatar al cativo. Y así pasaremos nuestra vida a plazer.

Violante.- Plazer tengo d’eso en verdad, y buen consejo me pareçe. Pero anda y daremos conclusión en lo que estamos, porque bien será proveer esto, aunque ‘quitemos de las haldas por añadir en las mangas’.

 

Serafina.- ¡Abasta ya, señor, por mi vida! Sé que n’os avéis de matar.

 

Pinardo.- ¡Aún se están repicando a conçejo! ¡ Deseoso vi[e]ne mi amo! Bien le deve saber la ternera como estava manida; sacado a su vientre de mal año.

 

Evandro.- ¿O, Virgen María Señora, y cómo se ha ydo la noche en un soplo y ya es el día claro!

Serafina.- Deso, señor, no tengas congoxa, que ya oy aquí te estarás hasta la noche, que esto no es cada día.

 

Violante.- Contenta está nuestra ama, que aun el día lo quiere ençerrado. Uno en la cama y otro en el palacio me pareçe esto. Pues ándese aý con su vihuela haziendo son a cada uno que quisiere baylar.

Pinardo.- Déxalos, que aun a ti no te amarga el adobado.

Violante.- ¿Qué será bueno hazer?

Pinardo.- Que te vayas a tu cámara, y yo voy al aposento de Artemia porque, aunque me pese, se ha de cumplir esta jornada.

Violante.- ‘Ojos ay que de lagaña se pagan’.

Pinardo.- ¡Qué rezar que lleva, como si no supiese la voluntad con que vó! [Ap.]

 

Artemia.- ¿Quién toca a la puerta? ¿O, hijo y más que hermano, y tú seas tan bienvenido como el agua en el mes de mayo! ¿Y qué tardança a sido ésta tan grande? ¿Ha havido algún inconveniente?

Pinardo.- He estado aguardando a mi amo Evandro, y con esto me he detenido.

Artemia.- ¡Que lo as estado aguardando! ¿Y dónde está? ¿Anda él tanbién a caça?

Pinardo.- Yo os aseguro que está bien emboscado o trasconejado, como suelen dezir.

Artemia.- ¿Adónde, por tu vida?

Pinardo.- Más te va en esto. Espera y cura de tus duelos y dexa a la peccadora de Serafina goze de su hilaza, que todas os lo queréys hazer.

Artemia.- ¿Y eso me dizes? Y creo que está en casa Evandro.

Pinardo.- ¿Adevinar?, de una dubda me as sacado. Déxala. Sé que no as tú sola de ser la novia y a las otras que las papen duelos.

Artemia.- ¿Y que es posible?

Pinardo.-Otra vez a doze’. Y creo que te pesa.

Artemia.- En estar tú, hijo, en medio y aver sido el interçesor me plaze en verdad. Y pues que así es, démonos de buen tiempo, queste mundo no a de durar para siempre. Y esta vez pase, pero de aquí adelante todo lo quiero que pase por mi mano. [Y] anden todas, y así se lo di a Evandro, que de oy más seamos buenos amigos y ‘que se quede Pedro en casa y el diablo vaya para ruin’. Y si mi hijo es bobo, que lo sea en buen ora, que esotra pecadora no a de estar hecha camaleón deseando lo que sobra a sus vezinas.

Pinardo.- Mucho me huelgo, en verdad, señora, de quán cuerdamente lo miras.

Artemia.- ¿Pues qué quiés? ¿Téngome de matar por lo que no puedo aver? Déxame, que ‘oy somos y mañana no’. [Gozémonos], que ‘Dios sabe en quál casa ay más dinero’. Pero eso que hazes..., me pareçe bien no olvidar las piernas porque es el cavallo lerdo.

 

Violante.- ¡A, señora!

Artemia.- ¿Qué dizes, hija?

Violante.- Que en esta ora viene Philipo de la aldea y aún no se a apeado.

Pinardo.- ¿O, cómo somos perdidos!

Artemia.- Calla, bobo, que yo lo proveheré todo como hecho de oro y de açul.

Pinardo.- ¡Y tan presto vas!

 

Artemia.- ¡Hijo, hijo!

Philipo.- ¿Qué mandas, señora?

Artemia.- Aquí callando te entra en este aposento.

Philipo.- ¿Ay algo de nuevo?

Artemia.- Oy le ha venido a Serafina su costumbre más desordenada que otras vezes. Será bien que no la veas. Y ay neçesidad que ella no sepa qu’eres venido, porque con el demasiado gozo sentirá gran alteraçión y podrá nasçer de la demasiada alegría algún desastrado caso.

Philipo.- ¿O, señora, cómo está bien proveýdo! Pues çierra la puerta tras vos.

 

Violante.- El asno con su alma de cántaro aun sufriríe los cuernos a ojos vistas.

 

Pinardo.- ¿Pues tan presto vienes?

Artemia.- Ya queda en el corral y le he hecho creer que Serafina está con su costumbre, y que ay necessidad que hasta mañana no la vea.

Pinardo.- ¿O, sutil invençión! ¿O, nuevo género de inventar cautelas! ¿O, astuta y [aguda] en todo género de maldad!

Artemia.- ¿Maravíllaste, Pinardo? Pues por esto dizen: ‘algo va de Pedro a Pedro’.

Pinardo.- Pues, señora, ya es muy tarde, quiero yr a dezir a Evandro que nos vamos, questa no es casa de por vida. Si mandas algo, dímelo, pero yo cada día me estaré en la posada, que Philipo mucho es mi señor.

Artemia.- Pues ve en paç, y esto[t]ro no pongas en olvido.

 

Violante.- Cata, Pinardo, qu’es tarde y avrá necessidad que veas a Evandro. ¿En qué andas atónito?

Pinardo.- Pues vamos y sabremos si está lebda la masa o si está cortido el cordován.

Violante.- ¡Aun les dura el dar de las martilladas! ¿Son herreros?

Pinardo.- Evandro habla, oygamos.

 

Evandro.-                              Ya se alexan los mis males,

                                             ya el dolor tanbién se olvida,

                                             ya las ansias tan mortales,

                                             ya las cuytas desiguales

                                             no amenazen a la vida.

 

                                                   Y los dolores sin calma

                                             al bien no dan ya desvío,

                                             y el sentido en sí se pasma

                                             de ver que dentro en el alma

                                             se me causa algún alivio;

                                             y los daños inmortales,

                                             que creçién muy sin medida,

                                             están tornados a tales,

                                             que sus cuytas desiguales

                                              no amenazen a la vida.

 

                                                   Porque con vuestra belleza

                                             el mal se [alexa] y destruye,

                                             y la tan grande tristeza

                                             y la muerte sin pereza

                                             con sus angustias ya huye;

                                             y las tan descomunales

                                             ansias ya van de vençida

                                             en saber que están ya tales,

                                             que sus cuytas desiguales

                                             no amenazen a la vida.

 

Violante.- ¿O, válame la passión del Hijo de Dios, y qué alta y qué maravillosa cançión! ¡O, cómo los versos de aquel gran mantuano Marón en la inflaçión y pesadumbre no se les ygualan! ¡Y por qué sutil y maravilloso estilo a ensalçado la gloria de que al presente su espíritu está triumphando!

Pinardo.- Mas, ¿paréçete que se entienden a coplas?

Violante.- Pues no seas tan pesado, que aun te pueden sentir de dentro. ¡Ea ya, ten alguna vergüença, mira quál estoy! Ni te ha de abastar la cama ni poyos ni paredes.

Pinardo.- Pues ya, señora mía, ya es hecho. Y pues tanto te quexas, quiero yr acá dentro, aunque sea ‘el agua de por San Juan’, y esparçiré todos estos ñublados, que ora es que diésemos parte al día.

Violante.- Y aun a la noche me pareçe a mí qu’es tiempo ya de dar parte, porque el rutilante Febo, ya aposentado en el ocaso, no resplandeçe en nuestro orizonte.

Pinardo.- ¿Por aý m’entras? No estó más aquí.

 

Evandro.- ¿Cómo vienes, Pinardo? ¿Qué ora es?

Pinardo.- ¿Aora preguntas eso? Vámonos. Mira, señor, que anocheçe ya y Philipo es venido.

Serafina.- ¡Virgen María!

Pinardo.- El vino avrá una ora del aldea y Artemia a mi causa le hizo entrar allá en el post[r]er aposento de la casa, diziéndole que [tú], señora, estavas con tu costumbre y porque no sintieses alguna alteraçión convenía que no te viese hasta mañana.

Serafina.- ¿O, próspero suçeso! Mas dime, Pinardo, ¿que tan privado estás?

Evandro.- Ya yo, señora, te he informado de lo que pasa, por eso duerme a buen sueño.

Pinardo.- A la mi fe, teniéndola en el degolladero, deque la ví a la colla díxele cómo estavas en casa.

Serafina.- ¿Qué me dizes?

Pinardo.- A la fe, ni quité ni puse, pero lo que pasa díxeselo.

[Serafina].- ¿Y qué te respondió, así no veas contraria ventura de las cosas que más deseas?

Pinardo.- Por el cruçifijo de Burgos que se holgó como si viese el cielo abierto, porque ella bien vido que su [mercaduría]no se podía vender secreta. Y por ‘jugar a calla y callemos, que sendas tenemos’, no ay trayción que no hará. Y por concluir, me dixo a la clara que de oy más quiere hablar a Evandro, y que ‘la riña de San Juan sea paç para todo el año’.

Serafina.- De manera que todo lo as soldado y asegurado con el hábito de henbra; y después ándate aý diziendo mal de las mugeres.

Pinardo.- ¿Yo? ¡Nunca Dios tal mande! Pero vamos, señor, que el tiempo es largo y ya sabes el camino.

Evandro.- ¿O, cómo se me arrancan las entrañas en pensar que un solo momento me tengo de ver ausente de la vida en que mi triste y miserable bibir se sostiene!

Serafina.- Yo, señor, soy la que quedo tan desconsolada con tu ausencia, y qual quedaron los cavalleros del gran Alexandre en tierras agenas peregrina[n]do, ya muerto el universal caudillo. Pero pues este es el mejor consejo, sigámoslo. Y la Virgen del Remedio te guíe y lo remedie todo como todos desseamos, conservando tan demasiado gozo como de tu vista se me a causado.

 

Evandro.- Por el mismo camino que venimos te torna, Pinardo, que muy encubierto es. Pero por nosotros no podrán dezir: ‘anoche fui y aora vengo, marido bueno’.

Pinardo.- Así conteçe en estas casas rezias: ‘a la mañana la cozina y a la noche la carne’. Pero sube, señor, que yo quedo a çerrar la puerta.

 

Evandro.- ¿Davo, Davo, estáys aý?

Cratino.- Todos estamos aquí, señor, esperando y no [poco] recelosos de tu tardança.

Evandro.- ¿O, cómo soy de todo bienaventurado! ¿O, cómo mi voluntad se a complido! ¿O, cómo he gozado de la más acabada y perfecta donzella que en el mundo bive!

Davo.- No sea el virgo postizo por hazelle creer que truena. [Ap.]

Evandro.- Y pues ya mis pensamientos tristes hallaron vado y mis desconsoladas passiones an çesado con el demasiado gozo que por las venas se va derramando, no es tiempo de más querellas ni de buscar géneros de nuevas lamentaçiones. Alégrate, alégrate, Popilia, que no hizo Dios a quien desmamparase.

Popilia.- Pues que ya, señor, la Virgen sin manzilla lo a remediado todo, de oy más, con más acuerdo, con más consejo, con más sufrimiento [te] govierna. Y ora es que reposes. Si te pareçe, sallirnos emos.

Evandro.- Cuerdamente as hablado, Popilia. ¿Adónde vas, Pinardo, adónde vas? Mira, no digan por ti [que] eres ‘el moço del escudero gallego’.

Pinardo.- Con Violante me voy, porque ‘deque te dan la vaquilla, acude con la soguilla’.

Davo.- ‘Donde te quieren mucho, no vayas a menudo’, dize el otro, ‘porque la mucha familiaridad odio engendra’.

Pinardo.- Entre los nesçios y hombres de poca extima es eso, y entre los que andan jugando a hurta cordel o al juego de la correuella, pero entre los discretos y nobles, mientras más familiaridad y más conversaçión, más causa es de amistad. Y así os quedá y holgaos entre esa gente de palaçio, y regozijaos bien, que yo, Pinardo, acabo de representar la comedia Serafina llamada.


 

Nunque compuesto por el mismo auctor

 

                                                         Nunca jamás la soberbia

                                                         careçió de desconçierto,

                                                         ni vide tiro más cierto

                                                         que hablando siempre verdad;

                                                         ni ay otra linda beldad

                                                         salvo abundar en virtud,

                                                         ni mayor ingratitud

                                                         qu’el no conosçer a Cristo;

                                                         ni jamás yo bien he visto

                                                         sin esperança de gloria,

                                                         ni vide peor memoria

                                                         que pensar sienpre en el viçio;

                                                         ni vi mejor sacrificio

                                                         qu’el coraçón umillado,

                                                         ni vide más hondo vado

                                                         qu’el de la poca consciencia;

                                                         ni vide perfecta sciençia

                                                         sin proceder de lo alto,

                                                         ni hay honbre pobre ni falto

                                                         salvo el de poco sentido;

                                                         ni hay otro mejor olvido

                                                         que del mal que daña al alma,

                                                         ni hay otra más dulçe calma

                                                         que la de los pensamientos;

                                                         ni tan prestos movimientos

                                                         como los de la muger,

                                                         ni más fuerte contender

                                                         qu’esforçar la voluntad;

                                                         ni ay otra mayor bondad

                                                         que la falta del pecado,

                                                         ni vi bienaventurado

                                                         al que sigue tras el mundo;

                                                         ni vi según que aquí fundo

                                                         contra [çierço] buen abrigo,

                                                         ni al pobre tener amigo

                                                         por más que tenga parientes;

                                                         ni vi más perdidas gentes

                                                         que las que siguen el mal,

                                                         ni mayor daño ni tal

                                                         que la voluntad cativa;

                                                         ni vi cosa más esquiva

                                                         que la henbra si está ayrada,

                                                         ni vi cosa mal gastada

                                                         si se da al menesteroso;

                                                         ni vi qu’el qu’es presuroso

                                                         abunde de discreción,

                                                         ni vi yo mejor liçión

                                                         que la de la Sacra Scriptura;

                                                         ni hay cosa tan mala y dura

                                                         qu’el malo fingir qu’es bueno,

                                                         ni ay de mal que así me peno

                                                         que en ver padecer al justo;

                                                         ni vi hecho más injusto

                                                         qu’es culpar all ignocente;

                                                         ni tartamudo elocuente

                                                         ni al perezoso despierto,

                                                         ni con enojo conçierto

                                                         se vido en el más prudente;

                                                         ni vi que nadie bien cuente

                                                         de lo que pasa en concejo,

                                                         ni del nesçio buen consejo

                                                         yo fiador que no se espere;

                                                         así que dé donde diere

                                                         pues se guarda tal costumbre,

                                                         que nunca la muchedumbre

                                                         acierta en cosa que haga;

                                                         y así no vi maior plaga

                                                         que amar y ser dañado,

                                                         ni otro mejor dictado

                                                         qu’es usar de la lealtad;

                                                         ni vi mayor claridad

                                                         qu’es ser muy limpio en la fama,

                                                         ni vi más caliente llama

                                                         que si amáys de coraçón;

                                                         ni vi yo mayor passión

                                                         que si os niegan el servicio,

                                                         ni vi yo mejor oficio

                                                         qu’el de la contemplación;

                                                         ni vi que mala intinción

                                                         a la larga floreçiese,

                                                         ni vi quién permanesçiese

                                                         en bien siguiendo maldad;

                                                         ni vi yo mayor crueldad

                                                         que entender en torpes hechos,

                                                         ni vi mejores provechos

                                                         que de la justa ganançia;

                                                         ni vi que la temperançia

                                                         dañase a quien la siguió,

                                                         ni mayor mal no se vio

                                                         qu’el del secreto enemigo;

                                                         ni ay otro perfecto amigo

                                                         sino el que s[e] muestra en las faltas;

                                                         pero destos

                                                         no verás uno entre ciento.


 

 

Fue inpresa la presente obra en la insigne cibdad de Valencia por ma[e]stre George Costilla, inpresor de libros. Acabóse a xv del mes de hebrero del año mill y D y xxj.

Otorgó su Cesárea Magestad al presente libro gracia y previlegio que ninguno lo pueda impremir en todos los reynos de Castilla ni Aragón, ni traer de otra parte inpremido por tiempo de diez años so las penas en él contenidas.