A primera vista, “Himmelweg” es una obra 
          de teatro histórico. En realidad, es –quiere ser- una obra 
          acerca de la actualidad. 
          Habla de un hombre que se parece a casi toda la gente que conozco: tiene 
          una sincera voluntad de ayudar a los demás; quiere ser solidario; 
          le espanta el dolor ajeno. Sin embargo, también como casi toda 
          la gente que conozco, ese hombre no es lo bastante fuerte para desconfiar 
          de lo que le dicen y le muestran. No es lo bastante fuerte para ver 
          con sus propios ojos y nombrar con sus propias palabras. Se conforma 
          con las imágenes que otros le dan. Y con las palabras que otros 
          le dan. “Camino-del-cielo”, por ejemplo. No es lo bastante 
          fuerte para descubrir que “Camino del cielo” puede ser el 
          nombre del infierno. No es lo bastante fuerte para ver el infierno que 
          se extiende bajo sus pies.
          Un delegado de la Cruz Roja al que se encarga inspeccionar un campo 
          de concentración y ante el que se presenta una mentira aceptable. 
          Ese personaje fue mi punto de partida. Pero siguiendo sus pasos en ese 
          viaje por un infierno que no lo parece, encontré a otros personajes 
          no menos actuales, no menos cercanos. 
          Para empezar, el conductor de la representación, el comandante 
          del campo. Tiene ante sí la ocasión de realizar el más 
          ambicioso sueño que ningún director de escena concibió 
          jamás: la obra de arte total. Pero la perfección de esa 
          obra exige de él que sólo piense en el arte y en nada 
          más. Que deseche cualquier rasgo de compasión en su mirada. 
          Entonces sí, entonces todas las vidas reunidas en el campo estarán 
          a su completa disposición, como muñecos en manos del titiritero.
          Entre esas vidas amenazadas está la del hombrecillo que sirve 
          al comandante de portavoz ante sus actores. Ese hombre ha de soportar 
          una responsabilidad enorme. No sabe si está trabajando por la 
          salvación de su pueblo o si está cooperando con los verdugos. 
          Si está ganando tiempo o si está entregando a su gente 
          a un destino peor que la muerte.
          El delegado de la Cruz Roja, el comandante del campo, el jefe de la 
          comunidad judía: sobre ese triángulo se levanta “Himmelweg”. 
        
        JUAN MAYORGA