Autor: Alfonso Martín Jiménez

Título Artículo: El lugar de origen de Pasamonte en el Quijote de Avellaneda

Fecha de envío: 7/012/2005


Resumen:

Avellaneda conocía perfectamente la zona cercana al zaragozano pueblo de Ibdes, localidad natal de Jerónimo de Pasamonte, así como las imágenes que hoy en día aún se conservan en la Iglesia de San Miguel Arcángel de Ibdes, y se inspiró en dicha localidad y en sus alrededores para crear los principales escenarios aragoneses del Quijote apócrifo, sugiriendo cuál era su verdadero lugar de origen.

 

Abstract:

Avellaneda perfectly knew the surroundings of Ibdes, which was the birthplace of Jerónimo de Pasamonte in the region of Zaragoza; he also had a great knowledge of the images which are still kept nowadays in the Church of San Miguel Arcángel of Ibdes. Avellaneda inspired on the places above to build up the main Aragonese scenery of his apocryphal Quixote, suggesting this way where he came from.


 

El lugar de origen de Pasamonte en el Quijote de Avellaneda

 

 

Las descripciones de algunos lugares de Aragón que figuran en el Quijote apócrifo pueden ayudar a desenmascarar al verdadero autor de la obra, y no solo vienen a sustentar su origen aragonés, denunciado repetidamente por el propio Cervantes en la segunda parte de su Quijote, sino también que Avellaneda era en realidad Jerónimo de Pasamonte.

En otros lugares he explicado y argumentado la disputa literaria que se produjo entre Miguel de Cervantes y Jerónimo de Pasamonte (Martín, 2001, 2004, 2005, en prensa), que puede sintetizarse así: el aragonés Jerónimo de Pasamonte, nacido en 1553 en la localidad zaragozana de Ibdes, participó en 1571 en la batalla de Lepanto, formando parte del mismo tercio que Cervantes. Unos años después, en 1574, al defender la tunecina plaza de la Goleta, Pasamonte fue capturado por los turcos, y sufrió un largo y penoso cautiverio de dieciocho años, parte del cual pasó remando como galeote. Tras ser liberado, regresó a España, y en 1593, sirviéndose de un procedimiento de transmisión literaria habitual en la época, puso en circulación el manuscrito de su autobiografía, titulada Vida y trabajos de Jerónimo de Pasamonte, en la que narraba las batallas contra los turcos en las que había participado en su juventud y las penalidades experimentadas durante su cautiverio. Y en dicha autobiografía, al describir la toma de la Goleta por parte de las tropas cristianas en 1573, acontecimiento militar en el que no hubo auténtico combate debido a la huida del enemigo, se atribuyó un comportamiento heroico idéntico al que había tenido Cervantes en la batalla de Lepanto, ya que se presentaba como un enfermo de calentura que, desoyendo el consejo de su capitán, quien le animaba a quedarse en la cámara de la galera con los demás enfermos, se empeñaba en pelear. Tras leer el manuscrito de la autobiografía de Pasamonte, Cervantes lo satirizó en el capítulo 22 de la primera parte del Quijote (publicada en 1605) bajo la apariencia de Ginés de Pasamonte, transformando al desdichado galeote de los turcos en un condenado por sus muchos delitos a las galeras del Rey de España, y tildándolo de embustero, cobarde y ladrón. Pero Cervantes no se conformó con ridiculizar a Jerónimo de Pasamonte, sino que realizó además una imitación meliorativa de su autobiografía al escribir la Novela del Capitán cautivo, inserta en la primera parte del Quijote cervantino (capítulos 37-42). En efecto, la Vida y trabajos de Jerónimo de Pasamonte y la Novela del Capitán cautivo son relatos autobiográficos que presentan una estructura argumental idéntica. Pasamonte había narrado en su autobiografía tres tipos de experiencias: las batallas entre cristianos y turcos que tuvieron lugar entre 1571 y 1574, las penalidades experimentadas en su cautiverio y las vicisitudes de su viaje de vuelta a España tras obtener la liberación. Y el relato autobiográfico del Capitán cautivo cervantino despliega exactamente los tres mismos motivos temáticos, ya que narra las batallas entre turcos y cristianos que acaecieron entre 1571 y 1574, los sucesos de su cautiverio y el azaroso viaje de regreso a España tras ser liberado. Además, Cervantes incluyó en su relato numerosos elementos que no estaban basados en su propia experiencia como cautivo en Argel, sino en los datos aportados en la autobiografía de Pasamonte. De esta forma, Cervantes ofrecía su propia visión sobre las contiendas entre turcos y cristianos y sobre el cautiverio, y hacía ver a Pasamonte que estaba realizando un relato meliorativo de su autobiografía como réplica al hecho de que el aragonés se hubiera querido adjudicar en ella su actitud heroica en la batalla de Lepanto. Así pues, en la disputa imitativa que mantuvieron, Cervantes fue quien imitó en primer lugar a Pasamonte.

Cuando leyó la primera parte del Quijote cervantino, Pasamonte se vio en ella satirizado e imitado. En ese momento, el aragonés había ampliado la primera versión de su autobiografía, añadiéndole los acontecimientos que le habían sucedido entre 1593 y 1603, época en la que, viendo frustrado su deseo de hacerse clérigo, tuvo que servir como soldado en el reino de Nápoles. Pasamonte culminó la versión definitiva de su autobiografía al añadirle dos dedicatorias fechadas en Capa (Italia) a 25 y 26 de enero de 1605, y en una de esas dedicatorias explicaba su intención de no dar a la imprenta su obra, que se trasmitiría únicamente en forma manuscrita. Esta decisión, como apunta Martín de Riquer (1988), seguramente se debió a que pocos días antes se había publicado la primera parte del Quijote, en la que Cervantes lo había denigrado bajo la apariencia del galeote Ginés de Pasamonte, al que presentaba además como autor de una autobiografía titulada Vida de Ginés de Pasamonte. Así pues, viéndose imposibilitado de publicar su autobiografía para no ser identificado con el galeote cervantino, denostado en una obra de gran difusión, decidió vengarse de Cervantes continuando la historia de don Quijote. Para ello, escribió el Segundo tomo del Ingenioso Hidalgo don Quijote de la Mancha, que firmó con el falso nombre del licenciado Alonso Fernández de Avellaneda. En el prólogo de esta obra, Avellaneda daba a entender que continuaba la obra de Cervantes porque éste le había ofendido haciendo “ostentación de sinónimos voluntarios”[1], en clara referencia a los nombres de Ginés de Pasamonte y de Ginesillo de Parapilla o Paropillo que Cervantes había adjudicado a su galeote, y sugería que se sentía autorizado a hacerlo porque Cervantes había realizado en la primera parte del Quijote una “copia de fieles relaciones que a su mano llegaron” (prólogo, 196), en alusión al manuscrito de la Vida y trabajos de Jerónimo de Pasamonte, que había circulado de mano en mano hasta llegar a la de Cervantes, y del cual se sirvió para componer la Novela del Capitán cautivo. Y como ya había hecho con las dos versiones de su autobiografía, Pasamonte puso en circulación el manuscrito del Quijote apócrifo después del 29 de mayo de 1610 (Martín, 2005: 172-173).

El manuscrito de Avellaneda llegó a manos de Cervantes, que no tuvo ninguna dificultad para reconocer a su verdadero autor, pues sabía muy bien a quien había ofendido e imitado en la primera parte del Quijote. Cervantes leyó también el manuscrito de la versión definitiva de la Vida y trabajos de Jerónimo de Pasamonte, y, para hacer ver al aragonés que lo consideraba el autor del Quijote apócrifo, remedó ambos manuscritos en varias de sus obras, aunque lo hizo de forma encubierta, evitando así que Pasamonte cobrara renombre a su costa. En el entremés de La guarda cuidadosa (que lleva una fecha interna de 6 de mayo de 1611), en  El coloquio de los perros (novela ejemplar escrita antes del 2 de julio de 1612) o en el Viaje del Parnaso (cuya parte versificada fue compuesta antes de julio de 1613), Cervantes alternó las alusiones a los manuscritos de la Vida y trabajos de Jerónimo de Pasamonte y del Quijote de Avellaneda, y llegó a calcar literalmente sus expresiones, mostrando así su convencimiento de que pertenecían al mismo autor (Martín, 2005: 143-173). Además, Cervantes comenzó a escribir la segunda parte de su Quijote, en la que no solo aludió frecuentemente al manuscrito de la Vida y trabajos de Jerónimo de Pasamonte, sino que remedó encubiertamente el del Quijote de Avellaneda, hasta el punto de que todos los episodios de la segunda parte del Quijote cervantino, desde el primero hasta el último, constituyen una imitación meliorativa, satírica o correctiva del Quijote apócrifo (Martín, 2001: 193-421; 2005; 175-258). En la segunda mitad de 1614 se publicó el Quijote de Avellaneda, y, tras tener noticia de dicha impresión, que confería a la obra de su rival una categoría más preocupante, Cervantes decidió mencionarla expresamente para criticarla, lo que hizo por primera vez en el capítulo 59 de la segunda parte de su Quijote, y continuó remedándola de forma encubierta hasta el final de su obra, que sería publicada en 1615.

Las evidencias que indican que Jerónimo de Pasamonte escribió el Quijote apócrifo son abrumadoras, y tenemos ya al menos la certeza de que el propio Cervantes lo identificaba con Avellaneda, como hizo ver al alternar en varias de sus obras las alusiones a los dos manuscritos del aragonés y los calcos literales de sus expresiones. Además, Cervantes indicó en el prólogo de la segunda parte de su Quijote, escrito tras finalizar la obra, que Avellaneda había falseado su nombre y su lugar de origen, creando unas expectativas que serían satisfechas en el propio cuerpo de la novela, en la cual se desvelaba la verdadera identidad del usurpador a través de dos personajes indudablemente relacionados con el Quijote apócrifo: maese Pedro-Ginés de Pasamonte, que dirige una representación que es interrumpida por don Quijote, de igual forma que el don Quijote de Avellaneda había interrumpido otra representación en la obra apócrifa, y don Jerónimo, personaje que en el capítulo 59 de la segunda parte cervantina entrega el libro apócrifo recién publicado a don Quijote, reconociéndolo como el auténtico. Así pues, a través de los personajes de don Jerónimo y de Ginés de Pasamonte, Cervantes dejó indicados el nombre y el apellido de su rival, Jerónimo de Pasamonte, revelando además su origen aragonés.

Por otra parte, hasta la fecha no se ha realizado ni una sola objeción capaz de rebatir que Jerónimo de Pasamonte escribiera el Quijote apócrifo, y las alegaciones formuladas, como he explicado en otros lugares (Martín, 2004; 2005: 71-87), pueden ser refutadas sin dificultad. Ante la inconsistencia de tales objeciones, solo queda invocar la subjetiva creencia de que el autor de la Vida y trabajos de Jerónimo de Pasamonte no estaba capacitado para escribir el Quijote apócrifo, lo que tan solo constituye una suposición inscribible en el ámbito de lo opinable que puede ser contrarrestada con la simple enunciación de la creencia contraria, y que, como tal suposición, carece de cualquier valor demostrativo. De hecho, y más allá de la simple formulación de impresiones subjetivas, las similitudes formales, expresivas y temáticas que existen entre ambas obras indican todo lo contrario (Martín, 2001: 116-140; 2005: 93-112), y sus posibles diferencias de estilo o calidad son fácilmente explicables, ya que pertenecen a géneros radicalmente distintos que las determinan. Hay que tener en cuenta que Jerónimo de Pasamonte no tenía elevadas pretensiones artísticas al escribir su autobiografía, originada como un documento oficial destinado a exponer la relación de sus servicios a las autoridades reales y escrito con el estilo de los documentos administrativos, mientras que sí tenía una mayor motivación estilística en el momento de escribir un novela como el Quijote apócrifo, ya que Cervantes había realizado una imitación meliorativa de su autobiografía en la Novela del Capitán cautivo de la primera parte del Quijote, lo que sin duda indujo al aragonés a competir literariamente con su rival cuando se dispuso a continuar la historia de don Quijote.

Se ha objetado también que desconocemos si Jerónimo de Pasamonte seguía con vida cuando se compuso el Quijote apócrifo, ya que la última noticia fiable del mismo es del 26 de enero de 1605, momento en el que, a los cincuenta y un años de edad, fechó y firmó en Capua (Italia) la segunda dedicatoria de su autobiografía. Sin embargo, Joaquín Melendo Pomareta (2001, 2002) ha dado a conocer unos documentos que parecen indicar que Jerónimo de Pasamonte regresó a España después de esa fecha, ingresando como fraile bernardo en el zaragozano Monasterio de Piedra, donde podría haber escrito el Quijote apócrifo.

En un documento de 8 de septiembre de 1601, relativo a una Sentencia Arbitral de la zaragozana villa de Carenas y el Monasterio de Piedra, se mencionan los integrantes del Capítulo de monjes del Real Monasterio de Piedra, y entre ellos se encuentra un “fray Gerónimo Pasamonte” (figura 1).

 

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Figura 1

Documento de 8 de septiembre de 1601 (Archivo Histórico Nacional de Madrid.

Clero, Piedra. Libro 18650, folio 165 v) en el que figuran los monjes del claustro

del Monasterio de Piedra. En la sexta línea aparece “fray Gerónimo Pasamonte”.

Y en un libro en el que los alcaides de la villa de Carenas, que pertenecía al Monasterio de Piedra, anotaban los cambios en las propiedades de unas parcelas del lugar, figura un párrafo manuscrito firmado por “Fray Gerónimo Pasamontte Alcayde”, monje cisterciense del Monasterio de Piedra y alcaide de la villa de Carenas (figura 2).

 

Figura 2

Párrafo autógrafo escrito y firmado entre 1622 y 1626 por “fray Gerónimo Pasamontte”,

fraile bernardo del Monasterio de Piedra y alcaide de Carenas (Archivo Histórico

Nacional de Madrid. Clero, Piedra. Libro 18.642, folio 3)[2]

 

A este respecto, hay que tener en cuenta el sistema municipal que regía en la época en el Reino de Aragón. El representante del Concejo era “el justicia”, cargo equivalente al del alcalde actual, y solo los llamados “pueblos de señorío”, dependientes de un Señor o de una institución religiosa, tenían “alcayde” (o alcaide), que era designado por el Señor o por la Institución, de manera que en dichos pueblos podía haber un alcaide, que era la máxima autoridad, y un justicia, representante del Concejo y de la autoridad real. Este sistema estuvo vigente hasta la época de Felipe V, y, más concretamente, hasta 1711, momento en el que se dictaron los Decretos de Nueva Planta y se instauró el sistema de los corregimientos, dando lugar a los alcaldes y regidores.

La localidad de Carenas, situada cerca de Ateca, era un “pueblo de señorío” que pertenecía al Monasterio de Piedra, el cual nombraba a uno de sus monjes como alcaide para gobernarlo en su nombre. En el libro solo figura una inscripción de “Fray Gerónimo Pasamontte Alcayde”, lo que parece indicar que murió poco después de hacerla. El párrafo en cuestión no está datado, pero, a partir de las fechas que constan en otras partes del mismo libro, es posible deducir que fue escrito entre 1622 y 1626 (Melendo, 2001), periodo en el que el autor de la Vida y trabajos de Jerónimo de Pasamonte, nacido poco antes del 9 de abril de 1553, tendría entre 68 y 73 años.

Pues bien, la firma de este “Fray Gerónimo Pasamontte Alcayde” presenta ciertas similitudes con las tres firmas autógrafas que figuran en el manuscrito de la Vida y trabajos de Jerónimo de Pasamonte conservado en la Biblioteca Nazionale Vittorio Emanuele III de Nápoles (figura 3).

 

 

 

 

Figura 3

Firmas autógrafas (20 de diciembre de 1603, 25 de enero de 1605 y 26 de enero de 1605)

 que figuran en el manuscrito de la Vida y trabajos de Jerónimo de Pasamonte

conservado en la Biblioteca Nazionale Vittorio Emanuele III de Nápoles

 

Entre las tres firmas de la Vida y trabajos de Jerónimo de Pasamonte y la de “Fray Gerónimo Pasamontte Alcayde” hay algunas coincidencias que pueden ser apreciadas a simple vista: así, en todas ellas figura el nombre de pila en un renglón y el apellido en otro renglón inferior, y la sílaba “ni” del nombre (que entonces se escríba con “G”) aparece separada de la que la precede y la sigue (“Gero ni mo”). Para mayor seguridad, he solicitado al respecto un peritaje a expertos en paleografía y caligrafía de la época. Irene Ruiz Albi y José Manuel Ruiz Asencio, profesora y catedrático de Paleografía y Diplomática de la Universidad de Valladolid, a quienes agradezco su inestimable colaboración, han tenido la gentileza de comparar las tres firmas del manuscrito de la Vida y trabajos de Jerónimo de Pasamonte con la firma y el párrafo autógrafo de “Fray Gerónimo Pasamontte Alcayde” (en cuya última línea también figura escrito su nombre y su apellido), llegando a la conclusión de que, a pesar del tiempo que las separa, hay en dichas firmas varios rasgos que permiten pensar razonablemente que pertenecen a la misma persona.

En el documento del 8 de septiembre de 1601 figura un “fray Gerónimo Pasamonte” como miembro del capítulo de monjes del Monasterio de Piedra, y el autor de la Vida y trabajos de Jerónimo de Pasamonte, como él mismo indica en su autobiografía, en agosto de 1603 seguía casado y vivía en Nápoles, el 20 de diciembre de ese año puso fin a su autobiografía en la misma ciudad, y en enero de 1605 permanecía en Capua (Italia). No obstante, las similitudes entre la firma del “Fray Gerónimo Pasamontte Alcayde” del documento escrito entre 1622 y 1626 y las tres de la autobiografía de Pasamonte parecen indicar que éste llegó a ingresar después de 1605 en el Monasterio de Piedra. De ser así, “Fray Gerónimo Pasamontte Alcayde” podría ser otra persona distinta al “fray Gerónimo Pasamonte” que figura en el documento del 8 de septiembre de 1601 (Riquer, 2003: 428; Frago, 2005: 38, nota 27).

El análisis caligráfico no otorga una certeza absoluta, pero sustenta la posibilidad de que Jerónimo de Pasamonte regresara a España después de 1605 e ingresara como fraile bernardo en el cisterciense Monasterio de Piedra. Y el que hubiera contraído matrimonio no constituía un impedimento insalvable para llegar a ser fraile, ya que los casados podían serlo si enviudaban, o si ambos cónyuges renunciaban a su vida anterior e ingresaban en sendos conventos (y la mujer de Pasamonte ya había vivido antes en un convento, del que el aragonés la sacó para desposarla).

Por lo demás, el manuscrito de la Vida y trabajos de Jerónimo de Pasamonte fue encontrado por Marcelino Menéndez Pelayo durante un viaje a Nápoles realizado en 1877, y uno de sus discípulos, Adolfo Bonilla y San Martín, al comentar la estancia en Nápoles de su maestro, indicó que Jerónimo de Pasamonte era fraile, lo que no consta en el manuscrito que se conserva:

Allí [...] encontró [...] dos curiosas autobiografías, manuscritas también, del siglo XVI: una de D. Alonso Enríquez de  Guzmán; otra de un fray Jerónimo de Pasamonte, que anduvo cautivo en Berbería y cuenta en su libro famosas historias de hechicerías, de las cuales fue víctima su autor en Italia y en España (Bonilla, 1915: 27).

Cabe pues la posibilidad de que Menéndez Pelayo hallara en Nápoles algún dato complementario que indicara la condición de fraile de Jerónimo de Pasamonte. Por otra parte, el aragonés indicó claramente en su autobiografía las estrechas relaciones que él mismo y su familia mantuvieron con el Monasterio de Piedra. Así, Pasamonte cuenta que, siendo niño, cayó gravemente enfermo, y su familia, que tenía su enterramiento en dicho monasterio, preparó su sepelio en el mismo: “no sé qué enfermedad me dio que fui despedido de los médicos y vi el ataúd y antorchas encendidas en la cámara para llevarme en un monasterio de San Bernardo [el Monasterio de Piedra], donde era nuestro enterramiento, que es una legua del lugar [su localidad natal de Ibdes]”[3]. Siendo aún muy joven, hizo el voto religioso de ingresar en el Monasterio de bernardos de Veruela, situado en la falda oriental del Moncayo: “Y yo, un día, oyendo misa en Nuestra Señora del Pilar, me voté en su capilla, que [...] me había de poner fraile en un monasterio de Bernardos que se llama Veruela” (10, 7). Cuando volvió a España después de su largo cautiverio, estuvo en uno de sus viajes en un pueblo de señorío que pertenecía a dicho monasterio (“Dormí un sábado a la noche en un lugar que se llama Alcalá, que es de un monasterio de Bernardos que se llama Veruela” [41, 37]), y tal vez entonces solicitó que se le dispensara de su voto para ingresar en otro monasterio de bernardos con el que su familia siempre había mantenido mayores relaciones, como era el Monasterio de Piedra (Melendo, 2001: 14). Lo cierto es que poco después, en los primeros meses de 1594, Pasamonte fue acogido en el Monasterio de Piedra por su abad: “...y me fui al monasterio de Bernardos que se llama el Monasterio de Piedra y es muy rico, y teníamos allí nuestro enterramiento. El abad deste monasterio me tuvo allí algunos días con mucho regalo a su mesa” (42, 38). El abad del Monasterio de Piedra era entonces Pedro Luzón, quien seguramente era hijo de Pedro Luzón y de María de Pasamonte (Melendo, 2001: 14), los tíos de Jerónimo que, según cuenta en su autobiografía, se encargaron de él cuando quedó huérfano: “Dejó mi padre por nuestros tutores a Pedro Lujón y a D.ª María de Pasamonte, su mujer” (7, 7). Así pues, el abad del Monasterio de Piedra sería primo carnal de Jerónimo de Pasamonte. Tras pasar unos días en el Monasterio de Piedra, Pasamonte se dirigió a Madrid para gestionar su posible ordenación como sacerdote, pero solo consiguió una cédula real que le obligaba a servir en la milicia. El 23 de abril de 1595 embarcó hacia Italia con la esperanza de conseguir algún beneficio que le permitiera prescindir de la cédula real y ser nombrado sacerdote, y, al no conseguirlo, tuvo que servir como soldado en el reino de Nápoles.

A este respecto, el propio Pasamonte confiesa que, durante su etapa en el reino de Nápoles, varias personas le acusaron de ser fraile, lo que no deja de ser llamativo. En el capítulo 52 de su autobiografía, escrito en 1603, Pasamonte niega airadamente la acusación de su suegro: “Que el mal hombre dijo que yo era fraile, y que lo probaría; y esto y el haber dicho yo soborné al confesor con dineros, bastaría a echallo en una galera” (57). Y en el capítulo 53 describe un sueño en el que se le aparecen “muchas de la cofradía de Satanás”, de las cuales dice lo siguiente: “ellas todas a una querían asirme y decían: ‘¡Oh el traidor, que es fraile! [...]. Pero ellas entendieron que yo era fraile, y así se decía después por la ciudad” (59-60). Curiosamente, en el documento de 8 de septiembre de 1601 en el que figura un “fray Gerónimo Passamonte” como fraile del Monasterio de Piedra, se hace referencia, como se puede comprobar en la figura 1, a los monjes ausentes y advenideros:

...fray Gerónimo Pasamonte, fray Malachías Domínguez, fray Eugenio Romero, fray Anselmo Casado y fray Domingo Escolano, monges del dicho conuento y monesterio de Piedra, et de nos, todo el dicho capítulo y conuento del dicho monesterio capitulantes, capítulo hazientes, tienintes y representantes, los presents por nosotros y por los absentes y aduenideros...

A tenor de estos datos, cabría sospechar que, antes de partir a Italia en 1595, Pasamonte pudo llegar a algún tipo de acuerdo con el abad del Monasterio de Piedra (seguramente su primo), quien le podría haber inscrito como “fraile advenidero” en dicho monasterio ante la eventualidad de que no lograra hacerse clérigo en Italia, por lo que el “fray Gerónimo Pasamonte” que figura en el documento de 8 de septiembre de 1601 también podría ser el autor de la Vida y trabajos de Jerónimo de Pasamonte. En cualquier caso, y ya existiera o no ese acuerdo previo, la estrecha relación que el autor de la Vida y trabajos de Jerónimo de Pasamonte mantuvo con el Monasterio de Piedra, así como el documento escrito y firmado entre 1622 y 1626 por “Fray Gerónimo Pasamontte Alcayde”, apuntan la posibilidad de que, tras su etapa como soldado en Italia, y al no ver consumado su deseo de ser sacerdote, Pasamonte volviera a España después de 1605 y cumpliera su voto juvenil de hacerse fraile bernardo, ingresando en el Monasterio de Piedra.

Eso explicaría el hecho de que Avellaneda, en el primer capítulo del Quijote apócrifo, sitúe la acción el 20 de agosto, día de San Bernardo, cuya vida lee don Quijote a Sancho, realizando un apasionado elogio del mismo y destacándolo sobre todos los demás santos:

Siéntate [le dice don Quijote a Sancho], y leerte he la vida del santo que hoy, a veinte de agosto, celebra la Iglesia, que es San Bernardo [...].

-Mas [...] lea, y veamos la vida que dice de San Bernardo.

Leyóla el buen hidalgo [...]. Acabando don Quijote de leer la vida de San Bernardo, dijo:

-¿Qué te parece, Sancho? ¿Has leído santo que más aficionado fuese a Nuestra Señora que éste? ¿Más devoto en la oración, más tierno en las lágrimas y más humilde en obras y palabras?

-A fe -dijo Sancho- que era un santo de chapa. Yo le quiero tomar por devoto de aquí adelante...

(I, 212-213).

A pesar de firmar con un nombre fingido, Avellaneda dejó en su obra varias indicaciones sobre su verdadera identidad (Martín, 2001: 141-159; 2005: 112-124), su lugar de origen y su condición, y, al parecer, ya en su primer capitulo pretendió sugerir que era un fraile bernardo, lo que indicaría que Jerónimo de Pasamonte escribió el Quijote apócrifo siendo fraile bernardo en el Monasterio de Piedra. Desde hace tiempo, la crítica venía sospechando que Avellaneda era un fraile, y se supuso que sería un fraile dominico debido a la clara estima que muestra en su obra por la orden de Santo Domingo. A este respecto, conviene resaltar que Jerónimo de Pasamonte manifiesta repetidamente en su autobiografía su enorme aprecio por los dominicos (Riquer, 1988: 105-108), por lo que cumpliría la doble condición de ser fraile bernardo y admirador de la orden de Santo Domingo.

El Monasterio de Piedra fue fundado por el tarraconense Monasterio de Poblet y era filial del mismo, por lo que los monjes bernardos de este último monasterio podrían haber mediado en la consecución de las licencias de impresión del Quijote apócrifo, que se otorgaron en Tarragona (Melendo, 2002). Y el documento que viniera a ratificar definitivamente la identidad de Avellaneda tal vez pudiera hallarse, de existir, entre la abundante documentación sobre el Monasterio de Piedra que se conserva en el Archivo Histórico Nacional de Madrid (Melendo, 2001).

Por otra parte, no deja de ser paradójico el hecho de que la crítica haya aceptado sin reservas las manifestaciones que Cervantes realizó en el prólogo de la segunda parte de su Quijote sobre la falsedad del nombre y del lugar de origen que se había atribuido Avellaneda, las cuales originaron el largo proceso de búsqueda de su verdadera identidad, y que no se haya otorgado la misma veracidad a sus afirmaciones, incluidas en el cuerpo de la novela, sobre el auténtico lugar de origen del falso autor, cuando resultan de todo punto inequívocas. En efecto, en el capítulo 59 de la segunda parte del Quijote cervantino, don Quijote hojea la obra de Avellaneda recién publicada y dice de ella que su “lenguaje es aragonés” (II, 59, 471)[4] ; en el mismo capítulo 59 el narrador dice que don Jerónimo y don Juan “verdaderamente creyeron que éstos eran los verdaderos don Quijote y Sancho, y no los que describía su autor aragonés” (II, 59, 472); en el capítulo 61, al ser reconocido en Barcelona, don Quijote afirma lo siguiente: “yo apostaré que han leído nuestra historia y aun la del aragonés recién impresa” (II, 61, 477), y en el capítulo 70, uno de los diablos de la visión de Altisidora se refiere a “la Segunda parte de la historia de don Quijote de la Mancha, no compuesta por Cide Hamete, su primer autor, sino por un aragonés, que él dice ser natural de Tordesillas” (II, 70, 496-497). Estos testimonios de Cervantes, que sin duda conocía mejor que nadie el trasfondo de su disputa con Avellaneda, no presentan ni la más mínima dubitación, y muestran de manera absolutamente diáfana su convencimiento de que el autor del Quijote apócrifo era aragonés. Por lo tanto, las propias palabras de Cervantes excluyen las candidaturas últimamente propuestas de autores no aragoneses, como los madrileños Lope de Vega (Gómez, 2000; Pérez, 2002) y Tirso de Molina (Madrigal, 2005); el toledano Baltasar Elisio de Medinilla (Pérez, 2002) o Baltasar Navarrete (Blasco, 2005), seguramente de Tierra de Campos o de Valladolid, y, en cualquier caso, desvinculado de Aragón.

En el Quijote apócrifo hay datos suficientes para sustentar que Cervantes no estaba equivocado al denunciar el origen aragonés de Avellaneda, ya que éste muestra conocer perfectamente varias localidades aragonesas. Así, no cabe ninguna duda de que Avellaneda conocía directamente Zaragoza, pues describe minuciosamente varios lugares de la ciudad: su palacio de “la Aljafería” (8, 317), que hoy en día se conserva en buen estado, por el que pasan don Quijote y Sancho al llegar a la ciudad; sus abundantes torres mudéjares, el muro medieval de la reloja (del que se conservan algunos tramos en el Paseo de la Mina y en la calle Asalto) y el reloj que había en la desaparecida Torre Nueva, elementos a los que Sancho se refiere en los siguientes términos: “Un lugar [Argamasilla de la Mancha] es harto mejor que esta Zaragoza; ello es verdad que no tiene tantas torres como ésta […] ni tiene esta tapia grande de tierra que la cerca al derredor [...]. Ello es verdad que no tenemos reloj...” (8, 319); la “puerta del Portillo” (8, 322), que estaba en la zona de la actual Plaza del Portillo; “la cárcel” (8, 325) en la que encierran a don Quijote, es decir, la cárcel de la Manifestación del Reino, situada en la calle de Predicadores, donde hoy todavía están los juzgados, muy próxima al río Ebro (Riquer, 1972: XLVIII); los atlantes barbudos que hay a ambos lados de la puerta del palacio de los Luna (situado al inicio de la calle del Coso en su intersección con la Avenida César Augusto y convertido hoy en día en Audiencia), a los que se refiere don Quijote como “los dos fieros gigantes que a la puerta están, levantados los brazos, con dos mazas de fino acero, para estorbar la entrada a los que, a pesar suyo, quisieren entrar dentro” (9, 331-332); “las ventanas y balcones de la famosa calle del Coso” (10, 338-339) que adornan el Palacio de los condes de Sástago (hoy en día propiedad de la Diputación Provincial de Zaragoza), en una de cuyas entradas Avellaneda especifica que había una plaza (“…la primera entrada, como venimos de la plaza…” [11, 349]), es decir, la antigua plaza de San Francisco, hoy Plaza de España (Riquer, 1972: XLIX), y “la ancha plaza que en esta ciudad llaman del Pilar, por estar en ella el sacro templo y dichoso sanctuario que es felicísimo depósito del pilar divino, sobre quien la Virgen benditísima habló y consoló en vida a su sobrino y gran patrón de nuestra España, el apóstol Sanctiago” (12, 382). Tanto el conocimiento detallado de Zaragoza como el sentimiento de devoción típicamente aragonés a la Virgen del Pilar eran comunes a Jerónimo de Pasamonte, el cual afirma en su autobiografía que fue varias veces a Zaragoza, donde vivía su hermano y tenía familiares: “y llegamos en Zaragoza, en la cual tenía yo dos primos hermanos” (38, 35); “y cogí camino de Zaragoza, no con buen camino, pero aquella Madre de Dios del Pilar me debió de consolar” (43, 38). Además, Pasamonte realizó en el templo del Pilar de Zaragoza el voto religioso de hacerse fraile bernardo: “...me fuí en Zaragoza, que estaba mi hermano [...]. Y yo, un día oyendo misa en Nuestra Señora del Pilar, me voté en su capilla, que [...] me había de poner fraile en un monasterio de Bernardos que se llama Veruela...” (10, 7).

Pero resulta más relevante aún el conocimiento que Avellaneda muestra tener de Calatayud. En el capítulo 14 del Quijote apócrifo, don Quijote se detiene a descansar en una sauceda con una fuente, y allí se encuentra con “dos canónigos del Sepulcro de Calatayud” (14, 415). Este encuentro no parece casual, y seguramente obedece al deseo de Avellaneda de destacar en su obra la colegiata del Santo Sepulcro de Jerusalén de Calatayud (una de las más notables posesiones aragonesas de la Orden del Santo Sepulcro de Jerusalén), que fue objeto de una importante reconstrucción entre 1605 y 1613, es decir, en los años en los que se escribió el Quijote apócrifo (Sánchez y Centellas, 2005: 13). Dos de los acompañantes de don Quijote narran junto a la fuente los cuentos intercalados de El rico desesperado y de Los felices amantes, y uno de los canónigos, tras escucharlos, dice lo siguiente:

en confirmación del santo uso y devoción del rosario, protesto ser toda mi vida, de aquí adelante, muy devoto de su santa cofradía; y en llegando a Calatayud, tengo sin duda de asentarme en ella y procurar ser admitido en el número de los ciento y cincuenta que se emplean en servirla y administrarla (21, 499).

Como indicara Riquer (1988: 109-110), la única noticia que tenemos de la existencia en la época de esta cofradía proviene de la Vida y trabajos de Jerónimo de Pasamonte, el cual afirma que se inscribió en la misma: “Siendo de edad de trece años, me trujo mi hermano de Soria en Calatayud para estudiar la gramática; entonces me escribí cofrade de la Madre de Dios del Rosario bendito” (54, 60). Pero además, el canónigo avellanedesco añade que, tras ingresar en la Cofradía del Rosario Bendito de Calatayud, piensa llevar “visiblemente el rosario, por el interese de las muchas indulgencias que [...] se ganan en ella” (21, 499). Pues bien, en la autobiografía de Pasamonte se encuentra la misma referencia a las indulgencias otorgadas en Calatayud por el rezo del rosario: “Venido de Turquía, hallé las indulgencias Philippinas en la compañía de Jesús, y un padre (que se llama el padre Martín, en Calatayud) me dió una medalla y el buleto, [...] y acomodo allí mis devociones con las del rosario santo” (54, 60). Así pues, tanto Pasamonte como Avellaneda muestren un conocimiento muy preciso de la Cofradía del Rosario Bendito de Calatayud y de las indulgencias que se daban en ella.

Pero Avellaneda no solo conocía con detalle Zaragoza y Calatayud, sino también la zona próxima a Ateca, en cuyas cercanías transcurren varias de las experiencias que vive el don Quijote avellanedesco en tierras aragonesas. Y, como veremos, resulta significativo que la zona de Ateca, localidad poco conocida fuera de su entorno aragonés (Frago, 2005: 76), adquiera tanta relevancia en el Quijote apócrifo.

A este respecto, José Luis Pérez López ha propuesto recientemente, en un interesante y sugestivo trabajo publicado en la revista Lemir (2005), que Pedro Liñán de Riaza, un amigo de Lope de Vega, podría ser el autor “aragonés” al que Cervantes se refirió como autor del Quijote apócrifo. De hecho, Pedro Liñán de Riaza no era aragonés, sino toledano, pero su padre, Roque de Liñán, era originario de Villel de Mesa, pueblo guadalajarense cercano al límite de la provincia de Zaragoza, por lo que tanto el padre como el hijo fueron relacionados con Aragón, lo que, a juicio de Pérez López, resolvería la cuestión del aragonesismo de Avellaneda. Pedro Liñán de Riaza murió en 1607, pero Pérez López supone que escribió el primer bosquejo del Quijote apócrifo antes de morir, que sería posteriormente culminado por Lope de Vega y sus colaboradores para su impresión en 1614. En este sentido, Pérez López mantiene que hubo dos momentos en la composición de la obra apócrifa, como parece desprenderse del hecho de que su frase inicial seguramente sea un añadido de última hora, ya que el sabio Alisolán que figura en ella nunca es vuelto a mencionar:

El sabio Alisolán, historiador no menos moderno que verdadero, dice que, siendo expelidos los moros agarenos de Aragón, de cuya nación él decendía, entre ciertos anales de historias halló escrita en arábigo la tercera salida que hizo del lugar del Argamesilla el invicto hidalgo don Quijote de la Mancha, para ir a unas justas que se hacían en la insigne ciudad de Zaragoza, y dice desta manera:

Después de haber sido llevado don Quijote por el cura y el barbero y la hermosa Dorotea a su lugar en una jaula... (I, 207-208).

Pérez López considera que el segundo párrafo marcaría el comienzo del primer bosquejo compuesto por Liñán de Riaza antes de su muerte en 1607, mientras que el primer párrafo sería obra de Lope de Vega o de sus colaboradores, quienes lo habrían añadido al dar a la imprenta la obra después de la expulsión de los moriscos agarenos de Aragón, que tuvo lugar el 29 de mayo de 1610. Por otra parte, el soneto preliminar del Quijote apócrifo, atribuido a Pero Fernández (preliminares, 202-203), también parece indicar que hubo dos momentos en la elaboración de la obra. Pérez López (2005: 12) edita así el soneto:

DE PERO FERNÁNDEZ

Soneto

  Maguer que las más altas fechorías

homes requieren doctos e sesudos

e yo soy el menguado entre los rudos,

de buen talante escribo a más porfías.

  Puesto que había una sin fin de días

que la fama escondía en libros mudos

los fechos más sin tino y cabezudos

que se han visto de Illescas hasta Olías,

  ya vos endono, nobres leyenderos,

las segundas sandeces sin medida

del manchego fidalgo don Quijote,

  para que escarmentéis en sus aceros,

que el que correr quisiere tan al trote,

non puede haber mejor solaz de vida.

A juicio de Pérez López, el soneto sería obra de Lope de Vega, que lo habría escrito en el momento de publicar la obra. Los versos del segundo cuarteto (“había un sin fin de días / que la fama escondía en libros mudos / los fechos más sin tino y cabezudos / que se han visto de Illescas hasta Olías”) vendrían a decir que la fama había escondido desde hacía mucho tiempo en  libros “mudos” (es decir, inéditos), la historia de don Quijote escrita antes de 1607 por Liñán de Riaza, y el adverbio “ya” que figura al inicio del primer terceto (“ya vos endono, nobres leyenderos…”) indicaría el momento en el que Lope de Vega y sus colaboradores se habrían encargado de dar a la imprenta la obra inacabada de Liñán, tras retocarla, culminarla y añadirle el prólogo y los paratextos.

Sin embargo, Pérez López no tiene en cuenta que el Quijote apócrifo circuló en forma manuscrita antes de su publicación, ni que el penúltimo verso del soneto contiene una clara alusión a la forma en que era descrito Ginés de Pasamonte en la primera parte del Quijote cervantino.

Como se ha explicado, Cervantes conocía el manuscrito del Quijote apócrifo antes de componer el entremés de La guarda cuidadosa, El coloquio de los perros o el Viaje del Parnaso, y en ese manuscrito ya figuraba el párrafo en el que se menciona al sabio Alisolán (“El sabio Alisolán, historiador no menos moderno que verdadero, dice que...”), pues Cervantes aludió a dicho párrafo en El coloquio de los perros, en el inicio de la segunda parte de su Quijote (en el que remeda el comienzo del manuscrito de Avellaneda) y en los primeros capítulos de esa misma segunda parte (Martín, 2005: 144, 156, 180-182 y 185-186). En consecuencia, ese párrafo parece ser un añadido de última hora, pero no realizado por Lope de Vega ni por sus colaboradores en 1614, sino por el verdadero autor de la obra, Jerónimo de Pasamonte, quien probablemente lo añadió cuando se dispuso a poner el Quijote apócrifo en circulación en forma de manuscritos, lo que seguramente ocurrió antes del 6 de mayo de 1611 (fecha interna de La guarda cuidadosa) y con toda certeza antes del 2 de julio de 1612 (fecha de la solicitud de aprobación de las Novelas ejemplares). Y si Jerónimo de Pasamonte se decidió a añadir ese párrafo en el que hacía referencia a la expulsión de los moriscos, es porque tenía un motivo para hacerlo. La mayor parte del Quijote apócrifo seguramente fue compuesto antes de que se produjera la expulsión de los moriscos, pues Avellaneda incluyó en su obra a dos personajes moriscos: don Álvaro Tarfe, un morisco granadino que se presentaba como el principal amigo de don Quijote y que tenía una gran relevancia en la trama argumental, y el melonero de Ateca, morisco aragonés. Felipe II firmó el decreto de la expulsión de los moriscos el 4 de agosto de 1609, lo que induce a pensar que la inclusión en el Quijote apócrifo del morisco granadino Álvaro Tarfe debió de ser anterior a esa fecha, y la orden de expulsión de los moriscos aragoneses y catalanes mencionada en el texto de Avellaneda se publicó el 29 de mayo de 1610, por lo que después de ese momento tampoco podría permanecer en España el melonero morisco de Ateca. Lo más probable es que Avellaneda culminara su obra en un momento cercano a la publicación del decreto de expulsión de los moriscos aragoneses, el cual ya se habría publicado cuando se dispuso a divulgarla en manuscritos, lo que le llevaría a añadir el primer párrafo para justificar la presencia de moriscos en su obra, indicando que los acontecimientos descritos en la misma habían tenido lugar con anterioridad a su expulsión.

Por otro lado, la constatación de que el Quijote apócrifo circuló en manuscritos antes de su publicación obliga a interpretar el soneto de Pero Fernández de modo muy distinto a como lo hace Pérez López. Así, la expresión “había una sin fin de días / que la fama escondía en libros mudos / los fechos más sin tino y cabezudos...” indica que ya hacía tiempo que Pasamonte había hecho circular el Quijote apócrifo en forma de “libros mudos” o manuscritos, mientras que los versos del primer terceto (“ya vos endono, nobres leyenderos, / las segundas sandeces sin medida / del manchego fidalgo don Quijote...”), se refieren al momento en el que Pasamonte dio a la imprenta su obra en 1614. De hecho, en los dos últimos versos del soneto (“que el que correr quisiere tan al trote, / non puede haber mejor solaz de vida”) figura una indicación sobre la verdadera identidad de Avellaneda, ya que aluden claramente a la forma injuriosa en que era descrito Ginés de Pasamonte en la segunda edición de Juan de la Cuesta de la primera parte del Quijote. Como es sabido, en esa edición figuraban unos pasajes que se habían elidido en la primera edición, relativos al robo del rucio de Sancho por parte de Ginés de Pasamonte y a su posterior recuperación. Y Ginés de Pasamonte era retratado como un cobarde en el segundo de esos episodios, pues cuando se encontraba con don Quijote y Sancho abandonaba el rucio robado y salía huyendo, lo que se describía así: “...saltó Ginés, y, tomando un trote que parecía carrera, en un punto se ausentó y alejó de todos” (I, 30, 244, nota). Por lo tanto, la expresión del penúltimo verso del soneto de Pero Fernández (el que correr quisiere tan al trote”) alude claramente a la forma en que era descrito el galeote en la primera parte del Quijote, y representa a Ginés de Pasamonte, y, por derivación, a Jerónimo de Pasamonte, del cual se dice que no puede tener mejor solaz o consuelo de vida que vengarse de la injuria cervantina publicando el Quijote apócrifo. Así, en el soneto preliminar del Quijote apócrifo, que sirve de presentación a la obra publicada, se sugiere quién fue su verdadero autor y el motivo que le llevó a escribirla. Sí resulta razonable pensar, en cambio, que Lope de Vega, tras leer el manuscrito del Quijote apócrifo y comprobar los elogios que de él hacía Avellaneda y los ataques que dirigía contra Cervantes, decidiera prestar su apoyo para favorecer su publicación, que probablemente tuvo lugar, tras obtener las licencias de impresión en Tarragona, en la imprenta barcelonesa de Sebastián de Cormellas, editor de varias obras de Lope de Vega (Vindel, 1937; Gómez, 2001: 139-142; Percas, 2003: 107).

Por otra parte, Pérez López ha llamado muy acertadamente la atención sobre una localidad innominada cercana a Ateca que cobra cierta relevancia en el Quijote apócrifo. El don Quijote de Avellaneda realiza un viaje de ida y vuelta a Zaragoza. A partir de las localidades que se mencionan (Ariza, Ateca, Calatayud y Zaragoza), es posible reconstruir el trayecto por tierras aragonesas que sigue don Quijote en su viaje de ida a Zaragoza. Así, tras salir de su pueblo manchego de Argamesilla y pernoctar en una venta cercana a Alcalá de Henares, habría pasado por Sigüenza, Medinaceli, Ariza y Ateca, y desde allí habría ido a Calatayud y a Zaragoza (situada al noreste de Calatayud), por lo que su trayecto equivaldría al que se marca en la línea superior de la figura 4.

 

Figura 4

Trayecto por la zona aragonesa cercana a Ateca del don Quijote de Avellaneda

 

Pero en el viaje de vuelta de Zaragoza a Madrid, don Quijote parece escoger un trayecto alternativo, que, como veremos, podría estar inspirado en el que se recoge en la línea inferior del mapa de la figura 4, correspondiente a una de las vías que en la época unían Aragón con Castilla. En efecto, al salir de Ateca, don Quijote no prosigue hacia Ariza, sino que se dirige junto a sus acompañantes hacia una pequeña localidad cercana a Ateca, cuyo nombre no se indica, en la que piensan pasar la noche. Y al salir de esa localidad innominada, don Quijote se dirige hacia Sigüenza, que es la siguiente villa de su viaje que se nombra: “De cómo don Quijote, Bárbara y Sancho llegaron a Sigüenza...” (epígrafe del capítulo 24, 537).

Avellaneda se refiere a esa localidad cercana a Ateca denominándola varias veces “lugar” (22, 519; 23, 523; 23, 523), con la misma acepción de pequeña localidad o “pequeña entidad de población” (Cervantes, 2004: 37, nota 2) que le otorga Cervantes en la primera frase del Quijote: “En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme...”. Y en otras ocasiones, la denomina “lugarejo” (21, 506), “pueblo” (22, 519) o “lugarcillo” (23, 528). Además, precisa detalladamente la distancia que hay desde Ateca hasta dicho “lugar” innominado:

Pusiéronse [saliendo de Ateca] camino de Madrid, pero apenas hubieron andado tres leguas, cuando comenzó a herir el sol, [...] de manera que les dijo el ermitaño [...]:

-Señores, pues el calor, como vuesas mercedes ven, es excesivo, y no nos faltan para hacer la concertada jornada más de dos pequeñas leguas, paréceme que lo que podríamos y aún deberíamos hacer es irnos a sestear hasta las tres o cuatro de la tarde allí donde se ven apartados del camino aquellos frescos sauces, que hay una hermosa fuente al pie dellos, si bien me acuerdo... (14, 414-415).

Don Quijote y sus acompañantes recorren tres leguas desde Ateca hasta la fuente que hay al pie de una sauceda, y desde dicha fuente hasta el “lugar” donde tienen previsto hacer noche restan otras dos leguas, por lo que hay cinco leguas en total (o algo menos) desde Ateca hasta el “lugar” innominado. Las expresiones que emplea Avellaneda (“apenas [...] tres leguas”, “dos pequeñas leguas”) sugieren que entre Ateca y el “lugar” hay menos de cinco leguas, es decir, menos de 27,8 kilómetros (pues una legua equivale a 5.572,7 metros.). El uso de esas expresiones también podría indicar que Avellaneda se estaba refiriendo a las denominadas “leguas de posta” (relacionadas con los lugares en los que se apostaban las caballerías para ser renovadas), que equivalían a cuatro kilómetros, en cuyo caso las cinco leguas que distan de Ateca al “lugar” corresponderían a 20 kilómetros.

A este respecto, hay que tener en cuenta que las distancias que se indican en el Quijote apócrifo son a veces puramente imaginarias, y no siempre se ajustan a la realidad. De hecho, don Quijote encuentra a la prostituta Bárbara atada a un pino poco antes de llegar al “lugar” innominado: “ya que llegaban un cuarto de legua del pueblo do habían de hacer de noche, oyeron en un pinar, a la mano derecha, una voz como de mujer afligida” (22, 508). Y la prostituta afirma después lo siguiente: “siendo engañada por un estudiante, me sacó de mi casa, y, a seis o siete leguas de Sigüenza, me dejó desnuda y desvalijada como estoy, atada de pies y manos a un árbol” (24, 551). En consecuencia, el “lugar” innominado en cuestión estaría a la vez a cinco leguas de Ateca y a unas seis o siete de Sigüenza, lo que resulta sencillamente imposible, pues entre Ateca y Sigüenza hay una distancia de 92 kilómetros (más de dieciséis leguas o veintitrés leguas de posta) que supera ampliamente la suma de las dos indicadas por Avellaneda. No obstante, mientras que Bárbara se refiere a la distancia entre Sigüenza y el “lugar” innominado sin demasiada precisión, parece que Avellaneda sí que quiso indicar el emplazamiento exacto de dicho “lugar” con respecto a Ateca, ya que menciona expresamente la distancia de tres leguas entre Ateca y la fuente intermedia y de dos leguas entre dicha fuente y el “lugar”.

Y Avellaneda describe así el “lugar” innominado:

Llegaron en esto al lugarcillo [...], y llegados a su mesón, se apearon en él todos [...]. Entre los que allí a esto habían acudido, no habían sido de los postreros los dos alcaldes del lugar, el uno de los cuales, que parecía más despierto, con la autoridad que la vara y el concepto que él de si tenía le daban, le preguntó mirándole:

-Díganos vuestra merced, señor armado, para dónde es su camino y cómo va por éste con ese sayo de hierro y adarga tan grande; que le juro en mi conciencia que ha años que no he visto a otro hombre con tal librea cual la que vuesa merced trae. Sólo en el retablo del Rosario hay un tablón de la Resurrección, donde hay unos judiazos despavoridos y enjaezados al talle de vuesa merced; si bien no están pintados con esas ruedas de cuero que vuesa merced trae, ni con tan largas lanzas (23, 528).

Así pues, el “lugar” en cuestión está situado a cinco leguas de Ateca, tiene dos alcaldes, y uno de ellos, sorprendido al ver a don Quijote con armadura, compara su aspecto con el de unos “judiazos despavoridos” que hay pintados en un retablo de la iglesia.

José Luis Pérez López llama la atención sobre el hecho de que Avellaneda, que siempre indica el nombre de las localidades en las que les ocurre algo destacable a sus personajes, deje excepcionalmente innominado este “pueblo”, “lugar”, “lugarejo” o “lugarcillo”, y, sin embargo, lo singularice al situar en él o en sus proximidades los sucesos más destacables que le acaecen a don Quijote en tierras aragonesa al volver de Zaragoza a Madrid, como la parada en una sauceda con una fuente situada a tres leguas del mismo, en la cual se narran los cuentos intercalados, y el encuentro con Bárbara en un pinar, del que se especifica que está a un cuarto de legua del “lugar” y a la derecha del camino. Y además se indica que dicho “lugar” tiene un mesón, dos alcaldes (uno de los cuales es objeto de burla, por lo que podría ser conocido del autor) y una iglesia con un retablo del Rosario y una pintura en la que aparecen unos “judiazos despavoridos”. Y Pérez López (2005: 29) concluye que Avellaneda no lo menciona por su nombre para no desvelar claramente su identidad, ya que el “lugar” en cuestión representaría a Villel de Mesa, localidad natal del padre de Pedro Liñán de Riaza (cuya situación se indica en el mapa de la figura 4).

Pérez López ha comprobado que en la iglesia de Villel de Mesa no hay un cuadro o tablón como el que describe el alcalde avellanedesco, que representaría la imagen, relativamente común en la época, de un Cristo que resucita y asciende a los cielos, causando el pavor de los soldados judíos que custodiaban su tumba (a los que el alcalde se refiere como “judiazos despavoridos”). Pero sí encuentra un cuadro semejante en la iglesia del Santísimo Sacramento (hoy “Colegiata”) de Torrijos (Toledo), de la que Pedro Liñán de Riaza fue capellán mayor desde 1604 hasta su muerte en 1607. Por otra parte, Pérez López llama la atención sobre el hecho de que, en otro momento del Quijote apócrifo, Sancho describa la iglesia de su “lugar” de Argamesilla, diciendo de ella lo siguiente: “tiene muy lindo altar mayor y otro de Nuestra Señora del Rosario con una Madre de Dios que tiene dos varas en alto, con un gran rosario alrededor, con los padres nuestros de oro, tan gordos como este puño” (8, 319). A juicio de Pérez López, el detalle sobre el gran rosario estaría inspirado en la imagen de la Virgen que hay en la iglesia de Villel de Mesa, la cual tiene un grueso rosario sobre su cuerpo. Y aunque no está claro que la imagen en cuestión sea del siglo XVI o de principios del XVII, sino posterior, podría estar en sustitución de otra imagen similar que habría visto Avellaneda. Por todo ello, y aunque había cuadros y retablos semejantes en muchas iglesias de la época, Pérez López considera que Avellaneda pudo inspirarse en el cuadro de la iglesia de Torrijos y en el retablo de la iglesia de Villel de Mesa al componer los pasajes mencionados de su libro, en los que el alcalde del “lugar” innominado y Sancho Panza describen, respectivamente, un tablón con unos “judiazos despavoridos” y los retablos de la iglesia de su pueblo.

Por lo demás, Pérez López supone que Avellaneda describió en su obra la zona aragonesa cercana a Villel de Mesa porque le era familiar, y considera que la distancia de cinco leguas entre Ateca y el “lugar” innominado cuadraría con la que separa a Ateca de Villel de Mesa.

Sin embargo, y como hemos visto, Avellaneda no solo describe la zona aragonesa cercana a Villel de Mesa, sino también otras localidades aragonesas que no están en las proximidades de dicha localidad, como Calatayud y Zaragoza, que Jerónimo de Pasamonte conocía bien. Pero además, entre Ateca y Villel de Mesa no hay, como indica erróneamente Pérez López, cinco leguas, sino unos 43 kilómetros, es decir, más de siete leguas y media (o casi once leguas de posta), por lo que no puede tratarse del “lugar” innominado al que se refiere Avellaneda. Tampoco podría tratarse, como propone Juan Antonio Frago (2005: 77-80), de Alcolea del Pinar, ya que esta localidad está a unos 90 kilómetros de Ateca (a más de dieciséis leguas, o a veintidós leguas y media de posta).

Y, como puede apreciarse en el mapa de la figura 4, hay en la zona otra localidad cuya distancia con Ateca se ajusta en mucho mayor medida a las poco menos de cinco leguas o a las cinco leguas de posta que indica Avellaneda: se trata de Ibdes, la localidad natal de Jerónimo de Pasamonte, que está situada a 20 kilómetros de Ateca, lo que equivale exactamente a cinco leguas de posta.

Aunque tenemos la certeza de que nació en Ibdes por su fe de bautismo, fechada el 9 de abril de 1553 en dicha localidad (Riquer, 1988: 13), cabe destacar que el autor de la Vida y trabajos de Jerónimo de Pasamonte nunca indica en su obra el nombre de su localidad de origen (lo que resulta ciertamente curioso en una autobiografía), y que siempre se refiere a su pueblo natal denominándolo, precisamente, “lugar”: “De ahí a otro año o por ahí, vino al lugar [Ibdes] un volteador...” (2, 6); “que cuasi todas las señoras del lugar venían a ver esta maravilla” (5, 6). E incluso se refiere al cercano Monasterio de Piedra especificando, al igual que Avellaneda, su distancia en leguas del “lugar”: “...un monasterio de San Bernardo, donde era nuestro enterramiento, que es una legua del lugar” (4, 6). Existe, por lo tanto, una significativa coincidencia entre la Vida y trabajos de Jerónimo de Pasamonte y el Quijote de Avellaneda: en ambas obras se indican los nombres de las localidades en las que transcurren acontecimientos relevantes, pero en la autobiografía no se menciona por su nombre el “lugar” de Ibdes, y en la novela permanece innominado el “lugar” que, como enseguida comprobaremos, parece claramente inspirado en la misma localidad.

El “lugar” en cuestión tiene dos alcaldes. A este respecto, ya se ha comentado que, en la época de Avellaneda, el representante del concejo en el Reino de Aragón era “el justicia”, y que solo los llamados “pueblos de señorío”, dependientes de un Señor o de una institución religiosa, tenían un “alcaide” nombrado por el Señor o la institución. Avellaneda muestra conocer bien el sistema municipal que regía en el Reino de Aragón, ya que en otro momento de su obra se refiere al “justicia” como máxima autoridad de Zaragoza (Frago, 2005: 96):

Sucedió, pues, que los dos alguaciles, el carcelero y su hijo se fueron juntos a la justicia, ante quien acriminaron de suerte el caso, que el justicia mandó que luego, en fragante, sin más información, le sacasen a la vergüenza por las calles [...].

-Ea, bajad ese hombre, y no volváis el asno, porque en él habéis luego de subir a pasear por las misma calles a aquel medio loco que ha pretendido estorbar la justicia; que esto manda la mayor de la ciudad... (8, 327).

Y si Avellaneda conocía la existencia del cargo aragonés de “el justicia”, cabe deducir que los dos “alcaldes” del “lugar” innominado al que llega don Quijote solo podían ser los alcaides de un pueblo de señorío (pues, si no se tratara de un pueblo de señorío, la autoridad municipal habría sido, como en el caso de Zaragoza, “el justicia”). Por eso, es muy posible que Avellaneda escribiera “alcaydes” en su manuscrito, y que el término “alcaldes” que figura en la edición princeps sea una corrección efectuada por el copista o por los cajistas al imprimir la obra. Así, el “lugar” innominado cercano a Ateca sería un pueblo de señorío con dos “alcaides”.

Al comentar el documento firmado por “Fray Gerónimo Pasamontte Alcayde”, hemos visto que la localidad de Carenas, situada, como puede verse en el mapa de la figura 4, en las proximidades de Ateca, era un pueblo de señorío que pertenecía al Monasterio de Piedra, el cual nombraba un alcaide para regirlo en su nombre. Carenas está tan solo a 12 kilómetros de Ibdes, la localidad natal de Jerónimo de Pasamonte, por lo que a éste debía de resultarle familiar el cargo de alcaide (y seguramente él mismo fue un fraile del Monasterio de Piedra que, tras escribir el Quijote apócrifo, llegaría a ser “alcayde” de Carenas). Por lo tanto, Jerónimo de Pasamonte bien pudo tener en mente la existencia de ese cargo al describir el “lugar” innominado al que llega el don Quijote avellanedesco. Pero hay que tener en cuenta, además, que los dos alcaldes a los que se refiere Avellaneda podría estar relacionados con el término o pardina de Somet, situado (como puede verse en el mismo mapa) entre las localidades de Ibdes y Munébrega (y hoy en día bajo las aguas del embalse de la Tranquera). Como me ha indicado Joaquín Melendo Pomareta, a quien agradezco mucho su información, el término de Somet se despobló y desapareció como municipio en 1549 por orden real de Juan II de Aragón, agregándose en 1461 a los concejos de Ibdes y Munébrega y convirtiéndose en un pueblo de dos señoríos. Por lo tanto, cada una de estas localidades nombraría un alcaide para gobernar Somet en su nombre. Somet estaba en las cercanías de Ibdes, y sería por aquel entonces una prolongación de su término municipal, por lo que los dos alcaides del “lugar” innominado podrían relacionarse con la misma localidad natal de Jerónimo de Pasamonte.

Se da además la circunstancia, como me hace saber Joaquín Melendo Pomareta, de que muchas de las tierras de Somet pertenecían al Monasterio de Piedra y a su villa de Carenas, lo que provocó un largo litigio del Monasterio de Piedra y Carenas contra Ibdes y Munébrega por la jurisdicción de Somet, que se extendió desde 1461 hasta 1860, año en el que Isabel II determinó que pertenecía a Carenas. Y Jerónimo de Pasamonte, que era natural de Ibdes y seguramente fraile del Monasterio de Piedra, debía de estar al corriente de esos litigios y conocer perfectamente el sistema municipal de las localidades de la zona, por lo que pudo inspirarse en las particularidades de la misma al situar dos alcaldes en el “lugar” innonimado.

Pero más relevantes aún resultan las descripciones que realizan el alcalde del “lugar” innominado y el Sancho de Avellaneda. El primero se refiere a las figuras de unos “judiazos despavoridos” que hay en un retablo de la iglesia del pueblo, y el segundo a los retablos de la iglesia de su pueblo de Argamesilla. El alcalde del “lugar” innominado, del que se dice “que era el que parecía más despierto” (y que podría ser el nombrado por Ibdes), al ver a don Quijote con armadura, compara su inusual apariencia con la de unas figuras que hay pintadas en un “tablón de la Resurrección” de la iglesia del pueblo, a las que se refiere como “unos judiazos despavoridos y enjaezados al talle de vuesa merced”. Y si en la iglesia de Villel de Mesa, como constata Pérez López, no hay una representación de unos “judiazos despavoridos”, sí la hay en la iglesia de San Miguel Arcángel de Ibdes, en la que aún hoy en día se conserva la pintura de la Resurrección de Jesucristo que se recoge en la figura 5.

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Figura 5

Sarga de la Resurrección de la Iglesia de San Miguel Arcángel de Ibdes.

Fotografía de Joaquín Melendo Pomareta

 

El retablo mayor de la Iglesia de San Miguel Arcángel de Ibdes, cuya escultura y mazonería se culminó en 1557, y cuya policromía se terminó de realizar en 1565, se caracteriza por poseer unas enormes puertas o “sargas” adosadas a sus laterales, que se emplean para cerrarlo durante la Cuaresma. Las sargas fueron realizadas por Pietro Morone entre 1555 y 1557 (Acerete, 2001; Rubio, 1980), en una etapa en la que Pasamonte, nacido en 1553, era aún un niño, y son pinturas sobre tela de lino y enmarcadas en madera, decoradas por las dos caras. Cuando las sargas se cierran, muestran una recreación del Juicio Final pintado por Miguel Ángel en la Capilla Sixtina, y, cuando están abiertas, dejan ver en el lado del Evangelio (a la izquierda, según se mira el Retablo de frente) una pintura de “La Resurrección”, y en el lado de la Epístola (a la derecha del Retablo) otra pintura de “La Ascensión”. Y como se aprecia en la figura 6, en la sarga de “La Resurrección” destacan claramente y en primer plano las grandes figuras de unos soldados judíos con armaduras, aterrados al contemplar la resurrección de Jesucristo.

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Figura 6

Detalle de los soldados judíos de la Sarga de la Resurrección de la Iglesia de San Miguel Arcángel de Ibdes. Fotografía de Joaquin Melendo Pomareta.

 

El alcalde de Avellaneda sitúa los “judiazos despavoridos” en “el retablo del Rosario”, y las figuras de los soldados judíos de la Iglesia de San Miguel Arcángel de Ibdes no se encuentran en el retablo del Rosario, sino en una sarga del altar mayor. Pero en la misma iglesia también hay un retablo del Rosario con pinturas sobre tabla (aunque ninguna sobre la resurrección de Jesucristo), situado en el mismo lado que la Sarga de la Resurrección y a escasos metros de la misma, por lo que Avellaneda, debido a su proximidad, bien pudo asociarla a este último retablo. Por lo demás, la descripción literaria de Avellaneda no tenía por qué ajustarse meticulosamente a la realidad, y bien pudo estar inspirada en la pintura de los soldados judíos de la Sarga de la Resurrección, pues las palabras de su alcalde describen con toda propiedad las características de esa imagen. De hecho, la pintura de la Resurrección es de grandes dimensiones (mide 4,50 metros de alto y 2,70 de ancho), lo que justificaría el carácter aumentativo de los términos “tablón” y “judiazos” que Avellaneda pone en boca de su alcalde, y los soldados judíos que en ella aparecen, en conformidad con las palabras del alcalde (“si bien no están pintados con esas ruedas de cuero que vuesa merced trae, ni con tan largas lanzas”), no llevan ruedas o escudos de cuero, sino escudos metálicos, y los que aparecen en segundo plano no portan lanzas tan largas como la de don Quijote, sino cortas alabardas.

Por lo tanto, el “lugar” innominado situado a unas cinco leguas de Ateca, en el que hay dos alcaldes, y en cuya iglesia figura un tablón con la imagen de unos “judiazos despavoridos”, parece claramente inspirado en la zona de Ibdes, el lugar de origen de Jerónimo de Pasamonte. En la portada del Quijote apócrifo, Avellaneda se hacía pasar falsamente por “natural de la villa de Tordesillas”, pero seguramente incluyó en su obra ese “lugar” innominado para sugerir cuál era su verdadero lugar de origen.

Por otra parte, todo indica que Avellaneda no solo trasladó varias características de su zona natal a ese “lugar” innominado cercano a Ateca, sino también al propio pueblo de su don Quijote y su Sancho. El pueblo en cuestión se llama Argamesilla de la Mancha (con “e”), en lugar de Argamasilla, que es como se llamaba el pueblo que mencionaba Cervantes en la primera parte del Quijote. Como ha apuntado Juan Antonio Frago (2005: 114-119), ese cambio de Argamasilla por Argamesilla seguramente se deba a la influencia del río Mesa, que pasa por Ibdes. A este respecto, hay que tener en cuenta que el río Mesa era conocido en la época como “el río de Ibdes”, por lo que, al transformar Argamasilla en Argamesilla, Avellaneda aludía no solo al río Mesa, sino también a la localidad de Ibdes que se asociaba a dicho río.

Además, el pueblo del don Quijote y del Sancho avellanedescos también tiene dos alcaldes, como se aprecia en las siguientes expresiones del primer capítulo del Quijote apócrifo: “se fueron los alcaldes” (I, 215); “Uno de los alcaldes”; “los dos señores alcaldes” (1, 217). Sin embargo, en la portada y en la dedicatoria del Quijote apócrifo constaba que Avellaneda había dirigido su obra a un único alcalde: “Al alcalde, regidores y hidalgos de la noble villa del Argamesilla de la Mancha” (portada, 187 y dedicatoria, 193). Esa dedicatoria ya figuraba en el manuscrito del Quijote apócrifo que circuló antes de la publicación de la obra, pues Cervantes, en el episodio del pueblo del rebuzno de la segunda parte de su Quijote (capítulos 25-28), se burlaría de esa vacilación que mostraba Avellaneda con respecto al número de alcaldes de Argamesilla. En efecto, el don Quijote cervantino se encuentra con el ejército del pueblo del rebuzno, que se dispone a castigar a los burlones habitantes del pueblo de al lado, lo que se narra de la siguiente forma:

…vio las banderas, juzgó de las colores y notó las empresas que en ellas traían, especialmente una que en un estandarte o jirón de raso blanco venía, en el cual estaba pintado muy al vivo un asno como un pequeño sardesco […]; alrededor dél estaban escritos de letras grandes estos dos versos:

No rebuznaron en balde

el uno y el otro alcalde

(II, 27, 393-394).

La expresión “el uno y el  otro alcalde” alude a la presencia de dos alcaldes en el “lugar” innominado de Avellaneda y en el pueblo de su don Quijote. Y el don Quijote cervantino hace ver “que el que les había dado noticia de aquel caso se había errado en decir que dos regidores habían sido los que rebuznaron; pero que, según los versos del estandarte, no habían sido sino alcaldes”, y Sancho responde que bien podría ser “que los regidores que entonces rebuznaron viniesen con el tiempo a ser alcaldes de su pueblo, y así, se pueden llamar con entrambos títulos” (II, 27, 394). Estas palabras de los personajes cervantinos encierran una clara burla del hecho de que Avellaneda, en la portada y en la dedicatoria del manuscrito de su obra, se hubiera referido a un solo alcalde y a los regidores de Argamesilla, y en el primer capítulo a dos alcaldes.

Pero más relevante aún es la descripción que hace el Sancho de Avellaneda de la iglesia de su pueblo, Argamesilla, que conviene recordar:

En mi lugar tenemos también una iglesia que, aunque es chica, tiene muy lindo altar mayor y otro de Nuestra Señora del Rosario con una Madre de Dios que tiene dos varas en alto, con un gran rosario alrededor, con los padres nuestros de oro, tan gordos como este puño (8, 319).

Como ha advertido Joaquín Melendo Pomareta (2002: 11), esta descripción también se corresponde con la Iglesia de San Miguel Arcángel de Ibdes. En dicha iglesia hay, como hemos visto, un retablo mayor de grandes dimensiones, y otro de la Virgen del Rosario, lo que se ajusta estrictamente a las palabras de Sancho (“muy lindo altar mayor y otro de Nuestra Señora del Rosario”). La expresión “aunque es chica” parece establecer una comparación alusiva entre la pequeña iglesia de Argamesilla y la de Ibdes, que es de notables dimensiones. A juicio de José Luis Pérez López, la descripción de la Virgen que hace Sancho podría estar inspirada en la imagen de la Virgen que hay en el retablo de la Iglesia de Villel de Mesa (o en una imagen anterior similar a la que hoy en día se conserva). Sin embargo, las palabras del Sancho de Avellaneda se ajustan con mucha mayor propiedad, una vez más, a la imagen de la Virgen del retablo de la Iglesia de San Miguel Arcángel de Ibdes. Dicha imagen mide aproximadamente 1,60 metros, es decir, unas “dos varas en alto”, puesto que una vara mide 835 milímetros, y una “vara de Aragón” 772 milímetros. Además, Sancho dice que la Virgen de su pueblo tiene “un gran rosario alrededor”, y la Virgen de Villel no tiene un rosario alrededor, sino un rosario sobre su cuerpo (Pérez López, 2005: 33); pero la Virgen del Rosario de la iglesia de San Miguel Arcángel de Ibdes, como se puede apreciar en la figura 7, no solo muestra un rosario sobre su cuerpo, sino que tiene además alrededor del mismo una llamativa figura elipsoidal que representa un gran rosario, lo que se corresponde exactamente con las palabras de Sancho. Y también en conformidad con la descripción de Sancho, el rosario que rodea a la Virgen de la Iglesia de Ibdes tiene unos llamativos “padres nuestros” dorados.

 

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Figura 7

Virgen del Retablo del Rosario de la Iglesia de San Miguel Arcángel de Ibdes.

Fotografía de Joaquín Melendo Pomareta[5].

 

      Si el retablo mayor de la Iglesia de San Miguel Arcángel de Ibdes se culminó, como hemos visto, en 1565, el retablo de la Virgen del Rosario de dicha iglesia es del siglo XVI. La imagen de la Virgen del Rosario es obra de Pedro Moreto, que vivió entre 1521 y 1555 (Esteban, 1989), por lo que Jerónimo de Pasamonte, nacido en 1553, sin duda la contempló.

Cabe destacar que, de entre todas las iglesias situadas en las proximidades de Ateca que tienen imágenes del siglo XVI o principios del XVII, tan solo en la iglesia de San Miguel Arcángel de Ibdes hay a la vez un retablo con una pintura de unos soldados judíos despavoridos ante la resurrección de Jesucristo y otro retablo con una escultura de la Virgen circundada por un gran rosario. Por lo tanto, todo indica que Avellaneda se inspiró en la iglesia de San Miguel Arcángel de Ibdes, lugar de origen de Jerónimo de Pasamonte, no solo al incluir en su obra un “lugar” innominado situado a unas cinco leguas de Ateca en el que hay dos alcaldes y una pintura con unos “judiazos despavoridos”, sino también al describir los dos retablos de la iglesia del pueblo de don Quijote y Sancho, en uno de los cuales figura una Virgen “con un gran rosario alrededor”.

      Cervantes no pudo saber que las descripciones del “lugar” innominado cercano a Ateca y del pueblo del don Quijote avellanedesco estaban inspiradas en la zona de Ibdes y en su Iglesia de San Miguel Arcángel, lo que no le impidió denunciar el origen aragonés de Avellaneda ni mostrar su convencimiento de que se trataba en realidad de Jerónimo de Pasamonte. Y la constatación de que Avellaneda conocía perfectamente Zaragoza, Calatayud y la zona de Ibdes, localidad natal de Jerónimo de Pasamonte, viene a sustentar que no estaba equivocado.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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[1] Alonso Fernández de Avellaneda, El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, ed. de Luis Gómez Canseco, Madrid, Biblioteca Nueva, 2000, prólogo, p. 197. En adelanto cito la obra de Avellaneda por esta edición.

[2] La anotación dice lo siguiente: “Juan de Higueras trocó con Ruy de las Eras vna pieça en la vega de Cocos, que es dos hanegadas; confronta con pieça de Tomás González y pieça de Juan de Alcalá. Recibió Juan de Higueras dos pieças en Baldevilla, i que son dos hanegadas; confronta: la vna con Pascual Hernando i el dicho Juan de Higueras, la otra confronta con Juan Magaña y con Domingo Cortés. Con licencia del prº frai Gerónimo Pasamonte, alcaide. // Fray Gerónimo Pasamontte, Alcayde (rúbrica)”.

[3] Vida y trabajos de Jerónimo de Pasamonte, en Autobiografías de soldados (siglo XVII), ed. de José María de Cossío, Biblioteca de Autores Españoles, Madrid, Atlas, 1956, tomo XC, pp. 5-73, cap. 4, p. 6. En adelanto cito la autobiografía de Pasamonte por esta edición.

[4] Cito por Miguel de Cervantes, Obras completas, ed. de Florencio Sevilla, Madrid, Castalia, 1999.

[5] En el momento de hacer la fotografía, el Retablo del Rosario estaba siendo restaurado, por lo que la figura de la Virgen se había trasladado a la sacristía, donde se sacó la imagen.