DE JUAN DE MANDEVILLA (VALENCIA, JOAN NAVARRO, 1540)
(Transcripción y presentación de Estela Pérez Bosch)
2. Esta edición (Valencia, Joan Navarro, 1540)
3. Mandeville: un viajero de escritorio.
Nos encontramos ante uno de los libros de viajes más emblemáticos y populares del género en su modalidad de "viaje imaginario", según la clasificación propuesta por Richard (1981: 33). Junto con el Libro de las maravillas de Marco Polo, cuyo título y diversas estrategias de novelización toma prestados, es sin duda, el de mayor difusión en la Europa medieval, desde su aparición en la segunda mitad del siglo XIV hasta el periodo renacentista. La pervivencia y evolución medieval del género, desde los primitivos relatos de peregrinación (Peregrinación de la monja Egeria.... ) que se limitan a la crónica geográfica y devota, hasta la emancipación del viaje y el viajero como hilo conductor del relato (Libro del conocimiento, Andanças e viajes de Pero Tafur, Embajada a Tamorlán, Libro de la maravillas), confirma el importante papel de estas obras en la construcción y transmisión del conocimiento, de modo distinto y a la vez complementario del que cabe otorgar a otras obras divulgativas (enciclopedias) o re-presentativas (mapamundi), que proporcionan gran parte de los materiales de partida, como pilar indiscutible del saber "oficial" clásico y medieval. Sin embargo, cabe preguntarse por qué la materia de viajes - en sus distintas manifestaciones- adquiere una presencia autónoma y constante a lo largo de la Edad Media y la sigue manteniendo durante muchas décadas después, independientemente de las nuevas variantes del género (largas navegaciones, naufragios, diarios de a bordo, etc.) que responden a las nuevas exigencias de "aventura" y entretenimiento en los siglos XVI y XVII. Las numerosas ediciones traducidas de que siguen siendo objeto en el siglo XVI obras como el Libro de Marco Polo, el viaje del alemán Bernardo Breidenbach o la obra de Juan de Mandeville indican su gran influencia sobre los descubrimientos geográficos de los siglos XV y XVI; a este respecto, no olvidemos la huella de Mandeville en la obra de Colón y sus anotaciones al margen del ejemplar que tuvo en su biblioteca. Parece ser que, en el tránsito a la Edad Moderna, las Indias maravillosas del Medioevo dejan de invitar al sueño y abren el camino de la aventura (Herrero 1997: 19), pese a que cada vez cobre más fuerza y la separación entre lo verdadero y lo verosímil, lo científico y lo lúdico.
En otras palabras, los valores medievales del Libro de las maravillas (mirabilia, cruzada, pragmatismo, enciclopedismo, providencialismo...) no están reñidos con el cambio de actitud del hombre renacentista hacia el saber "científico" y los valores puramente "lúdicos" de la literatura. En una época en que la imagen del mundo se encuentra en un estado permanente de cambio y todavía no es definible en términos absolutos, los libros de viajes cubren vacíos informativos, construyendo su particular descripción y delimitación de ese "otro" mundo. Una imagen particular y a la medida de cada viaje y cada viajero, puesto que sobre ella se proyectan las principales utopías europeas; bien en forma de "hallazgo de la maravilla" terrestre o sagrada - como cabe esperar de una lectura medieval de la obra- , bien en forma de "aventura", idea clave de la recepción a partir del siglo XVI. El viaje de Mandeville parece reunir ambas cosas, ya que combina la forma de peregrinación, con la adición de dos tipos de materia fabulosa: las varias leyendas devotas asociadas con ciertos lugares de la Tierra Santa y buena cantidad de mounstruos de tradición pliniana (Taylor 1993: 62); todo eso enmarcado en la presentación del viaje como aventura caballeresca relatada a posteriori, es decir, desde el recuerdo de los peligros y las hazañas del pasado que el Mandeville anciano revive desde el presente. La fingida identidad de caballero inglés y el valor añadido de aventura caballeresca convierten en anecdótica la supuesta salida del viaje en 1322. Nos encontramos en la segunda mitad del siglo XIV. Al diálogo con los libros de caballerías y el recurso de la narración en primera persona - que triunfa en otros géneros y usos del periodo- cabe añadir otros elementos que son fiel reflejo de las inquietudes de la época; por ejemplo, el testimonio de haber viajado alrededor del mundo establece un posicionamiento frente al debate sobre la validez de las teorías de Ptolomeo que caracteriza la segunda mitad del siglo XIV; la incursión por tierra del Norte de África en el segundo libro actúa como respuesta a las expectativas de geógrafos y cartógrafos en la representación de aquella parte del mundo tan próxima a la Península; la narración y descripción de Tierra Santa y las maravillas de Asia, habida cuenta de la ruptura de relaciones entre Oriente y Occidente por causas como el Cisma, la Peste Negra, etc., tiene un valor crítico y moralizante, de reproche hacia los príncipes cristianos y miembros de poder, que no han sabido llevar a cabo su misión evangelizadora y civilizadora de la barbarie. Como ha apuntado Taylor, la estricta descripción del itinerario ya no es posible en obras como ésta, protagonizadas por viajeros "sumamente curiosos, religiosos de forma atenuada, fascinados por el presente y muy conscientes de su propia personalidad" (1993: 58).
En cualquiera de los casos, semejante repertorio y síntesis de conocimientos es producto de una "construcción", a medio camino entre el mito y realidad, la imitación y la originalidad, la experiencia vivida y la leyenda prestada. Construcción que, llevada hasta sus últimas consecuencias, se convierte en todo un proceso de ficcionalización del viaje, como sucede en El Libro de las maravillas. Heredera y continuadora de otros libros de viajes que ven el mundo desconocido "como una feria de deformidades" (Taylor 1993: 58), debe su enorme éxito editorial a su adaptabilidad con respecto a las inquietudes del momento y el lugar que demandan la obra, que debió ser importante en el tiempo y en el espacio, a juzgar por los 250 manuscritos y los 35 incunables que se conservan, así como por la diversidad de lenguas a las que fue traducido.
Es significativo que la primera referencia documental para la recepción hispánica se deba a la petición de un Mandeville francés por parte de Juan I de Aragón, en el año 1380, para su posterior traducción al aragonés, versión que fue estudiada y editada Pilar Liria Montañés. Según esta autora, la difusión del Libro de las maravillas encuentra dos caminos en la Península: la versión aragonesa de 1380 y la versión castellana - independiente de la aragonesa y procedente de alguna una traducción latina- de la que quedan varias ediciones publicadas a lo largo del siglo XVI. Al margen de los problemas de filiación textual, la existencia de versiones en aragonés, catalán y castellano - es decir, en las principales lenguas románicas peninsulares- demuestra el enorme interés que suscitó la obra, que sigue interesando y a los editores con la llegada de la imprenta. La primera edición, en 1521, procede de una imprenta valenciana, la de Jorge Costilla. También son empresas valencianas las ediciones de 1524 - sin indicación de impresor- y la de 1540, a cargo de Joan Navarro. Solo en 1547 una imprenta castellana, la de Arnao Guillén de Brocar, en Alcalá, hace frente a la edición.
¿Por qué el interés por la obra en la ciudad de Valencia? ¿Por qué la existencia de tres ediciones en menos de veinte años? En su estudio sobre los Mandeville españoles, Entwistle (1922: 251-257) juzgó "interesadas" las ediciones valencianas, interpretando la reducción del texto y la presencia de unos 133 grabados como maniobras para adaptar la obra a la curosidad del público valenciano. Por su parte, Taylor (1993: 62-63), al estudiar la recepción de los libros de viajes en la Edad Media hispánica, matiza sus conclusiones, ya que: a) toda obra es "interesada": el Libro de las maravillas no es la excepción, sino todo lo contrario; b) los fragmentos reducidos no son tantos, y únicamente afectan de modo sistemático a las lenguas extranjeras, cuyos alfabetos originales desaparecen de la versión impresa, más flexible (tipos móviles); c) la reducción es a veces ampliación, como en el caso de la traducción al vulgar de ciertos fragmentos en latín; d) no existe una relación tan directa entre grabado y curiosidad, o al menos no en términos de menosprecio intelectual, ya que puede darse la misma entre miniatura y códice; y e) de ser cierta la popularización en respuesta a la curiosidad de las masas, no se explica por qué no hubo Mandavilles hispánicos en forma de pliego suelto, como en el caso del Mandaville inglés.
Tras el éxito de las ediciones valencianas de 1521 y 1524, esta nueva edición de Joan Navarro en 1540 constituye el penúltimo eslabón conocido para la transmisión de la obra en la Península, antes de la edición de Alcalá en 1547.
Tanto el texto como las imágenes que ofrecemos están basadas en la edición valenciana de 1540, a cargo del impresor Joan Navarro. Hemos respetado el título que se elige para dar a conocer la obra: "Libro de las maravillas del mundo y del viage a la tierra santa de Hierusalem y de todas las provincias y hombres monstruosos que hay en las Indias".
La transcripción del texto y el vaciado de imágenes se han hecho a partir de una copia facsímil obtenida de la British Library, en Londres, donde se encuentra el único ejemplar conocido. La consulta a la edición, así como el cotejo in situ con las ediciones de 1521 y 1547 no habría sido posible sin la generosa colaboración del profesor Barry Taylor, a quien agradecemos la ayuda y facilidades prestadas. En lo que al texto se refiere -y dadas las limitaciones de la copia facsímil- hemos de advertir que los pocos casos de lectura ininteligible, señalados mediante [...], pueden deberse tanto al deterioro de la edición original como a la calidad defectuosa de la copia.
Las pautas de edición que hemos seguido son las siguientes:
1.- Hemos respetado el sistema gráfico del texto original. Los únicos cambios se deben al uso de /u/ y /v/, que regularizamos según su valor vocálico o consonántico, el desarrollo de abreviaturas, sobre todo las de grupos silábicos que contienen una nasal - que no se marcan con cursiva- y la separación de palabras aglutinadas. Los casos de aglutinación de preposición + pronombre (desta, della...) se marcan mediante apóstrofe (d´esta, d´ella...). Aparte de los casos citados, no se restituye, regulariza o cambia ninguna otra grafía.
2.- La puntuación y acentuación según el sistema actual se aplican de forma sistemática, excepto en los casos de nombres propios (topónimos, antropónimos, etc.), de origen clásico y bíblico, que dejamos sin acentuar, dada la falta de datos para conocer su correcta pronunciación, sobre todo si se trata de nombres imaginarios o de tradición pliniana (ej. Turceplenarde).
3.- Se regulariza el uso de mayúscula y minúscula según los criterios actuales. Recurrimos al uso de la mayúscula subjetiva en expresiones como Paraýso, Tierra Santa, día del Juicio, como remedo de las intenciones que pudieron estar en los primitivos propósitos del autor.
4.- Hemos procurado respetar con la máxima fidelidad la presentación de la información por parte del editor. En un nivel superficial, la obra consta de dos libros más la tabla de capítulos, el prólogo y el colofón, que ocupan espacios separados en la edición. En cuanto a la segmentación de cada uno de los dos libros en que se reparten los contenidos, el texto impreso únicamente dispone la separación entre capítulos, que oscilan entre las escasas diez o doce líneas y los tres o cuatro folios de texto ininterrumpido; la introducción de párrafos o "unidades de sentido" era, pues, necesaria para agilizar la comprensión y asegurar la viabilidad del texto en la red.
5.- Dado que texto e imagen tienen un valor complementario en la obra, no hemos descuidado la presentación conjunta de uno y otro, de la forma más cercana posible a la disposición del texto en la edición original.
Principales elementos de contraste con una edición anterior (Valencia, Jorge Costilla, 1521)
y con una posterior (Alcalá, 1547).
1. Título
Tanto nuestra edición de 1540 como la anterior de 1521 conserva el mismo título, es decir: "Libro de las maravillas del mundo y del viage a la Tierra Santa de Hierusalem". Por su parte, la obra impresa en Alcalá opta por un título más acorde con la sensibilidad del momento, más proclive a las narraciones pastoriles y los libros de caballerías: "Libro de las maravillas del mundo llamado selva deleytosa".
2. Conservación
Según el aspecto exterior, las dos ediciones valencianas se encuentran más deterioradas, probablemente por el uso. La edición de 1521 tiene, incluso, la tapa suelta; como prueba de su manejo habitual y testimonio de su lectura nos encontramos con: a) una glosa - indescifrable- en el capítulo XXX "Donde el Antichristo ha de nascer y de donde querían los judíos derrocar a Nuestro Señor y del Monte Tabor y de otras muchas cosas" (fo. xxiiij) y b) el intento de borrar el sexo en un grabado de una pareja hermafrodita. En la edición de 1540, algunas ilustraciones se han emborronado. El texto de 1547 se encuentra en mejor estado de conservación, a excepción de algunas páginas
3. Glosa
Tras el cotejo sistemático de cada uno de los folios de las tres ediciones, la única glosa que encontramos es la que mencionábamos para la edición de 1521, indescifrable, por cierto.
4. Portada, tabla, colofón
Es donde se dan las principales diferencias.
Las portadas valencianas se asemejan en los grabados, : pero la de 1521 incorpora dos columnas de texto en el interior del marco exterior: 1) "El que quisiere muchas /// cosas del mundo saber compre /// este libro quien lo ha menester /// y sabrá cosas que s´espantará /// tome lo que le agradare, lo otro yr dexará"; 2) "Por una de tres maneras /// saben los hombres /// por mu-/// cho ver por mucho espri-/// mentar o por mucho leer /// esta pordéys aquí muy bien haze". La de Alacalá, por su parte, es más elaborada (mezcla de rojo y negro en toda la portada, asteriscos...), y singular (grabados independientes de las ediciones valencianas). La de 1540 es la más austera en el esquematismo gráfico (cuatro grabados + un marco) y el color (rojo y negro solo en el título).
La tablas no presentan mayores diferencias, si bien la de 1540 presenta ciertos errores de foliación, que hemos corregido en la transcripción.
Los prohemios a los libros también son diferentes, desde el punto de vista del texto y el diseño visual. Vistos en su conjunto, llegamos a la conclusión de que la edición de Alcalá asume, de nuevo, una disposición específica, mientras que las valencianas parecen trazar lazos de dependencia.
En cuanto al colofón, a diferencia del texto de 1521, destaca, en las ediciones de 1540 y 1547, ilustración que muestra a un Mandeville en su escritorio rememorando su viaje, así como la insistencia, en el texto, en los "peligros" y las hazañas "dignas de inmortal memoria".
5. Grabados
El examen grosso modo de los grabados demuestra que, pese a la dependencia innegable de las ediciones en un sentido cronológico (1521¬ 1540¬ 1547) la fecha de 1547, unida al distinto origen del impresor de Alcalá, repercute en la singularidad de la edición, sobre todo en un plano visual - con la correspondiente interpretación que ello implica, desde el punto de vista de la recepción- . Así, por ejemplo, frente a los casos de dependencia en la disposición y uso del grabado, se dan otros de mayor independencia, (relleno de espacios en blanco, calderones más decorados y elaborados, cambios en la disposición, estilo preciosista del grabado, etc.). En este sentido, la edición de 1540 es, otra vez, la más neutra y comedida (calderones sin decoración excesiva, esquematismo...).
6. Otros
Finalmente, dos notas más para completar el cotejo: 1) en el texto de 1547, el apartado final "Al lector" redunda en una distinta recepción y la apropiación singular del impresor, de la que hemos dado otras muestras; 2) en la edición de 1540 sobran diez folios en blanco. ¿Cómo valorar este hecho? ¿Hubo algún problema en los cálculos del impresor? ¿O es que se proponía editar el Libro de las maravillas junto con alguna otra obra breve, pero, por alguna razón tuvo que renunciar al proyecto?
En cuanto a los valores medievales de la obra, en palabras de Barry Taylor, los relatos o libros de viajes serían por definición, relaciones "presentadas como verídicas, en las que el autor describe sus propias andanzas por tierras exóticas, lo que al fin y al cabo significa Asia, incluyéndose bajo este término todo el mundo árabe" (1993: 57)
Al margen de la polémica sobre la autoría de Mandevillle (Juan de Borgoña, Outremuse, Mandeville, ninguno de los tres), lo importante es que el autor del Libro de las maravillas del mundo parte de un explícito objetivo de convergencia temática, formal y estilística con los relatos de viajes, género que surge como consecuencia de la progresiva expansión de Europa hacia otros mundos circundantes. El hombre medieval, en su condición de homo viator, va a intentar aprehender estos otros mundos -tradicionalmente susceptibles de todo tipo de especulaciones y mitologías- como parte insólita de la realidad conocida. La búsqueda y descripción de lo desconocido es el objetivo común a los numerosos viajes realizados a lo largo de los siglos XIII, XIV y XV; una primera distinción, no obstante, tiene que ver con la diversidad de motivos que los originaron: peregrinaciones religiosas, itinerarios comerciales, intercambios culturales, embajadas de orden político.
Sea cual fuere su finalidad específica, todos estas noticias que aportan vienen a complementar otra serie de iniciativas encaminadas a la sistematización teórica y enciclopédica, constante durante el periodo medieval y que se acentúa a partir de la segunda mitad del siglo XIV. Con el respaldo de toda una tradición que ya había sentado las bases de la especulación, dicha iniciativa conduce a la renovación del interés erudito más o menos "academicista" o "divulgativo"- por la configuración de una determinada imagen del mundo ordenada y razonada, que dé cuenta de todas sus peculiaridades geográficas, climáticas, etnográficas, etc.
Unos y otros, viajeros y eruditos, comparten una misma voluntad de satisfacer la atracción hacia lo exótico y desconocido. Aunque debamos valorar positivamente el afán de "contar" o "explicar" con un estilo personal las novedades teóricas o empíricas que sus viajes les plantean, debemos tener en cuenta, asimismo, que no pudieron contarlas al margen del saber "oficial", es decir, al margen de la tradición bíblica, clásica y medieval - es, sin embargo, esta tensión entre tradición y novedad, la que siempre hace avanzar el conocimiento- . La "imitatio" es el principal constituyente de la obra medieval, y la mención de las fuentes se convierte en una de las principales estrategias para dar credibilidad a la obra, como veremos más adelante.
Al margen de la "imitatio", eje axiológico de la obra medieval, lo importante es que los libros de viaje en sus distintas modalidades, son la respuesta en la práctica de una demanda real de "conocimiento útil". Según la obra, la intención y la modalidad del viaje, este conocimiento útil equivale a la simple obtención de información pragmática (1993: 57) - como en las guías de peregrinos- , al hallazgo e interpretación de lo ignorado - como en los viajes a las Indias maravillosas- , o a ambas cosas, es decir, a la satisfacción de la natural curiosidad del ser humano, como en el caso de la obra que nos ocupa, que combina el relato de peregrinación a Tierra Santa con la minuciosa descripción de las maravillas de Asia. Llegados a este punto y teniendo en cuenta el éxito de la obra en el siglo XVI, ¿por qué no crear una tercera categoría que centre el atractivo de los libros de viajes en la lectura de hechos inútiles e inverificables? Después de todo, la idea de "viajero a través de la lectura" está en la base de muchas obras de la literatura que se construyen sobre la idea de viaje como "un acto espiritual de enorme trascendencia" (Rubio 1986: 9). A nuestro entender, tal salto de lo útil y necesariamente verdadero a lo lúdico y no necesariamente verosímil está en la base de los importantes cambios en la recepción de estos libros de viajes tan queridos por los lectores de la Península durante la Edad Media y el Renacimiento.
Desde un punto de vista literario, el Libro de las maravillas del mundo puede ser considerado una muestra de la modalidad de "viajes imaginarios", dentro de la clasificación de los relatos o libros de viajes propuesta por Richard (1981: 33). Lo es en tanto en cuanto el falso viajero, conocedor de las características del género, pretende llevar a cabo una síntesis de los conocimientos geográficos en un momento dado, convirtiendo su viaje en una auténtica aventura literaria. De ahí la identificación entre viajero y narrador, el predominio de la descripción detallista, las frecuentes incursiones de tipo narrativo, la mezcla de lo útil y lo extraño maravilloso, etc.
Por otra parte, el relato de Mandeville constituye una de las principales obras de difusión de la geografía erudita del siglo XIV, que, asimismo, comprende obras de muy diversa índole como las enciclopedias, los mapamundi, etc. Esta disciplina persigue un tipo de indagación geográfica fundada mucho más en razones religiosas e ideológicas que en las experiencias geográficas reales recogidas por los viajeros, ya que su propósito no es la representación de una imagen positiva de la tierra, sino la teorización sobre unos determinados principios ontológicos y cosmológicos constitutivos de una determinada "imago mundi".
La obra se encauza, por tanto, dentro de un género determinado, el de los relatos o libros de viajes, y unas directrices de transmisión muy concretas, las de la geografía culta y erudita del siglo XIV. Esta doble vertiente o doble lectura parece explicar la enorme repercusión que alcanzó la obra, tal y como lo demuestran la gran cantidad de manuscritos, ediciones y traducciones que conservamos, así como la vigencia y mantenimiento del interés por su lectura incluso después del reajuste geográfico al que obligan los nuevos descubrimientos que tienen lugar desde finales del siglo XV. En efecto, aunque el espíritu moderno y los nuevos descubrimientos del siglo XVI habían refutado con éxito la mayor parte de su repertorio de "maravillas" en materia devota y geográfica, no se agotan sus valores o "lecturas posibles" - en palabras de M. Foucault- : las distintas actualizaciones históricas a las que el texto es sometido dependen, pues, de las expectativas de lectura que el receptor adopte.
Viajero y también erudito parece ser Mandeville - o, como mínimo parece pretenderlo- al combinar en su relato la elaboración más genuinamente novelesca tan característica de los libros de viajes con el tratamiento más descriptivo y teórico de la noticia geográfica. Esta dependencia, sobre todo en el primer libro, de los diversos detalles de un itinerario (medidas, enumeraciones, descripción de ciudades y áreas geográficas, acumulación de topónimos...) nos hace sospechar - análogamente al caso del Libro del conocimiento o "Mandeville español"- la dependencia de un mapamundi medieval, que desafortunadamente no conservamos, como fuente y guía para su viaje imaginario. Esta dependencia afectaría tanto al elemento textual - que aglutina la noticia geográfica con la ocurrencia narrativa en la línea de los mirabilia- como al elemento gráfico (heráldica; miniaturas o grabados) y sus correspondientes valores visuales, funcionales y estilísticos. En lo que respecta al elemento gráfico, por cierto, conviene señalar que no siempre desempeña una función de morbosa curiosidad, tal y como deducimos del ocultamiento de la sexualidad del hombre mounstruoso descrito en uno de los grabados perteneciente a la edición de 1521. El resultado de la suma es una obra atractiva tanto para peregrinos devotos como para curiosos y hombres cultos en general; y, lo que es aún más importante, tanto para viajeros potenciales, que pudiesen sentirse animados por el impulso individual de la gesta como para viajeros a través de la lectura, a los que va dirigido el viaje imaginario que Mandeville inventa y construye.
Desde el punto de vista temático, Mandeville combina el relato de peregrinación a Tierra Santa (itinerarios y comentario sobre la secta mahometana y el Corán) con un Libro de las maravillas de Asia (Asia menor, Asia central, India, China y las islas del Océano Índico, más un breve paso por el Norte de África, Libia y Etiopía). De hecho, esta doble temática devota y maravillosa coincide con la disposición estructural de la obra en un primer y un segundo libro con su correspondiente prohemio. La simetría entre cada una de las partes va aún más allá: en la primera parte se apela a la autoridad divina, al calificar la Tierra Santa como tierra "que nos fue prometida"; en la segunda se apela a la autoridad erudita en relación con las maravillas de Asia: "hallélo escrito por diversos doctores dignos de fe y de creer, que dizzen que hay hombres mounstruosos de tales formas como en el presente libro hallaréys" (fo.xxxvi r.); los doctores en cuestión, son, a saber, Plinio (Historia natural), San Agustín (De civitate), San Isidoro (Etimologías), y, finalmente, la Coronica mundi. Esta explicitación de las fuentes es significativa, ya que se trata de obras que contienen las principales teorías científicas cosmológicas y cosmográficas defendidas por las esferas cultas medievales (cinco zonas climáticas, zonas y criterios de habitabilidad...), y, además, participan de la misma indefinición y ambigüedad de los relatos de viajes, al atribuir la misma credibilidad a la posibilidad de rodear el globo y alcanzar el hemisferio Sur que a la existencia de hombres y animales fabulosos.
Ambas tendencias, la del rigor científico y la de la asunción de la maravilla, son cultivadas igualmente por Mandeville. Sin embargo, en el seno de una sociedad medieval - altamente dogmática y apegada al valor absoluto de la palabra escrita, de exclusiva propiedad de teólogos e intelectuales- , la ampliación del conocimiento geográfico en esta época viene dada no solo por las noticias de primera mano de verdaderos peregrinos, comerciantes y navegantes, que precisan de una información geográfica mucho más vinculada con la realidad, sino sobre todo por el reconocimiento de las teorías comúnmente aceptadas, de validez parcial en tanto en cuanto dan prioridad a aspectos ideológicos, religiosos o políticos como consigna para un tipo u otro de re-presentación.
Aunque la mayoría de los relatos medievales de viajeros se centraban en Oriente, a mediados del siglo XVI, la desaparición de las misiones por muy diversas causas (el Cisma, la Peste Negra, el fracaso de la utopía de masiva conversión cristiana y la alianza contra el Islam, etc.) interrumpe las relaciones entre Oriente y Ocidente. A falta de otras vías más directas de información, viajes imaginarios como el del libro que nos ocupa - o su homólogo español el Libro del conocimiento- formalmente asimilados a los relatos de viajes, inventarán sendos viajes para otorgar importancia a la información que se transmite, y sendos viajeros para conceder realismo al itinerario, rellenando con la imaginación y el recurso a las fuentes el vacío informativo dejado por los viajeros anteriores. Por ejemplo, la descripción de ciertos lugares de África, continente que en esta época algunos cartógrafos se esforzaban por representar, puede considerarse otra de las maniobras de Mandeville para conseguir la popularidad y aceptación deseadas.
Por eso, a pesar de que las fuentes de Mandeville son cuantitativa y cualitativamente muchas más de las que reconoce (orales, escritas, etc.), su voluntad de hacer notar especialmente las cultas, oficiales y escritas, justo antes de abordar la descripción de Oriente, pretende legitimar la verdad de todas esas noticias, teniendo en cuenta que la credibilidad de su viaje con fecha de salida en 1322 y de retorno en 1346 podría quedar en entredicho si la supuesta experiencia, narrada como peregrinación religiosa y hazaña caballeresca, no se contrasta con testimonios de la tradición escrita.
Finalmente, a propósito de la dudosa autoría de Mandeville, todos estos materiales permiten supuestamente conjeturar que el autor debió estudiar en las universidades europeas y manejó fuentes que "solo podrían encontrarse en una biblioteca eclesiástica, fuera dominica, franciscana o papal" (Rubio 1986: 58).
En cuanto a la difusión y transmisión de la obra, una de las de mayor repercusión en Europa, los más de trescientos manuscritos en que se conserva la obra parecen confirmar el status culto de su difusión durante la Europa medieval.
En el caso peninsular, abre el camino de su conocimiento una traducción al aragonés a partir de una versión francesa, traída a España en 1360 a petición de Juan I de Aragón, que pudo ver en ella una orientación para las pretensiones, volcadas hacia el mediterráneo, de la corona de Aragón. Otras vías de difusión dependen, ya en el siglo XV y XVI, de las traducciones catalana y castellana, que asimismo apuntan hacia lecturas de la obra en clave de geografía política.
Es un hecho que los libros de viajes triunfan en Europa. Pero ¿cómo explicar la desigual difusión de la obra del viaje de Marco Polo y el de Mandeville, los dos libros de viajes de mayor impacto en la Europa medieval? O, en otras palabras: ¿hay alguna razón que explique la consideración de Mandeville como viajero más verosímil que Marco Polo? La respuesta parece estar en la dependencia medieval de las fuentes.
La obra de Marco Polo se adelanta a su época. Marco Polo es el primer viajero real que describió y atravesó Asia, rebasando incluso los límites conocidos, que cruzó las estepas mongolas y los desiertos de Persia hasta llegar a la China; precisamente por eso, por desatender los límites concebibles para tradición culta y escrita, el relato de sus periplos fue leído como un conjunto de fábulas. Escrito por Rustidello de Pisa, autor de libros de caballerías, a las órdenes de Marco Polo, la forma novelesca y caballeresca con que se adaptan los hechos históricos - a sabiendas del éxito del género entre el público- favoreció la lectura ficcional de la obra, en detrimento de una lectura verídica; lectura ficcional que también se vio reforzada por el carácter mítico que el paso de los años había otorgado a la aventura del veneciano.
Su difusión europea se cifra en 150 manuscritos. En cuanto la fortuna peninsular, circularon varias versiones en latín, aunque la traducción al castellano no será una realidad hasta la impresión de 1503, época en la cual los descubrimientos contemporáneos conferían un carácter urgente a las informaciones que doscientos años antes había facilitado sin alcanzar el debido crédito el viajero italiano.
En el otro extremo, el fingido viaje de Mandeville llegó a ser una obra muy apreciada y valorada como una especie de "geografía al uso". Fue bienvenida tanto entre viajeros y peregrinos con afán de conocimiento práctico, como entre eruditos e intelectuales más inclinados a un conocimiento teórico del mundo. En este caso, la aventura ficcional y caballeresca no contradice la veracidad de los datos y los hechos; esto es posible gracias a la suma de lo devoto y lo científico en el marco de lo erudito y la presentación del discurso como experiencia real constatable por la tradición. Es esta capacidad para hacernos creer que su relato refleja un viaje real, repertorio de "maravillas" que pueden ser polémicas pero indiscutibles por su valor de "cosa vivida" (confesión, indignación, ponderación...) revierte en la enorme popularización la obra, de la que dan buena las numerosas versiones y traducciones que difundieron sus noticias y pregonaron su fama por toda Europa.
Los lectores de la época no serían capaces de descubrir la inviabilidad del viaje; nosotros, sin embargo, la detectamos fácilmente en aspectos como la falta de profundidad humana en el trato con el otro, el contacto con la maravilla más mitológico que subjetivo, el débil contraste entre el tiempo de lo narrado y el tiempo de la narración, la dilatación o reducción del espacio y del tiempo según los intereses de la narración, la dependencia excesiva de la fuente, etc.
En efecto, existen ciertas fisuras en la presentación histórica y veraz del viaje. Pero, todavía más importantes son las que más abiertamente ponen de manifiesto los mecanismos de fabulación a través de los cuales el escritor, que no el viajero, inventa la realidad a partir de unos materiales de partida.
Por una parte, la identificación entre viajero y narrador cumple un triple objetivo: a) la unificación de las distintas partes de la descripción; b) la creación de un marco didáctico desde el cual lanzar llamadas de atención al lector, y, finalmente; y c) de homologación del relato dentro de un género "literario" fijado en la práctica, aunque no reconocido como tal en la teoría.
Por otra parte, la estructura del discurso refleja la dependencia de un mapa de modo que "el estatismo del mapa camina gracias al dinamismo del viaje" (Beltrán 1991: 128). La mayor parte de la información de algunos libros de viajes debemos atribuirla a los materiales que proporcionaban los mapamundi que con favorable acogida circulaban desde el siglo XIII. Estas obras combinaban la descripción geográfica con las noticias históricas, las antropológicas y mitológicas dentro de una misma concepción enciclopédica del mundo físico.
Aunque no ha llegado hasta nosotros, es lícito creer que uno de estos mapamundi fue la fuente básica de Mandeville. Así, por ejemplo, en el capítulo primero ("De la tierra sancta de Hierusalem, y de la vera cruz y de las regiones y diversas cosas que en ellas ay"), primeramente describe el conjunto de reinos que hay que atravesar si la salida es desde occidente (Ungría, Esclavonia, Panonia, Bulgaria, Rusia...), para, a continuación, pasar a otro tipo de detalles complementarios que considera relevantes. Estas informaciones se orientan tanto hacia el presente, como cuando califica la iglesia de Santa Sofía, como "la yglesia más linda del mundo" (fo. iii r.) como hacia el pasado, como cuando, acto seguido, describe la imagen de Justiniano que se encuentra en aquella iglesia: "El qual está de cobre dorado coronado, encima de un cavallo; y solia tener una mançana redonda en la mano, mas ella le ha sido quitada. Y dizesse que esto significa que ha perdido gran partida de su tierra" (fo. iii r.)
Estas noticias enciclopédicas van escamoteando el estricto hilo del itinerario geográfico, que en su esquema más elemental, cercano a los mapamundi, se construye a base de distancias y medidas, descripciones tipificadas de las principales ciudades, montañas, ríos o islas, de largas series de topónimos encadenados, etc.
Este esquema se completa, como decimos, con otra serie de elementos complementarios, que van desde la escueta interpolación hasta la más elaborada digresión narrativa, según los intereses específicos del autor. Por ejemplo, en este mismo capítulo primero, la mención de la ciudad de Constantinopla da pie a una extenso comentario acerca de las reliquias del martirio de Jesucristo en la Pasión que allí se encuentran (fo. iii r.- fo. iv r.). Otro ejemplo: en el capítulo V del primer libro, la introducción de la "leyenda de la hija de Hipocrás que fue vista como dragón" da lugar a una verdadera interpolación narrativa tanto por su extensión, como por la presentación de los actantes a través de la alternancia del estilo indirecto del narrador con el directo del diálogo que mantienen los protagonistas (fo. vi r. - fo. v r.).
Es cierto que el relato puede alcanzar momentos de gran detallismo geográfico, pero la información nunca se ve libre de la glosa enciclopédica, la ponderación, etc. Fragmentos tan escandalosamente novelescos como el relato de la hija de Hipocrás coexisten con otros momentos rigurosamente pseudocientíficos del relato, los cuales permiten imaginar a un Mandeville pegado a la contemplación de un mapa. Así sucede con la larga retahíla de tipónimos y medidas del capítulo VIII del libro primero, donde se nos informa de que "de Sidón a Barut ay xliij leguas, que son iii jornadas, y de Sidón a Domas v leguas y quien se quiere apertar de Domas y acrecar a Hierusalem, vasse de Chipre al puerto de Jafa. Aqueste es el más cercano puesrto de aquí, y dende ay jornada y media hasta Hierusalem...." (fo. vii v.). Los conocimientos de cosmografía y demás disciplinas intelectuales que debió haber aprehendido en su etapa de formación, nos muestran a un Mandeville en su faceta de científico y erudito; así, procura la forma más "deleitable" de vehicular teorías y argumentos "doctrinales". Así, en el capítulo II del libro segundo, revistiendo de aventura su postura en el debate cosmográfico, el autor asegura que "si yo huviera visto hallado naves y alguna compañía para yr adelante yo creo que huviera visto toda la redondez del mundo porque assí como os he dicho la meitad del firmamento no tiene sino xxx grados, y yo he visto lxxxij de una parte y xxxij de otra que son lxxxv grados y de la otra parte cerca de la meitad..." (fo. xxxviii v.).
Dado el carácter en sí mismo enciclopédico del supuesto mapa que Mandeville interpreta, a veces resulta difícil discernir dónde acaba em mapa y dónde empieza su interpretación; es decir, hasta qué punto reproduce, amplía, retoca, o complementa su enciclopedismo. Aunque lo verdaderamente importante es que, sea como fuere, la impresión de heterogeneidad en el discurso no se da ni en la emisión ni en la recepción. Heterogeneidad que resulta del aprovechamiento de múltiples fuentes. Las fuentes cultas que el autor explicita en la segunda parte en la segunda parte se completan con otras implícitas, no declaradas, a saber, la voz y la memoria, todo tipo de obras divulgativas de la tradición escrita y, sobre todo, el propio género de los relatos de viajes, con el que se entablan lazos de dependencia intertextual.
En cuanto a las escritas, la crítica ha logrado identificar muchas de ellas. Citaremos solo las más importantes. La información relativa a los santos lugares procede del Itinerarium de Guillermo de Boldense; para la descripción de algunas zonas de Asia se valió de la obra de Marco Polo, Odorico de Pordenone y de Carpino; del Speculum naturale de Vicente de Beauvais parecen sacadas muchas descripciones de hombres mounstruosos, que a su vez, se remontan a Solino, Plinio o San Isidoro. Otras obras que utiliza son la Leyenda áurea de Jacobo de la Vorágine o la Historia Hierosolimitanae, de Vitry... (Rubio 1896: 59). Pero a continuación del préstamo viene siempre la glosa; en ocasiones la fuente se somete a los mínimos cambios - por ejemplo: simple sustitución de la medida exacta por una expresión ponderativa: "gran cantidad"- ; en otras, como en la descripción del Nilo, el modelo de Bruneto Latini no impide que Mandeville se esfuerze en transmitir viva y personalísimamente las impresiones de su contemplación.
Las cuatro características reseñadas por Miguel Ángel Pérez Priego para los libros de viajes, es decir, itinerario como "urdimbre o trbazón del relato", orden cronológico como pauta para marcar unidades narrativas - rasgo de menos interés en los viajes imaginarios- , orden espacial o plano donde se insertan las decripciones de los lugares, verdaderos protagonistas del libro, ya sean ciudades descritas según un modelo retórico, ríos, islas, etc., y, en último lugar presentación del relato como verídico son cumplidas por la obra de Mandeville.
Así, con la asunción de la poética de los libros de viajes, encontraba el medio más adecuado de alcanzar sus fines. En primer lugar, a tenor de los acontecimientos que apuntan a una crisis de la Europa cristiana hacia mediados del XIV, cabe destacar la finalidad no gratuitamente devota, sino especialmente moralizante y crítica de la descripción en la primera parte de la Tierra Santa que "nos fue prometida en heredamiento, por lo cual cada fiel christiano deve disponerse a demandar su herdamiento y ganar esta tierra de poder de infieles, y en aquesto querría yo que se ocupasen los príncipes christianos", coincidiendo en lo esencial con la crítica a la sociedad contemporánea que se contiene en la Carta del Preste Juan escrita doscientos años antes. Por otro lado, el viaje imaginario bien pudo haber sido un arma de doble filo destinada no solo a describir matizar algunos aspectos polémicos en relación con la imagen física del mundo asumida por hombres cultos del XIV, sino especialmente a refutar las viejas teorías que rechazaban la posibilidad de dar la vuelta al mundo. Las tesis que Mandeville ha ido intercalando a lo largo del relato reaparecen en el colofón ("pues assí yo, después de haver rodeado casi la totalidad del mundo") ponen un punto y final nada inocente al relato. ¿Tuvo algo que ver la obra con el redescubrimiento de Ptolomeo a finales del siglo XIV? ¿Cómo es posible que, transcurridos más de doscientos años, Colón conceda credibilidad al conjunto de patrañas que es el Libro de las maravillas?
Ambos fines, el descriptivo y el erudito o doctrinal, combinados con los correspondientes medios, revelan la verdadera personalidad ideológica, intelectual y literaria de un Mandeville que se finge religioso pero tiene vocación de científico. De un viajero de escritorio, en definitiva, abanderado de las inquietudes y contradicciones del otoño de la Edad Media. No estuvo solo en su empresa, ya que, con más o menos diferencias, sus objetivos y características - curiosidad extrema, religiosidad atenuada, narrador protagomista- son comunes a los de otros libros medievales más tardíos que, a partir del siglo XIV, anuncian el gran momento de florecimiento del género en el siglo XV, oscilando entre la pérdida definitiva del valor histórico-geográfico en favor de la consagración del viaje imaginario y el deseo de dejar constancia tanto de los referentes explorados como de la propia aventura personal.
Para la difusión efectiva del conocimiento geográfico y enciclopédico del mundo, Mandeville era consciente de que la yuxtaposición de temas y objetivos tan dispares como la recopilación de fábulas, la descripción y guía de Tierra Santa y la presentación de la aventura desde la reflexión y el recuerdo de su andadura caballeresca por "muchas tierras y passos peligrosos" (fo. lix v.), en la que llevó a cabo "muchos hechos notables dignos de inmortal memoria" (fo. lix v.), lejos de plagar el discurso de contradicciones, aseguraba el atractivo de los medios y convertía su obra en una especie de enciclopedia popular.
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