Autor: Ana
María Rey Sierra
Título Artículo: Mendo, a la sombra de Solórzano Pereira
Fecha de envío: 1/10/1999
Mendo, a la sombra de Solórzano Pereira
Ana María Rey Sierra
Universidade da Coruña
Hasta nuestros días la obra del padre Andrés Mendo, Príncipe perfecto y Ministros ajustados sigue sin gozar de una edición crítica y de un estudio riguroso que revele la verdadera hermeneútica del texto. Esto, a nuestro parecer, se debe en gran parte a que mayoritariamente los investigadores han aludido a ella como simple resumen o versión castellana de una de las obras, junto con la de Saavedra Fajardo, que determinó los cánones de los tratados emblemático-políticos, esto es: los Emblemata centium regio-politica de Juan de Solórzano Pereira. A poco que uno se acerque a calibrar los juicios de valor sobre la obra del jesuita enseguida advierte que a menudo se la ha considerado una obra de segunda fila y a su autor se le ha tildado poco más o menos que de plagiario. Veamos a modo ilustrativo las palabras del profesor Santiago Sebastián que sirven de prólogo a la edición moderna de la de Solórzano llevada a cabo por el profesor González de Zárate:
"No deja de llamar la atención que este clásico español [Solórzano Pereira] no tuviera el éxito que se merecía. A ello contribuyeron dos hechos: fue escrito en latín, con lo que se limitó su campo de influencia a los lectores, y que años después el padre jesuita Andrés Mendo publicó su obra Príncipe Perfecto y ministros ajustados, tomando ochenta de los cien grabados sacados por Solórzano; el texto de Mendo era breve y además en castellano" (1)
Y, más adelante, concluyendo la biografía del oidor de Lima, sentencia:
"Murió Solórzano sin ver cómo Mendo le robaba ochenta grabados de su obra." (2)
Es innegable, porque así lo reconoce el propio Mendo, que la obra de Solórzano es el texto base de Príncipe Perfecto, y es cierto también que el padre se sirve en la edición de 1661 de los grabados que el flamenco Roberto Cordier dibujó para el jurista siguiendo las indicaciones de éste. Pero para que estas afirmaciones adquieran su significado pleno debemos tener en cuenta los motivos que llevaron a Mendo a sacar a la luz sus documentos políticos y morales y que él mismo expone en su Razón de la obra:
"Habiendo observado en la continua lección de varios libros muchos sucesos, discursos, y sentencias de que formar la Idea de un Príncipe Perfecto y de sus ministros ajustados, llegué a leer los emblemas latinos que el señor don Juan de Solórzano Pereira, del Consejo de su Majestad en los Supremos de Castilla, y Indias, escribió entre las demás obras suyas dignas de eternos bronces. Vilos atentamente, aun antes de darse a la estampa, por habérseme cometido su censura y aprobación, para imprimirlos. Admiré la noticia, erudición y copia, pero advirtiendo que a muchos el latín en semejantes materias no lisonjea el gusto, y lo difuso las ocasiones tedio, me pareció buena ocasión de hacer un abstracto en nuestro idioma, y entresacando los asuntos más selectos, y con otro método y disposición, y estilo, añadiendo muchas observaciones mías, formar un breve epílogo, que con facilidad se manejase. [...]. Empeñóme más a esta acción, el juzgarla por obsequio del Señor Don Juan de Solórzano, Fénix deste Siglo, por único en el aliño de las mejores Musas, ya severas, ya suaves, con quien tuve familiar comunicación que llamara a merecerla estrecha amistad. Y aunque no pude executar esta fineza en su vida, porque con sentimiento común de toda la República literaria le sobrevino la muerte, quise cumplirla con sus cenizas, sin detener mi veneración el paso en llegando a la Urna, porque le guía la verdad, no la lisonja o conveniencia. Detúveme algún tiempo en sacar a luz este trabajo: receloso de que quien escribe en castellano está expuesto a más censura porque le entienden todos."
Cuando Solórzano decide publicar su obra es Mendo quien se encarga de la censura. Fechada el 5 de Septiembre de 1651 es esta una censura que, como todas las que prologaban las obras auriseculares, acaba convirtiéndose en un auténtico panegírico de la obra y persona del autor (3). Mendo alaba el estilo, la erudición y el fin para el que va destinada: un espejo de príncipes, un tema, que como buen teólogo (4), interesaba al jesuita. Sin embargo, hay algo que le preocupa y es que la obra no llegue a difundirse lo necesario, pues el latín limitaba su lectura a un grupo de eruditos muy reducido.
Una explicación muy atinada del porqué Solórzano elige la lengua culta para sus Emblemas es la que aporta Aquilino Sánchez Pérez quien, fijándose detenidamente en el título completo que aparece en la portada observa que los destinatarios de la obra son otros además de los príncipes y de los encargados de la Administración pública:
"Opus vel ipsa varietate, et utilitate rerum, et Materiarum, quas continet, expetendum, et omnium Facultatum professoribus summopere necessarium."
El autor dirige también, pues, su tratado a los profesores de las Facultades en una pretensión de convertirlo en manual universitario. "Y, naturalmente, lo escribe en latín, como compete a todo escrito científico y de acuerdo con los baremos exigidos por la época". (5)
El fin del padre Mendo es otro, él desea hacer llegar el mensaje de sus documentos a un público más amplio y menos políglota y por eso cree conveniente transmitirlo en la lengua vernácula aunque ello le suponga exponerse a ser criticado con mayor virulencia porque será de todos entendido.
Este mismo recelo de que su obra no fuese lo suficientemente valorada lo experimenta, el doctor Lorenzo Matheu y Sanz, quien a petición del duque de Montalto publica entre 1658 y 1660 la traducción al castellano de los Emblemas de Solórzano en diez décadas (6). Matheu y Sanz explica que el duque le solicita la traslación por lo útil que le será para la educación de don Fernando de Aragón, conde de Caltanajeta, ya que sus tiernos años no le permiten engolfarse en el piélago del libro escrito en latín, y se defiende, al mismo tiempo de aquellos que juzgan a la ligera el trabajo del traductor.
Que esto era un tema que preocupaba realmente en la época se constata también en la censura de Juan Bautista Ballester quien trata de dignificar el quehacer de Mateu:
"Suena el nombre de traducción a empleo fácil, si ha de ser sola gramatical conversión de un lenguaje en otro. Pero lograr felizmente en otra lengua toda la viveza, y energía del concepto, y estilo ajeno, cuya sazón las más veces está vinculada al especial dialecto del primitivo idioma en que se escribe, es entre las provincias arduas, la empresa más difícil."
En nuestros días y a la luz de estas palabras resulta curioso comprobar que será la traducción de Matheu, y no la versión latina, la que realmente difunda el mensaje de Solórzano, eso a pesar de tratarse, según los expertos, de una traducción libérrima y que no vacila en perder fidelidad al texto original a cambio de lograr mayor llaneza y sencillez.
Asimismo, es igualmente paradójico el hecho de que ni Mendo ni Matheu demuestren tener conocimiento de que, a priori, ambos pretenden lo mismo: hacer más accesible el texto de Solórzano (7). Y, más aún si pensamos que Mendo en la que llama segunda impresión de 1662, habría podido ya observar detenidamente la versión de Matheu y mencionarla, aunque sólo fuera como mero dato informativo, en las palabras que introducen la obra. Como explicación sólo se nos ocurre pensar que o bien, efectivamente ambos ignoraban sus trabajos, lo que se confirma al no constatar paralelismos entre ellos según afirma el profesor Selig, o bien concebían sus obras por distintos caminos. Esto es, la de Matheu aspira a ser una traducción total y completa de la de Solórzano, no sólo romancea la glosa sino también las citas de los poetas y filósofos que autorizan al texto así como los epigramas que suscriben los grabados. No en vano esta labor le ocupa diez volúmenes.
Pero el objetivo de Mendo es otro. Recordemos: quiere hacer un breve epílogo que se maneje con facilidad, un abstracto (8) entresacando lo más importante, lo más selecto y, lo más significativo para nosotros, quiere dotarlo de su personalidad autorial: "con otro método y disposición, y estilo, añadiendo muchas observaciones mías". Esto es, sin duda, y tal y como afirmábamos al principio, el texto-base es la centuria de emblemas de Solórzano, pero el jesuita no se conforma con traducirlos, quiere ir más allá, quiere "reinventarlos", reducirlos, disponerlos de otro modo y, lograr, en definitiva, un renovado espejo de príncipes, algo que perseguirá a través de las distintas reediciones o impresiones de su obra, y que merecería un detenido estudio.
Sobre esta cuestión precisamente queremos llamar la atención en las siguientes líneas. Iniciábamos esta intervención aludiendo a la poca atención que se le ha dedicado a la obra de Mendo, a quien siempre se la relega a un segundo plano y, aunque no es nuestro propósito realizar aquí y ahora un pormenorizado análisis comparativo de las diferentes versiones de la obra ni de su trascendencia, si querríamos dejar asentadas una serie de cuestiones que sirviesen de alguna forma de punto de arranque para una investigación más profunda.
En primer lugar creemos necesario dejar, de una vez por todas, resuelto el tema de la editio princeps de Príncipe perfecto y ministros ajustados. Cuando la obra de Mendo llamó nuestra atención quisimos ahondar en su historia editorial y averiguar por qué había pasado por varias ediciones hasta llegar a la que se ha dado por la crítica como óptima que es la impresa en Lyon en 1662 y saber, por otro lado, a qué se refería exactamente el autor cuando en la dedicatoria a Alonso Pérez de Guzmán el Bueno, patriarca de Indias, arzobispo de Tiro y, uno de los ministros más cercanos al monarca Felipe IV, afirmaba lo siguiente:
"Segunda vez, (illustrissimo Señor) salen de la estampa estos Documentos políticos, y morales para formar un príncipe perfecto y ministros ajustados, por averse despachado en tiempo breve la Impresión primera. Helos añadido de nuevo, y exornado con estampas de Emblemas, que con más halago de los ojos pongan a la vista las enseñanzas. Consagré a la magestad Católica de nuestro Señor la primera vez este libro, y para que buelva mejorado a sus Reales manos, le pongo en las de V. S. I. de quien le admitirá con los agrados que tienen a su Magestad merecidos sus grandes y continuados servicios." (9)
Nuestra principal curiosidad a satisfacer, por llamarlo de algún modo, fue indagar a qué impresión primera aludía Mendo y por qué no la consideraba acabada. Además, al hilo de sus palabras, se deducía que dicha versión había sido publicada apresuradamente y huérfana de imágenes.
El primer catálogo especializado que consultamos fue la completa bibliografía del profesor Pedro F. Campa (10) donde se da noticia de una edición primera sin grabados en 1642 a costa de Boissat et Remeus. Esta fecha nos resultó desde un principio verdaderamente chocante y en nuestra ingenuidad primera creíamos que el bueno de Mendo había conseguido editar un epílogo de una obra que todavía tardaría más de diez años en salir. Con más detenimiento juzgamos la fecha señalada como fruto de un error tipográfico que fácilmente se daría por confusión de un cuatro con un seis, esto, y que Mendo lamentaba en su razón no haber escrito su libro antes de la muerte de Solórzano, algo que no ocurrió hasta el 1655. Aun así nos quedaba por ver si la que se daba como segunda edición, en realidad primera, esto es, la salmantina de 1657 impresa en casa de Diego Cossío, se distinguía en algo más que carecer de ilustraciones con la óptima. Nuestra sorpresa fue comprobar que la fecha de 1642 como edición príncipe se repetía una y otra vez en las revistas especializadas y trabajos más recientes, así que decidimos indagar en dónde se había originado la errata.
Cuando Campa recoge la ficha de Mendo sigue, en realidad los datos aportados por Mario Praz, quien a su vez dice seguir las indicaciones de Palau y Dulcet en su Manual del Librero Hispano Americano consultadas en el volumen V, página 151. Palau dice exactamente que: la primera edición de Príncipe Perfecto es de 1642; que la obra se reimprime en 1656 en Madrid y al año siguiente en Salamanca y que la cuarta edición de la obra con emblemas es la de 1662 explicando que lo de "segunda impresión" es referido a la oficina de Lyon. Naturalmente para dar todas estas referencias recurre a otro instrumento bibliográfico: el Catálogo de Libros Españoles o relativos a España antiguos y modernos puestos en venta a los precios marcados por García Rico (11) publicado a principios de siglo y, en el que, con la entrada 14092 se afirma:
- Príncipe Perfecto y ministros ajustados, documentos políticos y morales. En emblemas. León de Francia, 1642; en 4º, pasta con grabados y un escudo dibujado a pluma, ptas. 25.
Es en este catálogo donde, a nuestro entender, se ha fraguado el error y desde donde se ha extendido. La alteración de la verdadera fecha al trocar un 6 por un 4 es algo que también se hace patente al verificar que siempre que se hace referencia al año 1642 se la asocia con la edición lionesa y no con la española.
Sin embargo y, contrariamente a lo que podríamos pensar en un principio, la rectificación de este yerro no se hizo esperar. En una segunda edición de su Manual Palau corrige las fechas y admite la equivocación, esta vez , en el volumen IX, páginas 32 y 33. Veamos cómo:
- [Salamanca, 1657]Primera edición según declara el autor en la segunda impresión de Lyon y en las licencias de la presente reimpresión en la francesa. Rectificamos por tanto el Catálogo García Rico reproducido por nosotros en la primera edición. El autor consideró esta edición deficiente por las prisas y por carecer de los "emblemas", pues así llamó él los grabados que al principio de cada capítulo representaban un pasaje del mismo al que encabezaba en las dos impresiones, que calificó de segunda, tanto la que realmente lo era como a la tercera."
Y respecto a las dos impresiones francesas dice Palau:
Portada [refiriéndose a la de 1662] exacta a la anterior [esto es, la de 1661] incluso en lo de segunda impresión pero, distinto año, en negro sólo y el emblema tipográfico es un buque en vez de la Anunciación. La dedicatoria a Pérez de Guzmán el Bueno en vez de a la Reina de Francia. En la dedicatoria a Pérez se queja que la primera impresión (la española) fue hecha de prisa y sin estampas de emblemas, o sea, sin grabados.
Queda claro pues, que no existe tal edición de 1642 (12) y que, a pesar de haber sido enmendado el dato por Palau en su segunda edición, se le sigue citando siempre por la primera lo cual provoca el persistente desatino. Es ahora ya de corregir esta fecha.
Una segunda e intrigante incógnita es la que se plantea al realizar un simple cotejo entre las distintas versiones del espejo de príncipes de Mendo. En efecto, la primera edición sale sin estampas, condición esencial para que la obra se adscribiese al género emblemático, y precisamente por ello Mendo titula su obra Documentos políticos y morales, sin más. La edición salmantina carece de pictura y, por lo tanto también de motes. Lógicamente sin cuerpo ni alma del emblema la subscriptio se hace innecesaria. Mendo no precede sus glosas, si es que en un sentido riguroso todavía estaría permitido denominarlas como tales, de unos versos epigramáticos. En su lugar, antecede sus declaraciones con una suerte de sentencias, a modo de titulares que resumen el contenido del epigrama de Solórzano, o mejor dicho, que suscriben los últimos versos de éste donde se daba paso a la enseñanza didáctico-moral. Veamos un ejemplo: el epigrama que acompaña al emblema VI de Solórzano, en el que se representa a un personaje coronado sobre un carro del que tiran a su vez, unos hombres también coronados, con el mote Adversorum Levamen, resulta traducido por Matheu de la siguiente forma:
Quando Sesotris visita
desvanecido los templos,
tiran de su altivo carro
muchos reyes prisioneros
Uno dellos, que el semblante
bolvio, viéndole risueño,
le dize que de las ruedas (13)
Considere el documento
Bueltas dan los rayos (dize)
Si lo miras, sus extremos,
si una vez el polvo hieren,
otras se encubran al cielo.
Pues de aqueste mismo modo
Ruedan mudables los reinos,
Yo soborno las prisiones,
Tú eres Rey que empuñas cetro.
Tu puedes verte con grillos
Del modo que yo me veo
Y yo en el Solio mañana
Sublimado verme puedo.
Mendo, en cambio sustituye el conjunto poemático por la máxima: En la adversidad se aliente con la esperanza, porque andan en rueda los sucesos, es decir una simbiosis entre lo que se traduciría del lema y a lo que se alude en los últimos versos, concentrándose sólo en el documentum, la enseñanza.
Cuando Aquilino Sánchez Pérez comenta la obra de Solórzano dice de él que, junto con Hernando de Soto, es uno de los autores más canónicos por cuanto se acerca al modelo de 1531 (14). En sus epigramas reproduce, con algunas variaciones, el esquema estructural de Alciato que proponía la exposición de la pintura y a continuación, la lectura paralela para el hombre. Esto mismo tratará de hacer su traductor Matheu. Pero Mendo, no puede. No tiene grabados, por lo tanto no procede una descripción de los mismos. Se podría decir que la primera versión de Príncipe perfecto es casi un comentario surgido al hilo de los emblemas de Solórzano, de ahí que lo subdivida en documentos.
Por otro lado, si acudimos al Diccionario de Autoridades para ver la definición de la palabra "documento" hayamos: "Doctrina o enseñanza con que se procura instruir a alguno en qualquiera materia, y principalmente se toma por el aviso o consejo que se le da, para que no incurra en algún yerro u defecto. Es voz tomada del latino Documentum, que significa lo mismo". Curiosamente en el diccionario se toma como ejemplo ilustativo la empresa primera de Saavedra Fajardo : "Más bien reciben los hijos los documentos o reprehensiones de sus padres, que de sus maestros o ayos." Solórzano también utilizará este término en su prólogo dedicatoria a Felipe IV.
"quae quiden Iussio, sive exhortatio, ita mihi pia, gravis et prudens visa fuit. Ominumque fere documentorum locupleti penu referta (...)."
En su edición de 1662, considerada como óptima por la crítica y también por el autor, sí se incorporan las imágenes, incorporación que provoca muchas y diversas variaciones, entre ellas una que se trasluce en el propio título de la obra: Príncipe Perfecto y ministros ajustados, documentos políticos y morales. En emblemas. A esto se suma que rodeando el galeón, se precisa: "añadido de las estampas". Con las grabados pues, Mendo considera ya su obra de carácter emblemático.
La presencia de la pictura provoca una segunda metamorfosis como es el desarrollo de la glosa, en esta versión el jesuita se ve en la necesidad de aludir al contenido de las imágenes, a lo que allí se representa y lo que con ello se simboliza y, como cabe esperar, esta nueva alusión se precisa al comienzo de los comentarios. Veamos un claro ejemplo al respecto.
En el Documento IV, que se corresponde con el emblema XXXIV de Solórzano, y que tiene como lema Propia virtus in Regibus commendatior, refiriéndose al tópico de que las cualidades y nobleza heredadas de los antepasados deben completarse con las adquiridas por el propio esfuerzo, está representada en la pictura una de las figuras que mejor personifica esta virtud, se trata de Hércules dibujado con todos sus atributos: la clava y la piel de león. En la edición de 1657, al no existir representación pictórica, el documento se inicia directamente con la enseñanza moral:
"Mucho lustre da la nobleza heredada. El valor y prendas recibidas de otros granjean estimación y respeto; pero ha de conservar el príncipe este resplandor con virtudes y hazañas propias."
Sin embargo, en la edición de 1662 Mendo debe referirse al simbolismo del grabado, y la explicación de éste abre la glosa:
"Más estimaba Hércules la clava que labró con sus manos, que las demás armas que fingían le avían dado sus dioses: estas no le entraron en costa de fatigas. Solas fueron fortuna, acompañada de mayor gloria. - Y continúa- Mucho lustre da la nobleza heredada, etc..."
Lógicamente, pues, en la edición definitiva se sucederán las continuas referencias a las imágenes que faltan en la editio princeps y abundarán las frases a modo de engarce del tipo de: el asno marino que mira aquí retratado (VII), atiende las dibujadas (IX), Mercurio a quien aquí miras (XI), Acompañaban a los magistrados de Roma [estampados en este emblema] (XXVIII), en la forma en que le ves estampado (XLII), a quien dibuja este emblema (LII). De este modo vemos cómo Mendo, a veces con mayor soltura que otras, eso sí, consigue que el añadido de las estampas quede perfectamente imbricado en el texto y que con más halago de los ojos pongan a la vista las enseñanzas.
Respecto a los grabados sólo nos resta decir que no creemos apropiado calificar de robo el proceder de Mendo. No tenemos por qué dudar de su palabra cuando nos asegura que le unía una estrecha amistad con Solórzano y que concibe su obra como una especie de homenaje póstumo al jurista. Si acaso sería más productivo pensar la causa por la que no incluye ya Mendo en 1657 las imágenes, a lo que podríamos aventurar como respuesta la escasa calidad de las prensas españolas. En todo caso es ésta, una cuestión a tener en cuenta, como el hecho de que a pesar de añadir las imágenes Mendo siga, calificando sus emblemas de documentos.
Un dato más distingue las ediciones separadas por un intervalo de casi cinco años. Mendo dice también ampliar sus glosas con muchas erudiciones observadas con nuevo estudio. Así, un examen superfluo de los escolia marginales revela enseguida que el autor se ha preocupado por aumentar el catálogo de autoridades que apoyen sus exempla. En el documento I se suman, con respecto a 1657, nombres como Halicarnaso, Vitrubio, Causino, San Clemente; en el documento III, Plutarco, Aristóteles, Alejandro de Alejandro, y así sucesivamente. De esto se deduce la utilidad de un análisis comparativo entre las diferentes ediciones de Príncipe perfecto para descubrir los diferentes estadios por los que ha pasado la obra hasta su última impresión. Una labor, sin duda, necesaria para cualquiera que se disponga a hacer una edición crítica y rigurosa del texto.
Por último, y para concluir esta intervención, creemos indispensable hacer referencia, aunque simplemente sea a grandes rasgos, a la gran asignatura pendiente que la crítica tiene con Mendo, y que consiste en el estudio de su espejo de príncipes como un tratado surgido sí, paralelamente al de Solórzano, pero también como una obra per se. Debemos aplicarle a Mendo el concepto de originalidad tal y como en el Siglo de Oro se ccncebía, revestido de unas connotaciones diferentes a la de nuestros días y que se identificaba más bien con la imagen aristofanesca de la abeja que, libando en múltiples flores, elaboraba su propia miel. Imagen, que además se asimila a la perfección con la propia esencia de la literatura emblemática. Al fin y al cabo el mismo Solórzano reconoce en la epístola al lector que no aporta nada nuevo: "nove dixisse, non nova".
Uno de los estudios puntales sobre Mendo corre a cargo de Selig (15). En él el profesor se centra en especificar la diferente disposición de los emblemas de Mendo con respecto a los de Solórzano. Y es que el jesuita no copia literalmente la obra del madrileño, sino que, al aspirar a hacer un epílogo toma sólo ochenta documentos y desecha por tanto veinte, curiosamente de esos que se desentiende, más del 75% se centran en el poder de Dios (16) o en la omnipresencia de lo religioso. Los otros ochenta que conforman la obra no respetan en absoluto el orden del texto latino. Esta nueva dispositio no supone un cambio gratuito del autor sino todo lo contrario. Con esa distribución Mendo contribuye a conferir a la obra una mayor coherencia expositiva en el desarrollo de cómo formar la idea de un monarca perfecto. Con Solórzano, el tratamiento de los diferentes tópicos que se repiten en los tratados de regimiento de príncipes resulta un tanto asistemático, lo cual además de ocasionar varias reiteraciones, hace que se resienta esa pretensión del autor de convertir su obra en una herramienta pedagógica para los profesores universitarios. En cambio, la suerte de agrupación de núcleos temáticos en función de una mejora en la claridad y siguiendo más fielmente el patrón de los especula, junto con la idea de hacer un libro más manejable y accesible fomenta que la obra de Mendo sí se acerque más a la consideración de manual.
Que esta reordenación mejora la perspectiva didáctica del tratado se demuestra ya desde la elección del emblema inaugural (17). Mendo abre su obra con el Documento que exalta la fuerza de la educación desde las edades tempranas para lograr la formación del rey virtuoso capaz de cumplir con su destino. Este mismo emblema en Solórzano queda relegado al puesto 25. Enseguida y tal y cómo manda el patrón genérico, Mendo se ocupa de destacar las cualidades que ha de poseer un príncipe, esto es, las virtudes teologales y cardinales que han de adornarle y en oposición los vicios que ha de desterrar (documentos 2-7). A continuación, se aborda el tema del rey para con su pueblo: consecuencias que conlleva el portar la corona (desvelo del monarca), obligación del rey de convertirse en modelo y espejo referente para los súbditos para lo que se le recomienda el estudio de las armas y las letras (documentos 8, 9 y 10), y maneras de gobernar: no permitir la confluencia de viciosos, ociosos ni delincuentes (documentos 15-17 y 24-27), practicar la caridad favoreciendo a los más pobres (11-13 y 21-23); saber juzgar con objetividad (documentos 28 a 38) y manejo del tesoro público (documentos 39-42). Un tercer bloque temático estaría formado por los conflictos de estado que origina la guerra, sus causas y consecuencias (documentos 43-64). Y un cuarto núcleo, compuesto por la últimos quince documentos, centrado en la relación del príncipe con aquellos que le ayudan a sobrellevar su función: los ministros ajustados o no. Cierra el tratado del jesuita, y en esto coincide inevitablemente con Solórzano Pereira, el inexcusable recuerdo del sepulcro, Munimentum ex Monumento. El nuevo orden es, sin duda, más clarificador.
Hasta aquí han llegado nuestras anotaciones que pretendían ante todo despertar la curiosidad por un autor hasta ahora poco considerado, y encauzar, de algún modo, los posibles focos enigmáticos y de interés que suscita su obra. Andrés Mendo merece existir al margen de la sombra proyectada por Solórzano y su Príncipe Perfecto demanda un estudio detenido; en definitiva, hacer realidad lo que él propio jesuita exigía desde su razón pues, "No fue corto el desvelo, aunque es pequeño el libro, que la costa de ingenio nunca se ha de tantear por el bulto".