1. Don Juan Manuel (1282-1348): una vida en busca del poder
En el panorama literario peninsular don Juan Manuel es un personaje excepcional por muchas razones. Acostumbrados a no saber casi nada de los autores de textos medievales hispanos, resulta sorprendente afrontar su biografía. Su condición de noble, directamente emparentado con las familias que ocuparon el trono de Castilla durante varios siglos, posibilita el conocer detalles de sus andanzas. A los documentos estrictamente históricos vendrán a sumarse los numerosos datos personales que asoman entre sus páginas literarias, aunque no siempre resulten coincidentes. Frente al predominio hasta ahora de escritores con formación clerical, estamos ante la presencia de un laico, testigo, y en muchos casos protagonista, de todos los sucesos turbulentos de su tiempo, quien, sin embargo, escribe para dar lecciones de conducta ética. Nieto de Fernando III (1201-1252), hijo del infante don Manuel, sobrino de Alfonso X (1221-1284), primo de Sancho IV (1258-1295), tío de Fernando IV (1295-1312), tutor de Alfonso XI (1312-1350) y padre de la que, por poco, pudo llamarse reina de Castilla, podemos considerarlo el noble más poderoso de su tiempo.
Único hijo del infante don Manuel y de doña Beatriz de Saboya, don Juan Manuel nació en Escalona (provincia de Toledo), el 5 de mayo de 1282. Pronto heredó de su padre, hijo de Fernando III y, por tanto, hermano de Alfonso X, diversas posesiones, ya que quedó huérfano cuando solo tenía 18 meses. Sus territorios se localizaban en el sudeste peninsular en una posición estratégica entre Castilla, Granada y Aragón, lo que explicará sus relaciones con los tres reyes. Poco después moría también su tío, Alfonso X, cuyos últimos años habían estado envueltos en una polémica sucesoria que tardará años en apagarse. La muerte del primogénito, don Fernando de la Cerda, había abierto un complicado conflicto, al que vinieron a sumarse las pretensiones del segundogénito, el infante don Sancho, avaladas por las vacilaciones de última hora del rey. Nada de esto resulta ajeno para conocer un poco mejor a don Juan Manuel.
Su padre, siendo el hermano menor de Alfonso X, apoyó a su sobrino Sancho en sus aspiraciones al trono. Esto explica la estrecha vinculación que mantuvo este, ya convertido en Sancho IV, con el joven don Juan Manuel, de quien era primo, padrino y además tutor cuando quedó huérfano. Nada más nacer, el rey le había regalado Peñafiel, una de las posesiones que más estimó luego en vida y que se convirtió en refugio en sus años más amargos, después le confirmó en el cargo heredado del Adelantamiento del Reino de Murcia, y finalmente le buscó un matrimonio ventajoso. La muerte de Sancho IV en 1295, cuando don Juan Manuel tenía doce años, supuso no solo la desaparición de su protector; esta fecha marca el inicio de sus problemas. En ese momento concluían para él los años felices de la infancia y no volvería ya a mantener cordiales relaciones con la monarquía castellana. Más tarde, cerca de la cincuentena, literaturizará en el Libro de las tres razones una larga conversación con el rey moribundo.
Los disturbios dinásticos que se arrastraban desde la muerte de Alfonso X se reavivaron al morir Sancho IV, dejando como sucesor a un recién nacido, el futuro Fernando IV, y como regente a su madre, María de Molina. A ello se suman las dudas acerca de la legitimidad del heredero, porque sus padres, que eran primos, se habían casado sin contar con la autorización papal. Finalmente llegó la dispensa, pero ya los infantes, don Enrique y don Juan habían insistido en su ilegitimidad. En 1296 Jaime II de Aragón, partidario de los infantes de la Cerda —don Fernando y don Alfonso—, entró en Murcia; los ayos de don Juan Manuel lograron una tregua, cuando ya atacaba Elche, que duró hasta 1300. Posiblemente ello le sirvió al joven don Juan Manuel para calibrar la importancia de la Corona de Aragón y, para contrarrestar esta situación, quiso reforzar su posición buscando su apoyo. Sus dos primeros matrimonios se orientarán en esa dirección: en 1299 casó con doña Isabel, infanta de Mallorca, y, a su muerte, con doña Constanza, hija de Jaime II de Aragón. Esta hábil estrategia, unida a la debilidad de la Corona de Castilla, hizo que don Juan Manuel se convirtiera a sus 22 años en uno de los hombres más poderosos de Castilla y Aragón, dueño de Murcia, Alarcón, Elche y Villena.
La situación se hace más confusa a la muerte del joven Fernando IV (1312) al quedar como heredero un niño de un año, el futuro Alfonso XI. Hasta 1325, fecha en la que asume el poder Alfonso XI con 14 años, transcurre uno de los periodos más desastrosos en la historia política de Castilla. La reina madre, doña María de Molina
promovió una tutoría compartida, en la que participó ella misma junto con el infante don Juan y el infante don Pedro. Sin embargo, en 1319 ambos tutores mueren en la guerra de Granada, dejando a don Juan Manuel en primera fila y con la posibilidad de controlar el reino. En 1320 consigue, con doña María de Molina y su hijo don Felipe, ejercer la autoridad individualmente por áreas y, a la muerte de la reina, don Juan Manuel continúa en una tutoría triple (con el infante don Felipe y Juan el Tuerto) hasta 1325, fecha en la que Alfonso XI asume el trono con catorce años. En esta etapa, cerca de la cuarentena, se sitúa el inicio de su actividad literaria, con la llamada Crónica abreviada. Sin embargo, pese a encontrarse en el primer plano político de Castilla, son años de gran turbulencia, en los que teme por su vida, como recordará en el Libro de los estados. La mayoría de edad de Alfonso XI le supuso, una considerable merma de poder que intentó por todos los medios de evitar, y para contrarrestar esa situación don Juan Manuel vio con buenos ojos el matrimonio de su hija Constanza Manuel con el joven
Alfonso XI. Sin embargo, diversos incidentes enturbiaron estas relaciones y el rey no solo deshizo su compromiso matrimonial con doña Constanza sino que la encerró en el castillo de Toro. La reacción del padre ante esta afrenta no se hizo esperar: don Juan Manuel se desnaturaliza del monarca y le declara la guerra buscando el apoyo del rey de Granada y de su amigo don Jaime de Jérica. Estos fueron los peores años de don Juan Manuel, en los que, incluso, a tenor de lo que dicen las crónicas, llegó a temer por su vida. Es el «doloroso et triste tiempo» en que escribe el Libro de los estados, según cuenta en el prólogo. Estos años de gran tensión con el rey, 1325-1335, serán los de mayor actividad literaria. Es difícil no ver una conexión entre estos graves sucesos y su labor literaria, que termina siendo una vía para la reafirmación personal. Ya cerca del eclipse político, aún participa en algunas campañas militares, como la batalla del Salado y el cerco de Algeciras (1343-1344), y en 1340 consigue que su hija Constanza se case con el infante don Pedro, heredero al trono de Portugal. Finalmente se retira a sus tierras de Murcia y muere en 1348.
2. Cuadro cronológico
3. La concepción de autoría
Para entender la figura de don Juan Manuel hay que tener en cuenta su pertenencia a la alta nobleza y su familiaridad con la monarquía. Don Juan Manuel, en una posición de privilegio en la esfera política, presentía, sin embargo, los cambios que amenazaban a su grupo social (los ‘defensores’), procedentes tanto de los otros dos estados (clero y naciente burguesía) como del poder monárquico. Toda su vida estará dedicada a evitar el declive de su estamento, primero en la esfera política y, más adelante, en el terreno literario. Gran parte de su obra pretende transmitir su concepción de una sociedad tradicional y estática a los jóvenes nobles, con la intención de que así se perpetúe el sistema social. Para él aún se mantenía vivo el espíritu caballeresco que había animado a los hombres que hicieron la Reconquista, pero no puede dejar de advertir con temor algunas perturbaciones, anuncio de los nuevos tiempos. Su pensamiento aristocrático, encubierto bajo continuas fórmulas de falsa modestia, explican su concepción como escritor, insólita en el panorama hispano.
Un manuscrito de finales del siglo XIV , gracias al cual conocemos las obras de don Juan Manuel, se abre con dos textos preliminares muy similares, a los que la crítica ha dado en llamar Anteprólogo y Prólogo general , aunque posiblemente el primero no sea más que una adaptación resumida del segundo debida a la pluma de algún escribano. En él don Juan Manuel quiere dejar sentado desde el principio que busca el reconocimiento de los lectores y sus alabanzas, dado el gran esfuerzo que le ha costado escribir sus obras y la calidad de estas. Da por seguro que sus libros se copiarán muchas veces, pero teme que entre él y su público pueda interponerse ‘alguno’ que eche por tierra sus aspiraciones. Para explicar esta idea con mayor claridad recurrirá, como recomendaban las retóricas, al uso de un exemplum, en el que ejemplifica el disgusto de un artista (‘un trobador’) cuando su creación es destrozada por un zapatero que canta mal sus cantigas y advierte a continuación contra las numerosas erratas de las copias. La identificación de nuestro autor con el protagonista de la historia es un rasgo más de orgullo, ya que este era «muy grant trobador e fazié muy buenas cantigas a maravilla»; por el contrario, equipara a los copistas con un zapatero, trabajador manual, que «dezía tan mal erradamente tan bien las palabras commo el son». Finalmente la sentencia del rey, dando la razón al poeta, revaloriza la creación literaria. Don Juan Manuel, como es habitual en él, se sirve de una historia tradicional, recogida con variaciones desde la antigüedad, pero la ubica en Perpiñán en tiempos de Jaime I, rey de Aragón, cuya corte fue un gran centro de literatura en romance, en algún aspecto comparable con la de Alfonso X. Así se trasluce su añoranza por una época en la que los monarcas protegían a los artistas, frente a los años duros que le han tocado a él vivir.
Para conjurar estos males anuncia la composición de un volumen «que yo mismo concerté», en el que figuran todas las obras que hasta ahora ha escrito. Este ejemplar, «emendado en muchos logares de su letra», quedaría depositado en un convento de los dominicos en Peñafiel, fundado por el mismo autor y donde pediría ser enterrado. De esa manera, ya que no puede evitar los errores de copia, invita al lector para que lo consulte antes de culparle por los fallos del manuscrito. Sus preocupaciones, insólitas dentro del panorama hispano, no lo son tanto sin nos fijamos en la literatura latina, en la que con cierta frecuencia se recogen quejas como estas. Pese a sus cautelas, el famoso ejemplar de obras completas corregidas por el autor y celosamente guardado en Peñafiel desapareció; de ahí que la lista con sus títulos, que el mismo don Juan Manuel nos facilita, no hace más que acrecentar los problemas. Por un lado, algunos de los libros mencionados no han llegado hasta nosotros, por otro la relación que figura en el Prólogo general mantiene algunas diferencias con la incluida en el Anteprólogo. El cotejo entre ambas nos
permite identificar las obras conservadas de don Juan Manuel y conocer, al menos, los títulos de aquellas que damos por perdidas. Entre estas últimas, habría que mencionar el Libro de la cavallería, el Libro de los engeños, posible tratado de máquinas de guerra, el Libro de las cantigas y el Libro de los cantares, a no ser que se tratara de uno solo, las Reglas cómmo se deve trobar, la Crónica conplida y el Libro de los sabios.
La relación tampoco parece atenerse a una rigurosa cronología. En primer lugar menciona las obras que atañen a su familia, para continuar con aquellas que afectan a la educación del joven caballero, aunque el tiempo de la escritura fuera muy distinto. Las conservadas, siguiendo el orden en el que se mencionan en el Prólogo general , son las siguientes:
— «El primero tracta de la razón por que fueron dadas al infante don Manuel, mío padre, estas armas...». Alude al Libro de las tres razones, también llamado por algunos críticos Libro de las armas.
— «Et el otro, de castigos et de consejos que dó a mi fijo don Ferrando...». Se identifica con el Libro infinido.
— «El otro libro es de los stados». Llamado Libro del infante o Libro de los estados, ya que ambos nombres figuran al inicio de la obra.
— «Y el otro es el libro del cauallero et del escudero»: Libro del caballero y del escudero.
— «Y el otro, de la crónica abrevi[a]da»: Crónica abreviada.
— «Y el otro, el libro de la caça»: Libro de la caza.
A esta lista hay que añadir otras dos obras conservadas:
— El conde Lucanor, del que posiblemente se olvidó en el
Prólogo, ya que, aunque anuncia doce, solo incluye once libros.
— Tratado de la Asunción de la Virgen María, cuya ausencia se justificaría por ser la última obra escrita por el autor.
Por último, podemos sumar, ya en el límite entre lo documental y lo literario, los Ordenamientos dados a la villa de Peñafiel (1996), posiblemente escritos en 1345, así como su interesante epistolario.
En ambos prólogos insiste en la «mengua del su entendimiento» y en su «atrevimiento» que le han llevado a escribir, siendo tan ignorante «que non sabría hoy gobernar un proverbio en tercera persona». Por ello renuncia a la lengua de cultura por excelencia, el latín, y escribe «todos los sus libros en romance, et esto es señal cierto que los fizo para los legos et de non muy grand saber commo lo él es». Argumentos similares había utilizado Gonzalo de Berceo un siglo antes, ya que se cuentan entre los tópicos retóricos habituales de los prólogos. Sin embargo, afirmaciones como estas, unido al hecho de que sus obras no se adornen con continuas citas latinas ni con referencias a autores clásicos o medievales, han llevado a plantearse cuál sería la educación recibida por don Juan Manuel. Ante la falta de datos concretos, cabe pensarse que no diferiría mucho de la habitual entre los vástagos de la alta nobleza, como él mismo explica en el Libro de los estados al aconsejar cómo deben prepararse los hijos de los emperadores. Se buscaba un aprendizaje de tipo práctico encaminado a preparar a futuros guerreros, por eso la caza, el ejercicio de las armas o la equitación eran conocimientos fundamentales, completados con el latín y las lecturas históricas. Los miembros de la alta nobleza recibirían estas enseñanzas en su domicilio, a cargo de algún caballero de confianza y a veces un religioso se encargaría de los conocimientos intelectuales. Así las cosas no parece que la formación pudiera alcanzar una gran profundidad, puesto que normalmente a los catorce años se consideraba que el varón ya estaba apto para enfrentarse a la vida adulta.
El estudio más pormenorizado de algunas de sus obras ha revelado, sin embargo, el manejo de fuentes latinas, como la Postilla litteralis, escrita por el franciscano Nicolás de Lira entre 1322-1329, huellas de san Agustín, Cicerón o de obras y autores en romance como Ramón Llull, el Barlaam e Josafat, etc., sin contar con la producción de la corte alfonsí. No es extraño que también conociera el árabe andalusí, aunque es difícil precisar su nivel de competencia. Ante esta situación, la crítica juanmanuelina ha oscilado entre dos opciones: ¿estamos ante un autor poco leído, amigo más de trasvasar a la escritura lo escuchado?, ¿o bien se trata de un autor mucho más culto de lo que parece, que premeditadamente borra los ecos de sus fuentes? En este último caso, las razones de ese ocultamiento ¿son consecuencia del desinterés que muchos estamentos oficiales del XIV sentían por el mundo antiguo?, ¿o cabe más bien relacionarlas con su temperamento individualista? No hay que descartar, por último, que algunas de estas alusiones e influencias cultas se debieran a sus colaboradores.
Para responder a estos interrogantes conviene precisar que el concepto de autoría de una obra literaria no era en la época medieval el mismo que en la actualidad. En este sentido parece interesante recordar la figura de su tío Alfonso X el Sabio. Siguiendo una línea que contaba con ilustres precedentes, el monarca se propuso unir el poder político con las letras y consiguió encarnar el ideal del gobernante ilustrado. El rey se rodeó de una corte de letrados y con su ayuda consiguió impulsar la creación de la prosa en castellano. Cabe pensar, pues, que don Juan Manuel, tan orgulloso de su estirpe, iniciaría su andadura literaria siguiendo los pasos de tan ilustres predecesores y con el mismo afán de unir las armas con las letras. Un noble de su rango contaba con una corte, de la que formaba parte un amplio séquito, entre los cuales se incluirían, junto a los juglares y los monteros, los sabios, muchas veces religiosos, quizá dominicos o franciscanos. La redacción de sus obras surgiría muchas veces de la colaboración con su equipo, quienes podrían facilitarle en ocasiones las fuentes que se descubren tras sus páginas. Otras procederían de la biblioteca de Alfonso X, bajo cuyo modelo empezará don Juan Manuel su actividad literaria.
4. De la abreviación de las «obras conplidas» al hallazgo de la voz propia
A la muerte de doña María de Molina, en 1321, don Juan Manuel consigue finalmente el puesto de tutor real hasta agosto de 1325, fecha en la que finaliza la minoría de Alfonso XI. La satisfacción por haber accedido al cargo tantas veces codiciado, pudo animarle a emprender una labor cultural, iniciada de momento a la sombra de Alfonso X. Claramente lo expresa así el prólogo a la Crónica abreviada, en el que se percibe admiración, no exenta de envidia, por quien «avía espacio de estudiar en lo qu’él quería fazer para sí mismo», lo que le permitía escribir obras «conplidas» (‘perfectas’, ‘completas’). Los propósitos de don Juan Manuel son mucho más modestos y las circunstancias, mucho menos propicias, en parte por los que «estonçe eran, e aun agora son, del su linaje», donde se encubre una crítica ampliada más tarde en el Libro de las tres razones. Quizá sean también las tribulaciones de España las que induzcan a don Juan Manuel a interesarse especialmente por su pasado. El punto de partida será una Crónica d'España compuesta por Alfonso X, que mandará abreviar con el fin de aprenderla y retenerla mejor, es decir, prioritariamente «para sí», aunque no se descarte la existencia de otros lectores. La obra debió de concluirse antes de agosto de 1325, cuando dejó de ser «tutor del muy alto e muy noble señor rey don Alfonso», como se denomina en el prólogo.
Al mismo afán continuador de la labor alfonsí responde el prólogo al Libro de la caza, aunque la obra resulte mucho más innovadora, y en el mismo periodo cabría encuadrar dos textos perdidos, el Libro de la cavallería y el Libro de las cantigas. El Libro de la cavallería aparece citado en los dos prólogos y dentro del Libro de la caza y extractado en los capítulos 67, 86 y 91 del Libro de los estados. Con estos datos, se ha supuesto que se trataría de un resumen de otra obra alfonsí, la Segunda Partida. El Libro de las cantigas podría ser el mismo al que en el Anteprólogo llama Libro de los cantares. Aunque por el título pudiera pensarse en un libro de poemas, la crítica actualmente lo identifica con unos breves resúmenes de las Cantigas de Alfonso X; estas prosificaciones en castellano abarcan los veinticinco primeros poemas. La ausencia de alguno de estos testimonios obliga a ser muy cautos; sin embargo, a tenor de los conservados, se percibe un claro contraste con la producción manuelina posterior.
A partir de 1326 o 1327 don Juan Manuel se centra en la educación del joven noble y en los problemas éticos, y perfila su propia forma de escribir. El Libro del caballero y del escudero, el Libro de los estados, El conde Lucanor, el Libro infinido, el Libro de las tres razones y el Tratado de la Asunción de la Virgen María marcan esta plenitud. El uso de la primera persona desde el prólogo al Libro del caballero y del escudero parece anunciar ya que don Juan Manuel renuncia a ser solo un abreviador de las obras del escritorio regio. Coincidiendo con los años más duros en su enfrentamiento con Alfonso XI, adquiere plena conciencia de ser un autor con voz propia. En sus obras no solo transmitirá normas de conducta a los jóvenes caballeros; también con ellas creará un espacio literario en el que «don Johán» se convertirá en una autoridad incuestionable.
5. Los límites del autobiografismo
La excepcionalidad de don Juan Manuel no consiste solo en que la numerosa documentación conservada nos permita seguir con precisión sus pasos. A ello se añade otro rasgo singular, ya que con frecuencia en sus textos alude a su propia biografía, comenta episodios de su niñez o de su infancia, menciona, elogia o resume sus obras, etc. Esto ha propiciado diversas posturas entre los estudiosos, desde la credulidad absoluta de la crítica decimonónica hasta la negación de cualquier interferencia entre vida y literatura, pasando por posiciones intermedias. El uso de la primera persona y el tono de confesión personal de algunos pasajes, han propiciado esta identificación; basta con leer el comienzo del ejemplo 3 de El conde Lucanor:
Vós sabedes muy bien que yo non só ya muy mancebo, et acaesciome assí. Que desde que fuy nacido fasta agora, que siempre me crié et visqué en muy grandes guerras, a vezes con cristianos et a vezes con moros, et lo demás siempre lo ove con reys, mis señores et mis vecinos.
Los elementos autobiográficos desempeñan un papel progresivamente más complejo en la producción juanmanuelina, de modo que puede distinguirse entre una autobiografía expresa, que se inicia en el Libro de los estados y se completa en el Libro infinido y en el Libro de las tres razones, y una autobiografía ocasional que corresponde a una etapa literaria primitiva. Parece fácil aceptar que sus experiencias cinegéticas afloran en las páginas del Libro de la caza, entremezcladas con la influencia directa de sus modelos escritos. Es muy probable, por ejemplo, que su afición le llevara a ensayar el «ungüento blanco» para curar a los halcones heridos, del que se jacta en su tratado. Del mismo modo, el «yo» que asoma en sus primeros prólogos parece un eco del «Nos» de los prólogos alfonsíes.
A partir de 1325 la literatura aparece con fuerza en la vida de don Juan Manuel coincidiendo con la época en que sus ambiciones políticas se ven truncadas. Eso hace que la lucha y el triunfo deseados por el autor se jueguen ahora en el mundo de las letras, donde puede adoctrinar sin tener enfrente réplica. Sin embargo, no vuelca lo personal en lo literario sin elaborar; sus lecturas, sus conversaciones y su propia experiencia vital se someten a un proceso de literaturización, sin que el autor se sienta obligado a respetar la fidelidad histórica. Julio, Lucanor o Patronio hablan a veces como y de don Juan Manuel, pero también él mismo acaba por convertirse en un ente de ficción. Para ello es necesario que las circunstancias personales del autor se reelaboren a través del filtro que separa la vida de la literatura, proceso que llevará a sus límites en el Libro de las tres razones donde, bajo la cobertura de una crónica de un linaje, encontramos tal tergiversación de los hechos históricos que la obra se convierte en la antítesis de unas memorias.
En conclusión, las obras de don Juan Manuel están lejos del género autobiográfico, término que parece conveniente reservar para la narración de la propia existencia escrita por un autor protagonista en primera persona. Sin embargo, están impregnadas de autobiografismo, incursiones constantes de un yo personal que habrá que relacionar con su orgullo nobiliario y con el papel que desempeña la literatura en su vida.